Partida Rol por web

-¡Allí, en la tienda! El dueño del local seguramente sabrá también el camino hacia nuestro objetivo. - Dijo Mannfred a sus camaradas luego de andar un rato por la aldea, para luego abrirse paso y entrar en el local señalado.

- Buenas tardes, señor. - Saludó efusivamente una vez estubo dentro de la tienda. - Hemos venido caminando desde muy lejos y necesitaríamos reaprovisionarnos en su tienda. ¿Qué tiene a la venta, buen hombre? Necesitamos armas, provisiones y ropa. El camino es duro, lamentablemente ya no se puede salir de casa sin estar armado y custodiado por un par de leales espadas...

Alfred entró en la tienda junto a Mannfred y miró con atención a todos lados. Se sentía incomodo y lo único que quería era comprar el material y salir de allí lo más rápido posible Cuanto antes nos vayamos de aquí antes llegaremos a Middenheim y podremos deshacernos del maldito objeto.

Como el resto de sus compañeros, entró al local con la intención de aprovisionarse continuar pronto el viaje. Estaba bastante cansado por las caminatas sin descanso y sólo de pensar en el camino que les quedaba hasta Middenheim, parecía cansarse aún más.

Se situó junto a Mannfred, atento a cualquier comportamiento extraño. No conocían la aldea, por lo que no debían bajar la guardia. Esperó callado a la respuesta del hombre, para después comenzar el comercio.

Yo me quedare en la puerta - Dice Julia aun bastante ausente y distante con los demás - Alfred, compra mis cosas por mi - Le dice a su marido mientras ella se apoya en una de las paredes fuera del local, observando a la gente de la calle, aunque en su cabeza aun se recreaba el incendio de lo que fue su hogar.

Buenos dias caballero... ¿que precisa? Tengo algunas armas importadas desde la mismisima Middenheim si las necesita... por desgracia carezco de corazas de metal... debera contentarse con alguna cota curtida por mi esposa o por las mallas que fabrica nuestro primo el herrero. Tengo asi mismo articulos de primera necesidad para el viajero si gustais...

Apenas parece turbado por la humareda que surge del bosque y que casualmente viene de la direccion en la que veniais...

Había entrado en la tienda con los otros, pero no para comprar, sino para curiosear lo que tenía el mercader. Al cabo de un rato vio una humareda en el bosque y salió de la tienda para verlo mejor, mientras los otros compraban.

- ¿Cerramos el trato por 50 coronas entonces? - Dice el bandido claramente aturdido por las desventuras sufridas a lo largo del viaje. Aquél había su peor oferta en años y sus colegas de contrabando se reirían de tal desvarío si algún día volvía por los caminos más transitados.

Alfred dejó las negociaciones a Mannfred por dos razones, porque era el mejor negociando y por que estaba demasiado preocupado por el estado de su mujer como para ponerse a regatear. Al ver la humareda, el jefe de los bandidos se puso algo tenso y se acercó a Mannfred para hablarle al oido - Me temo que no tenemos mucho tiempo para el regateo, asi que no te demores mucho.

 Cuando Mannfred hace la oferta la cara del vendedor cambia de la sonrisa servicial a una mueca indescriptible.

¿Se está riendo de mi y de mis productos? 50 coronas de oro por toda esta mercancia de calidad inigualable. No puedes darme menos de 120 coronas.

-¡¿120 monedas dices?! ¿¡Acaso quieres dejarme en la calle!? No tengo tanto oro, estoy en un viaje de comercio y recién cobraré al arribar a Middenheim. Pero tienes suerte, tengo en mi poder nada más ni nada menos que a una verdadera reliquia de tiempos de guerra. La legendaria espada de Amrak El León, héroe bastante anónimo en la lucha contra el enemigo. Todavía puedo recordar como si fuera ayer a los bardos de mi pueblo cantar sus actos de bravura... - Dice el contrabandista poniendo sobre la mesa su cotidiana espada corta en un intento desesperado por remediar su error inicial.

- Me duele mucho desprenderme de ella, pero son tiempos difíciles. Cualquiera pediría por ella no menos de 500 coronas de oro, pero en honor a nuestra hermandad como mercaderes voy a dejártela a cambio del insignificante inventario que te he requerido en un principio. ¿Que dices, tenemos un trato?

 Conforme Mannfred va explicando la falsa procedencia de aquella espada barata, el semblante del dependiente va cambiando poco a poco hacia una sonrisa realmente malévola. Todos sabeís que debe estar pensando: Estos hombres son idiotas, luego venderé esta espada y acabaré con este indigno trabajo. Pero vosotros estaís pensando: cuán tonto puede llegar a ser un hombre por dinero.

Está bien... aceptaré por que se os ve desesperados, pero normalmente no os dejaría pagarme con otra cosa que no fuera dinero. Contesta mientras os entrega las mercancías y coge la espada. Una vez estaís fuera escuchaís como el hombre cierra la puerta con llave.

- ¿Que les parece? Una pila de equipo por una mugrienta espada a medio afilar, deberían  erigir un monumento en mi nombre en el barrio de mercaderes. Sírvanse, hay algo para todos. -Comentó con orgullo Mannfred mientras él mismo separaba los objetos que le correspondían. Ahora el panorama era algo mejor en vistas del viaje a Middenheim.