Partida Rol por web

-Vamos a traer a un cirujano ¿Cómo está Eikon? – No tenía ninguna esperanza de que dijese algo diferente a muerto - Si alguien vuelve nos tocará a nosotros contenerlos hasta que lleguen refuerzos - hizo un gesto a Perea instándola a darse prisa. 

Al girar la esquina me encuentro con la escena que más temía ver, con dos de las personas con quien hacía nada compartía hogar en el suelo desangrándose. La sangre no me resulta ajena, pero la muerte es algo a lo que todavía no estoy del todo acostumbrada a ver tan de cerca, y aquí hay mucha.

Mi primer instinto al ver a la mujer huir es pegarle un buen balazo, pero al llegar después de los demás no tengo tiro claro y necesitaría posicionarme bien. Ese momento de retraso me permite centrarme de nuevo.

Prioridades

Enfundo la pistola y me acerco primero hacia Viero, sacando un pañuelo de mi bolsillo y dándoselo a Gavilano, que es quien está ocupándose de sus heridas. Menos da una piedra. Después me giro a Edirian y le apreto el hombro en señal de apoyo, pues no se me ocurre nada que realmente le vaya a ayudar.

El escasísimo tiempo que ha pasado es suficiente para que Esla y Gavilano me den órdenes contradictorias, lo que casi hace que quiera poner los ojos en blanco a pesar de la situación. Lo que sí que no me hace puñetera gracia es que parecieran decididos a alejarme del peligro.

Me giro hacia la casa y grito:

-¡Adalo, Vairan, Cael, Hiparchia! ¡Traed vendas y útiles de la enfermería, tenemos heridos!

Eso sería mucho más rápido que ir hasta la casa.

Tras decidir rápidamente que no valía la pena minar la autoridad de Esla pasando de su orden, que por otra parte era sensata, me dirijo a Edirian para ir por el maldito cirujano cuando al verle una idea estrambótica pasa por mi mente.

-Edirian, tu lanzaste al tipo este por los aires, ¿no? ¿Podrías lanzar a alguien hacia adelante con más...suavidad?

Mi mirada de rapaz clavada en la mujer que está a punto de girar la esquina deja bien claras mis intenciones de recibir una respuesta positiva.

 Cuando Peara pensaba que no iba a poder ayudar con el tema de los auxilios a Viero, Esla le encomienda algo que hace que le brillen los ojos. Puesto que la memoria de la nueva líder era tal que recordaba que ella había estado fisgoneando por los rincones de la Casa de las Rarezas durante el primer día. Y la enfermería había sido un lugar con el cual se familiarizó.

- ¡C-claro que lo sé! He tenido que ir ahí para tratarme el golpe que me dí en la cabeza... ¡Voy para allá y traigo todo lo que pueda! ¡Y le aviso a los demás que vengan aquí!

 Sin esperar demasiado y, nuevamente, con una agilidad impensada para la arquitecta, Peara se aleja con sagacidad de la escena para volver a la Casa y traer todo lo que pudiese traer de la enfermería antes de que fuera demasiado tarde para Viero.

Flanqueando a Vairan estaba Adalo, quien se guardo lo que pensaba de la situación para si mismo, su enfurecido rostro dejaba claro que usaba toda su energía y autocontrol en evitar estallar. Sabía que esto ocurriría LO SABÍA. Pensó mientras veía alejarse a aquel grupo y miraba inquisitorialmente a Edirian, la pregunta ya había sido formulada, solo quedaba escuchar la respuesta de los involucrados. 

En mitad del caos, él había tratado de dar un orden a la situación para poder solventarla. Lo cierto era que, abstraída su atención por la tensión del momento, había dado por hecho que se tomaría en lógico curso de acción. Pero claro, no había contado con Esla.

De refilón, escuchó cómo la princesa destronada refutaba sus órdenes para dar las suyas propias, prácticamente idénticas pero lo suficientemente alteradas para que todos supieran que procedían de ella. Algo que perfectamente podría acabar confundiendo a los demás, en especial a quienes no sabían el resultado de la votación inmediatamente anterior. Pero al parecer, eso daba igual a la noble, con tal de hacer notar su autoridad y negar la del resto. Gavilano había tratado en el pasado con gente así, y habitualmente no había acabado bien.

Pero en esa ocasión, no quiso contestar a las palabras de Esla. Si necesitaba hacer eso para reafirmarse a sí misma, allá ella. La prioridad del joven era la de salvar la vida de su compañero, y cualquier discusión adicional dificultaría esa tarea.

Pero, mientras terminaba de rasgar la camisa, convertida ahora en jirones de vendas de buena tela, suspiró, y dedicó una mirada a Eikon, recordando una extraña verdad sobre aquellos que tenían conocimientos de medicina. El sanador, mortal y limitado como todos los hombres, se enfrenta casi siempre a una difícil ironía. Falto de recursos, en lugar de decidir quién vive… constantemente acaba decidiendo quién muere.

Lo siento, Eikon.

Cuando Arden le entregó su pañuelo, lo cogió y lo colocó, preparado, sobre su improvisado material, musitando un agradecimiento. Pero era aún poco, muy poco.

-Peara, por favor, haz que traigan también una camilla. -Añadió, en voz lo bastante alta como para que la Lectora lo escuchara antes de que doblara la esquina, pero sin llegar a apartar sus ojos de Viero. -En cuanto trate la herida, será mejor llevarlo dentro.

E, insistiendo en lo que había dicho antes, añadió.

-Y diles a Vieiro y Cael que traigan un médico, no que vengan aquí. Ellos sabrán dónde encontrarlo mejor que nosotros.

Eran los únicos que conocían la ciudad, y además el joven Venture tendría acceso a los mejores médicos. Usarlo para traer vendas sería malgastar uno de sus recursos más valiosos.

Mientras tanto, Esla parecía haber cambiado su máscara autoritaria por otra de amable comprensión mientras dedicaba a Edirian palabras amables. Política. Pensó Gavilano. Pero lo que realmente estuvo a punto de desconcentrarlo fue la propuesta de Arden. Sin embargo, se obligó a centrarse en su tarea. Que el resto hicieran lo que les diera la gana.

Decides observar.

Mientras miras, empiezas a dudar de que eso que miras sea "Le Renar", o alguno de los Aether de Duriel. O humano siquiera. Esa silueta de luz grisácea, esa "cosa"... Flota. Y es totalmente distinto a nada que hayas visto antes. A cualquier ser. Lo que lo hace terriblemente aterrador, es comprender que ese mundo que tanto tiempo has observado, que ese lugar de realidad y maravilla donde el futuro, el pasado y el presente están al alcance de tu mano... Oculta entes y poderes mucho más extraños de lo que pudieras imaginar. En un solo instante, la mansión de las Rarezas te ha mostrado una entidad como jamás habías imaginado y un hilo de extraño y llamativo poder, como el que aguarda en la habitación del comandante. 

Lo que sea que sea la silueta, está dando vueltas alrededor de un mismo lugar. En un momento dado, extiende su brazo, como si tratase de tocar algo, y se encoge de hombros, mirando hacia abajo. Aunque sea solo un perfil luminoso, te da la sensación de que está... ¿Triste? Empiezas, de nuevo, a dudar. ¿Y si los Aether de Duriel tienen capacidades que tu no conoces? ¿Y si esa cosa es alguien, o algo creado por uno de ellos? ¿Y si...?

De pronto, te mira. Lo ves, clavando la vista hacia ti.

Y comienza a flotar hacia arriba. Hacia ti.

Tu corazón empieza a palpitar a toda velocidad. Podrías dejar de mirar, claro: no serviría de nada. Ojos que no ven corazón que no siente no aplica en el mundo más allá del espejo. Poco le puede importar a una aguja que no la veas si se pone a coser. Y en todo caso, si va a hacerte algo, la única forma que tienes de evitarlo es ver lo que intenta. 

Se detiene a unos tres o cuatro metros, tras cruzar el techo de la habitación como si no existiera. Como un espectro de la Güestia, esa criatura no es terrenal, porque los espacios físicos no parecen retenerla. ¿Qué es? ¿Quizás una proyección? ¿Podrías llegar a romper con tu cuerpo como ha hecho quien quiera que...?

Entonces habla.

Hablar no es exactamente la forma. No se puede hablar en el mundo más allá del espejo, porque allí no hay sonido. Pero compone las palabras, o deja que nazcan de él. De alguna forma, habla, y la silueta se hace entender. 

Cuando está cerca, te da la sensación de que la silueta tenga ropajes. No hay color ni formas en su aspecto, pero parece cubrir su rostro con una capucha. 

Sus palabras son... Quizás lo más desconcertante.

- Anda, una arañita. Hola arañita - saluda, agitando la mano con vehemencia. Su voz parece masculina, aunque tampoco te atreverías a afirmarlo-. Hace tres siglos que no hablo con uno de los tuyos, pero... ¿Seguís conservando las tradiciones? Bueno, a ver, a ver... Yo, que me perdí para no volver, te saludo, oh Caer Idifas, y te concedo mi beneplácito. Que tus tejidos sean firmes, que tus cortes sean precisos, que tus visiones sean eternas. Hola. Dime arañita, ¿has probado el pastel? El que había en la mesa. Estoy intentando recordar a que sabe el pastel, y la verdad, ya no estoy seguro.

Extiende su brazo, y ves como un hilo... Aparece de la nada. Un hilo que desaparece de tu vista, porque ese color no es el que estás filtrando, pero que estaba ahí hace un segundo.

- Creo que ESTO era a lo que sabía un pastel, pero ya ha pasado tanto, tanto tiempo. Puta que lo parió - suspira la figura, si es que puede suspirar sin sonido ni forma-. Échame un cable, arañita, y te dejaré tejer tranquila, aunque quizás... Oh, si. Vamos a tener que hablar sobre lo que andas cortando, me temo. No quiero tener que aplastar arañitas, sois tan cuquis, tan entretenidamente ambiciosas. Y vaya grupito el que se ha formado aquí, ¿eh? ¿Eras tú el que me andaba mirando ayer? De noche - afirma-. No. No eras tu. Tu eres una arañita hecha y derecha, tu miras, cortas y ves, el que miraba era solo un moscón que no podía tocar nada. Unos ojitos perdidos. Pero ya estoy divagando, siempre divagando. Kyludaen siempre me lo decía: divagas, divagas, divagas. Bueno que le voy a hacer, siglos sin mediar palabra hacen de uno un chico aburrido. A lo que iba, punto uno: ¿pastel? ¿Es este el hilo de un pastel? ¿Saben a esto?

Extiende la mano, donde hace un momento creó algo. Quizás podrías mirar y ver que ha hecho, o como. O quizás puedas huir. Todo es mucho más extraño de lo que esperabas encontrar.

Desde vuestra posición, observáis la escena.

El combate ha acabado. Ahora solo hay muertos y heridos tirados en el callejón. Vairan es el primero en acercarse, mientras oís una voz que viene de allí. Es una de las gemelas.

-¡Adalo, Vairan, Cael, Hiparchia! ¡Traed vendas y útiles de la enfermería, tenemos heridos!

Antes de que os paréis a dar la vuelta, veis pasar a Peara como una exhalación, a toda velocidad hacia la casa. Quizás pudierais ayudarla, aunque quizás vuestra ayuda sea mas necesaria en el callejón... El lugar parece un campo de batalla.

Apoyado de espaldas contra la pared de una casa está Viero. Sujeta a duras penas su fusil. Tiene una herida de bala en el hombro, probablemente no muy grave, pero tapa como puede una enorme puñalada en el costado izquierdo. Una herida que cualquiera que haya estado en un campo de batalla sabe que puede matarle si un médico no lo atiende cuanto antes. Una herida probablemente mortal. Gavilano y Esla están junto a él. El muchacho rubio está intentando ayudarle, pero parece que con poco éxito. La herida sangra abiertamente, pese a todos los intentos de detener la hemorragia. 

En el suelo, a su lado, hay dos hombres. Uno, es un tipo gigante. Descomunal. Está boca arriba, muerto, con la vista perdida en el infinito. 

El otro es Eikon. Pálido como la muerte, se ha derrumbado contra una pared. Le han disparado en el cuello. Justo cuando llegáis, veis como la vida escapa de su rostro. A su lado, Corlas sujeta su mano, observando al hombre con tristeza.

El primer recluta de las Nuevas Rarezas en caer. Pronto probablemente sea una noticia en todo Duriel. O no. En parte está en vuestra mano. 

A unos metros, en el suelo hay un cuerpo roto. Alguien se ha desplomado de cara contra el suelo desde una gran altura: he ahí vuestro tipo volador. Tiene las piernas rotas en posiciones desagradables de observar, los brazos parecido, y gime de manera lastimera. No sabéis si se está muriendo, si va a morir en unos instantes, o si sobrevivirá a sus heridas. Pero no se va a ir a ningún lado.

Al fondo del callejón, veis que Inara e Yria avanzan a toda velocidad a la carrera. Parece que está persiguiendo a alguien, que ya ha escapado de vuestra vista... Han ido ellas dos solas, lo cual quizás no sea la mejor de las ideas, pero ambas son valientes sobremanera. 

Y... Lo último que veis es como Arden agarra a Edirian del cuello, y el muchacho extiende sus dos brazos hacia el suelo... Para salir volando por los aires a toda velocidad, desapareciendo en el cielo de Duriel.

No muy lejos de donde estáis, conoces a un cirujano. Dudas que puedas llegar antes de que Viero se desangre, pero si consiguen detener la hemorragia, podría cerrarle la herida. Está a cinco minutos de aquí, menos si vas a la carrera. El hombre es de confianza, has acudido a sus servicios un par de veces y sabes que es un profesional digno de su reputación.

Mientras Arden discute con Edirian sobre volar hacia la mujer, cosa que provoca una risita divertida del muchacho en medio de toda la tensión, de pura incredulidad, tanto Esla como Gavilano están centrados en las heridas de Viero. El joven rubio intenta como puede bloquear la hemorragia, pero sus esfuerzos hasta el momento son en vano. La tela se empapa de sangre, y la herida sigue dejando al pobre Viero cada vez más y más lívido.

Ambos estáis perdiendo más tiempo en discutir y debatir, dando ordenes, que en ayudar a vuestro compañero, y quizás por ello el muchacho está yéndose de forma lenta pero inexorable.

Edirian escucha la discusión y las ordenes que le dan. Cuando habla Gavilano, por un momento parece fruncir el ceño, pero no dice nada. Es el momento en que oye la propuesta de Arden que se ríe, negando.

- No puedo controlar la potencia de los espejos, lo siento - explica el muchacho enseñando los dos espejos de éter que tiene enganchados en la mano -. Te meterías una torta importante, pero...

– Edirian, sé que es duro, nunca voy a olvidar la primera vez que tuve que hacerlo… pero has hecho lo correcto. Ahora necesito que sigas adelante… solo un poco más. Esta noche, si quieres, hablaremos. ¿puedes hacerlo? Necesito que te lleves a Arden y traigáis un cirujano. Yo no puedo ir, el futuro de esta casa, de todos nosotros, podría depender de que no esté dando vueltas por las calles dentro de media hora. Necesito que hagas eso por mí. Cuento contigo. 

El muchacho asiente. "Sí, compensa una cosa con la otra" se recuerda, disgustado todavía por la imagen del mercenario en el suelo. Se vuelve hacia Arden con una sonrisa.

- Agárrate. Por encima del hombro - esperando que la gemela cruce los brazos por encima y se vuelve hacia Esla-. No conozco demasiado esto, pero sé donde hay un médico. Lo traeré cuanto antes. Mantenedle vivo. 

Y en ese mismo instante, de sus manos surge un enorme chorro de energía, y Arden, agarrada a Edirian, y el chico, salen volando despedidos por el cielo de Duriel. 

Surcais el cielo de Duriel... Más que volar, parece que vais haciendo lanzamientos parabólicos. Cuando volvéis a caer, Edirian vuelve a utilizar sus espejos para impulsarse de nuevo.

No sabes si gritar aterrorizada o quedarte maravillada por lo que ves. El cielo, los tejados, las murallas, los palacios. La visión desde las alturas es la más exquisita imagen del terror que hayas contemplado nunca. Tan bella. Tan mortal.

- ¡Quizás habría sido mejor que viniera solo! - grita para hacerse oír, con tono jocoso- ¡Para mi es muy fácil porque puedo controlar... Muchas cosas! ¡Pero contigo es más complicado! ¿Pero a que es divertido, eh?

Edirian tiene claro a donde dirigirse. No tardaréis demasiado, salvo que Arden decida soltarse en el vuelo...

Tras ver desaparecer a Arden y Edirian, a Peara que ha salido en busca de utensilios y camilla, a Inara e Yria que salen corriendo tras la mujer por el callejón, veis que en ese momento llegan junto a vosotros Adalo, Hiparchia y Vairan. 

Eikon ha muerto. Se ha ido, como se va todo el mundo, sin ceremonias ni compasión.

Corlas cierra con suavidad los ojos de Eikon, y se pone en pie mirando a Gavilano ocuparse de Viero, desde cierta distancia. El gigante parece nervioso, oteando y contemplando, sin decir nada mientras sacude su pie con fuerza sobre el suelo en un ritmo nervioso, juzgando las acciones del nuevo capitán de la casa.

Estas observando a la figura, cuando en ese momento ves como uno de los hilos dorados entra a toda velocidad a la casa. Está corriendo. Sube a la segunda planta, donde tu estás. En ese instante te das cuenta, que estás en la enfermería. Y hay heridos. Tiroteo. Distraído por la silueta y su comportamiento extraño, no te has fijado hasta que prácticamente está aquí.

Puedes cubrir tus ojos con las gafas de sol, o simplemente dejar de mirar, y esperar que sea quien sea se marche rápido para volver a lo que está ocurriendo. Ni siquiera sabes si la criatura se enfadará si no le respondes, pero... ¿Con testigos delante? ¿Qué puedes hacer?

Justo en ese instante, te das la vuelta cuando la puerta se abre. Te das cuenta de que es Peara la que acaba de entrar, aunque al verte de espaldas no puede ver tus ojos...

Cruzas corriendo el patio. Ves a Hiparchia, Vairan y Adalo al pasar, que van hacia el callejón, y llegas hasta la casa a la carrera. No es que estés muy acostumbrada a esas carreras, pero la vida de un hombre apremia.

Entras por la puerta, subes los escalones de dos en dos, y jadeante, abres la puerta de la enfermería para encontrarte, de espaldas a ti, a Cael. No sabes si está mirando algo o que está haciendo, está en medio de la sala. Lo más seguro es que haya ido allí por lo mismo que tú.

Sin tiempo que perder, echas a correr hacia el callejón. Yria sale detrás tuya, guardando el arco a su espalda mientras corre como una exhalación. 

Nada más giráis en la esquina, ves a la mujer, al fondo. Ha llegado a la plaza donde el día anterior vendían granizados y donde le pusiste la zancadilla a Cael. La mujer gira hacia la derecha, hacia el viejo puerto. La única zona de la ciudad que conoces un poco, aunque entre un poco y nada apenas haya diferencia. 

- ¡Puta que la parió! - grita Yria detrás tuya.

La mujer parece tener bastante aguante, pero no está acostumbrada a moverse en la ciudad. Sin embargo, le echa bastante empeño en la carrera y parece salir rapidamente a la plaza, esquivando a la gente que cruza que os mira con expresión aturdida.

- ¡Apartar, en nome las Rarezas! - chilla Yria a los que se encuentra en su camino-. ¡Asesina! ¡Ven pa aca, japuta!

Llamara mira hacia atrás, tomando aliento, viendo a Yria acercarse. 

- Mierda, mierda, mierda - dice, detenida junto a una bocacalle. Observa el paseo junto al río y las calles que van hacia el interior, y maldiciendo, decide tomar el sendero del puerto junto al río. Hay mas gente paseando, mas carros y carruajes, mas gente entre la que mezclarse para huir...