Partida Rol por web

Bien.

Genial ahora tendré que aguantar un estandarte y apenas participar....

La cara de Orphen cambia a un posado serio.

Aunque ya estaba anocheciendo cuando llegaron a sus respectivos puestos, la espera se hace larga. La sensación de estar al borde de un abismo es casi peor que el fragor de la lucha, y los hombres están nerviosos. El núcleo del ejército de Berfôska son sus caballeros, casi todos nobles con entrenamiento formal y cierta experiencia, pero la mayoría de los combatientes son milicianos no demasiado más preparados que los valientes aldeanos de Asbrav. Además, los miembros de las órdenes de caballería están inquietos e incómodos con su situación. El glorioso ejército de caballería está acostumbrado a combatir en la llanura, con amplia maniobrabilidad y al viejo estilo. La mayoría nunca han defendido una ciudad, y el pensamiento general es que más valdría montar a caballo y cargar contra lo que viniera.

En todo caso, la información de la que dispone hace a los líderes ser prudentes. Demasiado se juega en esta batalla como para tomarla a la ligera.

Tras lo que parece una eternidad, las nubes negras del Oeste han avanzado y se posan sobre la ciudad. Lo que parece un mal presagio en principio, pronto demuestra ser mucho peor de lo esperado.

Los nubarrones oscuros comienzan a descargar lluvia. Los petos, camisas y armaduras se manchan por las gotas que no son de agua. ¡Llueve sangre! Se escuchan gritos por doquier, los hombres menos disciplinados abandonan sus puestos, aterrorizados, incluso los caballeros dudan y sientes un escalofrio al presenciar tal exhibición de un poder tan maligno. Un Milagro del Mal. En un lado y el otro de la ciudad, los líderes tienen como único trabajo de repente mantener las filas, y los dirigentes de las órdenes y sus capitanes se hacen pocos para inspirar coraje en medio de tal caos.

Mientras tanto, al Oeste, y también en la puerta Noreste, comienzan a verse las luces de centenares, millares, de antorchas. Aún están fuera del alcance de cualquier arco, pero se acercan.

A Kurgan le pilló por sorpresa la lluvia de sangre. Estaba mirando hacia el cielo como la mayoría cuando le cayó una gota en medio de la frente. Intuyó enseguida que no era agua, pues era demasiado espesa y al tocarla con los dedos y mirarla comprobó el color de brillante carmesí.

Al momento lo que eran unas pocas gotas se convirtió en una verdadera lluvia y contempló como el pánico cundía a su alrededor. Pero para el semielfo la reacción fue diferente a la de muchos otros, en la cara del guerrero no se intuía ni un atisbo de terror, solo se veía una mezcla de ira y asco por igual.

El Filo del Ocaso sabia que a aquellos hombres que tenia alrededor les hacia falta una voz que les devolviese la entereza, con palabras de valor y ánimo. Pero el no era muy bueno en eso, por lo tanto, decidió decirles en voz alta algo que pudieran entender, y tal vez les produciría el mismo efecto. Su tono, mas que de un líder carismático, era la de un padre severo e iracundo.

¡No os mováis de vuestros puestos!, o caeréis bajo mi arma en vez de la de vuestro enemigo, y os prometo que con él al menos tendréis una oportunidad..... ¿que os pasa majaderos?, no es mas que sangre, os aseguro que antes de que amanezca los charcos os cubrirán los tobillos, pero no será de la sangre caída del cielo, será la de los cuerpos de vuestros enemigos.

No tengáis piedad y encomendaros a Vecna, por que será el único que podrá escuchar vuestras plegarias..... Apretad los dientes y pensad que no he viajado desde tan lejos para morir aquí....Kurgan está con vosotros.

La ultima oración estaba tan cargada de confianza y arrogancia que podría haber llenado el espacio de decenas de pies alrededor.

Vaya! Vivir para ver... se dice a sí mismo el gnomo usando uno de los refranes preferidos de los de su raza.

Sin hacer caso al revuelo que se monta ante tamaño hecho, Kandalian entorna los ojos e intenta vislumbrar algo en el enemigo. Quizás así pueda conseguir informar de algo concreto a los compañeros y ahuyentar sus miedos.

Naldar estaba concentrado mirando por donde aparecería el enemigo, apenas se dio cuenta de lo que caía era sangre, esperaba lluvia, pero tubo que girarse a ver que pasaba y por que muchos abandonaban su puestos, todo el mundo corría a doquier asustados y algo enloquecidos y el motivo se reflejaba en sus rostros manchados e impregnados de la sangre que caía del cielo... Naldar apenas podía creer lo que veía, tenía que ser una ilusión, o al menos eso pensaba, escuchó las palabras duras de su compañero, que intentaba que los hombres no abandonasen sus puestos, y Naldar debía hacer lo propio, pues sino, la batalla estaba de antemano perdida...

 - Quietos!!! Que no os engañen vuestros sentidos humanos, es una estratagema del enemigo!!! Si teméis por vuestras vidas aguardad en el sitio, si queréis tener una oportunidad de vivir... De lo  contrario todos moriremos... Insensatos guardad vuestros puestos, el combate empezará de inmediato... Lo que veis es un engaño!!!

Naldar esperaba que sus palabras influyeran en algo, pues lo tendrían muy difícil si no era así...

La lluvia de sangre teñía de rojo el lugar y comenzaba a hacer mella en la moral de las tropas... y no solo de las tropas. El propio bárbaro quedó paralizado ante tal horror, un preludio de una historia de masacre, muerte y mutilación que estaba a punto de escribirse.

Tan solo es magia para dañar nuestra moral, no es sangre, no es sangre, no es sangre... Se repetía una y otra vez Vanth tratando de desbloquear sus ojos y su cuerpo, bloqueado casi completamente por el pánico

El máximo dirigente de entre los encargados de defender la puerta Oeste había montado en su caballo para recorrer la muralla instando a los hombres a conservar su puesto. Ha vuelto a las mismas puertas, para asegurarse de que nadie abandona ese punto tan vital. Lo cierto es que su mera presencia parece bastante inspiradora, porque ninguno de los Caballeros de la Redención a su cargo ha titubeado, y los reclutas cercanos a él se han esforzado por no mostrar signos de debilidad.

Además, las palabras del semielfo y del elfo han servido a muchos para no mostrar flaqueza. Aunque podrían ser los menos dados a heroicidades, la milicia de arqueros aguanta en su sitio, siguiendo el ejemplo de Naldar.

Cuando Bohemond baja de su caballo para recuperar su lugar, se detiene un segundo para dedicarle a Kurgan una mirada de reconocimiento. Tras eso, se dirige directamente a las escaleras de piedra que llevan sobre la muralla.

Derek, Arkaeron, Kurgan... arriba. Naldar... contén a los arqueros. Que nadie dispare aunque entren en alcance. Les enseñaremos que también tenemos magia que hacer llover sobre ellos.

Al decir estas últimas palabras dirige la mirada hacia Arkaeron, y al llegar a su puesto en lo alto del muro, Bohemond dirige a las tropas que se acercan una profunda mirada bajo su casco demoníaco.

Que prueben el Infierno...

Derek sigue a Bohemond con la misma mirada de respeto, casi fanatismo, hacia Bohemond que muestran los demás de su orden. Sus hombres parecen capaces de seguirle hasta el mismo infierno, y su valor hace pensar que tal vez ya lo hayan hecho.

Sin preocuparse por la lluvia de sangre, Derek no desenvaina su espada ni se embraza el escudo aún. Se limita a murmurar una plegaria en voz muy baja una vez llega a su puesto sobre la muralla. A diferencia de otras veces, el caballero no reza con los ojos cerrados, pues no tiene ninguna intención de perderse lo que está a punto de pasar. No se puede ver a Bohemond usar su poder con mucha frecuencia, y siempre es digno de ser contemplado.

Diana no deja afectarse por aquel tenebroso suceso. Todos los Caballeros del Gran Reino parecen inmunes al horror provocado por la lluvia de sangre, y su resolución se contagia a los hombres cercanos.

¡Aguantad!

Por un momento la mente de Orphen se nubla, la sangre regalimando por el la cara después de acumularse por el pelo, empieza a minarle la actitud, los caballos no ayudan, sus relinchares se escuchan desde las murallas, aunque en toda noche oscura siempre puede haber velas, la voz de Diana resuena entre la posición, y una inyección de valor inunda a los hombres, incluso Orphen nota como la moral se recupera de los hombres junta la suya.

Envuelto en mis cabilaciones me situo en mi puesto, poco a poco la extraña lluvia empieza a caer, pero hasta que los milicianos empiezan a gritar no me doy cuenta de ello, sigo las instrucciones de mi comandante y me situo en la parte alta de la muralla.

Alzo la vista al cielo y sonrio, despues me giro hacia las tropas.

Que narices os pasa, panda de cobardes. ¿Es que no recordais para que estamos aqui? Esta es la ultima resistencia, SOMOS la ultima resistencia, si nosotros caemos, todo caera con nosotros.
Olvidad esta estupida lluvia, estamos aqui para derramar la sangre de nuestros enemigos, ¿que mas da que hayan decidido empezar a derramarla antes de entrar en combate?
No debemos flaquear; ¡¡No podemos flaquear!! Si el enemigo os golpea, ¡¡matadlo!!; si os cortan las manos, !!pateadles el trasero¡¡; si os cortan las piernas, ¡¡miradles con odio hasta que vuestra mirada atraviese su corazon!!
Pensad en toda la gente que depende de nosotros, vuestra familia, vuestros amigos, vuestros camaradas...
El enemigo cuenta con arrasarnos, ¡¡Demostremosles de que estan hechos los caballeros de Berfôska!!
¡¡¡Luchad por vuestras vidas, por el voto que hicisteis y por Berfôska!!! Alzo el puño y grito con fuerza ¡¡Victoria o muerte!!

Como queriendo aprovechar al máximo la terrible manifestación de poder convocada en forma de lluvia de sangre, las primeras tropas del ejército invasor aparecer por el Noreste. Solo parece una avanzadilla, una ínfima parte de la horda, y aún así resulta atemorizante. Tal vez unos doscientos gnols se acercan directamente hacia la puerta. En la parte posterior de su dispersa formación hay algunas antorchas, pero la mayoría avanzan a oscuras.

El grueso de los defensores de la puerta Noreste ha aguantado en su puesto, alentados por el ejemplo de los héroes de Asbrav y por la presencia de varios de sus poderosos líderes. Todos los capaces de lanzar algún ataque a distancia han ocupado su puesto sobre la muralla, y llega el momento de resistir y causar el mayor número de bajas posible antes de forzar el cuerpo a cuerpo.

Kandalian queda soprendido por el imponente número de enemigos que se acerca, rabioso y lleno de odio, contra la muralla noreste de la ciudad.

Por un momento piensa en sacar su honda y empezar a lanzar proyectiles, pero sabe que eso será casi inútil. De momento... Así que se concentra en valorar el armamento a distancia que lleva el enemigo y en esquivar una posible flecha ponzoñosa.

Orphen empieza a perder la paciencia...tiene ganas de empezar el combate, y aunque es imprescindible toda la parafernalia del temor antes del combate, le gusta sin dudarlo estar quien lo provoca que no quien lo recibe.

Y ahí vamos.

Orphen pone el escudo terminando de proteger su cuerpo (justo delante) solo sacando la cabeza observando el panorama.

Las tropas enemigas se acercan hasta estar al alcance de los arcos. Desgraciadamente, los arqueros aún están conmocionados por el miedo, y hacen falta algunas órdenes por parte de Hagen para que empiecen a preparar sus arcos. Para entonces, los más perspicaces sobre la muralla ya se han dado cuenta de que los gnols que se acercan cubren el avance con sus propios proyectiles. Casi la mitad de los atacantes tiene ballestas, potentes y mortales, fáciles de usar incluso en medio del combate. Aunque no puedan recargar más que una vez, o con suerte dos, resulta ser el arma perfecta para los ofensores contra un puesto bien defendido.

Kandalian da un grito de aviso que salva varias vidas. Una enorme piedra ha caído contra la muralla, lanzada a saber de dónde. Si los atacantes tienen máquinas de asedio, la prisa por el cuerpo a cuerpo es bastante mayor. A un lado y otro se intercambian disparos, resultando las primeras bajas del conflicto. Las bestias atacantes reciben la hondonada de las primeras flechas sin inmutarse, a pesar de que se causan blancos y hay varios muertos. Los defensores están mucho mejor protegidos, tras la muralla, pero la inferioridad numérica hace que las bajas resulten mucho más importantes. Un arquero cae de la muralla abajo, atravesado por la saeta de una de las ballestas.

Vamos a probar...

Orphen saca una honda y la carga con una bala bien equilibrada. La propulsa y la suelta a ver donde va a parar, sin dejar de cubrirse con el escudo contra las saetas.

¡Qué demonios!

Al ver la maniobra de Orphen, Kandalian se decide a lanzar también un proyectil. Su velocidad le permite lanzar dos, pero decide invertir parte del ataque en la defensa y quedarse bien parapetado evitando las mortales flechas que caen en legión. Su escasa estatura contribuye a este menester.

El ejército enemigo se acerca cada vez más y, haciendo caso de las órdenes de Bohemond transmitidas por Naldar, los arqueros contienen el fuego aún habiendo entrado el enemigo en su alcance.

El líder de los Caballeros de la Redención sujeta su cadena con una mano y apunta a la horda con la otra. Gritando, con una voz poderosa que resuena en todo el campo de batalla, el clérigo conjura todo su poder contra el enemigo. Un anillo refulge en su dedo, y la voz, aún hablando en un idioma incomprensible, suena magnética e hipnótica. A decir verdad, habla en un idioma que debe ser gnol, o tal vez trasgo, y parece más dirigir un discurso contra los enemigos que se acercan, que lanzar un conjuro.

La tropa de gnols, como una marea de bestias, se detiene, oscila y luego se dobla contra sí misma. Un regimiento de los salvajes humanoides se han lanzado contra sus compañeros y ahora luchan fanáticamente contra los que antes eran sus hermanos. El avance del ejército se detiene, sorprendido por la traición masiva, y en ese momento es cuando Bohemond, y los jefes de pelotón haciéndole eco, lanzan las órdenes.

Ahora...¡Disparad!

La señal va tanto por los arqueros como por los lanzadores de conjuros, entre los que Arkaeron es el más cercano a Bohemond. Incluso tres enormes trolls que habrían la marcha de la horda parecen demasiado ocupados combatiendo a sus contendientes cercanos.