Partida Rol por web

Las ruinas de Ephyra se alzaban como un cadáver desmembrado. El humo de las hogueras aún flotaba en el aire, y el hedor a sangre y carne quemada se mezclaba con la sal del mar. Entre los escombros, avanzaba una figura imponente: Heracles, con su garrote descansando sobre un hombro, caminaba con la seguridad de un dios y la arrogancia de un rey.

-¿Y esto qué es? -bufó al ver a una solitaria figura entre los restos de una antigua plaza. Zita alzó la mirada, su expresión impasible. La armadura del héroe brillaba con restos de batalla, sus músculos tensos como los de un león en reposo. Heracles soltó una carcajada áspera. -¿Y qué demonios se supone que eres tú? ¿Una ayuda para esta carnicería?

-Escucha, niña -continuó Heracles, girando su garrote entre los dedos- no tengo tiempo para niñeras de los dioses ni para despojos de tragedia. Si piensas que puedes ser de ayuda en la superficie, mejor vuelve a gatear de donde saliste.

Heracles sonrió con burla y se acercó con paso pesado.

-Ah, pero antes... -murmuró, inclinándose apenas- Mira lo que tenemos aquí... -Con la rapidez de un ladrón experto, su mano atrapó la bolsa de monedas de Zita y la alzó frente a sus ojos. Pesada. Oro. -Oh, esto sí que es útil. No como tú.

Zita frunció el ceño, pero Heracles ya había echado la bolsa a su cinturón y se giró como si la conversación hubiera terminado.

-Hazme un favor: desaparece -dijo sin mirarla, caminando hacia la salida de la plaza- Aquí arriba hay verdaderos problemas, y no tengo paciencia para inútiles que creen que son parte del juego.

El eco de su risa quedó suspendido entre las ruinas cuando se perdió entre las sombras del caos.

Zita solo se permitió respirar cuando Heracles hubo desaparecido de su vista. Intuía que el precio a pagar por aquel encuentro hubiese podido ser mucho más alto…

Zita se había quedado con un regusto amargo en la garganta tras el encuentro con Heracles y decidió intentar congraciarse, aunque solo fuese un poco, con él. Cogió el nectar y lo sujetó con las dos manos hacia arriba, en una clara señal de ofrenda.

Heracles arqueó una ceja al ver cómo Zita extendía su mano, ofreciéndole un frasco con el resplandeciente Néctar de los Dioses. Por un instante, su actitud engreída vaciló. Observó el líquido dorado con una mezcla de sorpresa y codicia, reconociendo su valor de inmediato. No esperaba que alguien como ella tuviera algo tan preciado.

-Vaya, vaya… -murmuró, tomando el frasco con una sonrisa ladeada- No pensé que una mocosa como tú tuviera algo digno de un verdadero héroe.

Levantó el frasco, examinándolo a contraluz. El aroma era inconfundible, la esencia misma del Olimpo. Sin duda, un regalo que incluso él debía reconocer. Chasqueó la lengua y rió entre dientes.

-Está bien, está bien… No digas que no soy generoso. -Metió una mano en su cinturón y sacó algo, lanzándoselo a Zita con un gesto casual- Toma. Algo a cambio, para que no digas que Heracles no paga sus deudas.

Su sonrisa arrogante no desapareció, pero en sus ojos brillaba un destello de interés antes de girarse sobre sus talones.

-No te acostumbres a esto.

- NADA -