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Juego de Tronos - Castillo de Aguasclaras.

Lo que aconteció después. - Parte II.

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20/01/2015, 17:13
Randyl Lanzapartida, Guardia de Ser Pendrik

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

MES 1: Segunda Espada

Ser Hadder Tully, quien me había reconocido y quien me había concedido honores con los que un hombre como yo jamás debería haberse atrevido a soñar acababa de nombrarme segunda Espada. Su familia, nada más importante que la familia y su seguridad ahora era mi responsabilidad.  Seguía pensando que no merecía aquello, pero haría cuanto me fuera posible por no decepcionarle. Su legado era ahora mi mayor responsabilidad.

 

MES 5: Torneo de Lannisport

Suficientes honores eran para mi los que me había otorgado Ser Hadder, como para necesitar participar de algo como esto. No, no era mi lugar, no un torneo. Mi deber era para con sus hijos y fue para mi verdadero honor ayudarles como fuera menester. A falta de escudero, me tendrían a mi.

Tanto Haudrey como Gwraidd se dejaron notar con su participación, y pese a que Pendrik no se enfrentaba a la posibilidad de un lance era su salud la que más me preocupaba. Ser Trycian sin duda dejó en buen lugar al feudo, estaba claro que en esas lides no se me necesitaba para nada. Mejor así.

 

MES 11: El asesinato de Ser Hadder

No había ocurrido.  No podía haber ocurrido. Cuando vi a Ser Baltrigar salir corriendo con aquella armadura… espada ensangrentada ¿Qué diablos había ocurrido? Por un momento pensé que debía perseguir a alguien pero no tarde en llegar al Salón y ver el cuerpo de Ser Hadder inerte. No, no era el justiciero: sino el asesino. Era el asesino al que yo había dejado pasar de largo sin ni tan siquiera sospechar, sin ni tan siquiera intentar detenerle.

Crucé la mirada con Theresa Nieve, pero no me atreví a pronunciar palabra allí. Sería más tarde, en la Casa de los Abanderados, donde nos encontraríamos y hablaríamos sobre lo ocurrido.

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21/01/2015, 12:22
[RIP] Dinnas, 3º hijo de Din el Forestal.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Dinnas:

Miro atrás, lo que ha ido ocurriendo, la muerte de padre, de nuestro hermano...de madre. La ejecución de Brosten fue merecida, traiciono a mis ideales sin importarle nada. El único en el que puedo confiar es mi hermano Dhur, él nunca me deja tirado. Si estoy en apuros él me puede ayudar, lleva una carga muy pesada, si algún día fallece Darién el será el próximo forestal, aunque estoy seguro que va a poder soportarlo, es un hombre fuerte, y es mi hermano mayor. Nuestro señor nos ordenó vigilar el castillo, será "Caracortada" un bandido como dice mi hermano?...Dhur siempre dice que era amigo de padre, ¿qué motivos le habrán llevado a comportarse así?, ¿la codicia?, ¿el hacer daño a los demás?,¿la locura? ...nada de eso importa, es un traidor, ha faltado a su juramento y a su señor. Y también merece morir.

Sigo a Dhur por los bosques, es mucho mejor que yo, va en silencio absoluto y atento a cualquier sonido del bosque. Me pregunto si podre ser como el algún día.

Mi hermano me hace una seña para que me esconda, un enemigo ha aparecido, aunque parece que está hablando con mi hermano, ¿será alguien de Aguasclaras?, noto como mi hermano se queda callado y no abre la boca.¿ Que habrá ocurrido?

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21/01/2015, 13:18
Ama de Llaves Tanya.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.:

Volviendo la vista atrás, agradezco a los Siete que finalice este año de pesadilla. Llamar a la sangre es llamar al dolor... No quiera la Madre que sean arrebatados más hijos. Bien sabe que ya no me quedan más lágrimas por llorar. Sentada en el cementerio, con la mirada perdida en los árboles desnudos voy desgranando mis recuerdos.

Cierro los ojos como si así pudiera borrar de mi memoria la imagen de Brosten, de su cabeza colgada como siniestro trofeo, sangrienta advertencia del destino que tomarán los traidores... Ay, Ser Hadder, hierro llama al hierro y tal vez por eso fuera que llegó tan trágico desenlace. No sé si fue traición o desesperación, sólo que traté de interponerme entre los pequeños presentes en el patio y la imagen. Para nada sirvió pues esos pequeños hubieron de convivir con la deplorable imagen de la cabeza presente durante semanas.

Alzo los ojos al cielo gris. Encapotado, nubes densas. Gris sobre gris. Mi alma llora pero mis ojos están ya secos. Siento que me entumezco, que pronto dejarán de afectarme las malas nuevas, sino es para volverme contra ellas y enfrentar cada día con el ánimo de volver a ver amanecer. El invierno es duro y pese a ello, la vida prosigue. Theresa y Randyl obtienen su justa recompensa por su lealtad y constancia. Los niños se van haciendo hombres. Veo con orgullo como Carlysle se convierte en guardia para reforzar la seguridad del castillo. Su hermano Charlton también adquiere nuevas obligaciones. Observo sus progresos pues, ante la ausencia de Probis y Vesania muy probablemente tenga que irle guiando sutilmente.

Dicen que una boda es motivo de alegrías. Dicen. Pero los Siete tienen que estar muy enfadados por algún pecado supremo cometido en Aguasclaras, pues lo que debiera haber sido un feliz acontecimiento supuso un grave cisma familiar. Afortunadamente, como viene siendo habitual, la servidumbre pudo mantener al margen. Durante la ceremonia, situada en el lugar que me corresponde, bajo la mirada y niego sutilmente ante el amargo sabor de la tristeza que evoca esta celebración. No, celebración no es. Austera y en los límites, me esfuerzo por quedar bien sin denostar las despensas, cada vez más empobrecidas. Observo alrededor. Sé que de seguir así no llegaremos a final del invierno sin severos ajustes...

Y tan severos...

Por buenas que sean las noticias del torneo, por más que sean para la gloria de Aguasclaras y me invada el orgullo por la excelente actuación de “mis muchachos”, el sabor es ciertamente agridulce. Agridulce para ellos, yo asisto a su llegada rota de dolor por la muerte de cuatro grandes hombres y por los que aún yacen al borde de la muerte. Ardo en ganas de salir y gritar a los cuatro vientos por su insustancia, regodeándose en ganar gloria que no llena barrigas ni devuelve la vida a los caídos. Azafrán, ¡azafrán! Ese día ando cual perro rabioso, saltando a la más mínima insinuación. En mi dormitorio me desahogo conmigo misma, pues a nadie puedo hacer partícipe. Ni tan siquiera a Sysa.

Como tampoco puedo compartir el dolor que desgarra mis entrañas al ver la reacción por la llegada de nuevas criadas. Siento una y otra vez sus dedos y después la vil puñalada que arrancó cualquier esperanza de mi corazón. Soy una estúpida que por ser fiel a ese estúpido órgano ha dejado ir plácidamente los años más dulces. Trago bilis al ver a esa descarada acudir... Esa primera noche pensé que no llegaría nunca el amanecer. Encogida en mi cama, sola, sin nadie a quién acudir, lloré hasta agotar todas mis lágrimas. Entumecida por el cansancio y los ojos hinchados contemplé el amanecer desde este mismo cementerio.

El recuerdo me hace levantar de la piedra del cementerio en la que estoy sentada. Si pudiera gritar lo haría. El dolor es insoportable, a diferencia de las lágrimas nunca se agota. Pero yo soy ahora quien sustenta a mis amigos, quien debe velar por ellos. Ahora que el capitán abandonó el barco. Oh, mi querido señor. ¿Por qué no me permitistéis ayudaros cuando os lo ofrecí?

Ni siquiera haber estado fuera me ha ayudado a apagar el fuego que me abrasa, devorando mi alma. He obligado a mis amigos a pasar penurias. He tenido que decidir junto con Sysa en quién volcar cuidados para garantizar un buen parto. Sonrío. La pequeña de Lady Arianna es la única alegría, lo más bonito que ha pasado en esta casa maldita. Si tan sólo me atreviera a partir como Haudrey y Caster. Pero, ¿dónde iría? No, ésta es mi casa. Ésta es mi gente. Por ellos debo levantarme cada día. Hueca, vacía, desesperada por el abandono y el dolor.

Del árbol caído todos hacen leña. Pues sin nuestro señor, respetado y temido a partes iguales, no hay un timonel visible. Témome las luchas de poder. Niego pesarosa...

Oigo una voz llamándome. Es la hora de la ceremonia de Sysa y Tarmall. Sonrío. Por ellos todo merece la pena. Por buenas nuevas, de gente sencilla, humilde, pero que sabe valorar el día a día.

Ya no deseo el verano. Al menos ya no para mí. Este árbol no volverá a florecer en primavera.

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21/01/2015, 14:14
Theresa Nieve, Primera Espada.

PRIMERA PARTE

Año 153. Mes 1. Estancias de Ser Hadder Tully

Theresa y Randyl permanecen postrados ante su Señor, tras haber sido llamados por éste, a la espera de las palabras que éste ha de dedicarle a sus Espadas.

Un demacrado y anciano Ser Hadder comienza a hablar, rompiendo el silencio de la estancia - Ahora que Royne no está entre mis espadas juramentadas, Theresa pasará a ser mi Primera Espada y Randyl mi Segunda Espada. Esto implica que Theresa tendrá el deber de estar siempre conmigo y con mi familia, para nuestra protección, tanto dentro como fuera del castillo. Randyl por otro lado, tendrá el deber de proteger a los miembros de mi familia que salgan del muro por algún motivo. Algunos de mis hijos saldrán para ciertos encargos a los distintos pueblos del feudo. Tú misión será acompañarlos y velar por su seguridad. Cuando no haya nadie fuera, ambos deben permanecer con nosotros pero Theresa siempre se encargará de mi mujer y mis hijas mientras que Randyl siempre cuidará de mis hijos varones. Yo no necesito protección, a nadie ya le importa atacar a un viejo como yo.- finalizó, con una suave y ajada risa, antes de levantarse de su silla para dirigirse al lecho.

Ante sus declaraciones, Theresa Nieve queda atónita. Congelada, si aquello era posible, durante unos segundos, en los que no supo cómo reaccionar. La mirada de su compañero en las armas, Randyl, hizo que por fin hablase- Mi señor...- dijo, tratando de modular la emoción que emanaba de su voz- Es... Es todo un honor para mí ser vuestra Primera Espada. Y os protegeré, a vos, a vuestra mujer y a vuestras hijas, a costa de mi vida si es necesario, tal y como juré desde el primer día en el que confiasteis en mi para el honor de ser vuestra segunda espada

Y aunque había evidente agradecimiento en su voz, un brillo amargo refulgía en su mirada. No podía olvidar al que había sido la Primera Espada antes que ella. Y se preguntaba si su nombramiento no haría más que empeorar las cosas entre ella y aquel que se había entregado a los Siete.

Sea como fuere, no desperdiciaría aquella oportunidad de demostrar su valía. Se lo debía a Ser Hadder, su Señor, y se lo debía a ella misma.

Mes 2. Anunciamiento del enlace entre el escudero Pendrick Tully y Lady Rowenta Swann.

El salón se encontraba abarrotado de personas, voces y alcohol. Theresa, en su fuero interno, se alegraba de ver a Lady Olenna junto a su cuñada, Lady Patrycia, compartiendo la felicidad que el matrimonio de su sobrino, Horace, acarreaba a su familia. La señora de Aguasclaras a penas sonreía últimamente, y permanecía demasiado tiempo en sus estancias, a su juicio. Quizá el acontecimiento reavivava su ánimo.

El muchacho miraba de cuando en cuando a la futura novia, Lady Rowenta. Una noble de Timón de Piedra que poseía, a sus ojos, un incuestionable encanto. Aunque cualquier mujer que no llevase armadura podía resultar más encantadora que Theresa Nieve.

La celebración transcurría bajo la atenta mirada de la Primera Espada, que apenas había probado el vino, consciente de que no debía descuidar la seguridad de la familia de Ser Hadder habiendo una comitiva externa alojada en Aguasclaras.

En un momento dado, Ser Hadder hizo una seña a Theresa. Ésta se acercó a su señor, y tras una protocolaria reverencia, él susurró a su oído- Haré un anuncio importante y a Lady Patrycia no le gustará…-comenzó. Lo que siguió a aquellas palabras hizo que la sorpresa cruzase inevitablemente el rostro de la norteña durante un momento, antes de que ésta asintiera, volviendo a erguirse para reunirse de nuevo con los demás comensales a la mesa.

Acto seguido llegó el anuncio, y Theresa entendió entonces a qué se refería Ser Hadder. El asombro era a penas disimulable en su rostro, y no pudo evitar dirigir una mirada furtiva a Lady Patrycia, a Horace Crakehall y a Lady Rowenta, así como a Pendrick Tully y a su madre, Lady Olenna.

Sin poder evitar preguntarse qué pretendía Ser Hadder con aquel anunciamiento y cuáles eran las verdaderas intenciones de Lord Swann, retomó su tarea de mantenerse alerta en aquella circunstancia, consciente de que el cambio de tornas de aquel acontecimiento ponía en entredicho la seguridad del Señor de Aguasclaras.

Mes 4. Ser Madrigal, Ser Baltrigar y Metetripas llegan a Aguasclaras portando a los malheridos y fallecidos en el incidente de Solaz del Soldado.

Theresa llegaba al patio de armas confusa, llevada por la algarabía que había hecho de aguasclaras su presa, y por saber que tanto Lady Olenna como Lady Patrycia se encontraban en aquel tumulto que se estaba organizando en la entrada del castillo, en el que con los ánimos caldeados cualquier cosa podía suceder.

La visión de la comitiva que llegaba de Solaz del Soldado hizo que su interior se encogiese durante un instante.

Aquellos tres muchachos, Roy, Carlysle y Brandon, eran demasiado jóvenes para haber vivido semejante crueldad. Y uno de ellos incluso estaba a punto de casarse. El llanto de Clarissa y la ira de Ser Baltrigar no eran sino el reflejo de un sufrimiento que apenas llegaba a imaginarse. Un sufrimiento que también se adivinaba en los ojos del Matatoros, que cargaba a su hijo sin vida con el aspecto de un cadáver andante.

Y aún había más. Había dos hombres más de la guardia, que habían logrado a duras penas llegar vivos de Solaz, y por un momento, a pesar de todo su resentimiento, Theresa sintió un miedo irracional a reconocer un rostro específico entre ellos. Pero un vistazo alrededor le permitió comprobar que Royne Ríos no había sufrido ningún daño y se encontraba presente entre los que observaban aquella calamidad. Lo miró, ligeramente aliviada durante unos instantes, antes de acercarse aprisa al carromato y descubrir que uno de los heridos era el Caracotada- Oh, por los dioses...- se lamentó, pues tenía al hombre en cierta estima. No en vano habían entrenado juntos, dejando fluir su fuerza de gigantes como jamás podrían haber hecho con cualquier otro compañero de armas.

Escuchó que ser Otter y ser Madrigal proponían llevar a los hombres a la casa de los abanderados y se acercó a ellos, dispuesta a colaborar- Permitidme acompañaros. Puede que me necesitéis para cargar a Caster y dejarlo bien encamado. - dijo, a sabiendas de que su gran tamaño sería en esos momentos de gran ayuda.

Prestando sus brazos norteños, había ayudado a trasladar a los heridos, y tras ello había permanecido preocupada y alerta, junto a Ser Hadder y su familia, mientras se preguntaba si Caster conseguiría vencer a aquel que algunos llamaban el Desconocido y le rezaba a sus propios dioses para que los hombres heridos no se desvanecieran antes de que transcurriesen las horas críticas en las que su vida estaba en juego.

Y mientras tenía en mente la seguridad de su señor y la salud del Caracortada, Theresa además, se preguntaba cuál iba a ser el futuro de Aguasclaras tras aquel día tan aciago en el que había estallado el avispero de Solaz del Soldado. Se dijo que debía estar preparada para lo peor, y sin duda, lo peor era lo más esperable.

Meses 5-10

Los días en Aguasclaras oscurecen sin necesidad de que se oculte el sol. Los padres lloran a sus hijos, algunos incluso, como Ser Baltrigar, muestran una ira incontenible al respecto que a Theresa le resulta justificada pero beligerante.

Haudrey Rios también parece cada vez más disconforme y Lady Olenna aún más sumida en su ostracismo, lo cual no hace sino entristecer en cierta manera a Theresa, acostumbrada como está a velar por esas personas, y por el propio Ser Hadder.

Las únicas buenas noticias de la segunda mitad de ese año maldito, son la llegada victoriosa de la comitiva que había acudido al torneo de Lannisport y la evidencia de que tanto Alethéia Casagrande como Lady Arianna estaban encinta.

Por lo demás, el ambiente estaba enrarecido. Y parecían avecinarse densas nubes de tormenta. Theresa no podía estar menos equivocada al pensar aquello.

Mes 11. Exilio de Haudrey Ríos.

Los primeros truenos de la tormenta que iba a desencadenarse sobre Aguasclaras llegaron con la entrega de espuelas a los hijos legítimos de Ser Hadder.

Hacía algunos meses que Theresa había dejado de entender las órdenes de su señor, aunque no se atreviese a cuestionarlas. Sin embargo, que despreciase a Haudrey por ser bastardo ante sus propios ojos hizo que sintiera una amarga desazón que no fue capaz de negar en su rostro. Al fin y al cabo, ella misma era una bastarda de la casa Umber, y bien sabía lo que suponía ser despreciado por tal asunto.

Sin embargo, la norteña no tuvo tiempo de ahondar en las razones que podrían haber llevado a Ser Hadder a tomar esas decisiones y pronunciar esa clase de palabras hirientes ante su hijo no legítimo, pues éste último, quizá en un arrebato de furia cegadora, trató de abalanzarse contra el heredero de Aguasclaras. Alejada del lugar que ocupaba el heredero por encontrarse junto a Ser Hadder, Theresa vivió un momento de cegadora angustia que terminó tan repentinamente como empezó, gracias a la actuación de Caster y de su indudable fuerza, que dejó inconsciente a Haudrey.

El bastardo afortunado abandonó aquel día Aguasclaras, quizá para no volver. Y Theresa pensó que ahora que la sangre había llegado al río, sólo habría que limpiar y esperar para asumir las consecuencias. O al menos eso quiso pensar, a sabiendas de que quizá, no podía estar más equivocada.

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21/01/2015, 17:04
Ser Gwraidd Tully.

PRIMERA PARTE. Año 153. Mes primero y segundo. De bodas y convites.

Gwraidd Tully empezó el año con sangre, y supo, cual si la sangre fuera el sustento del mundo, que terminaría igual. El joven se quedó observando la cabeza cortada de Brosten, el Leñador, recordando que había ido a verlo, que se había acercado a él. Sabiendo que este final era el mejor posible y rogando a los Siete porque Brosten pudiera abandonar los sueños de venganza que acariciaba. ¿No se dio cuenta entonces el leñador que la presencia de uno de los dos hijos legítimos de Ser Hadder, su señor, en su casa, dándole el pésame, era lo mejor que iba a poder obtener? No importaba. Como tampoco que padre se hubiera equivocado, no al castigar poco a Royne, sino al no dejar que poco o mucho cumpliera el castigo como debía. 

Brosten estaba muerto. Era una figura trágica. Y su sangre caería sobre ellos. 

No será la única- dijo para sí Gwraidd antes de retirarse tras la ejecución. 

Fuera como fuese, pronto, hubo otros motivos para la preocupación. La llegada de lord Swann y el anuncio de la boda de este con Pendrik, convirtió el castillo en un hervidero de rumores y preocupaciones... otra vez. Gwraidd trató de evitar esa sensación de insulto de los Crakehall que, además, no compartía. Las bodas eran asunto de estado. Era lógico que lord Swann prefiriera emparentar con el heredero de Aguasclaras. Era lógico también que, ante dicha oferta, padre aceptara. Lo único ilógico era esa empeño en no comprender la situación por parte de sus primos. ¡Por los Siete!, él mismo, Gwraidd, era un segundo hijo. ¿Acaso no sabían lo que eso significaba? Los campesinos morían de hambre, la guerra podía destruirlos... y en vez de trabajar unidos, pareciera que había quien deseaba desunir en vez de trabajar. 

Esto tiene que terminar. No podemos estar siempre así.- se dijo tras tratar inútilmente de restañar la herida que Horace sentía se le había infringido.

Fuera como fuese Gwraidd felicitó a su hermano Pendrik con auténtico cariño, y en varias ocasiones habló con la dama Rowenta Swann. Antes que terminara el segundo mes, se reunió con Bethan y Royne y, tras recibir el consentimiento de Ser Hadder, partió de Aguasclaras.

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21/01/2015, 17:20
Ser Gwraidd Tully.

SEGUNDA PARTE. Año 153. Parte del mes segundo al mes cuarto. Primer viaje.

El escudero cerró un instante los ojos tratando de aliviar su tremendo dolor de cabeza y miró a Royne y a Bethan. No podía haber dos hombres más distintos que esos, sin embargo, ambos habían trabajado bien a su servicios en los casi dos meses que había durado el viaje. Parecía mucho tiempo y, en efecto, lo era. Pero Gwraidd se había demorado todo lo posible. Encontrar nuevo personal para el castillo no era algo que estuviera dispuesto a hacer de golpe. Era algo que requería todo el cuidado, toda la dedicación. Siempre había seguido el mismo....

Los pensamientos del escudero se vieron interrumpidos cuando, otra vez, Tom el Brasas se puso a intentar explicar lo mala que era la gente que intentaba violar a otra. No es que no estuviera de acuerdo... pero es que desde que habían salvado a Daula no había parado. Ni de decir eso, ni de decir ninguna otra cosa. No se callaba, el condenado, ni debajo del agua. Escuchar su voz chillona era...

- Si vuelvo a escucharlo otra vez, le reviento la cabeza, lo juro- terminó susurrando a los cercanos Royne y Bethan, aprovechando que el chaval estaba dando la brasa a las chicas. Gwraidd miró a las tres, un momento, pensativo.

Y ahora sí, mientras las miraba a la luz del fuego, en ese pequeño campamento improvisado, aprovechando la relativamente buena noche, justo antes de regresar, recordó el viaje. Había empezado en Solaz del Soldado. Gwraidd tenía un nombre en Solaz del Soldado. No lo bastante como para poder ir sin peligro, ni hacer el tono, pero sí lo suficiente como para poder ser medio respetado. Solaz del Soldado era una parte importante del feudo, y la idea de Gwraidd era recuperarlo. Allí encontró un joven leñador, que podía ser uno de los que estaban buscando. Se le daba bien el oficio, no hacía ascos a la idea de ir al castillo. Recordó la conversación con él, su preocupación por ser o no aceptado debido a su origen, y lo que él le había dicho

- "¿Queréis que vaya al Castillo después del sexto mes? Pero señor, sabéis que soy de Solaz del Soldado. ¿Estáis seguro de que me querrán entre esos muros?"

- No lo se Arkon. Respondedme, ¿es Solaz del Soldado parte de las posesiones de mi padre, vuestro señor? ¿sois vos leal a vuestro señor? ¿pensáis que he venido a Solaz del Soldado para trabajar como os he dicho buscando hombres válidos? Si la respuesta a esas preguntas es tres... el sexto mes, recordadlo, y no más tarde. Pase lo que pase, aun cuando resultara que hubiera problemas graves en Solaz del Soldado en mi ausencia.

Esperaba haber sido claro. Desgraciadamente nadie más se les había unido en Solaz del Soldado. Y necesitaban soldados, claro que sí... pero él no podía hacer más.

En todos los asentamientos Gwraidd es sincero: busca personal para el castillo. Las condiciones son duras, sí, y la gripe ha golpeado a todos, pero en el castillo se vive mejor. Habla con los padres, a fin de ocupar los puestos de aprendiz, peón, criada o guardia con chavales muy jóvenes, que quieran una vida mejor y que puedan, en su momento, estar agradecidos. Por supuesto, Gwraidd no obliga a nadie a venir y enfoca siempre la posibilidad como lo que es: un privilegio. 

Busca en cada parte del feudo a los mejores o más aptos para los puestos, incluso para los puestos menores. En la gente joven eso significa buscar a chavales despiertos, inquietos, con ganas de aprender... y fuertes y rápidos si es para guardias. En sus relaciones con la gente del feudo Gwraidd se aprovecha de sus muchos viajes durante los años previos, y de su conocimiento de los asentamientos del feudo. No trata a nadie injustamente, pero sí es distante, a veces, y casi siempre seco en las ocasiones en que se decide y da una orden. Hasta ese momento, sin embargo, escucha las opiniones, siempre, tanto de Royne como de Bethan. No es un jefe pesado, ni tampoco pretende saber todo sobre todo. Aunque tampoco intenta aparentar ser amigo de nadie.  

En Orillita no había contratado, a pesar de localizarlo, ni a curtidor ni a aprendiz. El aprendiz, Oussalveck, lo deseaba, pero era evidente que su maestro, un tal Amag, sólo le hubiera dejado marchar de mala gana y como una imposición. Gwraidd negó con la cabeza ante el maestro curtidor.

- No debéis preocuparos. Como ya dije, esto no es un impuesto o tributo. No vengo a romper los lazos entre maestro y aprendiz. Es verdad: gente de vuestra habilidad es necesaria, y ambos podríais tener sitio en el castillo, como maestro curtidor y como aprendiz. Pero no voy a forzaros en modo alguno. Simplemente, si en algún momento ambos os replanteais vuestra decisión maestro, o si cuando vuestro aprendiz mejore y decidáis independizarlo, este busca trabajo, recordad mi oferta.

Luego, cuando tanto Royne como Bethan me miraron con curiosidad, lo expliqué.

Es importante tener otra vez activo el castillo... pero ya tenemos suficientes problemas con nuestra reputación para añadir más. Un maestro responde de su aprendiz. Prefiero dejar ir a ambos y que, quizás, eso nos traiga mas aprendices en el futuro, que tensar ahora la cuerda.

En Orillita por tanto sólo había contratado a un ayudante de cuadras, Bor "Espuelas". Luego en Campotrigo... allí habían sido Tom El Brasas, Dromán, Cordam, y las tres chicas, Berta, Shaira y Daula. Daula fue la primera. Gwraidd recordó el grito de aviso de Bethan cuando el guardia le avisó de los movimientos en mitad de los cercanos árboles. Y como habían llegado justo a tiempo de evitar que esos malnacidos violaran a la joven. Cuatro campesinos medio aforajizados por el invierno no eran enemigos para tres hombres armados. No eran enemigos en absoluto. Tras su "hazaña" todo había sido más fácil en Campotrigo.

Daula le miraba. Sí, todo había sido más fácil. 

Dejó su mirada sobre Daula, observándola. Había estado en Campotrigo más tiempo del necesario, a pesar de todo. Debía regresar al castillo, y ya. Realmente estaba deseando que llegaran las nuevas incorporaciones. El mes sexto. Tiempo sobrado para ir y volver del torneo. Ojalá fuera un buen torneo.

Junto a Gwraidd Bethan y Royne se miran. Que el joven escudero ha aprovechado para dar largos paseos junto al río con Daula es algo que no es un secreto. Y el modo que ambos jóvenes se miran tampoco lo es para ninguno de los dos.

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21/01/2015, 19:38
Cicatriz.

CASTER CARACORTADA

Año 153 después del Desembarco del Rey.

 

Caster contempla el cadáver del joven Jack tendido sobre la mesa ensangrentada. De fondo se escucha la voz quejumbrosa del curandero, aunque el gigante ya no escucha nada, más allá de un palpitar extraño retumbando en el interior de su cabeza. Una sombra roja, un velo imposible, comienza a enturbiar la mirada del Caracortada. La vieja furia, ya casi olvidada, está apoderándose de todo su ser.

-Límpialo, Metetripas -susurra-. Volveré.

El gigante agacha la cabeza al atravesar el quicio de la puerta en busca de la noche, de las sombras y del callejón tras la posada donde quizá pueda encontrar a los tres muchachos.

Vivos, o muertos.

——

ANTES

Los jóvenes gritan y ríen en el Camino a Solaz. Los hijos de Ser Baltrigar y Russ, junto al joven Pequeño Cuervo, comentan con ánimo casi infantil lo que harían con alguna de las criadas si tuvieran algo más que pelos sobre los huevos mientras el gigante que comanda el grupo camina despacio, atento a la noche y sus sonidos.

Al cabo de unos minutos, el hombre que avanza en vanguardia agita la cabeza.

-Callad de una jodida vez -dice entre dientes el Caracortada.

-Ooooh -murmura Carlysle, apenas coreado por las risitas de los otros-. Callad, dice. Eh, Caracortada, ¿y si no, qué?

El gigante se vuelve, haciendo que los cuatro muchachos se detengan en seco. Se acerca al grupo, los contempla desde arriba: Roy hijo de Russ, que es con mucho el más alto de los cuatro, alza la cabeza para poder ver los ojos del Caracortada situados más de un palmo hacia arriba, fundiéndose contra la oscuridad del cielo nocturno.

-Callad -dice sin más el gigante.

El resto del camino se hace en completo silencio.

——

Unas horas después, un hombre enorme contempla los tejados de la aldea desde un almacén de trigo situado en el borde exterior, junto al arroyuelo. Le ha parecido escuchar un ruido metálico; pero lo peor no es el ruido, sino el no ruido: de repente, parece que Solaz ha enmudecido.

Caster resopla sin ver el vaho caliente de su respiración. El dedo índice de su mano izquierda repiquetea nervioso sobre la placa metálica que cubre su muslo. Murmura algo entre dientes, dirige la mirada hacia luna. Jack, Pequeño Cuervo, debería haber pasado por allí para dar cuenta de cómo funciona la estúpida misión de avasallamiento que esos tres imberbes creen estar llevando a cabo. Pero no hay señal de él.

El Caracortada recuerda el malestar de Russ cuando le ordenó que los acompañara. Ambos saben que Solaz del Soldado no es lugar para muchachos de Castillo, pero también ambos coinciden en que lo mejor para todos es que lo descubran ellos solos: si quieren meterse dentro de la mierda, que les salpique un poco y los deje escocidos. Tanto el Matatoros como él saben cómo va a acabar la ocurrencia de Carlysle: alguien les va a cruzar la cara y les va a demostrar que el mundo es un lugar más difícil de transitar de lo que creen, y Caster está decidido a dejar que les pisoteen el culo un poco antes de poner las cosas en su lugar.

Pero Jack debería estar allí, contándoles con quién se han metido y el tipo de recibimiento que les han dedicado… y el pequeño Cuervo no es de los que se retrasan.

Entonces llega el gemido, justo desde la zona donde debe encontrarse el joven Jack. 

-Mierda -dice Caster.

Y sale corriendo.

——

-¡Caster! Oh, joder, ¡Caster, Caster! 

El mendigo casi choca contra el Caracortada en su huida desde el interior de la Aldea.

-¡Te juro que yo no he tenido la culpa! -dice, tan nervioso como agitado por la carrera-. Había tres chavales idiotas molestando a todo el mundo cerca del Ciervo y el Jabalí, y todo el mundo sabía que iban a acabar muy mal.

-De qué cojones estás hablando.

-Para… para mí estaba claro que eran impostores, esos tres no podían representar al señor feudal, ¿no? Así que fui a avisar a Ser Estirado, pensando que trabajaban para él. Pero él no ha ido a rescatarlos... ¡Creo que ha mandado a sus asesinos a darle pal pelo a Jack!

De pronto, el mendigo se lleva las manos a la boca con los ojos desorbitados cuando recapacita.

-¡Cagonmipadre! ¡Los Siete me pillen confesao! ¡Pero qué he hecho! ¡Ahora yo también soy hombre muerto!

Y escapa gritando y corriendo por una oscura y sucia calleja que huele a meados de perro, mientras desde el balcón más privilegiado de la Dama de Ópalo Ser Bryan Ledford contempla la enorme figura de Caster con una sonrisa irónica cargada de desprecio.

El gigantesco guerrero devuelve la mirada a Ser Bryan, mordiendo con fuerza hasta que la musculatura de sus mandíbulas amenaza con resquebrajarle la quijada. Mira hacia el cielo, la noche brumosa. Toma aire profundamente, lo exhala. Vuelve a tomar aire. 

-Mierda de noche para morir -murmura, con su extraño y suave tono de voz.

Sus pisadas levantan charcos de orines y agua podrida mientras corre como una montaña andante en dirección a la plaza donde cree que puede encontrar al pequeño Cuervo.

——

Los adoquines de la plaza central de Solaz del Soldado crujen, y algunos se resquebrajan, bajo los más de ciento cincuenta kilos de peso de Caster, quien llega corriendo cargado con sus armas, equipo, y una armadura brigandina de placas y mallas. En la pequeña plaza hay seis o siete hombres embozados. Uno de ellos está retirando una daga de entre los omoplatos de Jack, quien gime desde el suelo atravesado por virotes de Ballesta.

Caster abre mucho los ojos. Aquel muchacho que salvó su vida no tanto tiempo atrás yace en el suelo, agitando espasmodicamente las piernas. Uno de los asesinos dispara un virote hacia el gigante, pero el proyectil falla por mucho. De pronto, el de la daga se levanta y retrocede.

-Es el Caracortada… -murmura-. ¡Es el Caracortada!

El jinete libre agita su descomunal estrella de la Mañana, desentumeciéndola. 

-Cagarros de mierda -dice-. Voy a destriparos.

Tres segundos después, pese a su evidente superioridad numérica los asesinos han desaparecido entre tropezones al saltar sobre muretes y gritos de pánico. Caster aprovecha para acercarse al cuerpo de Jack, quien yace tumbado sobre un charco de su propia sangre que se sigue extendiendo. Tiene un virote de ballesta clavado a la altura de la clavícula, un poco por debajo, aunque no parece ser esa la herida que más sangra, sino una puñalada en la espalda, entre las costillas.

——

La puerta se resquebraja con la primera patada, astillas sobrevolando la diminuta y putrefacta habitación cuando el pie acorazado de Caster destroza los maderos del hogar de Metetripas. El curandero, horrorizado, se aplasta contra la pared como si fuera un lagarto del otoño.

El gigante entra con cuidado. Entre sus brazos hay un cuerpo diminuto en comparación, ensangrentado, laxo. El propio Caracortada está cubierto de sangre, ajena pero sangre: su aspecto es aún más espantoso de lo habitual.

-Metetripas -murmura el descomunal soldado, tendiendo el cuerpo suavemente sobre una mesa-. Éste es Jack.

-¿Qué...?

-Jack. Le han abierto las entrañas. Tiene una herida fea en la espalda, la he tapado como he podido, he presionado para atajar la hemorragia como he visto hacer al Maestre... Pero hay que cerrar eso, y yo no sé cómo hacerlo.

-¿Qué...?

-No me hagas perder el tiempo -masculla Caster-. Hay otros muchachos ahí fuera que me necesitan. No tengo tiempo para perder el tiempo.

-Eso es una redundancia que...

-¿Una qué?

-Una redundancia. Varias en realidad... ya sabes, eso de no tener tiempo para perder el tiempo es una...

-Métete esa jodida redundancia por el culo, Metetripas -dice Caster moviéndose hacia la puerta destrozada. Antes de abandonar la sala vuelve la mirada hacia el cuerpo del Pequeño Cuervo-. Ése es como mi hijo, matasanos. 

El joven Jack se agita de pronto. Abre un ojo, mueve los labios… y su cuerpo entero se bloquea.

-Yo… -el Metetripas balbucea, acercándose al cuerpo-. Yo conozco este olor, Caster. Esto es veneno de araña de flor blanca, y la flores que se necesitan para el antídoto no crecen en Invierno.

-¿Qué cojones dices, cagarro?

-Está, él está… ha muerto, Caracortada.

Caster traga saliva. Mira hacia el cuerpo inerte de Jack. Siente en sus sienes el viejo palpitar, mientras se acerca en silencio hacia la puerta destrozada.

-¿Dónde vas ahora? -grita el curandero, aterrorizado.

-Límpialo, Metetripas -susurra-. Volveré.

El gigante agacha la cabeza al atravesar el quicio de la puerta en busca de la noche, de las sombras y del callejón tras la posada donde quizá pueda encontrar a los tres muchachos.

Vivos, o muertos.

——

El estruendo es similar al de un caballo pesado con barda completa de placas lanzado a la carga en el campo de batalla. Pero no es un destrero sino Caster, quien llega a la carrera completamente acorazado con su desproporcionada y antigua estrella de la mañana sujeta en la mano.

El Caracortada se detiene a la entrada del callejón situado tras la posada del “Ciervo y el Jabalí”, ese lugar podrido donde más de un deudor ha encontrado su fin a manos de sus acreedores. Casi de inmediato se encuentra con el rostro inerte de Bran, muerto y destripado, la cruz sangrienta trazada con limpieza en la garganta de Roy, el estrecho orificio abierto en el centro del pecho de Carlysle, justo donde debiera encontrarse el corazón.

A un lado hay un hombre que observa en silencio su llegada. Es un anciano, delgado y enjuto, y empuña una vieja espada larga. El anciano sacude su arma con un movimiento repetido miles de veces limpiándola de sangre, mientras gira la cabeza haciendo crujir sus articulaciones.

-Caracortada -dice.

-Mira tú por dónde -responde Caster, sonriendo.

El legendario cazarrecompensas contempla fijamente a Caster con desapasionada frialdad. Se conocen desde hace décadas y Bonhart sabe bien que el Caracortada es uno de los guerreros más peligrosos del feudo. No de esos idiotas que entrenan para cargar contra monigotes de madera durante los torneos; no de los que creen que el honor es más importante que la propia vida; no un simple chiquillo molesto o un vulgar agitador al servicio de los nobles. No va a ser fácil, piensa mientras suspira. Baja los pies, abriendo levemente las piernas para minimizar su escorzo y mejorar la aparentemente exigua protección de su vieja y desgastada armadura de cuero. Vuelve unos centímetros el filo de su espada, buscando una luz que destellee contra los ojos de Caster.

El gigante abre mucho los ojos ladeando un tanto su cabeza sin dejar de sonreír.

-A estas horas no vas a conseguir nada con esa mierda, Bonhart -dice Caster contemplando con aire pausado a su viejo enemigo mientras balancea con aire casual su extraña y descomunal Estrella de la Mañana-. Aquí no hay luz. 

Pero aunque trata de mostrar tranquilidad, puede que nunca antes haya sentido la anticipación previa al combate con tanta tensión. Sí, Bonhart es ya un anciano encorvado, seco, de aspecto frágil, pero ambos saben que esa decrepitud es tan fingida como la lentitud aparente del gigantesco Caracortada. El jinete libre también sabe que el viejo cazarrecompensas es mucho más rápido que él, más hábil, más diestro, más experimentado, y que sabrá encontrar huecos en su armadura pesada haciéndola prácticamente inservible.

-¿Quieres bailar? -pregunta Bonhart-, ¿o has venido a hablar?

Y el Caracortada sonríe antes de que ambos, como si se les hubiera dado la orden de cargar, se lancen en silencio y al unísono el uno contra el otro.

——

En el último segundo antes del impacto, Caster se detiene y cruza la guardia recibiendo en perfecta posición defensiva el primer embate de su adversario, quien lanza su fina espada contra la axila derecha del gigante de Aguasclaras. El Caracortada, quien lo ha visto combatir en el pasado y conoce alguno de sus movimientos más habituales, ya lo está esperando y mueve con rapidez su Estrella de la Mañana contra el arma de Bonhart, enredando la cadena sobre la hoja de la espada. El arma se flexiona terriblemente, y en el momento en que parece que va a quebrarse el cazarrecompensas consigue deslizarla hacia abajo bajo una lluvia de chispas evitando la rotura. 

Podría haber sido mejor, piensa el Caracortada al ver como el arma de su contrario sobrevive, pero no está nada mal: mientras Bonhart, desestabilizado, aún está recuperando la posición, el descomunal Mangual desciende a gran velocidad contra el pecho del anciano cazarrecompensas, impactando con brutalidad contra la armadura. Bonhart amaga un jadeo, logrando apenas evitar el segundo ataque gracias a sus muchos años de entrenamiento.

-Buena armadura, Caracortada -dice el anciano, sonriendo cruelmente. Entre los dientes puede verse la sombra de la sangre llegada desde los pulmones-. Tendré que abrirte como a un cangrejo.

-Déjate de excusas, viejo -masculla Caster, jugando al viejo juego-. Mi armadura no tiene nada de buena, pero tú ni la has rozado. A ver si tienes suerte y me ensartas de una puta vez, para que pueda abrazarte y reventarte las entrañas.

Bonhart asiente, amagando hacia un lado antes de atacar dos veces en rápida sucesión a Caster. La primera de las estocadas busca una de las juntas de la armadura, perdiéndose en el aire. La otra, directa al corazón, choca contra el metal templado por Jeremyed despidiendo chispas mientras la espada rebota hacia ningún sitio. Por su parte, el gigante lanza la mano de abajo hacia arriba, impactando con su golpe de retorno aunque sin producir grandes daños.

-Ese cuero tuyo parece de piedra -murmura el gigante.

-No es el cuero, Caracortada, sino quien lo mueve.

-Quien lo mueve está torpe -dice Caster, con cierta tristeza al ver jadear a Bonhart-, y viejo. Yo también estoy demasiado mayor para esta mierda. 

-Pues quédate quieto y deja de dar saltos como una maldita puta -sugiere el cazarrecompensas. 

-¿Sabes? Antes pensé que sería una mala noche para morir -dice el Caracortada con su suave tono de voz. En su cabeza se recorta la sombra de su viejo amigo Din, muerto en la cama asediado por la enfermedad-, pero esta muerte es mejor que cualquier otra. 

El jinete libre agita su arma, lanzando un ataque a fondo.

-Acabemos, hermano.

——

El siguiente ataque de Caster es tremendo: el impacto desplaza a Bonhart dos metros hacia atrás, aunque el anciano se revuelve con rapidez imposible regresando al combate de inmediato. Llevado por la ira, su golpe encuentra al fin un resquicio en la armadura del Caracortada penetrando por la ingle mortalmente. 

Pero Caster no es un hombre normal.

El gigante toma con el guantelete izquierdo la hoja de la espada que prácticamente ha atravesado su enorme cuerpo, ayudándola a salir mientras su fría mirada permanece clavada en todo momento en los ojos de su contrario. Bonhart lanza de inmediato un segundo golpe contra el cuello acorazado de su rival, golpe que el Caracortada no se molesta en detener. Ambas estocadas son terribles, golpes diestros propinados con maestría. Aun así el gigante curva su espantoso rostro en una mueca absurda que, Bonhart comprende, debe ser una sonrisa.

-Yo no soy uno de esos cachorros, matahombres -dice Caster, escupiendo-. Y si eso es todo lo que tienes, me temo que vamos a estar así toda la jodida noche.

Bonhart sonríe a su vez, señalando con la cabeza la herida de la entrepierna de su enemigo.

-Creo que te estás desinflando por ahí.

Caster asiente, mientras contempla los cadáveres de los chicos. Roy es el más cercano; aquel muchacho que un día fuera un bebé en sus brazos, el niño a quien enseñó a golpear árboles. El hijo de su amigo. A su lado hay un escudo de madera, propiedad de Russ. El Caracortada se desplaza hacia un lado en dirección al escudo, lanzando un ataque lateral sin fuerza que impacta superficialmente en el cuerpo de Bonhart. Mientras el viejo cazarrecompensas se mueve para esquivar el golpe de la inmensa cabeza acerada y parcialmente derretida de la antigua Estrella de la Mañana, Caster toma el escudo de Roy y lo ciñe en su brazo izquierdo. Con la misma mano, y con una brutalidad inhumana, Caster introduce parte de su cota de mallas en el interior de la herida de su ingle. Un denso líquido compuesto por sangre, líquido seminal y lo que queda de un testículo se derrama entre los huecos del guantelete del Caracortada, quien consigue detener la hemorragia. Bonhart enmudece.

-Poco honorable aprovechar este pedazo de madera -reconoce Caster, alzando levemente el escudo-, pero el honor no es algo que nos importe demasiado a ti y a mí.

-Tu herida… -murmura Bonhart-. ¿Es que no sientes nada?

El jinete libre parpadea, sacudiéndose el sudor mientras se mira la entrepierna con curiosidad.

-¿Esto? Sí, creo que tu última estocada me ha reventado un huevo -dice con su voz suave-. Menos mal que tengo dos.

——

Durante un largo rato ambos hombres se golpean con mayor o menor fortuna. El escudo tras el que se parapeta Caster contiene la mayor parte de los ataques, aunque la espada de Bonhart acaba atravesando su piel en varios lugares, mientras su Estrella de la Mañana rompe músculos y huesos golpe tras golpe. Ninguno de los dos ha estado jamás tan cerca de la muerte, pero ninguno de los dos quiere ser el primero en caer.

En un momento determinado, el Metetripas aparece en la plaza ocultándose tras una columna. En otro, los dos contendientes se detienen y comienzan a hablar. Hablan de lo que allí ha ocurrido, del verdadero responsable de la matanza, del error que ha llevado a Bonhart a asesinar a tres muchachos inocentes. Ambos coinciden en que todo podría haberse evitado.

Ambos coinciden en que es demasiado tarde para ello.

——

Tras un nuevo y brutal intercambio Caster da un paso atrás, sin crear el suficiente espacio como para que su rival pueda cargar pero introduciendo una leve pausa en el combate.

-Tú y yo sabemos cómo va a acabar esto -murmura con su suave e inapropiada voz-. Y a mí me vale: estoy listo para morir desde que maté a mi primer hombre. Y por eso te digo que te equivocarás si ocultas los cadáveres. Hay dos padres implicados en esto: no puedo hablar por Ser Baltrigar; aunque bastardo, no deja de ser un jodido caballero. Pero el dueño de este escudo -dice, alzando la castigada pieza-, es el Matatoros. Y ése no descansará hasta destruir este pueblo. No. Creo que hay una salida mejor...

-No temo al Matatoros. -La falta de resuello de Bonhart se hace más evidente ahora cuando responde-. Se hizo muy famoso por aquella hazaña de matar a un toro bravo a puñetazos, según cuentan, pero en todos estos años apenas ha demostrado nada como guerrero. De todos modos, él nunca sabrá lo que ha pasado aquí, como tampoco Ser Baltrigar.

-Es un error -insiste Caster-. Ser Estirado es un cagarro de mierda que merece morir. Ya maté a uno de sus asesinos una vez, es una pústula ulcerosa, un jodido parásito. Si consigues hacer creer que no sólo Jack ha muerto a sus manos, sino que él ordenó la muerte de toda la compañía, Matatoros irá a por él... Y puede que Ser Hadder también. Libraros de Ser Estirado os beneficiará a todos.

-Pero eso desencadenaría una guerra abierta entre las fuerzas de Ser Hadder y los Lefford -replica Bonhart mientras se prepara para una nueva arremetida-. No: en una guerra todos pierden, y si el vencedor es el bando de los Lefford volveremos a los viejos y malos tiempos. Si ganan los del Castillo, lo cual dudo, se acabaría para siempre el oro de los Lannister en este lugar. Eso empobrecería a los mercenarios y a los señores comerciantes, lo que finalmente haría prevalecer a criminales y bandidos. De igual modo volvería a reinar el caos. Y eso no puede ocurrir.

-No has entendido nada.

-No hay nada que entender, Caracortada. Lo mejor que puede pasar es que desaparezcáis sin más. Esto nunca ha pasado.

-La guerra es inevitable -dice Caster, sujetando de nuevo con fuerza la Estrella de la Mañana listo para regresar al combate-, sólo trato de evitar el colapso de Solaz. Me conoces, sabes que esta comunidad me preocupa. Esta tragedia no ha sido ningún accidente: ese cagarro de Ser Bryan vio una oportunidad de hacer daño y la aprovechó. ¿Crees que no va a propagar el rumor de que el consejo de Solaz asesinó e hizo desaparecer a la guardia de Ser Hadder? Ha jugado con vosotros, ha jugado con mi Señor y es el responsable directo de la muerte de estos cachorros. Merece que alguien le saque las tripas por el culo.

El gigante afianza los pies en el suelo.

-Pero haz lo que te parezca -dice después-. Me he cansado de hablar como un jodido afeminado: me duele la cabeza más que el huevo perforado. Acabemos.

Y regresa al combate lanzando dos nuevos golpes.

——

El final, como acostumbra a suceder, se precipita en muy pocos segundos. 

Apenas sin tiempo a respirar el cazarrecompensas ataca con violencia el escudo de madera, destrozándolo con tal fuerza que incluso Caster debe retroceder a causa del impacto. El Caracortada agita su mangual a la defensiva, sin llegar a acercarse siquiera a su enemigo.

Los cruces de armas son cada vez más escasos; ambos hombres boquean ya cuando Bonhart, tras un veloz amago en cuya trampa cae el gigante de Aguasclaras, consigue introducir dos palmos de su espada en hueco de la armadura de Caster, junto a la axila izquierda. La herida nuevamente es mortal. Cuando el arma sale del cuerpo, un gran chorro de sangre brota como un géiser natural haciendo que el Caracortada se tambalee y comience a caer…

El hombre de la cicatriz ve en una bruma a su padre. Ve al bandido que le causó su herida en la cara; ve a Din, agonizante en su cama, pidiéndole alivio; a su amigo Russ, su igual en tantas cosas; a Theresa, la extraña mujer que un día le hizo pensar que no estaba solo en el mundo; a Armase. Ve por fin a Ser Hadder, quien lo mira severo. Sus ojos dicen “Caracortada, no puede acabar así”. 

No puede acabar así.

No.

Y mientras cae hacia la inevitable muerte, el gigante lanza con un alarido terrible un golpe circular con su arma que impacta dos veces en el cuerpo de Bonhart, dejándolo inerte en pie con los brazos caídos y a punto de desplomarse. Caster golpea el suelo, boquea sangre, y mientras contempla cómo el más grande de sus enemigos está igualmente vencido se sonríe pensando en lo irónica que es la jodida vida.

Jodida vida.

——

Y tan irónica.

Meses después, ya recuperado de sus heridas, la vida del Caracortada ha dado un giro absoluto.

El gigante se encuentra agazapado tras unos matorrales a la sombra de la noche, la mirada fija en el camino donde en unos minutos aparecerá un carromato repleto de grano. Un carromato que él va a asaltar y vaciar. No puede evitar gruñir.

-Calla -dice el joven agazapado a su lado.

-No puedo creer que estemos haciendo esto.

-Pues más te vale creerlo, grandullón -dice Haudrey.

-Tendría que haberte pegado más fuerte.

-Sí -dice el joven, con amargura-. Ojalá lo hubieras hecho.

Un búho ulula a lo lejos. El siseo de unas ruedas cubiertas por paños acaba penetrando entre la oscuridad y las brumas, y los dos hombres empuñan con fuerza sus armas.

———

EPÍLOGO:

Posada “El Ciervo y el Jabalí”, en Solaz del Soldado.

Últimos días del año.

 

Cerca ya de medianoche la actividad en la posada se incrementa súbitamente: los escasos campesinos que pudieran quedar dentro se repliegan a la seguridad de sus hogares; los caminantes regresan a sus habitaciones empujados por las miradas intimidatorias de los nuevos parroquianos, y el lugar se inunda con la presencia de aquellos que dirigen sus vidas bajo la sombra de lo ilegal: es en esos momentos cuando se abren y cierran tratos, cuando los hombres de bien tiemblan bajo sus techos y los de mal trabajan con más ahínco. 

En una mesa redonda situada al fondo de la zona común hay varios hombres discutiendo. Las figuras de Kurst y Thibalt destacan sobre el resto: son hombres ancianos pero fuertes, legendarios a su modo, fríos, poco dados a las chanzas, siempre pensando en el lado más pragmático de esta perra vida que tanto se resisten a abandonar. El resto, algunos de ellos miembros del Consejo de Solaz, discute acaloradamente mientras los dos ancianos guerreros los contemplan en silencio.

En otra mesa situada lejos hay dos hombres. Uno de ellos es joven, de cuidado aspecto y maneras educadas y corteses. El joven bebe vino de una jarra propia y medita sin alzar la mirada, el rostro demudado en oscuros pensamientos. El otro hombre es, sencillamente, gigantesco, y bebe leche de una enorme jarra de arcilla sin prestar atención a nada ni nadie. Solo bebe. Parece cansado, y el enorme tejido cicatrizal que cruza su rostro brilla alimentado por las ascuas y los faroles de aceite.

-Esta leche está cortada -murmura el gigante.

-¿Cómo? -dice el “Bastardo Desagradecido” alzando la mirada.

-Cortada. Esta jodida leche está cortada. Voy a cortarle los huevos a ese posadero.

-Ah. -Haudrey pasea los dos ojos por la sala, sin detenerse a propósito en la mesa presidida por el Señor del Crimen Kurst-. Te aconsejo que no lo hagas. No nos dejaría en muy buen lugar.

-Me importa un cagarro.

-Ya lo sé -dice el joven-. Pero a ellos no. Nos observan, día y noche. No se fían de nosotros.

-Se fiarán más si capo a ese majadero -dice suavemente el Caracortada-. Es un estafador, la mitad de sus bebidas están aguadas. Y el resto de lo que sirve es agua, joder.

-En realidad…

La puerta de entrada se abre con brusquedad, haciendo de varios pares de ojos (y algún ojo solitario, a día de hoy pareja de una bola de cristal o madera) se vuelvan mientras las manos de los propietarios de los ojos se dirigen a las empuñaduras de sus armas. Un hombre completamente mojado por la lluvia entra jadeando.

-¡Ser Hadder…! -exclama-. ¡Ser Hadder ha muerto!

El joven Haudrey se levanta de su silla sin pensar, conmocionado. El Caracortada, abriendo mucho los ojos, se pone en pie poco a poco sin que nadie le preste atención.

-¡El jodido ser Hadder! -sigue el hombre-. Ser Baltrigar lo ha matado, ¿podéis creerlo? ¡Le ha metido media espada por las tripas al muy mamón! ¡RIC RAS, muerto!

-Repite eso -dice la voz de Caster, a su espalda.

El hombre apenas repara en la estatura de quien le habla. Se carcajea.

-Bien por culo le han dado… -grita-, ¡Y bien que me alegro! ¡uno de sus hombres, para colmo otro bastardo...! ¡Toma ya!

-He dicho que lo repitas.

-Ser Baltrigar Tormenta -dice el hombre, sin poder contener las risas-. Se lo ha cargado y luego ha salido del Castillo como si con él no fuera la cosa. ¡En toda su jodida boc…!

El brazo derecho del Caracortada salta hacia el cuello del hombre con una velocidad impropia en alguien de su tamaño. Con su enorme mano levanta al vocero en vilo, apretando, apretando. Alguno de los hombres de la mesa del fondo se levantan, exigiendo a gritos que suelte al desgraciado quien, a esas alturas, está prácticamente morado. Kurst y Thibalt, en cambio, no mueven un solo pelo. 

Por fin, el brazo de Caster se agita bruscamente de derecha a izquierda y se escucha un chasquido y un crujido cuando el cuello del desgraciado se rompe. Es entonces cuando la mano se abre y el cuerpo desmadejado se desborda contra el suelo. El silencio que ha caído sobre la posada se quiebra de improviso cuando la suave voz de Caster susurra:

-Baltrigar es mío -dice paseando los ojos como una fiera herida por toda la sala para detener la mirada sobre la de Kurst-. Mío.

El Señor del Crimen contempla al gigante sin inmutarse. Lo calibra en silencio. Mira hacia su acompañante, ese hijo bastardo de Ser Hadder ha quien han acogido no sin reservas. Después asiente levemente.

-Sea -concede Kurst-. Y ahora que alguien saque de aquí a esa basura del suelo y se la lleve a los puercos: tengo muchos asuntos que tratar.

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21/01/2015, 20:41
[RIP] Bethan "Caratorcida".

VIÑETA XVIII: CAMPOTRIGO, AÑO 153 D.A. (mes 6)

Si lo que necesitan es un remero, yo podría bogar por el foso y dar paseos a las

damiselas del castillo... Si lo que necesitan es un fuelle, yo resuello con el soplo

de la tempestad. Soy hijo de las Islas del Hierro, del mismísimo Bastión de las

Tormentas, me crié en una nube sobre el Mar Angosto...

Que Tom el Brasas supiese tan poco de geografía daba poca verosimilitud a su origen de procedencia, más cuando antes de esto contó que fue arquitecto del Muro, y había nacido en Invernalia, o se ofrecía como experto catador para el castillo porque desde pequeño se había criado en los viñedos de Dorne. Bethan simplemente le ignoraba sin entrar a baremar sus mentiras. Al principio le había caído bien. A Caratorcida y a todos. Hasta juraría que Gwraidd espoleaba más despacio el caballo para que el Brasas consiguiese seguirles el ritmo a pie. Pero la misión era la misión, y no podían recoger como si de un cachorrillo abandonado se tratase a cada muerto de hambre dicharachero de Poniente. El invierno era largo, y las gentes escasas de comida fuera del castillo eran numerosas. Además, esa comadreja estirada de Tanya les había impuesto racionamiento. Cuantos menos reclutasen, mucho mejor para el estómago de Bethan y de Arroyo.

¿Estará bien sin mí?

Le echaba de menos. Un padre depende más de sus hijos que al revés. Y si no que se lo pregunten a Russ y a Ser Baltrigar, que están que no levantan cabeza desde lo de Solaz del Soldado.

Bethan salió de sus preocupaciones como lo haría Tarmall de debajo de la manta: tratando de distinguir sueño de realidad. Estaban ante un paisaje realmente hermoso, lo más bucólico que el invierno podía dar. Las ramas negras de los árboles se habían despojado de sus faldas de hojas, y cambiaron de ropa hasta vestir del blanco de la última nevada. Se abrían hasta un puente de piedra, y el río despejado reflejaba los rayos fríos de un sol de atardecer en tonos pastel.

En la orilla opuesta, un plebeyo descendía hacia el río apoyándose con una mano en la mampostería del puente aledaño. Recogió una vieja piedra que se había desprendido, y con valores cívicos trató de volver a encajarla en la estructura del puente. Su recompensa fue que la nieve bajo sus pies resbaló. Las piernas del pobre joven se hundieron en las frías aguas, mientras las manos arañaban la nieve tratando de no caer del todo, resbalando un poco más a cada poco.

Bethan miró a Tom. Se supone que los Hijos del Hierro saben nadar. En el gesto alzó una ceja de escepticismo, pero casi se le retuerce tanto la cara que se vuelve del revés.

A un gesto de Gwraidd el Escudero, azote de muchachas, Bethan espoleó a Rescatadroman cruzando el puente a caballo. Desmontó y bajó la cuesta en dirección al río. Sus manos eran torpes, y no solo por el frío. Tratando de tirar de aquel desvalido, se fue tras él al río.

La cosa no iba bien. Nadó para sí cuando vió que nadar para otros les hundía a ambos. Los cascos de caballo casi no sonaban al amortiguarse contra la nieve. Bethan salió en cuanto encontró orilla. Estaba desorientado y escupía agua con una lengua del color del hielo. Y veinte yardas corriente abajo, Gwraidd y su caballo vadeaban el río, interceptando a Droman. Aquel plebeyo volvía a nacer, y con un trabajo en el castillo debajo del brazo.

Así-Tom braceó en el aire, al lado del maltrecho Bethan-. Tienes que nadar así.

Valiente cretino...

El invierno no era buen momento para darse un baño. No se harán comparaciones con la higiene de un habitante del castillo que todos conocemos por no herir sensibilidades. Con Droman y Bethan tiritando, y la noche acercándose al mismo ritmo que el sol se ocultaba, la prioridad era encontrar refugio en alguna casa de Campotrigo. Se dirigieron a la casa del propio Droman, hasta que Gwraidd Tully, caballero andante, espoleó para salirse del camino en dirección a un jardín en el que una guapa pelirroja forcejeaba con un hombre.

Ya estamos otra vez... ¡Atchís!

¿Sabes? Soy un experto herborista. Lo aprendí todo en la Ciudadela. Lo

mejor para ese resfriado tuyo es una infusión de leche de amapola.

Unas buenas leches te daba yo a ti. Todavía no estoy moribundo como para darme leche de amapola antes de tiempo.

Por supuesto, la presencia del joven señor y su armadura eran suficiente para auyentar al maleante y quedarse con la chica. Se llamaba Shaira, y el lío en el que estaba era de tres pares de narices, pero el resto de la conversación sucedió junto a la lumbre de su casa, con una manta alrededor de los hombros de Bethan.

El padre de Shaira había muerto hace poco. El invierno se lo llevó. Y aquel hombre que la molestaba insistía en que el difunto tenía una deuda pecuniaria que no estaba satisfecha. Por ello reclamaba la casa y el pequeño huerto del que Shaira dependía. Grwaidd se ofreció a pagar la deuda. En opinión de Bethan, aunque no lo verbalizó, polvos más baratos se podían pagar en Solaz.

La historia tuvo un poco más de recorrido... El acreedor no aceptó el dinero del noble, y de nuevo volvieron a punto muerto. Alguien propuso pasar a cuchillo a la molestia, muerto el perro se acabó la rabia, pero Bethan no recuerda bien si fue cosa de Royne o la propuesta salió de su boca torcida. Y es que Bethan ya estaba cansado de tanto ir de aquí para allá. Solo quería volver al castillo y abrazar a su churumbel.

¿Y si nos llevamos a Shaira al castillo? Así ese hombre tendrá su pago, y

a ella nadie le molestará.

Algunos dirían que Tom el Brasas se ganó su pase al castillo con esa idea. En opinión de Caratorcida, ese momento de brillantez no justificó los insufribles monólogos con los que Tom les martirizó en las semanas siguientes de vuelta a Aguasclaras. Tampoco el recrudecimiento del racionamiento por la llegada de todo el elenco de elegidos por Gwraidd.

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22/01/2015, 00:48
Crann, Maestro de Cuadras.

Viñeta Crann, Maestro de Cuadras, Año 153

Bueno, pues creo que estoy en condiciones de admitir que este año ha sido una autentica porquería. Sí así es. Eso no puede pasar, así que escribo estas notas para que puedas volver a leerlas y así hacer todo lo posible para que el siguiente año no sea tan malo, para ello adjuntaré varios puntos que creo que son clave para ese cambio que creo que necesita mi vida.

Pero antes un pequeño resumen de lo vivido este año:

Algún pequeño roce aquí y allá que después se solucionó. Un rumor que se transforma en hablar con el Señor y proponerle algo que luego acarrearía que estuviese fuera del castillo cuando lo peor pasó y poco más.

Fin del pequeño resumen e inicio de las propuestas:

- El misterio de la invisibilidad: Este año he sido invisible para la mayoría. Sólo Lady Rowenta y creo que porque es nueva se ha dignado a pedirme expresamente que le prepare los caballos, el resto del castillo, como sabe que siempre estoy ahí para hacer mi trabajo ya lo da tanto por hecho que ni siquiera me dirigen la palabra, llegan pillan su caballo y se van como si no pasaran por las cuadras. No soy un noble, pero el que manda en los caballos soy yo. Un caballo no debe estar listo si yo no quiero que esté listo. Aunque eso después me deje algún día sin comer o con varios latigazos en la espalda. 

- El mantenimiento de los caballos: Durante el encierro estuve muy ocioso, y esperé demasiado a preocuparme por los caballos, de haber sido más cauto no habría estado entrenando a marchas forzadas los caballos con Ser Trycian mientras el bastardo Tormenta se dedicaba a ensartar al señor del castillo y a huir con uno de los caballos que se me olvidó quitarle las sillas cuando volvimos de entrenar para llevarnos a otros. 

- La segunda parte del misterio de la Invisibilidad: Para el resto de servidumbre también he sido muy poco presente, excepto para Tanya, (que cuando tiene que mandar se acuerda de todo el que sea) que necesitaba que arropara a otro mozo de cuadras bajo mi ala. Seré algo más presente en las labores de la servidumbre, así podré llegar a realizar al menos un par de objetivos de los que vienen ahora.

- Luchar o morir: Soy el Maestro de cuadras, pero no por ello debe darme miedo una espada. Sé que ahora soy un inútil, pero eso se corrige entrenando. Ahora que tengo dos mozos de cuadras a mis órdenes, puedo dedicarme a otros menesteres mientras mando a que los otros hagan aprendan el trabajo duro.

- Fiestas: Hay muy pocas alegrías en este castillo. muchas muertes de personajes importantes. Pero eso pasó el año pasado, este año será mejor. Aunque yo no pueda hacer nada directamente, sí que puedo intentar organizar fiestas para levantar los ánimos de la servidumbre. Aunque estemos a pan y agua por dirección de la Ama de Llaves, podemos brindar nuestras aguas, bailar y reirnos. Todo ello ayuda a algún objetivo para más adelante.

- Bolas llenas: Crann, campeón, tienes unos ojazos azules preciosos, un cabello rojo tan raro como un Dorniense en el Norte. Un cuerpo envidiable... ¿para que? Correcto, basta de estar solo, necesitas una mujer en tu vida. Hay varias que son de muy buen ver, si haces tus deberes bien, te haces conocido, montas fiestas y te luces... Seguro que Johana alguna tiene que caer. Ánimo la salud de tus partes depende de ello.

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22/01/2015, 01:42
Tarmall "Pocas Ganas".

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A. 

Un hombre puede cambiar por decisión propia, por necesidad o por adaptación pero a veces, ese cambio, es involuntario, incluso inconsciente como en el que se estaba forjando en Tarmall "Pocas Ganas". Si le preguntaran no hablaría sobre los jóvenes guardas muertos en Solaz del Soldado, ni la imagen de sus compañeros Armase y Caster al borde de la muerte, diría que el comienzo fueron aquellos sueños con su difunto padre Trall y con la mismísima Vieja, sueños que hicieron que algo despertara en su cabeza.

Mes 6:
Tarmall se sentía como si fuese una piedra más de la muralla, ocupando durante años un lugar fijo en el castillo, sin cambiar, solo pasando el tiempo hasta que fuese útil, si es que lo era en algún momento. No quería ser una piedra, la Vieja no quería que lo fuese, así que tenía que hacer algo. Su primera idea era hacer honor a la Vieja y lo que representaba, buscó al Maestre del castillo con la esperanza de que le diera lecciones de escritura y lectura, su respuesta fue evidentemente negativa pero acompañada de un consejo que más que aclarar lo dejó más confuso.

Mes 7 y 8:
El mes empezó mal, estaba frustrado por no saber descifrar las palabras del Maestre Ammon, por el encierro impuesto de todo el castillo y para colmo estaba el racionamiento que había impuesto la bruja de la ama de llaves Tanya ¿Cómo iba a defender el castillo si estaba muerto de hambre?
La distracción que encontró fueron las mujeres, no en el sentido estricto ya que las del castillo eran demasiado decentes, unas monedas no le iban a conseguir nada, si quería un revolcón debía de buscarse otra forma, una más... decente. Con esta premisa y su "brillante" mente de hombre de a pie urdió un plan para acercarse a una de las mujeres del servicio, más concretamente a Sysa, la comadrona, su brillante idea pasaba por entrenar en el patio de armas para más tarde visitarla con la excusa de estar herido o magullado, buscando sus cuidados y ganándose su confianza hasta meterse bajo sus faldas.

Los entrenamientos fueron duros, más de lo que esperaba, y se alargaron durante dos meses, sus contrincantes habituales eran Ser Trycian, con el que aprendió a cubrirse la cabeza, el escudero Beldyr, que le hizo moverse y habituarse a su armadura, y Theresa nieve, de ella aprendió a mantener la distancia después de que lo derribara de un solo golpe en el pecho en su primer entrenamiento juntos, solo la armadura lo salvó de acabar con una lesión grave y aún así lo mantuvo varios días lejos del patio de armas. El entrenamiento tuvo sus frutos, mejoró su forma física, pero sobre todo ayudó con el acercamiento con Sysa, la visitaba después de cada entrenamiento, a veces con golpes fingidos o exagerados y otras muchas reales, aún así su plan no salió como esperaba.

Ningún hombre sufre voluntariamente tal castigo físico durante tanto tiempo por un simple revolcón, Tarmall se dio cuenta poco a poco, llegó a desear terminar su guardia para entrenar y tener la excusa de ver a Sysa. Descubrieron que los dos eran de Orilla Azul, hablaron sobre conocidos comunes y un sin fin de trivialidades hasta que al fin el guardia se armó de valor y confesó a la comadrona que sentía algo por ella y ese algo fue correspondido.

Mes 9:

Apenas había comenzado su relación con Sysa y ya se veían separados. Durante todo el mes Tarmall fue prisionero de tediosos turnos dobles que apenas le dejaban tiempo libre y Sysa, por su parte, tenía que cumplir con sus obligaciones de comadrona con las señoras nobles encintas, aún así intentaban aprovechar los escasos momentos que se podían permitir.

Durante los largos turnos de guardia Tarmall dedicó muchas horas a pensar en su futuro, no solo en un futuro junto a Sysa sino en uno mejor, en el que pudiera ofrecer algo más de lo que era tanto a ella como, ¿por qué no?, a una posible descendencia. En ese tiempo volvieron a su mente las palabras del Maestre Ammon cuando se negara meses atrás a adoctrinarlo, dijo que había otros que podían ayudarlo, otros que sí estarían dispuestos a hacerlo. Tarmall dudaba que alguno de sus compañeros supiera leer, todos eran de origen humilde como él, pero apenas lo pensó se dio cuenta de su error, había un guardia que no era un simple plebeyo, alguien de origen "noble" y que conocía bien.

Royne accedió a la petición de Tarmall, siempre había sido un buen tipo, incluso ahora después de su mal trago y de convertirse en un fanático religioso que no dejaba de mencionar y relacionarlo todo con los Siete, mencionando frases, versículos u oraciones en cada conversación tratase con quien tratase. Había pensado en pasar las pocas horas libres que no podía coincidir con Sysa tomando lecciones con Royne, algo ligero para no saturarse, pero cometió el gran error de mencionar el sueño con la Vieja a su nuevo profesor que se lo tomó casi como una señal, a partir de entonces buscaba a Tarmall siempre que podía, visitándolo incluso en su puesto de guardia, acompañado siempre de La Estrella de Siete Puntas como libro de lecciones.

Mes 10:

El mes comenzó para Tarmall como el anterior, con encuentros insuficientes con Sysa, esporádicas, y literalmente religiosas, lecciones con Royne y su Estrella de Siete Puntas y guardias interminables. Lo bueno fue la llegada de los invitados para el nombramiento como caballero de los hijos de Ser Hadder, con ellos trajeron suministros, que acabarían racionados por ordenes de Tanya a pesar de que no se encontrara en el castillo, además de hombres armados que en cierta medida daban algo de seguridad.

Mes 11:

Los días trajeron multitud de altibajos al castillo de Aguasclaras. El exilio de Haudrey no era cosa buena, pero más que la salida del bastardo, a Tarmall le pesó el hecho de que Caster le acompañara, con su partida perdía un compañero y un buen guerrero.

Ser Horwin anunció su intención de quedarse en el castillo junto con su séquito poniendo a sus hombres al servicio de la guardia, era cierto que aquello suponía un alivio para los hombres del castillo, pero aquellos hombres eran desconocidos, desconocidos con una fidelidad distinta a la suya, en el puesto de antiguos compañeros y amigos, no, a Tarmall no le gustaba.

Con la incorporación de los hombres de Ser Horwin y el nacimiento del bebé de Lady Arianna, Tarmall pudo pasar más tiempo con Sysa, el suficiente como para reunir el valor de pedirle matrimonio recibiendo un sí por respuesta.

Tarmall estaba en la armería cumpliendo las ordenes de Ser Hadder, revisando y puliendo su equipo cuando le llegó la noticia del crimen de Ser Baltrigar, no supo como reaccionar, no podía creer que se Hadder estuviera muerto.

Mes 12:

El pesar y la tristeza había llegado hasta el último rincón del castillo y Tarmall pensó mucho que hacer, la situación cambió desde el primer día tras la muerte de Ser Hadder, parecía ser Ser Horwin, de la rama principal de los Tully, el que tomaba las riendas del feudo y eso de nuevo no le gustaba, pensó muy seriamente marcharse con Sysa, después de todo era un jinete libre, pero aquel castillo había sido su hogar durante mucho tiempo y un extraño sentimiento de lealtad le invadía. Su padre murió salvando a Ser Pendrik y de algún modo sentía que abandonarlo era igual que traicionar su memoria.

Tarmall dejó un tanto de lado las lecciones con Royne, demasiadas palabras sobre el Desconocido para esos momentos, y dedicó todo el tiempo posible a Sysa.

Un par de días después del entierro de Ser Hadder, Tarmall habló con Sysa y decidieron celebrar su boda lo antes posible. Se celebró a final de mes y fue una ceremonia sencilla y humilde, incluso para unos plebeyos, con las personas más cercanas como testigo.

Pero Ser Hadder no se fue solo, de la noche a la mañana el Maestre Ammon desapareció, en apenas un mes el castillo había perdido a su señor y a su Maestre, aumentando aún más la sensación de inseguridad. A pesar de lo feliz de su situación con Sysa, Tarmall estaba frustrado por la incertidumbre que reinaba en el castillo, tanto que comenzó a bajar de nuevo al patio de armas, esta vez no para buscar un contrincante sino para desahogarse a puro golpe contra monigotes de madera y paja. Durante una de esas "sesiones" lo abordó Rolls, el albañil del castillo, preguntando si podría enseñarle a coger un arma, tras sopesarlo accedió, él no era un maestro de armas, pero podría enseñarle a no cortarse un pie y donde y como golpear. Además, daría algo más de confianza al hombre y tendrían un par de manos que al menos sabrían sujetar un arma, poco después se les unió Crann en su "entrenamiento" semanal.

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22/01/2015, 02:23
Rolls el Maestro Albañil.

Rolls el Albañil

Viñeta XVIII: Año 153 D.A.

Finales del sexto mes, comienzos del séptimo mes: "La gran idea"

Sentí una gran tristeza por lo acontecido en Solaz del Soldado, pero no era solo yo. Ese sentimiento era compartido por todos en el Castillo. No eran familia de todos, no eran amigos de todos. Pero en este Castillo cada miembro es considerado parte de la familia. Crecí junto a muchos, vi crecer a otros y siempre que alguno fallecía lo sentía mucho. Pues perdía a un miembro de la familia. Pero no fui el único que pensó de esa manera, pues noté durante ese tiempo que las risas, las sonrisas, hasta en gran medida los tan característicos chismes se detuvieron. 

Recuerdo que un pensamiento rondaba mi cabeza. Los padres no deberían tener que enterrar a sus hijos, son los hijos, quienes deben enterrar a sus padres.  Eso me tenía muy triste. Fue ahí por todo la penosa situación que comencé a sentir la fuerte necesidad de hacer algo. Por suerte la mente de un albañil es creativa y se me ocurrió una gran idea para llevar a cabo. Pero para poder hacerlo tenía que hablar con Ser Hadder, tenía que tener el honor de hablar con el Señor de este Castillo.

Para lograrlo le pedí ayuda a mi esposa, quien no dudó en interceder en mi favor. Ella a su vez habló con Tanya y así siguió una cadena, hasta que conseguí la tan esperada reunión con Ser Hadder. Nunca olvidaré la expresión tan tranquila de Ser Hadder, ni su amabilidad al recibirme. A pesar de ser un plebeyo me trató como a un igual. Oh vaya, cuánto admiraba a ese hombre. Un Señor como muy pocos, por eso le servía sin dudarlo. Le conté con lujo de detalles mi idea de hacer un monumento en honor a los caídos. Por suerte mi idea le agradó. Y tuve su aprobación. Ese día sentí una inmensa alegría, pues contar con la aprobación para ese proyecto significó mucho para mí. 

Busqué a un viejo camarada, Jermyed el herrero. Debía solicitarle un favor, había ciertas partes del monumento que solo un herrero podía realizar. Él no dudo ni un segundo en ayudarme, y tampoco me cobró por sus servicios. Se portó como un verdadero amigo, con el cual yo estaría en deuda. 

Después de haber obtenido la aprobación de Ser Hadder y luego de definir los detalles junto a Jeremyed. Me puse manos a la obra para la elaboración del monumento. La elaboración del mismo iría por mi cuenta y no tendría financiación, por lo que no podía darme el lujo de comprar materiales nuevos. Pero por suerte contaba con materiales que me sobraron de obras recientes y junto con Rhoyle los modificamos para que fueran los adecuados. 

Yo también debía ocuparme de mis otros trabajos, no podía dejarlos a medias por elaborar el monumento. Así que me tocó ver la forma de reorganizar mi tiempo. Entre la familia, los trabajos y el monumento, no tenía casi tiempo para descansar.

Aunque de nuevo, la suerte me sonrió una vez más. Un día Tanya anunció la llegada de nuevos miembros al Castillo. Como dirían los soldados "la caballería llegó". La ayuda que tanto necesitaba había llegado y en el mejor momento posible. Les enseñé el arte de la albañilería durante algunos días. Y cuando estuvieron listos, les empecé a asignar algunos trabajos. Poco a poco me di cuenta de que encajaban perfectamente en esta profesión y eran buenos reemplazos para los albañiles que dejaron el Castillo. Con esta nueva ayuda logré terminar el monumento rápidamente. Pero faltaba una cosa, las palabras en la placa del monumento. Ser Hadder quedó en enviarme. Cuando las tuviera podía presentar el monumento finalizado.

 

Mes 8: Subiendo la moral.

A comienzos de mes recibí la carta con el tan esperado mensaje de Ser Hadder, es difícil olvidar mi cara cuando me leyeron ese mensaje, pues lastimosamente yo no sabía leer. Pocas veces uno tiene el honor de escuchar palabras tan sabias. "Solo es derrotado aquel que se rinde. Quien muere luchando, gana por siempre." Sin duda esas palabras serían el complemento perfecto del monumento. Hice que se pusieran las palabras en la placa y mi "obra de arte" finalmente estuvo concluida. 

La presenté muy contento a todo el Castillo en una especie de inauguración, tenía miedo de no les gustara a los demás. Pero por suerte el monumento contó con el agrado de los miembros del Castillo. Todo el trabajo duro había valido la pena. Y mi trabajo fue bastante valorado a partir de ese momento.

Mes 11: La muerte de un líder.

Nunca imaginé que con el amanecer de un nuevo día vendría una noticia que cambiaría la vida del Castillo como la conocíamos. Cuando me dieron la noticia, no lo podía creer. Las lágrimas se abarrotaron en mis ojos, pero no salieron, mi voz cambió, se cortaba con cada palabra. Nuestro líder, nuestro guía, el padre y señor de este Castillo había sido brutalmente asesinado por un hombre que era de su confianza. Ser Baltrigar Tormenta. Yo no lo podía creer, cómo podía ser eso posible. No sé porqué me sorprendía tanto la naturaleza ruin y traicionera del ser humano.

Un luto total como nunca antes recorrió el castillo, la muerte de Ser Hadder no solo era dolorosa por lo que significaba perderlo a él. Sino que también significaba que el Castillo y sus miembros podíamos correr peligro. Y como nos encontrábamos en ese momento, no seríamos capaces de defendernos. Por lo que comencé a pensar en medidas a tomar para hacer frente a las posibles adversidades que podían llegar.

Mes 12: Medidas desesperadas.

Un día vi a Tarmall entrenando, no sé por qué en mi cabeza se desarrolló todo un análisis complejo de una situación que parecía no ser de mucha importancia para mí. De repente, como si los dioses me hubiera iluminado supe la respuesta a mis problemas. Tarmall podía ayudarme a entrenar en el viejo arte del combate cuerpo a cuerpo. Debía ser capaz de defender a mi familia, y si era necesario al Castillo. Él no se negó a ayudarme, y así comenzamos la primera de varias sesiones de entrenamiento que se irían desarrollando de ese mes. Durante esos entrenamientos se nos unió Crann, y en mi mente una pequeña idea comenzaba a formarse. La milicia comenzaba a reunirse.

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22/01/2015, 11:14
[RIP] Blantel, Maestro Carpintero.

VIÑETA XVIII

AÑO 153. MES 5:

Como cada día desde hacía una temporada el sol estaba bien alto en el cielo cuando me levanté y me dirigí hacia la carpintería donde Dod estaría trabajando ya sin duda. No me equivocaba y cuando entré le pude ver en su bancada trabajando en el arco que Darién el Forestal me había encargado. Últimamente no tenía ganas de trabajar, la madera ya no llenaba mi alma como antes.

Qué orgulloso me encuentro de él... pienso mientras veo como Dod trabaja la madera con cuidado. Cuando se da cuenta de mi presencia en el taller, levanta la vista de su trabajo y me comunica que ha estado allí Gerrick, junto con su ama para encargarnos un escudo.

- De acuerdo, hijo. Yo me encargo del escudo... tú termina el arco de Darién - le digo a mi hijo.

AÑO 153. MES 6.

Los trabajos en el escudo de Gerrick marchan a buen ritmo. La madera ha sido endurecida al humo para que aguante los golpes, y Gerrick ha acudido a la carpintería para poder confeccionar una abrazadera a su medida.

AÑO 153. MES 7.

El escudo está finalizado por fin. Las dos aves opuestas enfrentadas parecen estar listas para la batalla.

- Aquí tienes, Gerrick. El encargo está finalizado... -

AÑO 153. MES 9.

Tras haber finalizado el encargo del escudo de Gerrick, vuelvo a encontrarme con ganas de trabajar y me dispongo a finalizar junto con Dod los encargos que tenemos pendientes.

Aquella mañana era particularmente calurosa y el ambiente en el taller estaba muy cargado por el polvo del serrín, de forma que notaba la garganta muy seca. Dispuesto a refrescarme salgo a dar una vuelta en busca de un pellejo de vino con el que calmar mi sed antes de volver. El vino estaba fresco y debido al calor tomé más de la cuenta, pero sin llegar a emborracharme.

Cuando volví al taller me dispuse a terminar las espadas de entrenamiento que estaba fabricando, lijando los bordes y eliminando las asperezas que pudiese presentar la madera. Cuando me pareció que estaban listas, pasé mi mano por la superficie de una de ellas y noté un súbito dolor en un dedo de la mano derecha y al mirar, pude ver unas gotas de sangre manchando la espada. Esa sangre brotaba de la pequeña herida que una astilla me había producido. Como tantas veces, me llevé el dedo a la boca y extraje la astilla con los dientes.

AÑO 153, MES 10:

Llevaba varios días sin poder dormir bien por culpa del dolor palpitante que tenía en la mano derecha. Al parecer la herida que me había producido se había infectado y el hinchazón y el mal color me llegaban ya hasta la muñeca. Afortunadamente, el vino calmaba el dolor y así aguantaba día tras día.

Después de eso vino la fiebre...

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22/01/2015, 16:29
Ser Baltrigar "el Traidor".

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Ser Baltrigar Tormenta.

Finales del Mes 1, Castillo de Aguasclaras

Una vida feliz.

Baltrigar contempló con orgullo cómo Carlysle, su cuarto hijo, se incorporaba por primera vez a su puesto como guardia del Castillo.  Ver cómo había crecido era toda una satisfacción tanto para él como para su esposa. Y que ahora se convirtiera en un hombre de provecho, un miembro productivo de aquella sociedad, era un hito importante para la familia.

Cuando Russ dio un par de palmadas en la espalda del muchacho, Baltrigar sonrió contemplándolo desde la otra punta del patio. El hermano mayor de Carlysle, Brandon, ya era guardia desde hacía tiempo y se encontraba en posición de firme esperando junto al resto la iniciación del novato.

Al lado del caballero, su esposa se apretaba contra su corpachón intentando entrar en calor, pero también sonreía por sus hijos. Clarissa tuvo que hacer un esfuerzo para no aplaudir y Baltrigar la hizo girar para marcharse mientras Russ comenzaba ya a impartir instrucciones en el patio a todos los guardias, Brandon y Carlysle incluidos.

Eran tiempos felices. Eran tiempos buenos. La pareja se encaminó al salón principal, donde otra ceremonia estaba teniendo lugar. Nada lujosos, sólo unas palabras y listo. Pero otro de sus hijos, el más pequeño, Charlton, había sido nombrado Ayuda de Cámara de Ser Hadder, con vistas a convertirse en pocos meses en el futuro Mayordomo de Aguasclaras.

Todo parecía marchar bien. Perfectamente encaminado. Y al menos tenían el consuelo de que tanta lucha por el futuro de sus hijos había merecido la pena para ver aquello. Baltrigar apretó un poco su brazo alrededor de Clarissa, con el rostro del caballero sonriente bajo aquella enorme y cuidada barba.

Principios del Mes 2, Castillo de Aguasclaras.

La comitiva.

La llegada de la comitiva de Lord Swann presagiaba buenas nuevas. En el horizonte podía verse una boda y Baltrigar estaba jubiloso por la felicidad de la familia del Castellano de Aguasclaras. Así se lo hizo saber en alguna ocasión felicitando al propio Ser Otter, y a su antiguo pupilo, Ser Orsey, por la futura boda de su hermano pequeño. Después de todo Lady Rowenta era un muy buen partido.

- Vamos Orsey.Dijo ofreciéndole un pellejo de vino cuando se encontraron aquella mañana. – Guardaba esto para una ocasión especial y ésta lo merece. Brindemos y luego le llevas un poco a tu hermano.Añadió con un guiño. La conversación entre ambos caballeros se alargó unos minutos, intercambiando algunas bromas para nada ofensivas sobre el hecho de que Horace se convertiría en hombre muy pronto, y recordando tiempos pasados cuando Baltrigar y Orsey habían entrenado juntos.

Casi una hora después estaba sentado de nuevo enfrente de su ex-pupilo junto al resto de nobles del Castillo. Su sorpresa fue mayúscula, igual de grande que la del resto de los presentes, o al menos su mayoría, cuando Ser Hadder anunció la boda. Pero el novio no iba a ser Horace Crakehall. El vino casi le hizo atragantarse. ¿Qué había pasado? La mirada de Ser Baltrigar recorrió a la cabecera de la mesa. Ser Hadder, Lord Swann, los hijos de ambos.

El rostro del caballero bastardo se mantuvo impasible en todo momento. Él confiaba en el criterio y buen juicio de Ser Hadder. Si lo había decidido así debía haber un buen motivo. Pero el momento y las formas de anunciarlo no le habían parecido las más apropiadas. Era obvio que los Crakehall estaban molestos y que no sabían nada. Al menos debía haberles avisado, o eso creía el Tormenta. Los ojos de Baltrigar se posaron un momento en Orsey. El hijo del Castellano se levantó dando una pobre excusa y se llevó a su mujer de la sala. Una decisión inteligente. Conociendo su temperamento Baltrigar hubiera temido cualquier locura de haberse quedado en aquel banquete.

Baltrigar mantuvo la compostura y sostuvo la mano de su esposa, Clarissa, a la que dedicó más de una sonrisa. Ellos debían permanecer ahí y continuar con la celebración hasta que acabara. Era su deber. Si podía intentaría hablar luego con Orsey aunque seguramente no querría recibir a nadie, y los Crakehall querrían arreglar el asunto de puertas para adentro.

Mes 2, más adelante. Castillo de Aguasclaras.

La boda.

La boda entre Pendrik y Rowenta fue un acontecimiento importante en el Castillo. Lord Swann se encargó de que no faltara comida ni bebida para nadie. Todos tuvieron su ración. Era lo menos que podía hacer. Un acontecimiento supuestamente feliz, y aunque había risas, y sonrisas, Baltrigar notaba el malestar en el ambiente. Algo estaba cambiando. ¿Qué le pasaba a Aguasclaras? De ser un lugar ideal para vivir, para tener una familia… un lugar donde tus hijos podían crecer y convertirse en hombres… había pasado a convertirse en un lugar triste, con cierto deje de resentimiento y amargura.

Y aquello pesaba sobre los hombros de cualquiera. El siempre jovial Baltrigar aparentaba ahora de una forma más realista los años que en verdad tenía. Sólo esperaba que no fuera más que un ligero revés. Algo de lo que el feudo pudiera recomponerse pronto. Pero los Siete pronto le mostrarían que no era así.

Mes 4. Castillo de Aguasclaras y Solaz del Soldado.

El desastre.

Baltrigar nunca olvidaría aquel fatídico mes. A principios del mes partió la comitiva que asistiría al torneo, con Ser Trycian a la cabeza. En cierto modo, Baltrigar se alegraba de no tener que ir él y poder quedarse con su familia. Los años ya le pesaban para andar pensando en torneos.

Sin saberlo pudo disfrutar de los que iban a ser los últimos momentos de felicidad junto a su familia. El tiempo pasa volando cuando lo estás disfrutando. Tanto que no te das ni cuenta. Un suspiro y al siguiente todo había cambiado. Cuando cabalgaba junto a Russ en pos de Armase ya sabía que algo no iba bien.

Algo en lo más profundo de su interior le desgarraba, tiraba de él y le incitaba a darse prisa. Hincó las rodillas en los flancos del animal y aceleró el paso para no perder el tiempo. Los cascos de ambas monturas resonaron por las calles de Solaz del Soldado a medida que se dirigían al callejón.

El corazón le dio un vuelco cuando vio los cuerpos. No le hizo falta acercarse ni fijarse en los detalles para saber quiénes eran. Brandon… Carlysle… y Roy. Se quedó atenazado por la impresión unos segundos. No fue incapaz de articular palabra. Cualquiera que no le conociera sería incapaz de ver la angustia interior que se apoderó de él en aquel momento. Queriendo negar la verdad, Baltrigar desenvainó su arma y espoleó a su corcel hacia el mendigo que estaba de rodillas junto a Caster, empapado en su sangre.

- ¿Qué ha sucedido aquí?Bramó con su enorme vozarrón. No le había temblado. Por dentro quería chillar, gritar de rabia, de frustración… de dolor. Pero no le salía.

Cuando vio a Russ arrodillado junto al cuerpo de Roy el corazón dejó de latirle. Se llevó la mano del escudo al pecho y la mano del arma estuvo a punto de soltar la espada. Unas lágrimas difícilmente visibles comenzaron a caer por sus ojos, deslizándose por su rostro y perdiéndose en su poblada barba.

Apretó los dientes, cerró los ojos y alzó la cabeza para lanzar un bramido al cielo. Un bramido de dolor como jamás había oído nadie en todo Solaz del Soldado.

Los siguientes recuerdos se convirtieron en borrosos pero el Caballero llegó de vuelta a Aguasclaras. Con Russ, Metetripas, dos hombres heridos y los cadáveres de cuatro muchachos jóvenes, aun críos, en la flor de la vida.

La imagen de Brandon, con las manos seccionadas aun empuñando la daga que el propio Baltrigar le había regalado, seguía apareciendo de forma intermitente en la mente del caballero. Persiguiéndole cual fantasma en una pesadilla. Le había dolido. Había sufrido, poco a juzgar por las heridas en su estómago, pero había sufrido.

Carlysle por suerte no había sufrido. La estocada del pecho le había partido el corazón, exactamente igual que el impacto visual había partido el corazón de Baltrigar.

Definitivamente, la vida en Aguasclaras no era feliz. Estuvo a punto de matar al mendigo llamado Metetripas con sus propias manos en más de una ocasión. De hecho lo habría matado si hubiera encontrado la oportunidad, pero el muy bastardo estuvo acompañado en todo momento hasta la audiencia con Ser Hadder. Y mira que Baltrigar lo intentó.

Durante la comparecencia, Baltrigar se mantuvo firme. Se limitó a escuchar. Escuchar y aprender. Lamentó la muerte del joven Jack, joven al que apreciaba, pero sus oídos no escuchaban. Lamentó la muerte de Roy, el hijo de Russ, pero sus oídos seguían sin escuchar. Lamentó como nadie podía imaginar – salvo Russ – la muerte de sus hijos, pero siguió sin escuchar nada. Sólo quería saber un nombre. El de la persona que había matado a sus hijos. Bonhart. Por fin el maldito curandero lo había soltado. Qué casualidad. En presencia de Ser Hadder y sólo en su presencia. Baltrigar no dijo nada. No pidió nada. Confiaba plenamente en que ser Hadder sabría lo que hacer. Que impartiría justicia. Que no quedaría impune el asesinato de unos muchachos útiles para su comunidad. No fue así. Y no sólo eso, además a Metetripas se le concedió asilo. ¿Por qué?

Si había que depurar responsabilidades Baltrigar tenía muy claro en todo momento quién era el culpable. La rabia inundaba al Tormenta por dentro y amenazaba a salir como un torrente incontrolable. Pero se contuvo. Inspiró hondo y salió de aquella habitación. Debía velar los cadáveres de sus hijos junto a su esposa, que también lo estaba pasando mal en aquellos momentos.

Mes 5. Castillo de Aguasclaras.

Primeros de mes. Tras el Funeral.

Baltrigar salió dando un portazo del Salón Principal. La reunión con Ser Hadder no había ido como esperaba. Nada más lejos de la realidad. Salía visiblemente disgustado y su ceño fruncido hizo que nadie que se cruzó tuviera los redaños de intentar hablar con él.

Infinidad de preguntas pululaban por la mente del caballero, la principal era por qué. Encaminó sus pasos a sus aposentos. Sabía que debía hablar con su esposa lo primero, y sabía que le esperaba una bonita discusión pero confiaba que acabara por entenderle y aceptarlo. Confiaba en Clarissa más que en ninguna otra persona con vida y depositaría en sus manos su vida sin dudarlo. Ahora esperaba que en base a ese amor, ella le escuchara y le permitiera seguir adelante con aquello.

Pero la muerte de los hijos de ambos era demasiado reciente. No podrían hablar muy en serio del tema. Tenían que hacer algo. Baltrigar debía hacer algo. No había podido proteger a Brandon y Carlysle, pero sí protegería a Beldyr, Brocelyn y Charlton. No dejaría que nadie más de su familia muriera de aquella forma. Nunca más.

No le había gustado nada la solución que le había propuesto Ser Hadder, y haría lo posible por hacerle cambiar de opinión, pero no sabía si lo conseguiría. Y en cualquier caso, al final, haría lo que fuera por sus hijos. Lo que fuera.

Finales de mes. Rezos.

Baltrigar apenas se relacionó con nadie durante el primer mes tras la muerte de sus hijos. Una vez pasado el funeral se encerró en sus aposentos. Sólo salía de ahí para dirigirse a rezar. Se pasaba horas y horas en el Septo.

En una de aquellas mañanas, Clarissa se encontraba de pie contemplando a su esposo, alejada, sumida en silencio para no perturbar sus oraciones. A espaldas de él.

Lady Lydia Crakehall estaba cerca. Se acercó y le susurró algo. – Os he visto últimamente en el Septo a ambos. Hacéis bien en rezar al Padre y a la Madre. Estoy segura de que escucharán vuestras peticiones. – Dijo tratando de consolar a la madre ante tan dura y trágica pérdida.

Clarissa observó a la joven, le dirigió una sonrisa amable y negó con la cabeza.

- Al principio sí. Aunque hace tiempo que mi esposo ya no reza al Padre. Ahora está rezando a la Vieja para tener la sabiduría de no acabar orando al Desconocido. – Se limitó a explicar.

Lady Lydia se quedó unos segundos sin parpadear, incapaz de creer lo que había oído, para luego mirar a Ser Baltrigar arrodillado y con la cabeza gacha.

Mes 6. Castillo de Aguasclaras.

Nuevas caras.

Otro mes pasó y el castillo permaneció cerrado a cal y canto. Ser Hadder había dado órdenes de que nadie entrara o saliera sin su autorización. Probablemente temería algún tipo de intento de represalias por parte de Russ, o Baltrigar. Era normal. El caballero había esperado pacientemente, confiando en Ser Hadder y su buen juicio. Sabiendo que los culpables por la muerte de sus hijos seguían ahí fuera, acechando. Pero algún día pagarían. Baltrigar lo juró por los Siete. No era venganza, era justicia. Y a él le daba lo mismo. Fuera como fuera él no los iba a recuperar.

Nuevos peones, un nuevo leñador, más criados, un jardinero… una sucesión de trabajadores para el castillo llegaron en comitiva. La paciencia de Baltrigar comenzaba a llegar a su fin. La inactividad, sumado a las acciones de Ser Hadder o sus hijos, que en nada tenían que ver con Solaz del Soldado, estaban volviendo loco a Baltrigar. Quitando el momento inicial, en el que unos pocos en el funeral se habían acercado para dar el pésame a la familia, nadie más se había interesado posteriormente por ellos. Tampoco es que él hiciera mucho por ayudar a que la gente se acercara, pero la pasividad de su Señor sólo aumentaba su creciente rabia.

Mes 7. Castillo de Aguasclaras.

Furia del Tormenta.

Corrían rumores acerca de la salud tanto de Ser Hadder como del Maestre. A Baltrigar no le importó. Por fuera mostraba cómo se sentía por dentro, furioso e intratable. Se pasaba los días en el patio de armas, golpeando sin cesar una y otra vez aquellos monigotes de entrenamiento como si fueran el mismísimo Bonhart. Repasó mentalmente todos y cada uno de los posibles movimientos del asesino, repasó una y otra vez más de mil maneras de matarle.

Muy pocos osaron acercarse al Tormenta y éste los despachó con una fiereza inusitada, de forma brusca y poco habitual en él. No parecía ser consciente de que el resto de habitantes del castillo lamentaban su pérdida y estaban preocupados por él. En su mente parecía haber clara sólo una cosa.

Tres meses habían pasado ya y Ser Hadder no había ordenado todavía un ataque frontal contra Solaz del Soldado. No sólo eso, mantenía el cierre del castillo, impidiendo cualquier tipo de plan o represalia por parte de un padre con motivos y razones más que suficientes y justificadas. Un nuevo golpe en la cabeza del muñeco.

Otro más en un costado. Arriba, abajo, a un lateral, al otro. De nuevo a la cabeza. El objetivo de la ira de Ser Baltrigar estaba frente a él representado en aquel maldito monigote.

Meses 8 y 9. Castillo de Aguasclaras.

Espiral descendente.

El racionamiento impuesto tanto a nobles como a plebeyos no parecía afectar o hacer mella en Ser Baltrigar. En todo caso su humor empeoraba por momentos de forma exponencial y quizá la falta de alimento no hacía más que aumentarlo un poco, aunque nadie sabría decirlo.

De nuevo se pasó el mes la mitad del tiempo en el patio de armas, y la otra mitad bebiendo por cualquier rincón. Incluso Sysa le pilló alguna vez bebiendo. El caballero no se molestaba en ocultarlo y nadie sabía de dónde sacaba tanto vino a pesar del racionamiento. Despachó a la criada con modales bruscos pero sin ningún tipo de violencia física. Después de todo ella no tenía la culpa de nada.

A medida que avanzaron los meses el severo racionamiento empeoró, pero de forma increíble Baltrigar seguía encontrando alguna fuente de vino para sus borracheras. Deambulaba por el Castillo como alma en pena, sin dirigir la palabra a nadie y siempre malhumorado. Su única actividad era destrozar monigotes de entrenamiento a golpes y beber como si no hubiera un mañana.

El caballero había tocado fondo.

Meses 10 y 11. Castillo de Aguasclaras.

Ceremonia de entrega de espuelas.

En los últimos meses el ambiente se había enrarecido aun más si era posible. La situación en el Castillo comenzaba a ser insostenible. El malhumor de Baltrigar había alcanzado cotas insospechadas y al parecer otro de los habitantes del Castillo avanzaba a marchas forzadas a un estado de ánimo similar. Baltrigar evitó en la medida que pudo cruzarse con Haudrey Ríos, el bastardo de Ser Hadder, sabedor de que en su actual estado de ánimo cualquier cruce de palabras entre ambos podía acabar muy mal.

Fue la única cosa sensata que hizo en esos últimos meses del año. El caballero también evito ver o cruzarse con cualquier miembro de la comitiva de nobles que vinieron para la ceremonia de espuelas de los hijos legítimos de Ser Hadder. Según algunos, los auténticos responsables de la muerte de sus hijos iban a estar presentes, y el caballero prefirió no verles los rostros, no fuera a hacer alguna tontería que no le llevara a ninguna parte.

El primero del mes undécimo se produjo la - tan esperada por algunos - ceremonia, del modo tradicional. Baltrigar y su familia, al ser nobles al servicio de Ser Hadder, se vieron obligados a acudir. El caballero se mantuvo en silencio durante toda la celebración, escuchando las tonterías grandilocuentes que todos tenían que decir acerca de los hijos legítimos de Ser Hadder. Sin embargo, durante el festín no pudo contenerse más. Ante cierto comentario pomposo de uno de los Lefford, Baltrigar mencionó sin tapujos que Pendrik no había realmente acumulado suficientes méritos como para ser nombrado caballero. Aquel comentario pudo ser el inicio de una discusión más grave, pues las miradas de todos se posaron en el caballero bastardo que evidentemente ya había bebido de más. Baltrigar mantuvo con firmeza la mirada de Ser Hadder, apretó los dientes y se levantó dando una pobre excusa. Si se quedaba ahí haría algo que lamentaría. Sentía dejar a su esposa e hijos a la mesa, pero sabrían apañárselas.

Ignorando al resto de los presentes salió de la habitación y se encaminó a las cuadras sujetando un pellejo de vino en la mano, donde sabía que estaría Haudrey. Compadecía al pobre chico y entendía muy bien sus sentimientos. Era algo por lo que él había pasado demasiadas veces, algo que había luchado por cambiar.

Mes 11. Castillo de Aguasclaras. Último día del mes.

Caída libre.

El día había llegado. Baltrigar notaba una sensación extraña en el estómago. Estaba nervioso. Iba a tocar fondo. Sabía lo que iba a hacer, lo que tenía que hacer, pero no por ello le resultaba fácil o agradable.

Salió al patio con su coraza al completo puesta, su espada en la vaina, y revisó que su caballo estuviera preparado y ensillado, con las alforjas listas. El Castillo se le antojaba extrañamente vacío y en silencio. Echó un vistazo a la barbacana y vio a su hijo, Brocelyn, de guardia. Tragó saliva y revisó los arneses desviando la mirada. Quizá tendría tiempo de echarle un último vistazo cuando saliera. Seguramente sería la última persona del Castillo que vería.

En silencio guio al corcel andando con calma hasta la puerta del Salón Principal. Dentro estarían todos los nobles, Baltrigar ya lo sabía. Había escuchado las órdenes de Ser Hadder de dejar las armas y armaduras en la herrería para que el herrero las puliera y limpiara. Sabía que no tendría una oportunidad igual, era el momento preciso y tendría los segundos contados.

Luego de dejar el caballo en la posición precisa, con todo preparado, se dirigió con pasos tranquilos y meditados a las puertas de los barracones. Se paró junto a ellas y escuchó. Dentro al menos escuchó las voces de Royne y Theresa, guardaespaldas de Ser Hadder y su familia. Perfecto. Agarró uno de los maderos y atrancó la puerta desde fuera. No les impediría salir pero les retendría lo suficiente para que Baltrigar pudiera acabar su cometido. Tras ello regresó frente a las puertas del salón, ahora con algo más de prisa.

Inspiró hondo, mentalizándose para lo que tenía que hacer, y empujó con firmeza las puertas del Salón. Ignoró las miradas de todos los presentes que obviamente se fijaron en su armadura y se dirigió sin intención de sentarse hacia Ser Hadder, deteniéndose a pocos metros del Señor del Castillo. Su dedo acusador apuntó hacia su Señor feudal.

- Meses han pasado. He sido paciente y he esperado pero aún no habéis hecho nada desde la muerte de mis hijos. – Su mirada desprendía furia, y quizá desprecio.

Ser Hadder ignoró la pregunta y preguntó a su vez por las armas y armadura del caballero.

- Me importa una mierda lo que digáis. Ahora mismo voy a acabar con la vida de ese gusano de Bonhart. Yo no olvido a mis hijos aunque parece que vos sí.

De nuevo la respuesta del Señor fue una negativa tajante. Nadie entraría ni saldría del castillo sin su permiso. Baltrigar fue incapaz de tolerar tanto desprecio.

- Puede que vos no entendáis lo que significa honrar la memoria de los caídos. Puede que vos, al no haber perdido un hijo no entendáis lo que es que te lo arrebaten en semejantes circunstancias. – La voz estuvo a punto de temblarle, mezcla de la emoción y la ira.

- Me ha quedado claro que no haréis nada por conseguir justicia. Pero no voy a quedarme cruzado de brazos esperando más tiempo. Os tenía en más alta estima y respeto. Creía que luchabais por proteger a los vuestros.

El rostro del bastardo se mantuvo impasible observando a Ser Hadder. Nuevas respuestas sin sentido para el caballero. Nuevas evasivas. Aquello se estaba escapando a su control.

- ¿Acaso soy yo más importante que mis hijos y su memoria? ¿Acaso no formaban parte ellos del futuro de este feudo? ¡Mucho más que yo! – Increpó de nuevo.

En algún momento ambos se habían llamado Bastardo de forma despectiva. ¿Desde cuándo le había importado a él aquello? Hacía ya mucho tiempo que aquella palabra no era capaz de herir a Ser Baltrigar. Pero sí le dolieron viniendo de su Señor. Alguien a quién había creído que daba más importancia al valor de uno mismo que a su ascendencia. Las siguientes palabras de Ser Hadder fueron algo mucho mayor que lo que Baltrigar podía tolerar. No sólo un desprecio, un insulto, algo fuera de lugar que no toleraría ni a los mismísimos Siete.

La irá nubló el juicio del acorazado caballero y adelantó sus pasos para alcanzar la silla de Ser Hadder. Vio a varios que intentaron detenerle pero los apartó con facilidad con sus puños metálicos a empellones. Incluso su propio primogénito, haciendo oídos sordos a los insultos a sus hermanos y su familia, intentó detener a Baltrigar. Éste, ciego de ira, no hizo concesiones y tumbó a Beldyr con su derechazo más potente directo a las costillas.

Una vez que llegó a la altura de Ser Hadder, Baltrigar desenvainó su espada sin pensar en las implicaciones de todo aquello, sin pensar en las consecuencias. Apuntó al pecho y gruñó un desafío con la mirada cargada de odio.

- Repetid eso si os atrevéis. -

Ser Hadder, orgulloso, se levantó y proclamó unas palabras grabadas a fuego en la retina de Ser Baltrigar. El caballero apenas escuchó más…

“Alimentan a los gusanos mejor de lo que lo hubiesen hecho en vida.”

Tras aquella burla despectiva respecto a sus hijos, muertos trabajando por el bien de Aguasclaras, Baltrigar apenas fue consciente de lo ocurrido. Su mano, sujetando la empuñadura de la espada que apuntaba al pecho de Ser Hadder, estuvo a punto de temblar, pero se obligó a mantenerla firme. Su visión se cruzó con la del que había sido su Señor por todos aquellos largos años. El hombre al que había servido con orgullo. Al que hubiera seguido hasta la muerte. Y una lágrima se desprendió del ojo de Ser Baltrigar para perderse entre su poblada barba donde nadie la encontraría jamás. Una lágrima que significaba mucho, que decía mucho y que nadie, que no mirase donde sabían que tenían que mirar, pudo ver. Una lágrima porque todo tuviera que terminar así.

Pero ya habían llegado demasiado lejos. La espada atravesó el cuerpo de Ser Hadder, en pie y desafiante. La mirada de Baltrigar se tornó en una de horror inconcebible, pero sólo Clarissa hubiera sido capaz de distinguirlo pues era la que mejor le conocía de todo el castillo. El caballero apoyó la mano libre en uno de los hombros de Ser Hadder, y arrancó la espada de su pecho para girarse en redondo sin perder un instante.

Sus pasos acelerados resonaban metálicos por toda la sala mientras el caballero se dirigió hacia la salida. La consternación y los gritos, la sorpresa y el caos de la situación eran demasiado para las mentes de la mayoría.

Tan sólo el joven Gerrik trató de frenar al Tormenta embistiéndole, pero éste le vio venir y le detuvo con un golpe seco del pomo de su espada. El protector de lady Rowenta cayó al suelo con la nariz rota e inconsciente.

En su camino al exterior, ya en el patio, Baltrigar se cruzó con Royne Ríos. No perdió tiempo en explicaciones. Ignoró al hombre y se montó en su caballo para espolearlo fuera y lejos de aquel lugar. Por un momento temió que el buen espada juramentada sospechara algo, temió tener que matarlo también, pero afortunadamente no fue así.

A lomos de su caballo de guerra cruzó la Barbacana abierta a toda velocidad. Azuzó a su caballo y desapareció en la lejanía alejándose del castillo, sabiendo que dejaba mucho atrás y que pasara lo que pasara, habría un antes y un después de ese día. Sabiendo que ninguno de los habitantes de Aguasclaras le volvería a mirar con los mismos ojos.

Mientras se alejaba, Baltrigar giró la cabeza un instante para echar un último vistazo a la silueta tan familiar de aquel castillo que había sido su hogar.

- Beldyr, Brocelyn, Charlton… cuidar de vuestra madre. – Pensó como si su mensaje mental fuese a llegar a sus hijos.

- Te amo. – Fue todo en lo que pensó mientras veía el rostro de Clarissa claramente dibujado sobre la silueta de Aguasclaras. Era su imaginación, estaba seguro, pero ver el rostro de su esposa una última vez le dio esperana. – Hago esto por vuestro futuro. – Aunque Clarissa ya sabía aquella parte.

Mes 12. Aposentos de Ser Monte Lefford.

El año de pesadilla parecía estar llegando a su fin. A oídos de Baltrigar había llegado rápido la recompensa que Ser Horwin ofrecía por su cabeza. No era difícil adivinar que cuando volviera a cruzarse con alguien de Aguasclaras correría la sangre y eso era algo que el bastardo prefería evitar.

Más difícil resultó mantenerse apartado de lo que su hijo, Brocelyn, hacía en Solaz del Soldado. No podía enfrentarse a él. No quería tener que ver su mirada acusadora. Si le veía se derrumbaría. Baltrigar lo sabía. No había estado bien pero hacía tiempo que ya no sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Hacía tiempo que ahogaba sus penas en el alcohol. El vino era lo único que le hacía dormir por las noches. Lo único que le permitía olvidar. Pues cuando no estaba borracho no cesaba de ver los rostros sin vida de Brandon y Carlysle. De Roy y Jack. Todos ellos buenos hombres. Dos de ellos hijos suyos. Y ahora también veía el rostro de Ser Hadder.

- De hoy en adelante seréis un caballero mantenido bajo mi protección, Ser Baltrigar. – Escuchó la voz de Ser Monte, aunque el bastardo de los Baratheon sólo permanecía de cuerpo presente. Su mente llevaba ausente largo rato, tomando el control de su cuerpo de cuando en cuando, actuando de forma automática.

Baltrigar se vio a sí mismo de rodillas y se puso en pie. No recordaba haber pronunciado el juramento pero sabía que así había sido. Al menos ahora gozaba de la protección de su nuevo patrón, y aunque no le garantizaba su seguridad al cien por cien, al menos no tenía que ir constantemente vigilando su espalda porque gente como Kurst o Sanguedor fueran a por él por una maldita recompensa.

Todavía no se había topado con Haudrey y Caster, y aunque no le había sorprendido la aparición del joven bastardo como nuevo cerebro criminal, sí que le sorprendió que el Caracortada hubiera huido con él.

Debía tener cuidado con ellos. Después de todo, Haudrey seguía siendo hijo de Ser Hadder y podía entender que quisiera buscar venganza, a pesar de cómo había acabado todo entre padre e hijo. Un hijo era un hijo y tenía sus derechos. Y Baltrigar no quería tener que ensuciar aún más la memoria de Ser Hadder matando a su hijo. No podría. Nunca había sido su propósito.

En silencio recordó cómo había comenzado aquel año. Eran tiempos felices, eran tiempos buenos. Un trago de vino acalló el último resquicio de aquella vocecilla llamada conciencia que le gritaba que algo estaba mal. Que todo estaba mal. Y Baltrigar comenzó su nueva vida.

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22/01/2015, 18:30
Aisa, mujer del herrero.

AÑO 153 D.A.

Nunca, ni siquiera durante aquel asalto, me había preocupado más por Clarissa.

Cuando terminé de ayudar con los muertos, intenté buscarla. ¡Como lo intenté, en el nombre de los dioses realmente lo intenté!

No deseaba hablar con nadie. Lo mejor que podía hacer, era observarla a lo lejos en el Septo.

Era raro cuando rezaba, pero una vez que lo encontré borracho y terminamos gritando, lo intenté. Recé, pero al contrario de Baltrigar rezaba al desconocido. Rezaba para que se mantuviera lejano. Por primera vez, recé tanto por aquel bebé, muerto al nacer, como por hijos ajenos: los de Clarissa. Rezaba porque les permitiera descanzar, y porque se llevara a los asesinos. Recé a la vieja, para que le diera algo de luz a Baltrigar.

- ¡Tú no eres el único que sufre! - intentaba levantarlo, pese a que pesaba demasiado para míSolo eso me faltaba mirar... - crucé los brazos, furiosa - ¡Bastante dolor tiene que atravezar Clarissa, como para que en lugar de apoyarla te derrumbes como borracho!

Ni así lo hice reaccionar.

Me encontraba dentro de la herrería. Jerem no estaba, por lo que era yo la que le daba mantenimiento a las armaduras y armas. El señor había sido claro con sus instrucciones.

Más claro, era que le había perdido el respeto.

Trabajaba bruscamente, con más enojo que artesanía. Hasta el hijo se lanzó fuera. Todavía no me quitaba la imagen de las manos de Brandon: había sido brutal, pero no había pasado nada.

Absolutamente nada.

Mientras tanto, claro está, mi amiga se estaba abandonando a su dolor.

Golpeé tan fuerte, que casi creo una abolladora. Dejo el martillo al lado, molesta. Esa era una tragedia que no debió suceder, pero casi todas las que nos han golpeado han sido igual. Por culpa de sus estúpidos torneos, es que los guerreros no han estado cuando los hemos necesitado. Si los hijos del lord y el dorniense hubieran estado aquí, Carlysle y Brandon seguirían vivos. Cuando estuve enferma, no habría estado a punto de conocer al desconocido si no hubiera tenido que salir corriendo en la nieve.

Escucho un alboroto afuera. ¡Oh, más ataques!

Ni para mantener cerrado el castillo... - salgo, con el martillo nuevamente en las manos, a tiempo para descubrir por los gritos y el alboroto que estaba pasando: Baltrigar había enfilado hacia donde se encontraba Ser Hadder.

Ay no... - exclamé, creyendo que haría otra locura de borracho, pero sin saber, ni siquiera sospechar, lo que realmente iba a pasar.

Al encontrarlo, estuve a punto de dejar caer el martillo: alcancé a ver como Baltrigar golpeaba a Gerrik, el que vino con la nueva esposa del hijo del lord. Corrí, tratando de seguirle el paso, pero antes montó a toda prisa.

Dioses, ¿qué había hecho?

Cuando vi que iban a perseguirlo fue que me dí cuenta de que sea lo que fuera, si lo atrapaban no iba a pasar nada bueno. De inmediato corrí hacia la herrería, cerré la puerta tras de mí, y la mantuve cerrada para que nadie pudiera tomar ni armas ni armaduras, para darle una ventaja a Baltrigar.

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22/01/2015, 22:33
Ser Orsey Crakehall.

VIÑETA XVIII: AÑO 153

Mes 3

Las palabras de mi madre al comienzo del año, durante el primer mes, rondaban aún mi cabeza. La clásica "encerrona" de mi madre (la misma que hacía cada vez que tenía algo que decirme, como cuando me regaló la maza). Sonreí, sabiendo que era de nuevo una de las suyas: la mujer se esforzaba en darle ese inocente aspecto casual a la situación, aunque creo que estaba segura de que yo ya sabía que así no era. Tomé asiento junto a ella, calentándome las manos en el fuego. Luego la miré a la cara, sin apartar las manos de la lumbre.

-Hace ya muchas lunas que te casaste, y parece gustarte tu mujer. Dime, ¿Por qué no os sonríe la Madre?

-Créeme que lo intento, Madre -contesté. No me esperaba que mi Madre sacase aquel tema-. Lydia y yo ya lo hemos hablado, pero... Ni siquiera sé el por qué. No sé si el problema es mío o es de ella, pero como ya sabes ella es bien devota y estoy bastante seguro de que reza a la madre. ¿Tú... has hablado con ella?

- No. Pero su madre también tuvo problemas, de joven. Nana la ayudó, pero desgraciadamente ya no está y desde luego nuestra nueva comadrona no es ni la mitad de buena. Pero vete a verla, con tu esposa. A ella y al maestre, mañana mismo. Eres el heredero, Orsey. Tu padre y yo nos hacemos viejos. Necesitas un hijo varón ya. 

Realmente era una persona muy cerrada, jamás había compartido mis sentimientos (ni alegría ni preocupación) con nadie. Quería encerrarme en una coraza en lo que respectaba a mi vida personal, tal como hacía en el combate. Ni siquiera me había abierto nunca con mis padres, y aquel consejo fue reconfortante. Tampoco es que hubiese tratado el tema en profundidad con mi esposa, realmente, pero mi madre llevaba razón.

Al llegar el tercer mes del año creí que era el momento adecuado. Me acerqué a Lidya en nuestro dormitorio, al anochecer, y observé su rostro de preocupación. "Debemos hablar" quizá no fuese la frase más acertada, pues normalmente es asociada con malas noticias. Pasé mi brazo tras su cabeza, sobre sus hombros.

-He... Estado hablando con Madre sobre el asunto de nuestro hijo -sonreí-. La pobre está preocupada por el tema de la sucesión, y creo que no hay cosa que desee más en el mundo que un nieto. Me ha dado... algún consejo. Ya sabes que no... No he querido sacarte nunca el tema -me costaba hablar de mis sentimientos, incluso con mi propia esposa. Sin embargo, hice un esfuerzo para destruir aquella coraza con la que solía cubrirme y poder hablar con franqueza-. No entiendo de estos temas, pero me ha dicho que quizá sea buena idea que visitemos al maestre Ammon. Llevamos... llevamos mucho tiempo intentándolo, y los Siete no nos sonríen. Quizá él pueda ayudarnos...

Me acarició el rostro con dulcura, pero sus palabras eran amargas.

-Jabato... y si no... nos pudiera...

-Lo hará, Lydia -afirmé, aunque realmente mi único fin era animar a mi esposa. Ni siquiera yo estaba convencido, pero quise mostrarme confiado en mis palabras y en mi actitud, confiando que aquello supusiera algo de esperanza para ella-. Lo hará. Y si no lo hace, deberemos seguir rezando a la Madre y al resto de los Siete para que nos bendigan. Pero ten por seguro que pronto nuestro amor tendrá su máxima expresión en forma de un pequeñín llorón.

Besé sus tiernas mejillas y aumenté la presión de mi abrazo, esperando que aquello la reconfortase. Mi mirada se perdió en el infinito, mirando al techo, pensando en los Siete. Mi corazón se desgarraba al escuchar a Lidya hablar de aquella forma, y la frustración se apoderaba de mí. ¿Acaso era mi semilla la que no podía concebir? ¿O era el vientre de mi amada?

Mes 4

Observé con amargura el regreso de la comitiva del torneo. Por un lado, me daba rabia no estar entre ellos. Mi tiempo para los torneos había pasado, ya nunca alcanzaría la gloria que había ansiado durante toda mi vida. Sin embargo ahora era un hombre más maduro, el sucesor de mi Padre a la derecha de Ser Hadder, y me preocupaba más lo poco que durarían aquellas sonrisas cuando descubriesen lo acontecido.

En aquel momento, me fue bastante indiferente, si he de ser sincero. La fertilidad de mi matrimonio, así como el seguir formándome como castellano y el entrenamiento de Beldyr me tenían bastante absorbido desde hacía unas semanas, y aquello se prolongó durante casi el resto del año. El sudor frío me invadió sólo cuando me enteré que mi hermano había abandonado el castillo, pero desapareció cuando le vi regresar sano y salvo. La confusión era terrible. Sólo puedo decir que fue una lástima lo de aquellos muchachos, pero en ningún momento fue dolor lo que mi corazón albergó por ellos, si no lástima.

Mes 11

Poco quiero recordar de aquel funesto mes. Mi rostro se volvió pálido cuando me enteré del asesinato de Ser Hadder. No podía creerlo, no estaba preparado. Ser Baltrigar. Mi mentor.

Mis ojos estaban perdidos en el infinito. Mis pensamientos se centraban en el pobre Beldyr. ¿Cómo podría volver a mirarle a la cara?

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22/01/2015, 23:49
Haudrey Ríos, el Bastardo Rencoroso.

VIÑETA XVIII: AÑO 153:

CAMINO. Tercera parte.
 
Ya estaba hecho. Había dejado atrás el castillo, toda su vida anterior, su familia... Pero era lo que había, así soplaban los vientos. Y los hombres inteligentes, en vez de resistirse tercamente y hundir sus raíces en el suelo como un árbol, para ser arrancados como tal en medio del huracán, desplegaban sus velas y se dejaban impulsar por ellos. Y eso hacía él. La primera parada, sin embargo, no fue Solaz. Pero no es necesario exponer aquí a dónde se dirigió primero o por qué.
 
Lo que está claro es que finalmente se dedicó a hacerse un nombre entre los criminales de la zona. Del castillo había salido con sus caballos y sus armaduras, todas ganadas justamente... Pero sólo contaba con una daga. Sin embargo, era consciente de que muchos canallas habían empezado con mucho menos. Y, desde luego, ninguno tan acorazado como iba él. Además, tenía a su lado a Caster y su terrible y chamuscada estrella de la mañana. No contaba con que hubiera muchas cosas que pudieran causarles problemas.
 
Naturalmente, los primeros días se gastaron en mantener un perfil bajo y recabar información. Debía demostrar de qué pasta estaba hecho para hacerse un hueco en aquel infecto nido de ratas. Y, finalmente, la oportunidad llegó. Una oportunidad que podía valer para cubrir, además, su falta de armamento. Parecía ser que un comerciante iba a pasar pronto por allí, con un cargamento de armas. Algunos decían que para el castillo, otros decían que para el Muro, algunos incluso señalaban que estaban compradas con oro Lannister, y que estos y los Lefford tramaban algo. Fuera cual fuera la verdad, a Haudrey no le importaba. Sólo importaba como hacerse con el cargamento, y llenarse los bolsillos. 
 
Una vez se hubo asegurado del trayecto que realizaría, se preparó. Sabía de buena tinta que nadie le había puesto el ojo encima a aquello. Había quien temía posibles represalias por parte de alguien que moviera tantas armas. Otros lo consideraban poco botín, o eran demasiado cobardes para intentarlo. Valor y temeridad eran dos cosas que al bastardo le sobraban en este momento. 
 
El chico preparó sus ropas y su armadura lo mejor que pudo, y explicó el plan a Caster. El hombretón no entendía por qué debían ser tan retorcidos... Pero Haudrey lo veía de manera distinta. No era ser retorcido, era tener estilo. Si no dejaba su marca, de poco le valdría todo aquello. Además, el plan era más bien simple. El bastardo preparó, a escondidas y con ayuda de Caster, algunos agujeros en el camino, lo justo para enganchar una rueda de un carruaje... Y que, con el peso de las armas y lo mal que se encontraban los caminos en invierno, fuera difícil de sacar. Una vez logrado, fue tapando esos agujeros con ramitas y nieve. Era una trampa muy simple, y por eso no fue demasiado difícil lograr algo que pudiera pasar inadvertido. 
 
Ahora, venía la parte más divertida del plan. Cuando supo que el carruaje venía, dejó a Caracortada escondido a un lado del camino. Él, por su parte, subió en su mejor caballo, y empezó a avanzar a lomos de este, con intención de cruzarse con el carro en el camino, con este ya atascado. Llegó con toda la elegancia de que fue capaz, y observó la escena, con un rechoncho comerciante, escoltado sólo por un par de mercenarios de baja estofa, intentando sacar el carro.
 
"Esa racanería a la hora de contratar protección te va a salir cara..."
 
-¡Buenas noches!-dijo Haudrey desde una buena distancia, mientras seguía avanzando-veo que se les ha atascado el carruaje...
 
Al principio, los tres hombres le miraron con desconfianza, pero luego repararon en su armadura, su caballo, su porte... Y, sobre todo, en que sólo llevaba una daga al cinto. No podía ser ninguna amenaza. Y, en cierto modo, tenían razón. La amenaza no era él. 
 
-Permitid que intente ayudaros-dijo, fingiendo amabilidad, mientras desmontaba del caballo-no es buen sitio para quedarse atascado, ¿sabéis? Dicen que hay bandidos por la zona.
 
Mientras fingía ayudar a empujar, y habiendo captado la atención de los presentes, continuó.
 
-Ya lo creo. Incluso los nobles debemos tener cuidado... ¿Maldita sea, no tenéis una palanca, un tablón o algo? Sí, como ese... Como iba diciendo. Hay muchos hombres desesperados por la zona. Pero hay uno del que debemos cuidarnos más que ninguno. Le llaman Caracortada, por una cicatriz que recorre su rostro, y es un hombre colosal. Empuña una imponente estrella de la mañana, va enfundado en una pesada armadura, y no conoce la piedad ni la compasión. Dicen que ha matado más hombres que la psoriagrís. Sí, lo creáis o no, éso dicen. 
 
De repente, el bastardo se enderezó, con expresión de alerta.
 
-¿No habéis escuchado algo? ¿¡Hola!? ¿¡Hay alguien ahí!?-dijo, a pleno pulmón. Aquella era la señal. Tras unos instantes de silencio, se pudo escuchar un caballo de batalla cargar a través de la maleza en su dirección. Sólo que no era un caballo, era Caster. El hombre irrumpió con un rugido, agitando su estrella de la mañana. Haudrey, en su papel de noble anónimo, se espantó, huyendo... Para acabar detrás del comerciante, con una daga en su cuello. En ese momento, alzó la otra mano.
 
-Caster, es suficiente. Como les dije, hay bandidos en estas tierras. Y yo soy uno de ellos-añadió, con una deslumbrante y a la vez irónica sonrisa-creo que este cargamento me pertenece. Ah, y me haríais un gran favor si, a la cuenta de tres, echarais a correr en esa dirección. Sí, de vuelta a Solaz. No os olvidéis de comentar que habéis sido desvalijados por Haudrey Ríos y Caster-añadió, antes de quitar la daga del cuello del comerciante, y mandarle en la dirección adecuada con una patada en el trasero para darle impulso. No hizo falta nada más para que los tres hombres corrieran. Por su parte, Haudrey echó mano del tablón, y consiguió sacar el carro, con algo de ayuda de Caster, para después marchar ambos de allí con el carro y el botín que contenía.
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23/01/2015, 01:00
Lady Lidya Crakehall, esposa de Ser Orsey.

AÑO 153

No eres el primero que me mientes, pero sigue siendo tan dulce tu voz.

Acababa de En el interior, aun temía al abandono. Nadie se había muerto, pero en vida muchos me habían abandonado. No, no eran muchos, sino pocos. Pero esos pocos eran los más importantes.

- Si... los siete nos escuchen.

Me abracé más a Orsey, enredando una pierna en la suya, ocultando por un momento la cara en el hueco de su hombro, suspirando, pese a que había algo de dolor en ello.

Solo... solo tú no me dejes

Sin darle oportunidad a replicar, giré mi rostro para besar sus labios, refugiándome de mis propios temores no dichos.

Tiempo después, Gwraidd nos había invitado a Ariana y a mi a sus habitaciones, para unos bocadillos. Estaba más animada. Había pasado mucho desde que nos habíamos reunido: nuestras nuevas vidas nos absorbían demasiado.

- Extrañaba estas habitaciones - saludé al entrar, aunque en el fondo me sentía un poco incómoda, por no saber s Patricya tomaría esta visita como traición.

- Tenía muchas ganas de veros hermanitas. Perdonad la ausencia de lujos pero, ¿qué os voy a decir? Estamos en invierno. Esperemos que pronto el estado del feudo mejore y pueda invitaros en mejores condiciones. - Gwraidd era muy dulce. - Y Lydia... que yo sepa aun no te he prohibido la entrada - me sonrió - Bueno, de niño un par de veces, claro. Pero no ahora, a toda una mujer felizmente casada. - nos miró - Me encanta teneros aquí, de verdad. Contadme, ¿como estais? Creo que hace años que no tenemos los tres una conversación tranquila. Voy a pensar que quereis mas a Pendrik y a Haudrey que a mi.   

- Pues la verdad es que yo estoy encantada, hermano. De que hayáis vuelto, y enteros. De estar aquí, como hace años que no hacíamos. De charlar con vosotros dos, supongo que se me ve feliz. Lo estoy, y no lo oculto...

Creí que se refería a su nueva vida de casada. Continuamos, poniéndonos al día sobre como estábamos. Gwraidd nos habló, como él mismo lo describió, "de toreneos y de nuestros pueblos". Daula nos trajo la cena... y Gwraidd de pronto se quedó callado.

- Por los Siete... no me digas que... ¿estás embarazada? Es una gran noticia. ¿Cuando pensabas contármelo? Me alegro muchísimo hermanita. De verdad, es una noticia genial. Y ahora que lo pienso... vas a ser madre casi al mismo tiempo que la mujer de Madrigal, Aletheia. Casi parece que os hayáis puesto de acuerdo.

De un movimiento brusco me levanté y giré, dándoles la espalda para que no me vieran, cerrando los ojos con fuerza. Mis manos aferradas al respaldo de la silla era lo único que me impedía caer.

Lo que sea que siguió apenas fue un torrente de palabras. Mi hermano se deshacía en júbilo, y yo en dolor. En los primeros meses sin embarazarme sentí alivio, hasta esa falsa alarma. Después creí que sería cuestión de tiempo. Me aferré a eso, y de pronto todas las mujeres comenzaban a…

Bastante duro fue cuando la primera ilusión, Ser Madrigal, se probó imposible. Me desposan definitivamente, pero me enamoré, pude sentirme feliz, y ahora cuando la vida parece perfecta, no me puedo embarazar.

¿Por qué?

Gwraidd se separó de Ariana para abrazarme. Me sentí un asco: era un momento de júbilo para ella, y no me pude sentir feliz. Incluso le estaba robando la atención.

- Aun ni siquiera estoy casado, hermanita. No hay nada malo en ti, y todo va a salir bien. Me imagino... que a veces debe ser duro. Pero vamos a tener un sobrino, los dos, tu y yo, ¿es una buena noticia no? 

Intenté sonreír.

- Felicidades - abracé a mi hermana, deseándole de todo corazón lo mejor... aunque el mío se estaba rompiendo.

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23/01/2015, 12:08
Ser Pendrik Tully, "Pendrik Sin Tierra".

Viñeta VIII

Del propio cuaderno personal del Escudero Pendrik Tully, ahora Ser Pendrik Tully de Aguasclaras.

 

 

DEBER.

 

Deber: Economía.

La reunión con Brom había sido todo lo fructífera que podía esperarse.  Las deudas estaban consensuadas entre ambas partes, lo que padre, y las cuentas apuntaban por un lado y lo que el prestamista anunciaba por otro casaba. Algo era algo. El feudo se encontraba en una situación precaria. Era cuestión cíclica. Todos los inviernos ocurrían al parecer la misma sucesión de problemas, no obstante, el actual el cúmulo de sucesos impredecibles y la dureza de la estación habían llevado al feudo a un cuasi colapso de fluidez económica.

Pendrik recogió los bártulos, rollos de documentos, pergaminos, vales y pagarés y se los guardó entre los bolsillos medio desfondados de su casaca y el hueco de su axila. Ello le permitió el gesto buscado, padre se había marchado ya de la habitación dando por concluida la reunión solicitada por mí. Pero yo quería finalizar aquello con un gesto al que yo, todavía daba una importancia capital. Estrechar la mano de Brom. Y mañana otra vez lo mismo, los Casagrande.- Reflexionó Pendrik mientras calzaba su bota en el estribo y se impulsaba en pos del pomo de la silla.

 

Deber: ¿Justicia?

La cabeza de Brosten se desprendió acompañada de sonidos procedentes de tendón y huesos quebrados. Un sonido sordo, descarnado e impersonal, como la justicia. Era el final a una vida de dedicación a un feudo, una vida torcida por los recovecos de los senderos de nuestra vida. ¿Lo merecía? En mi opinión, no. Había que hacerlo, sí.

Leyes. Por más que las revisas y estudias menos las entiendes. Los bosquejos que ayudado por el sabio maestre Ammon iba tomando de uno y otro tomo acabaron por presentarse ante sus ojos como una amalgama, un tanto galimatías en realidad, pero clara en sus bases y fines. Pendrik quería progresivamente amoldar la justicia a un lenguaje más accesible para los iletrados. Del mismo modo equiparar en lo posible las penas para delitos mayores y menores. Las faltas quedaban por ahora a un lado ya que… había tanto que hacer. No obstante las leyes en Aguasclaras debían cambiar de un modo progresivo, al menos era su intención. Nobles y plebeyos, diferentes mundos, diferentes leyes. Tenía que concienciar a todos de que los unos no podían subsistir sin los otros y que ciertos privilegios debían rescindirse, mientras que otras obligaciones serían instauradas, y algunas libertades disfrutadas, para todos, por todos.

 

Deber: Compromiso.

 

La mirada de algunos Crakehall se tornaron sucias. Así como los ojos de un afectado de cataratas.

El anuncio de padre de mí enlace con Lady Rowenta Swann fue una daga en mi alma. Una daga en mi confianza, en mi propio conocimiento de mí mismo. Respeto, honor, valores. Padre había lanzado una bofetada con el dorso de su mano sobre mi espíritu en un simple y monocorde latido, uno más, que debió ser intrascendente, pero que todo lo cambió.

La miré a los ojos. Me mordí la lengua, reposé mi pecho ante la primera reacción de mi frustración de decía que lanzase rayos a los cuatro vientos. Parece, o bien me equivoco o ella tampoco estaba al tanto. Recapacité y me puse en pie, alcé mi copa y dejé que la hipocresía mancillase el alma de Pendrik con esa mancha que jamás olvida. Ya que es la primigenia. El que un día fue un niño murió allí, y su carcasa abandonada.

 

Deber: valor.

 

¿Qué debe hacer un hombre para merecer el reconocimiento de sus iguales?

En unas condiciones precarias, con escasez de dineros, de vituallas, de material. Mis hermanos y Ser Trycian despojaron de cualquier tipo de fundamento las conjeturas al respecto de la valía de los hombres de Piedras Viejas. Una justa en la que un pequeño feudo, humilde, rural y vilipendiado, barrió a respetados y reconocidos justadores. Demasiados de ellos nobles empozoñados de boato, despotismo y malas costumbres. Podridos, pero de un modo artificial, ya que en la naturaleza lo pútrido cae en pos de la tierra para regenerarse de propia ley, mientras que en los casos de los que hablo los citados instintos y costumbres se acrecientan con el tiempo, y se enraízan hasta lo vomitivo en las casas solariegas y blasones.

 

Deber: Sangre.

Solaz del soldado. La génesis, el detonante de los males que mayor mella y herida han causado a nuestra tierra. Una decisión infantil, unas vidas sesgadas sin remordimiento. Fríamente, sin motivos personales. ¿Qué somos los humanos?

Ahora nos claman venganza, odio y frustración. Los cadáveres fríos no dicen nada, sus labios están sellados. Son aquellos que los amaban los que vociferan los que gritan ante su indignación y dolor. Debemos aguardar a que las nubes de incienso de los septos se disipen para poder ver a través de ellas. Cual una cuchilla de un maestre al operar, debemos ser metódicos, exactos y concisos en la extirpación del tumor. Las bubas se reproducen rápido en la enfermedad pero no podemos dejarnos llevar por ello hacia la precipitación. Quemaremos la raíz, y así los troncos y ramas se secarán. Por ellos, por los que nos aguardan con los párpados cerrados y por nosotros mismos. Por la sangre.

 

 

FAMILIA

 

No me entiendo ya con padre. Pena, no puedo entrar en su mente hasta agarrar sus sentimientos y sacarlos de allí a empellones.

¿Qué te llevó a obviar la sangre que corre por nuestras venas? ¿Acaso los fantasmas de traición nublan vuestro juicio hasta tal punto? Una daga se clavó en mi pecho, mas no la daga traidora y roja como sus blasones, la que los Lefford me regalaron por mis espuelas. Una hoja que melló mi corazón de por vida.

Mi padre, el Gran Ser Hadder Tully hizo tanto y de un modo tan extraordinario, que estimo desde el hijo que soy que pasó por alto lo pequeño. No lo consideró valioso en el mismo grado y eso, al final le pesó en el alma. No lo dudo. ¿Cuántas veces le dije que reconociera como vástago con todo derecho a Haudrey? Cuando le dije que había hablado con madre, y que ella entendía a la perfección, que consentía… un silencio y poco más. ¿Por qué no hablar padre?

Tanto le quise, que no pude ya en su cuasi senectud mandarle mensajes más directos, tenía miedo a dañarlo. Y miedo a sus reacciones desde luego, padre nunca hizo de la templanza su prioridad, su virtud. Os quiero padre, os quiero padre, os quiero… 

 

Orgullo. ¿Por qué siempre será tan tarde para decir algunas cosas?

Que una madre se viera envuelta en la traición a su propia sangre, por su propia sangre, es algo que provoca en la mente más equilibrada el tambalearse. Jamás olvidaré el último día que pasé con ella antes de su marcha. Reímos en algún momento incluso. No hablamos de mi esposa, no era necesario y no hubiera solucionado nada, únicamente sería echar sal en las heridas, de modo que de una manera tácita un acuerdo se creó entre nosotros.

Adiós madre. Me dejas. No puedo hacerme cargo de la desazón y maltrato al que ha sido sometido tu espíritu para tomar la decisión de dejar a tus hijos en una situación como la que vivimos. Gracias madre, os quiero, os quiero, os quiero…

Gwraidd y Haudrey son mi alma misma. Mis hermanas Arianna y Lidya son mis ojos y corazón. A mis hermanas a lo largo del año las he podido ir viendo en menos medida de lo que yo hubiera deseado. Sus matrimonios, los Siete quieran que felices, ocupan gran parte de sus tiempos, atrás quedaron los días felices de juegos y carreras por el castillo, las historias y cuchicheos al oído. La emoción en sus ojos ante un regalo, ese beso blanco y luminoso. Cuan feliz se puede ser de niño.

Gwraidd, mi cayado, mi conciencia. Sin él no podría abordar en absoluto el reto que se nos plantea sin padre. Es mejor político que yo, empatiza con la gente sea del estrato que sea, es humilde y afable, comprometido, inteligente. Leal. No puedo dejar de pensar ni un día en mi destino sin su inestimable apoyo. Gracias hermano.

Haudrey, hermano, ¿Qué has hecho? ¿En qué momento nos perdimos?

Desde que se filtró que Gwraidd y yo recibiríamos las espuelas el escozor de su espíritu se hizo notable y creciente. Nos saludaba con ademanes, evitaba las conversaciones largas y eludía nuestra presencia cuando intentamos aproximarnos a él. Le entiendo, no es justo. Sin embargo, jamás hubiera pensado en lo que nos ha sucedido a todos. He de hablar con Ser Trycian, él es su mentor, el referente que le queda en la vida… no nos diste opción hermano. ¿Cuántas discusiones con padre para que te reconociera? ¿Cuántas charlas con madre hasta que me dijo con franqueza que admitiría sin tapujos el reconocimiento?

Ahora sólo veo polvo en el viento, no tenemos nada que perdonar ya que en verdad no veo ofensa, al contrario, frustración. En el fondo de ese alma rebelde lo sabes, quiero creer, sé, que ansías abrazarte a tus cuatro hermanos…

Mi esposa, un regalo envuelto en una pátina de hiel. Altanera y noble, inteligente y apasionada, difícil pero maravillosa. Rowenta mi querida Rowen. No he podido dedicar a nuestro matrimonio el tiempo deseado, soy esclavo de mis obligaciones, de mis frustraciones y de mis miedos. Soy un monigote en el poder, pero el monigote quiere cambiar las cosas por mal que pese a muchos, se esforzará, se volcará cuanto pueda en su feudo y sus gentes, desgraciadamente por ahora eso no nos ha dado oportunidad para el amor. En un futuro próximo serás de vital importancia para el feudo, un sacrificio para mí. Escaso es el tiempo que resta para que lo sepas.

 

 

HONOR

 

La independencia, igual que el honor,  es una isla rocosa sin playas. (cita)

 

Un  duermevela más. En una de las muchas noches agitadas de Pendrik.

El destino de Augasclaras es aún difuso. Entre las nieblas se disciernen, asoman figuras y contornos a contraluz. Ser Horwin Tully mi tío, poderoso noble, heredero del Tridente, un hombre que ineludiblemente formará parte de nuestro destino, los Siete quieran que sea para bien. Gwraidd, Haudrey, Arianna, Lidya, mi familia, allí, sí, en un recorte oscuro de la niebla, flotando. Los veo sentados en la mesa familiar, riendo. Hablan con padre y madre, somos más jóvenes, niños apenas…  ¿Qué pasa aquí? Es el pasado sin duda, la felicidad dejada atrás, arrancada a jirones por zarzas y matojos de odio al paso de los meses de la vida. Vida que se encarga de descarnarnos el alma por dentro y por fuera, de tratarnos como títeres, nos ofrece una sonrisa para escasos momentos después arrebatárnosla con el mayor de los dolores.

El viaje onírico continuaba, Pendrik parecía levitar, elevarse de sus pesadas cargas que le ataban encadenado en otros sueños, le oprimían aplastándolo contra la piedra. Pero aquí podía moverse con soltura, pensar con claridad, sonreír. De repente en el horizonte apareció una gran ciudad, no podía ser otra que Desembarco del Rey, los planos que tantas veces había estudiado con su querido Ammon no llamaban a error. ¿Qué ocurría allí? Descendió y miró a través de una ventana. Limpió el vaho que él mismo producía sobre unos vidrios delicados. Frío, ni en los sueños desaparece de mi mente ya. Un hombre apostado de espaldas a su posición discutía a voces con otro, el que permanecía frente a él vestía ropajes caros, mientras que al que no podía ver el rostro simplemente parecía un campesino. El noble de formidables vestiduras se aproximó riendo al desarrapado, le gritó en la cara, le insultó. El pobre hombre, el campesino se arrodillo, parecía pedir clemencia por alguna razón, sin embargo el noble, de gruesa cintura y papada parecía obviar sus ruegos, ¡algo pasaba! El noble tomó un atizador y golpeó al pobre hombre en la cabeza. El impacto resultó brutal, el cráneo dibujó un escorzo imposible, una grotesca silueta respecto al resto del cuerpo en el frío suelo ajedrezado. Una mancha de sangre negruzca se extendió a su alrededor. El orondo noble reía sin tapujos. Arrojó el atizador sobre el cadáver, luego rebuscó en sus bolsillos algo, una moneda, un dragón de oro. Miró al monigote que era el cuerpo tendido y se la lanzó con despotismo. Sonrió y se marchó resonando su burla por los pasillos.

Pendrik voló a una próxima apertura a su derecha con mayor ángulo de visión. Limpió con nerviosismo el nuevo cristal de la ventana y pudo ver. El rostro girado del asesinado, era el suyo.

Pendrik despertó entre sudores, con la almohada pegada al pelo y jadeando. Quedaba bastante para la alborada y desde luego no volvería a dormir. Una noche más.

Arropó a Rowen y se levantó del lecho con escalofríos. Posó los pies sobre las babuchas de piel de cabra y se arrimó a la chimenea. Tomó de la mesa aledaña un pergamino y encendió el candelabro con un cabo de vela que prendió en la lumbre. Tomó la pluma y comenzó a escribir con trazo fuerte y marcando aquí y allá tachones con fruición:

 

Organización de los territorios y castillos recibidos de mi señor padre, Ser Hadder Tully, señor de Aguasclaras

 

1º Reunión con los habitantes del castillo y representantes de los aldeanos, para ayudarlos necesitaremos saber de sus problemas y soluciones.

2º Nombramientos de cargos y servicios… Gwraidd será la voz, el representante, el mediador, una especie de ¿la mano del rey? Haudrey, comandante de guardia, tropas y cuestiones militares, seguridad y defensa, el mariscal de Aguasclaras. Mis hermanas al cargo de las relaciones con el servicio y diplomacia con el exterior… tengo que definirlo…

3º Las gentes y sus derechos. Las gentes, Jeremyed podría en un futuro ser moneda de cambio, sus ideas y maestría............................

 

Y así Pendrik Tully, el inmerecido (por él mismo dicho en cientos de ocasiones), Ser Pendrik Tully aguardó al amanecer, arrebujado en una manta, encorvado y con la pluma adherida, pegada a sus dedos. No se supo, ni se sabrá jamás, si la argamasa era mismo frío reinante en la estancia, o el ungüento que otorgaba a aquellos dedos y al cáñamo de la pluma la inspiración era su misma alma…

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24/01/2015, 09:22
Ser Horwin Tully de Aguasdulces.

SER HORWIN TULLY DE AGUASDULCES, NIETO DE LORD HOSTER, SEÑOR DEL TRIDENTE Y LAS TIERRAS DE LOS RÍOS.

VIÑETA XVIII.

Año 153 después del Desembarco del Rey.

Mes 11.

El salón ha sido engalanado de la mejor forma posible. Con la modestia propia de quienes no pueden despilfarrar pero con un cariño incuestionable: guirnaldas no de flores, pero sí de vides; centros compuestos por lavandas, romeros y otros tipos de hierbas aromáticas; telas con los azules propios de los Tully de Aguasclaras. No hay música (no hay tanto oro), pero las diferentes conversaciones parecen animadas y cordiales. Es día de fiesta: dos jóvenes han crecido y van a ceñir espuelas y pronunciar Las Palabras.

Dos jóvenes. 

Quizá esa sea la única mancha a ojos de Ser Horwin Tully, quien contempla la fiesta con tranquila curiosidad. Ha oído hablar (y en muy buenos términos de Haudrey), y no solo en boca de sus propios hermanos, y el curioso giro de acontecimientos que se ha producido cuando su padre lo apartó enviándolo a las cuadras… no acaba de encontrar acomodo en el cerebro del Caballero. Ser Horwin es un hombre inteligente y habituado a mirar donde nadie mira y a entender donde nadie entiende, y la extraña situación con el bastardo de Ser Hadder sigue dándole que pensar.

En realidad, se da cuenta, el Castillo es más interesante de lo que había imaginado cuando se aproximaba a caballo junto a sus hombres; la curiosidad por conocer y observar a Ser Hadder sigue ahí, y sin duda es un privilegio poder compartir algún paseo con el legendario Maestre Ammon, o cruzar unas espadas con Ser Trycian, el Centauro de Dorne. Pero al heredero de los Tully comienzan a interesarle muchos otros individuos… como ese herrero analfabeto con mirada ardiente de quien ha oído hablar (¿Jeremyed?, sí, eso es), o el no menos ardiente fuego que percibe claramente en los Crakehall-Florent. O esos extraños jinetes libres que sirven a Ser Hadder con una lealtad que linda con el fanatismo y entre quienes se encuentran dos de los individuos más grandes que un hombre de mundo como Ser Horwin recuerde haber visto jamás. Le sorprende al caballero semejante macedonia de caracteres en apariencia tan poco serviles que siguen a un sólo Señor como una sola voz. Es extraño, y extraordinario en toda la amplitud de la palabra. 

-Extraordinario, sí -murmura, dando un sorbo a su copa de vino.

-¿Qué encontráis tan extraordinario? -dice una voz a su lado. Es Ser Bryan Ledford, y aunque Ser Horwin lo ha visto llegar hubiera preferido no tener que departir con él. 

-El vino -responde el noble-. Largo, con cuerpo, estirado… como vos.

-¿Cómo decís?

-Estirado -dice Ser Horwin con aire inocente-. Así he oído que os llaman: Ser Estirado.

-No creo que…

-Pero creí que se referían a vuestra talla -murmura, dando otro trago-, y ya veo que no. Muy alto, me disculparéis, tampoco sois.

El Lefford oculta un leve tic en el ojo derecho. No le ha hecho gracia la broma. Eso está bien.

-Dudo que el vino pueda parecerle tan extraordinario a un hombre refinado y exigente como vos -dice al cabo de unos segundos, ya totalmente repuesto-. Yo, en cambio, poseo algunos cargamentos de tintos de excelente calidad. Si algún día tenéis a bien que…

-¿Que os acompañe a Solaz del Soldado?

-Habéis oído hablar de Solaz del Soldado -dice Ser Bryan, sonriendo.

-He oído muchas cosas acerca de esa aldea -dice Ser Horwin, mirando a los ojos del Lefford-, y también sobre los desafortunados acontecimientos recientes que costaron allí la vida a varios jóvenes de Aguasclaras. 

-Es bueno prestar atención.

-Eso me dice siempre mi anciano abuelo, sí. -Ser Horwin suspira-. Es bueno prestar atención, hijo”, dice siempre, “atención y memoria”. ¿Sabéis? -pregunta después de unos segundos de pausa-, seguro que a vos también os conviene prestar atención.

-¿Atención a qué?

-A mis palabras -dice el heredero de los Tully-. Atención y memoria: me repugnáis. No sois plato de mi gusto, Ser Estirado. 

-Señor, creo que no…

-Silencio -dice Ser Horwin-. Pensad que estoy borracho y disculpadme si lo preferís. Eso siempre será mejor que si os da por alzar la voz dándome así un motivo para enfadarme de verdad. No soy Ser Hadder, no tengo su temperamento ni su fuerza… pero soy un Tully: dadme un motivo, hoy, mañana, dentro de una semana, y os mataré sin dudarlo. Ahora dejadme en paz, Ser Estirado: vuestro hedor me produce arcadas. 

Ser Bryan Lefford permanece en silencio unos segundos. Luego musita unas excusas y se marcha buscando disimuladamente a alguien con quien hablar. Mientras, Ser Horwin sigue contemplando el espectáculo.

Y sonríe.

---

Mes 12.

Día posterior al asesinato de Ser Hadder Tully.

La sala estaba en silencio. Pendrik había abordado la noche del asesinato a Ser Horwin y le había solicitado mantener una charla privada a primera hora de esa misma mañana, antes de lutos y Septos.

Ser Pendrik y Ser Gwraidd accedieron juntos al salón para descubrir que Ser Horwin se encontraba ya allí, con una copa entre sus manos. El noble contemplaba las vacilantes llamas, casi extintas en la alborada de la enorme chimenea.

Pendrik se aproximó al hombre que, en el futuro, iba a convertirse en señor de todas las Tierras de los Ríos. Un gesto fúnebre del heredero, que realizó con la cabeza en un pequeño saludo formal, se tornó amable al girarse hacia su hermano, al que pidió con un ademán sincero que tomase asiento.

-Bien, Ser Horwin como podréis comprobar nuestra casa, la de los Tully entera, está de luto. No hay ya celebraciones que rememorar, victorias que recordar o amistades que exaltar. Las páginas escritas por Ser Hadder Tully en los libros se han silenciado. Ahora es tiempo de cambios, relevos. Y asentamiento de posiciones.

El heredero se sentó junto a su hermano e instó a Ser Horwin a tomar otro de los sillones cercanos al fuego.- Sí, tiempo de cambios, de fortaleza. De mejoras, de futuro. ¿Quién mejor para estar codo a codo con nosotros en esta nueva etapa que vos? - Pendrik miró en ese momento a su hermano y prosiguió de manera trivial pero concisa. -Por supuesto cuento también con todo el apoyo de otros amigos de Piedras viejas, al igual que vos, incluida la inestimable presencia, irrefutable y también magnífica de los Swann, nuestra familia también. -Sonrió con tristeza a Ser Horwin. - En unos años mi Señor seréis sin duda mi Lord, un lord grande y justo no me cabe duda, y como tal y pensando en ese futuro tenéis todo el apoyo, incondicional de Aguasclaras y su gente. No somos un castillo de medias tintas, y en breve todos lo desmanes que como sabréis campan por nuestros campos y villas serán reconducidos. Los campos sembrados, los ríos pescados, el ganado sacrificado y ordeñado, y los molinos repletos nuevamente. Se puso en pie y se aproximó a la chimenea, tomó el atizador y removió las ascuas...  las brasas, siempre se apagan sin un combustible que les den de mamar. Es una ley que me enseñó mi buen Maestre. Cuando todo repose veremos todo con claridad. ¿Podéis imaginar cuanto bien para Aguasdulces puede ser el aproximarse mediante los Swann a la corte? nuevas tierras al sur, nuevos proyectos... Mi señor, permitidme ofreceros un apoyo en el que siempre podáis confiar. Una primera piedra para la una torre alta y resistente, vuestro futuro.

Ser Horwin frunce el ceño sorprendido ante las palabras del joven Pendrik. Contempla a uno y otro. Después deja su copa dorada sobre la mesa y carraspea.

-El legado de Ser Hadder no podrá ser silenciado jamás, Ser Pendrik -dice, adusto-. Vuestro Padre, mi tío, fue un hombre cuyas dimensiones y alcance lo convirtieron ya en vida en leyenda: con más motivo será recordado y honrado tras su trágica muerte. 

El hombre se acerca a los dos muchachos.

-He venido esta mañana hasta aquí con dos ideas en mente -dice, mortalmente serio-. Y esas ideas eran ofrecer toda mi ayuda y mi firme mano a mi familia en estos momentos terribles de dolor; mi abrazo a mis primos, mi disposición a encargarme de todo para que los más cercanos a Ser Hadder pudierais recogeros en silencio para consolar a vuestra madre y hermanas... y en segundo lugar, anunciaros que he puesto precio personalmente a la cabeza de ese bastardo traidor de Ser Baltrigar. ¿Y qué me encuentro?

Ser Horwin tuerce el gesto.

-Esto parece una maldita reunión de conspiradores -dice-. ¿Qué es lo que queréis de mí? ¿Me ofrecéis a mí apoyo futuro cuando el cuerpo de vuestro padre reposa aún caliente sobre las frías losas del Septo? ¿Me mostráis el poder de vuestra alianza con la familia de vuestra esposa cuando el asesino de mi tío campa libre por los pagos de Aguasclaras...? 

El hombre se dirige a la puerta, volviéndose antes de salir.

-¿Me tomáis por un enemigo? Ser Pendrik, vos sois mi familia. Vuestro apellido dice Familia, Deber, Honor -dice, elevando la voz-. No me hagáis pensar que lo habéis olvidado.

Al ver a Ser Horwin alcanzar la puerta, Pendrik alza la voz con autoridad pero con respeto.

Os traía mi señor un presente en representación de lo que decís, y marcháis sin tan siquiera verlo... 

Familia, Deber y Honor mi señor, jamás lo olvidaré hasta el día que muera, recordadlo, y recordad también que es por ello por lo que hablo así, con franqueza y ley con vos.-  Pendrik suspira recapacitando mientras mira cómplice a Gwraidd.

-¿Franqueza? -dice volviéndose, ahora con la voz calmada y serena-. ¿Franqueza y ley, decís? Así es como vos llamáis a los circunloquios, ¿no? Porque eso es todo lo que ha salido de vuestra boca hoy: recovecos, vueltas y revueltas. 

Ser Horwin mira a ambos hermanos con curiosidad.

-Vine aquí con el recuerdo de una amistad, para conocer a ser Hadder y aprender de él, mirándome como un pálido reflejo en su imagen, y ¿qué encuentro? Desconfianza. De mi propia familia -El caballero niega con la cabeza-. Aunque mis Maestres no eran tan extraordinarios como el vuestro, os demostraré que yo sí sé hablar con franqueza.

>>Vuestros circunloquios, por más vueltas que den, no dejan lugar a dudas: me habéis dicho en primer lugar que "yo soy el primogénito y heredero legítimo de mi padre muerto", en segundo lugar "no necesitáis pujar por este modesto castillo cuando en unos años todas las tierras de los Ríos serán vuestras", y para finalizar me habéis mostrado cuáles son vuestros poderes: los Swann y otros amigos. Como veis, os he comprendido a la perfección. Pero aunque los circunloquios puedan resultar claros, hablar con franqueza es otra cosa bien distinta.

Horwin asiente. 

-¿Qué os ha pasado, Pendrik? Cuando os conocí sí erais un muchacho honesto que hablaba con franqueza. ¿Quién ha inundado vuestros oídos de hiel...? Este Castillo es nuestro, de nuestra familia -dice, señalando con la cabeza a Ser Gwraidd-. Esos y no otros son vuestros poderes. Y creedme (y os hablo con el corazón), he visitado la Corte y múltiples feudos a lo largo de todo Poniente, y los castillos pequeños rodeados de las tierras modestas copadas de problemas como éstas... no se gobiernan con circunloquios.

Después vuelve a mirar a ambos hermanos, dirigiéndose a Gwraidd.

-Hablad con él -dice-, os lo imploro. A vos os escuchará. No permitáis que aquellos que se han puesto tan nerviosos de pronto dirijan los designios de este Castillo.

De nuevo, hace ademán de salir.

-Hoy es un día muy triste -concluye, con la voz temblorosa-. Hace más de un mes que me encuentro alojado en Aguasclaras: creo que es la jornada menos indicada para que me ofrezcáis un regalo.

El rostro ojeroso de Pendrik se aproximó al de Aguasdulces con un par de pasos tranquilos.

Ser Horwin Tully, mi señor. Porfiad en algo con toda la seguridad que nos ofrece el saber que nuestro último abrazo será el del Desconocido. Nadie, ni por asomo siente como nosotros la muerte de nuestro padre. Jamás lo dudéis.- El heredero intentó que la nobleza de su corazón, la que le había acompañado toda su vida le aflorase a un rostro en esos días gastado. - Siempre os tuve por una persona inteligente. Habéis entendido mis palabras a la perfección mi señor. Sin embargo no las habéis interpretado del mismo modo. Os hablo de futuro. un futuro mejor para Aguasclaras.- El silencio de Gwraidd a un lado provocaba en Pendrik un profundo orgullo y sentimiento de responsabilidad - Desde que os conocí siempre he sido noble en mis planteamientos. Y ahora continuo siendo del mismo modo, si instáis a mi hermano a conducirme a un raciocinio tened por cuenta que tiene tantas opciones él, que vos, sois familia y siempre os atenderé y escucharé. Del mismo modo pensad en las cartas que se os han enviado a Aguasdulces buscando relación, fraternidad, camarederia, y por mi parte servicio a vos. -Pendrik miró fijamente a Horwin - Aguasclaras, el feudo de los bastardos, los menospreciados, los parias, los endógamos, los hechiceros de Piedras Viejas. Apaleados, vilipendiados e insultados allá donde asomamos la cabeza. Es indiferente que mis propios hermanos se comporten noblemente y destaquen en justas, siempre habrá un pero para Aguasclaras. Mi señor padre, el gran Hadder Tully, menospreciado, de igual modo con suma injusticia. Mi señor estamos hastiados, ser el hazmerreír de los nobles sin motivo puede resultar anecdótico una vez, pero no cuando se vuelve norma. Eso y exclusivamente es lo que no queremos para el futuro de Aguasclaras. Os hablo de los Swann como aliados, hermanos, opciones para vuestro futuro, que es el nuestro... ese es el objetivo.

El joven sonríe a Ser Horwin, del mismo modo que la primera vez que lo conoció, del modo que él sabía. Es entonces cuando le tiende la mano sin tapujos, de modo espontáneo.

Mirad mi señor. Aquí tenéis el regalo al que me refería. El regalo que mi padre siempre quiso haceros pero no pudo por incomprensión, por el ostracismo, por falta de ocasión. Mi padre murió como un Tully dando servicio a su familia, con honor, y en acto de su deber.  La mano que os tiendo es la de Aguasclaras, el regalo es el servicio, la fidelidad, la amistad y el compromiso de por vida. Cualquiera podría pensar que es una ridiculez. Pensad en una torre del homenaje y a mí de rodillas. El día que vos seáis mi señor, os daréis cuenta de que el mayor de los tesoros de un gobernante es el poder confiar en aquellos que le rodean y sirven. Os dirán que oro, os contarán que tierras, os instarán a creer que el poder. Pero en las tristes jornadas en que os acongojará la responsabilidad, y no dudéis que llegaran mi señor. Sabréis que un servidor y amigo os dirá no, en lo que el resto os diga sí, es el mayor presente que un gobernante puede recibir. Llegará el día en que os giraréis en las sombras, seréis un señor poderoso y ese día llegará, ese día no tendréis ningún cuchillo rojo en la espalda, quizá, no llegué esa aciaga jornada, quieran los Siete, pero no dudéis que sea Pendrik Tully si puede y en su mano está el que pare ese cuchillo.

Gwraidd asiente a la conversación entre Pendrik y Horwin Tully con el gesto serio, y cansado. No ha llorado en la muerte de su padre, al menos públicamente. Pero varias veces ha desaparecido del público, para luego regresar al poco tiempo. Ha estado en todo momento preocupado por sus hermanas, y apoyando a su hermano. Ahora, en el largo cruces de declaraciones entre los dos herederos, no habla, sino tras las palabras de uno y otro mencionándole. Entonces se levanta, con visible cansancio, y por primera vez en toda la jornada deja que el dolor se haga evidente en sus palabras.

Mi padre, nuestro padre- dice incluyendo a Pendrik en sus palabras, para luego mirar a Ser Horwin- Vuestro tio, como amablemente decís, ha muerto. Y os juro por los Siete que preferiría estar llorándolo a estar aquí, pero mi obligación es estar aquí, y la cumplo. Ser Horwin, mi hermano habla en nombre de ambos, aunque tal vez no ha elegido el orden de decir las palabras como yo hubiera preferido. Primero hubiera debido deciros que el regalo que os da no es condicional. No requerimos, ni pedimos, mucho menos exigimos, nada de vos, ni de vuestro padre, nuestro tio, a cambio de nuestra lealtad. Pues podéis estar seguros que Aguasclaras apoyará a la rama principal de la familia Tully en todo lo que ella decida. Somos vuestros por lazos de sangre. Perdonad que mi hermano, incluso en estos momentos tan terribles, haya hecho incapié en la segunda parte del mensaje. Esa segunda parte es necesaria, pues somos dolorosamente conscientes de que vuestro abuelo nunca vio este lugar concedido por el rey a mi padre, y ahora de mi hermano, con los mejores ojos. Y también sabemos que hay quien ha realizado actos para que su posesión y el título que dimana de la misma, pase a otras manos.

Gwraidd habla con claridad y sin cortapisa alguna, pero el dolor, en varias ocasiones, le hace hablar lentamente.

Y eso nos preocupa, claro. Y nos entristece aun más en una hora desagradable, negra, compleja. ¿Confiar? Vos y yo no hemos hablado, Ser Horwin, hasta hoy. Salvo las corteses relaciones de este último mes, por supuesto. Espero, a partir de hoy, que eso cambie. Tenéis mi lealtad, como la de mi hermano, en las condiciones que ha sido ofrecida. En cuanto a lo otro...

Gwraidd se levanta y se acerca a Ser Horwin, se quita la espada del cinto, y abraza a Ser Horwin. Es un abrazo largo, y duradero, salvo que el heredero Tully lo impida.

Gracias por vuestra preocupación. Y por vuestro dolor. Es el día más terrible de mi vida, y que hayáis venido a ofrecer vuestro consuelo, y vuestro cariño, es el mejor consuelo que podemos tener. Perdonad que no nos permitamos a nosotros mismos el consuelo de abandonarnos a la pena. Es justo en estos momentos cuando más deseo volcarme en mis obligaciones. Así me enseñó mi padre.

El caballero se separa del emocionado abrazo de Gwrainn sujetándolo por los hombros.

-Estos sí son los hijos de Ser Hadder -proclama con evidente respeto. Después de un momento de pausa prosigue-. Ahora estamos hablando con franqueza, y con franqueza os contaré a vosotros, mis primos, cual es la situación actual. Es un día de dolor, y los detalles deberemos dejarlos para otro día posterior (quizá en presencia de vuestro Maestre Ammon, cuya inmensa sabiduría seguro ilumina nuestro camino con más luz); pero sí quiero que veáis que en efecto no sólo soy un hombre de honor, sino que en mi corazón sí hay lugar para esta rama de la familia.

El hombre avanza hacia el interior de la habitación, tomando asiento y aguardando a que sus primos hagan lo propio.

-Bien sabéis -dice después- cuáles son las ideas que mi señor abuelo tiene acerca de vuestro padre y su descendencia. Os repudia, yo diría que en el caso de vuestro difunto padre, incluso lo odiaba. Y todos los aquí presentes sabemos que haría todo cuanto estuviera en su mano para borrar el recuerdo de Ser Hadder de la faz de la tierra. Mi señor padre por su parte, aunque un hombre algo más racional, fue criado en ese odio y tampoco guarda aprecio por los Tully de Aguasclaras. En ese difícil contexto he vivido mi infancia y crecido.

Ser Horwin toma un trago de vino.

-Ellos decidieron hace tiempo que, si bien no podían apagar la llama de Ser Hadder sí podían apartar de los puestos de responsabilidad a sus herederos. Y para ello han trabajado desde hace décadas, como bien sabéis… -dice señalando a Pendrik-: hace mucho tiempo que Lord Hoster me comunicó que a la muerte de Ser Hadder, llegase cuando llegara, con mi consentimiento o sin él yo sería el Tully heredero de Aguasclaras durante un tiempo (en tanto otras obligaciones mayores no me reclamasen en Aguasdulces). Digo con mi consentimiento o sin él porque Lord Hoster sabe perfectamente que mi intención era dedicar esta etapa de mi vida a la Corte, adiestrándome en la alta política, y no anegado por las muchas obligaciones que el gobierno de un feudo pequeño comportan. En fin, de este asunto ya hablamos largo y tendido vos y yo, Ser Pendrik, no tanto tiempo atrás cuando durante aquel torneo yo os prometí que vos seríais mi Castellano cuando gobernase Aguasclaras. 

>>Desde aquellas conversaciones hasta ahora ha llovido mucho, y yo he aprovechado para informarme, empaparme de la historia del feudo y, también lo sabéis (puesto que vos habéis hecho lo propio desde aquí), trabajar para acercar posturas entre el tronco Tully de Aguasdulces y las ramas de Aguasclaras. Con notable éxito en lo que respecta a los aquí presentes, pero con escasos resultados en lo que comporta a mi abuelo.

El caballero deja la copa de vino y respira con fuerza.

>>Las cosas, en lugar de mejorar han empeorado -dice, mirando a los ojos de los hijos de Ser Hadder-. Ahora ya no solo hacen oídos sordos a mis deseos, sino que mi padre y mi abuelo (sobre todo Lord Hoster) han conseguido que sea el propio Rey quien se pronuncie al respecto. Su palabra es ley, y es el Rey quien me ha nombrado heredero de Ser Hadder. Así se ha decidido y firmado a través de su Mano. -Ser Horwin niega con la cabeza-. Ni vosotros ni yo podemos desoír la voluntad del Rey, porque nuestros votos nos atan: Familia, Deber, Honor… para un Tully, éstas no son solo palabras.

>>Así pues, en ningún caso estamos hablando de una discusión entre familiares: en circunstancias normales no la habría. Os repito que tengo demasiadas cosas que hacer antes de asumir el título de Lord y la futura comandancia de nuestra familia como para tener el menor interés en gobernar Aguasclaras… -se toma unos segundos antes de continuar-. Y no estoy menospreciando vuestro feudo, no: sencillamente no es ni lo que quiero ni la experiencia que, creo, necesito para poder ser algún día Lord de todos los Ríos. Además, aunque es cierto que mi padre y mi abuelo creen que Ser Hadder fue una irregularidad que debe ser corregida… bien, yo no soy mi padre -dice-, y tampoco mi abuelo: yo sí creo que vuestro padre brilló con tanta fuerza que se ganó con creces los derechos sobre Aguasclaras para sus hijos. Así lo creo, así lo he afirmado ante ellos en su momento y así lo defenderé. 

>>La situación actual es, como veis, sumamente compleja. Los Lannister y los Lefford planean como buitres sobre el castillo, bien lo sabemos todos. Mi presencia aquí, como bisagra que soy entre las dos ramas de la familia, es lo bastante disuasoria para ellos… de momento: creo que mientras me encuentre entre vosotros no se atreverán a lanzar un ataque. Así que os propongo lo siguiente, y os ruego me escuchéis:

>>Yo seré el próximo señor de Aguasclaras: es mandato del Rey. De inmediato, en cumplimiento de mis prerrogativas y en presencia del Maestre Ammon y de cuantos más testigos de la nobleza mejor, os nombraré a vos, Ser Pendrik, mi heredero directo, con derechos plenos sobre el feudo para vos y vuestros descendientes. No soy ningún idiota y sé que mientras mi abuelo viva este testamento será poco más que papel mojado… pero si bien no puedo convencer a Lord Hoster (el Guerrero y la Vieja lo guarden con salud muchos años), sí creo que conseguiré imponer mi voluntad sobre mi padre. Le exigiré que me destine a otras obligaciones mayores (tal vez como miembro en el Consejo del Rey en la Corte), dejando Aguasclaras en vuestras manos. No tengo dudas de que en cuanto él sea Lord podré convencerlo sin duda: a fin de cuentas yo soy su heredero, y si amenazo con abrazar el Manto Negro de la Guardia de la Noche cederá -Horwin sonríe-; no es que me apetezca congelarme allí arriba, pero reconozco que sería toda una aventura y mi padre sabe que jamás amenazo en vano.

>>Entretanto, y si os parece oportuno, os nombraré mi Castellano, como os prometí en su día, y a todos los efectos gobernaréis Aguasclaras a mi lado. Me ayudaréis a escoger esposa, me acompañaréis a la Corte cuando sea necesario y pasearéis vuestro nombre, el de vuestro padre y el de vuestra estirpe. Dentro de unos años yo seré uno de los ocho hombres más poderosos de Poniente: que todos vean que el hijo de Ser Hadder y el Lord de las tierras de los Ríos cabalgan juntos.

El caballero hace una pausa antes de continuar.

-No trato de disfrazar de rosas un bocado amargo -dice-. El derecho me asiste, así como la fuerza de las armas, y si estuviera en mi corazón y en mis deseos gobernar este castillo vuestro no tendría por qué contar con vosotros ni convenceros de nada. Por eso os aseguro que mis palabras son sinceras. Y dejad que os cuente algo…

>>Una vez, cuando era niño, vi a vuestro padre. No me atreví a contárselo a él durante estas semanas pasadas… imagino que buscaba el momento adecuado. No lo sé. El caso es que hace unos veinte años vi cómo en una ocasión Ser Hadder negociaba con mi abuelo, y cómo aquel hombre enorme no se arrugaba como hacían los demás, ni se arrodillaba, ni consentía que Lord Hoster dijera una palabra más fuerte que otra. Ese día descubrí que Ser Hadder no era el villano que se me había descrito, y ese día comencé a admirarlo -Lord Horwin se alza-. Os juro por mis votos de caballero y por lo más sagrado que este castillo será vuestro mucho antes de que me llegue el turno de heredar las tierras de los Ríos. Esta es mi palabra, y no otra; aunque ahora deba cumplir la ley del Rey.

>>Ahora, Ser Pendrik, todo está en vuestras manos -prosigue-. Podéis reclamar vuestros derechos a la corona (de hecho, debéis hacerlo), y esgrimir cuantos apoyos consideréis oportuno: en mí no encontraréis a un adversario en ese empeño. Cierto que mi forma de resolver el problema es más lenta, aunque también se demostrará más limpia y eficiente; pero sois dueño de escoger el camino que deseéis. También podéis no reconocer mis derechos si lo preferís: yo tengo un deber que cumplir, y voy a cumplirlo porque soy un Tully, y toda mi formación y mis valores me impiden no seguir la voluntad de mi familia y el deber que me impone el Rey; pero no os guardaré rencor si obráis en mi contra, siempre que halléis el modo de hacerlo sin con ello debilitar al feudo y a la familia en estos momentos complejos. 

Ser Horwin, por fin, se despide de sus primos.

-Acompañadme si lo deseáis, Ser Gwraidd, y os mostraré el documento. Ahora, dejadme que me ocupe de todo cuando pueda hacer en estos días de dolor. Y una última cosa -añade, torciendo el gesto-: la recompensa sobre la cabeza de Ser Baltrigar corre de mi cuenta, no a cargo de las arcas del feudo. Esto será así, tanto si se cobra en estos días como si sucede en el futuro. Sé que Aguasclaras no se encuentra en su mejor momento, pero ese hombre no puede seguir pisando el mismo mundo al cual ha despojado de la presencia de una luz como Ser Hadder. Y ofreceré aún más dinero por su captura vivo: quiero saber si hay alguien detrás de su mano asesina.

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24/01/2015, 13:44
Dod el Carpintero.

AÑO 153. 

(en algún momento)

El trabajo en el arco de Darién estaba resultando más difícil de lo previsto. Además la actual actitud de mi padre desentendiéndose de los encargos no ayudaba. Al menos, cada vez que mi mirada se cruzaba con Johanna, podía sentir un nuevo aliento en mi pecho que me hacía retomar el trabajo con más ganas.

Poco a poco el trabajo fue saliendo adelante... la madera endurecida y flexibilizada por el ahumado estaba lista... únicamente faltaba el encordado y emplumado...

Afortunadamente puedo terminar a tiempo el arco y entregárselo al forestal.

- Aquí tienes Darién - digo al tiempo que le hago entrega de su arco. - Siento haberme demorado en entregártelo, pero no quería precipitarme y fabricar un arco que no estuviera a tu altura -

Mes 10

Me levanté como cada mañana dispuesto a acudir al taller a trabajar. Gracias al renovado interés de mi padre por su trabajo, habíamos conseguido terminar todos los encargos atrasados e íbamos al día con los pedidos. Me resultó extraño que no se hubiera despertado aún como de costumbre al oírme y decidí ir a llamarle.

- Padre, es hora de levantarse... - le llamé al tiempo que le sacudía zarandeándole. Sin embargo no obtuve respuesta.

La piel de mi padre estaba perlada por gotas de sudor y tenía una palidez enfermiza. Al tocarle, pude notar como su frente ardía por la fiebre y su brazo derecho tenía un aspecto horrible... la pequeña herida que se había producido trabajando se había infectado, extendiendo su ponzoña por todo el brazo y dispersándose por todo su cuerpo.

Salí corriendo en busca del maestre... ójala encontrase pronto a Ammon...