El ambiente alrededor de Ephidel se tornó inquietantemente estático. El ruido del agua goteando en las paredes húmedas de Oceanus cesó de forma abrupta. Las luces bioluminiscentes que danzaban en las paredes quedaron suspendidas en el aire, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse. Incluso el tenue murmullo de los compañeros de Ephidel detrás de él se apagó, sus movimientos congelados en un instante eterno.
Ante él, el aire se partió con un susurro gélido. Una figura inmensa emergió de la nada, su presencia tan abrumadora que parecía que el espacio mismo se curvaba a su alrededor. Era Chronos, el Titán del Tiempo, un ser cuyo poder eclipsaba incluso las fuerzas más antiguas del Inframundo.
Su silueta era un mosaico de relojes y engranajes, su cuerpo una amalgama de lo etéreo y lo tangible. Su rostro, oculto tras un velo dorado, emanaba una autoridad que se sentía tanto como se veía, como si la mirada de aquel que contemplaba lo infinito pudiera perforar hasta el alma más oculta.
-Ephidel,- su voz resonó, profunda y vibrante, como el eco de mil eras colisionando en un único punto. -He observado tus pasos. Tus acciones, tus pensamientos... incluso en la vasta inmensidad del tiempo, eres un fragmento que destaca.
El joven, atrapado en la paradoja de un momento eterno, sintió un escalofrío recorrer su columna. Chronos dio un paso hacia adelante, y cada paso resonó como si los segundos se rompieran bajo su peso.
-¿Por qué servir a los dioses que ignoran tus talentos? ¿Por qué permitir que tus habilidades sean desperdiciadas en esta cruzada sin sentido contra mí?- Chronos extendió una mano, adornada con anillos de tiempo que giraban infinitamente. -Te ofrezco algo más, Ephidel. Te ofrezco la eternidad. Únete a mis huestes, y no solo serás parte de algo mucho más grandepodrás trascender las cadenas del destino y esculpir una realidad que otros solo pueden imaginar.
El silencio que siguió era denso, casi insoportable, mientras Ephidel miraba aquella mano extendida. El Titán no apresuraba su respuesta, pues para él, el tiempo no tenía prisa. El momento era suyo para moldearlo como un escultor con su obra.
-Piensa en ello,- añadió Chronos con una suavidad que era casi paternal, aunque no menos intimidante. -Eternidad, Ephidel. O la condena de aquellos que se interponen en mi camino.
Y con esa última palabra, Chronos esperó. El tiempo alrededor de Ephidel permaneció congelado, dejando al joven atrapado en una encrucijada literal y figurada, con la figura del titán aguardando su respuesta en un vacío de segundos inmóviles.
Sorprendido aunque mi cara no lo demostraba Chronos estaba ofreciendome ayudarlo - Acepto, después de todo no le debo nada a ningún Dios, sería mi forma de demostrar mi autonomía, una que no tuve mientras vivía.
El tiempo parecía detenerse, como si todo el universo aguantara la respiración ante la respuesta de Ephidel. Una risa grave y resonante llenó el espacio, extendiéndose más allá de lo visible, como un eco infinito que perforaba los rincones del Erebus. Chronos, la figura imponente y omnipresente, inclinó ligeramente su cabeza, complacido.
-Sabia elección, Ephidel,- murmuró su voz, tan profunda como el mismo abismo. -La autonomía es un lujo que pocos se permiten, y menos aún logran alcanzar. Pero tú... tú me has demostrado que entiendes su verdadero precio.
Un movimiento sutil de su mano, y las sombras a su alrededor comenzaron a danzar como si estuvieran vivas, moldeándose en formas abstractas y caóticas. Chronos extendió una esfera de luz tenue y giratoria, que parecía contener fragmentos del tiempo mismo.
-Acepta esto, mi fragmento de eternidad. Úsalo para cumplir mi voluntad, para demostrar a los demás que no hay necesidad de dioses... Solo el tiempo prevalece. -El titan dio un paso hacia atrás, su presencia disipándose lentamente en el aire, pero su voz permaneció. -Cumple tu parte del trato, Ephidel. Y recuerda... el tiempo siempre está mirando.