Reunión en Cimera

El banquete de bienvenida

Cuando el grupo llegó a Cimera, unos cuantos criados del castillo se encargaron de atender a los caballos y descargar las maletas y los cofres para llevarlos a sus aposentos. Después del turbulento viaje, al fin habían alcanzado su destino y pudieron sentirse más seguros una vez cruzaron las puertas de la fortaleza. Cimera era un castillo de gruesos muros, no muy grande, pero lo suficientemente protegido para resistir un asedio durante largo tiempo. Su forma era cuadrangular y tenía cuatro torres, una en cada esquina. El castillo estaba rodeado por una pequeña muralla separada unos pocos metros de los muros de la propia fortaleza, y además, se situaba en un meandro del río Foso que, en honor a su nombre, rodeaba tres de las cuatro paredes del  lugar. Un estrecho puente lo conectaba con la otra ribera y daba acceso a la puerta de entrada al complejo. Habían tenido que cruzar una primera puerta en la muralla, y después, el gran portalón fortificado que daba acceso al interior del castillo. 

Allí se encontraron un amplio patio de armas que ocupaba la mayor parte de la superficie interior del castillo. Contra la pared sur se levantaban los principales edificios: la sala de banquetes, y los aposentos, que se extendían hasta la pared este. En la cara oeste, había una capilla aledaña en honor a los Siete Dioses como no podía ser de otra manera, y un pequeño edificio separado, que supusieron sería para el servicio. Además, el castillo contaba con una pequeña poterna en la cara oeste, que daba al patio exterior y por la que se podía acceder, bordeando el castillo hasta su lado sur, hasta un pequeño muelle junto al río.

En el patio de armas encontraron algunos caballeros practicando para la justa que se celebraría en honor al matrimonio. Un fuerte y robusto caballero a lomos de un corcel negro recibía un poderoso golpe por parte de su rival, la lanza estallaba en mil pedazos convertida en astillas, pero, al mismo tiempo, el caballero lograba conectar un violento golpe contra su rival que lo levantó de la silla y lo lanzó contra el duro suelo de tierra. Algunos otros caballeros que se mantenían como espectadores aplaudieron por lo magnífico del golpe y el caballero tiró de las riendas de su corcel y lo dirigió de vuelta a su esquina, esperando por el siguiente rival.

Grisel había mostrado callada, ensimismada, nisiquiera la idea de galopar le había sacado una sola palabra. Lo sucedido durante el viaje le estaba afectando con toda su dureza. No dejaba de pensar en aquellos hombres malos que asaltaban los caminos, la gente muerte, el mayordomo brutalmente herido, los caballos desbocados, los gritos....la imposibilidad de volver a casa.

Se sentía insegura y asustada, se calo la capa como si quisiera desaparecer bajo la misma y perdio su vista en el paisaje hasta llegar al castillo. Los gruesos muros no la hicieron sentir mejor, era posible que hubiera hombre malos allí dentro, solo pensar en ello le daba ganas de salir corriendo. Estaba cansada y tensa, apenas había dormido la noche anterior y el viaje había sido largo y duro.

Vio a unos hombres golpearse con brutalidad y dio un respingo con cada golpe. Miro a su hermana, despues al resto, suplicando con la mirada que la llevaran a casa.

El traqueteo del carro al detenerse hizo que Anselminus se despertara. Se suponía que debía velar por la salud de Artur, pero el cansancio acumulado hizo que cayera rendido y durmiera varias horas seguida; por suerte, el viaje era lento y tranquilo, y los dolores del mayordomo no habían empeorado.

Dejó que los criados se encargaran de sus asuntos antes de bajar del carro, pero no les permitió entrar al interior para que no perturbasen al enfermo, y revisó una vez más los pertrechos que llevaba en la mula antes de dejar que se los llevasen. Estaba pensando cómo podían pedir ayuda ara trasladar al mayordomo a unos aposentos adecuados para cuidar de él cuando el entrenamiento para las justas lo distrajo. Le parecía una costumbre malsana y peligrosa que solo provocaba heridos, pero no sería él quien lo dijera en voz alta ante tantos caballeros.

Fueran cuales fueran sus pensamientos, permaneció en todo momento tras las damas, Lord Normand y Ser Yoren, dando por hecho que ellos se encargarían de los menesteres apropiados a su llegada.

Guio su caballo sin prisa, observando a los contendientes que practicaban con expresión vaga e indescifrable. Parte de el extrañaba esos juegos, las practicas entre los fuertes muros de un buen castillo como este, pero otra parte lo veía ahora como un mero entretenimiento banal… aunque eso si, muy divertido. Pero ni con su nueva cota se animaría a medir lanzas en estos momentos, recordando bien lo duros que pueden ser esos golpes “deportivos”.

Acicateo brevemente su caballo, para ponerlo parejo con el carro y donde el resto de los jinetes lo escuchase también. Se encaminaban a las caballerizas, intentando rodear la pista de práctica para no estorbar.

-Cuando desmontemos, Konrad y Anselminus quédense con Ártur. Infórmense donde están nuestros cuartos y trasládenlo de inmediato. Maestre, si necesitas ayuda para asistirlo, pregunta si hay otros de tu clase, o alguien en  el templo que pueda darte una mano.

Su mirada se volvió luego a las damas y a Normand.

-El resto, claro, debemos ir a presentar los respetos a los señores de la casa.     

Konrad siguió pesaroso durante todo el viaje. Seguía pensando que podía haber evitado lo ocurrido. Por suerte llegaron al castillo. Allí la familia estaría a salvo, y el podría quedarse en la sombra, vigilando manso y cuchillos poco alagüeños.

Iba a desmontar antes de esperar ninguna orden cuando Ser Yoren espetó lo obvio, eran sirvientes y les tocaba cargar cosas a la espalda. Al menos parecía decir cosas prudentes. Fiel a su leve paranoia Konrad se preguntó si Ser Yoren estaría durante toda la boda tan raudo para dar órdenes. Con mala suerte podría buscarse un problema con los locales, y ellos venian a "guardar la paz del rey".

-Muy bien- dijo presto a desmontar.

Grisel hizo caso, aunque esperaba no tener que hablar ni que hacer nada. De ser por ella se habría quedado en el carro en espera del momento de volver a casa. Le aterraba ponerse de camino de nuevo, con tantos hombres malos acechando, pero el deseo de encontrarse de nuevo en un lugar conocido donde se sentia segura era más fuerte que su miedo.

Miro el suelo, no queria que sus ojos se cruzaran con nadie, no queria hablar, se limito a seguir de cerca los pasos de Yoren.

Lylian había pasado la parte final del camino a Cimera como casi toda la comitiva que la acompañaba, en silencio. Una vez que la adrenalina de intentar salvar su vida en un carro desbocado se había disuelto su cuerpo parecía estar agotado, trató de cerrar los ojos un par de veces mas su inquieta mente no le ofrecía el necesitado descanso.
Utilizó toda su resolución para mantener la mirada apartada del mayordomo herido tratando de centrarse en ella y en su hermana.Si a ella le había afectado la manera en que se había desarrollado el camino nadie era capaz de imaginarse que estaría rondando la mente de Grisel.
Agradeció que llegaran al castillo y pudieran abandonar abandonar el carruaje,lo que no pudo agradecer era que los caballeros estuvieran entrenando justo cuando llegaron, ya había tenido a su alrededor más violencia de la deseada.
Escuchó en silencio las palabras de Ser Yoren mientras trataba de recomponer algo su aspecto estirando sus arrugadas faldas y colocándose la capa.Tal vez así su desaliñado aspecto no sería delator del día por el que había pasado y podría pasar página de los terribles acontecimientos.
Una vez recompuesta se acercó con calma a su hermano y le susurró unas palabras que pretendían ser tranquilizadoras, -vayamos a presentarnos ante los anfitriones Grisel, una vez echo eso encontraremos descanso. Seguro que pueden darnos comida y un baño caliente, igual nos reconforta. Lo dijo con una sonrisa dulce hacia su hermana mientras pensaba si con esas palabras trataba de calmar más a Grisel o a sí misma.

En cuanto descabalgaron frente a las puertas de los edificios interiores del castillo, un nutrido grupo de criados de Cimera se encargaron de atender los caballos, descargar las maletas y cofres con que cargaban y todos los requerimientos necesarios para atenderles a ellos y a sus equipajes, y dejarles libres para poder reunirse con sus anfitriones y con algunos de los demás invitados que ya habían llegado. Viendo el estado de Ártur, un criado le sugirió al maestre Anselminus que lo llevase a uno de los edificios colindantes, donde el maestre de Cimera le ayudaría a atender sus heridas.

Pero antes de que fueran recibidos por los Harte, los criados les acompañaron hasta sus aposentos para que pudieran descansar un poco y asesarse después del viaje. Les anunciaron que aquella misma noche habían previsto un banquete de bienvenida para todos los invitados a la boda, y que por supuesto, ellos serían los invitados de honor para las dos familias que iban a unirse en matrimonio. 

Después de haberse quitado algo de la pesadez del viaje y del polvo del camino, el grupo al completo fue recibido por Lord y Lady Harte en el gran salón del castillo. Lord Gerard Harte y su esposa Lady Ella, mostraban las señales de fatiga que sólo se acumulan tras criar a unos hijos complicados, eso sí, estaban muy orgullosos de sus dos hijas. Haber conseguido un buen partido para su hija mayor y la paz con sus antiguos y acérrimos enemigos también les proporcionaba cierta sensación visible de alivio. Ambos se mostraban muy entusiasmados con una boda que les permitía cerrar antiguas heridas entre las dos casas. El conflicto les había costado las vidas de dos de sus hijos a lo largo de los años, y a decir verdad ambos estaban cansados y lo único que querían era poder cuidar sus tierras, mimar a sus nietos y tener algo que legar a sus hijos.

Lord Gerard era un viejo veterano de guerra con problemas de cadera producidos por una mala caída del caballo, su dolencia se notaba a simple vista pues no podía evitar cojear ligeramente. Aún así no había dejado de lado sus aficiones: la caza y la bebida bien cargada. Era un abnegado esposo, ambos cónyuges habían aprendido a amarse mutuamente tras compartir las alegrías y tragedias de la vida. La rolliza lady Ella parecía haber cedido a los estragos de la mediana edad, aunque lo llevaba bastante bien y se había esforzado mucho por preparar a sus hijas para que pudiera administrar sus propias casas y ser buenas esposas.

-¡Ah, los Serf! - Dijo con alegría cuando los vio entrar por la puerta del salón. -Estábamos esperándoos. ¿Qué tal el viaje?

Lord Gerard se levanto de su sillón y avanzó hasta ellos, cojeando ligeramente, para encontrarse a mitad del salón que ya estaba decorado de cara al banquete de aquella noche. Con las mesas colocadas a ambos lados de la alfombra granate por la que ahora caminaban. Había bancos de madera a ambos lados de las largas mesas, y los escudos y trofeos coleccionados por los Harte a lo largo de los años, así como algunas piezas de caza, decoraban las paredes.

Después de un corto pero agradable descanso en el que pudo asearse Lylian agradeció que les llevasen pronto en presencia de los señores de Cimera. Esperó al acercamiento de Lord Harte y con un una pequeña reverencia contestó a su pregunta de forma tranquila. -Lord Harte, lady Harte;les agradezco de corazón su hospitalidad para con nosotros; ha sido muy agradable después del viaje. El cual, debo añadir muy a mi pesar ha sido bastante desagradable.hizo una pausa durante la cual dirigió la mirada a su hermana, le preocupaba como Grisel podía reaccionar ante el recuerdo de lo acontecido en las jornadas anteriores. - Encontramos un grupo de personas que habían sido abatidas en la lucha y más adelante fuimos atacados por unos malhechores. Mas por suerte gracias a las habilidades de los hombres que nos acompañan todo ha pasado, ya estamos en Cimera y sin duda durante la celebración de los esponsales podremos olvidar todo lo ocurrido, pues no debemos olvidar que ea pesar de lo ocurrido en el trayecto todos estamos aquí para celebrar una unión.La cual esperamos sea bendecida con todos los dones de los Siete Reinos.

La frente de Yoren se frunció un tanto ante la franqueza de lady Lylian al hablar de lo sucedido en el duro trayecto, pero sonrió levemente ante el cumplido que siguió al breve relato. Siempre era agradable ser reconocido.

Por su parte, saludo a los señores Harte con una reverencia mas pronunciada, bajando la mirada. No fue mas allá sin embargo, prefiriendo dejar el peso de las presentaciones en otras manos, sobre todo por la inseguridad de cómo seria el trato con los bastardos que estos tendrían. Había quien los recibía bien, como tantos otros que desconfiaban o los repudiaban…

Los castillos eran y no eran su lugar. En verdad nadie en el mundo podía decir a donde pertenecían, salvo tal vez al Muro. Pero no era ese el camino que había elegido y no iba a cambiar de parecer ahora. Solo quedaba pasar los próximos días estoicamente, intentando hacer lo mejor posible para cuidar de las señoras y relacionarse con los invitados sin perjudicar la reputación de la casa que había jurado servir…

Grisel agradecio el descanso, se tumbo en la cama y se quedo en posición fetal hasta que no tuvo otro remedio que preparase. Se lavo y peino, se puso un vestido bonito y siguio a su hermana quedando tan cerca de ella que podría jurarse que era su sombra.

La joven no sonreia, miraba al suelo como si hubiera perdido la curiosidad que tanto la caracterizaba. Solo podía pensar en volver a su casa pero sabía que estaban allí para cumplir un encargo de su padre y contra antes lo terminaran antes estarian de vuelta.

Al llegar hizo la reverencia que tan bien sabía hacer y despues de hablar su hermana lo hizo ella, recordando lo que su padre le había sugerido que dijera al ver a los señores de la casa, aunque le costo no moverse movida por un escalofrio cuando su hermana hablo de lo acontecido en el camino.

-Nuestro padre me pidio que les hiciera llegar sus felicitaciones y su alegria por tan alegre acontecimiento, así como los mejores deseos para los nuevos esposos.- dijo la chica de carrerilla, tal como lo había memorizado. Despues volvio a quedarse callada, pegada a su hermana.

Saber que el maestre de Cimera le ayudaría con la recuperación de Artúr fue muy reconfortante. No sabía nada de él, pero en una casa de tanto prestigio seguramente sería un sanador experimentado, y un par de manos que hubieran pasado por las mismas rutinas de estudio en la ciudadela nunca estaban de más.

La bienvenida de los Harte, sin embargo, le resultó un tanto incómoda al maestre que permaneció en todo momento a la zaga de la comitiva frotándose las manos, sudorosas por el nerviosismo. Finalmente decidió imitar la reverencia de ser Yoren y no decir una palabra; ya sabía que los saludos y los honores de los harte estaban reservados a Lady Lylian, Lady Grisel, y a su ausente padre.

Para todo buen señor que tenía la responsabilidad de cuidar y proteger unas tierras, la noticia de que unos asaltantes merodeaban por sus dominios no era de buen agrado. Lord Gerard cambió el gesto alegre y sonriente por preocupación y enfado. Además las noticias que narraba Lady Lylian eran doblemente preocupante, pues significaban que había maleantes que asaltaban de manera reiterada a quienes cruzaban por sus caminos. Algo que, según la opinión de Lord Harte, se debía erradicar de raíz si no querían que esa actividad repercutiera en la economía de su pueblo.

-¡Por el amor de La Madre! - Exclamó indignado. -Espero que no os haya causado un grave perjuicio ese encontronazo. Decidme a qué altura ha sido, enviaré a mis soldados a patrullar los caminos de inmediato. -Lord Harte ya se encontraba haciendo un gesto a uno de sus sirvientes para ordenarle el encargo de ir a buscar al capitán de sus patrulleros. -No os preocupéis milady, ya estáis a salvo. Tras estos gruesos muros no hay qué temer. Pero atraparé a esos forajidos y les daré justicia ejemplar. El castigo para tales vilezas en esta tierra es cortarles los pulgares y enviarlos al muro. La muerte es un castigo demasiado breve para esas alimañas.

La última parte del viaje ha sido muy dura, mucho. Primero el desagradable descubrimiento de aquellos muertos viajando con mis sobrinas. Posteriormente somos atacados resultando muy malherido Ártur, él que todavía no se ha recuperado.

Aparte de todo esto el cuestionamiento de mi autoridad que me hace plantearme el marchar una vez devuelva a mis sobrinas a la que siempre había considerado mi casa. El que después de recordarles que el único con derecho a impartir Justicia es el Lord, decidieran ejecutar al líder de los bandidos no es mas que una muestra más. Al ser público aún lo, es más. Tampoco he tenido ningún éxito a nivel personal, logre salvar a mis sobrinas que estaban en peligro en el carro desbocado, pero a mi vuelta ya había concluido el combate.

Finalmente llegamos a Cimera y después de adecentarnos nos reciben Lord Gerard Harte y su esposa y ante la pregunta usual sobre como nos ha ido el viaje mi sobrina Lylian no logra contenerse y no responde con una fórmula de cortesía sino con la verdad.

Por cierto, debo hablar en privado con Lord Gerard sobre la ejecución de Ser Ander, es cuestión de días que se lo comuniquen describiéndole a quienes osan colgar gente en sus tierras, y con el estado de Ártur no habrá ninguna duda de que hemos sido nosotros.

– Os agradecemos vuestra hospitalidad, Lord Gerard, – girando ligeramente la mirada durante la leve inclinación a su esposa, – y Lady Harte. Los bandidos son plagas que van a la búsqueda de festejos o cosechas recién recogidas para asegurar el tamaño de las bolsas, siempre acuden.

Sonrió con dulzura al Lord antes de volver a hablar,-Lord Harte, lamento de corazón haber sido la portadora de tan desagradables noticias. No era mi intención alterar la paz y la alegría que deberían rodear los festejos del matrimonio. Después desvió un poco la mirada buscando a su tío, -Lamentablemente no creo que pueda ayudaros en lo que requerís, tal vez los hombres sean capaces de daros algún detalle. Me temo que con los nervios de lo ocurrido ni mi hermana ni yo podamos ser de mucha ayuda a la hora de recordar la ubicación u otros pormenores.

Ante estas palabras se adelanto; no iba a rehuir de lo que consideraba un orgullo.

-El que puede aclarar esos datos seria yo, lord Harte. +intervino, dando un paso adelante resonante + Soy Ser Yoren Piedra de Rapsodia, y sirvo a la casa Serf como su caballero.

Repitió su reverencia de saludo, aunque esta vez con un tono más leve. Cruzo las manos tras la espalda e irguió el pecho, mirando a los ojos al señor de la región.

- Los asaltantes que menciona lady Lylian nos atacaron a unas horas del pueblo de Celada, pero venían tramándolo desde antes; en una posada a un par de días de camino, ya estaban acechando a la espera de viajeros. E inclusive antes de llegar a ese lugar, fue donde encontramos a un par de caballeros desafortunados junto a su escudero, quienes fueron emboscados y muertos por estos rufianes.

-Por supuesto, la lucha no salió como pretendían y abatí a su líder, mientras que el resto se dieron a la fuga. Me temo que no podrá enviarlo al Muro, puesto que después de escuchar su confesión lo colgué. Incluso tuvo suerte de que lo dejara vivir lo suficiente para hablar, en lugar de solo matarlo en combate. +admitió sin vergüenza alguna+ No tengo ninguna paciencia o compasión por los que atacan a mis señoras o traicionan a otros caballeros.

Grisel no sabía que Yoren había hecho tal cosa. Miro a este fijamente sin saber como sentirse. Jamas había pensado que Yoren fuera capaz de matar a nadie de ese modo, en combate si, pero no ejecutandolo. El corazón le dio un vuelco en el pecho al oir tales cosas. Bajo la vista de nuevo al suelo, ordenando su cabeza y sus ideas.

Yoren le deba un poco de miedo ahora que sabía que podía matar a sangre fría pero tambien sentia una admiración distinta por la franqueza que confesaba algo así, de un modo tan honesto y valiente. Despues de todo ese hombre queria matarlos a todos, habia herido a una persona muy querida para ella y habian estado a punto de perder a otros miembros de su familia por su culpa.

La joven sintió que debia decir algo en defensa de Yoren, ya que no estaba claro que el señor de esas tierras se tomara a bien que se dispensara justicia por otra mano que no fuera la propia.

-Era un hombre muy malo.... dijo que iba hacernos cosas horribles a mi hermana y a mi.-añadio con un hilo de voz, esperando que eso fuera un punto a favor de Yoren.

La narración de Ser Yoren le provocó un picor en el hombro, allá donde le había alcanzado una de las flechas de los bandidos, aunque resistió el impulso de rascarse en presencia de lord Harte.

Al momento de contar cómo habían encontrado a los caballeros y su escudero el maestre avanzó un paso con intención de añadir algo más, pero le pudo el temor a la posible reacción de ambas familias y cerró la boca permaneciendo quieto como un clavo donde se encontraba, deseando que nadie hubiese notado su intento. Los caballeros atacados acudían a Cimera, al menos eso había dicho el escudero, y solo los dioses sabían que importancia tenían aquellos hombres para lord Harte, o la familia de la que provenían.

Mientras intento controlarme maldigo en silencio el que Ser Yoren no haya podido reprimir el reclamar la pieza delante de Lord Gerard Harte, y no en privado.

Es consciente de que ha usurpado su derecho a ser quien dicte la justicia en sus tierras, ¿como si lo considera incapaz de hacerlo?

Es evidente de que antes de que marcháramos lo habría sabido, ¿pero no podía consultármelo antes de decírselo al mismo Lord en público? Puede que opine como muchos caballeros que quien no es un ser esta por debajo de ellos, aunque teóricamente este a su servicio en el fondo nunca consideran que sea así.

Intento cruzar su mirada con la mía intentando que se modere antes de que enfurezca a nuestro anfitrión. Decirle que ha tenido que ocuparse el personalmente de juzgar y ejecutar a un salteador deja bien claro que no confiaba en que Lord Harte lo condenara. ¿Habrá olvidado que el Rey encomendó a la familia Serf que la boda transcurriera sin incidentes?

Por la reacción del maestre diría que pensamos parecido en que no debería haber dicho lo que ha dicho aquí y ahora.