Partida Rol por web

El nigromante sonríe.

Una vida no es igual a otra vida... Estas de aquí tienen cara, alma y sangre que se derramará a vuestros pies. Las vuestras son aun infinitamente más valiosas. No creo tener poder ni hombres como para deteneros, pero sí sé que puedo matar a varios antes de caer. Por mi señor el Múltiple que os prometo al menos dos muertes. ¿Quiénes se sacrificarán siendo los primeros?

Rie. Coje a uno de los niños y lo levanta manteniéndolo delante de él, como si lo usara de escudo.

Lucháis contra lo inevitable. Podríais vivir en lugar de morir. Salvar a unos cuantos y a vosotros mismos, dejando que los que ya están condenados tengan su destino. Daos la vuelta ahora y veréis el nuevo mundo que llegará tras esta noche...

- Mírame ¿Ves a ése de ahí? Es mi esclavo, era un paladín de algún dios del bien pero decidí quedarme con su alma y ya de paso con su cuerpo, es un sirviente fiel ¿Crees que me importan la vida de cualquiera de esos inocentes? ¿Crees que mis compañeros viajarían con alguien que esclaviza muertos de no ser capaces de aceptar determinados sacrificios? Al igual que yo has experimentado con la muerte, al igual que yo, dudo que temas la muerte en lo más mínimo. Se teme lo que se desconoce, y para nosotros dos no es más que una vieja amiga. Para una mente bien amueblada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura. Es algo que mis compañeros de viaje nunca entenderán. Es algo que nos está reservado a los estudiosos de la vida y la muerte, a los nigromantes. He visto tu laboratorio, ojeado parte de tu trabajo, y destruido el resto naturalmente. Podría aprender mucho de ti y quizás enseñarte también unas cuantas cosas. Pero los dos sabemos que no sucederá ninguna de esas cosas, porque de esta situación no saldremos los dos vivos. Sabes que no nos frenarán tus inocentes, y yo sé que no puedo dejarte con vida ni a ti ni a tus acólitos. Pero ambos somos hombres que no tememos a la muerte, nuestra vieja y familiar amiga. Tu me das a elegir entre dejarme ir y no matar a esos inocentes, o pelear y matarlos a todos y a algunos de nosotros. Yo te doy a elegir entre morir, o convertirte en mi esclavo para toda tu eternidad, o quizás almacenar tu alma en una joya, y enviarla al fondo del océano. Ni a ti ni a mí nos importa morir, es una vieja amiga, pero ambos hemos robado el alma de otros y ése sí es un destino que tememos ¿no es cierto? Seguro que prefieres unirte a tu dios en su ciudadela, es un destino un poco mejor. La decisión es tuya, pero en el momento en que viertas una sola gota de sangre de esos inocentes, tu destino como mi esclavo estará sellado para siempre. Y mi fiel paladín del bien y el orden dejará su lugar de fiel sirviente a un nigromante que me revelará todos sus secretos, que usaré para combatir al Múltiple, será un gracioso final a tu trabajo. Elije, y toma la decisión rápidamente, porque no tengo mucha paciencia...

Naldar escucha el susurro de Orphen y, acto seguido, un sudor frío le recorre por todo el cuerpo. Él no mataría a ningún inocente, pero es cierto que no tienen muchas opciones si quieren que los rehenes salgan con vida.  A menos que...

Naldar lleva su mano rápidamente a el carcaj y, en cuestión de unos pocos segundos, diez flechas salen del arco del elfo. Destino: una para cada sacerdote.

El nigromante calla mientras Arkaeron habla. Aún tiene la sonrisa socarrona casi intacta, pero no es difícil intuir una sombra de duda en su mirada. Un nigromante nunca se toma a la ligera la no-vida, y la amenaza de Arkaeron no le deja del todo indiferente.

Está a punto de abrir la boca cuando ve el rapidísimo movimiento del elfo. Tarda en reaccionar una fracción de segundo, por no esperárselo, pero cuando entiende de verdad lo que está pasando en su cara se puede leer el miedo.

La acción del elfo es tan rápida que un ojo humano no puede atraparla. Diez proyectiles salen del arco en una lluvia de flechas que barre la habitación. Diez sacerdotes esperaban cualquier señal del maestro nigromante para clavar sus cuchillos, y nueve mueren con una flecha sagrada clavada en sus gargantas o en el entrecejo. Una de las saetas vuela hacia el décimo clérigo pero un movimiento rápido de cabeza por parte de este le salva la vida y condena la de su víctima. El cuchillo ritual se clava en la carne...

La expresión de horror del nigromante de Erythnull se agudiza. Mirando al sacerdote que completa el sacrificio, la boca del brujo parece gritar "¡no!" sin tener voz para ello. La situación ha dado un vuelco, y el enemigo es suficientemente inteligente como para entender que la amenaza de Arkaeron cobra doble importancia. La sangre derramada sella su destino.

Cambiando en un parpadeo parte de su miedo por rabia, el nigromante hace un gesto y traga saliva para que su voz le responda lo justo como para conjurar algo...

El hechizo es demasiado rápido como para ser interrumpido. Kandalian se había acercado a hurtadillas al nigromante, pero está claro que el astuto brujo le vio y ni siquiera se ha dejado sorprender por el gnomo. Un gesto y una palabra mágica, y una pequeña cuenta dorada resplandeciente aparece flotando justo delante del nigromante de Erythnull. Inmediatamente después el conjurador ha desaparecido, teleportándose con un hechizo lanzado en una fracción de segundo.

El sacerdote superviviente se sabe tan muerto como el hombre que se desangra a sus pies, y no acierta a reaccionar. Todos reconocen el hechizo lanzado. La creación mágica es dorada, muy pequeña y parecer ser tan física que podría tocarse. Incluso Kandalian o Vanth no pueden dejar de ver el parecido entre la diminuta esfera y las que crea el conjuro de bola de fuego tantas veces usado por Arkaeron. La única diferencia es que esta esfera no se mueve y no ha explosionado... aún.

Kandalian queda momentáneamente hipnotizado por el conjuro. Nada bueno puede quedar de la maniobra de evasión del malvado nigromante. Las cosas ahora se ponen más feas si caben, puesto que hay que huir con nueve prisioneros y tres niños.

Dirigiéndose a ellos dice:

¡CORRED! ¡Todo el mundo fuera de la sala!

El gnomo señala el camino por el que han venido como indicación de salida para los inocentes. En un rápido movimiento busca salidas alternativas...

Desesperado añade: - Arkaeron, a menos que puedas neutralizar el conjuro creo que debemos salir de aquí todos pitando!!!

Esperando la respuesta del nigromante, el gnomo se prepara para emprender una carrera desesperada fuera de la estancia que le permita conservar su vida.

Buen truco, dos hechizos para dejar una trampa y salir huyendo. El debería hacer esto último, pero sólo por un instante vio a los inocentes allí atados, incapacitados para salir huyendo, y decidió intentar una acción desesperada y seguramente suicida, así que Arkaeron se concentó un instante y de su mano salió una luz verdosa contra la luz anaranjada que emitía la cuenta de poder. Por un instante las luces parecieron confundirse, pero sólo una resultaría vencedora.

Mientras el gnomo gritaba desesperado la huída de los inocentes, se da cuenta de que todas esas almas cándidas están ahora en manos de Arkaeron. Al estar atados e imposibilitados para correr, todo depende de la magia del mago. No habrá tiempo para que todos puedan salvarse.

Una agobiante cuenta atrás ciega ha comenzado.

El hechizo de Arkaeron baña con una luz blanquecina la cuenta dorada flotante. Durante un momento parece emborronarla, desenfocarla... pero el conjuro termina y la esfera sigue ahí, recuperado su aspecto inicial.

La acción es frenética durante unos segundos. Los más prácticos huyen, retrocediendo hasta los límites de la sala, protegiéndose tras alguna columna o en la esquina de la puerta de salida. Los más altruistas hacen algo por llevarse consigo al menos a algún prisionero. Arkaeron ha perdido un tiempo valioso en lanzar el conjuro de disipación y en aguardar, esperanzado, por su efecto. Naldar y Amnyin arrastran incansables a un par de humanos tratando de dejarlos fuera del área de efecto. Se entretienen demasiado en el rescate, y ellos mismos no han salido de la zona de peligro. Vanth corre hacia los niños...

Cargando con los tres infantes a la vez, el bárbaro se pone en zona segura. Amnyin y Naldar sacan a sus rescatados del peligro y levantan la vista preguntándose por qué milagro han podido hacerlo. Arkaeron, aun habiendo lanzado el conjuro, ha tenido tiempo de ponerse a salvo. Los que trataban de medir el tiempo han contado noventa latidos, quizá cien... Pasa algo raro.

Arkaeron, creyendo comprender, se acerca a la esfera flotante. La imagen de la cuenta dorada tiembla un poco y a continuación la ilusión visual desaparece. No era más que una quimera. Un hechizo de ilusión.

Hay medios mágicos de encontrar a un oponente, no importa cómo de lejos vaya. El nigromante sabía esto y probablemente la amenaza de Arkaeron le hubiera afectado más de lo le gustaría reconocer. Decidida la huída, la lealtad a su amo ya era irrelevante, y el nigromante de Erythnull valora mucho su alma como para arriesgarla por un acto de resentimiento destructivo.

Si con la ilusión mágica el brujo esperaba desconcertar de su huída y hacer perder algo de tiempo, lo ha conseguido.

Naldar saca su daga con cautela y decide dirigirse al sacerdote verdugo sigilosamente. Cuando ya se encuentra cerca de él,  lo agarra ágil y velozmente, aprisionándolo contra él y colocando su daga a la altura de su nuez.

Dónde está el clérigo que estamos buscando... habla

El sacerdote superviviente, el mismo que ha acabado con la vida del único prisionero que no ha podido ser salvado, no duda en hablar. Ya ha dejado atrás el concepto de lealtad.

Hay un atajo a través de las cocinas. Una puerta secreta en la pared del fondo señala hacia el pasillo que hay más allá de la siguiente puerta y luego unas escaleras.

El hombrecillo tiembla.

No me mates.

- No se me dan bien estas cosas y ya acabo de caer en una trampa, no quiero caer en otra. ¿Alguien sabe si dice la verdad?