Partida Rol por web

Estamos en la Costa de la Espada, la región septentrional de Faerûn en la que se encuentran algunas de las más ricas y prósperas ciudades de los reinos de los humanos...

Desde hace unas semanas el gran tema del que se habla en la zona son los misteriosos ataques y las sangrientas matanzas que están teniendo lugar al norte, a lo largo del camino que atraviesa el bosque de Noyvern y, siguiendo la línea de la costa, comunica esta ciudad con Aguas Profundas.

Aún no ha sucedido nada catastrófico, y todo el mundo supone que el problema será alguna banda de trasgoides especialmente agresiva y más esquiva de lo habitual. No es ninguna novedad. De forma periódica osgos, trasgos y otras criaturas malignas descienden de las montañas y hacen correrías por la zona hasta que son exterminados.

En cualquier caso, el comercio a través de esa importante vía está empezando a resentirse, ya que muchos mercaderes no están dispuestos a jugarse el cuello habiendo pastos más verdes, por lo que las autoridades han decidido tomar cartas en el asunto de la forma más habitual: organizando una cacería de monstruos. En nombre de los Señores de Aguas Profundas, el comandante de la milicia y alguacil de la ciudad, Lord Jan Verrick, ha prometido recompensar generosamente a cualquier grupo de aventureros que contribuya a despejar el camino del norte.

Y aventureros es precisamente lo que sois vosotros. Os conocisteis en La Ballena Renqueante, una de las tabernas más concurridas y famosas del puerto de Aguas Profundas. Allí, además de los fanfarrones inútiles de turno, se congregaban bastantes valientes que buscaban compañeros con los que explorar el bosque de Noyvern. Independientemente de vuestro origen, todos tenéis en común el ansia de vivir emociones, ganar riquezas, haceros un nombre y, tal vez, ayudar a los demás en el proceso.

No lleváis muchos días juntos, pero hasta ahora os habéis entendido bastante bien.

Lleváis varios días recorriendo la zona de bosque al sur de Noyvern. Poco a poco habéis ido peinando una amplia zona de terreno, partiendo desde el interior y avanzando hacia el mar, y habéis encontrado, en efecto, indicios de actividad de trasgoides en la zona. Nunca son criaturas demasiado discretas, y el rastro que ha ido dejando el grupo al que acecháis ha sido fácil de seguir: armas rotas, animales a medio devorar, restos de campamentos improvisados...

Al atardecer del quinto día alcanzáis a las criaturas. Es una zona de maleza tupida, con claros ocasionales, y el terreno desciende en una pendiente cada vez más pronunciada hasta acabar en un acantilado, a unos 500 metros de distancia, justo sobre el mar. Estáis en el límite, literalmente en la Costa de la Espada.

Aunque no podéis ver nada, sabéis que a una distancia indeterminada frente a vosotros se encuentran los trasgoides. Escucháis el rumor más o menos lejano de sus voces y de lo que quiera que estén haciendo. También os llega ya un poco de su hedor, aunque eso no os aporta nada positivo. Además debe de haber un arroyo en alguna parte de la zona, por lo que podéis oír.

Os detenéis y os miráis los unos a los otros...

El señor Rufus Galbraith desciende de Krangus, su gran (es decir, de tamaño grande) huargo de piel cobriza y le acaricia detrás de la oreja. "Descansa un poco, viejo amigo, descansa un poco", le comunica telepáticamente a su familiar. La temible bestia se tumba sobre sus cuartos traseros y saca la lengua para recuperarse, pero sin dejar de prestar atención al entorno, pues estos animales son bastante paranoicos. "Y que me lo digan a mí, que puedo sentir todas sus emociones", diría Rufus.

Acto seguido, el estudioso da unos pasos hacia sus compañeros y tuerce la nariz olesqueando el aire.

- Están cerca -dice comentando lo evidente-. Esto me recuerda a cuando mi ancestro Mayeus Galbraith salvó al rey de Cormyr de unos trasgoides -se jacta-. ¡Jaja! ¿Y sabéis cómo lo hizo? Pues no a lo loco, desde luego que no, sino con una estrategia. Y casualmente... -recuerda mirando al infinito-, sí, sí. ¡Jaja! Tengo el conjuro perfecto para esta situación. 

Tras comentar esto hace un gesto como para que se le deje algo de espacio.

- Descansad, esto va a llevarme algunos minutos... -explica mientras saca de su zurrón de componentes un poco de grasa de murciélago-. Allá vamos.

Murmuros en dracónico, muchos gestos, y Rufus inicia su concentración.

"¿Que mejor que iniciar este trabajo que aplastando miserables trasguitos? Espero que el resto de la encomienda siga así y no haya que rescatar algún canijo perdido o recuperar un inútil libro"

Gringam se imaginaba a sí mismo masacrando a aquellos trasgos. Le motivaba la idea de que su hacha salpicara de sangre su rostro. Para él, el éxito de la batalla se basaba precisamente en ello; mientras más sangrienta, mejor el resultado.

Dedicó mucho tiempo en rastrillar la zona, no porque no haya encontrado rastro alguno, sino porque quería evitar la presencia del resto del grupo  y evitar sentirse incomodado por algún comentario y tener que comenzar la batalla contra "uno de los suyos".

Inevitablemente tendrían que interactuar en algún momento. Gringam cruza miradas con Alden y no hace más encoger sus hombros. Evidentemente, el pícaro estaba procediendo como era de esperarse. Aunque se movía de aquí para allí, como si fuera un crío hiperáctivo, cosa que sacaba de quicio al enano.

En cuanto a los otros dos componentes del grupo, jamás entendería a esa clase de individuos. Muy para sus adentros, pensaba:

"Aún me pregunto qué demonios hacen estas marionetas por aquí ¿Acaso este maldito puerto no cuenta con las gentes adecuadas para este trabajo?"

Los observa de a momentos. No con curiosidad, sino con ignorancia, y les fruncía el ceño cada vez que estos le devolvían la mirada. Luego vuelve a dirigirse al pícaro y le hace una seña con el dedo. Al parece había visto algo y quería enseñárselo. O tal vez solo quería fastidiarlo. 

- Si no os estáis quietos y dejáis de contar historietas no podré atisbar lo que hay más adelante. No necesito a un prestidigitador parlanchín ni a una carraca poniéndome nervioso con sus miradas acusadoras, sólo silencio. Llano silencio...-

Alden parecía ser meticuloso en su forma de "trabajar". Tras tratar de silenciar a sus compañeros, sube a una elevada roca de un grácil bote. Una vez sobre ella, recto como un estandarte, saca una especie de catalejo de su bolsa y  tras desplegarlo cuidadosamente se lo posa en su oído izquierdo.

"Este es el bueno" - Piensa mientras trata de escuchar lo que se oculta tras la maleza y la densa neblina.

La marcha fue todo lo tranquila que pudiera esperarse, recorriendo aquel extraño bosque en busca de una presa sencilla de cazar. A decir verdad, Lucyen aún se preguntaba porque decidió unirse a aquel grupo para cazar a una pequeña bandada de trasgoides. Y se dijo lo mismo que en las anteriores ocasiones: no había mucho mas que hacer en estos momentos que aquello. 

Al menos sus compañeros -por llamarlos de alguna forma- le estaban demostrando que eran competentes. El tal Alden era sigiloso y rápido en sus movimientos, y varias veces se adelantó en el camino para comprobar el rastro del enemigo y encontrar posibles trampas u emboscadas. El olfato del huargo del mago les mantenía sobre aviso en caso de ataque y su dueño tenía pinta de ser competente con las artes arcanas (lástima que hablase demasiado para contar pequeñas historias que no venían a cuento). En cuanto al enano... bueno, de él poco se podía hacer, salvo que tenía pinta de ser hábil en el manejo de su hacha. 

Se detienen durante unos instantes. Habían localizado a su objetivo y ahora, a una distancia prudencial, se disponían a decidir que hacer. El mago empezó a realizar un hechizo y el pícaro se dispuso a observar la zona, por lo que optó por sentarse y esperar a resultados.

Tu excelente oído cumple con su función, pero sobre todo sacas la conclusión de que aún estáis a demasiada distancia como para escuchar nada concreto. Se escuchan gritos aislados, y un vago rumor de actividad delante, más allá de la cuesta cubierta de árboles y espesos matorrales que tenéis enfrente. Casi puedes asegurar que la corriente de agua queda también enfrente, pero hacia vuestra izquierda.

Todavía no puedes precisar más.

- Hum... están al frente. - Dice el calishita plegando su artilugio - Pero a una distancia prudencial. Deberíamos tratar de emboscarles aprovechando la niebla y la maleza. Pero con cautela, esos pestilentes seres se manejan bien en este terreno.

Alden da un bote a tierra firme tras guardar el cono de audición y prepara su arco.

- Si ese ojo arcano te sirve de algo esperaremos a tener más información. De lo contrario, me adelantaré un poco para tener contacto visual. Intentad no armar demasiado escándalo... -Finaliza mirando de soslayo a Grimgam.

Rufus concluye su ensalmo y una pequeña bola translúcida aparece entre sus manos. Se eleva varios centímetros y, al instante, se vuelve invisible. El mago parece muy concentrado, por lo que suponéis que está haciendo avanzar la esfera en dirección a los sonidos...

La esfera tarda varios minutos en cruzar la zona de maleza espesa y llega a lo que parece una especie de claro en el bosque. Aquí no hay ningún campamento, pero sí varias criaturas. Y es que al otro lado del claro, cerca de una nueva zona de árboles, ves a un gnoll y un trasgo sentados en sendos pedruscos de mediano tamaño junto a una pequeña fogata. Hay un par de zurrones tirados por el suelo, y parecen estar cocinando un conejo al que apenas han arrancado algún trozo de piel. El gnoll parece estar atormentando un poco al pequeño trasgo: cada varios segundos le suelta una colleja, mientras adopta una expresión grotesca que interpretas que es una sonrisa. Hay otro gnoll: también en el límite del claro, pero hacia la zona derecha del mismo. Está orinando abundantemente sobre un tocón.

Dos detalles más llaman tu atención: uno de ellos es que tras la pequeña hoguera donde descansan las dos criaturas, al fondo del claro, varios árboles han sido talados limpiamente para abrir una especie de camino precario que sigue en dirección al mar; el otro, que cerca de donde está aliviándose el segundo gnoll hay más árboles caídos... pero estos no han sido talados, sino derribados por la fuerza. Algunos parecen partidos por la mitad, y otros incluso arrancados de cuajo.

"No me mires a mi pequeñajo"

Responde Gringam con tono gruñón a Alden.

"Que no fui yo el que abrió la boca para contar historias paupérrimas"

​Apoyando la cabeza de su hacha en el suelo, aunque empuñándola firmemente, deja caer su espalda contra un árbol demostrando ya su impaciencia característica.

"Y si por escándalo te refieres a alarmar a los trasgos...eso es cosa de cobardes. No procures que les sorprenda por la espalda ¿Desde cuándo alguien le tiene respeto a esa vil raza rastrera. Ustedes desean sorprenderlos, yo tenerlos cara a cara para poder hundir mi hacha en su corrupta carne" 

Mientras el segundo gnoll se ajusta lo que parece una especie de taparrabos mugriento y vuelve con sus dos compañeros, el ojo arcano recorre los límites del claro. Notas que el conjuro comienza a debilitarse, así que en un examen rápido consigues establecer que hacia la zona izquierda del claro, tras mucha maleza que, aquí sí, está intacta, se encuentra el arroyo que escucháis desde que habéis llegado. A toda velocidad, haces que dé una vuelta completa: el camino despejado se interna en una zona de bosque, aunque no puedes ver hasta donde llega; la zona de árboles sorprendentemente destrozados de la izquierda, por su parte, continúa en una pendiente ya cada vez más pronunciada que imaginas que va a dar al mar. Mientras intentas confirmar que es así, el hechizo finalmente se agota y el ojo arcano se desvanece. 

Rufus abre los ojos y toma aire como si hubiera recordado que hay que respirar. Dedica unos breves instantes a recolocar su mente en el momento presente y se frota las sienes. 

- Bueno, bueno. Ya estoy aquí. ¡Jaja! -llama a sus compañeros-. Atended. He visto lo siguiente...

El mago les cuenta que, tras cruzar unos minutos por la maleza, se llega a un claro en el bosque. Allí están sus presas: un gnoll y un trasgo se sientan junto a una pequeña fogata en la que cocinan un conejo, pero no hay montado ningún campamento. Otro gnoll se encentra en el límite del claro orinando, pero para esas alturas habrá acabado. Tras la pequeña hoguera, al fondo de claro, hay varios árboles talados limpiamente para abrir una especie de camino precario que sigue en dirección al mar. No obstante, en el lado donde el gnoll estaba aliviándose hay más árboles caídos, pero estos no tienen pinta de talados, sino de derribados por la fuerza. Algunos de estos parecen partidos por la mitad, e incluso arrancados de cuajo. Además, esta zona parece continuar en una pendiente cada vez más pronunciada. En el lado de maleza intacta del claro, se escucha el gorgojeo del riachuelo que nos ha estado acompañando todo el camino.

- ¿Alguna brillante estrategia? -concluye. 

Durante toda la explicación se ha ido moviendo hacia su querido Krangus y, al rematar con esa pregunta, se encontraba ya a su lado acariciándole el hocico.

- ¿Quieres comer trasgoides, Krangus?