Partida Rol por web

-Instalé algunas barreras, así que no debería de pasarnos nada. Confío más en tí que en las barreras, claro, pero no quiero que gastes energía de más. Si lo necesitas, puedes descansar -dicho esto preparó su futón y dejó otro más por si Lancer quería usarlo, aunque lo dudaba- Malditos japoneses, ni una cama en condiciones -susurró mientras se tumbaba- Buenas noches, Lancer.

Lancer mira con cierta desaprobación el futón.

-No quisiera ser descortés-dice-pero no es mi deseo dormir en el suelo como un perro. No necesito dormir, será mejor que vigile. Descansa, Master, y recupera energías. Si es necesario también puedo hacerte una cama de hielo para que pongas ese futón encima. 

-No hace falta, Lancer -comentó agradecido- Pero puedes hacerla para tí si en algún momento deseas descansar -dicho esto, se fué a dormir.

Lancer desapareció tomando forma espiritual, y Josh notó cómo su presencia se desplazaba al tejado. 

- Pues la verdad es que es parte del entrenamiento de arqueología, mi maestro me dijo que por aquí había algunas reliquias bastante raras. Mi misión es encontrar una, analizarla y luego entregarle el informe a el. - dije haciéndome el orgulloso, había aprendido que cuanto más tonto parece uno más rápido se fía la gente de el. Hacerse el inocente había sido una de las tácticas que más había usado a la hora de engañara a alguien. - Si me disculpa ahora voy al baño, que no me aguanto. - cogí la caja de madera y me la llevé conmigo hacia la dirección que me había indicado el monje. - Muchas gracias por la ayuda - dije en voz baja para no despertar a nadie más.

Cuando volví a la entrada analice un poco más lo que acababa de conseguir y seguí leyendo el libro de explicaciones que tenía.

En cuanto organicé un poco mis ideas y tenía claro como realizar la invocación salí a el patio del templo y realice un circulo mágico en la arena del suelo intentando copiar con máximo detalle el que estaba dibujado en el cuaderno. Una vez realizado y con la caja de madera en una de mis manos llamé a el Servant - Ven a mi Servant, y juntos cambiaremos el mundo - dije alzando la mano que no tenía ocupada.

Al ver que no pasaba nada revisé las notas del libre. "Debe de decirse un encantamiento para invocarlo" ¿acaso tenía que inventarme un verso para invocar a un sirviente? Me quedé un poco pensando para luego retomar la invocación y ver si esta vez daba mejores resultados.

- Yo te invoco sirviente para que me sirvas en esta guerra y juntos podamos cambiar este mundo que esta podrido, con tu poder seremos capaces de conseguir nuestras metas y alzarnos con la victoria. Sígueme tanto en la vida como en la muerte, en la luz como en la oscuridad para así impartir nuestra justicia sobre aquellos que se la merecen y acabar con los que se nos oponen"

Mayuri regresa a la cocina a coger algo de comer. Abre la nevera, saca una bonita manzana verde, y le pega un bocado. 

"At... Archer" No se me va a quitar nunca esa manía "estando en esta forma espiritual, ¿no sientes hambre verdad? Quiero decir, los servants no necesitáis comer, ¿no? ¿o sí?" Se queda pensativa un rato. Como es lógico, era su primera guerra del Grial. Sin embargo, le estaba pareciendo que todo estaba demasiado tranquilo. Parece que ni siquiera corra el aire. Es antinatural. De nuevo vuelve a preguntarla. "¿Puedes notar algo más? ¿Algo nuevo?"

La voz de Atalanta suena un poco tensa, pero sin alarma. 

-Mientras me proveas de maná suficiente no necesito comer, ni en forma espiritual ni en forma corporal. Si hago un gasto muy grande de maná tal vez lo necesite. 

-Las cosas se están poniendo feas, la magia de la ciudad se revuelve. La Línea Ley que pasa bajo el templo, como ya habrás notado, se está removiendo como un río bravo. Y... durante unos segundos he notado una acumulación de peligro e impulsos asesinos brutal. Puede que ya haya habido enfrentamientos. 

Esta cacería no va a ser nada fácil. 

Tuerce el gesto. ¿Ya había habido enfrentamientos? Apenas hacía unas horas que las marcas de los hechizos de comando habían aparecido en los másters. Baja la vista para mirar la suya, una flor de seis pétalos situada en el dorso de su mano. 

"Puede que no sea una cacería fácil, pero podemos con ello. Somos las mejores" trató de animar a Atalanta. No creía, ni por asomo, que eso fuera verdad. El más mínimo error podía conducirles a la derrota... y a la muerte. Pero una actitud positiva ayudaba aún menos. Despacio, se dirigió a la habitación que compartía con Nobuko. Hacía mucho que la pequeña se había acostado, muerta de cansancio tras el día duro. De la misma manera, Mayuri se acostó en su futón. Dejó sus gafas en el suelo, a un lado, y cerró los ojos. "Mañana será otro día... nuestro día"

La voz de Atalanta le llega, menos tensa, suave pero firme. 

-Claro que sí. Siempre hemos tenido posibilidades. Mañana será nuestro día, lo sé. 

Buenas noches, Master. 

Fukuro sale a la luz de la luna, que cuelga enorme en el firmamento. Un viento frío recorre la colina del templo, y las hojas de los árboles susurran y chasquean, pero no se escucha ninguno de los sonidos habituales del bosque. Las cigarras han callado, como expectantes, y ninguna lechuza eleva su ulular al cielo.

El viento trae el aroma de la melancolía y el recuerdo, pero también de la sangre antigua y nueva, del clamor del combate y la muerte vertida durante años a la tierra.

La Línea Ley que recorre poderosa la tierra bajo el templo se agita y convulsiona, nerviosa y confusa: el maná corre por ella como un río embravecido, como una riada inmisericorde que arrastra árboles, casas, presas y todo a su paso. Fukuro puede notar que el lugar elegido, un patio un poco apartado del edificio principal del templo, no podría ser más adecuado. El maná bajo sus pies bulle y se remueve como una enorme y enfurecida sierpe de leyenda.

Cuando dibuja el símbolo en la arena, nota que parece solidificarse, como si la arena hubiera cristalizado alrededor del trazo: el viento, que debería haberlo borrado casi instantáneamente, parece esquivarlo, como si temiera interferir en lo que va a ocurrir. Finalmente termina el intrincado patrón, y la reliquia en su centro vibra ligeramente, como si el brazo quisiera salir de la caja. Fukuro puede notar como su propio maná se agita inquieto, como contagiado por el que corre bajo sus pies. Retrocede unos pasos para la invocación, y, cuando se da la vuelta, ve que el viento ha borrado sus huellas y las demás marcas de la arena, pero ha dejado intacto el círculo arcano.

Fukuro levanta un brazo, y el bosque enmudece. En el patio sólo se oye su voz, firme y decidida.

El maná sale de él casi violentamente, se lanza al encuentro de sus palabras, entretejiéndose con ellas como un hermoso tapiz.

-Yo te invoco, mi Servant, para que me sirvas en esta guerra…

El círculo brilla y destella, ilumina el patio como si refractara la luz de la luna dividiéndola en mil facetadas gemas azules. Extrae el maná de la Línea bajo él, tan brutalmente que una parte se pierde en el aire, como humo azul.

El viento se hace más frío y sopla con más fuerza. La luna, igual de llena, parece ahora distinta, más blanca, y nubes comienzan a agruparse en torno a ella.

-… y juntos podamos cambiar este mundo que está podrido…

Gruesos copos de nieve comienzan a caer por doquier, nevando con intensidad creciente, mientras el aire se ha hecho tan frío como el de un desolado desierto nórdico. El viento ya no sopla desde el este, como hace un momento: ahora emana del círculo, brutal y poderoso, lanzando arena por doquier, transformado en un brillante símbolo de acero forjado, brillante a la luz de la luna, y copias inmateriales de él se elevan en el aire, girando en danzas alocadas mientras lanzan rayos de luz de luna en todas direcciones. Los copos de nieve se agitan y se arremolinan alrededor del círculo, mientras continúa nevando, formando una gruesa capa blanca en el suelo que no toca el círculo.

El viento trae voces, voces que cantan, orgullosas y profundas, surgidas del mismo corazón de la nieve. Voces acompañadas de tambores y laúdes, repletas de duras palabras y gloria, sangre y leyenda, como las canciones de los escaldos de antaño entretejidas con el sonido profundo y constante del viento.

-…con tu poder seremos capaces de conseguir nuestras metas…

La nieve se ha convertido ya hace rato en ventisca, en tormenta glacial desatada y brutal: Fukuro ha de afianzar los pies para no ser barrido por ella. La nieve frente a él se acumula, y, más allá del círculo, acaba bruscamente en una playa, una playa rocosa con aguas frías y embravecidas azotándola. Ante él se extiende el mar, infinito e inabarcable, bajo un cielo de tormenta, negro y azul. Las rocas, formando acantilados en los que la vista se pierde sin ver el final, rodean la cala, formando un enorme fiordo azotado por el viento.

Desafiando a la tormenta, un barco cruza el fiordo, paralelo a los acantilados, firme y recto a pesar de las acometidas del viento. En sus bordas se alinean los escudos, en su proa un dragón ruge fiero, y sus velas rayadas se hinchan al viento, propulsando rápida la embarcación. Cuando llega por fin a la costa, la afilada quilla de madera y hierro parte las rocas y queda encallada en ellas, mientras de su interior saltan, salvajes como lobos, hombres enormes, fornidos y barbudos, que blanden enormes hachas de guerra afiladas y llenas de arañazos. Sus canciones resuenan fundiéndose con la tormenta, evocando las verdes e imperecederas llanuras del Valhalla, donde para siempre podrán cabalgar. En sus ojos, algo que Fukuro conoce bien: sed de sangre, ansia de batallas, ansia de esa danza mortal y frenética donde solo cabe asesinar o ser asesinado, y donde ambos destinos son acogidos con igual gloria.

En el cielo, blancas mujeres cabalgan el arcoiris, con sus armaduras resplandeciendo como estrellas.

-…y alzarnos con la victoria.

La escena cambia, la playa desaparece de la vista. En su lugar, la ventisca revela una imponente construcción, en la cima de una colina blanca. Grande como un palacio, se alza construido en sólido roble, con sus tejados blancos por la nieve y unas enormes cornamentas de ciervo, más grandes que las de cualquier ciervo de esta Era, adornan sus puertas, labradas en madera y acero.

De pronto una de las paredes revienta, explota hacia fuera como si mil arietes la hubieran golpeado, lanzando una lluvia de astillas y nieve que por un segundo oscurecen la enorme figura que sale de ella, enorme y monstruosa. Su sola visión podría hacer palidecer de miedo al más valeroso de los hombres, y su fuerza es tal que enormes agujeros se crean allí donde pisa. Su apariencia podría recordar a un gorila, si los gorilas midieran seis metros de alto y otros tantos de ancho, con unos brazos tan gruesos y plagados de cicatrices que parecen ancianos dragones recubiertos de espeso pelaje. La bestia emite un rugido terrible, y se abalanza sobre algo que Fukuro ni había visto, un hombre, que, en contra de toda razón y todo miedo, se alza firme contra la bestia. A pesar de ser más alto que ningún hombre que Fukuro haya visto jamás, parece enano al lado del gigante enfurecido, quien lanza un puñetazo terrible, con toda la fuerza de su cuerpo.

La reliquia en el centro del círculo se alza, agitándose brutalmente, y el cristal de la caja explota, quebrado en mil pedazos. La mano parece querer librarse del clavo que la aprisiona, se mueve y se retuerce como un pez atrapado en el anzuelo.

No hay forma de que lo esquive, ni de que lo pare, de la misma forma que no se puede hacer nada si una montaña entera se derrumba sobre un solo hombre, y tan sólo queda esperar cómo le aplasta. Una nube de nieve salta cuando impacta, y oscurece la visión por un instante, antes de que se disipe y deje paso a una imagen imposible…

-Sígueme tanto en la vida como en la muerte, en la luz y en la oscuridad…

El hombre está debajo del puño, que él solo es más grande que él, pero no aplastado. De manera increíble, sus palmas sostienen el brazo, deteniéndolo, aferrando sus nudillos mientras sus poderosos músculos se tensan tanto que parecen ir a rasgarse. Una loca sonrisa, de pura felicidad enajenada, le cruza el rostro. Sus ojos se pierden en el infinito, ajenos, anegados en placer, emoción y gloria, perdidos en un frenesí de locura y ansia de sangre. De manera inconcebible, sus poderosos brazos agarran el puño de la bestia, tensándose, y un alarido de bestia incontrolado, salvaje y brutal sale de la garganta del hombre mientras, con una llave amplia, da la vuelta al brazo, y lo retuerce hasta que la gigantesca bestia cae a tierra, rugiendo. Pero su rugido no llega ni a una fracción de la potencia del rugido del hombre, que es como el de un oso blanco a la entrada de su cueva, un alarido de puro poder. Levantando el brazo del monstruo por encima de él, lo tensa apoyando una pierna sobre el pecho de la bestia, y ruge mientras su desatada fuerza sobrehumana desgarra la piel y parte el hueso, que se separa de la articulación con un chasquido, hasta que el monstruoso brazo queda arrancado de su dueño, dejando solo un muñón sangrante, que humea al contacto con la nieve, y los pasos de la bestia, que se alejan despavoridos, mientras el hombre ríe, pletórico, henchido de poder…

-… ¡Para así impartir nuestra justicia sobre aquellos que se la merecen…

El clavo penetra hondo en la carne, mientras en las paredes del palacio de madera, se clava el brazo de la bestia, profundamente, tanto que la carne se aplasta contra la madera y el clavo de hierro traspasa la pared y sale por el lado opuesto. El hombre ríe, ríe de júbilo mientras golpea el clavo con el martillo, colgando el brazo como el anuncio de su victoria.

La ventisca arrecia. En la alta sala del trono, el hombre es coronado, con honores se festejan sus hazañas. Las cuevas de la bestia se abren ante él, poderosas, pero nada que su fuerza no pueda conquistar, pues en su mano lleva una espada enorme, una que sólo él puede blandir, una hoja de acero frío forjada en sangre de mil victorias.

-… y acabar con los que se nos oponen!

Las llamas lo consumen todo, y Fukuro nota su calor abrasador en el rostro, mientras la noche se llena de fuego y se encuentra en el corazón de una ciudad incendiada. Los arqueros disparan al aire, pero es en vano, porque en los cielos se alza una criatura a la que no se puede derrotar con flechas corrientes. Sus alas se extienden, gobernando las corrientes, y su cuerpo reptiliano recubierto de aceradas placas de armadura proclama su poder. De su boca surge el infierno, y de sus dientes la sangre.

El dragón, la más poderosa de todas las Bestias Fantasmales que pueblan el Mundo, ataca la ciudad, y poco pueden hacer sus habitantes más que mirar cómo son destruidos…

Hasta que sobre el dragón aparece la figura, el hombre, blandiendo su enorme espada de sangre, enfrentándose de nuevo a lo imposible, a lo más temible que el Mundo puede ofrecerle, y ni siquiera eso puede hacerle frente. La espada rebana su cuello de sierpe, de nada valen las protecciones, y sus brazos, aquellos que desmembraran a todo un Jotunn, parten su cuello con un crujido, como si su columna no fuese más resistente que una ramita de sauce.

Ambos se precipitan a tierra, y finalmente, la reliquia en el centro del círculo salta de su clavo, y se pierde en la ventisca, mientras la gigantesca espada roja aparece de la nada, seguida del cuerpo del hombre, en el centro del círculo de acero.

Mide más de dos metros, y tiene una corpulencia tan brutal que ni toda una vida de ejercicio podrían dar a un hombre su físico. Sus puños hablan de una fuerza capaz de partir montañas, y en sus ojos solo se lee el ansia de la batalla, de la lucha contra el digno rival y la gloria del Valhalla. Envuelto en un aura rojiza de poder, guarda sus espadas, y sus dorados y contundentes guanteletes brillan mientras tiende una mano hacia delante. Fukuro oye su poderosa voz, a punto de desmayarse por el proceso de invocación.

-¿Eres tú quien me llama? ¿Eres capaz de llevarme a la batalla, de enfrentarme contra rivales tan poderosos que el mundo se parta bajo nuestros pies?

Yo, Beowulf, Señor de los Berserk, el más grande de todos los guerreros Gautas, asesino de dragones, te ofrezco mi mano. 

Si eres capaz de recorrer conmigo el acerado camino que lleva al Valhalla, formemos nuestro contrato, ante los ojos de los Dioses antiguos, aquí, en presencia del brazo amputado de Gréndel, arrancado por mis manos.  

Empezaron a suceder un montón de cosas que no entendía, tormenta, nieve... y yo cada vez me sentía más débil. "Mi mana, siento como se agota" por eso sabía que estaba saliendo bien, si todo iba a la perfección pronto podría participar en esa batalla que tanto ansiaba.

Al terminar mi "cántico de invocación" me quedé exhausto, aunque había merecido la pena, ante mi se encontraba un Servant enorme que se llamo a si mismo Beowulf, señor de los Bersekers, me sentía como si me hubiese tocado el premio gordo y solo pude contestar a su pregunta con - Soy Fukuro, y espero que seas tu el que me lleve a esas batallas - al terminar de decir estas palabras, casi tartamudeando por el cansancio, caí de morros contra los restos de la nieve en el suelo, inconsciente. 

El viaje había sido agotador, pero por fin había bajado del avión en Tokyo y había pedido un taxi para ir hasta Fuyuki. Le pidió que le dejara en las afueras, y se dirigió hacia el punto que su familia le había señalado en el mapa. 

Abrió de nuevo la carta y la leyó por quinta vez.

Hemos llegado tarde a la guerra. No debes entrar en la ciudad, puede que te maten. Invoca antes de entrar, en el punto que te señalamos te hemos dejado lo necesario. 

Recuerda nuestro objetivo y no nos avergüences. 

Debajo estaba escrito el cántico de invocación de su familia, pasado de generación en generación, con el que debía realizar el conjuro para traer al Servant. También estaba dibujado el diseño del círculo de invocación en el reverso del papel. 

Cuando llegó al punto señalado, en medio del bosque, se encontró con un claro, en cuyo centro había una vieja y destartalada choza. Al entrar, se encontró un cofre cerrado con llave, una llave que su familia le había proporcionado junto con la carta. 

Dentro del cofre había varias cosas: un pergamino enrollado, una brocha, un cubo, unos grilletes de hierro oxidado, un cuchillo largo de hoja negra, un poste de madera y una cadena gruesa de eslabones de hierro forjado. También había una maleta con dinero, ropa y comida de supervivencia. 

Cuando abrió el pergamino, pudo leer:

Saludos, Taikutsuna. Si estás leyendo esto, significa que ha quedado un hueco libre en la Guerra, y que por fin vamos a participar en ella. Ya te habrán informado de que se necesita un círculo de invocación y una reliquia. Te aviso de que para dibujar el círculo no sirve la pintura normal, tendrás que usar otra cosa, un líquido más importante, más vital.

Sobre la reliquia, la encontrarás en el sótano. Ha de estar colocada en el centro del círculo. Sobre como usarla... bueno, usa tu imaginación. 

Con un rápido vistazo por la cabaña, Doku ve que, bajo una apolillada alfombra, asoma lo que parece una trampilla.

¡Ohhhh! El dulce olor de una guerra, que ha estado funcionado en post del ego de magos que aún no se dan cuenta que la única gloria y honor que existe en este putrefacto mundo es ser exterminados por nuestras manos-. Que gentil, que bello, que nostálgico-. Es lo que pienso mientras bajaba hacia el bosque con el objetivo de buscar el lugar que me habían asignado, estoy expectante y excitado, la únicas veces que he matado magos ha sido por simples trabajos y esas cosas por el estilo. Sabía que entrar en una de sus guerras es algo bien… estimulante y nuevo para un joven humilde como yo.

Entro a la cabaña y tomo  todos los suministros que me habían destinado para luego leer el pergamino-. Interesante…-. Es lo que susurro con una pervertida voz al terminar mi lectura, luego diviso, tranquilamente, una trampilla a la cual me acerco sin hacer ningún tipo de ruido para posteriormente abrirla y entrar a aquel oscuro y lúgubre sótano.

Cuando Doku abre la trampilla, se encuentra con un escalera metálica que baja. El sótano sólo está iluminado por la trémula luz de una lámpara de gas, del estilo del que usan los mineros, que puede mantenerse ardiendo días. 

Las paredes parecen excavadas en roca, y el suelo resulta irregular y traicionero. Doku lo siguió unos pasos, hasta que se encontró con que acababa bruscamente en unos barrotes de hierro oxidado. De un clavo de una pared colgaba un gran aro con una llave gruesa y pesada, que sin duda abría la cerradura de aquella prisión. Tras los barrotes, iluminado un poco por la lámpara y la luz que se colaba por la trampilla, había una chica. 

Parecía muy joven, de no más de veinticinco años, y el largo y liso pelo negro le caía por el cuerpo, tapándola ligeramente. Todas sus ropas estaban desgarradas y hechas jirones, y la mayoría yacían a sus pies. Estaba atada al techo mediante unas cadenas que aprisionaban sus muñecas, y tenía todo el cuerpo lleno de heridas y recubierto de sangre seca. 

Ninguno de los cortes parece grave, y respira con normalidad, aunque parece dormida o desmayada. No advierte la presencia de Doku en el sótano, y tan solo continúa de rodillas en el suelo, colgando de sus cadenas. 

Un sentimiento nostálgico recorre toda mi medula espinal, estimulando viejos recuerdos de mi pasado. Estos pasillos, este ambiente, este olor… todo me recuerda a mis días cuando era un simple candidato a asesino, donde sobrevivir era lo único que importaba, lugar donde ofrecí a mis hermanos como sacrificio para ascender a lo más alto de la depravación humana y cumplir mi cometido

-.Ohhhh viejas memorias que me refrescan el porqué de mi existencia-. Manifiesto con un tono sarcástico mientras comienzo a silbar una vieja canción de mi niñez, quizás el único que recuerdo que mantengo con lucidez…

Sigo avanzando, manteniendo mi tétrico silbido, hasta llegar donde se encontraba una suave silueta femenina. Era joven y bella como una maltratada muñeca de porcelana que rogaba que la repararan. Me acerco a ella y usando mi dedo índice comienzo a recorrer sus heridas, lentamente, sin prisa, para luego dirigir mi dedo a mi boca y saborear el metálico sabor de su néctar carmesí.

Dejo los extraños objetos a un lado y comienzo inspeccionando todo el lugar, con el objetivo de buscar algún indicio alguna pista  de mi siguiente actuar. Aunque ya presentía que este bulto de carne era un sacrificio o un recipiente ¿Quién sabe? incluso puede ser la misma reliquia, no me sorprendería,  los magos son criaturas muy originales al momento de inventar rituales que dejan a mi familia en vergüenza…

Cuando Doku la toca, la chica se remueve débilmente y parece despertar. Con ojos vacíos que muestran un avanzado estado de debilidad, mueve la cabeza para mirar al asesino, y murmura, en un susurro cargado de desesperación:

-Aaa...yuda... ayuda... por favor... aayuda...

El resto del sótano es bastante pequeño, y, a parte de la llave de la celda y el candil de gas, no hay nada más que piedra. 

-.mmmmmm…..-. Me quedo pensando-. El pergamino me decía que la reliquia estaba en este sótano por ende, por descarte, esta muchacha debería serlo o al menos debe ser un tipo de catalizador… en ese caso tendríamos que hacer lo siguiente jejejejeje-. Susurro en voz baja mientras tomo el cubo y lo pongo debajo de mis pies -. Shhhhhhh… ya estarás bien, confía en mí-. Respondo a la llamada de ayuda de la pobre muchacha, con una dulce voz y sonrisa cálida mientras acaricio tiernamente su rostro.

Una vez que hago eso, tomo el cuchillo y me hago un corte en la muñeca  haciendo que mi sangre caiga sobre el cubo, llenándolo a tal punto que no sea perjudicial para mi salud. Luego, de cerrar mi herida, tomo la brocha y la hundo en el cubo para comenzar a dibujar el círculo de invocación correspondiente,  dejando al medio a la muchacha. Ya terminado con la simbología mágica, desato a la mujer de sus ataduras, acostándola en el centro del círculo, acariciando nuevamente su pálida cara para proseguir con el  ritual.

Tomo los grilletes de acero oxidado para esclavizar los pies de la fémina, luego agarro la cadena de hierro forjado y encierro sus finas manos, preparándola para el sacrificio-. Ya todo acabara todo este martirio y podrás descansar mi bella dulcinea…-. Le susurró al oído para posteriormente besarla en sus partidos labios, no era un beso lascivo ni nada por el estilo, era un acto de despedida, un último rastro de calor, simples esperanzas falsas de un futuro mejor, un simple capricho para ver como su rostro es destrozado al darse cuenta que ya esta condenado ¡OHHH! que dulce poesia…

Limpio el cuchillo, con un paño blanco que tenía en mi bolsillo, todo estaba preparado, solo resta comenzar con el hereje ritual, el génesis de la ofrenda de sangre….