Partida Rol por web

- ¡Klins y el tuerto, a por él!-

gritó Maximillian. Ante la pasividad de su guardaespaldas -algo sorprendente dado su indiscutible fidelidad- el joven noble tuvo que solicitar el apoyo de otro de sus compañeros y un mercenario. Había que acabar con aquél maldito sacerdote de Sigmar en cuestión de segundos para ocuparse de lo realmente importante, el orbe.

luego volvió a descargar el estoque contra el sacerdote, con mala fortuna, porque falló miserablemente.

Tranquilos, pero ¿qué os he hecho yo? Soy una víctima y vosotros... no sois del ejercito imperial, sois unos simples mercenarios. 

Para protegerse a si mismo de los ataques de aquella gente invocó los poderes de la magia unas palabras que los humanos allí presentes no entendieron, la lengua de la magia, la lengua arcana. Surgió una leve luz como un destello que al instante de surgir desapareció, los supuestos soldados del ejercito imperial menearon su cabeza como algo afectados por aquella magia. Klins empuñó su arma, pero no pudo alzarla contra el hombre santo.

-¡Pero qué demonios!.-

el condenado sacerdote al que se oponían había comenzado a farfullar cosas extrañas en un lenguaje desconocido y había consguido confundirlos.

Pese a todo, Maximillian volvió a descargar su estoque contra el páter, haciéndole una fea herida.

-¡Muerete ya cerdo!.-

le gritó.

-¡Ayudadme a matar a este perro!-

ordenó a sus mercenarios.

Marcus derribó la puerta, la entrada en el local fue rápida y se pudo comprobar la profesionalidad de los mercenarios. Nada más caer la puerta sobre el suelo su jefe avanzó tres pasos sobre ella mientras uno de los brutos y la muejr se colocaban a su lado.

A su izquierda estaba el mostrador de recepción y unas escaleras que conducían a las plantas superiores. Era un edificio respetable, o al menos o había sido, en la planta baja del mismo, unos diez metros por delante de ellos había cuerpos pudriéndose y un fuerte olor a putrefacción, el suelo estaba pegajoso y salpicado de una antinatural pobredumbre.

Yo no me acerco ahí ni por todo el oro de los enanos -dijo el jefe mercenario.

De repente, en la planta superior, se oyeron ruidos.

-¡Maldito perro!-

gritó Maximillian al ver que erraba su ataque. El sacerdote estaba sentenciado, Klins le echaría un cable, pero habría que hacerlo con rapidez, no quería entretenerse con nimiedade mientras su objetivo estaba tan cerca.

-¡Vamos, mátalo!-

le ordeno a su servidor.

El noble falló su estocada frontal contra el sacerdote, al igual que el tajo descendente de su esbirro. Parecía como si un aura protectora rodeara al hombre de fe; para rematar la mala racha el mercenario seguía albergando dudas sobre atacar aun sacerdote de Sigmar.

El sacerdote aprovechó para salir corriendo, pero no corría como un hombre normal, parecía empujado por algún tipo de fuerza mística, como si el viento le ayudara en su carrera.

- Si huyen ahora, mi señor enviará a otros como ustedes para darles caza y matarlos a todos... - Advirtió el gigante negro, luego de inspeccionar con desagrado la podrida planta baja del edificio. Aquél lugar era un completo desastre, y para peor, otra vez los mercenarios amenazaban con desertar. Marcus ya había olvidado el número de veces que lo habían intentado tan solo durante esa jornada.- A todos menos a ti, Waldemar. Dudo que Maximilliam tenga tanta piedad contigo.  No, tu agonía sería mucho más lenta. - Tras decir eso, el sombrío guerrero miró con desdén la asquerosa pila de cadáveres corruptos y luego hacía arriba, por donde se perdían las escaleras. Hacía allí debían avanzar, si es que querían terminar con ese espeluznante asunto cuanto antes.

- Andando... Mi amo no tolera la ineptitud. Ya ha sido demasiado generoso...

Tal vez el capitán emrcenario, hubiera querido protestar para ello; pero Marcus le conenció de que cerrar la boca era lo más seguro. Llegados a este punto había confirmado por completo lo que hacía tiempo que sospechaba: sus patrones eran siervos del Caos. De esos raros adoradores dentro del Imperio que habían facilitado la invasión del Caos.

La putrefacción y la enfermedad no dejaba lugar a dudas. Había sido provocada por ese objeto que su patrón quería. Era tarde, muy tarde, para echarse atrás. Sólo quedaba acabar el trabajo, cobrar y desaparecer para siempre de la ciudad y del Imperio. Dejó atrás a la exploradora para cubrir la salida por si alguien huía mientras él y el tuerto subían por las escaleras siguiendo a Marcus y Blanch. Un pasillo, seis puertas a cada lado.

Su objetivo estaba tras una de esas puertas.

-¡Este se larga, mátalo!-

le ordenó a Klins. Por su parte, Maximillian intentó atravesar al sacerdote con su estoque, pero falló miserablemente.

Ahora todas las esperanzas estaban puestas en los reflejos de su servidor.

El sacerdote se les escapaba, Klins logró acertarle en la cabeza cuando huyó, pero el maldito parecía ser muy duro. Echó a correr, y corrió, era humanamente imposible alcanzarle. Humanamente.

¡No escapará!

El campesino adorador del Caos avanzó a la carrera quitándose la camisa. A la luz del atardecer se mostró tal y como era a los ojos del Señor de la Putrefacción y tras unos pasos rápidos se alzó al cielo, agitando sus alas de insecto, volando hacia el sacerdote de Sigmar.

-¡Pero no me jodas, vuelve aquí ahora mismo!-

le gritó Maximillian fuera de sí a su estúpido servidor. Porque había que tener muy pocas luces para mostrar las cartas justo cuando comenzaba la partida. Además, Maximillian tenía otros planes para Klins y sus extraordinarias habilidades. Así que le ordenó que volviera y entrara en aquel condenado establecimiento.

Acto seguido, el joven noble imperial entró en el local para unirse a sus compañeros y los mercenarios.

- Vamos, aseguren la planta. No quiero sorpresas... - Ordenó con dureza el sectario negro, señalando con la punta de su espada las distintas habitaciones que debían registrar en busca de personas que pudieran interferir con la búsqueda de su amo. El propio Marcus fue quién tomó la iniciativa otra vez, situandose frente a la primera puerta a su derecha, para descargar de nuevo una estrepitosa patada, que impactó de lleno en la miserable madera.

Marcus oyó ruido en una de las habitaciones y rápidamente se dirigió a una de ellas. Cuando abrió la puerta, cas sacándola de las bisagras vio a un único hombre frente a él, nervioso.

A pocos pasos de él, los demás miembros de su grupo se acercaron.

- ¡Eh, tu! ¿Donde está el orbe? - El sicario de ónice alzó su letal filo mientras exclamaba esas palabras al infeliz sujeto, alerta a cualquier movimiento brusco que pudiera intentar en su desesperación. Marcus podía ver el final de toda aquella odisea al alcance de sus manos, y otra vez volvía a sentir como la bestia en su interior exigía sangre para saciar su naturaleza bestial. Su mente se nublaba por momentos, y en su mirada era cada vez más evidente que aquél fornido hombre estaba perdiendo de nuevo en la lucha eterna contra su demonio interior.

Si el mercenario tenía alguna opinión sobre la naturaleza de Klins procuró guardársela, ya se habían convencido del tipo de gente que les había contratado y seguramente pensarían pronto en huir con el máximo botín posible.

La puerta de la posada aún estaba abierta, a través de ella pudieron ver la escena. A su izquierda estaba el mostrador de recepción y unas escaleras que conducían a las plantas superiores. Era un edificio respetable, o al menos o había sido, en la planta baja del mismo, unos diez metros por delante de ellos había cuerpos pudriéndose y un fuerte olor a putrefacción, el suelo estaba pegajoso y salpicado de una antinatural pobredumbre.

Cuando fueron a entrar se percataron de que el sacerdote, aún herido, volvía sobre sus pasos con cautela, directo hacia ellos.

Maximillian esperó a que Klins y el mercenario entraran en el local y acto seguido, cerró la puerta y la atrancó* para que nadie pudiera entrar.

Maldito sacerdote de Sigmar, el muy perro volvía a la carga, pese a que le habían dado un buen varapalo. Max desconfiaba de aquél tipo, su Fe podría ser importante, y quizás no se detuviera ante nada para erradicar el Mal que imperaba en Middenheim. Pero de momento ellos estaban dentro y él fuera.

Luego señaló las escaleras al mercenario para que subiera en primer lugar, abriendo la marcha. Después iría él y cerrando la pequeña comitiva y cubriendo la retaguardia, Klins.**

-¡Vamos, el tiempo apremia!-

les dijo a ambos mientras subían.

Eh, tranquilo tio -dijo retrocediendo medio paso lentamente y sosteniendo la bolsa con una mano mientras se limpiaba la otra en la pernera del pantalón- Si esta mierda se cae moriremos todos con la peste o algo peor...tranquilicémonos o esta cosa que no sé qué cojones es nos matará -advirtió mientras la alejaba del grupo de mercenarios.

Lo que llevaba en la mano, con toda despreocupación del mundo, chorreando un fluido viscoso era el orbe, el preciado orbe. Puede que aquel hombre pareciera un completo idiota, cogiendo con la mano ese artefacto, pero hizo que los mercenarios retrocedieran asustados, e incluso hizo que a Marcus le recorriera un escalofrío. Sólo Blanch, decidido, avanzó hacia el orbe.