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Juego de Tronos - Castillo de Aguasclaras.

Lo que aconteció después. - Parte II.

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24/01/2015, 14:12
Paje Jorah Crakehall.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Este había sido un año interesante para Jorah. Había dejado de ser un niño y comenzaban a tratarle como a un adulto, aunque claramente aún había una diferencia con sus mayores.

Lo bueno de este año, y que lo diferenciaba a los anteriores, es que Ser Hadder Tuly le había nombrado paje del castillo, con lo que ya tenía algunas responsabilidades a su cargo. Aunque, para ser francos y hacer honor a la verdad, estas no pasaban de hacer recados, llevar mensajes, ayudar en los establos y alcobas y pasar alguna escoba cuando era necesario.

Por todo esto, Jorah había comenzado a pasar algo más de tiempo solo, y aunque aún pasaba muchas horas con su madre y con el maestro, echaba en falta a alguien más de su edad para poder jugar o hacer el gamberro por ahí. Cuando se aburría iba a tirar piedras a los gatos, a jugar con los perros o a incordiar un poco a sus hermanos mayores para luego salir corriendo antes de que le dieran una tunda. El castillo no era un lugar muy divertido.

La educación no le resultaba fastidiosa, pero tampoco era su fuerte. Los ratos con el maestro era agradables, sobretodo cuando le contaba historias del pasado, de guerras y hazañas. Porque esa era realmente su pasión.

Jorah queria ser armado Escudero, pero los mayores decían que era muy joven aún. Lo más que el joven podía hacer era dar un par de estocadas al aire cuando alguien le mandaba guardar una espada o lanza, y nadie le veía.

Este año su hermano había obtenido honores en un torneo, eso sí que era grandioso y no cambiar la paja de las alcobas. Con todo, últimamente evitaba excederse en sus trastadas, pues se había enterado de que había habido luchas fuera del castillo y, tiempo después, Ser Hadder había muerto, con lo que la gente no estaba de humor para aguantar muchas tonterías. Los gatos pagarían el pato…

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24/01/2015, 17:55
[OUT] Maestre Ammon.

PRÓLOGO

Ciudadela, en ciudad de Antigua. 

Segundo mes del año 154 después del Desembarco del Rey.

 

Llega un cuervo volando. 

Uno grande, con un cilindro de gran tamaño sujeto entre sus patas. El frío de la mañana atenaza los dedos entumecidos del aprendiz que lo recibe, quien contempla admirado la sangre en su pico y las heridas en las plumas: ha debido encontrarse con una rapaz. Tras un ligero vistazo al cilindro atisba un nombre: Ammon. 

Ammon. ¿Ammon?

Le suena.

¿De qué le suena?

-Vamos, animalejo, te buscaré un sitio donde descansar -murmura al cuervo mientras trata de esquivar los picotazos del temperamental ave, que no deja de graznar-. Demonio, sí que estás mal educa…

El graznido es respondido desde lo alto. Una vez, otra. El aprendiz alza la mirada y ve a lo lejos, en extraña formación, todo un grupo de cuervos que siguen la estela del primero.

-Tres, cuatro, con… seis. -El joven frunce el ceño-. ¿Pero qué pasa aquí?

— — — 

El joven aprendiz no deja de cavilar mientras desciende a través de los centenares de escalones en caracol de la Torre del Cuervo. Dicen que no puedes subir y bajar esa torre sin marearte hasta que no la transitas regularmente durante un año. Pero no es cierto, piensa el aprendiz, yo ya llevo tres y sigo con las mismas ganas de vomitar del primer día.

Al llegar al piso donde reside el Maestre de los Cuervos el aprendiz apoya un brazo contra la pared de piedra, amagando un par de arcadas. Está considerando a qué ventana asomarse para dejar caer el desayuno cuando una voz a sus espaldas elimina todo rastro de mareo.

-Aprendiz Deervo -dice el Maestre tras de sí-. Qué, ¿descansando ya de buena mañana?

-No, Maestre -murmura el joven. Jaggot, el Maestre de los Cuervos, es un hombre grueso y malhumorado que disfruta utilizando la correa. Es lo último que le apetece al aprendiz después de su descenso de casi una hora-, trabajando. Han llegado unos cuervos.

-Sorprendente. Remarcable. De no ser porque eso es justamente lo que se supone que hacen en esta torre, muchacho.

-Sí, pero han llegado…

-Por eso se llama la Torre de los Cuervos. Porque es una Torre.

-Sí, Maestre. Pero…

-Y porque llegan cuervos.

-Han llegado siete -dice al fin, casi escupiendo la frase.

-¿Tan temprano? 

-Han llegado juntos, Maestre. Y todos vienen del mismo sitio.

El Maestre Jaggot alza su única ceja con aire sorprendido. 

-¿Siete? -dice-, ¿desde dónde?

-Un lugar llamado “Aguasclaras”

-¿Aguasclaras? -murmura Jaggot, amagando un estremecimiento-. ¿Quién los manda?

-Pues debo confesar que me suena el…

-No te tiene que sonar nada. 

-¿Maestre?

-Que me digas quién demonios envía esos cuervos.

-Sí, Maestre. Un tal Ammon.

Jaggot enmudece. Contempla al aprendiz en silencio. Mira hacia la escalinata que sube a lo más alto. Vuelve a mirar al aprendiz.

-Deletréame el nombre.

-A, eme, eme, a.

-¿Dos “emes”?

-Dos. Ammon. Ahora recuerdo por qué me sonaba: es como el nombre de aquel Maestre hechicero que hacía magia, ¿no?

-Demonios, muchacho, eres más idiota de lo que yo creía. Y debo confesar que ya creía que eras muy idiota.

-¿Maestre…?

-Ammon, imbécil -dice el Maestre de los Cuervos-. Ammon el Hechizado, el Hechicero, el de los tres eslabones de Acero Valyrio. El Maestre Ammon el Conjurador es el Maestre de Aguasclaras.

El aprendiz sonríe.

-Ya decía yo que me son…

La primera bofetada le pilla desprevenido. 

Las siguientes, apenas sí puede esquivarlas.

——

 

MAESTRE AMMON

VIÑETA XVIII, Año 153 después del Desembarco del Rey.

Castillo de Aguasclaras. Inicios del mes 10. 

 

“¡Malhaya el hombre, malhaya, que nace con negro sino!

¡Malhaya quien nace yunque, en vez de nacer martillo!”

 La vida Breve, de Manuel de Falla.

 

En la herrería de Jeremyed siempre se siente un calor agradable, reconfortante, de útero materno. Al Maestre le gusta pasearse hasta allí, hablar con el herrero tanto de intrascendencias o asuntos serios, reír o, sencillamente, sentarse a pensar acunado por los golpes del martillo sobre el yunque. 

Yunque.

Es curioso cómo a Ammon la herrería siempre le ha parecido una curiosa manifestación metafórica de los hombres, un espacio repleto de sangre y dolor en el que, como en la vida, unos nacen para ser yunque y otros para ser martillo. Ammon es Martillo, como toda su familia antes que él. Haudrey, Ser Hadder o gente como Ser Trycian o Armase han nacido para ser Martillo. Abrazar la vida sin rencor, sin temor a la muerte, sin titubeos. Otros son Yunque, destinados a padecer dolor y crueldad desde el primer aliento al último.

Y otros, por desgracia, están por definir su naturaleza en el terrible espectáculo de la vida y la muerte. Su estimado Pendrik, por ejemplo, y es por ellos por quienes ahora sufre Ammon y a quienes, ante lo cercano del drama, más tiene en sus pensamientos.

-Maestre Ammon -dice Jeremyed con su efusividad habitual, limpiando sus manos sucias con un trapo tan veterano como el propio herrero-. ¡Qué gran alegría veros por aquí!

-Hola, Jeremyed. No vengo tanto como quisiera: últimamente estas piernas mías se niegan a acompañarme a donde mi cabeza desea ir. Lástima que no puedas forjarme unas nuevas.

-Deme tiempo, Maestre.

Ammon sonríe.

-Tiempo -dice-. Poderosa palabra.

-Y bien, ¿qué se os ofrece?

El anciano Maestre avanza hacia la mesa de trabajo. Desliza una mano entre los pliegues de su túnica y deja después sobre el tablero un par de aros de metal forjado, uno de ellos perfecto, de acero pálido, y el otro de una aleación extraña manipulado con evidente torpeza.

Jeremyed enmudece.

-Son dos eslabones de Maestre, mi querido Jeremyed.

-Es…

-Ése es de Acero Valyrio, sí. Lo has visto antes muchas veces.

-Éste no.

Ammon asiente.

-Es mi primer eslabón, siempre lo llevo oculto. Fue el primero que ceñí en mi cadena, siendo muy niño. Tiene… muchos años.

-Yo… -Jeremyed alza la vista sin saber qué decir-. ¿Queréis que lo forje de nuevo? Es… no podría hacerlo.

-No, Jeremyed. Son un regalo.

-¿Regalo?

-El de acero pálido es el que representa mi dominio sobre la herrería y la forja: quiero que lo ciñas en tu cuello con un cordel forjado por ti. Sé que no eres joyero, pero también sé que sabrás hacerlo -dice Ammon, sonriendo-. El otro es para tu hijo Aaron, a quien probablemente jamás verás en vida: atesóralo. Parte de mí está ahí dentro. Nunca lo cedas o vendas… o te buscaré.

El anciano Maestre guiña un ojo.

-Y no digas nada -dice-. No necesitas agradecerme nada. Ahora tengo que irme, Jeremyed. Nos veremos… por aquí.

——

Mes 11.

Ammon contempla al joven hombre con curiosidad, los ojos entrecerrados, tratando de profundizar muy al interior del muchacho con quien tanto ha hablado durante sus años en Aguasclaras.

-Repítelo -dice el Maestre.

-Lengua -murmura el joven-. Lengua, hijo de Daga, hija de Látigo, hijo de Arco, hijo de Lanza, Aquel que Fue y Volvió. Nunca lo olvidaré, Maestre.

-Bien -responde el anciano, agradecido-. Bien.

Último día del mes 12.

El séptimo cuervo desaparece muy a lo lejos seguido por la mirada de Ammon. Su vista siempre ha sido buena, al igual que su oído. Fingir una sordera no resultó nada difícil… pero sí práctico en extremo. Tampoco es que fuera lo único que fingió, cierto, pero la vida de un Maestre como él no es fácil.

Lo siguiente en su lista de tareas es cerrar su estudio. Lo contempla en silencio: todo está tal y como debe estar. Lo importante, a buen recaudo; lo necesario, a la vista. Los muchos venenos han sido destruidos o escondidos (no quiere accidentes), y determinados ungüentos de propiedades extrañas confinados para sólo ser encontrados por quien realmente lo merezca.

-Déjalo ya, viejo. Es tarde -murmura una voz en su cabeza. Es la voz de la vieja Nana, ahora visible junto a la ventana. Las partículas de polvo mecido por la luz la atraviesan mientras a su lado se materializa otro espíritu.

-Vaya, habéis venido todos -dice Ammon, divertido. Vesania lo contempla con su fiereza habitual. A su lado, el Mayordomo Probis sonríe.

-¿Cómo iba a perderme esto? -dice Vesania-. Llevo años esperando.

-Pues debes esperar un poco más -se dice Ammon-. Aún no he acabado.

Mientras sale de la habitación un último espíritu cobra forma. El Señor de Aguasclaras da un vistazo a los otros fantasmas y asiente.

-Ammon -dice Ser Hadder-, espero que esté todo listo.

-Oh, sí -responde el Maestre abandonando la sala-. Estoy listo desde hace muchos años.

———

Muralla interior. Noche del cambio de año.

Edder está congelado de frío. Siempre le toca a él, es una especie de jodida tradición en el Castillo. Que vigile Clavopié, que no tiene con quien celebrar. Con la desaparición del Caracortada ahora es aún más evidente que es el viejo Edder quien debe encargarse de vigilar cuando el resto del mundo bebe y canta por el nuevo año, por un nacimiento, por una boda o por cualquier acontecimiento alegre… total, que vigile Clavopié, que no tiene con quien celebrar. 

-Me cago en todos -dice para sí.

-Difícil lo veo -murmura una voz desde el patio de Armas.

Edder se vuelve con rapidez, viendo al Maestre Ammon allí, sentado sobre un taburete, mientras en apariencia contempla la noche.

-¡Maestre! -grita Edder en deferencia al anciano-, ¿qué hace aquí a estas horas? ¡Se va a resfriar!

-No grites -dice Ammon-. Oigo perfectamente.

-¿Que oye perf…?

-Me despido de la noche.

Edder Clavopié cabecea, confundido.

-¿Que se despide de la noche?

-Eso he dicho. -El Maestre sonríe-. Y de ti, ya que estamos. Que tengas un buen año, Edder. Y no dejes de tratar ese pie tuyo, o cuando tengas que correr de verdad no serás capaz de hacerlo.

-Yo… -Edder frunce el ceño-. ¿Se va?

El Maestre se levanta del taburete, regresando a la torre de Homenaje. 

-Sí, y no.

Después alza una mano y se introduce por el hueco de la puerta, cerrando después.

———

La sala es pequeña. Hay objetos curiosos allí, una vela de vidriagón, tomos encuadernados en pieles de todo tipo de animales, botes repletos de componentes prohibidos, un hermoso tablero de Sitrang.  

El Maestre asiente. Abre la pequeña redoma, huele el contenido: inodoro, por supuesto. Siente un pequeño reflujo de orgullo ante el trabajo bien hecho: la composición del producto es propia, a su manera una pequeña obra de arte. 

Da un breve trago, dejando caer el resto del líquido al suelo. Después se tumba sobre el charquito, situando la cabeza sobre la capucha de su túnica.

-Lengua, Daga, Látigo, Arco, Lanza -dice en su idioma materno-. Lengua, Daga, Látigo, Arco, Lanza. Lengua, Daga, Láti… go, Lan…

Y oscuridad.

 

———

EPÍLOGO

CIUDADELA. Ciudad de Antigua.

Primer mes del año 154. Salón de exámenes.

 

-Acólito Aaron, ¿no?

-Sí, Gran Maestre.

-Aaron el tuerto -añade el Gran Maestre Pilkas, Consejero del Rey, a título meramente informativo.

-Por motivos evidentes -reconoce el joven.

-Bien -dice el Maestre Borglas-. Si no estoy mal informado, fuisteis alumno en su día del Maestre Ammon.

El joven acólito siente un estremecimiento.

-Así es.

-¿Durante mucho tiempo?

-No -murmura Aaron-. Apenas un año, quizá algo más. Por desgracia.

-¿Por desgracia? -pregunta el Maestre Jaggot-. ¿Por qué por desgracia?

-Aprendí del Maestre Ammon mucho en tan breve espacio de tiempo. El Maestre Ammon es… diferente.

-¿En qué sentido? -El Gran Maestre Pilkas se retrepa en su sillón, acodándose en la mesa para acercar su rostro al del joven acólito.

-Diferente -dice Aaron sin más-. Me disculparán, pero  el Maestre Ammon es sabio como el que más; diestro, inteligente. Y luego están todos esos conocimientos arcanos suyos… Es, sí, diferente.

Los tres Maestres se miran entre sí. El Maestre Jaggot sorbe unos mocos líquidos producto de un par de noches de frío mientras retozaba en secreto con una sirvienta de cocinas.

-Era -dice Jaggot, escueto-. Ha muerto.

El Acólito Aaron el tuerto siente una inmensa sacudida. Sus piernas tiemblan, apoya una mano sobre la mesa.

-¿Muerto…? 

-Bueno… -murmura el Gran Maestre Pilkas con evidente incomodidad mientras contempla a los otros Maestres-. Eso precisamente es lo que queremos averiguar. Dime, muchacho, ¿has mencionado sus "conocimientos arcanos…”?

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24/01/2015, 21:24
Lady Patricya Florent, esposa de Ser Otter Crakehall.

Año 153. El día de la llegada de la comitiva Swann. 

Mención de: ser Hadder, ser Orsey, Horace, Olenna, Rowenta, ser Otter, Lidya. 

¿Por qué? - Pensaba Patricya mientras terminaba de ponerse las joyas frente al espejo de su tocador - No puede ser por falta de descendencia. Le he dado tres varones sanos y fuertes - seguía en su cabeza. - He sido una buena madre, y una fiel esposa. Entonces, ¿Por qué? ¿Por qué parece que a mi esposo no le importo? ¿Qué es lo que no ve en mí? - Se preguntó, acercándose algo más al espejo para arreglarse el pelo. Entonces lo entendió. No es lo que no veía, sino lo que veía. Esas arrugas que empezaban a aparecer alrededor de sus ojos. Los ojos cansados. La piel pálida. 

Esos pensamientos la siguieron durante el banquete. Incluso con esa cara, la Swann al menos aún mantenía la lozanía de la juventud. El brillo de los ojos que a Patricya se le fue con la última enfermedad. O tal vez con Jacob. Iba a ser una noche difícil, lo sabía, pero no esperaba que fuera una noche aciaga.

Cuando Ser Hadder anunció con tranquilidad que traicionaba a su familia y la de su fiel Castellano, Patricya no pestañeó. "Un noble es un noble siempre y cuando se siga comportando como tal", decía siempre su padre. Hasta Orsey supo controlarse. Lidya no supo ni qué cara poner. A Olenna le rompieron el corazón, otra vez.

Esa noche, en la Casa del Castellano, Orsey temblaba de rabia. Horace se culpaba, aunque no era culpa suya. Ni de Rowenta, que al menos tuvo la decencia de acercarse a disculparse. - ¿Había sido demasiado cruda con ella? Se preguntó Patricya - aunque sabía que los dos se culparían. Sobre todo Horace, que se sentía inadecuado y torpe. Ella era su madre, y lo sabía. El orgullo de Patricya estaba herido en lo más hondo, pero el daño, la afrenta contra su hijo por parte de su propio tío... Eso le dolía mucho más.

Y aún quedaba su padre. Patricya temía que su marido llevase el tema de manera pasiva, sin enfrentarse a ser Hadder, sin preocuparse demasiado. Como siempre. Intentando evitar los problemas. Se prometió que, aunque supusiera un flagrante quebrantamiento de las más básicas normas de nobleza y cortesía, alzaría la voz frente a Ser Hadder si su esposo no era capaz de proteger a su hijo como es debido. 

Pero no fue así. Otter se mostró fuerte, pero sereno. Orgulloso y noble. Aceptó con gracia las disculpas de ser Hadder, pero se mantuvo en la decisión de no asistir a la boda y dejó clara la terrible afrenta que se había hecho al honor de su familia.

Esa noche, Otter y su esposa se fundieron en un largo abrazo. Había pasado tanto tiempo que parecía una noche de bodas, en vez de un matrimonio ya viejo. Las dificultades en su familia habían logrado unir un vínculo que se había ido deshaciendo poco a poco, casi sin querer. Casi sin darse cuenta. Entre los brazos de ese hombre con el que había compartido la mayor parte de su vida, Patricya recordó a Brian, el mozo de cuadras que dirigía la carroza que la llevaba al castillo de los Crakehall, cuando solo había visto siete días del nombre, para ser educada y casada y ya nunca más volver. El viejo Brian, que había visto pestes y guerras, no le dijo que fuese fuerte ni le gritó que dejase de llorar. Simplemente le dijo que viajarían hacia el este. No porque hacia ahí estaba el castillo de los Crakehall, sino porque por ahí salía el sol, y al viejo Brian siempre le gustaba mirar hacia el lado luminoso de la vida.

Porque en el peor momento para su familia, Patricya y Otter habían encontrado un rayo de luz.

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24/01/2015, 22:32
[OUT] Armase.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.:

PRIMEROS MESES

Hace ya tiempo que Armase perdió a su madre con la última plaga "seguro que si nos hubiéramos quedado en el campo, ella seguiría viva" se castigaba pensando el jinete. Para más inri su madre le pidió algo a su muchacho en los últimos alientos de vida: que luchara para demostrar que había sangre noble en sus venas.

Armase jamás le importó el tema de la nobleza, se cagaba en sus estatutos mientras se reía de sus protocolos. Pero era siempre obediente y sabía ocupar su lugar, acudiendo a las órdenes de su señor y dar la vida por el Castillo sin pestañear siquiera... pero esa devoción al deber también se la debía a su madre, así que habló con el Señor de Aguasclaras. Armase le contó que su padre era un bastardo de la casa Martell y que aunque él no debiera favor ninguno a esa casa, sangre noble corría por sus venas y en honor a su madre quería que se pusiera de relevancia. El señor Hadder prometió hacer algo al respecto.

Durante los siguientes meses ocurre una boda entre nobles y políticos. Parece que hay alguna disconformidad con la familia Crakehall. "Que calamidad" Piensa de forma sarcástica el jinete Armase. Luego sucede el torneo al que él vuelve a no estar invitado. Ya lo habló con el Señor de Aguasclaras y la explicación que le dio su señor en aquel entonces fue suficiente para que Armase no volviera a insistir jamás, sus palabras exactas fueron:

El motivo es, simplemente, porque lo importante, se queda aquí. Mi familia, el castillo, mi gente y sus familias. Eso es lo que merece realmente toda mi protección, y es donde deben quedarse mis mejores hombres. ¿Qué me importa a mi un simple torneo? Lo importante es asistir, y una victoria en una melé, o el torneo de caballería es simplemente insignificante. Sería realmente un mal señor si cogiera a un buen guerrero como tú, Armase, y lo sacara de los muros de Aguasclaras para hacerle participar en un espectáculo, luchando con armas romas contra guerreros borrachos y mezquinos que sólo buscan un poco de gloria. Yo no quiero gloria, Armase. Quiero que mis mejores hombres protejan aquello por lo que tanto hemos luchados, todos. Por eso he decidido que te quedes. No se trata de un castigo, ni mucho menos. Es sencillamente, que sé lo buen guerrero que eres, y por ello te quiero aquí, protegiendo lo que es mío. 

Más tarde Carlysle tiene la genial idea de enviar hombres inexpertos y valiosos a una peligrosa misión a Solaz del Castillo, Russ, actuando con más estómago que cerebro accede a enviar a Brandon y a Roy, además de añadir a Jack y a Cáster. Armase cree que es una estupidez, no es el modo de luchar contra los bandidos, él lo sabe bien que sólo puede hacerse de dos maneras: silenciosa y cuidadosamente o rápidamente y con mucho ruido... pero no puede ser todo a la vez. Ocurre el desastre y Armase va al rescate, cayendo como un ratón en las zarpas del temible cazarrecompensas Bonhart. La tragedia se refleja en los ojos de los habitantes del castillo de Aguasclaras cuando las puertas se abren:

Luego sólo hay lloros, depresión y pena. Un torneo de por medio intenta levantar los ánimos del castillo, pero tales juegos de chulería por parte de los presumidos nobles no sirve para apaciguar los malos humos del pueblo llano ni la vergüenza de sus señores.

Segunda mitad del año:

El castillo está cerrado y sólo se abre para dejar salir al jove Gwraidd Tully, Armase y Edder, con una misión en los alrededores. La falta de experiencia del joven Tully se muestra en un accidente con su caballo. Ello no hace temblar el pulso al señor de Aguasclaras que pone de relieve su intención de otorgarle las espuelas. "Caballero sin caballo", piensa Armase. También se favorece a Pendrick, ignorando al bastardo Haudrey, el que quizá más atributos tiene de la sangre Tully. 

Este desfavorecimiento se muestra en la ceremonia de las espuelas. Haudrey, que había sido encargado de recoger mierda en los establos entra en medio de toda esa festividad y suelta mierda a mansalva ante todos los asistentes, esta vez, el estiércol es pura metáfora: insultos y verdades como puños, tal como el que recibe Haudrey de parte de Caster.

Luego ocurre una nueva desgracia, Ser Baltrigar acaba con la vida de Ser Hadder, cayendo éste en la sala capitular.

A partir de aquí todo empeora: El caballero asesino se va del castillo acabando a las órdenes de Ser Monte Lefford. Respecto a Haudrey y Caster, acaban trabajando bajo la tutela de Kurst, señor del crimen de Solaz del Soldado. Además de todo eso, el Maestre Ammon se consume sin dejar rastro.

Por si fuera poco, Ser Pendrick Tully no sabe tomar las riendas del castillo y tiene que ser Ser Horwin quien mueva los hilos para tratar de controlar el huracán de sucesos del último mes.

Armase se desespera, tantas espadas juramentadas, tantos caballeros y parece que nadie sabe hacer nada a derechas. El maestre Ammon tenía la misión de investigar su pasado y estaba bajo las órdenes de Ser Hadder, ahora ninguno de los dos está presente. Malditos sean los siete.

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24/01/2015, 23:11
Ser Trycian de Dorne.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Ser Trycian de Dorne.

Principios del Mes 11, Castillo de Aguasclaras, Ceremonia de nombramiento.

Vino y comida, lo de siempre al momento de celebrar me rodea en este momento más nada de feliz estoy. Pendrik y Gwraidd serán nombrados Caballeros mientras que Haudrey, quien más lo merece de todos, fue mandado a limpiar las cuadras. No estoy feliz con esto, no estoy nada contento pues sé que es injusto y no entiendo a Ser Hadder para tomar esta decisión. Me extraña pues sé que el Señor de Aguasclaras no piensa como parece pues me lo dejó en claro en el mismo momento en que me designó como maestro del chico.

Ahora, no lo reconoce como debiese. El joven es el mejor de todos sus hijos: El más hábil, el más inteligente y el más versátil. Lejos su capacidad para cualquier tarea es la más apta, pero ahora le desprecia por no ser hijo de Lady Olenna. Es una imbecilidad y lo sabe. Por eso el anciano no ha querido recibirme a pesar de que le he pedido audiencias desde que me enteré de que no nombrará a Haudrey.

Bebo de mi copa, con ganas de emborracharme esperando que la alegría del vino me ayude a pasar este mal trago sin volarle los dientes a mi suegro por idiota. Le miro en su sitio de honor y no lo entiendo. Lamentablemente, por sus últimos actos, tampoco le respeto.

“¿Será su edad? No lo sé, pero a menos que ya esté loco como una cabra, lo que está haciendo no tiene perdón.”

La puerta suena de forma atronadora y veo a mi escudero entrar en la sala con un aspecto que no dice nada bueno.  Arroja una botella cerca de su padre y comienza a insultar a los presentes. Se nota que todas sus palabras suenan a despecho y que su ira es tan grande como debiese.

Bebo de mi copa con renovadas ganas pues el chico tiene derecho de hacerse respetar. Un derecho que se ha ganado como nadie más acá. Le veo y planeo no interferir pues es un adulto y sabe lo que hace. Se le ha enseñado bien a lidiar con la consecuencia de sus actos.

Finalmente saca un puñal y se adelanta hacia Pendrik, por lo que salto de mi asiento para detenerlo. El puño de Caster lo noquea y le pongo una mano amable en el hombro al gigante antes de decirle:

 - “Sácalo de aquí antes de que se meta en más problemas.”

Caster saca a mi inconsciente pupilo del salón. No vuelvo a verlo desde entonces.

 

Mediados del Mes 11, Castillo de Aguasclaras, nacimiento de mi hija.

Los nervios me destrozan por dentro mientras no soy capaz de soportar el hecho de que mi mujer, lo que más amo en todo el mundo, está pariendo un hijo mío y corriendo el riesgo de morir. He oído acerca de mujeres que mueren en el parto, incluso junto con la criatura que traen a la vida. Aquellos pensamientos llenan mi cerebro y siento miedo, un miedo mucho peor y mucho más terrible que cualquiera que pude haber sentido al encarar mi propia muerte aun cuando sabía que no tenía escape alguno. En este momento, por primera vez en mi vida, tengo pánico.

Doy vueltas y vueltas mientras camino fuera de la puerta de nuestra habitación. Dentro Sysa y otras mujeres hacen lo que deben para traer a mi hijo al mundo. Querría que Nana estuviese aquí con todos sus conocimientos. Llegue a apreciar incluso a esa anciana mientras me enseñaba acerca de los Antiguos Dioses, pero ahora no está y no deseo, por nada del mundo, que mi mujer le siga todavía.

De pronto, un llanto débil y agudo me sobresalta y entro en la habitación sin esperar a que me avisen y veo como levantan entre mantas a una pequeña criatura y se la pasan a su madre. Me acerco, titubeante, sin saber realmente qué hacer. Llego a su lado y beso la frente cansada de Arianna, perlada de sudor, antes de mirar a aquella criatura que aguarda en sus brazos.

La miro y mis ojos se iluminan. Es la visión más hermosa que he tenido en toda mi vida llena de vacío y soledad. Es una criatura nacida de nuestro amor y que lleva nuestra sangre mezclada. Sysa me dice que es una niña y desde ese primer momento, la amo.

Pronuncio en voz alta su nombre, que acabo de concebir:

 -  “Atrya. Atrya Tully.”

Tomo en brazos a mi hija mientras me siento al lado de mi mujer. Sé que necesita descansar y lo hará mientras me quedo a su lado, junto a ella, tal como planeo hacerlo por siempre.

 

Final del Mes 11, Castillo de Aguasclaras, asesinato de Ser Hadder.

Miro a Crann y le sonrío antes de gritarle, gracioso por su jadeo:

 - “¡Vamos! Una vuelta más y estaremos bien.”

Me río de notar que el joven parece más cansado que los caballos que nos llevan. Hemos entrenado a los corceles por horas para que tengan un aceptable estado físico y es importante que sea así pues nuestro feudo siempre debe estar en condiciones de servir y luchar. Somos un feudo pequeño, con pocas tropas así que nuestra única esperanza es que cada una de nuestras espadas valga por diez. Eso incluye a nuestras monturas.

Mientras cabalgo al Castillo, me abstraigo un momento. Crann es un tipo simpático y he llegado a apreciarlo en todo este tiempo en el que hemos compartido entrenando a los caballos. Me río de sus bromas y comentamos cosas comúnmente, pero hoy mi cabeza está en otro lado. Llevo un mes sin hablarle a mi Señor, que también es mi suegro, casi un padre para mí. Eso no me hace bien y a mí mujer tampoco.

“Hoy hablaré con él. Es momento de dejar el rencor atrás e intentar que mi Señor levante el exilio de Haudrey. Yo mismo iré a buscarlo donde esté para que vuelva apenas su padre levante su pena. El chico no lo merece y su padre lo sabe. Es hora de hablar con él. Lo haré apenas vuelva, bueno, después de darme un baño.”

Le sonrío a Crann y le insto a apurar el paso. Es hora de hacer algo bueno, es hora de hacer lo correcto. Me da gusto saber que nunca es tarde para hacer lo correcto y hoy me encargaré de que así sea.

El ruido de los cascos de los caballos marca el camino a casa, un camino que termina mucho más triste de como comenzó.

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25/01/2015, 00:07
Clarissa, esposa de Ser Baltrigar Tormenta.

Año 153. Un año de sangre y hiel.

Cuando aún el sol no había despuntado tras las montañas, Clarissa se había atrevido a salir de sus dependencias para ir al septo.

Eran muchos los motivos que la llevaban a escoger aquella hora tan intempestiva para realizar sus rezos. Había demasiadas cosas de las que no quería hablar, y desde que su marido decidiese huir hacia la ignonimia y la deshonra, no se había atrevido a penas a pasearse por el castillo de Aguasclaras.

Temía lo que pudieran opinar de ella. Temía lo que pudieran decir de Baltrigar. Sabía que muchos ahora querían verlo muerto, y ella no poseía palabras para defender sus actos. La muerte, o mejor dicho, el asesinato de Ser Hadder, había sido un crimen sumamente grave e imperdonable, y en el fondo, no culpaba a quien desease la venganza por ello, aunque no podía evitar temer por su esposo.

Al fin y al cabo, quizá eran el único matrimonio en Aguasclaras que había surgido del amor y no de la conveniencia. Siempre se decía que el cariño nacía después del compromiso, pero en el caso de Clarissa y Baltrigar había sido al revés. Y ahora, en su ausencia, a pesar de todo lo acontecido, era incapaz de no languidecer. Era incapaz de dejar de quererle como al hombre honesto y justo que había sido siempre, y que sabía, seguía siendo de algún modo.

Se postró ante el altar de la Vieja. La Madre ya la había abandonado en su hora más oscura, cuando no impidió que el Desconocido se llevase a Brandon y a Carlysle, y en aquel momento, quizá más que nunca, necesitaba la sabiduría, para sobreponerse a aquel trance y superar los días que se avecinaban.

Aún era incapaz de renunciar al negro como vestimenta, pero empezaba a levantar la cabeza, a fuerza de pensar en el futuro de sus tres hijos vivos, preguntándose qué iba a ser de ellos tras la traición pública del padre que los había engendrado.

No sabía si el nuevo señor de Aguasclaras precisaría de ellos, o decidiría prescindir de los hijos de un traidor y de la madre plebeya que los había parido. Después de todo, su bienestar se sostenía tan sólo en las palabras de un hombre que se había volatilizado de un día para otro.

El temor para Clarissa era tal que cuando vio partir a Lady Olenna hacia el sosiego de las Hermanas Silenciosas tuvo el breve impulso de acompañarla. Pero el instinto de madre se lo había impedido y había permanecido quieta, en silencio, escondida en la Casa de los Abanderados.

Y mientras tanto, los susurros de algo que Clarissa a penas llegaba a comprender, se esparcían entre los muros del castillo, formando una madeja que bien  podía prenderse y convertirlo todo en cenizas, o bien podía ser la red que iba a salvar el futuro del feudo de una salvaje y precipitada caída.

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25/01/2015, 09:41
Ser Gwraidd Tully.

TERCERA PARTE. Año 153 DA. Mes sexto. Una escena de cama.

Era una sensación extraña. La noche había sido larga, rica en placer, más rica en placer que ninguna de las escasas veces que había podido acudir a algún burdel en sus escasos años de existencia. En realidad comparar ambas cosas era como comparar plomo y oro. Entrecerró los ojos. No podía estar seguro de si había dormido esta noche, o no. En varias ocasiones había sentido una turbadora sensación de irrealidad. Ni su cuerpo ni su mente habían dormido, pero parecían conducirse por caminos distintos. Una suma extraña de sensaciones: la mano de ella de pronto acariciándole el pecho cuando ya se había dormido, sus labios estrechándose contra los suyos, notar nuevamente como el placer vuelve a excitar, a obligar, a comandar, y levantarla de la cama, haciéndola ponerse a horcajadas sobre tu propio cuerpo mientras le penetras otra vez. 

Nunca se había sentido mejor en toda su vida, esa era la verdad. Tampoco tenía muy claro qué le había dado. Al llegar al castillo su humor no era el mejor, a pesar de su nuevo caballo, sus nuevas armaduras, y su mejorada reputación. Había descabalgado al lord mallister, y había matado en un accidente, tras vencerlo, al ser del castillo del terror. Ambos malos hombres, la verdad. Pero Ser Bolton... morir así...  Sí, por mucho que hubiera vencido, y ganado reputación, Gwraidd no estaba precisamente contento cuando regresó. Y menos al escuchar los sucesos en Solaz del Soldado.

Era curioso, pero era consciente que tanto Royne como Bethan pensaban que ya había estado en la cama con Daula, pero no era así. Sin embargo, esa noche, cuando se había retirado a sus aposentos y la había visto, arreglando sus habitaciones, él...

Volvió a notar su excitación. Ella dormía, pegada a su cuerpo, y la acarició el sexo con la mano izquierda, haciéndola gemir. Se giró en la cama, besándola en los labios, disfrutando de su sabor unos instantes más. Su mano le abrió los muslos, pegajosos por el semen y la sangre. Procedió a despertarla mientras le penetraba nuevamente.   

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25/01/2015, 09:59
Ser Gwraidd Tully.

CUARTA PARTE. Año 153 DA. Mes séptimo a décimo segundo.

Dos curtidores que llegarían el año próximo, una costurera, y un aprendiz de cocinero. No era, ni mucho menos, lo que esperaba conseguir para el castillo. Sin embargo dado lo ocurrido, era casi una victoria. Había decidido, de sus dos monturas, dejar una en los establos, y viajar con el más reciente de los caballos. También había decidido que lo acompañaran Armase y Edder. 

Edder tenía mala suerte, era evidente. Pero Armase... era peor que un dolor de cabeza. Ya desde el primer momento había actuado con una soberbia enorme, ¿cómo podía alguien vivir tanto tiempo en el castillo sin saber nada sobre sus señores? Parecía complacerse a sí mismo inventando negligencias, o considerando a Gwraidd como un niño. Pareciera no saber si quiera que venía de matar a un hombre en una justa, y de ganar a un lord, y a un caballero, ambos conocidos justadores, y ambos derribados por él, que sólo fue vencido por el propio Ser Trycian, campeón del torneo. Parecía no saber nada de él, pero estar dispuesto a actuar como si... Lo peor, sin embargo, es que no le faltaba razón. El accidente a caballo que había sufrido Gwraidd era mala suerte, pero hubiera debido evitarlo. El jabalí había salido como alanceado contra ellos, y el caballo se había asustado. Quizás si Gwraidd no hubiera estado pensando en su padre, en sus hermanos, en sus hermanas, Daula, ¡por los Siete hasta en la segunda ama de llaves Tania!, quizás hubiera podido evitar la caída. En todo caso, daba igual. No era su primera rotura, aunque quizás si la más grave. Le habían cuidado bien. Cuando se recuperase, regresaría a casa. El año siguientes quizás terminaría de buscar nuevos hombres y...


El año había empezado con sangre, seguido con sangre, incluso las alegrías estaban llenas de sangre. ¿Cómo no iba a terminar así? En los últimos meses muchas veces había hablado con sus hermanas, con sus hermanos, con sus padres, con Madrigal. Había aclarado a Daula qué era (y qué no podía ser) su relación. No había sido un plato agradable para la joven, a la que Gwraidd apreciaba. Pero no era tonta. Ella ya lo sabía, y lo comprendía. 

Ahora era un caballero. Suspiró para sí. ¿Qué más le daba? ¿qué más daba eso, o sus planes? Al igual que Ser Horwin, Gwraidd había actuado con prontitud a la muerte de su padre, había hablado con unos y otros, adoptado medidas... pero al final sólo había una cosa clara. Su padre había muerto. Su querido hermano Haudrey había desaparecido. Sus dos hermanas tenían su vida. Su hermano Pendrik iba a ser, nuevamente, heredero de Aguasclaras, y castellano; y aunque más tarde, probablemente terminaría heredando el castillo. Su madre se había retirado con las hermanas silenciosas.

¿Y él?  Él se tiraba a su doncella, combatía en justas, conocía las tierras de su padre... y nada de lo que había hecho había servido para nada. Con rabia tomó el libro con la historia de las familias desaparecidas de occidente y lo lanzó contra la pared.

Había empezado con sangre, seguido con sangre, hasta las alegrías habían sido de sangre. ¿Cómo había podido esperar otro final para un año así?

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25/01/2015, 11:28
[RIP] Blantel, Maestro Carpintero.

AÑO 153. Mes 10

Dod observaba intranquilo como el Maestre Ammon exploraba a Blantel que permanecía sumido en la inconsciencia a causa de la fiebre. Una mueca cruzó el rostro de Ammon al destapar el brazo derecho de Blantel y ver como la gangrena se extendía desde uno de sus dedos hasta la raíz del miembro.

Ammon estaba acostumbrado al olor de la podredumbre de la carne, pero aquello fue demasiado para Dod que no pudo contener las náuseas. El brazo estaba ennegrecido, con varias zonas supurantes en todo él y al descubrirle el torso, gruesas venas inflamadas cruzaban desde el hombro hacia el centro del pecho.

Ammon se dirgió a Dod con voz grave.

- Lo siento muchacho... nada hay que podamos hacer ya... la infección se ha extendido por todo su cuerpo y es cuestión de horas que se reúna con el Desconocido. En caso de que se agite o comience a delirar por la fiebre, oblígale a tragar una infusión de esto - dice haciéndole entrega de un pequeño manojo de hierbas secas - y le calmará...

Con gratitud Dod cogió las hierbas y acompañó al maestre al exterior.

Ese mismo día, más tarde...

Sumido aún en la inconsciencia, Blantel comenzó a temblar sobresaltando a Dod que apenas se había apartado de su lecho en toda la jornada. Cuando su hijo le cogió la mano, prácticamente la soltó sorprendido porque, a pesar de llevar todo el día con fiebre, ahora estaba fría como la de un cadáver.

Haciendo acopio de sus últimos alientos, Blantel consiguió abrir los ojos y con la vista borrosa pudo ver a su hijo conteniendo las lágrimas.

- No llores... hijo mío... he tenido una vida plena... y me siento orgulloso de tí... eres mucho mejor maestro carpintero de lo que... he logrado ser - las palabras se van entrecortando - siempre... añoré a... tu... madre... y ahora... puedo sentir... como me... me... llama...- estas últimas palabras resultan apenas audibles - y no... puedes... negarte... a una.. dama... adiós... hijo mío...

Blantel espira ante las lágrimas de su hijo...

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25/01/2015, 15:48
Lady Patricya Florent, esposa de Ser Otter Crakehall.

Año 153, una noche en los últimos meses del año.

Mención de: Sysa, Olenna, Arianna, Trycian.

- ¡No pares ahora, sigue empujando! - Patricya dio un par de golpes rápidos en la mejilla de Arianna, intentando que mantuviese el sentido. Hacía horas que todo el decoro había desaparecido. Arianna yacía desnuda, cubierta en sangre y fluídos. Patricya se había quitado el corpiño y llevaba arremangadas sus largas mangas, los brazos llenos de sangre. Olenna tenía sus faldas subidas hasta los muslos, sentada con las piernas abiertas tras su hija, cuyo cuerpo sujetaba.

- ¡Es la cadera, no sale! - Sysa llevaba repitiendo lo mismo durante una eternidad, pero parecía no saber qué hacer, o no atreverse a hacerlo. Patricya no era comadrona, pero había tenido cuatro hijos y sabía que este parto parecía atenderlo el Desconocido, y no la Madre. Habían pasado horas y la parturienta estaba exhausta. Su piel estaba blanca y fría. Había perdido mucha sangre. Arianna se moría. 

- ¡Apriétale en la tripa, aprieta hacia abajo! - Sysa gritaba dando órdenes alrededor; eso al menos sí lo había aprendido de Nana. La idea de hacer a una mujer parir a base de apretar su tripa hacia abajo parecía una locura, pero se estaban quedando sin opciones. Patricya asintió y miró a Olenna, que incorporó algo más a su hija, arqueando su espalda para hacer más presión.

- ¡Ahora! - Dijo Sysa. Patricya no era una mujer fuerte, pero saltó y apretó sus manos contra el enorme vientre de Arianna, poniendo todo su peso en el proceso. Notó algo, algo que se movía. Un vacío que se creaba. Arianna gritó, un largo grito que empezó siendo de dolor, pero terminó siendo de alivio. 

Y entonces, tras un momento de silencio, se oyó un lloro débil. Patricya miró al bebé mientras Sysa lo limpiaba y lo cubría rápidamente con una manta. Una niña débil y escuálida. Por un momento, le recordó a Jacob y una punzada en su corazón la dejó por un momento sin aliento - Jacob era un niño de invierno, hijo de una mujer vieja. Arianna tendrá más suerte - intentó consolarse Patricya. 

- Es una niña - dijo Patricya sonriendo, mientras Olenna apartaba el pelo húmedo de la frente de su hija. No había terminado de decirlo cuando Ser Tricyan entró en la habitación, rompiendo todas las normas de un parto. Al menos había terminado, y la presencia de un hombre ya no podía conjurar al Desconocido. 

Sólo quedaba esperar que el Invierno no lo hiciese.

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25/01/2015, 19:12
Ser Otter Crakehall.

Año 153. D.A.

Mes 1:

La muerte de Brosten el leñador, a pesar de que para muchos quizás la actuación fue desmedida, lo cierto era que para el Castellano la ejecución era necesaria. Brosten había muerto por desobedecer a su señor y se había enviado un claro mensaje a todos los ciudadanos del castillo. Uno no podía desobedecer las órdenes de Ser Hadder y quedar impune.

Su mirada se dirigió hacia su hijo Orsey esperando también que él hubiera aprendido de la justicia del señor del castillo.

MES 2:

La comitiva de Lord Swann llegó finalmente al Castillo de Aguasclaras, y él –al igual que su esposa- se dispuso a cumplir el papel que le tocaba, que era atender a los nuevos invitados. Mientras su mujer se dirigía hacia la hija de Lord Swann, él fue directamente hacia él, haciendo una reverencia nada mas verle.

Me alegro de veros, mi señor- le dijo- espero que su viaje haya sido lo más cómodo posible. Mi señor Hadder considera un placer tenerle en nuestro castillo y feudo.

Hizo un gesto hacia su hijo Orsey, dándole entender que debía encargarse él del resto de la comitiva -enseñar el lugar de descanso de sus soldados así como llamar a algún criado para que atendiera a los nobles menores. 

Mientras las conversaciones se suceden, su hijo Horace da un paso al frente y se dispone a acompañar a Lady Swann por el castillo. Una buena forma para mantener una conversación con la que sería su futura mujer.

Y tras esto, llegó el esperado banquete para celebrar la venida de aquellas tan importantes invitados así como el esperado anuncio del enlace entre su segundo hijo y la hija de Lord Swann –para alegría de su mujer que veía como su segundo hijo iba a casarse-.

El banquete transcurre sin contratiempos. La comida y el vino eran excelentes, y las conversaciones y las risas se sucedían durante el banquete. Ser Hadder hizo el primer brindis en honor de sus invitados, a los que todos los comensales correspondieron con gusto.

Todo salía a pedir de boca... aunque su mujer estaba algo tensa. ¿Quizás esperando el anuncio tan deseado para ella? posiblemente. Su mano fue hacia su rodilla y le dio un apretón cariñoso, en un intento de trasmitirle paciencia y tranquilidad. 

Y justo en ese momento, llegó el esperado anuncio… para enterarse que finalmente el enlace sería entre Pendrik Tully y Lady Swann.

Otter mantuvo la compostura, pero estaba sorprendido, muy sorprendido. No esperó en ningún momento aquella situación. ¿Lady Rowenta Swann con Pendrik Tully? Estaba claro que algo se le debía escapar al Castellano, porque sino no podía entender aquel enlace. 

Su mirada se dirige primero a su hijo, que a pesar de todas las circunstancias y la humillación que seguro que podía sentir mantuvo la compostura. Como podía esperar de un Crakehall.

Luego hablaré con él- pensó. Cuando todo aquel banquete acabase tendría una pequeña charla con su hijo. 

Tras esto, sus ojos se posaron brevemente en su mujer. La conocía demasiado bien para saber que a pesar de su sonrisa, hervía de furia por dentro.

También tendré que hablar con ella- eso desde luego sería mucho mas complicado. Pero también ella se merecía una explicación, y esperaba poder dársela. Aunque Patricya nunca la aceptaría.

Otter alzó la copa para brindar como el resto, pero su última mirada fue directamente hacia su señor y luego hacia su hermana. A esta última casi le preguntaba con la mirada, ¿por qué?

******

Tras aquel banquete la familia se reunión y decidieron, tras una pequeña discusión que no irían a la boda. Era su forma de protestar a lo que consideraban un insulto hacia ellos. Así se lo notificó el Castellano a Ser Hadder.

Mes 4:

Un murmullo importante recorría el castillo mientras un carromato conducido por Riuss entraba precedido por Baltrigar y seguido de Ser Madrigal. ¿Qué estaba pasando? Al poco rato la información empezó a llegarles: habían matado a varios hombres del Solaz y entre ellos los hijos de Ser Baltrigar. La furía y las ganas de venganza surcaban el rostro del hombre, pero no era el momento de actuar de aquella forma.

Otter apareció junto con Orsey como el resto de los hombres en el castillo.

Haced lo que dice Ser Madrigal. Orsey tú también, rápido.- Una orden sin necesidad de darla, puesto que ya había alguno de sus hombres -y Horace- ayudando a los heridos. Tras esto se acercó hacia Ser Baltrigar- no es el momento de esto. Ahora mismo hay que atender a los heridos con urgencia. Tendrás tu respuesta cuando llegue el Maestre- miró hacia el hombre que amenazaba Ser Baltrigar- nuestro Maestre está en camino. Cuando le quitemos las armaduras ayudaremos en el transporte de estos hombres.

Ser Madrigal comenta la opción de trasladar a los heridos a las habitaciones libres de la casa de los abanderados, algo que le parece una buena idea.

Es la mejor opción- responde a Ser Madrigal. Y justo al decir esto apareció el Maestre- vamos a trasladar a las habitaciones libres de la casa de los abanderados. Allí podrá trabajar mejor. Horace, coge la bolsa del Maestre-ordenó a su hijo. El resto de sus hombres ayudará a llevar los cuerpos- por otro lado, ese hombre- señaló a Metetripas-es el que ha estado cuidando a los heridos antes de que llegases. Quizás pueda servirte de ayuda.

Desde luego, malas noticias para el castillo, aquella tragedia era un duro golpe difícil de ingerir.

MES 6:

El tercer hijo de la familia ya tenía edad suficiente para convertirse en paje del castillo, a lo que el señor de Aguasclaras accede.

Sin embargo, Patricya y Otter tras una conversación, deciden que la mejor persona para educar a su hijo sea Ser Trycian. Es un hombre con un entrenamiento brutal, pero efectivo, y Otter considera que es la mejor opción dadas las circunstancias. Solo tendría que hablarlo con su señor para saber si estaría conforme de ello.

MES 12:

Otter se encontraba con su familia, todos vestidos de negro y en silencio, observando como transcurría el funeral de su señor, Ser Hadder, asesinado por Ser Baltrigal.

¿Cómo podía haber sucedido todo aquello? ¿Y él, que había hecho él para intentar impedir aquel suceso? Era el castellano y no había podido hacer nada para proteger a su señor. No, no merecía aquel puesto. Quizás era el momento de dejar a que su hijo Orsey tomara las riendas y se convirtiera ya en el castellano del castillo. Aún tenía que pulirse, pero el cargo podría beneficiarle para ello.

Desde luego, Otter, con la muerte de su señor ya no se sentía capaz de llevar aquel peso bajo sus hombros. Había fracasado en su cometido.

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25/01/2015, 19:35
Edder "Clavopié".

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Edder "Clavopié".

Finales del mes 4, Castillo de Aguasclaras:

Los sucesos de Solaz del Soldado fueron realmente lamentables para todo el feudo. En su momento, Edder estuvo muy contento de que otro de los hijos de Ser Baltrigar se sumara a la guardia, pero nunca imaginó que a ese crío se le ocurrieran semejantes locuras y mucho menos que Russ, le diera vía libre a tan descabellado plan.

“El Clavopié”, como le apodaban, fue el primero en contemplar los resultados del fatídico incidente en Solaz, en lo que respectaba al personal del castillo. Aunque, antes de ese desagradable momento, ya había pasado por el mal rato que le provocó la salida de Lady Rowenta y su escolta. Ser Hadder, había ordenado que las puertas de la barbacana principal permanecieran cerradas y que nadie más debía salir del castillo, pero fue más de uno el que se hizo de oídos sordos y continuaron su camino sin importar el llamado a que se detuvieran.

Todo esto perturbó mucho al soldado, aunque, lo que en realidad le molestó, fue aquella sensación de impotencia al no poder detenerles a tiempo. Era claro que no podía siquiera reclamarle a la esposa del futuro señor del feudo, pero sí que esperaba el momento para decirle unas cuantas cosas a Gerrik y al Escudero Horace, quien aprovechó para salir también, luego de que el escolta de Lady Rowenta se encargara de abrir las puertas de la barbacana. Sin embargo, aquel momento nunca llegó. La conmoción que le provocó lo que vino después: personal que entraban al castillo portando terribles noticias. Edder, apenas y logró organizar sus ideas, luego de ver a los heridos y muertos que iban en el carromato. Torpemente, se movilizó para avisar a su señor y al Maestre Ammon y dejar en ellos su carga.

Sin poder hacer otra cosa, luego de los avisos, Edder se desvió a la despensa para allí alcanzar algo de vino y tratar de pasar ese crudo momento. Temía de las represalias de su señor, por no haber cumplido a cabalidad su orden. A pesar de ser un jinete libre, el soldado debía respecto y lealtad a Ser Hadder. Se había puesto en el oficio de servirle como guardia y el no haber hecho las cosas bien, le hizo sentir un profundo malestar hacia sí mismo, lo que le incitó a empezar a cuestionarse sobre si en verdad servía para ello.

Luego de aquel desastre en Solaz, el castillo permaneció completamente cerrado. A Edder y al resto de guardias comandados por Russ, se les exigió cumplir agotadores turnos, además de duros entrenamientos. La seguridad debía ser reforzada y a falta de los tres jóvenes cadetes que habían muerto, quedaba mucho más trabajo que realizar. El soldado se propuso a sí mismo mejorar lo que más podía, si bien no aspiraba a dar batalla contra un enemigo como el que acabó con la vida de aquellos chicos, esperaba por lo menos no ser derrotado con solo el asomo de una espada.

La cuestión fue más o menos igual durante los meses venideros, un ambiente tenso y rodeado de incertidumbre. Ya para el sexto mes, el agotamiento se hizo notorio en el soldado, es probable que por ello haya sido llamado por el segundo hijo del señor del castillo para servirle de escolta en un viaje que solo consistía en contratar nuevo personal. Nada peligroso, según se le dijo, pero el solo hecho de salir del castillo era preocupante, aunque el cambio de ambiente debía de hacerle bien a cualquiera.

Había pasado un poco más de un mes y se habían logrado grandes avances en el tema de las contrataciones. No se había tenido ningún tipo de percance, hasta que, en uno de los recorridos, un maldito jabalí se les atraviesa en el camino, contando Gwraidd con la peor de la suerte entre los tres que cabalgaban. Edder se apresuró a desmontar y ayudar junto a Armase a mover al caballo, que en su aparatosa caída, había descendido dejando expuesta la pierna de su jinete y rompiéndose una pata en el aterrizaje.

-Uno, dos… tres- cuentan, para luego, al final, uno levantar y el otro ayudar a sacar el pie que estaba apresado por el peso del caballo. El corcel quedó sin ninguna posibilidad de seguir su galope, así que no quedó otro remedio que sacrificarlo. Sin importar el pesar que le producía al soldado, pues era un animal realmente esplendido, Edder cumple con la orden y siguen su camino para que Gwraidd sea rápidamente atendido.

Finalmente, se dirigen hasta la finca familiar de Orilla Azul. Edder lleva los restos del caballo al pueblo para que su carne sea aprovechada. Luego, Gwraidd le encomienda al “Clavopíe” que regrese al castillo y de a su padre la noticia de su accidente y el aviso de que no podrá regresar hasta, cuanto menos, el mes octavo. El soldado se pone en ello, llegando lo más pronto posible al castillo. Pide audiencia ante Ser Hadder y le acompaña en ello Ser Madrigal, quien se había mostrado interesado en las noticias que traía, y tenía un par de solicitudes que hacerle al señor del castillo. El encuentro con Ser Hadder fue muy productivo, por lo menos para Ser Madrigal, aunque a Edder le alegraba mucho poder compartir el viaje de regreso a Orilla Azul junto a este y su hijo.

Al soldado le correspondió llevar la solicitud que Ser Hadder había ordenado para Gwraidd, pues debía este, estar antes del onceavo mes de regreso en Aguasclaras, ya que se realizaría la ceremonia en la que recibiría su investidura como caballero. Afortunadamente, la recuperación de Gwraidd fue rápida, gracias a los cuidados y atenciones de Lumila y Soraya, así que prontamente, a mediados del mes octavo, el futuro caballero regresa acompañado por toda su comitiva, entre la cual, Edder se encontraba.

Las fechas siguientes, Edder volvió a lo mismo, agotadores turnos y pesados entrenamientos. Aquello llevó a sugerir al soldado, la idea de reclutar nuevo personal para la guardia, por lo menos con ello los turnos dejarían de ser tan largos y con ello se podía rendir más en los entrenamientos. Aquella idea quedó por ser realizada, se suponía que Gwraidd también debía contratar nuevos guardias, pero entre el accidente y su nombramiento para caballero, no quedó tiempo para ello. Aun así, estaba la opción de ver si algunos miembros del castillo podrían servir para la protección del mismo, “El Clavopíe” esperaba que así fuera.

Un sentimiento muy extraño empezó a invadir al soldado… La soledad. Ya Edder estaba entrando en años y no había encontrado a aquella mujer con la cual compartir el resto de sus días. No entendía esas cosas del amor y por lo mismo se había evitado la molestia de entrar en complicaciones, pero ya algo le decía que era mejor amar y perder, que nunca haber amado. En lo que sigue, se pone más al pendiente de las damas del castillo, no tenía la menor idea de cómo conquistar a una mujer, así que pensó que podía pedir los concejos de alguien que mostrará ser muy hábil en la materia. Aunque aquello fue suspendido después de la muerte de Ser Hadder, la cual llenó de mucho pesar al soldado y devolvió aquella sensación de incertidumbre que tanto le mermaba.

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25/01/2015, 22:17
Escudero Horace Crakehall "El Enanito".

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

La visita de los Swan no pudo llegar en mejor momento, los últimos días se podía notar un ambiente muy revuelto en el castillo a consecuencia del ajusticiamiento de Brosten el leñador.

Muchas voces eran las que resonaban por las esquinas en contra de aquella condena, pero verdaderamente ya poco importaba a estas alturas pues su cabeza se alzaba clavada en lo alto de la muralla.

Las noticias de su llegada precedían en varios días a la propia noble delegación, había algunos rumores sobre el motivo de tal destacado viaje, pero pronto se despejaron aquellas dudas. Madre parecía extrañamente cortés aquel día y pronto supe que algo sucedía, pero no podía imaginar que iba a conocer una noticia que parecía iba a cambiar mi vida para siempre.

¡Mi esposa!, ¿Casarme yo ahora? mi cara era de total incredulidad, madre siempre trataba de controlar los devenires de la familia, pero aquello parecía superar cualquier límite. No dudaba de que su intención era buena, pero aquella noticia me turbó gravemente y no estaba dispuesto a obedecer sin más como acostumbraba.

Los días se convirtieron en semanas, las horas en días y en mi cabeza, en mi mente tan solo se podía encontrar un único pensamiento. No podía dejar de pensar en esa boda, en ser el centro de atención, en casarme de repente y cada vez que lo pensaba mis manos sudaban y sudaba cada vez más. No quise ver ni hablar con mi madre, pero pronto comprendí que no era por el hecho de planificar la boda, después de conseguir dejar de engañarme a mí mismo pude ver claramente que lo que me preocupaba no era la boda sino no estar a la altura de lo que se esperaba de mí.

Quizás estaba demasiado acostumbrado a fallar a mi señor, a mi familia y sobre todo a mí mismo. Al fin llegó la comitiva precedida de un bonito y fugaz amanecer, mis manos sudaban sin parar mientras esperaba junto a mi familia a la comitiva, no podía dejar de mirar a los presentes buscando en sus miradas, preguntándome cuantos de ellos sabían lo que iba a suceder. Los carruajes emergieron por la barbacana exterior replicando sobre los adoquines como una sintonía que anunciaba su esperada llegada, el patio se encontraba lleno y pronto los comentarios recorrieron a los presentes. Bajé la mirada sin atreverme siquiera a mirar a los ojos a los visitantes, tan solo fue en el último momento cuando reuní el valor suficiente para mirar furtivamente a Lady Rowenta y aquello me sorprendió. Era una mujer preciosa, mucho más de lo que alguien como yo hubiera podido aspirar.

El día fue pasando, y esta vez lo hizo rápido como el viento, viento que pareció llevarse algunos de mi miedos y conforme pasaban las horas me imaginaba mi vida al lado de aquella preciosa mujer, quizás entonces la gente me miraría de forma diferente, quizás aquel sería el comienzo de una nueva historia para Horace.

Cuando llegó la hora del banquete el miedo había desaparecido aunque los nervios aún hacían sudarme las manos, pronto las miradas estarían fijas en mí, hasta quizás tuviera de disponer de unas palabras si Ser Hadder me lo pedía... pero pronto el mundo imaginario que se había formado en mi pensamiento iba a convertirse en la peor de mis pesadillas. Tras el anuncio de Ser Hadder por el cual la boda sería entre Lady Rowenta y Pendrik, las miradas se fijaron en mí, quizás no directamente, pero podía sentir perfectamente todos aquellos ojos mirándome furtivamente acompañando sus cuchicheos con frases teñidas de lástima y burla.

Debía salir de allí como fuera, alejarme de todas aquellas vergonzantes miradas. Me escabullí a la primera oportunidad que tuve sin manchar el nombre de mi familia, quizás aquella fue la noche más larga de toda mi vida, recuerdo pasarla escondido intentando encontrar el por qué de mi desgracia, no podía entender porqué el destino se empeñaba en humillarme una y otra vez. El honor de mi familia estaba herido, madre maldecía en todos los rincones de la casa mientras padre permanecía pensativo aunque igualmente herido parecía meditar. Finalmente nuestra familia no acudiría al enlace, aquella situación desde luego era una desgracia, pero sirvió para darme cuenta de que mi familia me apoyaba en aquellos momentos y por primera vez en mucho tiempo me sentí extrañamente bien.

Pasaron los días y aunque lo quería o más bien lo deseaba no podía quitarme la imagen de Lady Rowenta, mi breve encuentro con ella antes del anuncio fue algo mágico, diferente para mí. En ese pequeño tiempo, pude ver más de su personalidad de lo que todas las damas del castillo habían sido capaces de mostrarme. Rápidamente quedé enamorado, impregnado de su sinceridad y su sencillez, más entusiasmada por el espectáculo de una justa que por los sucios cotilleos de palacio.

Durante las semanas y meses posteriores tuve la oportunidad de hablar con ella varias veces y cada uno de esos encuentros me acercaba más a ella, más a su sincero interior hasta que sin casi darme cuenta ya poco podía pensar en otras cosas. Tan solo mataba el tiempo en mis cotidianos entrenamientos contando el tiempo para poder verla otra vez en el salón, en un pasillo o montando a caballo como cada mañana solía hacer. Imprudencia pensarían algunos, insensatez, estupidez, locura... todo cabía a la hora de explicar mi comportamiento, pero aunque era consciente de todo aquello, la verdad es que poco me importaba.

Pero algo se estaba gestando paralelamente a todo este pensamiento y sentimiento, la oscuridad se torno en el castillo cuando los cuerpos atravesaron la barbacana en una carreta, el olor a muerte se extendió como una oscura niebla sobre el castillo y el dolor se instaló en Aguasclaras para no marcharse. Aquel trágico suceso, en el que unos pobres y desdichados muchachos fueron brutalmente devorados por la espada de un mercenario, cambió la vida en el castillo. Lo que antes fueron risas se tornaron en llantos, lo que antes eran celebraciones se convirtieron en funerales, los días se convirtieron en noches y la salud de Ser Hadder pareció acelerar su visible decadencia desde aquella noche.

El desconcierto se apoderó de Aguasclaras, preparándose para una posible guerra que nunca llegaba y que muchos anhelaban. Prudencia, venganza, debilidad eran palabras que podían escucharse en cada esquina, caballeros, soldados, campesinos; ya daba igual, todo el mundo creía tener la razón y la solución de lo que había que hacerse.

Pasaron varias semanas, en la que las guardias y los entrenamientos ocupaban casi todo el tiempo para los hombres, la moral era más que baja y la nula presencia pública de Ser Hadder no hacía más que ahondar en los maltrechos corazones de los habitantes del castillo. Yo por mi parte siempre estaba preparado, cada noche mi fardo esperaba bajo la cama a que un sobresalto me levantara de la cama ante un ataque que acabara con el castillo. Sabía de sobras que el castillo no pasaba por sus mejores momentos que apenas había hombres para su defensa y si la muralla caía nada le salvaría. Tan solo pensaba que quizás no podría salvar a Aguasclaras, pero quizás sí pudiera salvarla a ella y por eso bajo mi cama aún sigue preparada mi vieja bolsa a mi espera.

Todos mirábamos el creciente peligro que acechaba durante esos días detrás de los muros, pero la muerte hacía tiempo que ya los había atravesado, oculta en la hoja de Ser Baltrigar esperando su momento mientras envenenaba la mente del que un día fue un gran caballero. Puedo recordar como el caballero cegado, desenvainó su dolor y con un solo golpe a Ser Hadder le presentó la muerte que tan cuidadosamente había sabido esperar su momento. Nadie tuvo tiempo siquiera de reaccionar cuando la vida se escapó de los ojos del ya viejo señor, nadie fue capaz de prever lo que la semilla puesta por aquel mercenario haría brotar.

Los gritos dejaron paso al silencio, el desconcierto ahora reinaba en Aguasclaras, el futuro jamás fue tan incierto y quizás ahora sea el momento para el que mi fardo ha estado tanto tiempo esperando... si ella quisiera...

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25/01/2015, 23:02
Comadrona Sysa.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Mientras recibo las felicitaciones de mis amigos, mi cabeza va divagando. Con los dedos entrelazados entre los de mi esposo apenas puedo creer que hace un año ni lo hubiera imaginado. Pero nadie podría haber imaginado que mi boda fuera como una pequeña candela de luz y alegría entre tanta oscuridad y luto. Apenas puedo creerme que nos hayan permitido disfrutar de este día. Apenas hay nada, pero la alegría que veo es sincera cuando mi gran amiga se arranca a cantar* y pronto todos nos dejamos llevar por unos instantes de paz.

Agotada por el baile, sentada sobre mi esposo, apoyo la cabeza en su hombro y me viene a la memoria que tal vez no esté bien que cantemos cuando hace tan poco velábamos a nuestro señor. Pero hoy me siento egoísta: si los que todo pudieron tener no lo supieron cuidar, no pueden denostar que los demás sí lo tengamos. Deposito un tierno beso en el cuello de Tarmall mientras me pregunto qué será de Ser Bartrigal. Hombre necio. Clarissa... se me encoge el corazón. Parece un alma en pena. Esperemos que entre todos sepamos devolverle la chispa. Un buen hombre lejos de Aguasclaras... no, también faltan Haudrey y Caster. Cierro los ojos y elevo una silenciosa plegaria por un joven bueno, un niño que tuvo que sufrir para mostrar su valía y que no obtuvo más de su padre un hombre fiel para protegerlo. Caster, con todo, siempre estuvo ahí presto a defendernos. ¿Qué será de ellos ahora? ¿Por qué no regresar ahora que Ser Hadder no está y Lady Olenna partió? 

¿O acaso sus hermanos no lo amaban según aparentaban? No... los he visto juntos desde hace mucho. Esos lazos no pueden sino ser ciertos. Algo debe notar Tarmall pues siento su mano confortarme en la espalda. En ese momento los hombres lo reclaman y a mí las mujeres. Entre risas me conducen a mi nueva habitación. Sueltan mis cabellos y me peinan y arreglan para la noche de bodas. Cuando tocan en la puerta salen no sin darme más de un consejo subido de tono que hace que las más jóvenes se sonrojen, aunque no todas. Recibo a mi esposo con una sonrisa enorme y por unas horas me olvido de todo excepto de ser feliz.

Tumbada y acurrucada, totalmente desvelada sigo dando vueltas a una cosa: ¿cómo pudimos no vigilar mejor el vino? No me extraña que ahora esté bajo llave y estrictamente vigilado. Cuántas desgracias... Cuánto rencor. ¿Por qué nadie detuvo al joven Haudrey? Me muerdo el labio y desvío mis recuerdos al único momento agradable aparte de haber descubierto el verdadero hombre que tengo a mi lado. La pequeña Atrya es un regalo del cielo. Con la ayuda del ama de cría parece que saldrá adelante. Todas las angustias que viví atendiendo a ambas mujeres... Gracias a la Madre, Alethéia rogó por irse. No hubiera soportado ver que se cumplieran mis peores pronósticos. El parto de Lady Arianna fue largo, pero al final me pareció oir a Nana susurrarme lo que tenía que hacer, sentí su espíritu indomable y su sabiduría. Oír el llanto fue como un rayo de esperanza para todos.

Ese día me reuní con Tarmall y por primera vez decidí dejarme llevar. Justo como ahora, que busco de nuevo sus brazos y sus labios. Definitivamente, su apodo no le encaja más.

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25/01/2015, 23:57
Russ "el Matatoros", jinete libre.

Viñeta XVIII. Año 153 D.A.

El fuego del hogar crepitaba con fuerza, lanzando rescoldos a los pies del Matatoros con cada chasquido de la húmeda madera. Russ contemplaba las llamas en silencio, sentado en un taburete frente a la chimenea con los codos hincados sobre las rodillas. Una barba desaliñada cubría la mitad de su rostro y unas oscuras ojeras daban un toque de desesperación al curtido rostro del jefe de la guardia. Cuánta desdicha en un solo año... Cuánto dolor...

Los meses pasaban insulsos, sin nada que ofreciera ni la más mínima alegría para el viejo soldado. Desde la muerte de su hijo Roy, junto a los hijos de Ser Baltrigar y al Pequeño Cuervo, Russ no había conseguido levantar cabeza. Su vida había dado un vuelco sin precedentes. Roy, el muchacho que era feliz cortando leña para el castillo y gastando bromas a sus hermanas, se había convertido en miembro de la guardia y había cambiado su hachuela por una lanza. Quizás el chico nunca había llegado a entender la felicidad que su padre sintió el día en que le regaló su viejo coleto de cuero. Era como volver a contemplarse a sí mismo veinte años atrás. El mismo coleto que vestía Russ el día que conoció a su esposa. El mismo coleto que vestía Roy cuando le cercenaron la garganta en Solaz del Soldado.

Russ tomó otro leño del fardo que había cerca y alimentó el fuego, mientras con la otra mano se acercaba la enésima copa de vino. Le costaba dormir por las noches. Bresa se iba a la cama temprano y cogía el sueño rápidamente, pero solo era porque lloraba durante el día y se encontraba extenuada al caer la noche. ¿Cómo podían haber salido las cosas tan mal...? Todo se había roto... Los turnos dobles que se instauraron tras la masacre de Solaz, lograron por un tiempo que el cansancio y el constante ajetreo monopolizaran los pensamientos del jefe de la guardia,  pero no consiguieron ahuyentar sus pesadillas. La imagen de su hijo, con la cara medio sumergida en un charco de orines en ese sucio callejón, empapado en sangre y lodo...  Incluso su bella Ruyara ya no le miraba con la ternura de siempre. Russ había captado más de una vez la mirada de reproche que enturbiaba los ojos de su hija. Y dolía... Pero podía entenderla. El que debiera haber sido su esposo, Brandon, el hijo de ser Baltrigar, había muerto junto a su hermano Roy. Y su padre era el que había consentido en permitir que esos muchachos abandonaran la seguridad del castillo para perder la vida en el barro de Solaz de Soldado.

El Matatoros intentó reincorporarse para rellenar su copa vacía, pero el peso del alcohol lastraba sus cansadas rodillas. Demasiadas horas de pie en las almenas. Demasiadas copas sentado junto al fuego. Con un gruñido de esfuerzo, consiguió incorporarse y acercarse hasta la mesa, tomando la jarra para escanciarse un último trago. Russ contempló el vino mientras llenaba la tosca taza de madera. Rojo como la sangre derramada. El mismo vino que debió engullir ser Baltrigar, para acabar lo suficientemente enajenado como para presentarse ante Ser Hadder y arrebatarle la vida. ¿Por qué...? Quizás Russ solo fuera un plebeyo, acostumbrado a seguir las órdenes de su señor y a tomar las palabras de Ser Hadder como verdades incuestionables; quizás la sangre de Ser Baltrigar guardara demasiado del orgullo y el arrojo de los Baratheon como para esperar con la misma paciencia. Lo único que había conseguido el bastardo de los Tormenta era acabar con la vida de uno de los hombres más grandes que Russ había conocido en toda su vida, convirtiéndose en el proceso en un traidor con precio por su cabeza. ¿Y para qué? Sus hijos seguían muertos y sin ser vengados. Y el pobre desgraciado ahora se ocultaba tras el protector manto de las vestiduras de los Lefford, las mismas sabandijas que posiblemente orquestaron la muerte de dos de sus vástagos. Russ había sentido aprecio por Ser Baltrigar; un aprecio que con el tiempo pasó a ser respeto. Compartieron tristeza, ira y ansias de sangre. Finalmente, cuando el caballero cayó en una depresión colérica empapada en alcohol, solo le despertaba lástima. Pero nunca debió verter la sangre de ser Hadder, nunca. El único sentimiento que Russ albergaba hacia ser Baltrigar ahora, era la fría y afilada ansia de ver su cabeza clavada en una pica.

Con la muerte de su Señor rondando sus pensamientos, el jefe de la guardia había perdido las ganas de tomar otra copa más. Con paso tambaleante, se acercó a una de las ventanas, dejando sobre la mesa la taza sin siquiera probarla. Después de forcejear con el oxidado cerrojo, consiguió abrir los ventanucos de madera para que el frío de la noche le despejara la cabeza. El patio de armas estaba vacío, completamente recubierto por una capa de blanca escarcha. Una figura, embozada en un grueso abrigo de pieles, paseaba por las murallas. Russ entrecerró los ojos para intentar discernir de cuál de sus hombres se trataba. Quizás el abultado abrigo hacía que la silueta pareciera mucho más grande de lo que era en realidad... o quizás fuera la torturada mente del Matatoros la que ansiaba ver de nuevo el gigantesco corpachón de su amigo Caster. ¿Tú también, Caracortada? Después de tantos años, después de tanta sangre y tanto sudor, ¿tú también nos traicionas...? Tras el asesinato de ser Hadder, Russ no creía que nada pudiera ya causarle más dolor que el que había sufrido en ese año; nada podía empeorar más la situación. Hasta el día en que llegaron los rumores de que el desaparecido Caster, su amigo, había engrosado las filas de la escoria de Solaz del Soldado. Aquel con el que había compartido guardias, copas y risas. Aquel que había mecido en su torpes y enormes manos a cada uno de sus hijos. Aquel a quién había llamado hermano.

Con un grotesco eructo, Russ vomitó toda la cena y la jarra y media de vino que se había trasegado, dejando un nauseabundo charco rojizo sobre la alba nieve.

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26/01/2015, 05:10
Gerrik el Labrador.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Ya habían pasado unos cuantos años desde que Lord Swann había decidido intervenir en su vida y lo había llevado bajo su servicio al castillo. Se acostumbró rápidamente a los entrenamientos, eran duros, pero él era jóven y muy fuerte, quizás por eso había llamado la atención de su Señor. Ganar aquella melé había sido más cosa de la casualidad que de su pericia, pero le había cambiado la vida, a mejor. Un día de principios de año el maestro de armas del castillo le dijo que dejara de entrenar, pues Lord Swann quería verlo.

-¡Pero no se te ocurra ir así botarate! ¡Lávate antes y no pierdas el tiempo!

Era un hombre exigente, pero siempre había sido justo y paciente con Gerrik, incluso podría decir que habían alcanzado cierta amistad. A pesar del tiempo que llevaba allí no era uno de los soldados del Señor, tan solo entrenaba y aprendía a usar otras armas que no fueran su azadón, pero sin embargo no era extraño que Lord Swann le incluyera dentro de las comitivas que lo acompañaban cuando salía del castillo. Parecía confiar en él tanto como en cualquiera de sus soldados. Gerrik levantó el brazo y se olió el sobaco. Esa mañana había sudado lo normal y solo había llevado la camisa durante un par de días.

-Pero si no huelo tan mal… Su espontaneidad le había jugado alguna que otra mala pasada, pero era difícil que no abriera la boca sin soltar lo que pensaba, más difícil que convencerlo de que embestir al enemigo nada más verlo no era la mejor táctica en un campo de batalla. Al ver la cara del maestro de armas rectificó.

Vale… Vale… Me lavo y me pongo la otra camisa y todo eso para ayer.

Una de las cosas que estaba aprendiendo en el castillo era que no podía hacer lo que le daba la gana y normalmente no daba ningún motivo de queja, o si metía la pata intentaba rectificar lo antes posible para arreglar la situación.

Poco tiempo después se encontraba perfectamente aseado y listo para la entrevista con su Señor, al menos para sus estándares de limpieza que no eran los más exigentes del mundo, pero tampoco podía considerarse un desastre, para eso ya estaba Tom “el guarro”, a ese si que no había nadie que le ganara.

Le hicieron esperar un rato a la entrada del salón principal, Lord Swann siempre estaba muy ocupado con los asuntos del castillo y de las tierras que le pertenecían, finalmente le hicieron pasar al interior donde su Señor estaba acompañado de varios soldados, algún consejero y el maryordomo del castillo, así como de sus hijos.

Qué bien, una reunión familiar. ¿Para qué me habrán llamado? Espero que para que me quede a comer con ellos, ya estoy cansado del rancho de los soldados.

Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras se acercaba, aunque fue volviendo el gesto más serio a medida que la distancia disminuía. Se paró cuando el mayordomo se cruzó en su camino y le hizo un gesto para que se detuviera. El silencio inundó la sala por unos instantes mientras Gerrik se moría por abrir la boca y decir algo, pero se mantuvo callado hasta que Lord Swann decidió tomar la palabra.

-Te hice llamar porque en unas semanas emprenderemos un viaje hacia el feudo de Aguas Claras, para la boda de mi hija Lady Rowenta con… Un viaje… Gerrik no tenía ni idea porqué le estaba contando todo aquello ni le importaba lo más mínimo con quien casaba Lord Swann a su hija Lady Rowenta, normalmente nadie le avisaba con anterioridad de las salidas y mucho menos su Señor personalmente, tampoco de los matrimonios entre los nobles. Allí había algo que no le encajaba del todo y si quería enterarse debía de dejar de pensar en sus cosas y centrarse en lo que le estaban diciendo, aunque Aguas Claras parecía el destino más lejano donde el labrador hubiera viajado nunca. ...como comprenderás tras la ceremonia mi hija se quedará a vivir en Aguas Claras y quiero que alguien se quede con ella y la proteja.

Lord Swann hizo una pequeña pausa. Todo el mundo sabía que Lady Rowenta era la niña mimada de sus ojos. Había sacado el fuerte carácter de su padre y su determinación, tenía fama de ser muy dura con los criados, aunque también parecía apreciar a los que sabían servirla con eficiencia. Pero lo importante es que por fin sabía el motivo por el que se le había hecho llamar.

Sabe que conozco bien a los hombres y quiere pedir mi opinión sobre quién debe quedarse con su hija. Creo que Jerome es el adecuado, es un buen soldado y algo aburrido, no lo echaremos en falta por aquí. Además con lo poco que habla es imposible que moleste a Lady Rowenta.

-Te quedarás tú a protegerla. Sentenció tajante Lord Swann interrumpiendo de golpe los pensamientos de Gerrik. Acércate.

La sorpresa y los nervios traicionaron por un momento la disciplina que Gerrik se había autoimpuesto al entrar al Salón Principal.

-¿Yo? Yo no… Comenzó a decir mientras daba un paso en dirección a su Señor. ¡Cierra la boca estúpido! ¡Ya la has cagado! … yo no podría imaginar mayor honor Lord Swann. Hizo una ligera inclinación acompañando sus palabras.

-Qué sabrás tú del honor Gerrik. Respondió Lord Swann que a veces parecía divertirse con las salidas del muchacho. Tan solo quiero que me jures que la protegerás como si de mí se tratara, sé que puedo confiar en que no romperás tu compromiso y tú sabes que si le pasa algo a mi hija no habrá excusa que te proteja.

No hacía falta explicaciones, hasta alguien como Gerrik sabía lo que aquello significaba, pero no dudó ni un instante en hincar una rodilla y decir las palabras que cambiarían su destino con la casa Swann por segunda vez y volverían dar un giro a su vida.

-Mi Señor, juro que protegeré a vuestra hija con mi propia vida si fuera necesario. Lo dijo serio pues no solía bromear cuando se trataba de su deber. Lord Swann tenía toda la razón, Gerrik no sabía lo que era el honor pues solo era un campesino con suerte, pero sí que sabía mantener su palabra por encima de todo. Después se giró hacia la muchacha. Lady Rowenta os juro lealtad y os aseguro que nada os sucederá mientras yo pueda impedirlo.

Aguas Claras… Ni siquiera sabía exactamente dónde quedaba y ahora se acababa de convertir en su futuro hogar. El destino jugaba con la vida de las personas de una manera extraña, pero Gerrik había aprendido a aceptarlo y a aprovecharse de su suerte. Aquello fue suficiente para Lord Swann que despidió a un Gerrik todavía algo confuso por lo que había pasado allí dentro. Aún le quedaban varias semanas para asimilarlo antes de partir, semanas en las que se entrenó con dureza intentando prepararse lo mejor posible para la que sería la tarea más importante que nunca había tenido: proteger a Lady Rowenta.

Unos días antes de la partida su nueva Señora le entregó algo de ropa, una armadura de cuero y un par de armas para acompañar a su inseparable azadón y a la daga que le habían dado cuando llegó al castillo: una maza pesada y un hacha larga.

-¿Todo eso es para mí Lady Rowenta?

-Claro, ¿no querrás defenderme con un azadón? No contestes, no hace falta. Ya que mi padre confía en ti al menos quiero que parezcas un guardia de verdad. Y la ropa es para que la uses y tires esa que llevas puesta, no quiero volver a verla.

-Gracias Lady Rowenta, es usted muy generosa. O al menos su padre, no creo que ella sepa de armas y armaduras…

-Una cosa más. Añadió antes de darse media vuelta y perderse en el interior del castillo. Pásate por las cuadras, hay algo para ti allí también.

Gerrik agradeció los regalos, nunca había tenido cosas tan valiosas y esperaba darles un buen uso. Desde luego no podía quejarse, aunque todas aquellas cosas no compensaban el destierro que iba a sufrir. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabía, quizás Lord Swann nunca volviera a reclamarlo y tuviera que vivir para siempre en Aguas Claras.

¡En la próxima vida será mejor que nazca Señor, esto de ser un siervo es una mierda!

En el establo le esperaba un magnífico poni del Valle, quizás no eran los más veloces, pero eran animales fuertes a los que nadie superaba en terreno escabroso. El mozo de cuadras le dijo que a Lady Rowenta le encantaba salir a pasear en su yegua y que si tenía que acompañarla no podría hacerlo de pie, así que ese poni le pertenecía desde aquel momento. Lo que más le llamaba la atención eran ese color canela solo interrumpido por el blanco que le subía por las cuatro patas hasta la mitad de la parte inferior de la articulación, como si de unos calcetines se tratara.

-¿Tiene nombre? El mozo de cuadras negó con la cabeza. ¡Lo llamaré Calcetines Tobilleros! Un poco largo quizás… Entonces sólo Calcetines. Tobilleros será su apellido, si yo no puedo ser noble al menos mi poni si lo será.

Entre los preparativos del viaje y los entrenamientos el tiempo pasó rápidamente y cuando quiso darse cuenta ya estaban de camino hacia Aguas Claras. Eran una buena comitiva, como no podía ser menos para gente tan importante como Lord Swann y su hija. Durante el trayecto se enteró que además de él se quedarían algunas de las sirvientas con Lady Rowenta, alguna cara conocida al menos.

Claro que si hablamos de caras… Todavía recuerdo a ese bruto de Caster Cara Cortada, seguro que no se esperaba encontrarse con alguien más bruto que él. Menos mal que lo pillé cansado y tuve suerte con ese golpe en la cabeza, menudo animal, espero que no me guarde rencor o mi estancia en Aguas Claras será muy corta.

El viaje se le hizo largo, y aunque lo disfrutó encima de su nuevo poni observando el paisaje y mirando los sembrados al pasar mientras recordaba tiempos mejores al final del trayecto y por primera vez, deseó llegar cuanto antes a su destino.

Se me está quedando el culo tan tieso como a Lía la hija del carnicero. ¡Qué mujer…!

Muchas serían las cosas que echaría de menos, pero ante él todavía tenía un largo futuro y quizás en Aguas Claras encontrara nuevos alicientes, aún no tenía muy claro cómo sería eso de tener que proteger a Lady Rowenta.

Y cuando por fin contemplaron el que sería su nuevo hogar no pudo evitar una mezcla de sentimientos. Era un castillo bonito, con un hermoso lago alrededor, pero… ¡Demasiado pequeño! Al acercarse comprobó aliviado que tan solo había sido un efecto visual, entrarían todos sin problema. No era tan grande como el del Señor Swann, pero parecía acogedor al menos y la gente parecía contenta de recibirlos ya que se esperaba que en unos días hubiera una gran fiesta y ceremonia de bodas.

O así habría sido si a última hora no se hubiera cambiado al novio, no es que Gerrik tuviera alguna preferencia por quien se iba a llevar a la cama a su Señora, pero estaba claro que no era la mejor forma de empezar en el nuevo feudo, rompiendo un compromiso. En cualquier caso estaba claro que Lord Swann había decidido que su hija valía lo suficiente para casarla con el futuro heredero de todo aquello e hijo mayor de Ser Hadder Tully Señor Aguas Claras. En aquel momento no le dio demasiada importancia, aunque en el futuro sería una decisión que le complicaría mucho su vida y trabajo.

El banquete fue majestuoso, el mejor al que Gerrik había asistido nunca, claro que no había asistido a ningún otro. Se notaba que Lord Swann no había reparado en gastos para la boda de su querida hija y tras el banquete llegó el encamamiento.

Supongo que esta vez no tendré que escoltarla jijijiji.

Lady Rowenta y las criadas que la acompañaban residirían en la casa Señorial mientras que a Gerrik le preparon un sitio en el llamado “Barracón de los jinetes libres”. Allí dormían los principales guerreros al servicio de Ser Hadder, entre ellos su viejo conocido Caster Cara Cortada. Pronto los iría conociendo a todos y una noche de bodas con vino y buena comida era una gran ocasión para romper el hielo por primera vez.

Tras la boda y la marcha de Lord Swann comenzó la adaptación a su nueva vida. En realidad mucho más sencilla de lo que había imaginado pues Lady Rowenta no lo requería demasiado a su lado, el resto del tiempo podía entrenar junto a los hombres del castillo, que no dudaban en aconsejarle, incluso Caster, quien resultó ser un gran tipo que no le guardaba ningún rencor por lo de aquella melé.

Todo parecía ir a las mil maravillas, incluso se anunció la participación de unos cuantos nobles del castillo en un torneo en Lannisport, entre los que figuraba el Señor Pendrick. A Lady Rowenta le encantaba asistir a ese tipo de eventos, nunca se perdía uno y Gerrik nunca había estado el Lannisport (ni en ningún otro sitio que no fuera su pueblo y los alrededores del castillo de Lord Sawnn o los alrededores de Aguas Claras). Pero para su desgracia su Señora no estaba incluída en la comitiva y debía quedarse en el castillo.

¡La madre que los parió! ¿Es que todavía no la conocen? Menuda va a montar… ¿Y quién será el que tenga que aguantarla mientras tanto? Los nobles siempre pensando solo en ellos, como siempre.

Lady Rowenta era una muchacha con un carácter fuerte y a la que no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer, mucho menos prohibirle algo. En eso no se parecía en nada a su esposo que parecía un tipo bastante tranquilo y reflexivo, aunque muchos lo tachaban de hombre con poco carácter, pero Gerrik no opinaba eso, simplemente era difícil competir con el talante de su Señora. Y Lady Rowenta se lo tomó muy mal, tal y como Gerrik se esperaba.

Su única diversión para resarcirse parecía salir a dar largos paseos con su yegua, en la mayoría de las ocasiones impidiendo que Gerrik la acompañara y eso era algo que le estaba matando por dentro. ¿Como se suponía que iba a protegerla si se marchaba sola si dejar que la acompañara? ¿Es que no era consciente de que podía ocurrirle cualquier cosa allí fuera? Desde perderse a encontrarse con algún desaprensivo o un malhechor. Un día no aguantó más y tuvo que decírselo, aún a riesgo de que su Señora montara en cólera contra él, pero no podía permitir que saliera sin su protección, él debía responder de su seguridad, era lo único que tenía que hacer y ni siquiera podía. Quizás aquel día la encontró de mejor humor o quizás simplemente a ella le apetecía estar acompañada o comprendía que no era prudente que una dama saliera en solitario a pasear, pero aceptó que la acompañara. Gerrik nunca olvidaría aquel paseo.

Debió haberse imaginado algo con el incidente en las cuadras con Crann antes de partir, pero Gerrik no era bueno leyendo las señales, todo parecía marchar bien para él a pesar de todo y Lady Rowenta seguía de un estupendo humor, no notó nada ni vio nada fuera de lo normal.

¡Que estúpido eres Gerrik! Nunca comprenderás a las mujeres y mucho menos a una como Lady Rowenta.

Se sintió estúpido, estúpido e incómodo durante todo el camino de vuelta. Si Lady Rowenta pretendía que a Gerrik se le quitaran las ganas de acompañarla más en sus escapadas a caballo lo había conseguido. Pero su deber era protegerla y lo seguiría haciendo a pesar de todo, no había sido agradable, pero nadie le había dicho que su trabajo fuera a ser fácil. Al menos había conseguido que Lady Rowenta le comprara un escudo “por los servicios prestados”.

¿Y ahora como miro a la cara al Señor Pendrick? Lo va a notar… seguro que nota algo, el Señor Pendrik no es tonto… otras cosas quizás… pero tonto no.

La mente de Gerrik no paró de darle vueltas a todo lo sucedido hasta el punto que comenzó a dolerle la cabeza de tanto pensar, pero al entrar al castillo la llegada de una carreta llena de muertos y heridos con los hombres que habían ido a Solaz días antes hizo que se le olvidara todo de un plumazo, al menos durante un rato, los días siguientes seguiría dando vueltas a lo mismo una y otra vez, callado y en silencio, sin poder compartir con nadie su carga.

Lo de Solaz marcó un antes y un después en la vida de Aguas Claras. Por orden de Lady Rowenta ayudó con los heridos y llevó a Armase hasta su camastro para después retirarse y dejar a los que podían ayudar intentar salvar la vida de los dos heridos, pues Caster también había resultado mal parado. Esperaba que ambos se recuperaran, eran buenos hombres y buenos soldados, siempre dispuestos a echarle una mano en los entrenamientos. Para alegría de todos vivieron, pero el desastre en el pueblo había sido tal que todos parecían muy afectados por las muertes, sobre todo los que habían perdido algún familiar directo. Ser Hadder ordenó cerrar las puertas como medida de protección mientras se averiguaba el origen del ataque y lo que había pasado en Solaz.

Gerrik se tomó con cierto alivio aquella noticia, no más paseos por el campo con Lady Rowenta en una temporada, pero esa decisión agrió aún más el humor de la Dama que parecía un león encerrado en una jaula, al menos esperaba poder esquivar sus zarpazos hasta que las cosas mejoraran.

A pesar de todo fueron unas semanas difíciles, los ánimos encrespados, en encierro y la incertidumbre del ataque, los mejores hombres del castillo heridos graves o lejos en un torneo… Cuando Lady Rowenta no lo requería Gerrik redobló sus entrenamientos, presentía que debía prepararse bien para lo que pudiera pasar y pronto podría disponer de su nuevo escudo que Blantel y Dod estaban haciendo con gran esmero, sería una pieza magnífica que luciría el escudo de los Swann. Era por cosas como esas por las que Gerrik se sentía raro allí, como si no perteneciera a aquel lugar y en cierta medida así era, lo que no impedía que intentara tener una convivencia agradable con todos, a esas alturas comenzaba a pensar que Lord Swann nunca lo reclamaría y se quedaría allí para siempre así que mientras su suerte no cambiara de nuevo tendría que comenzar a fijar raíces allí. No era un mal sitio para vivir, a pesar que las circunstancias no eran las más favorables para casi nadie, pero Gerrik había aprendido que la vida te golpeaba antes y después y solo podías aguantar los golpes y seguir adelante, nadie iba a hacerlo por ti. No era extraño ver a Gerrik golpear monigotes en el patio del castillo o recorrer el patio por todo alrededor haciendo ejercicio o subiendo las escaleras y recorriendo los muros, subir y bajar escaleras era una buena forma de mantener la musculatura de las piernas y él debía apañarse con lo que podía hacer allí dentro. Pronto se conocía el castillo al dedillo, al menos no se perdería.

La llegada de los hombres del torneo de Lannisport y los buenos resultados no fueron suficientes para levantar los ánimos en el castillo, aunque a Gerrik nada le importaba el resultado, aunque si la llegada del Señor Pendrik. Estaba nervioso tras todo lo que había pasado y esperaba que con Lady Rowenta y su esposo de nuevo juntos todo siguiera su cauce, tenía muchas esperanzas puestas en ello. Gerrik se había propuesto guardar silencio, nada saldría por su boca y seguiría el consejo, o la orden más bien, de su Señora: “Procura mantenerte callado, sobre todo en público”. Gerrik sería una tumba.

Por desgracia a las primeras de cambio vinieron problemas, aunque todo se debía al nerviosismo, Lady Rowenta y el Señor Pendrik iban a ser padres.

Eso si que es una buena noticia que alegrará a todos en el castillo y ayudará a que las cosas vayan mejor para todos.

La pareja salió feliz de su primer encuentro, habían tenido mucho de lo que ponerse al día y seguramente no habían perdido ni un minuto, al menos tras la tensión de los primeros instantes. Gerrik también se encontraba feliz, había sido de los primeros en enterarse de la noticia, aunque fuera de manera accidental y ahora le dejaban libre pues querían hablar con sus familiares, pronto todo el castillo sería una fiesta.

Pero pasó un día y otro y la fiesta nunca llegó. Gerrik tampoco preguntó nada y aunque miraba con discreción la tripa de Lady Rowenta no le parecía que estuviera más gorda, finalmente se convenció que o bien había escuchado mal o algo había pasado.

Su rutina seguía siendo la misma: atender los encargos de Lady Rowenta y estar a su lado cuando ella lo requería y cuando no entrenaba o pasaba por la carpintería para ver como iba su escudo. Estaba muy emocionado con aquel asunto y deseoso de que terminasen, cosa que hicieron entregándole un magnífico escudo, mucho mejor y más bonito de lo que se había imaginado, con el blasón de los Swann perfectamente dibujado en el frente como Lady Rowenta se había encargado de especificar, incluso Gerrik les había acercado un pañuelo con el dibujo bordado para que no olvidaran ningún detalle.

-Un magnífico trabajo. Gerrik empuñó el escudo y lo movió a un lado y a otro. Debía acostumbrarse ahora a utilizarlo, pero le daba pena estropearlo. Ya pensaría en algo para conservar en perfecto estado su escudo el mayor tiempo posible, ahora quería enseñárselo a Lady Rowenta. Me queda perfecto, muchas gracias.

Por supuesto no quería molestar a su Señora tan solo para eso, así que aprovechó una de sus salidas al patio para hacerlo. Probablemente le hubiera resultado indiferente de no haber sido porque llevaba el blasón de la casa de su padre dibujado, eso la hizo sonreír levemente, o quizás habían sido sólo imaginaciones de Gerrik, últimamente estaba cada vez de peor humor por el prolongado encierro y cada vez se le ocurrían tareas más extrañas para él, pero Gerrik siempre las cumplía con diligencia, al fin y al cabo tampoco había mucho que hacer allí dentro encerrado, solo entrenar y aprender a manejar con soltura su nuevo escudo, eso si, procuraba hacerlo lejos de Ser Baltrigar pues no quería que en uno de sus arrebatos le diera por practicar con su escudo, para eso ya tenía los monigotes.

Lady Rowenta no era la única descontenta y cada día que pasaba la lista crecía mas y mas. El siguiente en sumarse fue el hijo bastardo Haudrey Ríos, sus dos hermanos habían sido seleccionados para recibir las espuelas y él no. Lo había visto luchar en el patio de armas, era un buen guerrero, probablemente mejor que sus hermanos y al parecer lo había hecho muy bien en el torneo pues había quedado segundo, pero tenía un problema, uno del que no parecía darse cuenta.

Por muy bueno que sea luchando siempre seguirá siendo un bastardo. ¿Se cree más noble que sus hermanos porque lucha mejor y porque su padre siempre lo ha tratado bien? Hasta que no aprenda cual es su lugar en el mundo las cosas no le irán bien.

Haudrey no le caía mal, parecía un tipo atento y competente, pero se creía un noble y acababan de demostrarle por las malas que no lo era, eso es lo que hacían los nobles, siempre les gustaba marcar la diferencia con el resto, incluso entre ellos mismos no todos eran iguales. La culpa la tenían muchos de sus supuestos amigos.

Gerrik había escuchado a algunos murmurar lo injusta de la decisión y seguramente nadie se había parado a hablarle claro nunca y decirle que lo importante no eran una mierda de espuelas si no hacer las cosas bien y que por mucho que se esforzara siempre sería un maldito bastardo, al igual que él era un labrador afortunado. Ambos podían dar gracias por todo lo que habían recibido, quejarse por lo que uno no conseguía siempre era una pérdida de tiempo y una actitud infantil y caprichosa, Gerrik creía en el trabajo duro y bien hecho como mero pago, todo lo demás que viniera, aunque bien recibido, era menos importante.

Casi al mismo tiempo se enteró de los problemas de salud de Blantel, así que de vez en cuando le gustaba pasarse por la carpintería a preguntar por él, siempre había sido muy atento con todo lo de su escudo y le parecía un buen hombre. Casi siempre encontraba a su hijo Dod al cargo de todo, trabajaba la madera tan bien como su padre y seguro que sería un digno sucesor en el taller, su padre tenía motivos para estar orgulloso. A veces, cuando Blantel gozaba de mejor salud y se pasaba por el taller le gustaba contar anécdotas de hacía años, tiempo más felices para todos en Aguas Claras, como aquella vez que un altar o algo parecido se había quemado y el pequeño Dod, de aquella un niño, lo había acompañado para ayudarlo y había vuelto más negro que un tizón al restregarse una y otra vez con sus manos manchadas de la madera quemada. A Gerrik le gustaba escuchar esas historias y esperaba que pronto la gente de aquellas tierras pudiera disfrutar de nuevo cosas parecidas.

Pero la mala salud de Ser Hadder tampoco daba muchas esperanzas de mejora inminente, ni siquiera los preparativos para la ceremonia de entrega de espuelas eran motivo de alegría ya. Aunque su señora si parecía emocionada pues su tío abuelo había confirmado su asistencia, si no se moría antes claro. La mejor noticia fue que con los invitados llegó algo de comida y bebida extra, cosa que era de agradecer con la escasez que estaban pasando, aunque Gerrik estaba acostumbrado a la austeridad, la vida de campesino nunca había dado para muchos lujos y las malas cosechas hacen que los estómagos se acostumbren a la poca comida.

La ceremonia fue un desastre, Gerrik no podría definirla de otra manera. Había sido una de esas ocasiones en las que uno acaba antes diciendo lo que fue bien por no pararse a enumerar todo lo que había salido mal o en muchos casos peor. Una de las cosas que más le habían disgustado era la pérdida de Caster, al que el bondadoso Ser Hadder había mandado a proteger al estúpido de su bastardo. Haudrey había llegado al techo de la idiotez aquella noche apareciendo borracho y discutiendo con su padre.

Había visto morir a hombres por menos, pero aquel desgraciado ni siquiera sabía la suerte que tenía, solo era un puñetero llorón y a Gerrik nunca le habían gustado los llorones, tampoco los borrachos, al menos cuando él tampoco lo estaba. Pero Lady Rowenta, como solía hacer de vez en cuando le había recordado su papel: Tú ver, oír y callar, sobre todo lo último.

Sabía que su Señora tenía razón, siempre la tenía y desde hacía tiempo intentaba poner en práctica sus consejos, pero a veces el joven labrador que llevaba dentro se apoderaba de él, aunque no en esa ocasión. Asistió impasible a todo dejando que fueran los propios nobles los que arreglaran sus problemas y como siempre el resto pagaría las consecuencias, el primero sería Caster aunque para ser sinceros pensó que ambos volverían, todo el mundo había tenido alguna mala borrachera y se había arrepentido al día siguiente de lo que había hecho. No volvieron ni pasado un día ni dos… y el castillo volvió a su rutina, salvo porque todo parecía indicar que Ser Hadder se preparaba para un ataque, o simplemente había decidido contar las armas que tenían y repararlas.

Por si las moscas Gerrik permaneció atento y siguió entrenando cuando podía, si iba a pasar algo quería estar preparado para defender a Lady Rowenta y además no podía estarse quieto mucho tiempo, aquello era una buena opción para que los días pasaran haciendo algo constructivo si su Señora no le requería.

Y nada parecía mejorar en aquel castillo, una noticia tras otra, un suceso tras otro, pero siempre malos, o peores. Primero la aparición de aquel nuevo grupo de bandidos, nadie lo dijo en voz alta, como si fuera un tabú, pero hasta un tonto podía adivinar de quienes se trataba por las descripciones que daban de algunos de los atacantes.

¡Joder! ¡Si son Haudrey y Caster! Menuda mierda se están echando encima ahora.

Gerrik ni siquiera intentó sacar el tema, ya bastante manía le tenían por servir fielmente a Lady Rowenta como para decir algo así de sus antiguos compañeros, si no se habían dado cuenta es que eran más tontos que él. Tampoco iba a juzgar las decisiones de otros, cada uno hacía con su vida lo que podía pero pasar de ser hijo y guerrero del Señor de Aguas Claras a unos bandidos era algo que le sorprendía.

Lo único que le aliviaba era que Ser Hadder no había revocado el mandato de mantener las puertas cerradas y por lo tanto Lady Rowenta no se empeñaría en salir a pasear con su yegua, por nada del mundo le gustaría encontrarse a esos dos como rivales. Mejor sería que las puertas siguieran cerradas y las patrullas mantuvieran lo más lejos posible a cualquier bandido.

Y entonces un día sucedió el hecho más increíble que Gerrik recordaba: el asesinato de Ser Hadder delante de todos por uno de sus hombres de confianza. Le impactó tanto y supuso para él una ruptura tan grande del orden que debían seguir las cosas que por primera vez desobedeció el mandato de Lady Rowenta de permanecer a su lado, ver, oír y callar y se lanzó a la carga contra el caballero intentando impedir que huyera impunemente, con más corazón que cabeza, todo hay que decirlo. Sin grandes esfuerzos para un luchador experimentado como Ser Baltrigar que lo anuló con un solo golpe seco del pomo de su espada en toda la nariz. Gerrik cayó inconsciente y no despertaría hasta minutos después con Johanna atendiendo su herida. Estaba algo desorientado al abrir los ojos.

-¿Qué… Qué pasó? Auuchhh me duele horrores. Gerrik intentó echar mano a su nariz, de donde provenía el dolor, pero Johanna se lo impidió de inmediato.

-¿Quieres estarte quieto? Tienes la nariz rota. Ser Baltrigar te la rompió cuando intentaste detenerlo y te desmayaste.

-¡Ser Baltrigar! Gerrik recordó de repente lo sucedido, al menos hasta que se lanzó hacia Ser Baltrigar, ahí ya no recordaba nada. ¿Y Ser Hadder? ¿Sigue vivo?

Johanna lo puso al corriente de todo lo que se había perdido mientras había estado inconsciente, la gravedad de la herida de Ser Hadder, la huída de Ser Baltrigar

-¡Menuda mierda! Supongo que lo estarán buscando. Y que casualidad que su hijo se dejara la puerta abierta por descuido. ¿No se supone que debería estar siempre cerrada? Bueno, qué más da.

-La herida ya no sangra y veo que ya estás lo suficientemente bien para protestar, será mejor que vuelva con Lady Rowenta. Ha dicho que te quedes descansando, si te necesita te hará llamar.

Gerrik no estaba cansado, algo dolorido sí y sobre todo rabioso. Se le había escapado delante de sus narices, nunca mejor dicho. ¿Y si hubiera atacado a Lady Rowenta? ¿No era capaz ni de frenar a un hombre lo suficiente para que no huyera? Cuando Johanna estaba a punto de salir por la puerta no pudo evitar preguntar algo más.

-¿Lady Rowenta…? ¿Está… Está enfadada conmigo?

Había desobedecido y faltado a su deber de protegerla y además todo para nada. Johanna no lo oyó o no quiso contestar aquella pregunta y la perdió de vista cuando salió al exterior dejando a Gerrik sumido en sus pensamientos.

Los días siguientes Gerrik lució su dolorida nariz rota por el patio del castillo, aunque en realidad lo que más le dolía era no haber podido detener al asesino de Ser Hadder. Todos estaban sumidos en una profunda tristeza y nadie parecía tener muchos motivos para sonreír o ser optimista. En aquellos momentos el futuro del feudo estaba en un hilo y Ser Horwin parecía el único capaz de digerir mejor las cosas, al menos hasta que los hijos de Ser Hadder se repusieran del duro golpe.

Fue el noble invitado quien ofreció una recompensa por capturar a Ser Baltrigar y su hijo Brocelyn el que finalmente trajo noticias del paradero de su padre, al menos así compensaba el “descuido” en cierta manera, claro que con un castillo lleno de hombres y caballeros no podía culparse al muchacho de la huída, todos eran responsables en cierta medida.

También se confirmó la presencia de Haudrey y Caster entre una de las bandas de malhechores más importantes de Solaz y aunque la noticia no era inesperada tampoco era buena.

El año estaba a punto de terminar y Gerrik se preguntaba si el siguiente podría ir peor. Parecía poco probable pero nunca se sabía, si alguien le hubiera dicho todo lo que iba a vivir en ese tiempo no le hubiera creído, así que prefería no confiarse. Estaría atento y procuraría mantenerse en buena forma para proteger lo mejor posible a Lady Rowenta, tampoco podía aspirar a hacer más, era un simple labrador con suerte, pero la suerte cambiaba de bando demasiado a menudo por aquellas tierras.

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26/01/2015, 16:00
Escudero Maegor Flores.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

Los días se sucedían uno a otro sin mucha diferencia entre ellos. Levantarse, desayunar, entrenar y aprender estaban a la orden del día. Sin embargo no eran días perdidos ni mucho menos con mis nuevos familiares: el abuelo, mi padre y la señora de los pelos rojizos aprendía bastantes cosas.

El dominio de la espada era una de mi favoritas y tanto a Otto como a mi padre no parecía importarles mucho mis errores, que no eran pocos. La espada de madera me acompañaba allá dónde yo fuera, y es que una de las cosas que se encargaron de enseñarme aquellos dos era que siempre tenía que estar preparado para pasar al ataque, cualquier circunstancia podría ser aprovechada por el enemigo.

La rutina a la que ya empezaba a acostumbrarme se fragmentó cuando me enteré de la gran noticia, padre y mi nueva madre iban a traer un hijo al mundo. Los temores se apoderaron de mí en el mismo instante en el que me enteré, y es que, no conocía tanto a mi nueva familia para estar seguro de que no me darían de lado. Puede que muchos me acusen de sensible. Sin embargo, no quería que de algún u otro modo el cariño que había ganado entre ellos se disipara con el nacimiento de un nuevo niño. Tenía que avivar el orgullo que por lo menos mi padre pudiera sentir hacia mí a cualquier precio. No cabe duda de que el niño nuevo ocupará su atención, pero yo le llevo unos pocos años de ventaja. Si jugaba bien mis cartas aunque bastardo me pondrían de ejemplo a seguir.

De los muchos momentos dónde ese sentimiento de ser superior que un hermano aún inexistente se aplacó, uno de bastante importancia fue un viaje que hicimos tanto mi padre como yo para escoltar a Gwraidd, el hijo de Ser Hardder desde el palacio hasta Orilla Azul. No pasó gran cosa en dicho viaje, pero mi mente se encargó de absorber todas y cada una de las cuestiones básicas a la hora de realizar un viaje, los turnos, el racionamiento de la comida, etcétera.

Dado el éxito rotundo del viaje poco a poco iba mirando con menor inseguridad hacia el creciente vientre de Alé, aunque no sin sentir cierto resquemor. Esta última, mostraba un enorme interés en tener al hijo fuera del castillo, cosa que me extrañó ya que en el castillo había muchas comodidades y buenas maestras del oficio que podrían ayudarla. Sin embargo, y a pesar de todo, en ocasiones cuando aquél sentimiento desaparecía, me entraban ganas incluso de ponerme a escuchar por si se oía algo con la oreja pegada en el vientre, pero nunca me atreví a pedirlo. No era quién.

Mi nombramiento como Escudero fue otro de aquellos momentos que esperé con gran cautela y que cuando llegó no pude evitar sentirme orgulloso y jactante del mismo, no era gran cosa, pero ya era algo, a partir de ese día si antes no podía fallar, ahora mucho menos. Tenía que conseguir que el cariño, y la buena recepción de mi persona a la familia se mantuviese, incluso con el nacimiento del pequeño, incluso cuando este pudiera hablar, manejar una espada o incluso ser nombrado Escudero.

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27/01/2015, 16:55
Escudero Beldyr "hijo del Traidor" Tormenta.

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.:

Mes 1.

La muerte de Brosten es un hecho que cala hondo en el Castillo sobre todo entre los Exploradores y la Guardia que eran los que más trato tenían con el Leñador.

A finales de mes Carlysle entra a formar en la Guardia y Chalton empieza a ejercer de ayuda de cámara de Ser Hadder, parece que será el futuro Mayordomo del Castillo.

Mientras tanto empieza mi entrenamiento con Ser Orsey, mi nuevo mentor.

-Te encargarás de fortalecer tu cuerpo hoy. Antes de empuñar una espada, hay que tener la fuerza suficiente para empuñarla, muchacho. Quiero que pases la mañana corriendo, dando vueltas al patio del castillo y a los alrededores de las murallas. Cuando estés cansado, dejarás de correr, pero descansarás con un saco de tierra a tus espaldas. Si no fortaleces tu cuerpo, no podrás dominar jamás la técnica.

 

Escucho atónito las sandeces que Ser Orsey escupe.

Sin duda no tiene ninguna gana de entrenarme hoy pero ... todo tiene un límite y sin duda Ser Orsey lo ha sobrepasado.

- ¿En serio? - le digo enarcando la ceja. ¿Acaso para ser un Caballero hay que ser una mula sin cerebro? - pregunto.

- Desde luego en vuestro caso no os ha ido muy bien. - prosigo. Pues en el último Torneo perdísteis de forma miserable sin ninguna oportunidad de desmontara vuestro rival, un simple Escudero, el cual por cierto tenía bastante menos músculo que vos.

- En cambio yo estando enfermo y casi sin poder montar descabalgué al Lannister, que llegó a la final, aunque los jueces le dieran el triunfo a él.

Sonrío sabiendo que sin duda le habrá dolido la pulla que le he soltado, cosa que por otro lado es totalmente cierta.

- Es más, durante el asalto que sufrimos por parte de los piratas esos del demonio, yo mismo acabé con varios de ellos junto a Royne.

 

Cruzó de un guantazo mi cara sin siquiera inmutarse.

Por fortuna Ser Orsey no llevaba puesto un guantelete pues de llevarlo puesto me habría partido la mandídula del guantazo que me asestó en represalia por mi verborrea.

- Joder, Beldyr. ¿Cuando aprenderás a mantener esa bocaza cerrada de una puñetera vez? - me recrimino mientras me llevo la mano al rostro totalmente enrojecido por el impacto de la mano de Ser Orsey.

Cuando consigo recomponerme me lanza una espada de práctica.

-Espero que tu habilidad pueda sostentar esas bravuconadas. - me dice.

- ¿Ves Beldyr? - me digo a mi mismo agarrando la espada y poniéndome en posición de combate. Ahora te toca recibir otra paliza como la de antaño. Sólo que esta vez le tocará sudar algo para conseguirlo.

- Eso espero yo también. - musito al escuchar las palabras de mi Maestro.

Trago saliva y asiento con la cabeza a Ser Orsey dando pie a que comience a atacar con la furia que le caracteriza.

Paro tantos golpes como puedo pero alguno traspasa mis defensas provocandome sin duda moratones allá donde la espada de madera de mi Maestro impacta en mi cuerpo.

Llegó un momento en que me dije a mi mismo que tenía que pasar al ataque y eso hice. Aproveché una carga frontal de Ser Orsey para desplazarme lateralmente y asestarle un golpe en la rodilla, el cual espero que le duela una mínima parte de lo que me duele a mi cada uno de sus golpes. Luego me lanzo al ataque redoblando la intensidad mientras las fuerzas me aguantan mas Ser Orsey consigue parar los golpes con más esfuerzo del que sin duda esperaba necesitar.

Finalmente harto ya del combate vuelve a la carga atacando con más velocidad y fuerza que antaño. Esta vez consigue traspasar mis defensas con más frecuencia. Al cabo de una docena de golpes consigue entumecerme el brazo de un golpe y la espada de madera cae al suelo mientras gira y me golpea en la corva haciendo que mis rodillas aterricen en el suelo.

Estoy exhausto y lleno de moratones pero por el rabillo del ojo puedo ver que Ser Orsey está sudando más de lo que pensaba que iba a hacerlo.

Sonrió cuando caí de rodillas ante él, y lanzó su espada de práctica frente a mi.

-Te convertiré en un poderoso caballero -dijo secamente. Esto no ha sido más primera lección: el respeto que me debes. Nunca lo olvides. Esos moratones te lo recordarán durante unos días.

Desde luego, mis métodos no eran como los del padre del muchacho. Ser Baltrigal me había enseñado mucho y bien, pero mi estilo era mucho más brutal y estricto.

-Mañana volveremos a vernos aquí, a la misma hora.

Asentí a las palabras de Ser Orsey.

- Por supuesto. - digo sin levantar la mirada más de lo estrictamente necesario.

Tiene razón, sin duda los moratones me durarían unos cuantos días.

- Mañana estaré aquí para la siguiente lección. - respondo levantándome y recogiendo las espadas para ponerlas en su sitio. Gracias.

- Más me vale que mi padre no se entere de este "combate". - pienso mientras pongo las espadas en su lugar. Ahora, tengo que ser fuerte y aguantar el dolor que yo mismo me he buscado.

Al día siguiente Beldyr llegué antes de la hora establecida para el entrenamiento con Ser Orsey.

Me dolía todo el cuerpo del "entrenamiento" del día anterior pero no daba muestras mientras estaba de pié esperando que llegara mi Mentor. Estaba totalmente decidido a mejorar y a demostrarle a Ser Orsey que no se equivoca confiando en mi.

- Seré el mejor Escudero de cuantos hay en Aguasclaras. - pienso con determinación mientras aguardo.

Mi Mentor llegó con una energía que nunca había visto antes. Me lanzó la espada de madera y acto seguido me endosó un golpe en el costado para acto seguido descargar otra estocada en el mismo sitio. Tengo que apretar los dientes para no soltar un grito de dolor pero lo consigo.

-Esta primera semana va a ser especialmente dura, zagal -dije, mientras volvía a golpear con la espada de madera sobre la mano que el chico se llevó al costado donde recibió el primer golpe-. Has de aprender la fiereza del combate, la nula piedad que te mostrará tu adversario, y a estar siempre preparado.

- De acuerdo. - respondo a sus palabras parando el siguiente envite y contraatacando rápidamente. Lo tendré en cuenta. Un Combate no termina hasta la rendición o la muerte de uno de los combatientes.

-Eso mismo habrás de mostrar tú al enemigo. Ninguna piedad mientras no pida clemencia o se rinda, ningún remordimiento de acabar con su vida. Eres tú o él -desvió mi golpe con la espada, pero aun así casi le alcanzo en un rápido contraataque-. Eso es, lo vas pillando.

Sonrío ligeramente cuando alaba mi contraataque.

- Bien Beldyr, sigue así. - me digo a mi mismo volviendo a la carga con renovada determinación.

Un día tras acabar el entrenamiento con Ser Orsey me encamino al encuentro de Pendrik.

- ¿Como ha ido el entrenamiento? - le pregunto al llegar hasta él.

Estaba convencido de que el joven heredero sabía justar y luchar con las armas pero por ahora había sido incapaz de demostrarlo. Entre el Mimado y el Inútil ... vaya un par de motes para unos primogénitos.

- Más vale que nos quitemos nuestros motes cuanto antes o seremos el hazmerreir allá donde vayamos a justar. - comento con una sonrisa para quitarle hierro al asunto. ¿Te imaginas que me presentasen como el Escudero Mimado? - comento. Sin duda nadie me tomaría en serio y sin duda alguien lo lamentaría, como casi hace ese maldito Lannister.

-Creo Beldyr que tienes bastante rázón en cuanto dices. Lo de los motes con los que nos han obsequiado es algo que estoy seguro que con el tiempo, y mucho no será, se caerá por su propio peso. Estimo que demostraremos nuestra valía mas antes que después y tales apodos quedarán en el recuerdo. Vos seguro que seréis un excelente guerrero y caballero, no me cabe duda.- me responde tras lo cual reflexionó durante unos latidos y continuó. -¿Qué opináis del tema de Brosten, cómo pensáis se debería enfocar la relación con los aldeanos?- esbozó una sonrisa amable. - Sería para mí un honor conocer tu opinión.

Desconozco si es verdad o no mas una oportunidad así no se presenta todos los días.

- Ese es un asunto un tanto peliagudo de tratar. - le respondo francamente. La muerte del padre de Brosten fué un fatal accidente que dado que no estaba allí presente ignoro si podría haberse evitado o no, mas eso no va al caso.

Hago un alto para meditar bien mis palabras.

- A partir de ahí todo fué un cúmulo de desafortunadas situaciones. - continúo. Cierto es que el castigo a Royne puede ser que no fuera el adecuado según el sentir del pueblo mas lo que es cierto es que los posteriores actos de Brosten estaban fuera de lugar. La traición es injustificable.

- A voz de pronto... - prosigo cavilando - ... se podría pagar el entierro tanto del padre como del propio Brosten y decretar un par de días de luto por la muerte de ambos. Tal vez así consigamos que aunque se nos pueda acusar de la muerte de ambos también podrían ver "arrepentimiento".

Quedo callado a la espera de respuesta de Pendrik. Evidentemente hay más opciones pero esta es la que se me antoja más barata para las Arcas del Feudo y sin que haya que dar un castigo público a Royne, el responsable de la muerte del padre de Brosten.

Pendrik me miró y asintió convencido de que la propuesta era buena.

-En cuanto pueda y observe a mi padre accesible, o receptivo a lo que aquí hemos tratado no dudéis que le propondré cuanto me habéis dicho, que a fe mía que es gran idea.- Tomó mi brazo y lo asió fuertemente demostrándole amistad y confianza.

Agarro el brazo de Pendrik devolviéndole el gesto.

- Gracias. - le digo. Ya sabeis que podeis contar conmigo para lo que necesiteis.

Mes 2.

Llega al Castillo Lord Swann junto a su hija Lady Rowenta Swann para celebrar la boda entre esta última y el Escudero Horace. Eso es sin duda una Gran Noticia para la familia de mi Maestro Ser Orsey Crakehall.

Mas lo que después pasaría es algo que escapó a todo entendimiento. ¡Ser Hadder dió la mano de Lady Rowenta a Pendrik en vez de a Horace!

Miro la reacción de mi padre y la de mi mentor, el cual se excusa rápidamente en la indisposición de su esposa Lady Lydia para ausentarse y evitar estar más tiempo en esa incómoda situación que seguro que le hacía hervir la sangre.

La boda se celebra sin ningún tipo de contratiempo. Sé de buena tinta que la familia Crakehall, o por lo menos parte de ella, se siente humillada publicamente más Ser Otter mantiene firmemente sujetas las "riendas" de Ser Orsey para que no cometa ninguna estupidez fruto de su fuerte temperamento

Mes 4.

Cuando Ser Baltrigar entra en los aposentos y me apremia para que le ayude a ponerse la armadura obedezco sin rechistar.

- Voy. - le digo ayudándole a fijar todas las piezas de la armadura. ¿Qué ocurre, padre? - le pregunto mientras mis manos trabajan sin parar en las cinchas de la armadura.

La respuesta de mi padre me deja helado.

– Tus hermanos… Brandon y Carlysle… están metidos en algún lío en Solaz del Soldado. – me respondió como con prisa. – Estaban con Roy, el hijo de Russ. Nos vamos a buscarles.

- ¿Qué? - pregunto. ¿Que demonios hacían esos tres sólos en Solaz del Soldado?

Iba a decir que lo acompañaba pero Ser Baltrigar se adelantó.

- Permanecerás aquí y cuidarás de tu madre y tus otros hermanos. Pase lo que pase, ¿entendido?

Su tono era tal que no me quedó otra que asentir.

- De acuerdo padre. Cuidaos y traed a Brandon, Carlysle y Ron con vida, si podeis. - le respondo. Y si no reducid Solaz del Soldado a cenizas. - pienso sin decir nada.

Luego se despide de madre y tras coger su escudo se encamina al patio donde le esperaban Russ, Armase y Ser Madrigal.

- Por lo menos va bien acompañado. - pienso al ver la comitiva.

Horas más tarde Lady Patricya Florent viene a buscar a mi madre, la cara que porta no es nada halagüeña.

Sigo a ambas mujeres junto a Brocelyn y Charlton. Al llegar al Patio un nudo se me hace en el estómago cuando reconozco a dos de los tres cuerpos sin vida son los de Brandon y Carlysle.

- ¿Que cojones hacíais en Solaz? - me pregunto.

Antes de que Brocelyn y Charlton vean el espectáculo que hay en el patio me planto frente a ellos.

- Volved a los aposentos y no miréis atrás, ¿entendido?

- Pero, ¿que pasa? - pregunta Charlton.

- Ya lo sabrás, ahora haz lo que se te ha dicho.

A regañadientes ambos retroceden y regresan a los aposentos de donde no deberían de haber salido.

Una mezcla entre rabía colérica y congoja se apodera de mi. Me acerco a mi madre que llora desconsolada la muerte de dos de sus hijos. No sé que decir para consolarla pues yo tampoco hallo consuelo por la tremenda pérdida.

- Madre ... - acierto a decir mas soy incapaz de pronunciar palabra alguna.

Miro a Russ intentando hallar una respuesta a toda esta barbarie.

- ¿Que hacían en Solaz? - le pregunto encaminándome hacia él aún a riesgo de llevarme un buen golpe por parte del Jefe de la Guardia que también había perdido un hijo, aunque en ese momento me traía sincuidado tal hecho.

Estaba esperando la respuesta de Russ cuando oigo como mi padre me habla. Los nudillos de ambas manos se encuentran blancos de la fuerza con la que estoy apretando los puños deseosos de empezara golpear a alguien y Russ llevaba todas las papeletas.

- Hablaremos luego Matatoros. - pienso conteniendo la rabia para no empeorar la situación.

Escucho atento las palabras de mi padre.

- De acuerdo Padre. - le digo acercándome a mi madre y paso un brazo por encima de mi madre para consolarla en la medida de lo posible.

Intento contener las lágrimas todo lo posible para que mi madre no tenga que consolarme también a mi pero finalmente las lágrimas surcan silenciosas mi rostro.

No sabía que decir a mi madre para animarla así que guardo silencio para no decir nada que pueda afectarla más de lo que ya estaba tras encontrar a dos de sus hijos sin vida.

Mes 6.

Llegan nuevas caras a Aguasclaras. Nuevos sirvientse que sin duda son bienvenidos.

Mes 7.

La noticia de que Ser Hadder va a otorgar las espuelas a Pendrik y Gwraidd pero no a Haudrey que era quien más méritos había hecho para recibirlas vuelve a dejar sin aliento al Castillo.

¿Estará perdiendo Ser Hadder la cabeza? Ese pensamiento recorría los pasillos de Aguasclaras cuando ninguno de los Tully andaba cerca para escucharlo. En verdad, los últimos actos de Ser Hadder así lo hacía entrever.

Mientras tanto intento que mi padre salga de su "encierro" y empiece a entrenar nuevamente. Sin duda lo primero que tiene que hacer es dejar la bebida pero ... eso es algo que no será fácil.

Aún así consigo sacarle al patio y que entrene por lo menos tres tardes a la semana.

- Todo el tiempo que esté entrenando no lo estará bebiendo. - pienso satisfecho.

Mes 11.

El fatídico mes en que se entregaron las espuelas a ambos Tully será sin duda más recordado por la enorme bronca entre Ser Hadder y su bastardo Haudrey, el cual está a punto de asesinar a Pendrik en un arrebato de ira, de hecho si no fuera por la rápida intervención de Caster sin duda lo habría ensartado como a un gorrino.

También será recordado este mes como el que Ser Baltrigar, mi padre, da muerte a Ser Hadder. Estando todos los Caballeros y Escuderos reunidos en el Salón desprovistos de armas y armaduras Ser Baltrigar irrumpe a lo salvaje totalmente imbuido en su Armadura Pesada y con la espada al cinto avanza hacia Ser Hadder con el que comienza una acalorada discusión en el que ambos pierden los papeles y se faltan al respeto.

Las palabras de Ser Hadder hacia mis hermanos son lo más ofensivo que recuerdo haber escuchado jamás de un muerto.

- ¿Como osa hablar así de mis hermanos? - pienso apretando los dientes y nundillos tanto que estos se tornan blancos.

Mas la reacción de mi padre me pareció desmesurada. ¡¡Desenfundó el arma y apuntó a Ser Hadder!!

Sin que tuviera tiempo de pensar en lo que estaba haciendo me lancé hacia mi padre para intentar detenerlo provocando la lógica reacción de este que me propinó un tremendo golpe en el costado con el guantelete que me lanzó varios metros hacia atrás dando con mis huesos en una columna perdiendo el conocimiento al instante.

Mi siguiente recuerdo fué cuando menos inquietante. ¡¡Mi padre había matado a Ser Hadder a sangre fría!!

No sabía como reaccionar ante tamaña traición. Ciertos habitantes de Aguasclaras me señalaban y cuchicheaban cuando pasaba a su lado mas todo eso a mi no me importaba.

Mes 12.

El entierro de Ser Hadder lo vivo más de lo que me hubiese gustado hacer.

Tengo que hablar con Pendrik y Gwraidd mas no sé como empezar la conversación. Tengo que armarme de valor y decir lo que realmente pasa por mi cabeza.

- Si, eso haré.

Brocelyn llega a finales de mes diciendo que mi padre está al servicio de Ser Monte Lefford y que Haudrey y Caster lo están al de Krust.

- ¿Se han vuelto locos esos tres?

Definitivamente tengo que hablar con Ser Pendrik, Ser Gwraidd y con ser Horwin.

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27/01/2015, 19:23
[RIP] Carlysle, 4º hijo de Ser Baltrigar.

VIÑETA DE CARLYSLE

VIÑETA XVIII: AÑO 153 D.A.

FINALES DEL MES 1:

Finalmente entro a formar parte de la Guardia de Aguasclaras. Me siento orgulloso de ello y rápidamente, quizás demasiado viendo el resultado final, mi cabeza empieza a "soñar".

Empiezo a imaginarme como el salvador de Aguasclaras, el que limpiará Solaz de toda la herrumbre y podredumbre que lo llena por doquier.

- Tal vez si conseguimos datos interesantes podríamos actuar con rapidez contra esa escoria. - pienso satisfecho. Si, eso es. Puede hacerse. - prosigo diciéndome a mi mismo.

MES 2:

Cuando Ser Hadder dice que Lady Rowenta no se va a casar con Horace sino con Pendrik me extraña pero no digo nada más pues no es de mi incumbencia que hagan los señoritos. Al fin y al cabo no es algo que me vaya a afectar pues no tengo trato con ninguno de ellos así que me encojo de hombros y sigo a lo mío. Pensando que hacer y como hacerlo para liberar Solaz de toda la escoria que lo habita.

FINAL DEL MES 4:

Finalmente me armo de valor y le comento a Russ mi idea.

Al principio le extraña, cosa normal dado que parece que ninguno de sus hombres tiene redaños para tener iniciativa propia, así que hace llamar a su hijo Roy y a mi hermano Brandon.

Cuando Russ les comenta mi idea Roy acepta encantado pero Brandon ... ese ya es harina de otro costal. Parece bastante reacio aunque finalmente acepta.

 

Al día siguiente partimos hacia Solaz.

- ¿Se puede saber a donde vais con las Lanzas y Escudos? - nos pregunta Brandon a Roy y a mi cuando nos ve pertrechados.

Una vez todos "preparados" salimos del Castillo en dirección a Solaz intentando pasar desapercibidos aunque por el camino ya llamamos la atenciión de los viandantes en un par de ocasiones.

Al llegar a Solaz todo fué peor. Las miradas fueron contínuas a lo que había que sumar nuestra inexperiencia y la "brutalidad" y brusquedad usada en bastantes más ocasiones de las deseadas provocaron que no sólo no pasaramos desapercibidos sino que llamaramos la atención de quien no debíamos.

Deambulabamos por Solaz cuando de repente nos encontramos en con un callejón sin salida mas cuando nos dimos la vuelta un viejo nos cortaba el paso. Antes de poder preguntarme que estaba pasando el anciano sacó una espada y se dirijió hacia Brandon con una velocidad impensable para alguien de su edad.

Apenas desenfundó su daga cuando la espada del tipo ese traza un arco y de un solo golpe corta las dos manos de mi hermano a la vez.

- ¡¡¡AHHHH!!! - grita al mirar sus muñones, convertidos en surtidores de sangre, y las manos en el suelo.

Mas su grito no duró mucho pues un segundo tajo atraviesó sui estómago de lado a lado sacando las entrañas. Su muerte fué instantánea.

El siguiente fué Roy que instantes después recibió sendos tajos en la garganta formando una X en la misma.

En ese instante mi cuerpo ya estaba temblando como si de una gelatina se tratara. No obstante me armo de valor y pongo mi escudo por delante centrando toda mi atención en defenderme de los salvajes golpes de ese bastardo malnacido.

El primer golpe que recibo es de una brutalidad estremecedora. Revienta el escudo y mi brazo con él. El dolor es tan grande que me desmayo y no siento el golpe final que parte por la mitad mi corazón provocando que mi sangre riegue el callejón de Solaz y se junte con la de Roy y Brandon. Ya nada más podremos hacer en esta vida.

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28/01/2015, 23:16
Royne Ríos, guardia raso.

La noche era fría, como todas las noches tanto en este año como en el anterior. Royne Ríos se hallaba sentado junto a los rescoldos de un pequeño brasero, sentado en un taburete cojo de la sala de guardia de la barbacana principal. A la bailarina luz de una antorcha, el bastardo de Lord Frey observaba sus propias manos. Callos de sostener la lanza durante horas, de subir y bajar el puente levadizo; arrugas de hacer la ronda cada día, a la intemperie, bajo nieve, lluvia o sol. Atrás quedaron los sueños de convertirse en caballero, de justar frente al Rey, de ser un héroe. Royne vivía la vida de un humilde soldado de la guardia de Aguasclaras y era feliz con ello.

Incorporándose, alcanzó de la mesa una frasca de agua. La temperatura era tan baja, que al beber de ella notó pequeñas esquirlas de hielo pasando por su garganta. Congelada, pero revitalizante. Tras remojar la punta de los dedos, se masajeó bajo la nuca y la zona de las sienes: en unos minutos regresaría Tarmall y sería el turno de Royne de hacer la ronda por las murallas. Más le valía estar despierto. Aprovechando el tiempo que faltaba, buscó entre sus ropajes los pasajes de la Estrella de Siete Puntas que había copiado esa misma tarde para su improvisado alumno.

- Su turno, señor -dijo el Pocas Ganas, tartamudeando y tiritando de frío.

- Gracias, Tarmall -contestó la antigua Primera Espada, y mostrando las delgadas hojas de papel, continuó-. Te dejo aquí algo para que te entretengas.

Royne recogió su abrigo de pieles y salió a la noche. Una suave brisa meció sus cabellos, azotando su cara con leves ráfagas de aire helado. Tras afianzarse el cinto de la espada, se envolvió con el grueso abrigo y empezó la ascensión hacia las almenas. Al coronar las alturas de los muros de Aguasclaras, el bastardo de los Gemelos pudo contemplar la desolada visión de los campos de cultivo sin arar, cubiertos de blanca escarcha, y recordó a Cordam, el actual jardinero del castillo, el día en que lo conoció.

Sería a mediados del cuarto mes, durante su periplo con Gwraidd. Ser Gwraidd Tully, para ser más exactos, aunque en ese momento era simplemente el escudero Gwraidd. Royne rememoró esa mañana en que ser Gwraidd, Bethan y él mismo llegaron a Campotrigo. Campos helados, árboles desnudos y ajados, charcos de cristal bajo las patas de sus caballos... Y un pobre hombre luchando a golpes de azadón contra el Invierno, solo, empecinado. Tom el Brasas inició un murmullo monocorde iluminando a sus compañeros de viaje con sus grandes saberes sobre el cultivo y la cosecha de la patata, mientras el hijo de ser Hadder no apartaba la mirada del atareado campesino.

- La viva imagen del Herrero, ¿no cree, mi señor? -comentó Royne, deteniendo su caballo junto al de Gwraidd.

Los ojos del futuro caballero parecieron agrandarse, justo antes de salir del camino al galope, cruzando el congelado campo hasta llegar junto al campesino. Antes de que el resto de la comitiva le alcanzara, el hijo de ser Hadder ya estaba estrechando la mano del feliz Cordam, que unos días más tarde ya sería un miembro más de la familia de Aguasclaras. Ese mismo día, llegaría a convencer a Berta, una de las sirvientas de la taberna Espiga Dorada de Camportrigo, entre otros. Ese chico tenía el arrojo de su padre. Y su carisma. Tras la muerte del Señor de Aguasclaras, esas eran dos virtudes que el feudo iba a necesitar.

Royne prosiguió su ronda, paseando encorvado por las almenas. El patio de armas era una mancha blancuzca y desierta a sus pies. El castillo dormía. Una ventana del barracón de los jinetes libres se abrió durante unos instantes, dejando entrever una figura a contraluz. Espaldas anchas, brazos abultados, la frente rozando el dintel: el Matatoros asomaba la cabeza para tomar aire fresco. Ese hombre parecía hecho de pura roca. Tanto en cuerpo como en alma. Tras la muerte de su hijo en Solaz del Soldado, su rostro se había convertido en una máscara taciturna e inamovible. Las palabras que el jefe de la guardia pronunciara frente a ser Hadder ese día, resonaron en la memoria del bastardo de Lord Frey.

«Yo autoricé la partida de esos desdichados chicos. Yo. Mis manos están manchadas con la misma sangre que tiñe las de Bonhart o los Lefford. Yo les permití marchar en una misión de sondeo, sin más instrucciones y órdenes que las de echar una ojeada sin buscar problemas. Pero todos hemos podido ver el resultado... Mandé a mis hombres a la muerte. A nuestros hijos... Soy tan responsable de esta desgracia como sus asesinos, sean quiénes sean. Desde este momento, pongo mi destino en vuestras manos, ser Hadder. Ya no soy digno de ostentar el cargo de jefe de la guardia ni de vivir bajo vuestro techo.»

La respuesta de ser Hadder no fue menos sentida.

«Fue un error dejarles ir, con consecuencias trágicas y terribles, pero no más que un error. Tu único crimen fue confiar en unos niños que creían ser hombres. No me eres útil en las mazmorras pero si lo eres ejerciendo tus labores, sobre todo en lo que se avecina

Lo que se avecina... El Señor de Aguasclaras parecía haber vaticinado su propia muerte...

Los ventanucos de los barracones se cerraron súbitamente, dejando otra vez el patio a oscuras. Royne continuó su patrulla, atravesando la maciza estructura de la torre sureste hasta llegar a las murallas orientales, las que daban al lago Aguasclaras. La luna se reflejaba sobre la superficie del agua, ondeando sobre el calmo oleaje que provocaba la brisa del interior. Mientras andaba, desvió su mirada hacia la mole de la Casa Señorial. Una carcasa vacía. Una vaina sin espada. Ser Hadder Tully había muerto, asesinado por uno de sus caballeros abanderados. El soldado tembló, mas no por el frío, si no por la rabia contenida. Ese malnacido, con el que había compartido mesa y conversación, ese traidor, había ensartado al Señor de Aguasclaras en la mismísima Sala de Ceremonias del castillo, frente a la atónita mirada de sus hijos y sus hombres. Baltrigar. El Traidor. Que los Siete lo abrasaran en sus Siete Infiernos.

¿Cómo ha podido ocurrir...?

El soldado bastardo continuó su paseo por las murallas, arrebujado en su cálido abrigo de pieles, dándole vueltas a la traición de Baltrigar y al futuro incierto del feudo, cuando algo llamó su atención. Por un instante le pareció vislumbrar un destello de luz en una de las ventanas de la torre del homenaje. ¿Habría vuelto a aparecer el maestre Ammon? ¿Sería solo su fantasma? Royne se detuvo, intentando traspasar la aullante oscuridad de la noche con su mirada. Ahí está otra vez, se dijo al volver a ver la efímera luz. Esta vez, el brillo provenía de una ventana más elevada que la anterior. Alguien estaba subiendo hacia la cima de la torre, portando una antorcha para iluminar su ascenso. Intrigado e inquieto, Royne bajó por las escaleras más cercanas y cruzó el escarchado patio de armas para perderse en las entrañas de la Casa Señorial.

Los desgastados peldaños, mudos testigos de las miles de idas y venidas del desaparecido maestre Ammon, apenas resonaban con el acelerado paso de Royne. Cuando alcanzó la trampilla que daba acceso a la azotea, el soldado jadeaba y sudaba bajo su abrigo. Royne se tomó unos segundos para recuperar el aliento, intentando estar a punto por si el desconocido que vagaba a esas horas por el castillo no era trigo limpio. Los sucesos acaecidos en los últimos meses mantenían a la guarnición de Aguasclaras en guardia; ningún otro asesino se colaría en los muros del castillo, no durante el turno de Royne.

El bastardo de Lord Frey abrió la trampilla lentamente, intentando que los viejos goznes no chirriaran. Espada en mano, avanzó alerta, volviendo la cabeza a derecha e izquierda en busca de cualquier cosa sospechosa. En un rincón, en la parte norte de la torre, una figura sollozaba agazapada, con la espalda apoyada en las almenas.

- ¿¡Quién va!? -inquirió el soldado con voz potente y autoritaria.

El desconocido, aún oculto tras su capa, levantó la cabeza. Unos ojos claros y húmedos de llanto miraron al soldado.

- Theresa Nieve. Sólo yo- dijo la norteña, con la voz aún temblorosa, avergonzada, secándose las mejillas con el dorso de la mano.

Era la primera vez que Royne le dirigía la palabra en mucho tiempo. Theresa volvió a mirar al suelo, sintiendo que si encontraba de nuevo la reprobación en el rostro de la anterior Primera Espada, no sería capaz de soportarlo ni de pasarlo por alto en aquellas circunstancias.

No te preocupes, si entorpezco tu guardia no tardaré en irme. Has hecho bien en venir a comprobar quién se encontraba aquí arriba -prosiguió Theresa.

Royne se mantuvo callado mientras la norteña se incorporaba y le daba la espalda, dirigiendo su mirada hacia el oscuro horizonte. Aunque Theresa intentó mostrarse serena, el peso de la pena y la vergüenza cargaba sus hombros hasta llegar a encorvarla. La Primera Espada de Aguasclaras había vuelto a fallar. El bastardo de los Gemelos sabía lo que se sentía al errar en tus deberes. Aunque Theresa era una blasfema seguidora de los Falsos Dioses, también era la Protectora de ser Hadder, como una vez lo fuera Royne. El Señor de Aguasclaras, el mismo que una vez llamara «amigo» a Royne, había puesto su confianza en ella. Y ser Hadder nunca confiaba en balde.

El bastardo de Lord Frey se acercó a la norteña hasta detenerse a su lado, hombro con hombro. El viento silbaba entre las almenas de la torre del homenaje y el intenso frío hacía que las mejillas de Royne se sonrojaran.

- Puedes esconderte donde quieras, Primera Espada -dijo sin mirarla, haciendo hincapié en el título que ser Hadder había brindado a Theresa Nieve-, pero nunca lograrás escapar de tu propia culpa.

La norteña apretó la mandíbula ante las duras palabras, cerrando los puños de rabia hasta clavarse las uñas en las palmas.

- También puedes ahogarte en vino; ayuda a no pensar...

Theresa volvió el rostro hacia Royne, la ira superando por momentos a la tristeza. En un arrebato, la norteña agarró al guardia por la pechera con tanta fuerza que los pies de Royne se despegaron del suelo por un instante. La cara de Theresa se había convertido en una mueca de furia, solo estropeada por las oscuras ojeras dejadas por su anterior llanto.

- Puedes hacer todo eso, incluso rezar a esos Dioses tuyos. O lanzarte desde esta torre -prosiguió, señalando con un ademán de la cabeza hacia el vacío que se ocultaba tras las almenas-. Pero no te servirá de nada...

Un fuerte gancho de derechas dejó al bastardo de los Gemelos arrodillado y tosiendo. Theresa refrenó sus ganas de partirle el cráneo a Royne y dio media vuelta para abandonar la azotea. Cuando levantaba la portilla que daba a las escaleras, una voz ronca y jadeante sonó tras ella haciendo que se detuviera.

- Ser Hadder vio algo en ti, Theresa. Ese hombre, el hombre más grande al que jamás he tenido el honor de conocer, creía en ti. Lo mismo que vio en mí una vez, lo encontró también en ti. -Royne consiguió levantarse, aún con algunas toses y sujetándose el dolorido estómago con una mano enguantada-. No fue el vino, ni los Siete, los que me rescataron de mi desesperación... fue saber que ser Hadder confiaba en mí y me consideraba su amigo. Y ese gran hombre sentía lo mismo por ti, norteña. Puedes llorar. Puedes emborracharte. Puedes perderte... O puedes honrar su memoria defendiendo todo por lo que un día luchó ser Hadder. Es lo que yo voy a hacer.

Royne, ya recuperado del puñetazo, cruzó la azotea y pasó junto a Theresa, que se había quedado congelada junto al nacimiento de las escaleras. En unos pocos segundos, su silueta ya se había perdido en la oscuridad que inundaba las entrañas de la torre del homenaje. Unas últimas palabras ascendieron de algún lugar de la negrura, acompañadas por el sonido de unas botas sobre los peldaños de piedra.

- Si quieres llorar como una doncella, vístete de seda y únete al séquito de plañideras. O puedes ser aquella a quién ser Hadder nombró Primera Espada. ¿Quién vas a ser, Theresa Nieve?

Theresa se frotó el puño, dolorido tras imprimir su forma sobre la carne del bastardo Frey. La furia, que había surgido en ella como un torbellino, repentina y violenta, fue apaciguándose, aunque su ceño permanecía fruncido y sus dientes apretados.

- Lo que voy a hacer en primer lugar es perdonarte- dijo, comenzando a descender las escaleras, pecando quizá de cierta arrogancia, pero hablando con honestidad- Y lo hago porque eres un buen hombre, y porque sé que en el fondo es la más profunda de las vergüenzas la que te ha impedido disculparte por meterte entre mis sábanas totalmente enajenado y luego ni siquiera dignarte a dirigirme la palabra- continuó, tras cruzárselo de nuevo, maltrecho y sujetándose el estómago, agarrándolo del hombro para darle la vuelta y mirarlo a los ojos-. Yo no me meto con tus Dioses. Puedes creer en los Siete, en los viejos Dioses, en el maestre Ammon o en el fantasma de Aegon el Conquistador. No tengo ningún problema con tus rezos, pero...-apoyó una mano sobre su cadera- En el fondo sabes que tratarme como una hereje ha sido tu excusa para no tener que asumir la responsabilidad de tus actos. Y debo admitir que aquello en parte también fue culpa mia. Quizá debería haberte dado un buen golpe para dejarte inconsciente. Quizá no debería haber dejado que te metieras entre mis piernas. Pero lo hice. Y acabé profundamente humillada y arrepentida. 

Theresa entrecerró los ojos, alejándose un par de pasos de él.

- Pero como te he dicho, voy a perdonarte. No puedo seguir viviendo con eso. No si quiero ser una mujer libre de ataduras, que tenga la disposición necesaria para sobreponerse a lo que se avecina. -Cerró de nuevo el puño-. No quiero enfrentar fantasmas del pasado, cuando nuestro presente se cae a pedazos.-Apretó los labios, en una mueca de determinación-. No voy a vestirme de seda. No voy a tirarme de una torre. El vino no me parece una opción adecuada. Y sí, rezaré a mis Dioses, igual que tú a los tuyos, pero sé que eso no traerá ningún beneficio si permanezco indolente... -dijo con un suspiro- Mi juramento a Ser Hadder se mantiene, y jamás podré olvidar la confianza que depositó ese hombre en mí. Y por ello seguiré protegiendo todo lo que estuvo en sus manos, y todo lo que él hubiera querido defender. 

Se adelantó entonces, dispuesta a marcharse, no sin añadir unas últimas palabras.

- Voy a defender el legado de mi señor. Voy a luchar por aquello que se ha convertido en mi hogar desde que salí de la casa de los Umber. Y si tengo la oportunidad, mataré a Ser Baltrigar con mis propias manos para vengar a quien un día le tendió la mano y le dio un apellido a sus hijos. 

Y Royne la vio partir, pisando los escalones con una fuerza que partiría la cabeza de un jabalí. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Quizás ser Hadder hubiera muerto, pero la furia de Aguasclaras seguía viva.