Partida Rol por web

Juego de Tronos - Castillo de Aguasclaras.

Lo que aconteció después. - Parte II.

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27/08/2014, 19:24
Lady Patricya Florent, esposa de Ser Otter Crakehall.

Año 151. Torneo.

- Y éste es Lord Allos Swan - dijo Lady Marina Castemere - No sé si ya os conocéis. Lord Swan era ya un hombre algo mayor, pero aún se mantenía lo suficientemente bien como para viajar en Invierno. - Oh, sí - dijo Patricya mirándole mientras sonreía amablemente. - Cuando era niña fui a la boda de vuestra hermana Elyse. Recuerdo que vuestra madre fue muy acogedora, y vuestro padre bajaba a jugar con los niños... - Patricya se calló al ver la expresión de hombre, que había pasado de una sonrisa amable a clavar sus ojos en Patricya con una mueca de desagrado. En el momento en que ésta se calló, Lord Swan hizo una seca reverencia y se alejó.

Patricya observó confundida como el hombre se alejaba a grandes zancadas. Durante unos momentos frenéticos repasó sus palabras en su mente una y otra vez, sin entender que podría haber pasado, que podría haber turbado de esa manera a Lord Sw... Elyse. El nombre resonó en su cabeza como un trueno. Lady Elyse Swan... ¿Cómo había podido ser tan tonta como para no acordarse? Patricya era sólo una niña pequeña, pero todos los asistentes de la boda -y en realidad, todo Poniente - se enteraron del escándalo. Patricya recordaba a sus padres riendo sobre el tema en la intimidad de su hogar, a las sirvientas cuchicheando, las miradas avergonzadas de los Swan.

Lady Elyse era la primogénita, y entre todas las hijas del ya fallecido lord Kennard Swan, su orgullo y su preferida, por su insuperable belleza y sus suaves modales. Había conseguido comprometerla con nada menos que un Lannister, y orgulloso organizó un torneo y una fastuosa boda a la que acudieron representantes de casi todas las Casas de Poniente. El día antes de la boda, Lord Swann fue a las caballerizas acompañado de Lord Lannister con la intención de enseñarle el fabuloso corcel que había comprado para su futuro nuero. Y ahí, en las caballerizas, ambos se toparon con Elyse... Y uno de los mozos de cuadras. Fuera de sí, su padre decidió arrancar de ella aquello que había usado para deshonrar y avergonzar a su familia, así que en ese mismo momento y con su propio puñal le cortó la lengua. Al día siguiente la mandó con las Hermanas del Silencio.

Nadie volvió a saber de Elyse, pero las noticias volaron rápido por todo Poniente e incluso saltaron el mar: desde Invernalia a Braavos todo el mundo hablaba de ello, para vergüenza de la familia Swann. Ahora casi nadie lo recordaba, incluída Patricya, que había cometido la torpeza de mencionar a Elyse.

Patricya no podía dejarlo pasar. No sólo porque no quería enturbiar sus relaciones con ninguna otra Casa, sino porque además imaginaba cuál era la razón por la que Lord Swann había decidido viajar en Invierno, y a un torneo de no muy alto renombre: era su acompañante, su hija Rowenta. Rowenta era delgada y bajita, con el pelo negro siempre recogido en trenzas en su nuca. Tenía la barbilla fina, los labios pequeños y la nariz puntiaguda, lo que le daba cierto aspecto de ardilla, pero en conjunto se podía decir que era una mujer de presencia agradable. Tenía veintidós años y seguía soltera, en parte porque su belleza no deslumbraba y, además, su personalidad era algo difícil. - Se cree que lo sabe todo - gruñían las otras damas cuando Patricya preguntaba por ella.

- Bueno... Al menos parece una chica de fuertes opiniones - pensaba Patricya - Alguien capaz de llevar la iniciativa. Eso es lo que necesita Horace.

- Lord Swan... - Patricya puso una sonrisa cándida y se sentó al lado del hombre, que se sentaba solo en un banco del Septo. - Perdonadme por mi torpeza. Era sólo una niña... Y mi único recuerdo es la dulzura de vuestra madre y la caballerosidad de vuestro padre. - Lord Swan pareció ablandarse un poco. Siempre había tenido cierta debilidad por las damas, y Patricya lo sabía. - Además, yo os he guardado un secreto por muchos años: sé que fuisteis vos el que llenó de boñiga de caballo las botas de montar de Lord Lannister - dijo tapándose la boca mientras se reía en un gesto inocente - Mantendré el secreto si me perdonáis.

Ésto último consiguió arrancar una risa del hombre, que por fin bajó la guardia y comenzó una conversación con Patricya en términos amigables. Cuando vio el momento adecuado, Patricya comenzó a tantearle acerca de su hija. Lord Swan parecía dispuesto, pero era un hábil negociador y la posición de Patricya no era fácil... Especialmente después de que el patán de su hijo perdiese contra un enano. Podría haber conseguido un trato mejor, si Horace no hubiera hecho, otra vez, el ridículo, pero al menos consiguió sellar el acuerdo.

Rowenta Swan se convertiría en Rowenta Crakehall en el año 153.

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27/08/2014, 21:19
Forestal Darién "Piel de Lobo".

Viñeta Año 149. 

Mención: Din; Porbis; Ser Hadder

Intervinientes: Dhur y Vesania.

Si bien el nunca se sintió inmortal, Darien pensaba que su vida sería sesgada tarde o temprano por un enemigo en combate y con suerte, tras una vida larga y plena como su tatara abuelo Sorem. Pero el clima le había jugado mala pasada y por culpa del frío casi se lo llevo el Desconocido. Sin embargo Din, a quien había considerado su mentor y prácticamente su amigo, no tuvo tanta suerte y falleció junto a uno de sus hijos; al igual que tantos otros dentro del feudo-

-Y yo los hubiera acompañado si no fuera por Vesania- pensaba en el Septo mientras terminaba de honrar a la Vieja por brindarle la sabiduría a su salvadora. Cuando estaba por salir se la encontró de pie, observándolo con su mira dura, fría y estoica. Cuando se acero a ella le hizo una reverencia con la cabeza y le dijo:

Señora mía, lamento lo de Porbis se que era importante para usted - tras esas pocas palabras calló abruptamente durante unos segundos antes de continuar. -Además quiero repetirle que nunca podré agradecerle y recompensarla lo suficiente, por lo que usted hizo por mí. Debe saber que cuenta con mi amistad incondicional y que puede pedirme lo que sea. Ojala los Siete le den una vida larga y prospera-. 

Tras las torpes palabras de despedida Darien volvió a inclinar la cabeza y se despidió. Ella inclinando su cabeza le devolvió el saludo y lo siguió con la mirada en silencio; en ella se veía un destello de satisfacción al ver que cumplía su promesa. 

Caminó para encontrarse Dhur como habían quedado mientras acariciaba una de las cicatrices que le dejo el sangrado

Es raro, nunca antes me había sentido tan feliz de que alguien me haya hecho sangrar- pensaba el nuevo Forestal mientras llegaba a su destino.

Saludo al hijo de Din cordialmente y juntos se encaminaron hacia el bosque. Fueron conversando de naderías pero al llegar al bosque se sumieron en el mas absoluto silencio y aunque intentaba mantener la concentración, no podía dejar de pensar en lo que tenía que decirle. Finalmente, aprovechando una pausa comenzó a hablarle:

-Es  un joven prometedor, lleva la caza en la sangre al igual que se padre. Seguramente lo sucederá después de mí.-

Tras las primeras jornadas en los bosques, era obvio que Din lo había entrenado bien y que si tenía la dicha de llegar a encanecer, podría superarlo sin problemas. Tras unas horas de arduo trabajo nos detuvimos a descansar, hacía tiempo que meditaba las palabras que estaba por decirle:

-Dhur, quiero que sepas algo, tu padre fue para mi un mentor y un amigo; lamento mucho su muerte. Se que tu y tu familia perdieron a su padre, pero estoy seguro que Ser Hadder sabe también que el Castillo perdió algo mas que su forestal, perdió a uno de sus mejores y mas leales hombres. Ni tu, ni yo podemos llenar sus botas, pero juntos debemos intentarlos por el bien de todos.

Se que tu padre esperaba que los sucedieras y estoy seguro que si hubieran podido pasar una temporada mas juntos eso hubiera pasado sin dudarlo. Ahora, sin embargo, Ser Hadder me ha nombrado a mí como Forestal y quiero que tú seas mi mano derecha, ojala con el tiempo llegues a considerarme más que tu jefe, tal vez un amigo, o un hermano. Quiero que crezcas como tu padre lo imagino, quiero que seas no solo un buen hombre, sino un buen hombre y el mejor de los cazadores; para que Ser Hadder te de el puesto de forestal si algo me pasa.-

Darien sentía el corazón mas ligero y luego de intercambiar unas palabras mas y de estrecharse las manos; ambos cazadores continuaron con su trabajo.

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27/08/2014, 21:29
Clarissa, esposa de Ser Baltrigar Tormenta.

Los años transcurrían. Y Clarissa envejecía con ellos. Ya no era la vivaracha jovencita que se había casado con Baltrigar Tormenta. Lejos quedaban las lágrimas y las alegrías de aquellos días, y el escándalo que supuso que su marido escogiese a alguien como ella para formar su propia familia. Siempre le estaría agradecida a Ser Hadder por haber aceptado a su marido bajo su techo, y por haberle permitido a su primogénito llevar un apellido, pero aquello quedaba tan lejos, que veía su estatus como algo natural. 

Sin embargo, a pesar de que los años le habían robado en parte la vivacidad, algo de la salud, y un poco de la belleza que había caracterizado su rostro, cubriéndola de pequeñas arrugas que al sonreir se marcaban en el contorno de sus labios, su carácter aún estaba lejos de atemperarse, y a pesar de los hijos, y del Invierno, seguía queriendo a su marido, incluso más que el primer día. 

Más de una jovencita se habría reído de ella, pero era cierto. Su llama había comenzado a apagarse con el comienzo del Invierno, sí. Las muertes, el frío, y la preocupación por sus hijos, que habían enfermado, habían comenzado a hacer mella en su pasión. Pero entonces había llegado Isaura Pyke con sus hombres. Y cada vez que recordaba la expresión fiera en el rostro de su marido cuando éste arremetió contra aquellos hombres para salvaguardarla, el corazón le latía deprisa, como si el amor loco de los jóvenes imberbes la poseyera. Como si ella aún fuese una doncella, y no una madre ajada que se encaminaba peligrosamente al título de vieja. 

Aquello le provocaba risas en los momentos en los que se encontraba a solas, e inspiraba en ella miradas arreboladas, destinadas al hombre que había compartido su lecho y había provisto su hogar de alimento durante tantos años, desde que aún era muy joven. 

Y fueron aquellas miradas las que cobraron protagonismo en su rostro durante los siguientes años, pronunciándose en determinados momentos, como aquel en el que tuvo la oportunidad de contemplar a su primogénito recibiendo su primer conjunto de espada y armadura, de manos de su padre, o como cuando observaba a Baltrigar, cavilando, con el ceño fruncido, acerca del futuro de sus otros hijos. Sólo la trágica muerte, que se llevó entre otros a la buena Nana, que había traido al mundo a sus hijos junto a ella, y a Vesania, que aunque jamás fue amable con ella, supuso un soporte evidente para Aguasclaras, empañó ligeramente su dicha durante unos meses.

Y sin duda, el momento en el que su amor exaltado fue más que evidente, fue en el torneo de Escudo de Roble, al que pudo acudir, para su sorpresa, gracias a la generosidad de Ser Hadder.

Aquel era uno de los pocos eventos de aquella clase a los que Clarissa había podido acudir junto a la comitiva. No dejaba de ser una plebeya, a pesar de que su esposo no lo fuera, y por ello quizá en los torneos que habían tenido lugar durante los últimos diez o quince años, Ser Hadder jamás había requerido su asistencia. Pero en esta ocasión, había podido acompañar a su marido y a su primogénito, y aquello la había emocionado sobremanera. 

Cómo había aplaudido, con qué fervor había animado a los suyos. Jamás una madre podía haberse sentido tan orgullosa, y jamás una esposa tan deseosa de recibir a su varón. Beldyr había sido descabalgado en el primer lance, y Baltrigar en el segundo. Pero ella estaba pletórica, y se sentía dichosa. Y besó a su marido frente a todos los asistentes de la manera en que las parejas de su entorno ya no se besaban. Que vieran. Que envidiaran. Ella no poseía ningún título que ostentar, pero era feliz. 

Era la esposa de un hombre honesto y bueno, y la madre de cinco hijos con un porvenir por delante. Y eso hablaba más que la propia sangre.

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28/08/2014, 14:56
Escudero Beldyr "hijo del Traidor" Tormenta.

AÑO 149 D.A. Mes 12.

Mención de: Clarissa, Ser Orsey

Intervienen: Ser Baltrigar

Al regresar del entrenamiento con Ser Orsey Crakehall observo como mi padre me está esperando junto a mi madre. Me extrañó pues no es habitual que estuviera en casa a esas horas.

Beldyr abrió la puerta y miró sorprendido a su padre.

- Hola, padre. – Saludé mientras cerraba la puerta.

- Pasa hijo. – me respondió mi padre. – Acércate.

Hice caso de las palabras de mi padre y me acerqué con curiosidad. ¿Qué querrá padre? - me pregunto a cada paso que doy hasta llegar a mi padre. Éste se hizo a un lado y abrió el armario. La cota de anillas reposaba limpia y en perfecto estado. Totalmente nueva e impoluta. No brillaba ni tenía joyas, pero era totalmente funcional y con los debidos cuidados duraría muchos años.

- Pruébatela. – me indicó. – Es tuya. – Sonrió.

Me quedé estupefacto. Sin duda alguna le habrá costado un buen dinero que el Jeremyd se la hiciera. Me sentí orgulloso de recibirla y con la ayuda de mis padres me la probé. En pocos minutos lucía un aspecto espléndido con la armadura puesta.

- No es todo. – Indicó Ser Baltrigar. Señaló hacia la mesa al objeto envuelto con delicadeza y cuidado en un pañuelo rojo. – También es tuya. Úsala con honor. -

Al ver la espada no pude sino ir a abrazar a mi padre.

- Gracias Padre. - le digo. Lo haré. Se sentirá orgulloso de mi.


AÑO 151. Mes 6. Día 3.

Torneo en la isla Escudo, en las tierras del Dominio.

El viaje fué árduo dado que no estaba acostumbrado a ello. De hecho tanto Horace, el escudeo de mi padre, como yo mismo nos resfriamos durante el trayecto y llegamos en penosas condiciones al Torneo. No obstante no iba a dejar que eso empañara mi participación en el Primer Torneo al que acudía. Si mi cuerpo aguantaba lo suficiente tenía intención de participar.

Incluso en el estado en el que estaba pasé la Fase Eliminatoria sin mayor problema.

- Ahora empieza lo bueno. - pienso al ver que mi rival será un Escudero de la Familia Lannister, la cual no había enviado ningún Caballero al no considerar suficientemente digno este Torneo.

Empieza la Justa y avanzo raudo y veloz contra mi oponente impactándolo con la suficiente fuerza como para ver que empezaba a caerse de la silla. Me sentía tan orgulloso que no me percaté de su lanza, la cual me impactó de lleno en el pecho lanzándome hacia atrás. Si hubiera estado sano sin duda no me habría descabalgado pero ... Los jueces determinaron que mi trasero impactó en el suelo antes que el de mi oponente.

- Mierda. - maldigo para mis adentros pues sabía que había perdido una Gran Oportunidad para demostrado que no soy un "Mimado". Aún así lo hice mejor que los otros dos Escuderos. Tan malo no era. No era mucho pero de algo me sirvió comprobarlo.

Perdí mi Cota de Anillas recién regalada por mi Padre y el Caballo. Más gasto para Aguasclaras. Sin duda no era buena señal.

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28/08/2014, 15:37
Jeremyed el Herrero.

Otro golpe sordo contra el yunque resonó en la herrería. Jerem golpeaba distraidamente aquel día su trabajo. Aquello no era normal en él. Pero, claro está, perder un hijo, y quizá para siempre tampoco lo era. El pequeño miró con gesto ambiguo la fragua. Aquella fragua que había parido una esquirla no hacía demasiado, esquirla que le había dejado tuerto y con dolores de cabeza de por vida.

Aaron recogió de un modo apático el petate que le había preparado su madre. Una muda, un pedazo de jabón y unos pedazos de pescado en salazón era lo poco que habíamos podido reunir para él. Pero en verdad que estábamos dichosos. Jerem tenía en su faz la amarga alegría del que ha logrado el reto en la vida de dar una oportunidad a un hijo que uno mismo jamás pudo soñar ni tan siquiera acariciar.

Aisa acababa de salir de la herrería a hurtadillas, con las manos sobre el rostro. Lo último que quería es que el pequeño pudiera verla llorar. De modo que Jeremyed se había quedado a solas con su pequeño. Puso sus manos en los hombros de su hijo y le sonrió.

- Dicen que las despedidas deben ser tristes si el que se nos va es querido. Así que yo tendría hoy la despedida más triste conocida si no fuera por una razón, hijo mío. Madre y yo hemos estado una vida entera luchando por soñar con la oportunidad que vas a tener, y tal cosa no sabes en que manera y modo nos llena de dicha. - El herrero puso su manaza cargada de quemaduras, callos y cortes sobre el rostro del pequeño y se la pasó por la cara con cariño pero con la firmeza del que busca algo más. Un recuerdo eterno quizá. Después dejó descansar la palma de su mano frente a él, muy cerca. - Mira, y mira bien. Poco vas a ver en estas manos que no sea dolor y trabajo. Servicio. a los que no dudes nunca que al fin y al cabo son amos nuestros. Pero Aaron por fortuna en nuestro caso buenos amos.

El herrero retiró la mano y de un modo extraño la escondió de un modo rápido al fin. Como avergonzado cuando descubrió el modo en que Aaron la miraba tan de cerca y con tanta atención. -Tú vas a poder vivir una vida diferente, una vida en la que tengas sabiduría, ¡elección! y por ello Ser Hadder y el Maestre Ammon se merecen mi vida entera.

Los meses de gélidos seguían arrastrando sus pasos por Aguasclaras. Aaron había partido y a Jerem le quedó el regusto agridulce de su marcha. Sin embargo la brasa de una ilusión calentaba su pecho con fuerza. Y es que, la idea de la nueva herrería ampliada con el molino y el alto horno eran tan buena, que tenía que salir adelante.

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29/08/2014, 13:33
Lady Arianna Tully, esposa de Ser Trycian de Dorne

Finales del año 151 después del Desembarco del Rey. Castillo de Aguasclaras. Esponsales de Ser Trycian de Dorne con Arianna Tully.

Sentada a la mesa del banquete nupcial, la muchacha, casi mujer ya, dejó vagar su mirada por uno de los ventanales. La vista desde ese punto dominaba el paisaje de poniente, y el sol agonizaba en todo su esplendor, queriendo con el espectáculo de su puesta otorgar su particular regalo a la menor de los Tully de Aguasclaras. Los rojos, naranjas y dorados centelleaban en el cielo, luchando con los violetas y añiles que avanzaban tiñéndolo poco a poco, proclamando la noche.

A su alrededor todo era algarabía y risas, chocar de copas y chanzas picantes que cruzaban sobre las mesas atiborradas de platos. Las viandas en ellos eran abundantes, quizá no tanto como lo habían sido en el banquete de los Casagrande, pero no había nada que reprochar ya que Ser Hadder había hecho lo que había estado en su mano para que la boda fuera un éxito. Y lo estaba siendo. Los invitados se mostraban satisfechos y complacidos, sin duda. Una boda principesca.

Su traje de novia era un primor incluso para una princesa de Dorne, aunque no lo fuera. Los bordados en fino hilo de seda cubrían todo el corpiño, y alguna perla quedaba encastada en ellos, centro de alguna flor de pétalos iridiscentes. El color era de un suave malva mayoritariamente, mezclado con un tono más fuerte y con blanco que lo matizaba. Había costado mucho. Tiempo, naturalmente, no era algo que encargar a nadie. Ella misma, ayudando primero a su querida Vesania hasta los últimos días antes de su inesperada muerte, y supervisada después en los detalles que restaban por su querida madre, había confeccionado cada puntada, cada pespunte, cada adorno. En cuanto a monedas, sí, el hilo, la rica tela y las perlas habían tenido un coste, pero mucho antes de su boda. Todo se encontraba en los viejos arcones de su madre, Lady Olenna, en parte sin usar, en parte en su propio traje de novia. Y qué decir de la bellísima tiara que su madre había lucido en su día, y que hoy la engalanaba a ella, la plata enredándose en su pelo y la joya en forma de lágrima pendiendo suavemente sobre su frente. Sabía que para Lady Olenna aquello era todo un símbolo, y se sintió más cerca de ella de lo que nunca había estado cuando se lo regaló para que lo llevara.

Pensó entonces en la anciana Vesania, en lo que habría sentido al verla, en lo que le habría dicho de haber estado allí, con ella. No había entendido por qué había tomado esa decisión, tajante y cruel. Morir era algo por lo que todos deberían pasar, cierto, pero... ¿suicidarse? Y además, ahorcada. Se estremeció, y alzó las pupilas hacia la luna, que asomaba en una esquina del ventanal, plateada, fría. Quizá había demasiadas cosas que aún no comprendía. Otras, prefería, esperaba no comprenderlas nunca...

De pequeña la joven Tully era una flor inocente, y había cultivado esa inocencia, quizá demasiado. Se había convertido en una joven esperanzada y entusiasta, que creía en la honestidad, la lealtad y la bondad. Y ahora...

Ahora, a mitad del Banquete, Arianna suspiró, cansada. Estaba seria, lo cierto es que en su imaginación primero de niña, después de adolescente, e incluso hacía pocos meses, en su mente juvenil, había visto la escena de sus esponsales como algo muy parecido a lo que estaba viviendo... si no fuera por esas sombras que Vesania había levantado con su muerte. Y, desde luego, si no fuera por que el hombre que se encontraba a su lado no la amaba. Aún no, no como ella desearía de su esposo.

No, nunca hubiera supuesto que su padre, para quien no dudaba ella era la niña de sus ojos, la casaría a la fuerza, aunque fuera con un hombre como Ser Trycian. No creía que fuera un mal hombre, no tenía motivos para pensar eso. Era un hombre mucho mayor que ella, sí, pero en todos esos años, sólo había servido ferozmente a Ser Hadder, por lo menos los que se conocían de su vida en el Castillo. Lo que fue antes... eso había sido un misterio. Hasta el día en que se comprometieron.

Cierto que aún no sabía qué era aquello que había ocurrido, aquello tan grave como para que los Martell, su propia familia, abjuraran de él. Arianna no se había atrevido aún a preguntarle, ni siquiera en los escasos momentos en los que habían tenido oportunidad de hablar a solas. Y eso que, cuando lo habían hecho, había percibido claramente el cálido sentimiento que emanaba de sus ojos al contemplarla.

Y es que aunque el linaje del hombre que estaba sentado a su lado había quedado claro, y su afecto patente, Arianna hubiera querido casarse enamorada. Temía lo que sería ahora su día a día. Esposa de un guerrero, extranjero, y mayor. Y, para más angustia en su corazón ingenuo, un hombre que apenas la había mirado nunca, y mucho menos hablado. Un hombre al que debería calentar la cama, darle hijos, un hombre al que debería... ¿amar...? Suspiró de nuevo.

Nerviosa, jugueteó con los pliegues de su falda. Múltiples bolsillitos estaban dispuestos en ella, formando ondas que nacían en la cadera y bajaban casi hasta el suelo, como una guirnalda. De pronto, uno de ellos crujió al rozarlo, como si estuviera lleno. ¿Lleno? ¿con qué?

Llevó dos dedos al interior, y extrajo un minúsculo pliego de papel, con unas letras escritas. Lo desdobló y alisó.

Te observo, te observo como eras entonces
un pequeño ser lleno de temores que te atravesaban,
eras las hojas de cualquier libro, textos que te conducían
a mundos que otros colorearon antes que tú,
donde elegías cómo eran las horas y las canciones con las que dormirte .
Empezaste desde tus hilillos de raíz frágil y seguiste ramificándote
hasta anclarte bien a la tierra que regaste con tus versos.
Te calentó el sol de la adolescencia y te salieron hojas propias,
con las que tapaste cicatrices que dejaron de doler.
Eres como las amapolas entre la helada,
cristalitos rojos que rompen el frío de este clima aletargado
que dan la pincelada a inmensos campos de tierra yerma.

Te deseo lo mejor, reina.

¿Quién...? El poema era precioso, y la emocionó. Mucho más que la ceremonia en sí, que el nuevo y flamante septón había oficiado con solemnidad. Más que la mirada que le había dirigido su madre al verla ataviada como la mismísima Doncella. Más que el triste recuerdo agridulce de Vesania. Más que la bendición de su padre, conmovido hasta la médula. Más, incluso, que la sonrisa adusta aunque sincera de su ya esposo, que su mirada preñada de disculpas.

Y es que las palabras la devolvieron a un tiempo y un lugar que en el transcurrir de los años había olvidado, un lugar en el que se había sentido crecer. Y supo que tenía fuerza, fuerza para asumir, para conseguir. Fuerza para amar, para dar, para ser valiente. No era una princesa dorniense. Pero...

Paseó su mirada por los rostros sentados a las mesas, muchos rostros, demasiados. Buscó una mirada de complicidad, de entendimiento, de... cariño. Tenía que ser alguien próximo, alguien que la había visto crecer, alguien que... la quería.

Mientras miraba, buscaba, con estrellas chispeando en sus pupilas, Arianna creció de nuevo. Reina. Sonrió.

Notas de juego

Uso parte de un post de Pendrik Tully de la escena Diálogos.

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29/08/2014, 18:16
Ser Madrigal Oakenshaf-Casagrande.

Mes 12 de 149. Ser Madrigal se casa con Aléthéia Casagrande

Ser Madrigal permanecía de pie, luciendo su esplendoroso porte, engalanado con sus mejores ropajes. Su mirada no se desviaba ni un momento de Alé, cuya belleza le parecía algo irreal. 

- Estas preciosa.- Repitió. No paraba de decírselo. La muchacha refulgía como si de una hoguera en la más oscura noche se tratara. Su piel era de plata y sabía que suave como la seda. En ese momento no deseaba más que hacerla suya de una vez por todas.

Al final todo había salido a pedir de boca. Madrigal se preguntaba si alguna vez llegaría a ser un hombre tan influyente como su suegro. Habían conseguido un septón, que Vesania organizara la boda y, lo más importante, un apellido para su descendencia. Desvió un instante la mirada del Cometa Rojo para posarla sobre su bastardo, Maegor. Allí estaba él, junto con su padre y un sentimiento de orgullo hinchó su poderoso pecho. Era muy afortunado por tener semejante familia.

Se formularon los siete votos, se invocaron las siete bendiciones y se intercambiaron las siete promesas. Sonó la canción nupcial y la ceremonia acabó sin ningún indeseable incidente que la enturbiara. Era el hombre más feliz del mundo. Bernard Casagrande se acercó a Alethéia para quitarla la capa de sus hombros y Madrigal le puso la suya. Se permitió el lujo de respirar el dulce aroma que desprendía la piel de su esposa y de deleitarse con el suave tacto de la piel de sus hombros. Recitaron las últimas palabras, al unísono, que habían repetido una y otra vez para no cometer errores los días atrás.

- Con este beso te entrego en prenda mi amor y te acepto como señor y como esposo.

- Con este beso te entrego en prenda mi amor y te acepto como mi señora y esposa.

Cuando se juntaron sus pícaros labios con los inocentes y carnosos labios de Alé, dejó de escuchar las últimas palabras del Septón Eremiel.

Todavía queda el banquete, Madrigal.

No comió demasiado. Jugueteaba constantemente con Alé, dándola a probar exquisitos bocados, dejando que sus dedos pringosos de las riquísimas salsas penetraran en su cálida y jugosa boca. Sus expertas manos no dejaban escapar los escasos resquicios  que dejaba abierta en su defensa la doncella. Cuando había algo de piel a tiro, Madrigal lograba hacer contacto con sus dedos, haciendo que se le erizara la piel, lo cual le excitaba aún más. Apenas tenía apetito pues sólo podía pensar en saciar sus ansias por hacer disfrutar a su esposa y, de paso, a él mismo. Aún así se forzó por comer algo, para no desmayarse posteriormente, y beber algo de vino.

La ceremonia del encamamiento era la señal que estaba esperando. Vio como su padre, con su habitual sonrisa maliciosa, Grwaidd, Pendrik y  los demás, tomaban a su esposa “a la fuerza” y se la llevaban entre gritos, algarabías y prendas de ropa que iban cayendo. Madrigal se relamía los labios pero pronto fue raptado, de la misma manera, por un grupo de mujeres alocadas.

Cuando Madrigal llegó a su alcoba, Alethéia ya estaba en la cama. Pudorosa, tapaba su desnudez con las sábanas. Por otro lado, Madrigal dejó caer la ropa que sostenía en sus brazos, quedando completamente desnudo, firme con en las justas de caballería.

- Por fin solos, pichoncito.- Su voz de encantador de serpientes, su mirada lasciva y, lo que había erecto entre sus piernas, ya lo decían todo. Pocas mujeres podían resistirse a los encantos naturales del caballero. Esta vez no iba a dejar que la muchacha lo apartara, que le tomara el pelo con sus juegos. Ahora iban en serio. Se acercó a la cama como un felino a su presa. Agarró un extremo de las sábanas y fue tirando de él lentamente, observando cómo las formas de mujer de Alé, antes sólo insinuadas bajo la tela, iban quedando al descubierto. Su voluptuosidad le emborrachaba más que el vino. Podría beber de ella eternamente sin saciarse. Caminó a gatas sobre la cama, casi reptando como una serpiente, y la rodeó con sus brazos. Piel contra piel. El calor emanaba del roce de sus cuerpos haciéndoles sudar. Madrigal bebía de ese néctar directamente tomándolo con su boca y usaba su lengua, no para hablar, sino para hacer disfrutar a Alethéia.

La primera vez notó como se derramaba en su interior cuando su virginidad se vio mancillada. No pudo resistirse pues llevaba esperando demasiado tiempo. Gracias a su dilatada experiencia sabía que para algunas mujeres la primera vez podía ser doloroso por lo que él no paró. Continuó besándola, acariciándola hasta que estuvo otra vez preparado para volver a poseerla. No descansó hasta que ella llegó al climax.

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29/08/2014, 18:50
Ser Pendrik Tully, "Pendrik Sin Tierra".

Los gobernantes son como los maestres sanadores, sus errores son mortales.

 

Diario personal del escudero Pendrik Tully, heredero de Aguasclaras.

 

Definitivamente todo se había torcido. La duda. El sentimiento, la cuestión que asaltaba a Pendrik ahora era si las ramas del árbol de la familia de Ser Hadder aguantarían el peso de aquel invierno interminable.

La sesera de Pendrik no había cesado de parir ideas. La mayor parte de ellas habían acabado abrazadas por las llamas de la chimenea de su estancia. Sin embargo, alguna parecía según su criterio y afortunadamente también del de el maestre Ammon había resultado afortunada. La de las prospecciones de metal parecía que económicamente era la que podría resultar económicamente viable y, desgraciadamente aún abocada con alta probabilidad al fracaso. Seguramente se podría realizar sin costes para el feudo. En el caso de la biblioteca era un asunto totalmente diferente. Un coste inabordable actualmente para su casa. Sin embargo era la idea, la chispa que en mayor medida le esperanzaba. A buen seguro por la reacción que tuvo ante ella el sabio maestre.

Recabar datos sobre el cómo optimizar los diezmos era cuestión de tiempo y cuestión de enfoque. EL heredero pensaba que se podían mejorar las artes de pesca con redes en puntos estratégicos de los ríos. Se podían del mismo modo optimizar los sistemas de conserva y salazón del pescado para exportarlo a los mercados en los que sus precios pudieran dar mejores resultados mediante transportes de carretas y convoyes bien organizados. La incorporación de mano de obra libre a las tierras con beneficios fiscales y promesas de mejoras para los campesinos sería una prioridad en los años venideros para Pendrik. Por otro lado no quisiera olvidar la brillante idea que había parido en buena medida el herrero. La forja, u alto horno como diantres se llamara aquello era una chispeante gema en el ideario de asuntos pendientes en el feudo. Un tema que en cuanto cesasen las estrecheces debía ser impulsada con fuerzas renovadas.

La última visita que había realizado con su padre en pos de un préstamo había llevado de manera brusca sus sueños a posarse sobre un nido de realidades dura y realista. El feudo estaba en una situación de arcas cuasi vacías. Bancarrota era una palabra todavía exagerada y con fortuna lejana pero que de algún modo sobrevolaba Aguasclaras con alas tenebrosas.

Pendrik veía todavía distantes sus espuelas. Pese a que había practicado con Ser Otter hasta la saciedad, no se veía al nivel de justar adecuadamente contra rivales bien entrenados. Sin embargo la esperanza era lo último que se debía perder, o al menos es lo último que Pendrik podía perder. Si el heredero enfocaba el futuro de otro modo, un modo más lúgubre, estaría todo perdido sin duda...

Yo soy el futuro, un futuro floreciente, un futuro dichoso y con ilusiones. Debe serlo, por mí y por los que de dependen de nosotros. Mi mano derecha Gwraidd y mi mano izquierda Haudrey deben ser los firmes apoyos en los que establecer nuestro futuro, el futuro de Aguasclaras.

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Anotaciones y reflexiones adjuntas en el diario:

 

La carta enviada a los Tully de Aguasdulces es una gran ilusión para mí persona. El cuervo voló de mano de Ammon hace ya semanas, semanas de incertidumbre en las que cada día que pasa subo a un paso cada vez más acelerado a la torre de mi querido maestre en pos de una ilusión. ¿Sería descabellado pensar en que para ellos es una ventaja acrecentar y estrechar los lazos con nosotros? La creciente ferocidad del león Lannister sobre las fronteras de la familia Tully es en mi opinión una razón suficiente para que el tronco de nuestra casa se interese por nosotros. ¿Acaso son tan  escasos los conocimientos de política que poseo? ¿Quizá algo se me escapa?

Ayer partí a un viaje por nuestras villas y pueblos importantes. Tengo intención de establecer una mayor relación con los representantes de las poblaciones para, por un lado conocerlos y que me conozcan mejor. Por otro, para interesarme por sus necesidades y por sus faltas. Por todo aquello que pudiera ser de interés para el conjunto del feudo y buscar soluciones a todo cuanto se pueda. ¿Qué sería de mí sin mis hermanos? son mi cayado, mi báculo y en muchas ocasiones guía. ¡Cuánta fortuna tengo al mirar a un lado y otro y verlos aquí, junto a mí!

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El cuervo de Aguasdulces no llega. ¿Quizá una ventisca en el enfermizo invierno que padecemos? no sé.

Padre y madre parece que ahora se llevan mejor. Desde la boda de la pequeña creo que todo ha vuelto un poco a su cauce. La boda ha sido una alegría para todos. El descubrimiento del pasado de Ser Trycian ha resultado... una verdadera sorpresa para todos. Temo que algún día el diario que escribo pudiera caer en manos de un lector desafortunado, es por ello que declino escribir incluso aquí al respecto de lo que se ha jurado callar por el honor de nuestra casa.

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Hubo un día en que carecía de preocupaciones, hubo una estación en la vida en la que el pasar de los días era todo lo que asaltaba mi juvenil mente. Hubo un día en que creía en las personas, en las palabras y en los Siete. Hubo un día en que yo fui feliz. Era un niño. Ahora despierto en medio de la noche asaltado por tormentas en mi cabeza. Truenos y relámpagos retumban en el interior de mi atormentada mente. Pensamientos nocturtos en pos de la piedra filosofal que solucione todos nuestros problemas. Los de nuestro feudo, los de mi familia, los de un mundo corrompido. Ahora soy el heredero de Aguasclaras, ya no puedo permitirme el lujo de ser feliz.

Mañana voy a hablar con padre. Quiero revisar con él una vez más las cuentas del feudo, intentar descubrir al ratón que roe las sacas de Aguasclaras. Hallar con él el modo con el que solucionar el asunto del prestamo que contraje en el torneo. No creo que apruebe la venta del caballo que estoy adiestrando para saldar el importe de la letra de pago. De cualquier modo se lo sugeriré. Su reacción cuando le conté que estimé que el heredero de Aguasclaras tenía que justar de un modo honorable en la liza resultó como yo estimaba la de la conformidad. Una conformidad sin duda turbia en el fondo por el fantasma de la frustración y la decepción por un hijo débil. No puedo dedicarme a ser un gran guerrero como él. No puedo ya que no estoy capacitado, así de simple. Mi campo de batalla serán los textos y los pergaminos. Los legajos y los tinteros. La ciencia y sus ventajas. ¿Tan dificil de ver es que un buen gobernante no es el que tiene el brazo más fuerte para empuñar una lanza y una espada por su pueblo? ¿Acaso no es mejor gobernante el que sabiamente tiene alrededor suyo brazos fuertes para defender sus tierras y habitantes, y él se dedica mientras a gestionar con mente aguda y diligente?

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29/08/2014, 21:01
Tarmall "Pocas Ganas".

Año 152, murallas de Aguasclaras

El frío de aquel invierno entraba en los huesos y los inquietaba desde la cabeza hasta la punta de los pies. Para tan solo pasar por el patio era necesario portar las mejores y más gruesas ropas habidas y por haber, ir cubierto con capas y buenos guantes. Los paseos de guardia eran cada vez más duros, caminando arriba y abajo de los muros. Era poco probable que alguien se arriesgara a salir con aquel tiempo para atacar ningún castillo, todas las tropas estarían bien acuarteladas, no había guerra a la vista y era poco probable que los bandidos caminaran bajo aquel cruel tiempo. Pero la guardia era un deber, que si bien no cumplía con tanto gusto como algunos de mis compañeros no dejaba de ser mi cometido.

Si bien pretendía pasar el mayor tiempo en los torreones, al abrigo del helado viento del exterior, y hacer rápido las guardias que me correspondían y que no podía evitar. Cuando podía me cubría en los dinteles de las puertas, apoyado contra los fríos muros o sentado en alguna de las sillas de que disponíamos para las largas guardias. Sin embargo las guardias exteriores eran cortas, por nuestra propia seguridad. En el interior se estaba algo más caliente, y desde luego el vino ayudaba a calentar desde el interior.

En aquellos días me era del todo imposible continuar ayudando a los aprendices de cazador, no era bueno que salieran al patio a practicar, hacía demasiado viento y frío, y nadie salía a menos que fuera totalmente imprescindible. Durante el año anterior había estado observándoles mientras practicaban, atentos a su avance. Su puntería mejoraba, aquello era indispensable para que algún día nos consiguieran buenas piezas de caza, o bien para que ayudaran en tareas de defensa en el caso de que esto fuera algún día necesario. Un par de arcos más en lo alto de las murallas siempre eran de agradecer. Así, me aseguraba de cubrirme algo más las espaldas allí arriba, y de paso tenía una excusa para pasar un rato sentado en el patio en lugar de dando vueltas.

Lamentablemente no tenía aquella suerte en estos días fríos, y el vino era mi único compañero, salvo en los momentos en los que me encontraba con mis hermanos de armas a lo largo de las guardias. Eran días tristes y plomizos, y cómo no con aquel frío mortífero las cosechas menguaban y la caza escaseaba. No eran pocas las noches que era mi propio estómago el que me despertaba cuando me quedaba dormido en la silla de guardia, presa del cansancio. Pero recordaba días mejores, y sabía que llegarían de nuevo, siempre había sido un superviviente, avanzaba y continuaba sin mirar atrás, y un frío invernal no iba a acabar esta vez conmigo.

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30/08/2014, 12:26
Cicatriz.

 

CASTER CARACORTADA.

Torneo en Rosby, tierras de la Corona. 

Doceavo mes del año 149 después del desembarco del Rey.

 

Una taberna. 

Las voces en la taberna sonaban quedas en aquella mañana gris y fría. Susurros discretos, privados, intercambios entre profesionales que se conocen y aprecian, muy lejos de los griteríos maleducados de las últimas noches, cuando los muchos visitantes y participantes del torneo la inundaban con sus ganas de jarana. Al posadero, un hombre ya en sus últimos años muy cansado de aguantar que todo el mundo le diera órdenes, la decisión de su señor de organizar un torneo le había producido dos o tres cólicos. No seas estúpido, decía su señora, vas a poder forrar tu ataúd con oro cuando acabe esta locura. Con oro, decía la muy gorda. ¿Y para qué iba él a querer un jodido ataúd forrado de oro cuando aquellos forasteros enloquecidos se lo llevaran a la tumba a base de disgustos…?

En una de las mesas, cerca de la puerta, había un par de esos forasteros desayunando. Poco habitual, sin duda: a los participantes del torneo les gustaba trasnochar aprovechando la vista gorda que durante tales eventos hacían sus Señores... y la ausencia de sus respectivas parientas. Aquellos dos, sin embargo, eran de los que aparecían por los días y no asomaban por las noches. Aunque al posadero seguían sin gustarle: eran forasteros. Uno de ellos, joven y fuerte, tomaba algo de guiso caliente de ayer con pan duro. El otro estaba desayunando lo mismo, sólo que multiplicado por tres; aunque no era de extrañar, porque era el tipo más grande que el posadero hubiera visto jamás.

Y uno de los más feos, pensó suspirando, imaginando que aquel gigante con la cara rajada la emprendía con la gorda de su mujer, y la golpeaba y ahogaba con sus manazas, y con los dedos le sacaba los dos jodidos oj...

-¿Te pasa algo? -dijo la voz del hombre joven. 

Posadero abrió los ojos.

-Queso -acertó a decir-. Os sacaré algo de queso. Azul, del país, muy rico.

-Ajá -asintió el gigante.

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Una hora después, Haudrey y Caser seguían sentados murmurando intrascendencias. El día iba a ser largo; Ser Trycian no se quejaba, pero ambos hombres sabían que las lesiones que había sufrido durante el viaje eran dolorosas y debilitadoras. Con semejantes cortes y magulladuras vestir la armadura debía ser una auténtica tortura de alcance inimaginable; y sin embargo el dorniense se dejaba hacer, tan estoico y serio como si estuvieran tomándole medidas para un jodido traje. Haudrey se quejaba en silencio por su cabezonería: era imposible que en aquellas condiciones su señor pudiera hacer un papel digno en el torneo. A menos que los otros cabelleros se dejasen caer de cabeza desde sus malditos caballos. Algo de todo eso le había confesado a Caster, pero el gigante se limitaba a mirarlo de soslayo y murmurar algún desapasionado "él sabrá".

De ello hablaban cuando entraron al lugar cuatro hombres de armas, los rostros curtidos por cicatrices y viruelas, las bocas escasas en dientes. Sin decir una palabra, los hombres se acercaron a la mesa. Uno de ellos asentía.

-Ése es -dijo.

-¿El feo?

-El mismo.

-Sí que es verdad que es feo como la mierda de un puerco -reconoció el tercero.

-Ya te digo -dijo el segundo.

Haudrey los miraba en silencio, una mano sosteniendo la jarra con vino suave y la otra, bajo el tablero, asiendo su daga. 

-¿Algún problema? -dijo el bastardo-. Algunos intentamos desayunar en paz.

-Algunos aún podéis desayunar alimentos sólidos -dijo el segundo, un hombre con el rostro picado por la enfermedad quien parecía liderar el grupo-. Tú, Caracortada, ¿recuerdas a Baltor el joven?

Caster levantó la mirada contemplando sin interés al que hablaba. Después prestó atención a los otros tres.

-¿Quién cojones es Baltor el joven? -preguntó con su extraña voz suave.

-Baltor es nuestro amigo -dijo el primero de los hombres.

-Lo conociste en Altojardín -continuó el segundo-. Le reventaste la nariz y le destrozaste la boca contra una mesa en una taberna como esta.

-Ajá -dijo el gigante, asintiendo-. Ya me acuerdo.

-¿Ya te acuerdas?

-Ya me acuerdo.

-¿Y no quieres saber cómo está?

-No me interesa una mierda saber cómo está -dijo Caster-. Pero seguro que tú me lo vas a contar.

-Está medio mudo, imbécil -dijo el hombre, enseñando los dientes-. Apenas puede hablar, con lo poco que le quedó de lengua después de que tuviéramos que cortarle aquella mitad hinchada y putrefacta y cauterizar el resto. Respira con dificultad. Sangra a todas horas un maloliente pus amarillo, su mujer no quiere follar con él y no lo reconocen ni sus hijos. ¿Qué te parece?

Caster recapacitó durante unos instantes. Miró hacia Haudrey, quien no apartaba su atención de las manos de los hombres, aún lejos de los pomos de sus espadas. Después inspiró con fuerza e hizo un amago de sonrisa que hizo que uno de los cuatro visitantes, el que no había abierto la boca, diera un paso atrás.

-Me parece que tiene suerte -dijo después.

-¿Suerte...?

-Desde luego. A fin de cuentas, respirar con dificultad sigue siendo respirar.

El que llevaba la voz cantante sonrió a su vez, mostrando su dentadura irregular.

-Mañana en la melée -dijo, señalando con un dedo una pequeña daga que llevaba al cinto-. Mañana te transmitiremos personalmente sus saludos.

-Ajá -dijo el gigante.

Los hombres retrocedieron hasta la puerta, los ojos repletos de promesas de sangre y muerte. Cuando salieron, Haudrey levantó la mano oculta y la dejó descansar sobre la mesa.

-Tú siempre haciendo amigos -murmuró.

-Ajá -dijo el Caracortada. Después guiñó un ojo hacia su compañero.

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La Melée.

El frío de la mañana, húmedo a causa del viento del Este que azotaba esos días toda la región, penetraba los cueros endurecidos y pieles curtidas como el agua de un torrente a través de un velo de lana fina. Algunos de los muchos hombres se golpeaban los muslos y los hombros, otros daban pequeños saltitos aquí y allí, o se arengaban entre sí. Más allá de las mal enhebradas vallas de madera se arracimaban grupos de campesinos y hombres de armas, salpicados por la presencia de cinco o seis nobles en su mayor parte bien engalanados. También había un Cuervo de la Guardia de la Noche, cubierto por sus pieles de oso negro y su capa de raso negro parafinada, quien observaba los preparativos con aparente desinterés.

Entre los escasos nobles que se habían levantado a temprana hora para disfrutar del violento y descontrolado espectáculo de la Melée había uno especialmente austero en su vestir, y algo renqueante en su andar. El hombre, grande y fibroso, se situó cerca del vallado junto a su escudero, un joven fuerte de cabellos negros y mirada decidida. El joven escudero señaló hacia un lado, donde cuatro guerreros de la casa Blackwood sonreían mirando de soslayo hacia otro de los participantes, el gigante con la cara cortada quien, embutido en una armadura completa, sujetaba una maza con la cabeza acolchada sin moverse en absoluto de la posición que había tomado a un lado del claro.

-Esos son -dijo el escudero.

-Basura de los Blackwood -respondió al instante el caballero al reconocer el blasón-. He justado contra alguno de sus caballeros. Mediocres, débiles, mal entrenados… dudo que esa escoria sea mejor que ellos. ¿Y bien?

-Están armados.

-Ya lo veo.

-No -dijo Haudrey-. No me refiero a las espadas de entrenamiento. Llevan armas reales ocultas bajo las armaduras de cuero.

El caballero se volvió hacia su escudero.

-Cuando he dicho que ya lo veo me refería a esas armas, Haudrey -dijo Ser Trycian desapasionadamente-. Dos dagas el delgado con la viruela en el rostro, un cuchillo largo el bajo, y dos espadas cortas cada uno de los otros dos.

-Ah -Haudrey sonrió-. Eso me deja mucho más tranquilo.

Ser Trycian se movió hacia delante, tratando de apoyar su peso en uno de los listones de madera amagando un disimulado gemido de dolor. Su fama le precedía y en aquel lugar lo observaban con respeto, miedo y veneración; no quería defraudar ni malgastar esa ventaja: en su destrozado estado, quizá el miedo fuera lo único a su favor en la justa de mañana. Arriesgaba mucho al acercarse con todas sus heridas hasta allí en aquella fría mañana.

-Haudrey, me gustan las melées -dijo el caballero-. Cierto que carecen de todo interés estético y desde el punto de vista técnico son verdaderamente espantosas. Pero de todos los combates en torneo es el único que se asemeja en algo a las batallas reales.

-Sí. Yo…

-En circunstancias normales habría acudido a presenciarla sin necesidad de que me arrastraras hasta aquí. -Ser Trycian clavó su serena mirada en el escudero-. Pero estoy débil, y sería mejor que ellos -dijo señalando con un leve movimiento de cejas hacia la espalda de Haudrey, donde se encontraban dos caballeros rivales- no lo supieran. Debería descansar.

-Mi señor…

-Sigo sin entender para qué demonios me has obligado a acudir.

-Esos cuatro quieren matar a Caster.

-Eso ya me lo has dicho.

-Señor -dijo Haudrey, alzando la voz-. Comprendo que no os interese en lo más mínimo cuanto pueda sucederle al Caracortada: es sólo un hombre de armas más. Pero es uno de los nuestros, y esos cuatro quieren atacar a traición a un hombre desarmado. Vos siempre me habláis del honor, del código. No podéis permitir que ese combate tenga lug…

-Haudrey, calla. -La voz de Trycian era suave, pero estaba cargada de ira. El joven escudero se estremeció-. De entre todas las tonterías que has dicho hace un momento sólo aciertas en una cosa: Caster es de los nuestros.

-Mi Señor…

-He dicho que calles. Yo te diré cuándo puedes hablar. -Ser Trycian devolvió la atención hacia los combatientes, quienes, nerviosos, seguían tratando de calentar sus músculos entumecidos-. Llevo años tratando de enseñarte a saber mirar. Gran parte de tus opciones en un combate real dependen de ello, en mayor medida que de tus aptitudes marciales. Ahora mira.

Haudrey asintió. No comprendía, pero había aprendido a no buscar sentido a las palabras de su Señor y a limitarse a ejecutar sus comandos: a la larga este pragmático comportamiento se había revelado muy constructivo, pues las órdenes de Ser Trycian nunca, nunca, estaban vacías de sentido. Así pues, miró.

Pronto atisbó la primera de las armas ocultas de los de Blackwood, y las otras fueron apareciendo después. Un bulto imposible aquí, una capa mal llevada allá. Incluso descubrió un pequeño estilete en una de las botas de uno de los hombres que, al parecer, se le había escapado al escrutinio de su Señor. Los hombres cuchicheaban entre sí; uno de ellos, quien parecía dirigir al grupo, lo hacía con una mano en la boca como tratando de esquivar las miradas de quienes pudieran estar contemplándolos. Los otros tres asentían. Unos pasos más allá se alzaba en escorzo la imposible figura de Caster; el Caracortada parecía ajeno al peligro y miraba a través de las rendijas de su casco hacia la colina donde los hombres de Rosby tratarían de hacerse fuertes para aguantar los ataques del resto de equipos. Uno de aquellos hombres era casi tan grande como Caster, aunque mucho más joven y peor equipado.

El equipo, se dijo Haudrey, regresando a los Blackwood.

Los cuatro vestían armaduras ligeras de cuero, como el resto de combatientes. Incluso el sobrino de Ser Valinor Fuegoscuro llevaba encima una espléndida cobertura de cuero endurecido con las figuras de dragones labradas con excelente habilidad por algún  maestro artesano. Dos de ellos equipaban escudo, los cantos cubiertos por cuero para evitar heridas feas a los contrarios, un tercero empuñaba el estandarte escarlata con la raraleña muerta en el centro y la orla exterior de cuervos en sable de los Blackwood; el cuarto, el líder, llevaba las manos desnudas: sin duda sacaría de entre sus ropas las dos dagas en cuanto comenzara el combate. 

Caster, sin embargo, contra toda lógica, vestía su brigantina completa sobre una segunda cobertura de austero cuero endurecido. Lo había visto combatir en innumerables ocasiones con todo aquel metal encima sin desfallecer, así que no se preocupó: al menos estaría bien defendido ante alguno de los ataques de aquellos matones.

-Adelante -dijo Ser Trycian.

-Sigo pensando que debéis intervenir y detener la melée antes de que comience.

-¿Por qué?

-La armadura de Caster no podrá protegerlo mucho tiempo, y esa maza acolchada que lleva… Sí, es el tipo más fuerte que he visto nunca, pero ellos son cuatro y está desarmado.

-Ajá. -Ser Trycian asintió-. Antes dijiste que no me interesaba lo más mínimo el destino del Caracortada, y te equivocas. También que esos cuatro patanes pretendían atacar a traición a un hombre desarmado, y en eso también te equivocas.

-Bueno, a traición…

-Por todo cuanto me has contado, Caster sabe que van a atacarlo -dijo el Dorniense ladeando la cabeza-. Esos cuatro idiotas le han dado una ventaja incuantificable; demasiada ventaja teniendo en cuenta contra quién se enfrentan. Claro que ellos no lo saben, no lo han visto luchar. Pero yo sí lo he visto, Haudrey: conozco a pocos guerreros que posean el mismo fuego que alimenta mi furia, pero ése hombre lo tiene. Creo que tú también lo tienes, aunque aún no he conseguido sacarlo de tu interior… pero ése es otro asunto. Mira bien al Caracortada. ¿De verdad crees que ese ándalo está desarmado?

Haudrey devolvió la atención al Caracortada. Entre todo aquel metal, cuero, anillas y clavos era difícil ocultar nada, y estaba seguro de que su amigo no llevaba armas encima.

-Sí -dijo al fin-. Salvo la maza de entrenamiento. Si al menos fuera una Estrella de la Mañana… Cierto que alguno de esos cuatro se irá de aquí con algún hueso roto, pero contra las espadas y dagas no tiene nada que…

-En Dorne tenemos un dicho -dijo Ser Trycian, envarándose. A unos veinte metros, un hombre con una campana se abría paso a través de la multitud mientras el murmullo de las conversaciones privadas crecía en intensidad convirtiéndose en griterío. El caballero desplegó una sombra de sonrisa-. Allí decimos que un caballero sólo está desarmado si no se encuentra dentro de su armadura.

-¿Cómo…?

-Atiende. Esto va a comenzar.

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La campanada. 

Al principio, los hombres se tantearon por grupos, sin lanzar golpes serios. Los dos combatientes de los Mooton se acercaron a los Buckwell y, sin decir palabra, señalaron la figura imponente del Caracortada mientras el Fuegoscuro se acercaba a su vez al gigante de Piedras Viejas: era evidente que todos habían marcado al más peligroso de los rivales y iban a hacer causa común para despejar el camino. Mientras, los dos escuderos de los Velarion comenzaron a subir la colina: si el resto de participantes decidían encargarse de la torre acorazada aquella, mejor para ellos. Como se acercaban hacia el equipo del feudo el griterío de los espectadores se tornó en abucheo.

Y de pronto un alarido: “¡Están armados! ¡Infamia, infamia!” 

La gente enmudeció primero, y coreó después. ¡Infamia! Cuatro hombres, representantes de los Blackwood, habían desnudado armas blancas de uso y se abalanzaban contra el gigante de la cara cortada. ¡Infamia! Se detuvieron sólo un instante al escuchar el grito, justo el preciso instante en que el enorme guerrero volvió el rostro y alzó la maza.

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-¡Infamia! -gritó Haudrey agarrándose de los listones con el objeto de saltar hacia el interior del claro. La mano derecha de Ser Trycian lo sujetó.

-Quieto. 

-¡Pero van a…!

-Quieto, digo.

Haudrey devolvió al suelo el pie izquierdo que había apoyado ya sobre uno de los maderos. La furia, la tensión… era insoportable. Caster sabía que esos cuatro pretendían matarlo, y aún así se había metido dentro del claro sin decir una palabra ni escuchar las suyas propias. ¿Estaban todos locos? Ser Trycian también pensaba montarse al día siguiente sobre un destrero cuando apenas sí podía andar. ¿Eso es lo que querían que aprendiera? ¿A comportarse como un completo imbécil?

Entonces la maza de Caster se movió. No hacia abajo, no buscando el cuerpo de sus enemigos, sino oblicua hacia el brazo derecho del hombre de las viruelas. El golpe sacudió el antebrazo entumeciéndolo al instante, y la daga salió disparada varios metros en dirección al público. Al tiempo que la maza impactaba contra el brazo de su enemigo, la mano izquierda del Caracortada, que hasta ese momento sujetaba el estandarte de Piedras viejas, voló cubierta por su guantelete metálico contra el rostro picado del hombre de los Blackwood. 

Y Haudrey comprendió antes de que el golpe hiciera brotar de los espectadores un gemido de sorpresa: por supuesto que Caster no estaba desarmado. Cada centímetro de su cuerpo era metal aristado.

El primero de sus ataques frenó en seco al resto de los Blackwood. Su líder cayó al suelo desmadejado en una postura extraña: su rostro era una pulpa informe de sangre y líquido encefálico. El Caracortada lanzó otro golpe lateral con su maza contra una rodilla, que se quebró al instante, mientras un gancho de su zurda dirigido contra la barbilla levantaba del suelo al sorprendido guerrero. El chasquido de la mandíbula destrozada resonó en el claro como una piedra reventada por el agua congelada del invierno. Lo siguiente fue rápido: uno de los dos restantes se volvió y salió corriendo hacia el cercado. Los hombres de armas de los Rosby que aseguraban el lugar lo devolvieron dentro a punta de lanza, y allí fue cazado pronto por el sobrino de Valinor, quien lo dejó sin sentido a golpes de su espada roma. El cuarto, en cambio, se lanzó con su espada corta contra Caster quien lo recibió con los brazos abiertos. El golpe, mal dirigido, cayó contra la protección de su costado, y el Caracortada abrazó a su enemigo alzándolo hasta situar su rostro cubierto por el yelmo frente al del de los Blackwood, desnudo bajo un casquete de cuero duro.

-Dale recuerdos a Baltor el Joven de mi parte -susurró la voz bajo la visera. Después el Caracortada lanzó brutalmente la cabeza acorazada contra la de su enemigo, haciéndola añicos con un crujido aterrador.

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A partir de ese momento, el resto del combate fue mucho menos interesante. El público vitoreó al gigante de Aguasclaras mientras recuperaba el estandarte, y siguió haciéndolo cuando la mole comenzó a segar cuerpos con su maza acolchada como si estuviera cosechando trigo. Luego, cuando frente a él sólo quedaban en pie dos de los Rosby, lo convirtieron en el villano del día. El caracortada se deshizo del primero de ellos, un pastor lugareño muy querido, con un golpe descomunal que quebró el palo largo que el hombre manejaba con notable soltura. Después quedó frente al último de los miembros del equipo de casa, apenas un muchacho casi tan grande y fuerte como él, herido en diversos lugares y armado con una azada. Tras casi media hora de lucha, parecía que ninguno de esos dos titanes flaqueaba en lo más mínimo.

El gigante extranjero se acercó. Plantó con fuerza el estandarte en el suelo y levantó el visor de su yelmo con la mano de la maza justo cuando la azada del joven, veloz como un rayo, impactaba sobre su cabeza. Caster la había visto venir, pero no tuvo tiempo de detenerla; en cualquier caso, encajó el golpe sin más y cerró la mirada sobre los ojos inyectados en sangre del enorme muchacho.

-Acércate, niño -dijo con su suave voz-. Voy a comerme tu corazón.

También vio venir el segundo golpe. Caster, quien sabía el efecto que su figura producía en los enemigos y no esperaba aquella respuesta, apreció el notable valor del joven aldeano. Después alzó su maza para detenerlo con la intención de descargarla de inmediato contra un lado de la cabeza de aquel muchacho, quien no merecía sangrar más. 

Pero el brazo no le respondió. O no lo bastante rápido. La azada produjo un curioso sonido de gong al caer sobre el yelmo del Caracortada. Caster se preguntaba por qué su brazo se movía tan lentamente cuando sintió cómo su mundo se tambaleaba, quizá por primera vez en toda su vida. Vio el suelo acercarse. Una de sus piernas se deshizo como si fuera de arena. Olió sangre. Luego escuchó un brutal alarido de la multitud, y después todo fue silencio y negrura.

 

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Tierras de los Rosby. Cuarto día de torneo.

El Cuervo.

 

Los atardeceres resultaban resplandecientes en aquel lugar hasta para una mente sencilla y poco dada a admirar tales cosas como la de Caster. El sol se hundía despacio, recortando las colinas de donde los Lannister y sus banderizos fieles de las tierras de la corona extraían oro como si fuera la leche de una vaca. Aquellos leones tenían siervos por todas partes, se dijo el gigante mientras veía como el amarillo se tornaba naranja y, luego, violeta. 

Aquel jodido torneo había acabado para ellos. La melée no había ido mal después del todo, aunque el hijo de su padre no estaba acostumbrado a perder jamás. Pero Ser Trycian había dicho que el combate sería recordado, y para él eso era suficiente. Haudrey apenas sí hacía bastante manteniéndose arriba de aquel animal violento y carnívoro que tenía por montura, de modo que su eliminación no cogió por sorpresa a ninguno de los tres. En cuanto a Ser Trycian, bien, que fuera capaz de subir a su caballo con las terribles laceraciones de su costado ya parecía imposible. Que además pudiera sostener una lanza de justa hizo que hasta un hombre tan estoico como Caster murmurara hacia Haudrey un “ahí va un hombre” cuando el caballero se lanzó a toda velocidad contra su evidente destino. El resultado fue el esperado, y aún peor: derrotado y herido de gravedad, Ser Trycian no podría moverse durante meses. Meses allí, en aquel lugar repleto de desconfianza y miradas suspicaces. Suspiró.

-Bueno, los he visto mejores -dijo una voz a su espalda. El propietario de la misma era un Cuervo de la Guardia de la Noche a quien había visto fugazmente durante la Melée. Caminaba despacio, tirando de las riendas de un enorme caballo repleto de bultos-. El atardecer, digo. Desde el muro es un verdadero espectáculo.

-Ajá.

-Te vi luchar el otro día, y vengo observándote desde entonces. Quería preguntarte algo antes de irme.

Caster se volvió, dejando caer la palma de su mano derecha como por descuido sobre la empuñadura de su deformada Estrella de la Mañana.

-No será necesario eso -dijo el Cuervo con una sonrisa-. De hecho, en parte es de esa arma de lo que quería hablar.

-Ajá.

-¿Sabes quién soy?

-Sí -dijo Caster-. Un jodido cuervo.

-Cierto -respondió el hombre-. Lo soy de nacimiento y por adopción. 

-Nadie nace cuervo.

-Te equivocas, hombretón. Nací en Nido de Cuervos. ¿Sabes lo que es “Nido de Cuervos”?

-No.

-Un castillo, hermoso como pocos, situado en “Árbol de Cuervos”. El castillo de los Herlaw. Y yo soy Edward Herlaw, hijo segundo de Lord Carlis Herlaw, el Cuervo.

-Muy bonito -dijo Caster, sorbiendo un gargajo-. ¿Y bien? No tengo toda la jodida tarde.

-Hay una leyenda en mi tierra acerca de una Estrella de la Mañana como esa -dijo el Cuervo señalando el arma que pendía de la cintura del Caracortada.

-No hay ninguna Estrella de la Mañana como mi arma.

-Precisamente -murmuró el hombre. Pareció dudar unos segundos-. Un guerrero errante gigantesco se enfrentó a caballo a un dragón frente a las puertas del Nido de Cuervos armado con una descomunal Estrella de la Mañana. Se llamaba Ser Molkar Svensson, venía del Norte, e hizo frente al fuego en solitario cuando todos vencieron rodillas ante el dragón y el rey que lo montaba. Ese hombre… el dragón lo calcinó. Sólo quedó de él la cabeza parcialmente derretida y endurecida de un modo sobrenatural de su Estrella de la Mañana.

-Ajá.

-Mi familia envió a alguien a devolver el arma a la casa Svensson en señal de respeto y agradecimiento.

-¿Agradecimiento? -El rostro de Caster se deformó en el característico gesto que parecía simular una sonrisa-. ¿Qué tenían que agradecer?

-Mi familia descubrió el verdadero significado de la palabra “valor”.

-Un cagarro imbécil que se enfrenta a caballo a un dragón no es valeroso, precisamente.

El cuervo sonrió de nuevo.

-¿Quién eres, hombre de la cara cortada?

-Me llamo Caster, hijo de Marlaw -dijo el gigante, entiesándose-. Mi vida está al servicio de Ser Hadder Rí… Tully, y al de su familia. Eso es todo lo que soy. No soy un caballero venido del norte ni me enfrento a dragones. Sólo a aldeanos armados con azadas, y con escaso éxito.

-Hace tres días, en la Melée, te enfrentaste a algo más que un aldeano -el cuervo se acercó-. Joder, casi acabas con todos aquellos patanes tú solo. Reconocería ese arma en cualquier parte, Caster hijo de Marlaw, y aquí y ahora te digo que no eres sólo un sirviente.

-Me has hecho tu pregunta, y ya tienes tu respuesta.

-No te quería preguntar eso -dijo el cuervo-. Mi pregunta es si quieres venir conmigo hasta el muro. Allí necesitamos hombres como tú, y no tendrías amo ni señor: vivirías entre iguales. Serías mi hermano.

Caster contempló en silencio al hombre de negro. Después desvió la mirada hacia el horizonte, el cielo azulado, la luna ascendiendo al sur. Pensó en su hogar, una habitación vacía que apenas pisaba. Recordó la figura ya difuminada por los años de su padre, y las muchas campañas de combates interminables al lado de Ser Hadder, cuando era piedra y fuego y no un maldito burócrata. Recordó a los niños de su Señor, jugando a ser mayores con sus espaditas de madera, y a Din el Forestal agostándose entre fiebres en su camastro, el único hombre a quien había llamado “amigo”. Recordó al extraño Maestre Ammon, quien lo miraba con aquella curiosidad voraz que lo estremecía, y a Nana, la mujer que lo ayudó a venir al mundo cuando nadie más quería que sobreviviera al parto.

-Yo ya tengo hermanos -dijo sin volverse.

El gigante alzó la barrera de madera dejando brotar un quejido amargo: la cabeza aún le dolía tres días después de los golpes de azada de aquel muchacho. Se adentró en el pequeño prado mientras se llevaba a la boca el pedazo de cuero que acostumbraba a mascar. Cuando había avanzado unos veinte metros levantó una mano a modo de mudo saludo.

A su espalda, aquel que era cuervo por dos veces sonrió.

 

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30/08/2014, 15:59
Haudrey Ríos, el Bastardo Rencoroso.

Año 149, viaje a Rosby durante el onceavo mes:

Ser Trycian estaba distraído, de hecho, llevaba así todo el viaje. Aquello no era habitual en él, y Haudrey suponía cual era el motivo... Probablemente, su futuro enlace con la pequeña Arianna. Pero antes tenían otra boda... Para la que aún no tenía regalo, por cierto. Tendría que intentar encontrar algo en las tierras de los Rosby antes de volver de allí. Sin embargo, esos pensamientos se desvanecieron cuando vio el rumbo que llevaba Ser Trycian con su caballo.

- ¡Ser Trycian, cuidado! - Gritó el Escudero, aunque demasiado tarde. El dorniense empezó a precipitarse por aquel desnivel. Haudrey se acercó a la zona todo lo rápido que pudo, aunque de manera prudente, pues bastante duro iba a ser ya cargar con Ser Trycian si no era capaz de andar. Al asomarse, comprobó que, al menos, el caballo estaba bien. Éso les ahorraba problemas. Pero el hecho de que su jinete no estuviera montado en él, sino estampado contra unas rocas heladas, no auguraba nada bueno. Y el inconfundible rojo sobre la nieve confirmaba los presagios.

Afortunadamente, a apenas unos pocos metros, había un pequeño sendero natural por el que podrían bajar. Consiguieron recuperar al caballero, que aún estaba consciente, aunque menos entero de lo recomendable, y ante su tozudez siguieron la marcha, aunque Haudrey le hizo prometer que dejaría que revisara sus heridas al acampar para la noche. Cuando decidieron descansar, el joven retiró la armadura al caballero con aún más cuidado del habitual, y empezó a examinar el costado en el que el caballero se había golpeado.

Tras explorar y limpiar las heridas con vino que puso a hervir, y aplicar unos rudimentarios vendajes, Haudrey hizo su diagnóstico.

-Dentro de lo que cabe, parece que ha tenido suerte. Creo que he limpiado bien las heridas... Pero hay un par de huesos rotos, y esos desgarros no van a cerrar sin mucho reposo. Ser, vuelvo a recomendar que no asistamos al torneo...

Sin embargo, la negativa de Ser Trycian fue muy firme, y no le quedó más remedio que tragar con aquello y esperar que no lo pagaran caro. Quizás no había terminado de formarse como Maestre, pero tenía algunos conocimientos de sanación, y aquello tenía mala pinta. Y allí, en mitad de la nada, no contaba con los medios para hacer prácticamente nada. 

Torneo en Rosby, una taberna.

Al final, habían conseguido llegar. Haudrey se había pasado el resto del viaje con un ojo puesto constantemente en Ser Trycian, pues era lo más parecido a un sanador en la comitiva... Y, además, otra distracción como esa quizás le costara la vida al dorniense. Hubo momentos en los que el bastardo pensó que las heridas se infectarían, o que Ser Trycian al final cedería por el dolor, pero nada de eso ocurrió. Y allí estaban, Caster y él, desayunando en aquella taberna como todos los días. 

Aquí y allá aún quedaban restos de sangre, cerveza... Y otros líquidos, fruto de lo que ocurría cada noche, y en lo que él prefería no tomar parte. La caterva de canallas que esos eventos solían arrastrar consigo había hecho de las noches su momento, y de aquella taberna su lugar. Y no estaba interesado en tener que lidiar con idiotas u otro tipo de canallas. 

Aquel día estaba comentando a Caster, en voz baja, sus preocupaciones sobre las posibilidades de Ser Trycian, después de que consiguieran despachar al posadero, cuando entraron allí cuatro individuos de la calaña que sin duda afloraba allí al caer el sol. La escena que se desarrolló a continuación no sorprendió al Escudero, que ya tenía la daga lista bajo la mesa. Aquellos tipos buscaban pelea, y parecían tener algún tipo de motivo por otro idiota que se había cruzado con Caster... Algo del anterior Torneo al que acudieron, parece ser. Finalmente, esos canallas se marchan sin armar ninguna pelea, aunque la promesa de la Melee dejó a Haudrey preocupado. 

- Desde luego, hay gente a la que nunca entenderé. Creo que recuerdo lo de ese tipo, y que se buscó aquel castigo hablando sobre cosas que no debía. ¿Por qué ahora vienen, aunque sean cuatro, a por el que le dejó en ese estado? ¿Confían en no acabar igual? 

Tras una pausa en la que el Escudero se llevó otro bocado a la boca, y lo masticó con aire pensativo, añadió:

-¿Sabes? Me gustaría acudir a un Torneo y que no fuera necesario que ninguno de los nuestros hiciera papilla a ningún imbécil.

Día siguiente, en la Melee.

Haudrey acudió, como ya tenía pensado, a animar a Caster y contemplar el resultado de aquel combate. Sin embargo, dadas las amenazas que aquellos hombres profirieron, consiguió convencer a Ser Trycian de acudir también. Al fin y al cabo, si había que tomar cartas en el asunto, sería mejor no estar sólo. Sin embargo, aquello demostró que aún le quedaba mucho por aprender. No entendía como podía haber dudado de que el Caracortada pondría en su lugar a esos canallas, y fue espectacular verle tumbar a esos idiotas con sus manos, y luego como se fue abriendo paso con el arma acolchada, hasta casi dejar el pabellón de Aguasclaras en la cima de aquel "fuerte". 

Si no hubiera sido por aquel campesino. Haudrey aplaudió con ganas la victoria de ese hombre. No con tantas como habría aplaudido a Caster, pero había que reconocer que ese hombre tenía valor. En cierto modo, le había recordado a los cuentos que le contaban de pequeño sobre Brom, el fundador de Cabaña de Brom, que ahora era Brom el Viejo. Se quedó con la cara del ganador, pues sentía que, como poco, debía felicitarle después. Pero ahora debía intentar ayudar a Caster a salir de aquel sitio, y prepararse para las justas.

Al llegar a su lado, al principio pensó que el hombre estaba muerto, pero fue un alivio comprobar que, a pesar de estar empapado en sangre de pies a cabeza, gran parte de ella no le pertenecía. Sí, tenía una brecha en la cabeza, pero el resto pertenecía en su mayoría a los cuatro idiotas que habían intentado matarle deshonrosamente. Tras lograr espabilar al guerrero lo suficiente para que pudiera salir de allí, Haudrey no pudo evitar mirar con cierto desprecio a aquellos hombres. 

Si no fuera tan deshonroso, o quizás si no hubiera muchos ojos presentes, el bastardo se habría planteado requisar algunas de sus pertenencias y sus bolsas como castigo adicional, que vendrían muy bien a Aguasclaras... Pero, realmente, el mal nombre a cambio no merecería la pena.

Unas horas después, llegaron las pruebas contra el estafermo para clasificarse para justar. En cierto modo el bastardo estaba nervioso, pues era consciente de que otros Escuderos de Aguasclaras habían tenido problemas con ellos en anteriores ediciones... Y, a veces, algún Caballero. Sin embargo, logró superar aquella prueba. No tuvo tanta suerte con su oponente.

Ser Ysle Velarion. Le recordaba de anteriores torneos, y era muy bueno. Aún con todo, el Escudero intentó algo que, seguramente, resultaría imposible. Era su primera justa, y se iba a medir contra uno de los grandes, quizás sólo superado por el Lord Comandante de la Guardia Real. Y aquello acabó como Haudrey sospechaba, con él siendo descabalgado. Afortunadamente, había sido un golpe limpio, y no sufrió ninguna herida más que en su orgullo. 

"Seamos positivos, al menos no correré riesgo de morir de una coz del cabrón de Tormenta..." - pensó el Escudero, aunque la pérdida de su único caballo de batalla seguía siendo un duro golpe, además de la armadura del Caballero... Al que tendría que compensar con su cota.

A Ser Trycian no le fue mejor, cosa nada sorprendente si se tenía en cuenta su rival, y su estado de salud. Por suerte, Lord Whalon consiguió introducir algo de prudencia dentro de la cabeza del dorniense, aunque eso implicaba quedarse allí varios meses. Lo que les haría perderse la boda de Ser Madrigal.

"Bueno... Al menos no tendré que preocuparme por un regalo de bodas."

Los meses en Rosby.

El tiempo en aquellas tierras, después del Torneo, transcurrió con una lentitud casi insoportable. De hecho, jamás habría llegado a sospechar que serían casi ocho largos meses los que pasarían alejados de Aguasclaras. Ante la convalecencia casi forzada de Ser Trycian, él mismo escribió la carta dirigida a su padre, en la que explicaba lo ocurrido y aclaraba que aún no podían regresar. Sin embargo, el tiempo allí no fue desaprovechado totalmente.

Haudrey tenía la costumbre de vigilar los cuidados que el Maestre de Rosby le dispensaba a Ser Trycian... No parecía mal hombre, pero los Lannister no estaban en buenas relaciones con los Tully, y siempre podrían intentar alguna jugada de ese estilo y que aquello pareciera un accidente, una complicación de las heridas... Y que ellos no habían tenido nada que ver. Además, su disfraz de Escudero era estupendo, pues nadie debía de sospechar que el conocía, aunque fuera a un nivel básico, los tratamientos que se estaban empleando. 

Efectivamente, aquel hombre sólo intentó curar a Ser Trycian. Y no cometió ningún error especialmente grave, cosa que era muy de agradecer. El chico aprovechó la estancia en aquel lugar lo mejor que pudo. Entrenó y dio paseos a caballo, conversó con algunos de los habitantes de la zona, entre ellos aquel que había logrado tumbar a Caster...

Sin embargo, los días seguían siendo demasiado largos. Y con mucho tiempo para pensar en demasiadas cosas. Fue en uno de estos periodos de largo pensamiento en el que reparó en dos cosas... La primera, la carta de Pendrik, que con todas las preocupaciones por la salud de Ser Trycian había dejado olvidada. La segunda, sobre el regalo para la futura boda de Arianna... Estaba seguro de que había visto por algún lado un traje de novia en preparación... Parecía que les habían reventado la idea.

Por ello, dedicó los siguientes meses a hacer las averiguaciones que Pendrik requería de él, y también a buscar algo que pudiera gustar a la joven y serle útil. Finalmente encontró algo, y lo mejor, que le saldría relativamente gratis. 

Había algunos días en la taberna que Caster y él frecuentaban más movidos que otros. Algunos incluso se montaban algunas competiciones improvisadas de dados. Caster y él participaron en alguna, y pronto se demostró que Haudrey tenía una suerte endemoniada en esa clase de juegos. El que los dados no fueran suyos fue muchas veces lo único que le salvó de alguna pelea por ser acusado de trampas. Y, aunque las apuestas nunca eran muy altas, el ganar muchos juegos durante muchos meses acababa notándose.

Ése dinero, que le había salido "gratis", fue el que se desvaneció cuando encontró lo que le pareció el regalo perfecto: un anillo de hierro con una perla engarzada. Aunque los materiales fueran pobres, el trabajo era bueno, siendo el anillo dos peces que sostenían aquella perla... Sí, le gustó la simbología que aquello tenía con su familia. Y aún le sobró algo para un regalo también para Ser Trycian... Una buena funda para su terrible mandoble, sin mucha decoración pero en buen cuero, resistente pero con el punto justo de flexibilidad. Rápidamente, ambos regalos fueron disimulados entre el resto del equipaje, esperando que Ser Trycian no reparara en ellos.

Lo último que quedó, antes de otros tantos meses de inactividad, fue enviar un cuervo a su hermanastro con lo que él había requerido. 

Año 151: la boda.

Aquel momento había llegado al fin. En cierto modo, ver a sus dos hermanastras ya convertidas en unas mujeres y casadas entristecía a Haudrey. No estaban tan lejanos los días de los juegos, y de una juventud más bien despreocupada. Ahora se alejaban de él, y de Pendrik y de Gwraidd, y quedaban unidas permanentemente a otros. Ambos buenos guerreros, y probablemente buenos hombres... Pero era una forma de perder a sus hermanas. Sin embargo, esas ideas no debían tener espacio en su mente. Debía ser un día feliz, pues ahora ambas tenían por delante la dicha de conceder nietos a padre y quizás de que estos le den buen nombre a las familias a las que pertenecerán. 

Procurando sentirse positivo, Haudrey fue pródigo en sonrisas en aquella boda. Estaba empañada por muchos motivos, entre ellos la muerte de Vesania, pero no era el momento de recordar hechos tristes (al menos, tristes para la mayoría del castillo, aunque realmente el bastardo no le guardaba demasiado rencor a aquella bruja). Sólo esperaba que la pareja fuera feliz, igual de felices que parecían ser Lidya y Ser Orsey.

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30/08/2014, 18:05
Edder "Clavopié".

VIÑETA XVII.

Año 149 d.a., por Edder “Clavopié”

 

   Y venció a la muerte. Sin duda había sido la batalla más dura que había librado a lo largo de su vida, batalla que había librado sin acero y contra un enemigo invisible cruel como ninguno. Pero lo había superado y la vida continuaba.

   No recordaba, a lo largo de sus muchos años ya vividos, que se hubieran celebrado tantos ritos funerarios en un espacio tan pequeño de tiempo. En la guerra, la muerte era rutina, pero el protocolo de enterrar a los muertos era más bien corto y una misma ceremonia valía para muchos.

   En este marco de tristeza y pena se celebró el Festival de inicio de Año, que unido a la falta de recursos cada vez más acuciante, dio como resultado una fiesta poco festiva. En nuestras caras se podía leer el estado de ánimo del castillo, lo que resultó más evidente en la cara de los comensales de la mesa del Señor cuando llegó la hora del pastel. Me encontraba en la mesa intentando ahogar las penas en una frasca de vino cuando sentí unos codazos. Armase intentaba decirme algo y me hacía indicaciones insistentemente con un leve giro de cabeza. Agudicé la mirada para intentar disipar la neblina del alcohol y pude ver como los comensales torcían el gesto con cada cucharada de pastel. Sentí lastima por Viterrand, aquello le iba a costar una buena bronca.

   Pero no todo fue negativo en ese inicio de año. La entrada en la guardia de tres nuevos compañeros fue como un soplo de aire fresco. Brandon, Pequeño Cuervo y Roy pasaban a ser guardias, lo que aliviaría en parte la carga que recaía en nuestros hombros, aunque la marcha de Caster al Torneo de Rosby nos dejaba más o menos como estábamos. Me consolé pensando que su marcha sería algo temporal y pronto lo tendríamos otra vez con nosotros.

   Me dejé envolver en el automatismo, me dedicaba a mis guardias y entrenamientos sin enfrascarme en asuntos personales. Me limité a observar las idas y venidas de unos y otros. Solo me permití el lujo de pedir a Ser Orsey que me dejara esgrimir su espada nueva durante unos instantes.

      – Es preciosa Ser Orsey, perfectamente equilibrada, desde luego Jeremyed a hecho un buen trabajo. No, excelente trabajo. Es una espada digna de un Rey.

   Fue a finales de Año cuando Aguasclaras comenzó a llenarse de vida. Desde mi puesto de guardia, envuelto en pieles, podía ver como día tras día, en un goteo incesante, atravesaban las puertas todo tipo de autoridades con sus respectivas comitivas. Por primera vez en mucho tiempo la alegría pareció iluminar nuestras vidas, a lo que ayudó en gran medida el regreso de Eremiel convertido ya en el Septón Eremiel, que ofició la ceremonia de casamiento entre Ser Madrigal y Aletheia Casagrande. Todo transcurrió a la perfección, por lo que una vez acabada mi guardia, me dediqué a beber todo el vino que pude y a comer todo el Oso que fui capaz. Fue un regalo para todos que Darién y sus pupilos cazaran a aquel animal. Sin duda fue una boda bendecida por los Dioses y tambaleándome y con la mayor educación que fui capaz, di la enhorabuena a los recién casados Ser Madrigal Oakenshaf-Casagrande y Aletheia Casagrande.

   Pero la felicidad no dura y una vez finalizados los festejos, la realidad volvió de nuevo en forma de muerte. Nana fue derrotada por el enemigo que apenas yo pude contener y Vesania Oakenshaf apareció ahorcada en su alcoba. A ese respecto me mantuve totalmente al margen. Gracias a los Dioses estaba libre de toda sospecha y creí prudente no hacer pregunta alguna al respecto.

Año 150 D.A., por Edder “Clavopié”.

   Los meses transcurren bajo capas de pieles. A medida que transcurre el tiempo, el frío y los malos días parecen ganar terreno. La monotonía vuelve a instaurarse como reina de nuestras vidas y solo es rota a mediados de año por la llegada desde Rosby de Ser Trycian, Haudrey y Caster. La mala suerte parece haberse ensañado con Ser Trycian, que se le ve cojear y dolerse de las heridas sufridas durante su viaje. Sus males se disipan con la buena noticia de su boda con Lady Arianna Tully.

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30/08/2014, 18:37
[RIP] Alethéia Casagrande.

Año 150, siete días después de la muerte de Vesania y Nana.

Esperó en la cama, respirando contenida, a que fuera la séptima hora de la noche. A su lado Madrigal roncaba ahíto, se había cuidado de dejarlo completamente exhausto. Primero con una tarta que ella misma había preparado, después con varias copas de vino del Rejo, dorado y dulce, al que añadió el contenido de un pequeño frasquito que Meridia la Vieja le había dado para ello. Y finalmente lo dejó satisfecho tras cabalgar sobre él como una amazona insaciable, hasta tres veces. Nunca habían sido más de dos, en la semana larga que llevaban casados, y tampoco había tomado ella la iniciativa aún. Hasta esa noche. De modo que su esposo pasó del jadeo a la ebriedad de la plena consecución del gozo, y de ahí al más profundo y placentero de los sueños.

El momento había llegado, se levantó silenciosa, y se cubrió con una larga capa de piel oscura, como la de un Cuervo. Nadie debía verla, y nadie la vería. Tomó de un cajón cerrado una bolsita, y la deslizó en un zurrón en el que también cargó varios pequeños objetos.

Un cuenco, una vela... sí... Y ésto... mmmm...

Cuando se aseguró de que tenía todo lo necesario salió de su alcoba como una sombra negra, callada e invisible, la melena pelirroja oculta bajo la capucha, y la piel blanca de su cuerpo rollizo completamente cubierta. Salió luego al patio, agradeciendo que la capa fuera gruesa, un viento gélido acuchillaba sin piedad la noche. Y se dirigió al Septo.

La puerta no rechinó, las reformas después del ataque de la turba de la pirata la habían dejado suave como la seda. Dentro la penumbra estaba apenas rota por las llamas de unas cuantas velas. Pasó junto a la Doncella, junto a la Madre, junto al Herrero. Dejó a un lado a la Vieja, al Guerrero, al Padre. Y se detuvo frente al Desconocido.

Inspiró profundamente. A su alrededor la negrura oscilaba con las llamitas, y el silencio era pesado y denso. Pero Alethéia no tenía miedo, estaba demasiado concentrada en lo que tenía que hacer.

No podía olvidar nada de lo que la vieja Meridia le había dicho. Había ido a verla a su choza de las afueras de Casagrande el mismo día de la muerte de la maldita bruja, de las dos malditas brujas. Se lo había contado todo, y le había mostrado el papelito. Por fortuna nadie lo había echado en falta, y nadie le había preguntado tampoco por él cuando ayudó a arreglar el cuerpo con su mortaja. Cogerlo de las manos yertas del cadáver había sido un atrevimiento, pero Alethéia no era una mujer cobarde, y, desde luego, era una fiera celosa de su prole, de los suyos. De Madrigal, por tanto, quien sería el padre de sus hijos. Y del bastardo, ¿por que no?, Maegor era hijo de Madrigal. Era suyo entonces, también.

La Vieja Meridia había leído el papel, y mirado a Alethéia con sus ojos vidriosos. Había comprendido a la primera, aquello era una maldición.

Epitafio:

Aojados los robles y los capullos en flor.

-Os han echado mal de ojo, a ti, a tu marido, a vuestros hijos y... ¿Quién es el capullo en flor...? ¿acaso estás ya preñada?

-No, Meridia. Se trata del bastardo de mi marido. Es un Flores, de Altojardín. Y es un chiquillo.

La vieja asintió, y profirió un bufido junto con una imprecación.

Los Oakenshaf, y Vesania. Su vida dedicada a impedir lo que representaba la boda de Alethéia con Madrigal, rebrotar al roble y afincarlo en la casa grande. Y acababa de hacerse, y además, con el espaldarazo de Desembarco del Rey. Era oficial. No era de extrañar que la vieja Vesania no lo hubiera resistido, y hubiera decidido acabar con la pesadilla de ver día tras día cómo su vergüenza aumentaba.

-Hay más aquí, niña. Nana lo hizo. Nana la bruja. Quizá el precio fue el suicidio de Vesania, precisamente, y ella lo pagaría con gusto. Magia de sangre... ¿por qué no...? Pero hay que deshacerlo. Lo que hizo, hay que deshacerlo.

Por eso estaba ahora Alethéia allí. A los pies del dios extraño, del dios de la muerte.

Sacó el cuenco, sacó la vela. El saquito, con un contenido que desconocía, y que Meridia le había hecho jurar que no intentaría descubrir. No, no lo hizo, era demasiado importante para ella que la maldición se rompiera, más que la curiosidad. Mucho más. Sacó el papelito ahora arrugado y sucio. Una pequeña daga, y un pañuelo. Y un mechón de pelo rubio como el sol.

Puso el cuenco en el suelo, y preparó todo lo que había traído, murmurando la plegaria que Meridia le había hecho memorizar hasta decirla sin tener que pensarla. Cada cosa dentro del cuenco, por orden. Primero el saquito, luego, encima, el papel. El pañuelo, con la semilla de Madrigal. El mechón de Maegor.

Con la daga se hizo un pequeño corte en un dedo, y dejó que su sangre roja y brillante manchara el montoncito de cosas.

Y, por fin, el fuego de la vela, que prendió dentro del cuenco, y purificó su contenido. Los robles, actuales y futuros. Y el capullo en flor. La maldición ardió soltando un humo maloliente y turbio, una columna que ascendió ante el dios.

Y Alethéia habría podido jurar, si alguien la hubiera visto al salir, que El Desconocido abrió la boca y se tragó el humo...

...así se lo juró a Meridia la Vieja al día siguiente, cuando fue a Casagrande a darle cuenta de lo sucedido. La anciana no se rió. Entrecerró sus ojos acuosos, ladeó la cabeza, y perfiló una pequeña reverencia de reconocimiento hacia Alethéia.

-Vuelve otro día, niña. Vuelve.

Acababa de identificarla como a uno de los suyos...

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30/08/2014, 21:52
Forestal Darién "Piel de Lobo".

Viñeta XVII. Mes 12. En los bosques.

Intervencion: Dinnas, Plumby, Dhur.

Dhur había logrado encontrar el rastro de un gigantesco oso y junto con Darien, habían estado siguiéndolo y trazando un plan para cazarlo. De esto hacia ya tres días, ahora el Forestal estaba en medio del bosque esperando junto a Dinnas; a que Dhur y Plumby, que estaban acosando al oso, lo guiaran hasta el lugar acordado. Enfrentarse a un animal de ese porte y ferocidad, no era cosa de niños, menos aún con dos aprendices que recién estaban haciendo sus primeras experiencias. Por eso debería estar atento y no dudar al momento de golpear.  

Con el correr de los minutos Darien se iba poniendo más tenso y ansioso, pero intentaba que su joven aprendiz no se diera cuenta. 

-Quédate tranquilo, haz lo que hemos convenido y todo saldrá bien- dijo en voz alta, más para sí mismo que para el hijo de Din.

En ese instante un rugido atronador sonó cerca y el oso irrumpió, era sin duda una bestia majestuosa. Aún tenía varias flechas clavadas, pero no daba señales de estar enterado de eso. La trampa se activó, pero las cosas pronto se precipitaron y todo se salió de control; el oso se enfureció de tal modo que logró romper sus ataduras y pararse sobre sus dos patas traseras. En ese momento una flecha voló al lado de su oreja y se clavó en uno de los ojos del coloso.

¡Atras, atras todos!- les gritó Darién a sus compañeros.

El antiguo soldado hizo acopio de todo su valor y sacó su lanza mientras veía que sus compañeros seguían atacando con sus flechas al animal. Entonces se oso loco de furia y dolor, se lanzó a la carrera intentando romper el cerco de los cazadores. Iba directo hacía Darién, que se quedó parado, esperando el momento justo y entonces atacar con su lanza y rodar hacia un costado para evitar la embestida. Su lanza dio de en el ojo sano de su adversario, pero no logró herirlo de muerte. Sin embargo, el oso siguió su loca carrera hasta darse de lleno contra un recio árbol que lo dejó medio atontado, tras lo cual los cuatro compañeros se acercaron y ultimaron.

Darien jadeaba, estaba cansado pero una sonrisa brotó en su rostro mientras dio un grito de alegría.

-¡Por fin terminamos con el maldito!- se acercó hasta Dinnas y Plumby -¡Bien! Aún siguen con vida, ilesos y por lo que veo con los pantalones secos ¿Quien iba a decirlo? No son muchos los que pueden decir eso despues de enfrentarse a algo semejante. - luego se acercó hasta Dhur -Y tú, maldito, gracias al Guerrero por esa puntería tuya. Pero no te confíes, no vuelvas a hacer un tiro tan justo porque un día podrías errar y la muerte de un compañero no es tan fácil de borrar...-

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30/08/2014, 22:09
[RIP] Nana la Comadrona.

VIÑETA XVII - Diciembre del año 150. Desván de la curtiduría del castillo.

Atiende, Sysa... Cof, cof.

Su viejo cuerpo yacía postrada en el catre del frío desván. Habría querido que alguien arreglara esos tablones caídos del tejado, que dejaban pasar tan insanas corrientes de aire, pero el cabeza hueca de Ser Hadder había mandado a los peones a Varamar, y todos los esfuerzos fueron para el Septo. ¡Oh, dioses nuevos... siempre metiendo el dedo en la llaga! Ya se podrían ir a molestar a otra. Nana les podría hacer una lista.

Las niñas son más enrevesadas que los niños. En el vientre, se mueven más. ¡Atchís! Snif, snif. Te pueden llegar a salir con el melón girado, con los ojos y la nuca mirando a ambas caderas en lugar de al ombligo y al ano. Nunca, pero nunca, metas la mano para colocar bien la cabeza del bebé: eso siempre termina rompiéndole el cuello. Cof, cof. En esos casos deja que la madre sufra. ¡Haberse preñado de un niño en vez de una niña, leñe!

El parto será más largo... ¿Qué te tengo dicho de los partos largos? Si no le das de beber agua a la madre, puede acabar desmayándose. ¡Abofetéala! ¡Nunca dejes que el dolor les haga perder el conocimiento! Las necesitas despiertas para que empujen. Cof, cof...

La vieja Nana se giró en el camastro y tiró de la manta hasta los hombros.

Basta por hoy, Sysa. Estoy muy cansada. Continuaremos mañana.

Con los ojos cerrados, escuchó el soplido salir de los labios de Sysa y apagar la vela. Y con esos mismos labios, sintió un cálido beso en la frente y susurro de buenas noches. De nuevo la soledad. La mano de la comadrona se deslizó bajo la almohada como si estuviese tomando la temperatura de una de sus pacientes con los dedos. Sacó el papelito escondido y lo agarró con fuerza con la mano. Llevaba meses repitiendo el mismo rito cada noche, desde que se enteró de la boda.

¿Cómo pudo ocurrir? Si no fuese por esta maldita pulmonía crónica, lo habría podido evitar...

Y ahora, la debilidad de su cuerpo le anunciaba su fin, negándole la fecha final. Y solo podía aferrarse al papel, para que si esta vez no volvía a despertarse, la encontraran con él entre los dedos: su epitafio, y a la vez su clara epifanía.

Epitafio:

Aojados los robles y los capullos en flor.

Que cincelen esas palabras en su lápida o, si Gwraidd no se rasca el bolsillo, que lo esculpan en el tablón de madera que marque la tumba de Nana. El último deseo de una bruja es más fuerte que el tiempo. Cuando su cuerpo se haya vaciado de fuerzas y el dolor desaparezca, podrá conjurar sin trabas por una única vez. Aojados los robles y los capullos en flor...

La maldición no podía ser más nítida. El capullo en flor hace referencia a la virginidad de una doncella. El roble no es más que un circunloquio. Nana no puede maldecir a sus propios dioses. No puede referenciar en su fórmula mística a los arcianos. ¡Valga el roble por todos los demás árboles! Simboliza a ese pérfido Ser Trycian, que burló la muerte en una mortaja de corteza arciana. Sí... Nana no puede permitir que un ser tan oscuro extienda su semilla por el mundo. ¡Qué los úteros se cierren a su paso! Ser Trycian no ha de ser jamás padre, ni de su prometida Arianna, ni de ninguna otra.

Ya es tarde, hora del largo invierno... Los párpados arrugados pesan esta noche más que ninguna otra. Dulce oscuridad, paz y sosiego, que hace que los huesos ya no le duelan y la fiebre no la atenace. Hoy ya es solo un animal dormido. Mañana... ¿Qué puede deparar a Nana el mañana? Si esta vez no se despierta, la nada.

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31/08/2014, 17:10
[RIP] Brosten el Leñador.

Viñeta XVII. El ocaso del leñador

Brosten lo había perdido todo, parecía maldecido por los dioses, lo hubiera jurado sin dudarlo sino fuera porque nunca había creido realmente en ellos. Desde la muerte de su padre su vida no volvió a ser igual, pensaba a menudo en él, quizás jamás se había sentido tan unido a su padre en vida como por su injusta muerte la cual le torturaba como una herida abierta.

Habían pasado los buenos años, en los que se había labrado una reputación. Incluso algunos llegaban a respetarlo, aunque entre ellos se encontraran malechores y malditos. Durante un tiempo amaso dinero, poder y el contrabando le mantenía entretenido.

Pero todo aquello pareció acabar, después de la muerte de su padre lo intento todo. Quizás tenso demasiado la frágil cuerda de sus contactos o quizás nunca los llegó a tener... aunque eso ya poco importa, el nombre de Brosten ya no significaba mucho si es que en verdad lo llegó a significar.

Tras el fin de las revueltas todo volvió a su cauce y la reputación del leñador se disolvió como las protestas por la justicia, Royne seguía libre y todos sus intentos por cambiar aquello fracasaron sin remedio.

El tiempo pasaba y la situación empeoraba sin medida, Brosten era un hombre solitario sin apenas relación con el mundo exterior a su bosque o sus asuntos. Pero estos cada vez eran menos y poco a poco el leñador se convirtió cada vez más en un hermitaño.

Durante un tiempo enseño a los jovenes el oficio de leñador, era uno de sus pocos contactos con el mundo exterior aunque apenas les dedicaba unas pocas palabras al día. Brosten parecía siempre ausente, un alma en pena que vagaba en el cuerpo de un fornido leñador, en solaz del soldado donde antes era algo conocido ahora pasaba casi desapercibido como uno más. La gente ya no acudía a él para confiarle sus problemas ni mucho menos su oro.

Brosten no creía en los dioses y mucho menos en las maldiciones, pero si la muerte de su padre marco un antes y un después durante estos años hubo otro suceso que acabo por hundir el alma del leñador. La muerte de Vesalia fue tan trágica como inesperada. Si había una persona a la que podía apreciar era ella y con su muerte pareció irse la poca humanidad que quedaba en Brosten.

Aquel suceso le marco profundamente, desde entonces pasaba más tiempo que nunca en el bosque, arropado por la soledad, apenas pasaba por el castillo a dejar algo de leña. Incluso pasaba noches durmiendo a la intemperie por no regresar a su habitación en el castillo que tanto le recordaba a la maestra de llaves.

En aquel momento las maldiciones no le parecían cosas de locos, desde entonces pensaba que quizás fueran reales como buscando una explicación a tantas desgracias a su alrededor. Brosten empezó a beber le ayudaba a soportar el frió en el bosque y a mantener sus pensamientos latentes, era la manera de darse un respiro en sus esfuerzos por autodestruirse.

Su rostro comenzó a cambiar, estaba algo demacrado con una mirada que reflejaba de forma constante su sufrimiento interior, siempre con la capucha puesta aislado del mundo exterior y la única compañia de sus pensamientos y sus recuerdos.

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31/08/2014, 17:45
Ser Gwraidd Tully.

Viñeta XVII. Invierno.

Año 149 a 152 de la dinastía Targaryen. (Menciones a Ser Hadder, a Vesania, a Nana, a Ser Madrigal, a Darien, a Ser Trycian, a Alethéia, a Arianna, a Haudrey, a Pendrik, a Lidya, al herrero Jeremyed, al maestre Ammon, a Maegor)

Gwraidd Tully, el segundo hijo de Ser Hadder, cumplía con sus obligaciones. Como en otras ocasiones, dedicó parte de su tiempo a viajar entre las distintas villas del feudo, y precisamente por eso, fue de los primeros en darse cuenta que las aguas estaban revueltas, muy revueltas, en Villamanzano. El joven noble dedicó sus esfuerzos a calmar la situación, reduciendo la tensión de forma notable. Sin embargo, probablemente no habría bastado sus intentos de no ser porque también los Casagrande participaron de forma trascendental, comprando grandes cantidades de sidra. Como Gwraidd pudo comprobar, aquellos que tienen la barriga llena, y algo de oro en su bolsa, son mucho más leales que los que tienen hambre... por justos o injustos que sean sus señores. Ese conocimiento, de sabor agridulce, dio mucho que pensar al joven en las noches venideras. 

Pero el pensamiento en modo alguno podía suplir la incesante actividad que despliega Gwraidd durante ese año. A sus visitas por el feudo se une su labor como escudero de Ser Madrigal, y su esfuerzo en cumplir las expectativas de ser hijo de Ser Hadder. Las reflexiones de Ser Madrigal sobre sus escasas posibilidades de llegar a ser un buen caballero se han clavado con fuerza en el pecho del joven que, a pesar de tener claro que ha decidido saber un poco de todo, lo que casi asegura no saber mucho de nada, se niega a asumir que sea incapaz de hacer un buen papel en alguno de los torneos. Por eso, durante este año, y también durante los sucesivos, se preocupa especialmente de su entrenamiento en el uso de armas y armaduras. En el próximo torneo está convencido que debe justar. Y debe hacerlo bien. Las palabras de Ser Madrigal, sin embargo, no hacen que el joven se moleste con su caballero, todo lo contrario, tal como aprendió hace tiempo del maestre Ammon, mata más la auto complacencia que las espadas. 

Dentro de sus planes de futuro, el joven se empeña en que uno de los potros sea asignado a él, y lo logra, si bien sólo tras prometer a su padre que todo lo que suponga el mantenimiento en comida del caballo saldrá de su asignación. Gwraidd logra que Ser Madrigal le acompañe para elegir al caballo más apropiado, e igualmente, que el caballero le ayude al empezar a entrenar y domar a este. Gwraidd está convencido que el caballo es el más apropiado, tal es su confianza en Ser Madrigal, y tal vez por eso, al elegir su nombre, es ligeramente soberbio, llamando al caballo "Elegido".

Durante los casi cuatro años el escudero se preocupa de estrechar sus lazos con su padre, sus hermanos y Ser Madrigal. También visita a la vieja Nana en varias ocasiones, preocupado por el evidente deterioro de esta. Del mismo modo visita a Vesania. La enemistad entre ambas mujeres le resulta a Gwraidd divertida, tal vez por ese punto de inconsciencia juvenil que aun le resta. Son las dos mujeres tan importantes para el joven que le resulta imposible hablar mal de la una o de la otra, y en la misma medida, no acierta a comprender por qué ambas se tienen un odio tan visceral. 

Tales visitas no le impiden visitar igualmente en numerosas ocasiones al maestre Ammon al que le formula diversas preguntas con la esperanza de poder ver posibilidades para la tierra de su padre. Gwraidd teme que su familia no alcance la gloria que cree que esta merece, y ese pensamiento, ese temor, le hace ser especialmente testarudo y trabajador durante todo ese año. En diversas ocasiones habla con sus dos hermanos y con su padre, buscando medios para mejorar la situación del feudo y dando su opinión sobre algunas de las propuestas que se formulan, así como ayudando a las mismas en la medida de sus posibilidades.

Encarga también durante ese año una espada y una cota de mallas al herrero Jeremyed, pagando ambas por adelantado. Gwraidd se felicita a sí mismo por haber sido previsor, ya que pocos gastos ha tenido en toda su vida hasta ahora. 

- Creo que me daría justo incluso para hacer regalos en dos bodas importantes- piensa para sí, divertido. Y como si de una invocación se tratara, las noticias de la boda de Ser Madrigal y de Alethéia, y posteriormente de su hermana Arianna y de Ser Trycian, golpean al escudero, que sólo a duras penas logra, en los primeros momentos, reprimir su enfado. ¿Acaso es lógico que Ser Madrigal se case con una plebeya que, para colmo, es evidente que su padre pretende liar con la nobleza con la única esperanza de mejorar de posición? ¿y cómo piensa padre que cambien las opiniones venenosas sobre su feudo si casa a la hija que le queda con un caballero sin nombre? Nuevamente la prudencia de la que hace gala Gwraidd resulta beneficiosa. La noticia sobre la verdadera identidad de Ser Trycian, y el amor que siente Ser Madrigal por la que va a ser su esposa, hace que la opinión de Gwraidd sobre ambos enlaces cambie radicalmente. 

Compró con lo que le quedaba de dinero ahorrado cuatro regalos de gran calidad. Para Ser Madrigal un brazalete de oro en el que están grabados dos animales, uno en un lateral, el otro en el contrario: un cuervo y una trucha. Para su mujer, Alethéia, una redecilla para el pelo, enjoyada.

Espero que estos regalos sean testigos de vuestra felicidad- dice con una franca sonrisa, dando un fuerte abrazo luego a Ser Madrigal.

También compró para su hermana Arianna un hermoso vestido... quizás algo más escandaloso de lo normal. Es un vestido realizado en seda verde, y es de factura dorniense. Es bello, y elegante, aunque para las costumbres del trono de reino, un poco atrevido. A su marido, Ser Trycian, le regala un manto típicamente de las tierras del norte, realizado en piel de zorro blanco. 

Ser Trycian... querida hermana... felicidad y bien para ambos. Mis regalos implican que el uno debe amar lo que es propio del otro, y aceptar las peculiaridades de su forma de vivir y su cultura. Si así lo hacéis, vuestros problemas no desaparecerán, pues no es dado a ningún hijo de mujer vivir sin problemas. Pero os tendréis el uno al otro como fortaleza. Y no existe fortaleza mejor.

La alegría de Gwraidd en ambos convites fue grande. Pero desgraciadamente no duró tras estos. Las terribles muertes de Vesania y de Nana golpearon al joven, que recibió con notable sorpresa la parte de la herencia que Vesania le había dejado. Gwraidd se ocupó personalmente de que ambas mujeres fueran enterradas conforme a los ritos de su fe, y que en la lápida de Nana se inscribieran las palabras que la mujer había dispuesto fueran su epitafio. Igualmente se preocupó que Vesania fuera enterrada con el sudario que se había bordado, y que su tumba estuviera junto a la tumba de Probis. 

Ambas han dado su sangre, su vida, y su saber, por estas tierras. Sus deseos finales serán respetados.

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31/08/2014, 18:51
[RIP] Jack "Pequeño Cuervo".

Viñeta XVII. Invierno. 

Año 149 a 152 de la dinastía Targaryen. (Menciones a Ser Hadder, a Vesania, a Nana, a Caster, a Russ, a Ser Baltrigar, a Soraya la Gata, al septón Eremiel)

La conversión de Jack en guardia, y su frenética actividad, parecen incidir tanto en su personalidad como la terrible paliza que sufrió años antes en Villamanzano, o como el haber terminado con la vida de un hombre: nada. De hecho si algo había cambiado en algo el comportamiento de Jack era el fallecimiento de Probis y del viejo septón. Jack acude en muchas ocasiones a la tumba de ambos, y en mitad de sus muchas obligaciones, se preocupa que estén cuidadas. La verdad es, sin embargo, que poco tiempo tiene. Las guardias, el actuar como mensajero, los entrenamientos en combate con Caster. Pareciera que la resistencia del "pequeño cuervo" fuera inagotable. Tras su entrada en la guardia, a sus frecuentes reuniones con Caster se suman ahora encuentros con Russ. Jack es silencioso y cumple bien las órdenes, aunque cuando no está "de servicio" es profundamente imprevisible. Se sabe que visita numerosas veces Villamanzano y Solaz del Soldado, viéndosele en diversas mancebías y tabernas. 

Al menos en cuatro ocasiones tiene reuniones bien con Ser Baltrigar, bien con Ser Hadder, informándole de las averiguaciones que, bajo orden de los dos, realiza durante estos años. 

A partir del año 150 Jack cada cierto tiempo realiza viajes a Orilla Azul para ver a su madre y pasar con ella al menos un par de días, preocupándose tanto de que la estancia de Ser Hadder esté en orden, como que su madre y Lumilla estén bien. 

Disfruta de las dos bodas, aun cuando no realiza regalos a nadie, pues son gente de importancia, a las que poco conoce.

La muerte de Nana es una sorpresa, y la de Vesania, un mazazo. A partir de esta última la que parecía sempiterna alegría de Jack se esfuma, sin que quede muy claro si la misma regresará. Sigue cumpliendo sus obligaciones, pero ahora no hay sonrisa ni alegría. No al menos todavía. Cuida del gato que Vesania y él han estado alimentando, un gato grande, viejo, que suele pasar sus días mirando por una de las troneras, esperando el regreso del verano.

Lo que le ha dejado en herencia Vesania y lo que otros han pagado por sus servicios, hace que Jack tenga más dinero que nunca. Pero ninguna alegría le da tal cosa.

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31/08/2014, 23:38
Ser Trycian de Dorne.

Año 151 de la Dinastía Targaryen, Castillo de Aguasclaras.

Celebración del matrimonio entre Ser Trycian de Dorne y Arianna Tully.

Las bodas siempre me han aburrido. Desde pequeño no me interesó nunca todo ese tema político que se agrupa durante una unión marital. Ahora, poco más me importaba pero aún así he evitado concurrir a los matrimonios pues no es algo que disfrute demasiado. En esta ocasión, tampoco sé si disfrutar o no pues estoy nervioso, más de lo que he estado en ningún torneo.

Estoy sentado al lado de mi esposa, Arianna Tully y no sé qué hacer aparte de sonreír y disfrutar de la comida. La gente se ha reunido a vernos, nos han dado regalos y nos han hablado con afecto acerca de lo que significa ser un matrimonio. Nada de eso me ha molestado pero en realidad no tengo mucha experiencia en esta clase de tradiciones así que he intentado hacerlo lo mejor posible.

La ceremonia transcurrió tal como nos habían dicho y habíamos practicado. Fue dirigida por nuestro Septón y juré por los Viejos y los Nuevos Dioses pues, desde hace unos años, los Viejos Dioses han sido algo mucho más real y presente que los Siete. Nana me enseñó de ellos a través de las visitas que le hacía. Lamenté mucho su muerte y asistí a su funeral sintiendo mucho pesar durante semanas.

Ahora miro a mi mujer: Es una joven hermosa, más que cualquiera que haya visto antes. Además es una gran mujer, de buena familia y buenos sentimientos. Es todo lo que un hombre puede desear y me hace muy feliz saber que estará conmigo a pesar de cualquier carga que lleve. Planeo ser un gran esposo para ella y corresponder así su entrega, aunque desconozco todo acerca de los temas maritales.

Es complicado lidiar con todo lo que es una perspectiva familiar de la vida cuando solo se ha entrenado para la guerra. Desde pequeño viví en un mundo donde todo gira en torno a la guerra. Nací en un país rodeado de enemigos, donde mi familia vivía principalmente para defender nuestras tierras del enemigo. Luego, con mi exilio, también entendí que mi capacidad de matar me salvaría la vida y me daría un lugar para pertenecer. Así fue y vivo en Aguasclaras porque soy un caballero temible, capaz de acabar con cualquier enemigo. No hay otros dones que tenga más que la violencia.

Pero el amor y la familia son cosas desconocidas para mí. No logro imaginarme muchas cosas y no logro entender del todo lo que se espera de mí, pero si sé que deseo hacer lo correcto y ser quien debo ser para mi mujer. He visto mujeres felices en su matrimonio y otras que son sumamente desdichadas en el mismo. Yo deseo que Arianna sea muy feliz y que piense en mí como su hombre y amor.

No sé como crear el amor, no es algo que yo haya sentido. Tampoco creo sentirlo ahora aunque dudo realmente que lo supiese aunque lo sintiese pues nunca he estado muy en contacto con mis sentimientos, pero si sé que deseo que ella se enamore de mí, tan perdidamente como yo deseo enamorarme de ella. Mirándola como es y oyendo su voz, sé que a mí no me costará mucho sentirlo.

Estoy feliz y puede verse discretamente en mi rostro. Mis nervios y mis dudas pasaron a segundo plano cuando tomé la mano de mi mujer durante la ceremonia. Volvieron cuando tuve que besarla pues fue la primera vez en mi vida que besé los labios de una mujer y realmente no sabía como sería. Fuer hermoso, como posar los labios sobre el cielo. Miré sus ojos claros con mis ojos oscuros y le dije tácitamente que había sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Solo espero que haya recibido el mensaje.

Ahora me mantengo sentado a su lado mientras la ceremonia prosigue. Escucho que alguien nombra la tradición de encamamiento pero basta con mi mirada para que el plan sea abortado. Esta vez no habrá presiones ni ridiculeces, no lo permitiré.

La ceremonia transcurre en calma y alegría. Recibo el regalo de Gwraidd con honor pues es un manto muy bello, digno de un caballero. Le agradezco y lo pongo sobre mis hombros como una preciada pertenencia en este día tan especial. Finalmente la celebración termina y nos retiramos con Arianna a nuestros nuevos aposentos, donde viviremos nuestro matrimonio con toda la felicidad que ambos seamos capaces de darle, si así los dioses lo permiten.

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01/09/2014, 09:01
[OUT] Maestre Ammon.

MAESTRE AMMON.

Año 150 después del Desembarco del Rey.

 

El anciano contempla aterido el árbol donde se han esparcido las cenizas de la vieja Nana, no demasiado lejos de donde descansan los restos de Vesania. Hasta en la muerte siguen disputando sus conflictos, piensa con una sonrisa amarga. 

En los últimos días ha escuchado de todo: desde que Vesania envenenó a su enemiga antes de asesinarse, hasta que un chantaje por parte de la vieja comadrona obligó al Ama de Llaves a encontrarse con anticipación con la muerte, pasando por toda suerte de complejas cábalas donde entran en juego hasta las brujerías más absurdas. ¿Tan difícil resulta a los hombres y mujeres aceptar que después de todas las cosas sólo hay muerte, y que esa muerte no es cruel, ni elitista, ni sabe de conflictos viejos, odios o rencores? La muerte ejecuta, y sólo es necesario conocerla y proveerla para que haga descender su hacha. Cierto que en ocasiones es conveniente acelerar el encuentro con el ángel más oscuro: empujar a alguien al suicidio es difícil, reconoce el anciano con cierta satisfacción, y requiere de gran maestría en muy finos artes y en el uso de la palabra, amén de una considerable capacidad empática. Soy Lengua, hijo de Daga, hija de Látigo, hijo de Arco, hijo de Lanza, recita casi inconscientemente.

Reproducir los efectos de una enfermedad es, en cambio, relativamente sencillo y limpio. ¿Cuántas veces ha debido hacer algo así a lo largo de su azarosa vida? Ni siquiera es necesario esmerarse demasiado, pues pocos poseen la vista tan agudizada como para distinguir entre cortes naturales y los realizados con mano firme con una herramienta emponzoñada, y, de todos modos, a nadie le interesa inspeccionar cadáveres de ancianas que en cualquier caso han vivido suficiente. 

-Suficiente no -murmura en su Valyrio natal-, Demasiado. Cuando el tiempo se acaba, se acaba, Nana. No discutas mucho con Vesania, vieja, que mis sueños son ya demasiado ligeros y hasta el paso de los fantasmas me despierta. Confórmate con saber que vuestra muerte se produjo prácticamente al tiempo. Me temo que pronto podré darte más detalles personalmente...

El anciano se vuelve, buscando con la mirada a Edder Clavopie quien lo aguarda a unos cautelosos metros de distancia. Supersticiones, se dice volviendo a sonreír, qué útiles son.

-Adelante, Edder -dice con alegría-. Hay unos caballeros con quienes debo encontrarme, y Solaz queda lejos.