Partida Rol por web

Me encuentro contemplando la copa dorada y pensando en quién debe ser ese K...Kidian? Pero Kidian el Rojo es un capitán, no un teniente, supongo que podría ser un regalo de parte de Kidian, aunque siempre cabe la posib-

Oigo el grito

Mierda

MIERDA

Con gesto practicado desenfundo el arma y salgo de la habitación, dispuesta a enfrentarme a lo que sea que haya ocurrido.

Venía de arriba...Es donde dijo que iba Gavilano con el resto.

Me dirijo hacia el origen del grito de forma rápida pero con total alerta, lo que sea que haya ocurrido ha ocurrido dentro de la casa después de que hayamos rebuscado en ella, por lo que tengo que estar atenta a emboscadas.

 Peara estaba por empezar su búsqueda de velas encendidas, cuando se percata de que todavía era muy temprano para encontrar tales cosas. Por suerte, podría decir que la herida en su cabeza le provocaba mareos y por ello se le ocurrió semejante sandez. Viendo que el fuego escaseaba en su estado natural en aquel lugar, la académica decidió hacer uso de sus habilidades e invocar al éter (como seguramente esperaba Gavilano que ella hiciese).

 Volviéndose a poner en frente de la cuchilla, Peara pone sus manos debajo de la misma. Pensando bien en las palabars a utilizar para invocar a aquella ladina magia, la estudiosa finalmente recita con los ojos cerrados las ordenes.

- ¡Calentar filo de cuchilla! ¡Hasta que sea roja y arda!

De pronto, mientras Gavilano trataba de atender a la cada vez más pálida Inara, Vieiro irrumpió en la escena advirtiendo de unos gritos que no podían ser otros que los que estaba lanzando la propia Inara. Se planteó intentar explicar lo sucedido, pero no tenían tiempo si quería hacer lo posible por limitar el efecto del veneno cuanto antes.

Al menos, Peara reaccionó a su petición, y la lectora entonó las palabras en la lengua del mundo para calentar la hoja de su navaja lo suficiente para cauterizar la zona. Tras ellos, las puertas abiertas de la habitación del comandante permanecían mudas y serenas, en una engañosa invitación a atravesarlas.

-El dardo que la ha alcanzado ha salido de dentro. –Murmuró Gavilano para que el recién llegado comprendiera el riesgo de la sala abierta. -Puede ser algo etérico. Ten cuidado si te acercas, Vieiro.

Tras eso, mientras sentía el calor emanando como un horno del metal afectado por Peara, se preparó para cauterizar la herida. Con un gesto de dolor, apretó los labios para tratar de olvidar el calor que también estaba afectando a su propia mano. Sería sólo un momento, y luego podría apartar la daga.

-Esto te va a doler, Inara. –Dijo, mientras colocaba un pañuelo de tela en la boca de la joven. –Pero debería ayudar.

Y sin más explicación, hundió la punta de la daga en la herida y la giró para afectar a la zona de inyección de la toxina… si es que era eso lo que era.

Mientras todo eso sucedía, el gavilán, posado en la barandilla de piedra de la escalinata, observaba la escena con curiosidad mientras de tanto en cuanto parecía evaluar al felino que hacía lo propio desde el umbral de la puerta.

Corres por las escaleras, espada y daga en mano, lista para enfrentarte a la amenaza que os aceche en el interior de la mansión...

Pero lo que ves es algo distinto. Derrumbada delante de las puertas de la habitación del comandante Caedus, ves a Inara en el suelo, gritando, retorciéndose por un dolor que parece hacerla revolverse entre espasmos. A su lado, Gavilano sujeta un dardo, pequeño, y un cuchillo. Peara parece observar el cuchillo y pensar con rapidez a punto de decir algo, y Viero, que acaba de llegar como tú, observa todo atónito. Acuclillada en el suelo, Fantina sujeta a la muchacha intentando inútilmente calmar su dolor.

Lo único que hay aparte de ellos es un gato, detenido en el marco de las puertas. La habitación del comandante está ahora abierta, pero parece que ninguno anticipo que el comandante de las Rarezas haya puesto... contingencias para ocuparse de los ladrones. 

Mientras os preparáis para ayudar a Inara, veis como corriendo por las escaleras aparece Arden, armada con su estoque y su daga, lista para enfrentarse a cualquier enemigo que se ponga en su camino.

Pero no hay enemigos.

En ese momento, Peara consigue concentrarse y pronuncia unas palabras. O un salmo. O un silbido, que ni usa las mismas vocales ni las mismas consonantes, son ruidos musicales pero un tanto carentes de ritmo. No suenan poderosos, ni fuertes, ni con emoción. Suenan. Porque cualquier cambio en la tonalidad, cambia el sentido de lo que dicen. Son susurros extraños, ignotos, distintos, incomprensibles. Ninguno los comprende, ni siquiera la propia persona que los pronuncia. No del todo.

Es la Lengua del Mundo. Solo el mundo la entiende de verdad.

De pronto, el filo del cuchillo que sujeta Gavilano en sus manos se torna, inmediatamente, rojo. Rojo ardiente. Emana calor, pero por suerte, la empuñadura no se calienta con él. El joven de melena dorada se arrodilla junto a Inara, mientras Fantina la sujeta para que no se mueva, y hunde la punta en el hombro. Solo un poco. Inara grita de dolor... Aunque no os queda claro si ha siquiera notado la quemadura entre los espasmos que la sacuden. 

Cuando Gavilano retira el cuchillo, solo sale sangre, aunque la quemadura cierra la herida antes de que salga apenas nada. En ese momento, mira el dardo... No parece haber ni una gota de líquido en él, excepto un poco de sangre en la punta. Nada.

- Creo... Creo que no es veneno - dice la muchacha de pronto, sujetando la mano de Inara, nerviosa-. Eso es cosa de un arcano, seguro. Estamos en las Rarezas, ¿no? ¿Pueden hacer algo así, no es así?

Mira a Inara, dubitativa. La marinera parece incapaz de enterarse de nada de lo que pasa, solo siente dolor por todo su cuerpo como no ha sentido jamás. 

- ¿Y si... se muere de dolor? Necesita ayuda, rápido...

No insistió cuando Cael evadió la pregunta de sus razones para entrar en la casa. Habría tiempo para hablar y ya había dejado claro lo que quería, hacerle notar que se había dado cuenta. No sabía si era la única que lo pensaba, pero tenía claro que allí había algo que no encajaba. 

-Mi historia es más aburrida de lo que seguramente pensáis. Las aventuras son incompatibles con mantenerse lejos de los ojos de los curiosos - no estaba siendo sincera, y seguramente Cael lo sabría. Sabía que corrían los rumores y habladurías, y que ella y su hermana tenían cierta fama en Duriel. 

Pese a las palabras de Cael, Esla no había bajado la guardia en ningún momento del trayecto. Era lo que llevaba haciendo toda su vida, vigilar su propia espalda y la de su hermana. Nunca sabían donde podía haber alguien acechándolas. No bajo la guardia ni siquiera al llegar a la cerrajería. 

Observó Edirian mientras salía, pero no comentó nada. Tras unos segundos se volvió hacia el mostrador. 

-Yo me llevaré una ahora - anunció justo antes de volverse a Cael por un momento, preguntándole con la mirada que pensaba hacer - Podemos llevar una más para el resto. 

Viero observa la escena atónito, no imaginaba que un peligro así fuera a aparecer de repente a atacarlos.

No consideraba en socorrer a Inara, por la sencilla razón de que curar era lo totalmente opuesto a su fuerte, solo estorbaría.

Observó la habitación abierta y pensó que quizás dicha trampa la pudo haber puesto el mismo capitán por si entraba algún intruso.

- Si es una trampa que puso el dueño de esta habitación, solo podría ser para alarmar a los demás del intruso. Eso, considerando que no haya pasado nada de lo que ha pasado hasta ahora ja ja - pensó Viero - solo se me ocurre que el antídoto esté ahí dentro, o la cura, o alguna frase etérica que contrarreste su dolor.

Viero observó a Inara retorcerse del dolor.

- No creo que sea nada serio, quizás se le pase en un par de horas... pero que se yo - dijo quitandole interés al asunto - como sea, tendremos que entrar en algún momento ¿no?.

Viero dejó su fusil a un lado de la puerta y entró, no podía contener la emoción.

Al llegar al piso de arriba la extraña situación me descoloca un poco, al ver y escuchar al resto tratando de ayudar a Inara me entero de lo que ha pasado. Una trampa arcana...

Miro hacia la habitación y al ver al gato en la puerta una idea extraña me viene a la mente. Dudo por un instante pero al ver el dolor de la chica en el suelo me decido enseguida.

Lo peor que puede pasar es que haga un ridículo monumental, puedo sobrevivir a eso.

-Hum, esto, ¿señor? Digo, dirigiéndome a ese gato negro. -No se si me puede entender o si estoy haciendo el ridículo, pero si es lo primero le ruego que cure a la mujer que ha atacado. No somos ladrones, somos nuevos reclutas de la Casa de las Rarezas, ya hemos firmado la Hoja de las Rarezas con Finnaes como testigo. Le juro que tenemos buenas razones para tratar de entrar a la habitación del comandante. Por favor.

Me quedo ahí de pie esperando la reacción del gato, a cada instante aumentando el sonrojo de mi cara.

El joven de los Venture disfrutó del paseo.

Observaba las estatuas por las que siempre pasaba como si de un recorrido memorizado fuera, saludaba a aquellos que conocía de vista con una agradable sonrisa mientras seguía su camino y ojeaba los tenderetes, tal vez para pasarse más tarde a una compra provisional o simplemente por pura curiosidad.

Había estado en muchas ciudades a lo largo de su vida pero, definitivamente, Duriel era la que más le gustaba con diferencia. Siempre que podía, en sus escasos ratos libres, aprovechaba para darse una vuelta y disfrutar del jaleo matinal, de la viva ciudad a punto de despertar, incluso tenía una zona especial a la que le gustaba visitar siempre que necesitaba pensar, una pequeña plaza con un parterre de flores y un blanco banco en el centro, rodeado de pájaros y una fuente de agua en la que bebían. Era bonito y sencillo, pero nunca se cansaría de aquél sitio.

De lo que sí se cansaba era del incidente sol que estaba sobre ellos, buscando en sus bolsillos sus gafas oscuras de sol para colocárselas y así poder caminar con la cabeza alta al no molestarle tanto.

No tardó más de cinco minutos desde que su visión se oscureció un poco por los cristales hasta que llegaron a la cerrajería, parándose frente a la puerta antes de abrirla y dejar paso a Esla como todo un caballero, entrando él el último.

Cuando entraron y escucharon sus precios, caviló el coste y tiempo de cada una, sobre todo lo último ya que no disponía de mucho. Escuchó a Edirian sobre las posibilidades pero tenía clarísimo que él no pagaría la factura de todos, más bien podría hacerles el favor de encargar un par si el resto querían sus propias copias.

Observó que el estrambótico jovencillo miraba a la calle nervioso, como si hubiera visto un fantasma y, por acto reflejo, miró al mismo lugar por si lograba captar algo a través de la ventana. Cuando se marchó prefirió no darle demasiada importancia, al menos no por ahora.

- Haga dos ahora, una para cada uno.- Miró a Esla, sugiriendo tener la original y dos copias que ambos se llevarían.- Desconozco si les gustará que dejemos la llave sin vigilancia, mucho menos de los fondos de la Casa o cuántas querrán. Prefiero llevarme mi copia y decirles las ofertas, si ellos quieren mañana haremos más.- Sonrió creyendo realmente que era la mejor opción. En toda esa hora tenía claro que no se movería de la tienda o los alrededores, vigilando que no le dieran un cambiazo de improviso al igual que comprobar que no hacían más copias de las pedidas. Sabía la importancia de la llave, y dejarla un día completo sin vigilancia no le resultaba agradable.

-Me cago en la puta madre del cabrón que hizo esto. –Gruñó Gavilano, visiblemente frustrado al escuchar las palabras de Fantina y la poca eficacia de la cauterización. Nada de veneno. Un arcano. Cojonudo. En mitad de toda la tensión, no se preguntó el motivo de estar involucrándose más de lo que hubiera esperado. Eso era algo que pensaría más tarde, esa noche, cuando finalmente descansara. Y entonces podría recordar las palabras de Liusel cuando hablaba de su troupe. Y, tal vez, incluso entenderlas. –Voy a tener unas palabras con el comandante cuando vuelva.

Fue entonces cuando Vieiro, menospreciando el sufrimiento de la mujer, se rió. La sorpresa de Gavilano fue tal que alzó la mirada hacia el pelirrojo, atónito. Y luego, dejando de lado a Inara, el joven entró en la habitación. En otro momento hubiera tenido algunas palabras con él, pero no era el momento. Así que devolvió su atención a la herida.

La llegada de la rubia noble subiendo en tromba por las escaleras distrajo de nuevo a Gavilano, pero fueron sus palabras las que hicieron que de nuevo apartara la vista de Inara.

-El señor gato se siente tímido hoy, Arden. –Dijo mientras se giraba para ver a la cada vez más ruborizada joven, y una sonrisa sincera aflora en su rostro al mirar a la gemela d’Iridar. No parecía en absoluto que se estuviera burlando de Arden, sino todo lo contrario. La mirada en los ojos azules de Gavilano era casi de respeto. –Creo que tendremos que hacerlo nosotros mismos de momento, y luego ocuparnos de ello.

Y entonces, guiado por un impulso, Gavilano abraza a Inara, enterrando su cabeza en el hombro de ella y haciendo que su áurea melena se entremezcle con el largo pelo negro de la mujer en un confuso remolino de brillante oro y mate azabache.

Las palabras de Fantina habían crispado al joven más de lo que esperaba. La moneda había girado, y le había susurrado que no era el momento de revelarse a sí mismo. Pero tampoco necesitaba gritarlo a los cuatro vientos. A veces, un susurro era suficiente en la Lengua del Mundo. Y alentado por ese pensamiento, abrazó con fuerza a Inara y enterró su cabeza en su hombro hasta que sus labios estuvieron cerca de ella.

Ya había escuchado que no necesitaba que el deseo de sus palabras lo escuchara, sino que era el propio universo el que aguardaba, atento, a sus órdenes. Sin embargo, eso no terminaba de eliminar las costumbres. Era a Inara a quien quería ayudar, así que a ella se lo diría. Y si el universo se unía a la charla, tanto mejor.

Se preguntó qué decir. Por un momento estuvo a punto de decir que no existía el dolor, pero era arriesgado. Cuánto duraría, a quién afectaría, y si eliminar algo así de la condición humana sería realmente viable. Normalmente, era mejor cambiar algo que hacerlo desaparecer.

Se le acababa el tiempo. Así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza. Puede que no fuera lo más adecuado, claro. Podría haber dicho alegría. Tristeza. Miedo. Lo que fuera. Pero en ese momento de tensión, temiendo lo peor, lo que acudió a la mente de Gavilano fue lo contrario al propio dolor.

-Entre estas paredes… el dolor es placer.

 Peara mira con orgullo como es capaz de formar aquel conjuro del éter y calentar la cuchilla, sin mayores consecuencias. Sin embargo, la acción se prueba inútil al confirmarse sus sospechas de que no había venenos o sustancias que viajaran por las venas; por lo que detener el síntoma del dolor con una cauterización no sería posible. Ante el comentario de Fantina sobre la posibilidad de que la magia arcana estuviese involucrada; Peara no supo como colaborar.

- Sería muy arriesgado que utilice el éter para intentar remediar lo que fue hecho por un arcano... no solo porque no conozco el hechizo utilizado en cuestión, sino porque las frases específicas para revertir esto deben ser... muy, muy complicadas...

 Derrotada por la incapacidad de ayudar a Inara, Peara baja la cabeza. Pero la sube nuevamente cuando ve llegar a una de las gemelas d'Iridar, Arden. Aquella muchacha se dirigió a hablarle al gato, para sorpresa de la académica.

- Oh, my lady... ¿cree que el gato tenga algo que ver con esto? Apareció de la nada cuando Inara abrió la puerta...

Maldita sea Caedus, si vas a poner trampas arcanas por qué no incluyes una que haga un agujero en el suelo, así podría tirarme allí ahora.

-Bueno, valía la pena intentarlo, era una trampa arcana y esto es la Casa de las Rarezas, cosas raras son de esperar, _{y juraría que ese gato me miró con mala cara...}

Mi voz se va haciendo cada vez mas baja al comprender que no estoy ayudando con mis palabras, la ultima frase apenas se puede oír.

Suspiro.

Al ver las expresiones de Gavilano y Peara me relajo un poco, al menos no parece que se vayan a burlar de mí. Gavilano parece estar divertido por mi exabrupto, pero la amabilidad y cuidado con que me corrige Peara de alguna manera son peores a pesar de sus evidentes buenas intenciones.

-Ah, y llámame Arden, por favor, al fin y al cabo somos compañeros todos, los apellidos no valen mucho dentro de las rarezas.

Trato de volver a concentrarme para ayudar con la situación de Inara pero mis conocimientos arcanos son prácticamente nulos, lo mejor es buscar a alguien más que pueda ayudar. Enseguida me viene a la mente Eikon, a juzgar por la conversación anterior parece alguien que pueda saber de estos temas.

-Voy a buscar a los otros a ver si pueden ayudar, enseguida vuelvo.

JA JA JA JA JA! - se rie Viero mientras va entrando en la habitación y ve al gato cerca, esperando que la gemela d'Iridar lo escuche.

Aunque en el fondo, no quita la posibilidad de que sea una buena idea, había escuchado leyendas de personas cuyo Don de la Coherencia les permitía cambiar la forma de su cuerpo por la de un animal. Pero no había visto ninguno hasta ahora.

Eikon miró al hombre de avanzada edad con gesto monótono.

— Quieren investigar y luego no prestan atención a los detalles —comentó, suspirando.

Parecía que iba a decir algo más, pero el desgarrador grito causó que el tatuado se pusiera alerta y saliera disparado hacia el sitio donde se había originado la perturbación.

-Dos entonces - la sugerencia de Cael parecía razonable. El resto de copias podrían ir haciéndose en función de las necesidades, no tenían por qué hacerse todas en aquel momento. Miró entonces un instante hacia la calle antes de seguir hablando - aunque quizá deberíamos saber que planea nuestro amigo, no descartaría que acabasen siendo tres - se movió entonces en dirección a la puerta, y se asomó buscando a Edirian.

Hiparchia permaneció sería, más dolida por el comentario de La Sonriente de lo que le hubiera gustado admitir. No dijo nada, ni esbozó ningún gesto cuando la misteriosa señora de la máscara se marchó de allí. Aprovechó el silencio que se impuso después para relajarse un poco y apurar su taza. Tenía que marcharse de allí, aquel lugar no le gustaba un pelo.

Además, estaba oscureciendo y no quería llegar tarde a la cena de bienvenida. Estaba segura de que sería importante asistir, así como establecer unos principios de relaciones sociales. Podrían ser útiles en un futuro cercano, por mucho que prefiriera engullir un sapo o beberse una copa de cianuro antes que volver a tener que escuchar el empalagoso discurso de ese tal Gavilano, o las imposturas del niño mimado de los Venturi. 

Salió de allí. 

Susurras las palabras. Cantas la Lengua, dejando que fluya, como siempre ha hecho contigo: sin control, sin ciencia, sin sentido. Simplemente, crees lo que has dicho, y dejas que el mundo crea lo mismo que crees tú.

Y funciona.