Partida Rol por web

El grito de las almas resonó en la mente de Melinoë mientras sus ojos, oscuros como el abismo, se fijaban en Chronos. El tiempo había jugado con ella, la había doblegado, la había reducido a una niña y luego a una anciana. Pero ahora... ahora se alzaba como la diosa de la Noche y de los Muertos Olvidados.

Con un rugido que parecía surgir desde lo más profundo del Tártaro, Melinoë cargó contra el Titán. Su hoz brillaba con un fulgor ébano y su daga desprendía un resplandor verdoso, impregnado de la esencia de almas olvidadas. Cada paso era una declaración de guerra contra el tiempo mismo.

-¡TU PODER NO ME DEFINE, CHRONOS!- gritó con furia desgarradora.

Saltó, girando en el aire con agilidad sobrenatural, y hundió su hoz en el pecho del Titán, mientras la daga se clavaba en su costado. El tiempo pareció detenerse por un instante. Chronos, el inmutable, el eterno, cayó de rodillas, su aliento tembloroso, sus ojos desbordados de incredulidad. Su esencia se deshacía lentamente en destellos dorados mientras intentaba respirar, como si el peso de los siglos lo aplastara por primera vez.

Pero Chronos no era un ser que aceptara la derrota con facilidad. Aun arrodillado, su risa grave y quebrada resonó como un eco de mil años de arrogancia.

-¿Creíes... que esto es suficiente? -Su voz era como un trueno lejano, cargada de rabia y desdén- ¿Derrotarme con una simple hoja afilada?

Con un esfuerzo brutal, se levantó, su figura deformándose y recomponiéndose mientras su herida brillaba con una luz dorada. Alzó sus brazos y el cielo se rasgó como si fuera un lienzo viejo, revelando un vacío abismal más allá del tiempo.

-Yo soy Chronos, el principio y el fin. No hay victoria contra mí, porque yo soy el ciclo interminable, la repetición infinita. ¡Mírame bien, Melinoë, porque serás testigo de la eternidad de tu propia desesperación!

Con un gesto de su mano, la realidad se desmoronó y todos fueron arrastrados hacia un mundo suspendido en el tiempo. Allí, flotando en un vacío sin fin, se extendía un colosal reloj gigante, sus múltiples manecillas doradas afiladas como cuchillas. Relojes de arena giraban en el aire, derramando granos brillantes que caían hacia la nada.

El combate fue feroz. Melinoë, cubierta de heridas, jadeante pero inquebrantable, se movía con una determinación que desafiaba incluso al tiempo. Saltó de una manecilla a otra, esquivando ataques que podrían haber detenido el corazón de un dios.

Con un grito final, reunió el poder de todas las almas olvidadas que clamaban justicia. Su hoz y su daga se iluminaron con una luz negra y verde intensa. Se lanzó contra Chronos, atravesando su defensa como si nunca hubiera existido.

La hoz se hundió profundamente en su pecho, mientras la daga se clavaba en su garganta. Chronos soltó un grito que resonó a través del tiempo y el espacio, una cacofonía de siglos de dominio desmoronándose en un instante.

Chronos cayó al suelo del reloj gigante, sus fragmentos dorados empezando a desintegrarse. Pero incluso en la derrota, su voz resonó con la amenaza de lo eterno.

-Esto... no termina aquí, Melinoë. -Su rostro se deformaba en una mueca de dolor y furia mientras se deshacía poco a poco. -Has ganado una batalla, pero mis huestes ya asedian el Olimpo. Éste será el fin de los dioses. Mientras yo tarde en regenerarme, el tiempo seguirá su curso. Porque el tiempo es inmutable...

Con esas últimas palabras, su cuerpo se desintegró en arena dorada, esparciéndose en el viento del vacío, dejando solo el eco de su advertencia y la ominosa certeza de que el tiempo nunca se detiene.

Con la derrota de Chronos, la luz dorada del tiempo distorsionado comenzó a desvanecerse lentamente, llevándolos de regreso a la imponente Sala del Trono. Las columnas resplandecían con una luz tenue, como si hubieran despertado de un largo sueño. Sin embargo, no todos estaban presentes. Remus Lupin no había regresado. Su ausencia era un eco doloroso entre los presentes.

-Se ha quedado atrapado en el espacio del sin-tiempo -murmuró Melinoë, con una voz pesada por la pérdida- No hay forma alguna de recuperarlo.

El vacío que dejó su desaparición pesaba más que cualquier herida de batalla.

El eco del combate contra Chronos aún resonaba en los corazones de todos, pero una nueva tragedia se manifestaba en silencio. Atalanta, la cazadora intrépida de pies ligeros, había quedado paralizada en el tiempo, su cuerpo congelado en un instante eterno.

Melinoë se acercó, observando el rostro detenido de su aliada, una mezcla de fuerza y determinación atrapada para siempre en un fragmento del tiempo.

-No puedo liberarte -susurró Melinoë, con pesar- Pero puedo devolverte a casa.

Con un último gesto de respeto, Melinoë envió a Atalanta de vuelta a The Crossroads, el lugar donde convergen los destinos, con la esperanza de que algún día, en alguna era futura, el tiempo la alcance de nuevo.