Partida Rol por web

La Compañía Negra 2: La Puerta de Galdan.

La Compañía Negra 2: La Puerta de Galdan: Preámbulo.

Cargando editor
01/06/2016, 22:03
[RIP] Niña de Oro.

Niña de Oro, parte 3.

Tras la comida, el anciano volvió a su mesa de trabajo. Ya no quedaba demasiado por traducir, y luego podría, por fin, dar a conocer su descubrimiento. Ya se veia recogiendo premios por su obra. Vuelve a sentarse, para seguir traduciendo.

El día siguiente fue un auténtico caos. Menos mal que no había bebido, que si no...

Para empezar, dos soldados chondelorianos vinieron a buscarme para ir a entrenar con Krogan. El entrenamiento, junto a Manta, fue brutal. Nos pidió que le atacáramos, pero parecíamos muñecos de entrenamiento, dándonos golpe tras golpe. Al final me sentí tan decepcionada conmigo misma...

Luego, Lengua Negra nos llamó. Había decidido castigar a Tarado y Derviche, y a mí me tocaría Tarado. Mierda pensé. No quería hacerlo, pero no tenía alternativa. Temblé ante la perspectiva. Mi golpe fue todo lo flojo que pude darlo. Sin embargo, Belleza... se tomó la cosa a la tremenda, y le rompió las costillas a Derviche de un varazo brutal. ¿Por qué lo hizo? Nunca lo entenderé... Derviche es una Campamentera, como era ella. Al cabo de unos días, Belleza fue transferida al Pelotón de Exploradores. Por suerte, unos meses después Loor vino a los Campamenteros, como segunda de Lengua Negra, así que no quedé como la única Campamentera en el culto de la diosa.

Es curioso, Piojillo, con el que apenas había cruzado palabra, se acercó y me contó que él también vio lo de los esclavos. Eso me confirmó que no fui la única, pero nadie hizo nada. Qué pena.

Tras eso, y antes de ir con Belleza, entregué a Lengua Negra una de las monedas de Ansia de Dominio, la que me dio como primer pago por mi jura. No creía merecerla, si bien Lengua Negra, tras cogerla para el tesoro de los Campamenteros, me pidió que no fuera tan dura conmigo misma.

Ese mismo día, por la tarde, comencé mi entrenamiento con Belleza. Lo mejor, ¡le gané un combate! No lo podía creer, después de la mañana que tuve... necesitaba algo como eso. Belleza me preguntó si quería saber más de su diosa, y le dije que lo tenía que pensar. Nunca me había sentido muy religiosa. Pero la curiosidad mató al gato, y al día siguiente le pedí que me hablara de ella, y quedé embelesada. Vi pasar mi vida ante mí, vi como la sangre había destrozado mi vida varias veces. Empecé a creer que la Diosa estaba conmigo, junto a mí... me sentí reconfortada como nunca.

El día 3, antes de esa charla con Belleza, Krogan nos hizo enfrentarnos a Manta y a mí. Le impacté en varias ocasiones, pero acabé completamente dolorida. Él tiene mucha más experiencia, era imposible ganarla. Aunque ahora, quizás... bueno, quién sabe qué habrá aprendido de Krogan.

Un día importante para mí fue cuando le pedí a Guepardo que me acompañara a la herrería de Khovias. Allí, en aquel lugar de trabajo, quedó una parte de mí que me recordaba mi oscuro pasado, aunque la parte que quedó fuera inicialmente fruto del amor; y recogí el inicio de un camino luminoso que me llevaría a la salvación.

El día 8 parecía que todo iba a pasar como los demás: entrenamiento por la mañana y tarde, sin descanso. Pero muchas veces, las cosas no pasan como pensamos. Para empezar, Krogan nos hizo enfrentarnos a Golkas. Luchamos lo mejor que pudimos, pero no fue bastante. La cosa esa es inmune a los golpes. Lo intentamos, pero nos derrotó claramente.

Ese día también fue el día que le mostré mi nueva arma a Belleza, la que cambié por mi lanza de cobre. Aún recuerdo mis palabras y las suyas, como una de las cosas más bonitas que me han pasado:

Yo le dije: ¿Recuerdas la lanza que usaba antes, la que era de bronce? La tenía de antes, era lo último que me quedaba que me hubiera regalado directamente mi padre. La he cambiado por este báculo. Este es mi compromiso con la Compañía, este es mi compromiso con la Diosa. Ya no soy quien era, ya no seré más quien era...

Y Belleza respondió: No, ya no serás la que eras. Ahora eres una hermana juramentada de la Duodécima Compañía que salió de Khatovar, ya no eres una niña mimada y estúpida que no sabía dónde se había metido. Este arma representa tu cambio. Honra a la Diosa con ella, acaba con los enemigos de la Compañía sin mostrar debilidad, y ella te recompensará.

Un par de días después, llegaron las noticias de que el campamento principal había sido atacado. Analista, ahora Capitán, pidió a Portaestandarte que fuera a reforzarlo con la caballería. También Cortaplumas y Ballestero, con sus unidades de Reservas, pidieron ir, aunque fueran más lento.

Los siguientes días pasaron entre entrenamientos, mientras yo buscaba escapar para investigar las actividades de nuestros contratadores. Finalmente, entre los días 20 y 21 me decidí a compartir mis descubrimientos. Y también compartí algo más, primero con Belleza y luego con Loor: mi pasado y mi carga. Fue como quitarse un profundo peso de mis hombros. Ahora, al menos, estaba en paz conmigo misma, y aceptaría el destino que la Diosa tenga para mí. Pero nunca perdonaré a mi padre, nunca...

El resto del mes seguí entrenando con Krogan y Belleza. El día 23 Krogan nos preguntó que opinábamos uno del otro. Yo hablé de su falta de velocidad, y él de mi falta de fuerza.

El día 30, último de mi entrenamiento, el General me ofreció hablar o entrenar. Preferí entrenar y luego hablar. Éste reconoció la valía de la Compañía. ¡Ja! Y eso que no ha visto a sus mejores guerreros. Le dije, de todos modos, que, si vuelvo con vida, será en gran medida gracias a él. Y así me despedí de ellos, de Cho'n Delor, y de una parte de mi vida. Ya no tenía miedo al futuro.

El mes de la Nube regresamos al campamento, y Portaestandarte partió con una guardia a destruir al Último Inmortal. Me moría de ganas por acompañarlos, pero no me lo ofrecieron. Es normal, aún hoy soy considerada una de las más flojas de la Compañía. ¿Por qué me lo iban a ofrecer?

La guardia regresó el 12 del Jaguar, y los rumores sobre su fracaso y la influencia de Khadesa en ello se desataron.

Ese mismo mes tuve un accidente entrenando con Lombriz, y no pude entrenar tanto como hubiera querido. Pero me esforcé lo que pude, aunque habitualmente me sentía una inútil, que no hacía nada a derechas.

Y llegó el último mes del 201, el mes del Jaguar. Infinidad de carros empezaron a llegar trayendo cadáveres y esclavos que fabricaban armas de asedio. Desde su regreso, Portaestandarte se encerró en la Herrería, sumido en una depresión.

Un par de días después del regreso de la Guardia de Honor, vi a Desastre con un par de cachorros de león que se había traído de aquella misión. Qué monos, eran como gatitos. Volví a sentirme niña otra vez viendo como jugaban. Mientras los observaba, Loor y Cielo iniciaron una discusión con la Diosa. Finalmente, Cielo propuso que, si la Diosa era tan poderosa, me enfrentara a él, pero tanto Loor como yo dejamos claro que la Diosa no es algo de mercadeo. Sin embargo, acepté el reto, por practicar. Debí sorprender a Cielo pues, aunque ganó, dijo que quizás se pasase a ver a Loor para hablar de Khadi, la Diosa Oscura.

El día 17 del mes fue otro día importante, el día de mi primer rezo en compañía de mis hermanas. Aún recuerdo las palabras de ambas. Loor habló de lo corrompido de nuestro mundo y como una traición de dioses y demonios evitó el fin de esa corrupción. Pero ella renacerá, se liberará y nos llevará a un Paraíso sin dolor ni corrupción. También habló de su hermana de capa, que murió en Fuerte Chuda.

Belleza, por su parte, agradeció el faro que fue Loor para guiarla en su mundo de tinieblas hasta despertarla a la realidad del mundo.

Respecto a mí, conté cómo el mal de este podrido mundo me siguió desde mi nacimiento y cómo, al intentar huir de lo que está por todas partes, me sentí perdida. Hasta que Belleza me rescató. Lo último que dije lo tengo como un lema propio: "Loor a Loor, maestra; Loor a Belleza, hermana por algo más fuerte que la sangre; y Loor a Nareeta, siempre vivirás en mi corazón".

El viejo mira extrañado el resto del pergamino. Está todo apretado, como si quien lo hubiera escrito tuviera prisa, como si hubieran llamado para algo y hubiera terminado el relato deprisa y corriendo. Esta parte sí era mucho más difícil de traducir, aunque la caligrafía seguía siendo buena...

El día 25 estaba en la tienda de Grog cuando Derviche y unos de infantería iniciaron un rifi rafe de palabras y acusaciones. Yo sé que podría haberme desentendido, pero Derviche es mi hermana de pelotón. Me quedé a su lado y hablé por ella. Y, si la cosa hubiera ido a más, habría luchado junto a ella.

El mes de la Cabeza Cortada del 202 de Khatovar, el día 17, Loor me retó a un combate de entrenamiento. La cosa no salió bien, hubo un accidente y me hirió de gravedad. Mientras estaba en la tienda de los heridos, Derviche vino a verme, cosa que me alegró. Entonces recordé: da todo por tus hermanos y, al final, ellos harán lo mismo.

Las cosas se aceleraron. Brenda y Kano y la Heroína atacaron los fuertes de Cho'n Delor y Portaestandarte salió de su encierro exigiendo iniciar ya el ataque.

El mes del Caimán, tras una charla con Manta, que por fin había regresado de Cho'n Delor, reduje la intensidad de mis entrenamientos. Necesitaba estar más descansada porque en cualquier momento iniciaríamos el ataque. Nuestros rezos fueron más fervientes, más apasionados.

Se rumorea por el campamento que Tragasapos y Sedoso fueron a la capital a ver al Capitán y que éste, conectado a un montón de tubos, abrió los ojos sin reconocerlos. Algunos piden ir a rescatarle. Pero el ataque está por comenzar, no hay tiempo. Quizás cuando tomemos la Puerta, pero no ahora.

Loor a Khadi, la diosa oscura. Loor a la Compañía. Loor a Belleza y Loor. Y loor a ti, lector. Loor.

El anciano miró las hojas donde había hecho la traducción, sonriendo. Esto cambiaría el concepto de la Compañía Negra que se tenía hasta entonces. Niña de Oro sería famosa, y él con ella. Ahora, su vida había cobrado sentido. Un grito de triunfo retumbó en su tienda.

Cargando editor
03/06/2016, 17:13
Guepardo.

Decisiones. Su mundo giraba constantemente en el hecho de tomar decisiones. O eso es lo que pensaba el Hostigador mientras, siguiendo a la columna de hombres, caminaba hacia el Sur, abandonando el Fuerte Chuda, hacia la Puerta de Galdan. Observó, en la lejanía, la formación de las cadenas montañosas donde se situaba el Paso de Galdan. Y se preguntó qué les esperaría exactamente allí y si sobrevivirían.

Podía haber estado jugueteando, los últimos días, con los mortíferas armas de Carpintero, en el campo de entrenamiento. Probablemente hubiera causado una aparatosa baja durante meses, no pudiendo acudir a la lucha. Sin embargo, decidió entrenar con armas reales y allí se encontraba, camino a la batalla. Había decidido luchar.

Recordó cómo había salido de ese mismo campamento, hará unos meses, enormemente herido. Con un cuerpo y una mente destrozadas. Metido en un carro. Incapaz de desplazarse por sí mismo, como un moribundo, a la ciudad de sus patrones. Sin ansias de vivir.

El desasosiego, en aquel entonces, era total en el Jaguar. Dos ideas principales rondaban por su cabeza: desertar o suicidarse. La primera no era nada atractiva, ya que juró servir a la compañía con total dedicación. Y Guepardo era un joven de palabra. El suicidio, algo mucho más factible, lo tenía hasta planeado: arrojarse sobre su propia lanza. No obstante eso era considerado en su tribu como algo de extrema cobardía. Y el guerrero tampoco era un cobarde. Terrible disyuntiva la suya. Finalmente se decidió: continuaría.

Su pesar aumentó conforme su memoria retornó en parte, tras su última visita a la frontera del reino de los muertos y espíritus, recordando algo que en el pasado le obsesionó e hizo que acudiera a chamanes, pitonisas y magos, en pos de una respuesta y de una pregunta que ni siquiera recordaba. Pero su espíritu reclamaba saberlas, atormentándole y fustigándole con la visita del odioso espectro Sacorroto o los enigmáticos y tenebrosos sombríos, vinculados con la Compañía y con el Juramento que en ésta se hacía.

Ahora por fin sabía la pregunta y para su frustración se dio cuenta que no conocía la respuesta. Por el mero hecho de que no la había. Y aquello lo abrumaba terriblemente.

Guepardo. ¿Por qué entraste en la Compañía? ¿Para qué lo hiciste? ¿Qué necesidad tenías? Y su angustia crecía conforme se iba dando cuenta que no había respuestas para ninguna de las preguntas. No es que no las recordara, sencillamente no las había.

Sin motivación, sin necesidad, sin vocación, sin objetivo alguno se alistó en la Compañía. Habían pasado años desde aquello y todavía no había encontrado un claro sentido para seguir luchando con aquel grupo de mercenarios. Sin creer en sus oficiales, sus métodos, sus causas y mucho menos en sus objetivos. ¿Qué dinero?

Pocas alegrías o satisfacciones le habían proporcionado pertenecer a la Compañía. A excepción de las amistades generadas y cierto sentimiento de lealtad desarrollado. Y volvió a decidir: seguir a sus hermanos.

- ¿Eso es todo, eunuco? ¿Unas pocas amistades endebles y un leve sentimiento de lealtad de dudosa reciprocidad? ¡Ja! ¡Estúpido! - Se burló el desfigurado espectro de Sacorroto, caminando junto a él. - ¿Ha merecido la pena perder tu hombría y tu cordura por tan poca cosa?

Guepardo creyó que alistándose en la Compañía frenaría su lista de infortunios. Pero, después de haber sido desterrado de su tribu, su vida como errante no había sido tan mala. Cazador nómada, los conocimientos que adquirió con los suyos le hicieron independiente y autárquico. Capaz de fundirse con la Sabana y congeniar con las bestias que en ella habitaban. La vida no era tan mala.

Tras dos campañas con la Duodecima de Khatovar podía decirlo con conocimiento de causa: la Compañía había supuesto un paso atrás. Un enorme paso atrás. Sin embargo fue decisión suya: decidió entrar.

¿Por qué? No tenía necesidad de hacerlo. No tenía sentido su presencia con esos hombres armados. No debería estar allí.

- Vaya. Me alegro que al fin lo entiendas - escuchó una voz amable y comprensiva. Para su sorpresa se trataba de una aparición de Sacorroto sin estar demacrada ni descompuesta. Si no como solía lucir en vida. - ¿Me comprendes ahora? Por eso intenté marcharme. Pero una vez estás dentro no hay manera de abandonar... con vida.

- He tomado mi decisión: quedarme.

- Y por eso perderás tu cuerpo y tu alma. Pero eso es algo que ya sabes. Ya ha comenzado. ¿Lo sientes?

El Jaguar asintió, dándole la razón. Tras ello la aparición de Sacorroto se esfumó.

Guepardo alzó la mirada y observó a sus compañeros. Una larga hilera de sombras mortecinas, como almas en pena, desfilando hacia el reino de los muertos. Hombres y mujeres condenados a perecer y alimentar a una cruel entidad con las almas que segarán o con las suyas propias. Almas ya vinculadas a una oscura deidad. Como si la Compañía fuera una máquina de conseguirle almas, ya fuera por juramento o por las víctimas causadas por los juramentados. Un círculo vicioso.

- Si todo es tan nefasto ¿Por qué no abandonar? - preguntó la aparición de un imponente guerrero K'Hlata.

- Di mi palabra. Y mi honor está en ella. Mi decisión es preservarla - contestó sin dudarlo, haciendo que el guerrero aparecido asintiese conforme.

- Recuerda quién eres. Recuerda lo que te enseñé. Mientras así sea no me habrás olvidado y seguiré viviendo en ti - dijo el guerrero con satisfacción mientras se fue disipando. El Jaguar asintió con una sonrisa de orgullo.

La última aparición le hizo recordar que no todo había sido tan terrible, en su experiencia. Si entró en Cho'n Delor acabado, salió fortalecido en cuerpo y mente.

Recibió su polémica dádiva, que posteriormente se había mostrado como un regalo muy práctico. Participó en la expedición para acabar con el Último Inmortal. Si bien para muchos fue un fracaso, para Guepardo fue un auténtico éxito: luchó y acabó con diversas bestias y enemigos que hallaron durante su búsqueda. Salió endeble física y espiritualmente. Retornó fuerte de brazo y ánimo. Se perdió la oportunidad de acabar con un poderoso rival. Pero, sin saberlo, la Compañía recuperó a un guerrero que se hallaba perdido.

Mientras continuó la marcha, sintió una presencia formándose a su lado, caminando junto a él. Enarcó una ceja levemente sorprendido. Era Malamente y hacía tiempo que no lo veía.

- Luché bajo tus órdenes y por ellas morí. Ahora tú lo harás bajo las órdenes de otros y por ellas morirás - dijo el espíritu. No como reproche, si no como un razonamiento lógico.

- Tal vez. Pero he tomado una decisión. Una de muchas: no moriré en Galdan - afirmó el Hostigador con determinación. Malamente se mantuvo en silencio y finalmente asintió.

- Que los dioses te escuchen - y desapareció en una neblina fantasmagórica.

No. No moriría en el asalto a la puerta. Viviría para contarlo. Esa era la decisión que había tomado. Por ello se entrenó en cuerpo y alma durante los últimos meses, para negarle su alma a esa vil entidad que voraz y hambrienta esperaba el derramamiento de sangre con ansia. Para ponérselo más difícil. Si acaso, para incurrir en su ira. Había tomado medidas.

Eso le llevó a alzar la mirada y la observarla. Subida en un carro. Blanca y pálida, pero a la vez brillante y clarificadora, imponiéndose a la marea de oscuridad que resultaban los miembros de la Compañía juramentados. Descendió la mirada, abrió levemente sus brazos y miró su cuerpo: líneas blancas lo recorrían con hermosos motivos tribales sobre su oscura piel. Las llamas negras ya no surcaban su cuerpo. El sombrío ya no estaba sobre él, aunque lo sentía rondando cerca, enfurecido por no poder acceder a él. Ahora era el "guerrero de la luz" y las sombras no podían tocarle. De momento. Había decidido sacudírselo de encima recurriendo a la única que, creía, podía hacerlo. Y así fue. Pero sus hermanos...

Forzó la concentración y las sombras se fueron disipando. Bajo ellas volvió a ver a sus camaradas y hermanos de armas. Junto a él, los hostigadores. Cercanos, los Campamenteros. Más allá, la Infantería. Apenas logró ver a los Exploradores y Arqueros. La Caballería patrullaba los flancos. Hacía no mucho, no esperaba gran cosa de ninguno de ellos. No se sentía integrado con ellos. Pero la verdad es que no confiaba en sí mismo ni en que nada de lo que hiciera tuviera futuro. Finalmente había decidido confiar. Diversos compañeros habían dado pie a ello. Ahora, todos juntos, afrontarían lo que estaba por llegar. Por ahora todos llevaban afrontados muchos sucesos, muchas elecciones.

Elegir a Analista o a Portaestandarte. Elegir entre el Último Inmortal o el tenebroso ser atrapado en los monolitos. Vencer, aplastando a los enemigos y entronizando a un monstruo, o ser rechazados y mantener el equilibrio en una sangrante guerra. Vivir, para seguir sufriendo el cruel conflicto o morir, para alimentar con el alma a un oscuro ente. Ser condescendiente con la indisciplina en la Compañía, para evitar conflictos o ejercer mano dura, para evitar dicho comportamiento a pesar de los odios generados.

 


 

 

Hace tiempo que habían entrado en una espiral donde todo acto tenía su dicotomía. Decisiones y más decisiones. Pero una cosa tenía bien clara el joven Jaguar: se eligiera lo que se eligiera no había una decisión buena. Como si el destino permitiera elegir a la Compañía, constantemente, entre dos caminos. Sin embargo la elección siempre era capciosa, tramposa. Siempre quedaba encomendarse a los dioses rogando el poder adoptar la resolución menos perjudicial.

Cargando editor
03/06/2016, 18:45
Cabo Ponzoña.

Camino sobre la hierba vestido con la túnica blanca que Khadesa dijo debía llevar, mis armas al costado. La larga espada de Segadora en su vaina a la izquierda y mi gran maza a la derecha, manchada con la sangre seca de mis enemigos, muertos estén para siempre, carroña para los buitres. Ante mí, un espacio sin más paredes que las formadas por los erráticos árboles que crecen en las lindes y que escaparon de las hachas en un intento de que el enemigo no pudiera acercarse en exceso sin ser visto. Bajo mis pies, tierra. La madre tierra, fuente de vida y donde regresaré para devolver lo que se me ha dado, y sobre la que camino descalzo, sintiendo el cosquilleo contra mis tobillos de la hierba aún verde. Sobre mí, el cielo. Azul, limpio, sin nubes. Un augurio de buena fortuna en este día tan importante para mí. Para nosotros. A derecha e izquierda, el pasillo formado por mis hermanos, hombres y mujeres, K´Hlatas, Oscuros y extranjeros, guerreros, Pitonisas y miembros de los diversos gremios. A mis espaldas, el Campamento Principal. Mi destino, ella. Mi hembra. Khadesa. Mi otro yo. La madre de mis futuros hijos. La mitad de mi corazón y de mi alma.

Avanzo y nada me detendrá.

Miro mi pequeña manada. La de los Hostigadores. Y miro la gran manada de la que solo somos una pequeña parte. La Compañía. Antaño fue grande y poderosa. Ahora, no lo sé. Han sido muchos meses los que han transcurrido desde que vencimos en Fuerte Chuda y nos asentamos aquí, a los pies de Cho´n Delor, la pútrida ciudad hecha de piedra y magia, cuyo hedor me alcanza en los días en que el viento arrastra su infecta miasma hasta nosotros.

Nada es fácil tras una batalla. Demasiados muertos. Demasiados heridos. Demasiado trabajo a hacer por unos pocos mientras el resto se lame sus heridas. Soy Segundo de los Hostigadores, antiguo Hiena, un guerrero, un asesino que no teme la muerte. Obedezco y mato, pues es lo que se espera de mí. Lo que da honor a mi nombre. Lo que quiero hacer. Durante aquellos meses iniciales apenas vi a mi superior, el entonces aún jefe de Hostigadores, Matagatos. Habían muchas cosas que hacer y él parecía ausente. Tuve que asumir sus funciones. No lo lamento, pero hubo consecuencias. Quizá de otro modo las cosas hubieran sido distintas. Quizá no. O de serlo, podrían haber sido peores.

Se me encomendó organizar las partidas que desde el Campamento principal, como afluentes de un río, cruzarían las tierras circundantes en busca de información y caza. Muchos regresaron. Algunos se quedaron atrás. Y he rezado por ellos, por que en la Sabana sin fin batallen hasta el fin de los días y para que nos aguarden como hermanos que somos. El día en que nos reencontremos será un día jubiloso. Beberemos leche, agua y miel, comeremos carne y lucharemos sin cuartel contra los enemigos que los dioses quieran poner a nuestro alcance. Y reiremos.

Peregrino. Un leopardo. Rápido, elegante y letal. Nunca vi danza como la suya. Nunca volveré a verla. Un hermano silencioso, espiritual, anguloso en su físico y en su forma de ser y relacionarse. Su espada, un áspid mortal que segó muchas vidas, pero que no pudo acabar con las de aquellos que lo mataron. Serás vengado, hermano. De mi mano y de la de mi mejor amigo, Campaña cuyo rostro aún guarda el luto de tu pérdida.

Sicofante. Un búfalo. Pesado y poderoso. Su sacrificio para que Piojillo pudiera dar aviso no lo olvidaremos. Nunca. Nuestros vientres arden con el deseo de venganza ante tu ignominiosa muerte sólo reservada a los peores criminales. En mis sueños veo tu piel levantarse, formarse ampollas antes de renegrirse, oigo tus gritos y despierto con mi mano cerrada en el aire, tratando de empuñar mi maza.

Tu sacrificio, tu entrega han herido a la Compañía. Dos leones se alzaron rugientes ansiosos por dominar la manada. Uno anciano, sabio, pero débil en alguna medida. El otro, maduro, poderoso, peligroso... Loco. ¿Su maldición correrá por las venas de mi hembra y afectará a alguno de mis vástagos? ¿Tendrá mi piel, sus ojos y la locura de su antepasado?

Veo a Matagatos, mi Cabo, y veo la locura bailar en su mirada, acechando como un guepardo acecha al impala. Se muestra esquivo, huidizo. Se refugia en la enfermedad, en la sangre y en los putrefactos icores de heridas que él mismo ha provocado en su recién descubierta ansia de sangre. No habla conmigo apenas, su segundo. Siento cómo se aleja, vagando por un camino que parece reservado a los Oscuros.

Nos rige el león viejo, que ahora oficiará nuestra unión. Un hombre sabio que se oculta en las hojas de sus libros, como la tórtola entre las hojas de una acacia. ¿De qué nos sirve un hombre que no mira al rostro, que ignora lo que es mandar, lo que es la disciplina, lo que es ser un Soldado? ¿Cuál fue su última herida? ¿La que se hizo con el filo de una de esas hojas que no son de metal? ¿Con la cuchilla que emplea para afilar sus plumas?

Miro a mis hermanos en mi paseo hacia la felicidad. ¿Merecen que un hombre débil y taciturno rija sus vidas y destinos? ¿Debería alzar mi maza contra él cuando nos una a mi hembra y a mí convirtiéndonos en uno solo? ¿Qué conseguiría con ello salvo herir aún más a mi Compañía, a mi familia? Mi manos reposan un instante en mis armas, dubitativas. Niego sin mover mi cabeza, sin que mi rostro delate nada que no sea esperanza por mi futuro y el de los demás. Acaricio mi maza y me siento orgulloso de haber rechazado la dádiva de esos engendros enfermos de magia y maldad. No hay mácula en mí que proceda de ellos. Nada les debemos, pues con sangre hemos pagado el contrato que firmó la Compañía. Y con sangre habremos de pagar superar las Puertas de Galdan. No temo a la muerte, pero temo abandonarla. Por ello me uno a ella antes de partir. Por ello espero que mi semilla haya arraigado en su vientre.

Pocos metros me separan ya de ella. Aguarda, blanca como las cimas nevadas, la mirada verde como la primavera, el pelo negro como la mamba. Todo se ha precipitado. Poco queda para que los tambores retumben y avancemos con nuestras máquinas de guerra, nuestras bestias, nuestras armas y nuestro odio. Pero siempre hay un momento para detenerse y hacer lo que debe hacerse, porque todo hombre debe tener su mujer y cuando la encuentra no debe dejarla marchar.

Alguien que se agita inquieto me hace virar la mirada. Pipo. Mi mano busca bajo la túnica. Largos meses para hallar tiempo en el que tallar algo que no está a la altura debida, pero que cuenta con el mimo necesario. La flauta vuela de mi mano y cruza el aire en su dirección y hábil como es, la recoge. Sonríe. Sonrío.

Alcanzo a Khadesa, tomo su mano. Ella es mi presente y mi futuro. Más allá, el destino, las Puertas de Galdan. La vida y la muerte.

Cargando editor
03/06/2016, 21:08
Sabandija.

PREAMBULO DE SABANDIJA: PARTE 1.

AÑO: 201 DE KHATOVAR.

MES: DUODÉCIMO (MES DEL JAGUAR, TERCERO DEL OTOÑO).

DIA: FINALES DEL MES.

Una silueta enjuta se recorta en el horizonte del Llano. Es temprano y aún así el sol acaricia con fuerza la piel tostada del explorador K´Hlata que camina raudo en una dirección concreta a las afueras del campamento de la Compañía. De su estrecha cintura cuelga una liebre aún sin despellejar, tiesa como un palo a causa del rigor de la muerte. Revisar las trampas es a la vez monótono y excitante. Las ha ocultado bien, así que es difícil saber si una presa ha caído hasta que llegas y te aproximas lo suficiente. Son esos tensos momentos, en los que se va acercando, en los que Sabandija se muerde el pelo, nervioso, con la esperanza de haber atrapado algo. La liebre que cuelga de su cinturón llevaba ya muchas horas muerta, de ahí su rigidez. Afortunadamente, esta vez tuvo más suerte y, apresada en la trampa de lazo que tanto esfuerzo le había costado, había atrapada una ardilla.

Sin poder evitarlo tuvo la reacción de mirar a los lados para ver si había alguien alrededor que pudiera verlo recoger su trofeo. Parecía un buitre receloso de que le quitaran la carroña que había descubierto. No era una gacela, ni una cebra, ni siquiera un jabalí de la Sabana sino una mísera ardilla. Podía imaginarse las chanzas de muchos miembros de la Compañía al ver lo que el cazador cazaba. Que se rieran todo lo que quisieran.

El pequeño animalito captó su presencia acechadora y, reuniendo las últimas fuerzas que le quedaban antes de expirar su último aliento, se revolvió tratando de escapar del lazo que atenazaba su esmirriado cuello. Sabandija puso una flecha en el arco y lo tensó con fuerza. Había recuperado gran parte del movimiento de su brazo tullido, pero nunca recuperaría la movilidad total. Aún así estaba mejorando con el uso del arco. Para disparar flechas no lo necesitaba, la verdad, ya que sólo lo usaba como soporte, estirado por completo y haciendo el hombro de tope.

Gastar una flecha para dar a una ardilla moribunda podía rozar la cobardía más extrema. Sin embargo Sabandija ya no se arriesgaba a nada. La última vez, al acercarse confiado para partirle el cuello, un ratoncito de campo le había mordido el dedo. Plumilla le había curado pero le había advertido de las enfermedades que dichos roedores podían transmitir a los humanos. Con la mala suerte que tenía Sabandija lo que ya le faltaba era morirse de un mordisco de un ratón de campo. La guasa estaría asegurada para su entierro.

Zuuuuuuuuuuuuuuuuuuuum.

La flecha surcó el aire y acabó con la vida de la ardilla en un suspiro.

- Estoy mejorando. - Dijo en alto como si Ojopocho estuviese a su lado corrigiendo sus fallos. No tenía mucha gracia que el animal estuviese atado a un palo, pero también había que reconocer que era un objetivo pequeño y que se retorcía convirtiéndole en una diana difícil. En tres zancadas más se plantó junto a la trampa y deshizo el nudo que ataba el cordel al palo para luego atarlo junto a la liebre.

Unas tres horas más le llevó acabar la ronda. Para entonces el calor se hacía insoportable y aún le quedaba el camino de vuelta. Había cazado dos piezas en el mismo día así que podría decirse que estaba en racha. Empezaba a coger confianza con su nueva arma y eso envalentonaba al explorador, quien fantaseaba en dar caza a algo mayor. Algo más parecido a su objetivo último, la caza de un humano.

Cargando editor
03/06/2016, 22:02
Caracabra.

- Gracias por aceptar mi petición Boñiga, con la misión que se aproxima quiero dejar constancia de que la Duodécima Compañía tuvo entre sus filas a Caracabra, un guerrero maldecido por los dioses pero que en la lealtad y entrega hacia sus hermanos encontró un propósito a su vida. Puedo morir con tranquilidad sabiendo que mi historia no morirá conmigo.

"Las Crónicas de un Jorobado."

Por: Boñiga.

Capítulo I: El renacer.

Los dioses fueron crueles al hacerme así, de seguro fui un castigo o una maldición por algo que hicieron mis padres. Porque una atrocidad para la naturaleza no nace sólo porque sí. Despreciado por mi tribu, fui abandonado para morir con apenas horas de haber nacido. Pero cuando los dioses te quitan también te dan algo a cambio. Y a mí me dieron mucho valor, me aferré a la vida y luché, había llegado al mundo para quedarme. La Vieja Bruja vio eso cuando me encontró, es por eso que me rescató y cuidó durante años.

Ella me enseño a cazar y a defenderme, en retribución me convertí en su guardián. No puedo decir que mi vida fuera normal porque no lo era, en ocasiones veía a los niños del poblado jugar y divertirse, yo nunca hice nada de eso. Aunque no los envidio, ellos crecieron débiles y yo crecí fuerte. Esa fue la diferencia de nuestras diferentes vidas.

Un día una partida de exploradores de los Caimanes Negros, encontró y acorraló a la Vieja Bruja. Esos malditos le cortaron la cabeza. No tenían motivo para hacerlo, ella no era mala, tan sólo era diferente, pero para ellos lo diferente o lo que no se puede entender es malo. Habrían hecho lo mismo conmigo de no ser porque me encontraba cazando. Ese día todo cambió y aunque ante el cuerpo inerte de la mujer que me crió juré vengarme de los que hicieron eso, hoy de cierta forma les estoy agradecido.

Al quedarme sin propósito alguno en la vida, sin hogar, sin nada y en mi desesperación, tomé la mejor decisión que he tomado hasta el momento, unirme a la Compañía Negra. Pensé que me rechazarían, ya estaba acostumbrado al rechazo así que cuando me aceptaron como Recluta quedé sorprendido y agradecido. Se sentía bien no ser despreciado, se sentía bien formar parte de algo, así que me propuse dar todo de mí para demostrar mi valía.

(…)

Capítulo 8: Una victoria con sabor amargo.

Habíamos ganado la batalla del Fuerte Chuda, pero nadie lo estaba festejando. Sí, habíamos cumplido el objetivo, pero a un coste demasiado alto. Muchos de nuestros hermanos fallecieron en esa campaña, ya no escucharíamos sus voces, sus risas, ya no veríamos su rostro ni combatiríamos a su lado. Algunos vivirían en la memoria de quienes los apreciaron en vida, otros simplemente caerían en el olvido. Oh el olvido, el peor enemigo del hombre, monstruo que elimina tu existencia. Qué cosa tan cruel la que sufren muchos, pero yo no dejaría que eso le pase a Mentiroso, mi hermano de capa caído, hasta el día en que de mi último aliento él vivirá en mí y cuando muera su recuerdo también quedará en estas hojas.

Regresamos al campamento principal para fortalecernos, necesitábamos tratar a los heridos, especialmente al Capitán, reclutar nuevos miembros y que los altos mandos prepararan la estrategia para la siguiente misión que teníamos, asaltar la considerada invencible e inexpugnable Puerta de Galdan.

Pensamos que al menos por un tiempo tendríamos paz y quisimos aprovechar ese tiempo para reabastecernos de provisiones y entrenar, qué equivocados estábamos. Se nos organizó en patrullas y se nos asignó diferentes funciones. A mí me tocó junto con Manta y Odio ir a cazar. La cacería era algo que se me daba con relativa facilidad, pues cuando vivía con la Vieja Bruja si no cazaba no comíamos. Me gustaron los compañeros que me asignaron, por un lado estaba Manta, mi pupilo, mi amigo, un hermano con el que me gustaba pasar el rato y en el cual confiaba plenamente y por otro estaba Odio, bueno no puedo decir que él fuera una persona con la que gustara pasar el rato, pero era un excelente guerrero, así que no me quejaba.

Cumplimos con éxito las asignaciones que se nos dieron, aunque en el camino de regreso un poco de la comida se echó a perder debido a la falta de conocimiento que teníamos en cuanto a conservación. Cuando eso sucedió me prometí a mí mismo que aprendería esas técnicas para que aquello nunca volviera a ocurrir. Es por eso que al llegar le pedí ayuda a León Anciano, el viejo K´Hlata aceptó de buena gana instruirme en aquellas “artes”.

Estaba contento por la disposición del Campamentero para ayudarme, aunque esa felicidad no duró mucho. Al llegar ya había notado un ambiente sombrío en el campamento, pero no imaginé el motivo tan terrible que lo había causado. No fue hasta que mis compañeros Hostigadores me comentaran de la muerte de Peregrino, que descubrí lo que estaba ocurriendo. Una tristeza enorme invadió todo mi cuerpo, él no sólo era un compañero de Pelotón con el que había compartido mucho tiempo e incluso le había salvado la vida en una ocasión, sino que también era el guerrero al que más admiraba de toda la Compañía, yo lo consideraba inmortal. Además, me dolió no haber podido despedir a tan valiente hermano. Su muerte fue un duro golpe para todos, no sólo por la pérdida que significaba para toda la Compañía sino que fue un baldazo de realidad, si el mejor guerrero podía morir, cualquiera podía ser el siguiente. A mí en especial me hizo ver la mortalidad de una forma diferente, a partir de ese momento comencé a apreciar más mi vida y a no desperdiciar el tiempo, que al final de cuentas es prestado.

Capítulo 9: ¡Ni un paso atrás! El Retén.

Un comunicado llegó procedente de la ciudad, la Compañía era citada para un festín de victoria celebrado por el mismísimo Señor del Dolor, además el Chambelán de las Cuchillas ofrecía conceder una dádiva a todo miembro que haya luchado en la batalla del Fuerte. La oferta era tentadora y me ilusionaba mucho el que podría pedir, pero el deber llamó y yo respondí.  Un retén debía quedarse cuidando al Capitán que todavía se encontraba en un grave estado de salud. Así que muy a mi pesar me ofrecí como voluntario, mi lealtad hacia la compañía era mayor que cualquier deseo por obtener un regalo en la ciudad.

El Retén estaba bajo el mando Guardaespaldas, y junto a mí también se encontraban: Reyezuelo, Odio, Astado, Frontera, Tristeza, Ojopocho, Uro y Chamán Rojo. Se me asignó junto a Reyezuelo para realizar las guardias. Debo decir que esos días fueron verdaderamente aburridos, no ocurría nada interesante y sólo pasábamos de patrulla en patrulla, todo se volvió bastante monótono, rutinario e hizo que casi todo el campamento bajase la guardia.  Con el grueso de la Compañía por fuera debimos sospechar que era inminente recibir un ataque, más aún con el Capitán en las condiciones en las que se encontraba.

Estaba descansando junto a Reyezuelo de una larga noche de vigilancia, finalmente podría dormir un poco y planeaba aprovechar ese tiempo. Tenía que recuperar energías, pues los días parecían ser más largos de lo que normalmente eran. Cuando de repente un ruido me regresó súbitamente del mundo de los sueños. A lo lejos, abrigados por la oscuridad se acercaban amenazantes unas sombras, fantasmas de la noche. No dude ni un segundo y comencé a gritar como si no hubiera mañana para alertar al campamento. La vida del Capitán estaba en juego y con ella el honor de los miembros a los que se nos encomendó su cuidado. El amanecer no sólo trajo un nuevo día sino también una batalla que sería decisiva tanto para defensores como atacantes.

Luché con ferocidad aquél día, pues la Compañía era mi hogar, mi familia, ya una vez lo perdí todo, no dejaría que me volviera a suceder. Varios enemigos trataron de detenerme, pero uno tras otro cayeron ante mi lanza y mi coraje. Luchamos por horas y finalmente la defensa fue exitosa, ya quedaban pocos atacantes en pie y no estábamos teniendo muchas bajas. Con la batalla ya llegando a su fin me descuidé unos segundos y lo pagué caro. Uno de los fantasmas irredentos logró atravesar mi pierna con su lanza, no estoy seguro si fue por el enojo o la adrenalina, pero en ese momento no sentí dolor, levanté mi arma y se la clavé con fuerza y odio en el pecho a mi agresor. Cuando aquél fantasma tocó el suelo sin vida escuché a mis compañeros festejando la victoria. La Heroína se lo pensaría dos veces antes de volver a subestimarnos.

Con cada hermano que caía en esas luchas me convencía más de que ya quería que llegara el día del asalto. En la Puerta de Galdan nos aguardaba el reto más difícil al que se había enfrentado la Compañía, ahí nacerían leyendas, pues estábamos por hacer posible lo imposible y demostrar que para nosotros nada es inexpugnable.  Llegué a la Compañía como un monstruo, deforme y posiblemente inservible, pero ahora era Caracabra, miembro de los Hostigadores y un guerrero hecho y probado en varias batallas. Todo se lo debía a estos mercenarios que me acogieron cuando nadie más lo hizo. Siempre estaré en deuda con la duodécima y mi vida será un acto de gratitud hacia ella.

Cargando editor
04/06/2016, 15:48
Piojillo, Jefe de los Campamenteros.

Lamentos, sollozos y gritos de dolor le rodean. Un calor asfixiante y un poco de agua para paliarla. El dolor en los huesos que sentía Piojillo le hacían apretar los dientes y buscar algún tipo de distracción para pensar en algo que no fuera el sufrimiento que le causaban sus propias heridas. Pasan los días y algunos con apenas magulladuras pueden dejar la tienda de los heridos, mientras el Campamentero los mira con un sentimiento a medio camino entre la alegría y la envidia. Se alegra al ver algunas caras conocidas que salieron mejor parados que él mismo de la batalla en el Fuerte Chuda. Una victoria, sin duda recordada. Pasan los días y sus dolores van disminuyendo, sus heridas van cicatrizando e incluso empieza a notar signos de mejoría. Unos pocos días más y el guerrero K´Hlata comienza a dar sus primeros pasos, atreviéndose a dar unos cortos paseos fuera de la protección que le brinda la tienda de los heridos, además de los compañeros que hacían de improvisados enfermeros.

Muchos más días pasaron, y Piojillo estaba por fin recuperado. Volvió a sus tareas en el cuerpo de Campamenteros. Aprovechó para llorar a los muertos, en especial por el recuerdo de su amigo, el antaño líder de los Campamenteros, Cochinillo. Echaba de menos a aquel que le nombró su segundo. No conocía bien a Lengua Negra y tenía sentimientos encontrados hacia el mismo. En esos días, el guerrero K´Hlata aprovechó para poner en orden sus ideas y hablar con varias personas para ello. Habló con Mecadio, a quién pediría que fuese su hermano de capa. Parlamentaría con Lengua Negra, para poner en orden los problemas que recaían sobre los hombros del pequeño guerrero. También con su maestro en el arte de la guerra, pidiendo consejo por sus acciones y por las que estaban por venir.

La conversación con su superior no fue todo lo bien que él creía, al menos al principio. Los errores de Piojillo hicieron que chocasen, aunque al final consiguió un intercambio bastante equitativo, a su parecer. Parecía que después de todo, la confianza en el Campamentero seguía latente, ya que otros muchos confiaban en él. Aunque varios rumores acechaban sus oídos, dentro y fuera de su grupo, trataba de no imaginar que aquellas habladurías viniesen desde dentro de la Compañía Negra, mucho menos de los Campamenteros.

Cada vez que podía se acercaba a los establos. Sabía que no era su misión, pero le gustaba revisar a los caballos. Su pasado como jinete le había hecho amar a aquellos esbeltos animales. Muy pronto, tal vez, tendría ocasión de volver a montar alguno de aquellos caballos.

Otra de las razones por las cuales había elegido a Mecadio como su hermano de capa era esa misma. Además de que ambos tenían un pasado similar, casi compartido, Mecadio pertenecía a la Caballería. Ya en la última batalla, Piojillo trató de hacer gala de su maestría montando el caballo de Lengua Negra, el cuál le confiaron. Se imaginaba a sí mismo cabalgando a lomos de alguno de aquellos corceles, con esas lanzas largas que usan algunos en la caballería, cargando y castigando a sus enemigos en el combate a diestro y siniestro.

Muchos fueron llamados para realizar misiones en los alrededores del campamento. Como era de esperar, Piojillo no sería requerido para tales efectos. Qué equivocado estaba. Se necesitaban a dos jinetes para hacer de enlaces entre varios grupos de exploración. Los jinetes eran Sicofante y Pelagatos, pero éste último quedó gravemente herido en un combate de entrenamiento, que casi le cuesta su propia vida. Fue llamado por Lengua Negra para ocupar su lugar. Sensaciones encontradas, un poco de alegría porque contaron con él, más aún porque sabía que podría montar algunos de esos caballos de las caballerías, y algo de miedo por cabalgar lejos de la protección que le brindaba el campamento principal. Le cedieron un corcel que había sido usado por el Triplete, pero que ahora pertenecía a la Compañía. Piojillo sería el encargado, a partir de aquel momento, de cuidarlo y hacerlo suyo. Lo nombró Marengo.

Los días pasaron junto a su compañero de tareas, Sicofante. El Campamentero tuvo ocasión de conocer más de cerca a aquél miembro de la Compañía del que poco sabía. Piojillo se sentía contento por estar lejos del campamento principal, montando a caballo como antaño y en una misión, aparentemente sencilla, pues se trataba de servir de enlace entre varios grupos de exploración del territorio. En la Compañía, Piojillo era inferior en rango a su compañero, que además era mucho más mayor en edad, con lo cual siguió sus indicaciones en lo que a supervivencia y camino seguir en su tarea, sin aportar nada para no contrariarlo. Quizás por ello la misión en sí misma fue un fracaso, ya que pocas veces tuvieron la ocasión de encontrar a otras patrullas de la Compañía para intercambiar información. Los días pasaron tranquilos, hasta aquella mañana aciaga. Frente a ellos, a lo lejos, un grupo de soldados del Triplete, armados con arcos y a caballo. Ellos solo eran dos y sabían que la mejor opción era huir para avisar a la Compañía, además, sus órdenes eran claras: No entablar combate. Huyeron al galope, en dirección al campamento, aunque se encontraba lejos. El grupo de enemigos les pisaba los talones y estaban cercanos a alcanzarlos. Gracias a su pasado como jinete, el Campamentero dominaba, algo más que su compañero Sicofante, la carrera por alejarse de sus perseguidores. Sabedor de que les alcanzarían y el guerrero K´Hlata era mucho más rápido, Sicofante se ofreció a frenarlos lo suficiente para que Piojillo pudiese llegar a tiempo de avisar al campamento principal del inminente ataque. Entre dientes, Piojillo aceptó. Miró hacia atrás varias veces, mientras veía a Sicofante prestar batalla a aquél numeroso grupo, que rápidamente le lanceó, hiriéndolo de gravedad, pero sin matarlo, esperaba. Aún así, seguían persiguiendo a Piojillo, que se lanzó al galope para huir de ellos. Las lágrimas corrían por su cara, sabedor del cruel destino de su compañero.

De nuevo el sol cálido bañaba su rostro y cuerpo. La respiración agitada de su montura indicaba que el animal estaba tan cansado como él, después de estar cabalgando a buen ritmo toda la noche. El frío de la noche y el esfuerzo extra habían acabado por entumecer las delgadas piernas del Campamentero. Pero los rayos del Sol le anunciarían otro rayo de esperanza, cuando a lo lejos vislumbró las sombras del campamento principal. Sin pensárselo dos veces, con la boca seca y agotado, sujetó las riendas de Marengo con más fuerza y lo espoleó para un último esfuerzo.

Al entrar por la puerta del campamento principal gritó con sus últimos esfuerzos. - ¡Cerrad las puertas! ¡Nos atacan! – Para que los demás se preparasen. Se tiró del caballo, dando con el cuerpo en la tierra. Apenas podía caminar con las piernas entumecidas de todo el viaje. Como pudo, corrió a la tienda de mandos, donde todos estaban reunidos. Se disculpó al entrar sin ser invitado, pero la ocasión lo requería. Jadeó, sin poder articular palabra, hiperventilando y tratando de no desmallarse. Buscó con la mirada a su superior, Lengua Negra y le explicó el inminente peligro y lo acontecido el día anterior. Sin descanso, cogió sus armas para prestar ayuda al resto de combatientes. Posiblemente sus fuerzas las sacó de la rabia que sentía por el sacrificio de Sicofante.

Hubo varias pérdidas en la batalla, la imagen de Sicofante ardiendo vivo, pero consiguieron imponerse. Sólo hubo tiempo para beber a la salud de los caídos, en especial por el sacrificado Sicofante que evitó que les pillasen por sorpresa y las consiguientes pérdidas mayores.

Los días pasaron, los funerales continuaron. Varios conocidos cayeron en diferentes misiones. La muerte empezaba a ser una compañera más de la Compañía Negra en esos días oscuros. En los días siguientes todo volvía a su normalidad habitual. Piojillo llevaba a cabo sus labores, realizaba entrenamientos, acudía asiduamente a las caballerías para cuidar de Marengo y se relacionaba con el resto de compañeros. Sólo esperaba con ansias el día de su juramento.

De nuevo en Cho’n Delor. Poco había cambiado la ciudad desde su última visita, hacía ya meses. Toda la Compañía fue recibida entre vítores y celebraciones a su llegada a la ciudad. Y tras varios días de guardias y entrenamientos en el palacio de la discordia, aburridos para él, llegó el gran día de los hermanos juramentados, además recibirían una dádiva del mismísimo Chambelán de las Cuchillas. Aquello fue sencillo para el K´Hlata, juró como todos los presentes y Mecadio le puso su capa negra con el broche. Ya sería uno más en la Compañía, atrás quedarían sus desgracias y todo su pasado antes de entrar a servir a la Compañía. Su dádiva era sencilla pero suficiente para él. Le concedieron una lanza larga, para tratar de imitar a las que llevaban algunos soldados de la Caballería a lomos de sus corceles. Y llegó la fiesta tras la jura. Muy entretenida donde se deleitaron con manjares, bebidas y mujeres, todo a partes iguales. Pero entrada la madrugada todo cambió. Piojillo creía que todo aquello fue producto de su imaginación, de un mal sueño, del vino tal vez, pero no. Todo aquello fue real cuando lo comentó con algunos compañeros, aquello había sucedido.

Tras abandonar Cho'n Delor, de vuelta al campamento principal, las convicciones del Campamentero estaban cambiando con respecto a su grupo. Los continuos desacatos de varios reclutas, algunos incluso castigados por dichas faltas por su superior, Lengua Negra, y los continuos rumores que le llegaban, hacían presagiar algo nada bueno en la cabeza de Piojillo. El tiempo diría lo que estaba por llegar. Se avecinaban tiempos de cambio, de eso estaba seguro…

Cargando editor
04/06/2016, 19:14
Sabandija.

PREÁMBULO DE SABANDIJA: PARTE 2.

La elección de la presa.

Tomada ya la determinación de convertirse en cazador de hombres, Sabandija sólo tenía que elegir la presa animal que iba a servirle para su entrenamiento. Descartó por razones obvias a los depredadores. Podrían ser un problema para un hombre solo, sobre todo para uno que se arrastraba cual sabandija. Gacelas y cebras le parecían de belleza tal que no le inspiraban el odio necesario para acometer su objetivo. Quería ser capaz de cazar a Fantasmas Irredentos, aquellos que habían acabado con la vida de Ojopocho, y para ello el animal le tenía que inspirar la misma repulsa que ellos. Una línea de dientes retorcidos, de colmillos largos y amarillentos, narices chatas, piel dura como el cuero curtido, y sucios que adoraban revolcarse en la mugre. El jabalí de la Sabana era perfecto.

Del olfato y del oído.

Sabandija permanecía de pie, con los brazos estirados en cruz y las piernas abiertas separadas a una distancia superior a su cadera, completamente desnudo. Dejaba que el sol lamiera su piel como una leona lo hace con sus cachorros. Así se secaba después de darse un baño en la charca en cuya orilla reposaba su taparrabos y sus armas. Aunque el proceso era más lento, así se aseguraba de eliminar cualquier resto de su olor corporal, ya que podía ser fácilmente detectado por un jabalí. Dichos animales tienen un agudo sentido del olfato, que junto al oído, superan con creces al de un humano.

Se ayudó con las manos para escurrir el agua de su largo y cuidado pelo mientras canturreaba una cancioncilla aprendida de un niño cuando acompañaba a su padre y hermano en partidas de caza.

Soy un jabalí de la Sabana.
A mí me gusta gruñir.
Gruño al llegar la mañana
cuando me gusta dormir.

A veces, me dicen marrano
cuando aprieta el calor,
pues en la charca me embarro
para aliviar el ardor.

Ubicar el jabalí.

Sabandija rastreaba con mucho tiento, tratando de no dejar impregnado su olor en la vegetación en busca de señales que le indicasen la presencia del animal. En sus largas caminatas para comprobar las trampas de lazo que dejaba desperdigadas en el campo lo había visto una vez. Era un macho de colmillos lagos y deformados y de mirada altiva. Tenía una frondosa mata de pelo en la cabeza, cual cresta, haciendo que se pareciera a un bravo y fiero león. Hay ciertos signos específicos que un jabalí deja atrás, y la localización de éstos es fundamental para encontrarlos. Excrementos y frotamientos de su piel en los bajos de los troncos son algunos de los más comunes marcadores, así como muestras en montones de tierra levantados con su hocico.

La caza a la espera.

Tras haber identificado la presencia regular del jabalí, Sabandija eligió un sitio donde esperarlo pacientemente. Acuclillado entre unos matorrales lo suficientemente espaciosos en el camino que Sabandija había identificado que seguiría el jabalí de camino a su abrevadero, se mantuvo a la espera.

Se sabe que los jabalíes son ruidosos cuando comen. Es importante escuchar con atención el ruido de los molares de los jabalíes comiendo. Lo mismito que Lombriz. De esta forma se puede dirigir el arma en la dirección del sonido lentamente, cuidando de no hacer ruido.

Cuándo disparar.

Hay que esperar a que la pieza esté lo más cerca posible. En pleno silencio, casi sin respirar, hay que apuntar con cuidado al corazón. Tener el temple hasta que la pieza muestre el flanco del codillo. Si se quiere cobrar la pieza de modo efectivo, sin la interrupción de carroñeros o depredadores oportunistas, impactos en otros lugares hacen difícil la tarea. El jabalí es resistente y si no muere con el primer tiro huirá con una resistencia tal que le permite desplazarse muchos metros antes de su agónico final. El buen cazador no debe dejar piezas heridas en el campo. Sin un buen grupo de rastreadores es preferible volver a casa de vacío, con el cansancio en los huesos de una noche en vela, que dejar malherido a un animal.

Buitres y hienas son unos ladrones muy eficaces.

Reclamar la presa.

Los calambres empezaban a hacer presa del explorador Campamentero. Cuando ya comenzaba a desesperar lo escuchó.

Ñek, ñek, ñek.

Primero el ruido de sus molares rumiando, luego el sonido del aire sacado por sus enormes fosas nasales en un sonoro resoplido. Su primer disparo fue todo lo certero de lo que era capaz. La flecha se alojó en el pecho robusto del jabalí justo cuando elevaba el hocico para captar el olor de su depredador. Furioso, en vez de huir salió disparado a embestir a Sabandija. Eso sí que no se lo esperaba. Agarrotado como estaba por la larga espera apenas le dio tiempo para echarse a un lado revolcándose por el suelo. Todo iba mal. El jabalí debía salir huyendo y no enfrentarse a él, pero éste era tozudo y se revolvía ante la muerte. Puso otra flecha en el arco y disparó impactando esta vez en el omóplato. Fue lo que le salvó pues la carga del enorme animal vio reducida su velocidad, dándole el tiempo justo para tensar otra flecha. El último disparo atravesó la cabeza del jabalí en el momento en el que se le echaba encima. La inercia de su carga hizo que chocara con el cuerpo espatarrado de Sabandija que soltó el arco y pegó un alarido de terror. Tumbado en el suelo, con el cuerpo del jabalí encima suyo, inerte, pero aún caliente, Sabandija trataba de recuperar la calma. Apartó la compacta masa de carne de encima e inmediatamente comenzó a trabajar sobre la carne y la piel. Estaba eufórico.

Cargando editor
05/06/2016, 11:32
Preocupado, Pelotón de Infantería, Escuadra Barril.

La guerra contra el Triplete.

Primeros días del mes del Castor, año 201.

Preocupado caminaba junto a sus compañeros camino del fuerte Chuda, la que sería la primera batalla importante de aquella guerra, al menos para la infantería. Lejos quedaba aquella misión en la que habían aniquilado a unos pobres diablos mientras sus enemigos atacaban a los Hostigadores camino a Cho'n Delor.
Avanzaba expectante, con su escudo y sus lanzas listas para cualquier sorpresa. Se suponía que los exploradores y hostigadores habían ido por delante despejando el camino de cualquier posible patrulla enemiga, pero le preocupaba que alguna se hubiera escapado e intentaran sorprenderlos.

Al menos nos alejamos de esa maldita ciudad.

Habían pasado más tiempo del que le hubiera gustado en Cho'n Delor, era la primera vez que Preocupado entraba en una gran ciudad y la impresión no había sido buena. Demasiadas preocupaciones juntas con tanta gente allí viviendo, tanta suciedad y aquel ambiente que le oprimía. Antes, de camino, había pasado por otras grandes ciudades pero no se habían detenido en ninguna, ahora agradecía aquella decisión de los mandos.

Mejor, si todas son como Cho'n Delor no nos perdimos nada. ¿Por qué querría alguien vivir allí?

Era algo que todavía no entendía muy bien y eso le preocupaba. Pudiendo estar al aire libre, en una pequeña aldea en mitad de la sabana viviendo de la caza y de la recolección de los frutos que la tierra les ofrecía...

Seis de Castor de 201.

Llegado el momento se preparó para la batalla. Agarró su amuleto y dedicó unas palabras para los espíritus esperando recibir a cambio su protección. Le preocupaba que algo saliera mal y muchas cosas podían no funcionar. Sabía que realizarían un ataque combinado atacando el fuerte desde varios flancos distintos para que las tropas del mismo no pudieran concentrarse en un lado para la defensa, pero no sabía que pasaría con las fuerzas del otro exremo del fuerte, ni siquiera si estarían allí. Aún así se dispuso a seguir las órdenes del Cabo Barril como otras tantas veces. La infantería cumpliría con su trabajo.

El asalto fue un éxito a pesar de que Chuda había conseguido escapar gracias a la intervención de Lancero, pero habían conseguido tomar el fuerte y con pocas bajas. Aunque eso siempre era un tema que le preocupaba mucho, cada baja de la Compañía Negra tenía nombre para él y sus hermanos y resultaba una pérdida demasiado grande. Habían perdido a Teniente y tanto Capitán como su compañero Lagrimita parecían afectados por algún tipo de veneno. Le preocupaba que los sanadores o los magos y Caratótem no pudieran hacer nada, aunque habían demostrado más de una vez su valía y si era la voluntad de los espíritus estaba seguro que se salvarían. En su pelotón y entre todas las tropas de la Compañía Negra en general la victoria había dejado un sabor demasiado amargo como para pensar en una celebración.
Ahora controlaban el acceso al territorio de Cho'n Delor y eso impediría que las tropas del Triplete camparan a sus anchas por allí. Además la caballería y los arqueros habían conseguido eliminar a los otros grupos de enemigos que operaban por la llanura, podía decirse que desde el fuerte Chuda y los campamentos cercanos de otras tropas Chondelorianas tendrían controlado el territorio. Faltaba lo importante: La puerta de Galdan, una imponente fortaleza que daba paso entre un territorio y otro, controlarla era esencial si querían iniciar una campaña en territorio enemigo, pero aquella era una empresa que nada tenía que ver en dificultad con el endeble fuerte Chuda y eso le preocupaba.

Finales del mes del Castór y mes séptimo, de la Arena, año 201.

Como era habitual tras una batalla de esas características la Compañía Negra descansó y aprovechó para recuperar a los heridos más graves y reabastecerse. Además en este caso debido a la enfermedad del Capitán todo era más preocupante, aunque como indicaban las normas de la Compañía Analista asumiría el cargo mientras se recuperaba. Preocupado temía que Capitán no lo hiciera, así como su compañero Lagrimita y que ese golpe fuera demasiado fuerte de asimilar.
Enterraron a los fallecidos con el honor que se merecían en unos túmulos funerarios al norte del campamento y los discursos de Analista y Caratótem sirvieron para recordar la valentía de los caídos e insuflar algo de esperanza a los que aún seguían con vida.
Por si las preocupaciones fueran pocas la desgracia había querido que durante la batalla en el fuerte Matagatos, el mejor médico que tenían tras Portaestandarte (que se encontraba lejos y además hacía tiempo había dejado de sanar) también había caído gravemente herido.

-Esto me preocupa mucho. ¿Quien se va a hacer cargo de todos los heridos? Si no se los atiende bien podrían morir y ya hemos perdido demasiada gente. ¿Sabéis si Lagrimita y el Capitán han mejorado?

Parecía que nadie podía combatir contra aquel veneno y Preocupado temía un final fatal para ambos. Al menos entre todas las desgracias la campamentera Plumilla pareció ser muy eficaz en la atención de los heridos y eso pudo salvar muchas más vidas y que la tienda de los heridos poco a poco fuera quedándose casi vacía.

-¡Se despertó! ¡Lagrimita se de despertó!

La noticia corrió rauda entre todo el campamento y fue recibida con gran alegría, sobre todo entre sus compañeros de pelotón que acudieron de inmediato a visitarlo, pese a las protestas de los cuidadores. Tenían que verlo con sus propios ojos y darle ánimos para que se recuperara totalmente.

-¡Por todos los espíritus, es verdad! ¡Me alegra mucho verte de nuevo entre nosotros Lagrimita! Me preocupaba que no fueras a despertar más.

La visita no fue muy larga, tampoco debían abusar de las fuerzas de su compañero y seguramente pronto lo tendrían de nuevo entre ellos como siempre.

De todas formas me preocupa que el Capitán no se haya recuperado ya. Incluso tras la visita de los magos, pitonisas y esos curanderos que enviaron desde Cho'n Delor. Esto no puede ser nada bueno.

En la vida de Preocupado la alegría nunca duraba demasiado ni estaba completa, siempre había problemas, y si no existían ninguno el futuro siempre deparaba muchos.
Con la recuperación de Lagrimita se animó a acudir a la tienda de Grog. Él no tenía ninguna historia buena que contar, pero no le importaba pagar para celebrar que su amigo había vuelto a recuperar la consciencia, además Gordo Wem se estaba portando bien con los heridos proporcionando a Astado buenos alimentos para que se recuperaran antes y ese gesto debía ser recompensado con alguna consumición.
Pronto el campamento fue recuperando la normalidad, se retomaron las patrullas de vigilancia, los entrenamientos y las actividades habituales de los soldados cuando no estaban en batalla.
Con el paso del tiempo la situación en el campamento se fue volviendo extraña y preocupante. El Capitán seguía sin recuperarse, y el mando de Analista comenzaba a ponerse en entredicho por parte de Portaestandarte, que ni había acudido al llamado que le habían hecho y además había nombrado Teniente al Sargento Rompelomos. No es que el Sargento careciera de méritos suficientes para acceder al nuevo puesto, pero le preocupaba la forma en la que lo había hecho sin consultar a Analista y al resto de mandos. Quizás algunos de los posibles candidatos al puesto, como la Sargento Vientos, podrían verse ofendidos y hacer que la Compañía Negra se dividiera en varios bandos a favor de unos y otros.

-Me preocupa lo que está pasando. Creo que los mandos deberían reunirse y hablar de como actuar mientras el Capitán esté enfermo. Si Lagrimita pudo recuperarse seguro que él también. Si esto sigue así vamos a acabar muy mal.

En realidad estaba preocupado por el Capitán, comenzaba a decirse que había recibido una mayor dosis de veneno que Lagrimita y ya no era un hombre joven y fuerte como su compañero, quizás no llegara a sobreponerse de eso. La muerte de su jefe sería un golpe terrible, si ahora ya había disensiones, no quería imaginarse si fallecía, eso le preocupaba mucho.

Con el paso de las semanas el calor fue dejando su huella en el Campamento y muchos de los compañeros que gustaban de llevar armaduras desistieron de ellas a no ser que fuera necesario. Siempre había excepciones, pero eran casos contados. Incluso su Cabo decidió prescindir de la suya.

-¡Eh Cabo! ¡Creo que se le ha olvidado vestirse hoy!

De vez en cuando sus hombres le gastaban bromas, aunque no demasiadas pues al fin y al cabo era su superior. Además a pesar del calor nunca se quitaba el casco y le preocupaba pillarlo de mal humor y que les pusiera algún castigo por ello. Por fortuna los K'Hlatas como Preocupado siempre iban ligeros de ropa, con un taparrabos y nada más y estaban acostumbrados al calor de la Sabana, así que lo llevaban algo mejor.

Primeros días del mes de la Cebra, año 201.

La noticia de que nuevos aspirantes esperaban el permiso para ingresar en la Compañía Negra, al principio parecía buena idea pues había que ir cubriendo las bajas de la guerra, que además irían aumentando conforme esta se acercara a los Reinos Pastel. Lo único que le preocupaba era que seguramente aquella gente de ciudad no tenía la cultura guerrera de las tribus de la sabana y por lo tanto resultarían peores guerreros o el Sargento Gulg tardaría demasiado en formarlos y la guerra no podía esperar. Y con esa noticia vino otra que le preocupó aún más, la presencia en el fuerte de Ansia de Dominio para invitarlos a una celebración en la capital por la victoria obtenida. Preocupado no tenía muchas ganas de volver allí, ni siquiera la promesa de una dádiva le supuso suficiente aliciente.

Todavía faltaban algunos días para que se marcharan, así que podían intentar recuperarse un poco y descansar, aunque en el estado en el que estaba veía difícil hacerlo del todo. Mientras tanto en el campamento se fueron organizando patrullas de vigilancia y caza, siempre estaba bien tener un suministro constante de carne que acompañara a las gachas de vez en cuando, aunque le preocupaba que con tanto movimiento de tropas los animales hubieran abandonado el lugar a muchos kilómetros a la redonda.

23 de la Cebra, año 201.

Y así pasó los días herido y esperando a que le ordenaran ponerse en marcha, la mayoría monótonos, otros llenos de preocupaciones y solo unas pocas alegrías, como la noticia de la muerte de Segadora a manos de Campaña y Peregrino, aunque a costa de la muerte de aquel extraño guerrero que más bien parecía un vagabundo y casi nunca hablaba, aunque Preocupado sabía que era mortal con aquella extraña espada suya, eso era lo que contaba. Su muerte fue muy sentida por todos, aunque Preocupado echó de menos algunas palabras por parte de Caratótem. Como Peregrino no era K'Hlata el chamán no fue invitado a intervenir, Analista y Lengua Negra se hicieron cargo del responso.
Aquella noche Preocupado no se acercó a la tienda de Grog a pesar de que casi todo el mundo acudió allí para brindar por Peregrino y Gordo Wem regalaba una jarra de grog y hacía descuentos a partir de la segunda, había hecho un esfuerzo por acudir al funeral y su cuerpo herido todavía no resistía demasiado tiempo de actividad. Se limitó a pedir a los espíritus que acogieran al guerrero si era su voluntad, pues pensaba podían ser bondadosos con él a pesar de tener otras creencias.

Noche 2 de la Jirafa, año 201.

Aquella noche algunas de las peores preocupaciones del infante se hicieron realidad con un ataque sorpresa al campamento, costando algunas vidas y pérdidas materiales y dejando una sensación de inseguridad ante un enemigo que parecía seguir moviéndose con libertad por la llanura a pesar de todo.Ni siquiera la pronta reacción del pelotón de arqueros fue suficiente para apresar a ninguno de los cabecillas, aunque si que algunos de sus acompañantes resultaron muertos, era un escaso premio pero menos daba una piedra.
Le preocupaba que tras la victoria los ánimos se relajaran y la gente pensara que ya estaban fuera de peligro y lo que había pasado no hacía más que confirmar sus temores, todos debían redoblar sus esfuerzos pues el enemigo no iba a ceder terreno tan fácilmente.

Por fortuna se trató solo de una pequeña incursión y no de un gran ataque, eso si que me habría preocupado.

3 de la Jirafa, año 201, por la mañana.

No hubo mucho tiempo de tranquilidad pues a la mañana siguiente otro alboroto volvió a perturbar la paz del campamento, con tanto sobresalto le preocupaba que sus heridas tardaran en curarse más de la cuenta. Esta vez fue Piojillo el que llegó a galope anunciando un posible ataque de caballeros del Triplete. Se ordenó organizar la defensa y Preocupado acudió como uno más, no estaba al cien por cien pero no iba a dejar de acudir ante un ataque directo. Con su escudo y sus lanzas acudió junto al resto de sus compañeros de infantería, a la expectación de lo que pudiera suceder. El campamento se estaba cerrando a la espera de alguno suministros que llegaban desde la capital y seguidores del campamento que intentaban sacar algo de unas pequeñas huertas, aunque en aquel llano tan árido poco crecía. Tan solo faltaba uno de los carromatos cuando los jinetes enemigos aparecieron a gran velocidad, solo cuatro de los rufianes de Usurero pudieron interponerse ante los enemigos y así dar tiempo suficiente a que los víveres pudieran entrar en el fuerte. Ninguno de los cuatro sobrevivió, fueron pasto fácil del enemigo.
Y allí, frente al pequeño grupo atacante se presentaba la Heroína de la Puerta de Galdan, desafiando a toda la Compañía Negra. Los jinetes guardaron la suficiente distancia para estar a salvo de las jabalinas y las flechas, las pocas que conseguían recorrer aquella distancia lo hacían con tan poca fuerza que rebotaban inocentemente en las armaduras de los caballeros. Incluso la misma Heroina desviaba con cierto desprecio con su espada las que se dirigían a ella. Los caballeros siguiendo las órdenes de su superior comenzaron a arrastrar los cuerpos de los rufianes y a alejarse mientras Analista frenaba un intento de perseguirlos pensando que podía tratarse de una trampa. Al infante también le preocupaba que fuera eso, o algún tipo de estratagema para centrar la atención en aquel lado del fuerte mientras otras fuerzas atacaban por la retaguardia. Sus miradas furtivas hacia atrás no descubrieron ningún ataque, pero seguía intranquilo por todo aquello. Además la discusión pública entre Analista y Usurero no ayudaba a calmar los ánimos, a pesar de que el seguidor de campamento se retiró en cuanto Analista le dejó claro que nadie saldría del fuerte.
Eso debían pensar los del triplete también pues a una distancia a la que no podían llegar las flechas comenzaron a clavar unos enormes postes con leña alrededor. En ellos colocaron a los cuatro rufianes de Usurero, que parecían ya muertos, y en el quinto a alguien que aún seguía con vida y que Preocupado no distinguía desde su posición, alguien si que lo hizo y pronto el murmullo se corrió por toda la Compañía Negra.

-Es Sicofante, se trata de Sicofante.

Caer en manos del enemigo era una de las cosas que más le preocupaba, tenía asumido morir en combate, o por las heridas de uno, pero que lo hicieran prisionero no le agradaba lo más mínimo, y menos que lo exhibieran como un trofeo frente a sus compañeros como estaban haciendo con Sicofante.

Esto está mal, muy mal.

Los mandos se arremolinaron alrededor de Analista, muchos querían salir a rescatar a su compañero, pero el mando principal no parecía dispuesto a responder a aquella provocación.

-Es una trampa, seguro que es una trampa y Analista lo sabe.

De otra forma aquello no tenía sentido, y a pesar de todo frente a ellos estaba un Sicofante aún vivo al que pretendían quemar a la vista de todos. Fue el único que gritó pues los otros habían muerto en el combate y los gritos desgarraron al infante que miró al suelo impotente, prefería no mirar. Solo un gran estruendo hizo que se pusiera nuevamente alerta, el ataque sorpresa que había estado esperando se estaba produciendo sin duda, aquello habían sido maderas destrozadas.
Para su sorpresa la puerta del fuerte estaba rota, pero por dentro ante la brutal embestida de su Cabo. Barril sin detenerse ante nada ni ante nadie siguió corriendo en dirección a las hogueras. Su preocupación entonces fue máxima, las puertas estaban rotas y el Cabo Barril se quería enfrentar solo ante los enemigos, eso sería una pérdida aún más preocupante, pero ir directos a una trampa también lo era.
Cuando la Sargento Vientos y el Cabo Lemur emprendieron la carrera detrás de su jefe de pelotón ni siquiera se lo pensó, la infantería iría a la carga pasara lo que pasara, eran los más duros de todos y el Triplete ya podía haber preparado una buena trampa porque se lo iban a poner muy difícil.

-¡Por Sicofante! ¡Por Peregrino! ¡Por la Compañía Negra! ¡Rescatemos a los nuestros!

Preocupado corría y gritaba a la vez mientras veía como mucho más avanzado que ellos iba el Cabo Barril, recibiendo un tremendo lanzazo en el estómago que no impidió que siguiera corriendo. Al llegar a su altura la Heroína lo remató con sus dos espadas, pero no sin antes recibir un golpe por parte del Cabo en su mejilla.
Cuando la infantería estaba a punto de llegar a su posición un buen número de mujeres arqueras salieron de sus escondrijos y comenzaron a disparar flechas. Preocupado se cubrió con su escudo y se agachó ligeramente deteniendo un poco su carrera. Detuvo la mayoría de las flechas, pero otras le causaron algún que otro rasguño en la piel, nada importante. Se levantó y arrojó una de sus lanzas al enemigo, ni se detuvo a mirar el resultado, cogió otra e hizo lo mismo. Con la tercera lanza en su mano e intentando defenderse de la flechas que caían por doquier siguió a la carga contra aquella infantería acorazada.

-¡Por Sicofante! ¡Por Peregrino! ¡Rodead al Cabo Barril!

No sabía si estaría vivo o muerto pero debían intentar salvarlo a toda costa. El recuerdo de los caídos y los espíritus les darían la fuerza que necesitaran para enfrentarse a sus enemigos en un combate que estaba resultando muy duro, pues mientras se defendían y atacaban a la infantería enemiga las arqueras no paraban de dispararles. Preocupado sintió los pinchazos, ni siquiera sabía si eran simples roces o punzadas más importantes, solo le preocupaba seguir luchando hasta que los espíritus le dieran fuerza. Por su parte metía la lanza por donde podía, gracias al Cabo Barril y a su compañero Lagrimita habían aprendido las mejores formas de herir a los guerreros acorazados y poco a poco las fuerzas enemigas comenzaban a perder ímpetu. Entonces apareció la caballería del Triplete dispuesta a llevarse a la infantería por delante y dejar a la Compañía Negra sin uno de sus mejores pelotones.
Los mandos reaccionaron rápido y todos fueron juntándose en una formación compacta que recibió los envites de los caballos y sus jinetes. Preocupado recibió un fuerte golpe de uno de los caballos y salió despedido hacia atrás mientras veía como el caballo caía al suelo herido por su lanza. Se levantó rápidamente y remató sin misericordia al jinete.

-¡Por Sicofante! ¡Por Peregrino! ¡Salvemos al Cabo Barril!

Su propia sangre y la de sus enemigos lo salpicaba todo mientras sus compañeros luchaban a su lado como leones hambrientos, todos sabían que podían morir allí, pero no sin llevarse unos cuantos enemigos antes. Seguían en inferioridad pero la extraordinaria resistencia de la infantería hizo que la caballería y otros guerreros de la Compañía Negra salieran en su auxilio. La Heroína del Triplete y muchas de las arqueras emprendieron una cobarde huida viendo como su estratagema no había funcionado, no al menos del todo. Herido y golpeado por incontables sitios Preocupado comenzó a rematar a cualquier enemigo cercano que se moviera mientras observaba a sus compañeros en un estado tan lamentable como el suyo pero aún vivos. Los espíritus les habían sonreído una vez más, de eso no le cabía la menor duda.

-¿Estáis bien? ¿Como está el Cabo Barril? ¡Un médico para el cabo! ¡Un médico para el Cabo!

Le preocupaba que después de todo el esfuerzo hubiera sido en vano. Por Sicofante no habían podido hacer nada pero esperaba que su Cabo siguiera vivo aún, aunque las noticias parecían muy negativas al respecto.
Los siguientes días los pasaron en la tienda de los heridos llenos de vendajes y dolores, además de débiles pues habían perdido mucha sangre. Le preocupaba que alguna de las heridas pudiera infectarse y que alguno de ellos muriera, era casi tan común morir por las heridas que en la batalla. Claro que ellos tenían a Matagatos y Plumilla, junto a otros que les ayudaban y hacían un gran trabajo entre todos, la mayoría sobrevivía normalmente y eso le tranquilizaba un poco. El que peor estaba era el Cabo pues había recibido unas heridas terribles, por fortuna era un hombre fuerte y Matagatos había puesto mucho empeño en curarlo, parecía que se podría recuperar y eso fue una gran alegría.

-¿Que creéis que nos hará Analista? Seguro que nos castiga a todos.

Otra preocupación más, por si fueran pocas. Preocupado sabía que habían desobedecido una orden de un superior y que serían castigados por ello.

Mes de la Jirafa, año 201, hasta el día 10.

Cada día que pasaba aumentaba la incertidumbre, según se decía Analista no había vuelto a salir de su tienda desde el combate y eso no podía ser bueno. Finalmente todos concluyeron que el incidente sería saldado sin mayores consecuencias, que dada la situación en la que se encontraban tampoco le parecía una mala medida, pero le preocupaba que la indisciplina se fuera asentando poco a poco en la Compañía Negra y eso sería muy malo.
A duras penas consiguió asistir a los funerales por Sicofante y los rufianes, pero hizo un esfuerzo y apoyándose en una lanza acudió. No quería perderse la despedida a aquel guerrero que se había sacrificado por salvarlos a todos. Incluso comenzó a sentir cierto respeto por los rufianes de Usurero, ya era la segunda vez que ayudaban a proteger los intereses de la Compañía de una manera directa y eso merecía cierto reconocimiento.

-¿Creéis que nos dejarán aquí? No estamos en condiciones de caminar hasta la capital.

No le importaba quedarse atrás en el campamento y recuperarse allí, incluso lo prefería antes que volver a Cho'n Delor, esperaba que así fuera.
Finalmente no fue uno de los elegidos para quedarse pues los mandos decidieron que solo se quedara un pequeño retén, el resto marcharían a Cho'n Delor, incluso la infantería aunque estaban heridos prácticamente todos. Aquella era la decisión y había que respetarla, pero le preocupaba que la seguridad del Capitán y la de su Cabo quedara en manos de tan poca gente, no tenía claro que aquel llano fuera tan seguro como parecía a pesar de la presencia de los campamentos y las tropas, al fin y al cabo el enemigo podía pasar libremente por la Puerta de Galdan.

Mes de la Jirafa, año 201, días entre el 10 y el 25.

Tras unos días de lenta marcha, sobre todo por los carros que les transportaban a ellos y el resto de heridos, llegaron a Cho'n Delor sin inconvenientes. Parecía que la presencia enemiga ya no se dejaba notar gracias la acción de la Compañía, aún así los campesinos seguían sin fiarse mucho y cuando los veían solían alejarse por si acaso.
De vuelta al palacio de la Discordia tuvieron unos días de descanso, en su caso forzado por las graves heridas recibidas, que aunque iban sanando todavía no le permitían hacer ningún esfuerzo.

Último día del mes de la Jirafa, año 201.

Estaba especialmente preocupado por la votación que se llevaría a cabo aquel día, donde todos los hermanos presentes, ya toda la Compañía Negra a excepción del pequeño retén que se había quedado atrás, decidirían quien sería el nuevo Capitán. Aquello era casi como matar prematuramente al actual, pero como entre Analista y Portaestandarte tampoco se ponían de acuerdo en que línea de acción seguir optaron por que los hermanos votaran a quien preferían.

El palacio de la Discordia... Tal parece que este nombre estuviera destinado a este momento en el que las opiniones de unos y otros no hacen más que sembrar la separación entre nosotros.

Y es que para ser sinceros nadie sabía quien podía ganar, a simple vista las cosas parecían muy igualadas. Al menos todos los mandos parecían haberse puesto de acuerdo para ratificar a Rompelomos como nuevo Teniente, le preocupaba que solo en eso tuvieran opiniones parecidas.
Preocupado ejerció su voto, ningún candidato era ideal para el puesto, no al menos tanto como el anterior Capitán, pero Portaestandarte estaba loco y no pensaba votar por él. Los espíritus parecían pensar lo mismo y Analista fue nombrado nuevo Capitán, aunque él mismo se puso la premisa de dejar el puesto en cuanto el anterior Capitán estuviera en condiciones.

Demasiado tiempo, solo los espíritus saben si saldrá de esta, cuando y como. Me preocupa que no lo haga.

Primer día del Antílope, año 201.

Al día siguiente toda la Compañía desfiló por las calles de la ciudad donde la gente les vitoreaba y recibía como héroes para terminar en El Bastión del Dolor, esta vez sin su Señor presente para alivio de Preocupado. El ambiente opresivo de aquella ciudad se volvía casi insoportable en su presencia. Hubo nuevas juras con nuevos hermanos, ascensos y una fiesta donde se dieron rienda suelta toda clase de deseos y apetitos. También se repartieron las anunciadas dádivas y pronto le llegó el turno a Preocupado.

-Mi nombre es Preocupado y sirvo en la infantería señor. Me preocupa que no seamos capaces de vencer a nuestros enemigos y apelo a su gran sabiduría para concederme algo digno con lo que pueda derrotarlos.

Mucho había meditado su petición y muchas cosas habían cambiado poco tiempo antes que le habían llevado a tomar aquella decisión. Aún así se movía en terreno desconocido aún y no sabía muy bien a que atenerse, pero la primera advertencia estaba hecha.
Su dádiva fue un misterioso pergamino sellado, que no sabía como utilizar, aunque lo abriera, el soldado no podría leerlo. Aún así lo guardó con esmero durante toda la noche e intentó divertirse con sus compañeros, o al menos no preocuparse tanto. Otras conversaciones pendientes deberían esperar para posteriores ocasiones pues aquel no parecía el mejor momento.
La mayoría de los hermanos recordarían con horror como a mitad de la noche todos los esclavos y esclavas que habían participado sirviendo comida, bailando u ofreciendo otros servicios eran estrangulados uno a uno y amontonados en carros como meros objetos, extraña ofrenda para un dios que Preocupado no entendía y que estaba muy alejado de sus espíritus benignos.

Mes del Antílope, año 201, del 2 al 10.

De vuelta al Palacio de la Discordia Preocupado decidió consultar con Caratótem que hacer con su dádiva. Los espíritus manifestaron su inquietud por ellas y el pergamino quedó en manos del chamán mientras el infante trataba de convencer a sus compañeros y allegados que renunciaran a sus dádivas o que al menos fueran a hablar con Caratótem. No era el único pues otros fieles a la voluntad de los espíritus también apoyaron esa decisión, pero los resultados fueron muy desalentadores.
Le preocupaba la falta de fidelidad de los K'Hlatas por sus costumbres y creencias ancestrales, ante eso solo cabía pensar que algo muy malo sucedería.

La primera advertencia había sido un ataque al campamento donde varios hermanos habían fallecido y aunque los agresores nuevamente fallaron en su objetivo estaba claro que alguien debía volver cuanto antes a proteger mejor el lugar, al antiguo Capitán y a su Cabo Barril. La Caballería fue la elegida, no solo por su poderío sino porque serían los que menos tardarían en llegar, el resto se quedarían preparando víveres y enseres padra marchar más adelante. Fue el tiempo suficiente para que Preocupado y sus compañeros recuperaran su estado de forma, incluso algunos ya habían comenzado a entrenar de nuevo, preparándose para lo que venía.

Mes de la Nube, año 201.

El camino de regreso resultó tan tranquilo como la ida, aunque Preocupado sabía que el enemigo estaba ahí fuera en alguna parte escondido, esperando a que se confiaran para caer sobre ellos, por eso se mantenía siempre alerta y expectante. Sabía que los espíritus les protegían, pero ¿Durante cuanto tiempo seguirían guardando a sus compañeros que renegaban de ellos? Aquel asunto le preocupaba y por mucho que advertía a sus compañeros y amigos nada cambiaba.

Del día 10 de la Nube al 13 del Jaguar, año 201.

Cuando días después de llegar al campamento el Cabo Lemur pidió voluntarios para una misión especial de escolta Preocupado dio un paso al frente. No es que le entusiasmara la idea, pero sabía que los espíritus seguían instándolo a proteger a Desastre. Negada su dádiva y sin poder hacer su búsqueda espiritual Preocupado sabía que encontraría su mandada de todas formas, él lo había escuchado de Caratótem y se lo había dicho a su amigo para que creyera, ahora todo estaba en las manos de los espíritus y Desastre.
Aquel viaje cambió muchas cosas. Desastre encontró su manada y ayudó a la pitonisa Khadesa a interrumpir el ritual, enfadando a Portaestandarte como nunca y dejando al infante muy preocupado por todo lo que había pasado allí. Al volver debía meditar sobre todo aquello y seguir el consejo que hacía tiempo un amigo le había dado y que no había sido olvidado.

Preocupado se vio ante dos caminos, quizás ambos tenían el mismo final, solo escogió el que pensó que sería más útil a los espíritus. Debía entrenar y debía prepararse para la batalla. Algunos decían que incluso ya no se preocupaba tanto por las cosas, a él solo le preocupaba no estar listo para lo que se avecinaba, pero era un soldado y como había hecho tantas otras veces lucharía con todo su ser hasta el último aliento. Ahora la Compañía Negra y sus compañeros lo necesitaban más que nunca y no iba a fallarles.

Cargando editor
05/06/2016, 12:59
Rastrojo.

Olvida todo lo que has leído anteriormente.
Olvida lo que has aprendido. Lo que has vivido.
Aquello que conoces del mundo es un espejismo.
Tú eres tú. Las metas, los títulos, no cambiarán eso.
Nunca serás escuchado por las personas que te pisotean.
Nunca pondrás en valor a las que son pisoteadas por ti.

El recuerdo de este fracaso es el baño bautismal que te librará de todo lo que te lastra. Es necesario limpiar de impurezas un lienzo en blanco antes de plasmar todo tu ser en un baile de pinceladas.

Recuerda...

Rastrojo fue expulsado de la tienda de los heridos. Las discusiones con Matagatos daban siempre ese tipo de resultados. El Oscuro nunca se atrevía a ir más allá. En el fondo sabía que un castigo corporal al viejo estilo de su camarada Lengua Negra sería perjudicial. Rastrojo, para algunos K'Hlata, era un hombre santo. Sobretodo para los de otros Pelotones, que no tenían que aguantar sus continuas impertinencias. Dejar que el látigo le lamiera la espalda provocaría protestas e incluso rebelión. Y en ese equilibrio se movían, como el perro y el gato, con Matagatos humillando a Rastrojo en castigos creativos.

Y de entre todas las represalias, la expulsión de la tienda de heridos le molestó especialmente. El aprendiz de chamán tuvo que pagar una moneda de cobre a un seguidor de campamento para que entrara en la tienda de heridos a buscarle las cosas, y le montase la tienda de campaña. ¡Una moneda de cobre! Si tardó más en recuperarse de sus heridas fue por el disgusto, que le había debilitado el alma. Puede que sea un poco exagerado dedicarle más de una frase a un suceso tan nimio en unos meses tan importantes en la vida de Rastrojo, pero... ¡una moneda de cobre! De todos los ahorros que atesoraba con mimo, es aquello a lo que renunciaba lo que causa mayor congoja. Un minuto de silencio por la moneda de cobre perdida, por favor.

.

.

.

.

¿Ya? Está bien, prosigamos...

Estando convaleciente en su tienda, le llegaron los murmullos del exterior. El Triplete estaba haciendo de las suyas, y había puesto en alerta a todos los hombres y mujeres de la Compañía que pudieran mantenerse en pie. Rastrojo estaba demasiado bien acostado como para hacer la comprobación. No acudió a la llamada a filas, y se mantuvo expectante. No fue el único. Tras las empalizadas, centenar y medio de civiles anónimos esperaban inquietos el destino de la Compañía, no temiendo por el Honor o la Historia, sino por sus propias e insignificantes vidas. Y a nadie le importan esas personas.

Rastrojo lo comprendió minutos después, no por empatía, sino por una bofetada de realidad.

La noche anterior, unos saboteadores del Triplete la habían liado parda. Brenda y Kano se habían colado en el emplazamiento, y se deslizaron por entre las tiendas de los Seguidores de Campamento con intención de quemar las cuadras y todos los caballos que había en ellas. Las mismas cuadras en las que Rastrojo había trabajado de niño. Fruto de la incursión, algunos civiles que estaban en el lugar equivocado fueron reducidos. No todos murieron, hubo dos mujeres que sobrevivieron al degollamiento: Bimbata y Yuma. Y con todos los honores, fueron atendidas en la tienda de los heridos en la que Rastrojo tenía vedada la entrada. Un desaire más, una prostituta Pitonisa y una prostituta prostituta, recibían mayores honores que él. Y Rastrojo no tiene nada en contra de las prostitutas, pero lo de la Pitonisa le hacía hervir la sangre.

Y he aquí, con todos los heridos arrastrándose para formar, y el Cabo Matagatos desatendiendo la tienda de los heridos, que Rastrojo vio su oportunidad de venganza. Sólo tenía que colarse en la carpa y terminar de degollar a Yumma por el mismo corte que le habían hecho los del Triplete. Bastaba eso, y Matagatos pasaría a ser el mal médico que dejó a una Pitonisa sagrada morir. Y de paso, una Pitonisa menos en el mundo. Cuando Rastrojo entró subrepticiamente en la tienda de heridos, había cuatro mujeres presentes. Tanto Yumma como Bimbata estaban inconscientes, como el chamán esperaba. Las otras dos, prostitutas también, habían venido a visitar a Bimbata: Bimbawa, la hermana de Bimbata, y Elefanta, su amiga que trataba de consolarla. Rastrojo se quedó paralizado, no había contado con la presencia de aquellas dos testigos.

¡Flush!

El pecho de Bimbata se hinchó, y su espalda se contrajo hacia atrás, en un acto reflejo para obtener una bocanada de aire. De sus labios brotó la sangre. Matagatos había cosido mal la herida de la garganta, y al dejar a Bimbata boca arriba, la sangre goteaba hacia su traquea en un lento proceso de ahogamiento. Rastrojo actuó. Tomó el cuerpo de Bimbata en un abrazo y presionó el diafragma haciendo que escupiera sangre. Las costuras que cerraban su gaznate por fuera, del vaivén, se abrieron, manchando a Elefanta y a Bimbawa con un chorro arterial de sangre. Tratando de parar la hemorragia, Rastrojo volvió a tumbar a la paciente, y colocó las manos en la garganta, pero la sangre seguía brotando... hasta que el corazón de Bimbata dejó de impulsarla.

 Yo... yo hice todo lo que pude. Lo intenté...

Miró sus manos ensangrentadas, y el rostro descompuesto de Bimbawa, destrozada por la muerte de su hermana. Y la culpa le hizo salir de la tienda, huyendo. Se dio cuenta de lo agitado que estaba cuando el nivel de adrenalina bajó lo suficiente para escuchar su propia respiración. Y dos tiendas a su izquierda, paralelo a él, se alejaban de las puertas del campamento dos mujeres más, plañideras. Eran las, quizás, esposas de los rufianes que el Triplete había capturado. Por la conversación que escuchó, decían que iban a quemarles en una pira, en los alrededores del campamento.

Rastrojo quería enmendarse, limpiar la culpa por haber matado a Bimbata. Puede que sus poderes mágicos no fuesen muy útiles, nunca y en ninguna situación, pero un chamán mediocre aún puede ayudar con los pocos recursos que le proveen los espíritus. Se sentó entre dos tiendas y trazó un círculo en la tierra con los dedos aún ensangrentados por la sangría de la prostituta, y comenzó su conjuración.

 Espíritus guturales, espíritus saltarines,

 guiad hasta mí a un rápido petirrojo,

 intrépido ser alado que sirva a mis fines:

salvar del fuego a los rufianes con arrojo...

...y en menor medida también puede hacer algo por Sicofante, que también lo capturaron, aunque le tenga tan poco aprecio, pero ese no es el caso ahora.

Un graznido. Rastrojo abrió un ojo y vio a un cuervo posado en una rama. Pero no se dió por vencido. Repitió el conjuro para que los espíritus le diesen la herramienta con la que salvar vidas. El cuervo volvió a protestar.

 ¡Quita de ahí! ¿No ves que rompes mi concentración? Estoy tratando de invocar un petirrojo para salvar a mis amig... a unos tipos con los que apenas he cruzado dos palabras en toda mi vida.

 No esperes más, chamán, yo soy tu petirrojo.

 ¿Tú...? ¿Un petirrojo...? ¿Con esas plumas negras?

 Sí, un petirrojo negro. ¿Ahora vas a ir de racista?

 Ehm... vale. Las sendas por la que nos llevan los espíritus pueden resultar extrañas en ocasiones. En aquella dirección hay varios hombres atados a postes. Van a ser quemados vivos. Necesito que vueles allí para picotear sus cuerdas, y darles una oportunidad de escapar.

 ¿Y por qué debería hacerlo?

 ¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Aaaahm... Si lo haces te daré un puñado de alpiste - el "petirrojo" graznó casi como un resoplido de desprecio-. ¿Alpiste para toda una semana? - Las plumas sobre su ojo se enarcaron, escépticas-. Está bien, está bien... Hazlo, y por cada hombre que liberes recibirás una semana de grano del bueno.

El cuervo asintió, o se sacudió las plumas, y echó a volar. Rastrojo le persiguió, atravesando el campamento a la carrera. Subió a la empalizada para ver su pequeño milagro. Su obra. La magia de los chamanes, tan absurda como para sólo permitirle hablar con los animales, por primera vez haciendo algo útil. Junto a Rastrojo, media Compañía estaba expectante, sin prestar atención al héroe mestizo, con los ojos puestos en las piras. El cuervo empezó a picotear las cuerdas de Sicofante, mientras gritaba por las llamas. Si lo conseguía, esta era la segunda vez que Rastrojo salvaba a alguien del fuego, tras Enmascarado. Y finalmente... el cuervo no pudo soportar el calor, dejó el trabajo a medias y se alejó volando. El espectáculo y los gritos de Sicofante continuaron un tiempo más. Rastrojo bajó los hombros, derrotado, y descendió para volver arrastrando los pies a su tienda.

De nuevo tumbado, de nuevo melancólico, de nuevo solo. Rastrojo tuvo una inesperada visita esa misma tarde, el eminente chamán Caratótem, pero no es relevante para la historia. Más importante fue la visita que recibió esa noche... Rastrojo se despertó sintiendo un peso sobre su abdomen. Allí, sentada sobre él, Bimbawa le sostenía una mirada sombría. Por algún motivo, a Rastrojo no le extrañó. Él había dejado morir a Bimbata, y ahora su hermana había venido a matarle mientras dormía. Entonces sucedió algo que no se esperaba... Bimbawa inclinó su pequeño cuerpo hasta quedar tendida sobre el pecho del aprendiz de chamán.

 Emmmmh... ¿buenas noches? - saludó, tratando de romper un silencio incómodo.

 Todos se olvidaron de mi hermana... - Rastrojo sintió unos labios en su clavícula que no le ayudaban nada a relajarse, le ponía más tenso. - La vida de los seguidores de campamento no vale nada, la de las prostitutas nada de nada... - la mano de Bimbawa se deslizó para desatar el taparrabos del chamán. - Tú te acordaste... Viniste a la tienda de heridos para curarla y este es mi modo de darte las gracias.

Todo iba bien. Rastrojo no sabía comportarse en este tipo de situaciones, y mantuvo las manos apartadas a los lados como si abrazar a la prostituta le fuese a despertar del sueño, pero tenía claro que quería que Bimbawa continuase. No continuó. El cuerpo de Bimbawa se quedó muy quieto de pronto, y al segundo, los ojos de la prostituta rompieron a llorar sobre el pecho de Rastrojo. Mientras, el mestizo resopló, frustrado, y sin saber consolar las lágrimas de una mujer, dio suaves palmaditas a su estrecha espalda. No pasó nada. Ni Bimbawa le vino a visitar la noche siguiente. Ni la siguiente.

Los problemas de Rastrojo con las mujeres volvieron un tiempo después, en Cho'n Delor...

Estaban en plena Ceremonia de las Dádivas. Todo iba genial. Rastrojo pediría un arco que le abriese las puertas al Pelotón de Arqueros. No más Cabo Matagatos. No más ninguneo. Por fin un Pelotón sin Pitonisa asignada. Ese día le embargaba la felicidad. Empezó la fiesta comiendo, de entre todas las exquisiteces, anguila. Pero algo raro debían de llevar las especias, que tuvo una revelación...

Lo podía percibir. El pájaro sobre la bandeja podría tener la carne todo lo tierna que quisieses, pero rezumaba magia. No como si fuese manipulado por un mago, más bien como si un gran poder espiritual se estuviese concentrando a su alrededor para entregar un mensaje. Y el cuello fracturado del ave torció en un rictus levantando su cabeza y mirando directamente a Rastrojo. El aprendiz de chamán miró a izquierda y derecha. Nadie más pareció darse cuenta del horrendo milagro. Entonces, el pájaro muerto empezó a hablarle. No como hablaban las personas. No como hablaba un chamán con un animal. Era algo más ultraterreno. Aquel mensaje le llegaba desde el más allá...

Olvida todo lo que has leído anteriormente.
Olvida lo que has aprendido. Lo que has vivido.
Aquello que conoces del mundo es un espejismo.
Tú eres tú. Las metas, los títulos, no cambiarán eso.
Nunca serás escuchado por las personas que te pisotean.
Nunca pondrás en valor a las que son pisoteadas por ti.
Pero aquí, en el mundo de los espíritus, nosotros sí te prestamos atención, chamán Rastrojo.

La cabeza de pájaro se desplomó de nuevo sobre la bandeja. Rastrojo dejó de comer anguila sólo por el temor de que más animales de los platos tuviesen mensajes para él. Y entonces recapacitó. Y al llegar el turno de su dádiva, renunció al arco y al cambio que ello supondría en su vida. Rastrojo pidió a los ministros de Cho'n Delor los utensilios de un verdadero chamán. Y aquella decisión cambiaría su vida para siempre...

Pero no nos pongamos melodramáticos y volvamos a hablar de los problemas de las mujeres. La dádiva de Rastrojo fue entregada en un cofre, pero su corazón seguía en un puño, lamentándose de la decisión tomada. Pedir un arco, lo mirase como lo mirase, hubiese sido la decisión más sensata. Una pipa, y unas cuantas hierbas alucinógenas, por muy feliz que le pudiesen hacer sentir, suponía dar pábulo a la locura. Y es en momentos de desesperanza cuando un hombre busca más consuelo.

En aquella fiesta, la mirada de Rastrojo se posó en Dedos. Algo raro había en las especias de la anguila que tenían un deje afrodisíaco. Había hablado con ella en más ocasiones que con cualquier otra mujer de la Compañía. Su pequeña traición, aún no olvidada, levantaba cierto morbo. En una fantasía, era como si Dedos le debiese algo por su ofensa. Quién sabe, ¿quizás los remordimientos de Dedos impulsarían a la joven a ceder a los deseos carnales de Rastrojo? Ese planteamiento era muy raro pero, en la experiencia de Rastrojo, las mujeres siempre actuaban de forma extraña. Así que reunió fuerzas, se levantó para cruzar el salón y... Aún faltaba algo. A medio camino hizo una seña a Pipo para que tocase música romántica. Hizo una segunda seña para insistirle. La tercera seña ya fue para que dejara de hacer el idiota, y se fuese a freír espárragos.

Incapaz de asimilar las condiciones desfavorables que precedían a la derrota, volvió con el rabo entre las piernas a su rincón del salón. No iba a intentar nada con Dedos. No iba a hacerlo, porque era un cobarde, y no era capaz de mantener una conversación con una chica. En lo que sí era bueno era en compadecerse y ser displicente hacia todo lo que le rodeaba. Y la fiesta siguió su curso sin que Rastrojo disfrutase de nada en ella. Pero mientras esperaba al transcurrir del tiempo sentado en el cofre de su dádiva, la noche tenía preparada una sorpresa más. Soltaron a las esclavas, y en menor medida a los esclavos. Y una de ellas se interesó en Rastrojo no como hombre, sino como portador de un voluminoso y grande cofre. Ella le abordó, le susurró en la oreja. Era portadora de palabras místicas de gran poder. Y ese poder durmió a Rastrojo contra su voluntad.

Al día siguiente, Rastrojo abrió el cofre en la privacidad de su celda. De algún modo mágico, la muchacha se había colado dentro de su dádiva a pesar de que Rastrojo se había dormido sentado sobre la tapa. No había duda, aquella mujer era una bruja. El cómo había acabado una chica con semejante potencial mágico de común esclava del Señor del Dolor era una información en la que Rastrojo no estaba interesado. Ni tampoco quería saber su nombre. Porque las palabras con la que aquella sucia ramera le atacó, le pusieron en un aprieto. Y es que la esclava coaccionó a Rastrojo mediante chantaje: si la entregaba a las autoridades, o si la descubrían, delataría al aprendiz de chamán como secuestrador, en el mejor de los casos como cómplice necesario.

Por muchas ganas que tuviese Rastrojo de clavarle su machete y partir en dos a esa hermosa, pero ladina arpía, las mujeres seguían siendo capaces de desarmarle con suma facilidad. Cedió. Y en el cofre, transportó a la esclava hasta la zona de los seguidores de campamento, el único lugar en el que alguien tan desprestigiado como Rastrojo seguía teniendo algún crédito. Y aunque fuese embarazoso presentarse con otra mujer, la prostituta Bimbawa era la única en quién podía confiar.

Durante las semanas siguientes, Bimbawa alimentó y ocultó a la esclava. Seguramente entre ellas sí habrían hecho las presentaciones pertinentes, pero a Rastrojo le daba igual. Sólo quería salir de este aprieto. Ayudarían a escapar a la esclava, y ya lejos de los guardias de Cho'n Delor cada uno iría por su camino. Pero el caso es que el plan había sido trazado por Rastrojo, y seguía teniendo la misma aura de fracaso que toda idea que salía de su mente. Y el plan, fracasó.

Ya cuando la Compañía atravesaba las puertas, Rastrojo se vio angustiado. Miraba hacia atrás constantemente, hacia la cola de los seguidores de campamento, e interrogaba con la mirada a Bimbawa por si algo iba mal. La prostituta caminaba al lado del carro que transportaba paja, y entre las briznas se ocultaba la esclava. Los guardias pararon el carro, como era de rigor teniendo en cuenta que una de las propiedades del Señor del Dolor estaba desaparecida, en lo que no era otra cosa que una inspección de rigor.

Lancearon la paja para comprobar que el carro estuviese más vacío de pasajeros de lo que realmente estaba. Hubo un grito. Una punta metálica emergió ensangrentada. Y entonces el demonio vino, y se la llevó. El Guardián de la Agonía cayó del cielo, en picado, hundiendo sus garras en la paja y la carne. Bimbawa se cayó al suelo tratando de evitar ser golpeada por la envergadura de aquellas alas de murciélago, que empezaron a agitarse para tomar de nuevo altura. Y mientras volaba, la esclava forcejeaba, aún viva y sangrante. Y Rastrojo siguió la trayectoria con la mirada, hasta que el Guardián de la Agonía se posó sobre la muralla y empezó a comer.

No hubo represalias contra la Compañía. A todos los efectos, no era más que una esclava que se había colado en un carro para salir de la ciudad. Con fría normalidad, los lanceros dieron señas para que la columna de la Compañía siguiese su avance. Rastrojo giró la cabeza de nuevo al frente, y no se volvió a atrever a mirar a una asustada Bimbawa ni a una esclava que estaba siendo brutalmente devorada.

Son experiencias que nos hacen más fuertes. Los fracasos. Las decepciones. Rastrojo ya había caído lo suficiente, se había despojado de las presunciones y los egos. A todos los efectos, era un chamán en condiciones plenas. A todos los efectos, menos en cuestión de título. Y para ello iba a jugársela en un lance importante. Rastrojo volvió a recurrir a su maestro, para impulsar el movimiento que le haría sentarse en la mesa de los Magos de la Compañía.

Ya estaba todo preparado. El Capitán seguía enfermo por el veneno del Triplete. Y Rastrojo tan sólo tenía que obrar un milagro, curarle, para ser reconocido sin ningún atisbo de duda como el título de chamán. Le dejaron a solas, en la tienda del Capitán, con el anciano dormido y tembloroso, boca arriba en el suelo, sobre lo que prometía poder convertirse en su mortaja.

Rastrojo encendió el incensario. Esperó. El olor inundó la tienda. Lavó el cuerpo del Capitán. Preparó el mortero. Molió los granos. Meditó. Por primera vez en su vida, meditó de verdad, sin dormirse. Notaba el poder chamánico emanar de la tierra y poseerle. Conjuró. Realizó un ritual. Usó sabandijas, y aplicó emplastos en la zona de la sangre drenada. Y después de todo ese trabajo, se dio cuenta de que curar al Capitán estaba muy por encima de sus posibilidades. Pasó horas al lado del viejo inconsciente, tratando de asimilar su derrota, y esperando que milagrosamente el Capitán abriese los ojos completamente curado. Y al final, recogió sus cosas, y salió de la tienda. Evitó las miradas de los que, preocupados, estaban allí congregados mientras negaba con la cabeza para dar su veredicto sobre los resultados. Y se alejó de allí avergonzado, para recluirse en su tienda.

Rastrojo fue a ver al Capitán como un simple aprendiz, y como un simple aprendiz acabó. Definitivamente no cabía más esperanza: el Capitán sería llevado a Cho'n Delor para ser tratado por una magia más negra que el alma de los hombres. Y en cuanto a Rastrojo... aún debería seguir limpiando su alma, tenía muchas cargas de las que librarse antes de convertirse en un chamán de verdad a los ojos de los mandos de la Compañía.

Cargando editor
05/06/2016, 18:40
[RIP] Loor.

No es posible conocer a las personas. Sólo vemos de ellas aristas, palabras emborronadas en un pergamino, o frases contadas. Visiones deformadas por nuestras propias percepciones de lo que vemos. Nadie conoce a nadie.

Loor era una fanática. Es verdad. Siempre lo había sido.

También era una niña. La niña que era cuando se había alistado. Una niña fuerte, con complexión recia, y mirada de una convicción absoluta. Pero sólo una niña. Quince años. Recién iniciada una adolescencia que, la presencia de la Compañía Negra, había modificado de forma absoluta. Porque casi todos terminaban en la Compañía Negra, o porque nacían allí, o porque estaban huyendo de su vida, de sus responsabilidades, de sus fracasos. Pero no Loor. Loor era una emisaria, con una misión sagrada. Esa profunda convicción religiosa era la armadura de Loor, el suelo sobre el que sus pies se asentaban.

También era la Soldado que, mientras observaba con sentimientos encontrados la fortaleza de la Puerta de Galdan, en el último de los días del Caimán, en la entrada a la Primavera, recordaba los acontecimientos del último año, reflexionando sobre ellos. ¿Había obrado bien, había obrado mal? Lo cierto es que había causado daño a los hombres que iban a estar bajo su mando. ¡Había estado a punto de matar a uno de ellos, por lo menos!

Lo cierto era que se sentía… turbada. Y llena de dudas. Sabía cómo debía comportarse en una batalla. Sabía cómo debía luchar. Pero nunca antes había mandado a hombres. Deseó con todas sus fuerzas que sobrevivieran todos los Hermanos a la batalla. Lo deseó con sinceridad, con cierto infantilismo que se reprocharía toda su vida. Todos, sí. Incluso Perdida. Incluso  Cielo.

Entonces miró, nuevamente, la fortaleza que iban a tener que tomar. Con muertos vivientes o sin ellos, iba a ser una terrible masacre. Iba a ser peor que el Fuerte Chuda.

La mente de la ahora segunda de los Campamenteros fue, rápidamente, a aquellos tiempos. Sí, había sido una gran victoria. En aquel día la Diosa les había bendecido. Sin embargo, el coste había sido terrible. Las heridas del Capitán, convertido en un casi muerto viviente desde entonces, el no haber sido capaces de matar a esa maldita mujer, a esa envenenadora, a esa… Chuda. Teniente había muerto. Varios Campamenteros, a los que conocía, bien es cierto que poco, desde sus tiempos de instrucción, habían muerto. También varios Hostigadores. Loor rezó por todos ellos, antes de regresar a la muerte que más la zahería de aquel combate.

Hermana había muerto.

El recuerdo de su Hermana de Capa hizo que Loor se arrebujara en su capa negra de la Compañía, mientras recordaba a la mujer que había hecho fácil la transición de ser princesa en su tribu, a una Soldado. Agradecía, en realidad, a los instructores su trabajo, lo capullos y desagradables que habían llegado a ser. Pero toda esa labor precisa también de una mano amiga, de alguien que se preocupe. Y eso había sido Hermana para ella. Por enésima vez, quizás, se lamentó de no haber podido evitar la muerte de su hermana de capa. Pero estaba ocupada. Ella había estado en el fragor del combate, lanzando el ariete contra la entrada del Fuerte Chuda, y luego, cuando habían logrado echar abajo la misma, combatiendo en primera línea de combate.

Eso había hecho que quedara malamente herida, y durante varios meses, tuvo que guardar reposo. Fue entonces cuando, probablemente, empezó a valorar de forma distinta a aquellos hermanos que, al revés que ella, no eran combatientes. No eran soldados reales.

Sin embargo, a pesar de la inconsciencia de Matagatos, ahí estaba Plumilla, haciendo todo lo que estaba en su mano. Poco a poco el número de heridos que, como ella misma, estaban en la tienda, fue reduciéndose. Loor había sido la más malherida de los que no cayeron en coma, y pudo ver como la Campamentera se dejaba la piel y sacrificaba cada hora de descanso y de su tiempo, para conseguir que poco a poco fueran curándose.

¿No era ella entonces esencial para la Compañía? Eso empezó, quizás, a cambiar su concepto. Era una compañía mercenaria, sí. Todos debían combatir, y sangrar. Eran soldados después de todo. Sin embargo, también eran… algo así como una tribu. Su tribu. La tribu de la Diosa.

Ese pensamiento le hizo entonces, y también ahora, sonreír. Sí, sus Hermanos podían no saberlo, pero la Compañía Negra, aun cuando no lo supiera, aun cuando lo desconociera, y se enfrentara a ello, eran la Tribu de la Diosa. Ellos la liberarían, al final, y por ello serían recompensados.

Era evidente que las fuerzas del Triplete temían enfrentársenos en campo abierto, los Soldados de Hueso, nos llamaban. También era evidente que la guerra no estaba acabada.

Fue algunas semanas más tarde cuando las cosas empezaron a caldearse dentro de la Compañía, con el desplante de Portaestandarte ante la propuesta de reunión de Analista, y la noticia que Portaestandarte había nombrado unilateralmente al Sargento Rompelomos como nuevo teniente. Sí, las aguas estaban revueltas, y a pesar de las últimas victorias, el escaso número de efectivos de la Compañía hacía necesaria una unión… que para nada era lo que estaba produciéndose.

El verano ya estaba allí, y Loor seguía recuperándose de sus heridas, cada vez más tensa por lo largo de la recuperación. Fue cuando esas heridas empezaban a desaparecer cuando volvió a ver a Ansia de Dominio, ese… ser que producía repulsión a su paso. También fue entonces cuando conoció las noticias: se iba a celebrar un Festín de la Victoria en honor a la Compañía, y habría una nueva promoción de Reclutas. Ambas eran buenas noticias.

Pero serían las últimas realmente buenas en mucho tiempo. El dolor, después, hizo su aparición. La muerte era parte de la vida del soldado. Pero aun así el fallecimiento de Peregrino, a quien Loor consideraba un gran hermano y compañero, y el de Sicofante, de una manera tan terrible, dolió a la guerrera profundamente.  Además, dejaba ver una ruptura en la disciplina que podía ser mortífera, si no en esa ocasión, en cualquier otra.

En esa situación Loor miró al Cabo Matagatos, y le hizo un gesto, mostrando su disposición a salir fuera, pero también, aceptando que fueran los oficiales quienes dieran la orden. Eso era respetar la jerarquía. La orden no llegó nunca. A pesar de todo, tan pronto terminó la batalla casi milagrosamente ganada por la Compañía, Loor se unió a Campaña, en su búsqueda del Cabo Barril, encontrando el cuerpo entre ambos, y llevándolo al interior del campamento donde pudo ser revivido de forma casi milagrosa.

Loor interrumpió sus pensamientos para recordar a Peregrino y a Sicofante, rezando a la Diosa por el alma de ambos. Realmente eran descreídos… ¿pero no era la Compañía la tribu de la Diosa? Quizás sus almas pudieran ser salvadas. Eso esperaba Loor, en todo caso.

Belleza había empezado, ya por esa época, a rezar con ella. Ya no era sólo una voz la que suplicaba la Diosa. Dos voces. Pidiendo a la Señora que se uniera a ellas. Que las bendijera. Rogando por la salvación de ese mundo moribundo, y de la Compañía Negra. Y dispuestas igualmente a hacer lo que fuera preciso.

Y entonces ocurrió el “asunto” de Perdida. Recordando el insulto que en su necedad la joven había realizado contra ella, Loor escupió al suelo, molesta y violenta repentinamente, hasta que se obligó a recordar que era una de sus hermanas. Y una Campamentera.

Está bajo mis órdenes - se dijo mientras su mirada volvía a la inexpugnable fortaleza que, en breve, deberían tomar.

El viaje a Cho'n Delor fue… peculiar. Antes del mismo Loor había estado comprobando cómo luchaban Hostigadores y Campamenteros, y fue a hablar con Manta para avisarle que iba a solicitar su puesto como mando, al entender que podía ser mejor Segunda que él. La conversación entre ambos fue, como la propia Loor recordó en ese momento, sorprendentemente agradable.

Como agradables fueron los largos días de viaje a Cho'n Delor y la estancia en la capital del autoproclamado Dios del Dolor. Loor recorrió las calles, aprovechando su conocimiento de los idiomas que se hablaban en la misma, para obtener información sobre la ciudad, sus aliados y sus enemigos, información que compartió con los Cabos Lengua Negra y Matagatos. En el transcurso de tales conversaciones solicitó el traslado, explicando los motivos para este. Dicho traslado se señaló que se trataría más adelante.

En cuanto a la ceremonia donde se eligió a Analista como jefe… Loor no estaba contenta. Había votado por Analista, por considerarlo la mejor opción para la Compañía. ¿Pero y si no lo era? Con todo lo que fue ocurriendo después las dudas fueron acumulándose en su pecho. En todo caso, no importaba.

La fiesta y la ceremonia de las dádivas fueron lo que Loor esperaba. Impresionantes, sobrecogedoras, y profundamente perturbadoras. El asesinato de todos los esclavos que los habían servido no afectó sentimentalmente a la guerrera. Los derrotados eran botín de los vencedores. ¿No era así siempre? Sin embargo, lo… injustificado del acto. Lo evidente de su ejecución, sí le produjo cierto malestar.

Breve puesto que, después de todo, la sangre no se había derramado. Eso era lo importante.

Los recuerdos de Loor paran entonces al pensar en su caballo, Inclemente. Desde que lo adquirió tanto ella como Belleza se habían encargado de domarlo y acostumbrar al animal a su presencia. De eso hacía ya más de cinco meses. El recuerdo del animal agradó a Loor. Que oscuros y k´halatas hablaran de que las dádivas estaban malditas le producía gracia.

Sobre todo, cuando lo que estaban malditas, si acaso, eran las monedas que le había entregado Ansia de Dominio a todos. Nuevamente, Loor se dijo a sí misma que tenía que hacer algo más con el tema de las monedas. La adivinación que, en presencia de ella misma, Belleza y Niña de Oro había realizado la Primera Pitonisa había sido… bastante decepcionante a decir verdad.

Claro que eso dejaba sólo dos opciones. La antigua princesa de los Lágrimas de la Diosa miró un instante hacia las tiendas de campaña de Caratotem y de Serpiente. Tendría que hablar con ambos.

La verdad es que había hablado mucho con Serpiente. Quizás… no, era estúpido pensar que por las muchas conversaciones iba a conseguir algo de él. Pero debía intentarlo.

El regreso desde la fiesta no fue tan alegre como cabía de esperar. El campamento había vuelto a ser atacado en su ausencia y sólo en última instancia se había logrado repeler un ataque que había dejado las muertes de otros dos compañeros. Ojopocho y  Tristeza.

Nuevamente Loor interrumpe el hilo de sus recuerdos para elevar sus oraciones a la Diosa, pidiendo por ambos hermanos ahora fallecidos.

Para esos entonces Niña de Oro se había convertido en la tercera voz que subía desde la tierra a los cielos. Donde primero estaba ella sola, ahora había tres voces. En diversas ocasiones habló con la joven, haciéndose poco a poco confidente de la joven. Loor rememoró las diversas conversaciones, las confesiones y las dudas y volvió a mirar al Castillo. ¿Sobrevivirían mañana? ¿Odio, Niña de Oro, Belleza, Matagatos, Derviche, Manta, Uro, Campaña? ¿Ella?

La pregunta hace que el discurso mental de Loor se interrumpa. El siguiente recuerdo no es agradable. La guardia de honor. Su victoria contra el Último Inmortal. Y el fracaso de su misión por las dudas y la traición de Khadesa y Desastre. Al recordar esos hechos, la rabia se apoderó de su corazón. No obstante, consiguió calmarse, nuevamente. Aun cuando la nueva indisciplina volviera a no ser castigada, lo que sin duda no era lo mejor para la moral.   

El 16 del mes del Jaguar su petición de convertirse en la nueva Segunda de los Campamenteros fue aceptada. Desde ese momento se puso a trabajar con toda el ímpetu y capacidad que podía acumular.

¿Había logrado ser respetada y aceptada? Sin duda, temida, sí. Todos sabían lo mortífera que podía ser. Desgraciadamente varios de los combates de entrenamiento habían causado daños importantes a Sabandija y a Chamán Rojo. Seguramente tal cosa no habría hecho que le tuvieran la menor estima. Y ninguno de los dos, eran, precisamente, los que más le apreciaban en un momento.

Recordando esos días, preocupada por el estado de Sabandija, apareciendo casi constantemente en la tienda de heridos, sufrió un estremecimiento. Su Fe era grande, monolítica. Pero cualquier persona con Fe sabe que tenerla (si es sincera) es un ejercicio, una obligación, un sentimiento, que debe cultivarse todos los días. Y ponerse en riesgo a cada momento. Ese día, cuando volvió a tener un accidente tan seguido del anterior, sintió una honda y profunda preocupación. ¿Era algún tipo de signo? ¿la Diosa le mostraba su enfado por su deseo de adquirir una responsabilidad de mando? ¿Acaso ella, Loor, había cedido al orgullo, a la soberbia, y por eso su Diosa le mostraba su enfado? En su momento había calmado tales sentimientos como buenamente pudo, y aún ahora, los notó como una voz desagradable y chirriante junto su nuca. Pero no era la primera vez que las dudas le asaltaban. ¿No era eso en lo que consistía la Fe? ¿En comprender la existencia de las dudas y enfrentarse a ellas? ¿En creer sin pruebas y ser plenamente consciente que se cree sin pruebas?

Recordó, también, los combates de Niña de Oro, Dedos, Odio, Plumilla, Asesina, Keropis, Piojillo, León Anciano, Reyezuelo y Tarado. A todos ellos se había enfrentado en combates de entrenamiento en el primer mes del invierno lo que, sumado a los entrenamientos grupales realizados conforme las instrucciones de Lengua Negra, y a su propia labor como mando y conocimientos de la batalla, le hacía conocedora de cómo debían moverse y combatir los Campamenteros para tener una posibilidad en la batalla que se acercaba.  

El campo de batalla estaba preparado. Ingenios de guerra, probablemente magia necromántica, y a saber cuántas cosas más.

Pronto todo se resolvería. Nadie sabía lo que iba a pasar. Tampoco Loor.

Pero Loor sí sabía una cosa. Pasara lo que pasara, aunque mañana todos fueran exterminados hasta el último de ellos (y quisiera la Diosa que no fuera así); un día la Compañía Negra liberaría la Diosa Oscura de sus cadenas de traición y sangre, y tras guerras y violencia, el mundo sería transformado en un paraíso, en donde reinaría la Diosa. La Diosa de su tribu. La Diosa de la Compañía Negra.

Loor a la Diosa.

Cargando editor
05/06/2016, 22:56
[RIP] Cabo Ridvan, Pelotón de Exploradores.

Mis pies avanzan sigilosamente sobre la dorada hierba del Llano de Galdan, sin generar más ruido que el susurro del viento que asola esta parte del mundo. De todos los lugares que he conocido en mi vida junto con la Duodécima, sólo en esta parte del mundo he sentido la desagradable mezcla de frío y calor que se da aquí. Me molesta pues el ambiente tiene calor, pero el aire es frío, muy poco práctico para correr.

Mis pasos no son los únicos que avanzan, pues todo mi Pelotón me acompaña. Los Exploradores somos los mejores en movernos rápidos y sigilosos, como las sombras a las que imitamos. Somos los primeros en ver y en atacar, somos vigías, asesinos y vanguardia. Somos quienes preparan el camino y quienes lo recorren primero, cuando para otros sería un suicidio.

Pero algo no anda bien y mi instinto me lo dice. Siento como los vellos de mi nuca se erizan con violencia y mi respiración se agita rápidamente sin motivo claro. Mis entrañas me indican que algo está mal y que debo ordenar que nos detengamos. Siento que debo alertar en mi Pelotón antes de que sea tarde. Pero ya lo era.

Una sombra de terrible oscuridad se mueve por detrás del Pelotón y cercena la cabeza de Escudo, la que cae y rueda hasta mis pies. La expresión de sorpresa y horror del rostro del K’Hlata queda plasmada en mis ojos mientras gotas de sangre saltan sobre mí. Proviene de Astado, que cae hacia el lado con la mitad de su cuerpo cortado.

Uno tras otro, los miembros de mi Pelotón fueron cayendo brutalmente asesinados. Belleza, Frontera y Correcta murieron antes de entender qué pasaba. Pipo no entendía, al igual que yo y su cuello se desgarra, haciendo que brote la sangre como un torrente imparable de la herida. Me acerco para sujetar la herida e intentar detener la hemorragia, pero nada puedo hacer por un hombre tan malherido y en pocos segundos sé que la alegría de Pipo acaba de partir con él a la Llanura Brillante. Me giro a Niño Guerrero para ver como lanza una flecha contra la sombra, esta es atravesada, insustancial, pero avanza contra él para atravesar sus vísceras con un arma forjada de las mismas tinieblas que su forma completa.

No alcanzo a pronunciar una palabra cuando siento un filo gélido atravesando directamente mi corazón. Mi piel se ha rajado, las costillas se han quebrado en el camino y el frío comienza a inundarme junto con el dolor que precede a la muerte. Todo se oscurece muy rápido y mis ojos fijos sólo perciben mi última visión antes del fin: La Puerta de Galdan.

El sudor moja todo mi cuerpo y mis ojos se abren con violencia, asustado de las visiones de aquel terrible sueño y el intenso dolor en el pecho que se niega a desaparecer aun cuando ya he despertado. La noche es aún joven, pero sé que no podré volver a dormir, en parte por lo agitado que estoy, pero sobre todo porque no quiero volver a hacerlo. Tengo miedo de volver a soñar así.

Toco los pechos de Sedienta, que me ha acompañado esta noche. No tengo problema con ella pues sé que mi mal sueño no ha sido su culpa. Sus servicios siempre han sido muy satisfactorios y esta vez ha sido igual. Luego se ha puesto a dormir pues le he pagado por la noche entera. Siempre lo hago, me gusta dormir con la mujer, aunque cuesta más dinero. Quizás por eso gasto tanto. La despierto y me monto sobre ella para aprovechar las platas que pagué.

Hace ya semanas que volvimos al campamento principal desde Cho’n Delor, lo que me dio mucha calma. El Palacio de la Discordia y toda esa sucia ciudad nunca me gustaron. La siniestra hechicería que pulula y campa en esas tierras es de lo peor y no entiendo cómo los idiotas de ese pueblo pueden adorar a quien se nota que no es más que un monstruo. Uno muy poderoso, pero igual de despreciable que cualquiera.

El Llano de Galdan es un lugar mucho más amistoso para mí, sobre todo al aire libre y sin ese constante olor a muerte y putrefacción que asfixia dentro de las murallas de la capital. Aquí la naturaleza brinda un paisaje más puro y neutral. Un lugar donde puedo dormir con más calma, a pesar de las incursiones enemigas.

Los preparativos para asaltar la famosa Puerta de Galdan se están llevando a cabo. A pesar de los ataques constantes de Brenda y Kano, día a día hay más máquinas de asedio y otros implementos que nos darán posibilidades de asaltar la mencionada fortaleza. El peligro se respira en el aire y nadie sabe si después de ese día seguirá vivo. Lo más probable es que no. De seguro la pasividad de este momento es lo que hace que afloren los pensamientos que en tiempos de actividad no se tienen, ya sea por tener cosas más urgentes en que pensar o directamente no tener tiempo de hacerlo. En estos días muchos se han planteado ciertas interrogantes acerca de su habilidad y lo aptos que son para lidiar con lo que se nos avecina, por eso no es raro ver como todos entrenan duramente, casi como si los persiguiesen los demonios por no hacerlo.

La mañana es joven y mis flechas se entierran monótonamente en la diana mientras entreno junto con Niño Guerrero, como lo hemos hecho desde hace tiempo, pero no consigo sacar de mi cabeza las imágenes de la noche anterior. Pienso acerca de si tienen algún significado o si son sólo la representación de mis miedos más profundos. Falce no está ahora dirigiendo el grupo y la responsabilidad cae sobre mí. Toda la puta responsabilidad. Hago que volvamos a correr para ver si despejo mi mente, aunque sé que no lo conseguiré.

El maldito Grog sabe a cielo mientras veo a unos tipos jugar a los Puñales. Odio ese estúpido juego pues yo mismo tuve varias veces que clavar un puñal en la mano de algún desgraciado que no tenía para pagar el precio. Nunca me gustó y apenas Usurero me permitió elegir, dejé de ser verdugo, pues lo encontraba una estupidez mucho más barbárica de lo que la Duodécima merecía.

Mientras bebo, sigo dándole vueltas a las visiones de la noche anterior, considero que quizás debería pedir el consejo de alguien experto en el tema. Entro con timidez a la tienda de la Pitonisa Zina. Dicen que ella lee el futuro, por lo que me acerco a preguntarle consejo. Un fuerte olor a incienso me asalta el olfato mientras mi visión se llena de fetiches y otras baratijas de aspecto repugnante y misterioso.

La mujer me recibe y me pregunta. Le cuento mis sueños, le cuento lo que me inquieta. Me habla de los espíritus, de las visiones del futuro, del yuyu y qué sé yo de qué mierda más. No me creo una puta palabra de todo lo que dice la K’Hlata, pues no soy tan supersticioso como su pueblo. Me habría gustado una respuesta más directa, pero sus palabras son como acertijos y medias verdades. Me da un poco la impresión de que dice cosas vagas intentando acertarle a algo de casualidad. Es la primera vez que pago una Pitonisa y creo que fue una brutal pérdida de dinero. Mejor hubiese pagado una puta.

Bebo nuevamente una jarra de Grog pues con lo de la Pitonisa ya no me alcanza para dormir acompañado. De pronto, el alcohol me ayuda a pensar más fríamente y recordar palabras que mencionó la Sargento Falce cuando le pregunté del motivo de que renunciase al pelotón. No quiero más muertes bajo mi mando. Sé que no era del todo cierto, que me dijo lo que necesitaba ser pronunciado, lo que el mundo debe saber, por el motivo que sea. Pero la duda nace en mi mente. ¿Cómo de importante es aquello? La idea de que mi Pelotón acabase muerto bajo mis órdenes o producto de ellas es una sensación terrible que el sueño fue más que capaz de hacerme sentir.

Pienso en esa sensación y, aunque el deber ayuda a lidiar con la pérdida durante una misión, es imposible no temer que los hombres caigan bajo tu mando. Imagino lo que deben haber sentido los Arqueros después de la emboscada que Chuda y Chugrat nos hicieron. Deber haber sido terrible ver a una Escuadra del Pelotón completa destruida y desarmada. No deseo lo mismo para nosotros, no deseo lo mismo para los Exploradores.

Entiendo que mi sueño no fue más que una señal proveniente de mí mismo, que me dijo que debo estar preparado para cuidar de mis hombres pues mi trabajo como líder no es sólo mandar ni velar por la misión, sino llevarlos y traerlos con vida. Cada uno de ellos es una misión para mí y mi deber es asegurarme de que cumpliremos la misión y de que volveremos vivos. No siempre se puede lograr, pero mis esfuerzos deben concentrarse en ello.

“El Peso del mando. La responsabilidad, dignidad y honor.”

Hay unos ignorantes que no entienden que en la Compañía existen códigos como el Honor y la lealtad. Son tácitos, nadie los menciona, pero todos los Juramentados y veteranos lo entienden. Uno debe ser leal a todos sus hermanos y a la Duodécima porque ellos te son leales a ti. Te cuidan, te guardan, te protegen y te sanan cuando estás a punto de morir. Tú debes hacer lo mismo por ellos en cada cosa que sepas hacer.

También hay un Honor implícito. Tenemos un deber con cada contrato que firmamos y debemos cumplirlo como nadie más puede, como siempre hemos destacado haciéndolo y nos medimos por los resultados que obtenemos. Hay algunos que tienen más o menos códigos de los que no están dispuestos a transgredir en el cumplimiento de su deber, pero eso es algo que cada uno debe mantener a la vista. Sea como sea, somos confiables y efectivos. Por eso somos los mejores y mientras mantengamos nuestra lealtad y deber en alto, nadie será mejor que nosotros.

El trabajo de un líder es velar porque el deber se cumpla e inculcar lealtad con el ejemplo, demostrando que jamás dejamos de ser leales con nuestros Soldados aunque las cosas se pongan feas. Así es como aprenden a no huir por miedo ni renunciar por comodidad. Lo tengo claro y sé que puedo hacerlo pues Falce ya lo hizo conmigo. Aprendí de la mejor.

La tercera jarra ya se hace más amena aunque entiendo que podría haberme llevado a alguien a la cama. Siempre he sido malo contando mi dinero y aun peor manteniéndolo, pero supongo que esta noche es mejor pasarla en soledad. Necesito pensar y entender todas las implicaciones del mando, todos esos secretos y deberes subyacentes que la tropa no termina de entender, pero que hacen que la Compañía funcione bien. Somos nosotros los encargados dirigir las operaciones y de asegurarnos de que, después de estas, aún seamos un grupo.

Sólo espero estar listo para lo que nos aguarda.

Cargando editor
05/06/2016, 23:40
Plumilla.

Plumilla salió de la tienda de los heridos y dejó que la brisa de la noche acariciara sus mejillas. La noche estaba serena, los heridos dormían y la curandera disfrutaba de uno de los únicos momentos tranquilos que tenía tras un largo día de guardias y entrenamientos. Sentada sobre un barril de agua medio lleno, miró al cielo. Las estrellas apenas visibles tras la cortina de nubes y la luz de las antorchas, parecían querer llamarla tímidamente. Respiró hondo. También era uno de esos momentos que tenía para pensar con calma, amparada por la quietud de la oscuridad.

Hacía tiempo que habían llegado ya a Cho'n Delor, la gran ceremonia tendría lugar en breve, el honor de ser nueva hermana la aguardaba y Sabandija había aceptado la responsabilidad de tomarla como hermana de capa, algo que a la curandera le tranquilizaba. La Compañía tendría una fiesta en su honor y sería aclamada, pero habían pasado por muchas cosas para llegar allí. La batalla del Fuerte Chuda no estaba tan lejana y la K'Hlata aún la tenía muy presente. Muchos compañeros murieron, y algunos más murieron en las siguientes semanas. Sin embargo, mayores habían sido los logros que las penas y a los caídos se les dio el merecido reconocimiento. El trabajo fue duro, especialmente la para pequeña curandera, pero finalmente se recuperó una relativa normalidad. Ahora, se respiraba una aparente paz, más engañosa que real, pero paz al fin y al cabo.

Un quedo quejido salió desde dentro de la tienda y un segundo le hizo los coros cuando algunos de los heridos comenzaron a hablar en sueños y a quejarse, posiblemente a causa de alguna pesadilla. Tras una rápida ojeada, vio que no hacía falta preocuparse y volvió a su lugar sobre el barril de agua. Fue entonces cuando la antorcha que pendía sobre su cabeza titiló a causa del viento y las sombras al otro lado del patio bailaron una inquietante danza. De pronto, entre las danzarinas sombras, le pareció ver una extraña silueta encorvada. Tras un muro y guarecido por la oscuridad, juraría que algo se movía. Sonidos de crujidos y algo que roía llegaron hasta ella. Alarmada, bajó del barril y dio un par de pasos hacia allí. Dudando un momento, miró la seguridad de la tienda y se aventura hacia la zona en penumbras. Al llegar al muro, tragó saliva y miró detrás. Nada había, apenas algunas hierbas y algunos cubos que alguien había dejado allí. ¿Habría sido su imaginación?

La ceremonia de juramento y las dádivas pasó como un día que no olvidaría. Plumilla estuvo radiante, al lado de su nuevo hermano de capa casi todo el tiempo. De aquel día hubo unas pocas cosas que se le gravaron en la mente a la K'Hlata, la sonrisa de Sabandija, la presencia de Ansia de Dominio, las palabras del Chambelán de las Cuchillas, la muerte de los esclavos.

Conseguida su dádiva y llegado el día, la curandera emprendió la vuelta al campamento con el resto de la Compañía. El camino fue tan largo como la ida, y cuando por fin alcanzaron el campamento principal malas noticias les aguardaban. La muerte de Ojopocho supuso un golpe duro para Plumilla, pues el Caimán Negro había sido como un hermano para ella. Pero mucho más lo fue para su hermano de capa, pues había sido su hermano y amigo.

Unas fiestas continuaron a la llegada, mitigando en parte el desasosiego de la Compañía, pero no por ello olvidando. La curandera disfrutó de su descanso con un ligero sabor amargo mostrando una sonrisa entre alegre, triste y amable. En cierto momento de la celebración, un familiar sonido que no llegó identificar llegó hasta ella, hasta que la silueta de una sombra se dibujó contra la lona de una tienda. Conteniendo la respiración, Plumilla corrió hacia ella pero tan pronto como había aparecido desapareció de un salto.

Una importante misión se les fue encomendada. La dádiva de Portaestandarte los llevaría hasta unos monolitos a dos semanas de viaje por la Sabana. La curandera resultó ser mejor guía y observadora de lo que esperaba, con sus conocimientos del terreno consiguió trazar la mejor ruta posible hasta el destino. El viaje no estuvo exento de problemas y peligros, numerosas situaciones los pusieron a prueba y, aunque no participó en las luchas, no tuvo falta de trabajo tras cada batalla.

Como en otras veces, Plumilla creyó oír en numerosas ocasiones aquel sonido de roer o veía alguna silueta que se desvanecía. Y como en ocasiones anteriores, esta desaparecía cuando se acercaba. Finalmente, no le prestó mucha atención centrada en su importante misión y preocupada por el buen término de la misma.

La misión de Portaestandarte había fallado. Debido a un cúmulo de circunstancias no habían cumplido con su cometido y habían vuelto al campamento decaídos por el fracaso. Tan sólo algunos sentían que no habían fracasado, pero aquello era otro asunto.

La curandera se encontraba en los límites del campamento mirando al horizonte desde un pequeño montículo de tierra y hierba seca. Habían vuelto hacía varias semanas y desde entonces los numerosos entrenamientos habían llenado la tienda de los heridos de pacientes. Ella misma estuvo a punto de ir tras uno de esos entrenamientos.

Ahora se encontraba disfrutando de un merecido descanso mientras el atardecer iba cubriendo el cielo de tintes rojizos. Se preguntaba si sobrevivirían a la inminente batalla, qué secretos más se esconderían entre las engañosas tierras de la Sabana y qué habría pasado si realmente hubieran conseguido terminar con éxito la misión de Portaestandarte. Las cosas nunca eran lo que parecían.

Fue entonces, cuando nuevamente un sonido de roer se escuchó a su lado. Asombrada, miró abajo y una liebre de enormes orejas y actitud reposada le devolvió la mirada. En sus manos sostenía un poco de paja que roída con parsimonia y las luces del atardecer proyectaban una encorvada silueta tras él. Sonriendo, siguió mirando al horizonte con calma. Ciertamente, las cosas nunca eran lo que parecían.

Cargando editor
06/06/2016, 14:16
Lombriz.

Un pájaro zuzón vuela a la bajada de la tarde.

Por primera vez en lo que quizás era toda su vida, Lombriz había sucumbido a la amenaza de ignorar su lugar en el mundo. Para el K´Hlata la vida siempre había sido un camino sencillo: existía el Tiempo del Pasado, único y nebuloso, y existía el Ahora. Y existían las Historias. Había servido como siervo del Gran Dios, del Gran Amo, y después de eso su vida fue una sucesión de sinvivires en los momentos en los que ponía las miras en aquellos que le daban de comer, y cuando veía las miradas de aquellos que le veían rebuscando en las basuras por un trozo de berenjena rebozada mal avenido, su alma le dijo que tenía que unirse a la casta de aquellos gozantes. Y así lo hizo. Así ganó su nombre, el de la lombriz, la que no siente ni padece. Así ganó una fama de enclenque y miserablucho que no se correspondía con la realidad, como atestiguaban los que habían cruzado armas con él: ¿pues no hace el nombre al hombre?

[Parpadeo]

Lombriz inhala el fruto de las siete-hierbas-de-humo en su tienda.

Era un soldado. Pertenecía a una... una familia, por primera vez quizás en su vida. Había hecho de aquello como había hecho en la vida del Gran Amo, donde todos eran uno y todos servían y todos eran, pero su vida se había convertido en un trayecto tras otro. Aquello, reparaba mientras inhalaba para despejar su mente de dudas y tosía con el pecho por su cuerpo purgándose del veneno espiritual, no era lo que debería ser. Capitán ya no era Capitán, y Analista ahora era el Capitán que no había sido Capitán, y la gente había recurrido al mal que creían que vendría en vez de luchar contra el mal que habían visto delante suya porque había sido el mal menor, y Lombriz sintió que su corazón se encogió por el dolor de la injusticia y empezó a mirar mal y despreciar a sus compañeros. A la Compañía. Así es quizá como anida la traición en el corazón del hombre.

[Parpadeo]

Un K´Hlata toca la capa de uno de sus hermanos, mientras este duerme.

Ah.

Allí podía estar el problema.

[Parpadeo]

Un K´Hlata juega con su broche, recibiendo la luz del amanecer.

, concluyó, ahí podía estar el problema.

Muchos tachaban a Lombriz de ser un retrasado mental, o un incapaz, y él mismo no se había molestado en cambiar esa idea: sentía como muchos de su raza un saludable desprecio por los libros y los ejercicios mentales más perjudiciales que beneficiosos para el ejercicio del mercader de muerte. Derviche, por ejemplo: su hermana que le estimaba tan débil mental como él la consideraba una imbécil, término tanto más peligroso cuando involucra a otros. Pero sabía, a aquellas alturas SABÍA, que era capaz de ver el mundo como otros no eran capaces: sólo los chamanes, y no todos, podían compartir su poder; a veces Frontera se había acercado a esto. Pues era un poder, el poder que hacía que no necesitara quemar su alma como habían hecho tantos otros de sus compañeros, o que el dolor no dejase más marcas que en su cuerpo. Lombriz perduraba.

¿Pero, para qué?

No podía dejar de pensarlo, ahora. No sabía si podía achacar a su don el terrible maleficio de no portar la capa, tantos de su quinta habían padecido de ese mal... pero nadie estaba dispuesto a creer en el mal yuyu. Incluso entregaron al Capitán al Señor del Dolor; Analista era peor que las bestias que arrancaban los hígados de los muertos, jamás entendería semejante crueldad. Y aun así era su jefe y él le debía lealtad, lealtad que le cumplía.

[Parpadeo]

Una mano acaricia a un perro, distraídamente.

Buen perro, Gusanito. Buen perro.

Arranca la garganta de la presa con los dientes, para rematarla, y escupe la cabeza en su dirección para que coma: después será el cuchillo y recibirá las tripas, también. Es bueno tener más comida, es bueno tener compañía, es bueno ceder esa compañía por un cobre aquí o allí, o la promesa de alguien, más valiosa que un cobre, siempre más valioso el deber-que-viene que el cobre en la mano. De tales cosas está hecho el mundo.

O eso quería pensar hasta entonces.

Quizá Derviche tenía parte de razón, o la ponzoña de esa diosa maligna que tenía había querido susurrar eso en su corazón. Y ahora servía bajo el mando de alguien bajo el mando de otra diosa. Hrmfh. Lombriz no acababa de aprobar aquello: siempre había sido partidario de que todos los dioses y más les ayudasen, pero empezaba a ver el precio que podía haber detrás, y no le gustaba. Ahora Lombriz sentía ascosidad por su Capitán y sus decisiones, rencor hacia su Cabo por el desplante que se le había hecho, a él y a Piojillo... y realmente a todos los Campamenteros, escupiendo que ninguno de ellos merecía el mando.

No era así como debían ser las cosas. No era así. Años de servicio darían gloria, si se sobrevivía se hacía guerrero grande y reconocido y si no se reunía en las Grandes Tierras donde habría buena vida y abundancia. No... no insultos y desmanes de la gente a la que obedecías, y luchar contra los rumores que no quieres creer, pero que con cada patada que te dan anidan más en tu corazón. Un Soldado de la Compañía no debe LUCHAR CONTRA SÍ por obedecer a su oficial. Se sentía sucio, y enfermo, por una idea tan anatema, y por que nadie quisiese establecer porque desapareciese. Cuanto antes se fueran de aquellas tierras que semejantes maldiciones atraían, más feliz sería él.

[Parpadeo]

Un jarro en el suelo, lleno de alcohol. Los hombres lo levantan y beben a turnos, reunidos en corro entorno.

Los muertos están muertos: Lombriz no piensa en ellos, más que con las Leyendas. Este es su don, el corazón que bendice y el bálsamo que serena. Si otros pudieran conocer este poder como él.

Pero lo entiende. Él también tiene miserias en el alma ahora, y bebe, y pasa el jarro, y ríe, y cantan, y se cuentan historias horribles y humorísticas y sangrientas y porculeras y al rato todas ellas se confunden, y Grito ríe o puede ser Desastre y las cabezas gachan y la gente trata de olvidar todo lo que pasa y Lombriz ahora es uno de ellos. Los hatajos de hierba loca circulan y se vive en el momento.

También esto, como siempre, para Lombriz es bastante. Incluso con todo lo que ha pasado, su naturaleza le abarca al Tiempo del Ahora. Sólo necesita desterrar la maldición que se encuentra en este para que su vida vuelva a ser gloriosa, prístina y pura, sin sombras en el corazón. Todo ocurrirá: de tales cosas está hecho el mundo.

Cargando editor
07/06/2016, 13:26
[RIP] Belleza, Pelotón de Exploradores.

“Somos la última de las Doce Compañías Libres de Khatovar, las otras Compañías que nos precedieron regresaron, pero nosotros no tenemos intención aún de hacerlo…”

Los días transcurrían sin ninguna esperanza. Habíamos ganado, sí. Pero el dulce sabor de la victoria se volvía cenizas en mi boca al ver la procesión de heridos y de muertos que provocó la última batalla.

Había jurado como hermana juramentada de la Compañía hacía relativamente poco, y eso me otorgaba cierto grado de superioridad con respecto a los reclutas y demás seguidores de campamento. Cierto grado del cual no siempre disfrutaba.

No podía evitar muchas veces que me vieran como simplemente Belleza, aquella chica procedente de la tribu de los Pies Rojos que era sólo una cara bonita que no sabía donde se había metido. Pero estaba dispuesta a cambiarlo. Ya no era una niña, y nunca me he considerado nada tan bajo como una meretriz, ahora era una hermana juramentada de la Compañía Negra, y daría mi vida si fuese necesario por demostrar que merecía serlo.

En estos momentos nos encontrábamos aún en guerra, varios pelotones de la Compañía aún estaban persiguiendo a adversarios del Triplete, pero muchos de nosotros nos encontrábamos en la Llanura de Galdan, en donde habíamos establecido nuestro Campamento Principal. El momento de probarse en batalla había pasado por ahora, pero no había que confiarse, el Señor del Dolor podría llamarnos en cualquier momento, a pesar de que nuestras fuerzas estaban extenuadas. Mientras esperábamos noticias, nuestras tareas se centraron en recuperar a los heridos y en mejorar nuestra técnica mediante entrenamiento para combates venideros. El mes del Castor fue para mí un sinónimo de podredumbre y moscas. Me pasaba el día ayudando en la tienda de los heridos; cambiando vendajes, ofreciendo agua y dando de comer a aquel que lo necesitase. No podía evitarlo, a pesar de que muchos no me considerasen más que una simple mujer, algo en mí me hacía estar allí todo el tiempo que pudiera.

El agua era también algo indispensable, y entre mis tareas estaba la de recoger agua fresca para atender a los heridos. ¡Cuántas veces recorrí ese camino a lo largo de los días! Se convirtió en un ejercicio tan rutinario que era inevitable que mi vista vagase observando las actividades de los demás miembros de la Compañía. Unos conversaban, otros entrenaban… siempre había algo que hacer en el Campamento Principal. A veces me sorprendía a mí misma mirando hacia la tienda del Capitán, siempre guardada por Guardaespaldas y Segundo Guardaespaldas. Me preguntaba si estaría en ese momento algún mago de la Compañía intentado que el capitán volviese a la normalidad, o alguna pitonisa probando si la suerte la favorecía para alcanzar cierto prestigio entre nosotros.

Prestigio…

En el fondo de mi alma quería ser reconocida, pero viendo mis aptitudes no había nada que encajase sobresalientemente en la Compañía. Quería dejar de ser una mujer objeto que todo el mundo mira. Quería que me mirasen con admiración, no con el mismo deseo con que se mira a una mujerzuela semidesnuda. Decidí cambiar eso, y por ello empecé a aprender de unos y de otros para mejorar en secreto. Del primero que aprendí fue de Niño Guerrero. Durante una mañana entera me estuvo enseñando sobre plantas venenosas. Su conversación y su inocencia me gustaban, aunque algunas veces comprendía que ningún alma cándida se queda así para siempre. Ese día quise aprender más cosas, pero como era razonable, él quería aprender algo de mí. Pasé el resto de mis guaridas de esos días pensando algo que enseñarle, hasta que di con la tecla: de pequeña siempre me había fascinado observar a los animales. Muchas veces, en mi tierna infancia, había demostrado ser una niña débil en comparación con otras chicas de mi tribu, lo cual mi padre veía como algo abochornante y digno de ser borrado de la faz de la tierra. En numerosos intentos por cambiar mi soñadora forma de ser, me llevaba caminando de mala gana hasta el bosque, en donde me ordenaba que esperase hasta su llegada. A veces tardaba días enteros. Descubrí que llorar no servía de nada, por lo que pasaba las horas muertas observando a los demás seres vivos. Comía de lo que ellos comían, y así la hambruna era menos acuciante en esos días horrorosos que pasaba sola. Nunca me pasó nada. Si mi padre estuvo acechando por mi seguridad durante ese tiempo, nunca lo sabré.

Aprendí mucho sobre los animales, y esa era una buena materia para enseñar a mi nuevo amigo. A cambio, él me enseñó a ser sigilosa, algo realmente necesario para mis pobres y tamborileantes pies, y más después del intento de entrenamiento con Niña de Oro, que resultó ser un completo desastre para mí.

Entre los entrenamientos y las guardias los rumores volaban, entre ellos la noticia del nombramiento del Teniente Rompelomos por parte unilateral de Portaestandarte fue bastante comentada por algunos, aunque en ningún momento lo hicieron conmigo. Recordé mi lugar en la Compañía, y me guardé mi opinión para mí misma.

Otros temas más agradables existían, por supuesto. Por aquel entonces la comida fresca escaseaba, y se estaba murmurando la posibilidad de hacer unas salidas para cazar. Animada por la idea, acudí rápidamente a León Anciano, ya que había escuchado que él era uno de los posibles elegidos para partir. Tras obtener su bendición, fui a preparar con entusiasmo mis armas y materiales para preparar la carne. Al parecer iríamos tres personas, en principio el tercero iba a ser Ojopocho, pero después Lengua Negra creyó más oportuno que fuese Uro para darnos una mejor protección. No había que olvidar que alrededor sólo teníamos enemigos, y que una emboscada era algo más que posible. A pesar de mi alegría y la de León Anciano, parecía que Uro no compartía nuestro entusiasmo, pero en contra de todo pronóstico acudió esa mañana con nosotros, y nunca agradecí más tan áspera presencia. El ataque fortuito de tres hienas hizo patente que la preocupación de Lengua Negra por nuestra seguridad no era infundada, y con la ayuda de Uro conseguí salir del desafortunado encuentro con vida. De recompensa obtuvimos las pieles de los animales. No había mal que por bien no viniese.

                                               

Poco tiempo después, comenzando el mes de la Cebra, llegó Ansia de Dominio con un mensaje bastante animoso. Se pensaba celebrar el llamado Festival de la Victoria, una ceremonia para festejar que habíamos vencido a los Fantasmas Irredentos del Triplete. Se hablaba de que nos concederían una dádiva a los soldados. Los preparativos comenzaron, entre ellos los que se quedarían como retenes. Casi parecía que la guerra les ocurría a otros. Pero la entrada de Campaña nos hizo entrar en razón, y más al ver el cuerpo sin vida de Peregrino a cuestas de un animal enorme con apariencia de lagarto. A pesar de que la muerte de la Segadora era algo positivo, el ataque posterior al Campamento hizo que nuestra moral llegase a los suelos. La imagen de Sicofante ardiendo todavía rondaba por mi mente, y más la impotencia de no poder hacer nada por impedirlo. Órdenes de Analista, sus motivos tendría, aunque realmente por mi escasa experiencia como combatiente, no los entendía.

                                               

Al día siguiente mi hermana Loor vino a buscarme, taciturna y sombría por los acontecimientos pasados, para hacerme un regalo: armas nuevas. Había decidido adoptar la religión de Loor como la mía propia. Mi tribu creía en los espíritus de los animales, pero no podía evitar observar que por más que le rezasen para mejorar las cosechas o la caza, no mejoraba ni una cosa ni la otra. ¿Estarían, pues, equivocados? Loor era sabia, me explicaba cosas que jamás se me habría ocurrido preguntar, y todo cobraba un nuevo sentido. ¿Por qué iba a estar ella equivocada si todo lo que decía concordaba más con la realidad? Acepté de buena gana mi nuevo bastón y mi honda, con el deseo de poder mejorar y ser tan efectiva como lo era ella con las suyas.

Cada mañana nos reuníamos para rezar, y después ir a entrenar. Me pidió hablar a los demás de nuestra religión, ya que la Diosa necesitaba nuevos adeptos, gente fiel que la ayudase a salir de su prisión… y así fue como di con Perdida. Aunque su fe e interés duró apenas unas horas, me sirvió para aprender muchas cosas; sobre el verdadero valor de la lealtad y sobre el sitio que ocupamos cada uno.

Aquello podría haber hecho que me rindiese, que considerase que mi búsqueda siempre iba a dar con huevos podridos, y que sería una deshonra para mi nueva maestra. Pero cuando había perdido la esperanza, llegó Niña de Oro suplicante, llorando por encontrar su sitio, como alguna vez estuve yo. La odiaba por ser tan débil, pero a la vez no podía evitar sentirme identificada con ella, así que después de darle una bofetada, la acepté bajo mi manto, lo que la convertía en una protegida de la Diosa si era capaz de seguir sus enseñanzas. Las siguió, y yo tan sólo podía admirar con orgullo como la discípula superaba a su inexperta maestra, y como poco a poco aquella Niña se convertía en una mujer digna capaz de vencer a enemigos aparentemente superiores a ella.

Pero no se puede hablar de la mejora de Niña de Oro sin hablar antes del viaje a Cho'n Delor. Un viaje largo, cargados con enfermos, pero por suerte sin incidentes. Allí asistimos al ascenso de los Cabos, a la Jura de los nuevos Hermanos... entre ellos de mi ahijada. Sus ganas de mejorar me impulsaban a pensar que no había errado en aceptar ser su Hermana de Capa. Y el tiempo me daría la razón. Las dádivas y el banquete fueron rápidos, al igual que la votación sobre quién sería Capitán. Aún recuerdo mi ficha, blanca como la nieve, depositada en la urna. Mi nueva armadura de cuero, ligera y fina, me encantaba, y la bebida y la comida aún más, aunque las decisiones sobre los regalos de cada uno eran mucho más elaborados que la mía, pero aún así seguía pensando que mi armadura de cuero blando me ayudaría a servir bien a la Compañía. La fiesta finalmente se ensombreció al final, cuando todos dormíamos (¡o lo intentábamos!) y los esclavos que habían amenizado la velada, eran asesinados y retirados como vulgar basura.

No podía evitar pensar que mi lugar no estaba entre los Campamenteros, mis entrenamientos diarios me lo confirmaban. Cada vez podía ver más lejos, fijarme en detalles que los demás no, y además hacer que mis pies fuesen sigilosos. Ese sentimiento se hizo cada vez más patente, hasta que un día, durante las celebraciones en Cho’n Delor, hablé con Pipo y le confié mis pensamientos. Pipo, sin previo aviso, llamó al Cabo Ridvan, y le habló de mi interés sobre cambiarme de Pelotón. Tres veces me pidió mis motivos, y sólo a la tercera, cuando vi que mis sueños se podían desvanecer, lo logré convencer tras gritos y amenazas que jamás pensé que podría soltar. Unas pruebas se me impusieron, y con toda mi destreza conseguí pasarlas. Sólo quedaba la aprobación de Lengua Negra, que a pesar de que en el fondo le dolía mi decisión, aceptó de manera honorable mi traspaso.

Aparte de los asesinatos, Derviche y Tarado no supieron comportarse durante la celebración, lo que les acarreó un castigo. Todavía recuerdo la vara en mi mano, y la espalda desnuda de Derviche. Realmente sólo cumplía órdenes, pero mi propio furor hizo que le rompiese varias costillas del golpe. Me quedé impresionada de mi fuerza, y de la entereza de la mujer, que no se desmayó de tal devastador golpe. Me mandaron avisar a Matagatos, y me alejé a meditar sobre lo ocurrido.

Prestigio, poder... fuerza. ¿Eso quiere la Diosa para mí?

Se acabaron las celebraciones finalmente, y nos informaron de que el campamento principal había sido atacado. Volvíamos a nuestro lugar, después de haber sido recibidos con honores durante tantos días. Había habido pérdidas, y después de enterrar a nuestros muertos, solo derramé algunas lágrimas por Ojopocho, al que conocía un poco. Pero ya no era una niña, y las cosas eran así, por tanto había que aceptarlas. La vida volvía a su curso, entrenar, rezar, comer, dormir, hacer guardias... todo para prepararnos para nuestro objetivo: La Puerta de Galdan.

Continuamente coincidí con Niña de Oro y con Loor, y juntas intentábamos averiguar... aunque realmente las Pitonisas no nos ayudaron en absoluto. Amaestrar al caballo de Loor me ayudó a despejar mi mente. Poco a poco la bestia iba cediendo, aunque el rumor de que las dádivas estaban malditas tan sólo hacía que la bestia me inspirase cierto temor.

Diversos enfrentamientos con accidentes casi mortales enturbiaban los ánimos, y sobretodo sobrecargaban la tienda de heridos, que se había convertido en el nuevo lugar de sociabilización debido a la continua afluencia de gente, que no paraba de entrar y salir.

Ahora un nuevo mundo se abría ante mí. A mi lado estaba Loor, Niña de Oro, y por supuesto, la Diosa. Sólo a través de rezarle estaba consiguiendo dejar de ser Belleza, y me estaba convirtiendo en un soldado de verdad. Alguien que algún día sería digno de admirar. Y por fin había encontrado mi lugar en la Compañía, ya no era una chica para todo, ahora era Exploradora. Y luciría orgullosa mi capa sabiéndome merecedora de ella.

Cargando editor
07/06/2016, 22:04
[RIP] Pipo.

Pipo.

 

MES DEL CASTOR.

Vagaba entre las brumas de su sueño de los Dioses, pero pedía agua, agua, agua...

Durante todo el mes del Castor, el agujero en la barriga de Pipo estuvo tirante e inflamado.

Pensaba en las brumas de su sueño de los Dioses, y cómo ese pequeño peón, agazapado bajo el ariete que había abierto las puertas del Fuerte Chuda, hizo su pequeño papel en el juego. Los Poderes eran altos como nubes, y extraños. Tomaban en sus manos finas y delicadas inmensos polígonos llenos de símbolos, y en el mundo ocurrían cosas.

Plumilla le daba de beber, Loor le daba de beber. Había formas a su alrededor: de unas venían conocidos murmullos. Piojillo, Sabandija, otros muchos hermanos con agujeros en sus cuerpos. Olía a hierbas, a sudor, a podredumbre, a arena.

Astado daba de comer a todos. Desde entonces, Pipo se aficionó a rondar cerca de su caldero. Echaba en aquel caldero sus circulitos de metal, y se divertía al ver cómo rebuscaban con el cazo aquellos que acudían a alimentarse. Tocaba música bailable, para que se divirtieran todos.

Hablaba con Niño Guerrero. Le gustaba Niño Guerrero. Recordaba un pequeño peón lanzando flechas con su arco diminuto en aquel sueño del juego de los dioses.

Escudo también estaba por ahí. Ridvan, su hermano de capa, tenía también agujeros.

Poco a poco, volvieron recuerdos. Sino. De su recuerdo llegaba como un canto que vibraba y vibraba como un tambor de los grandes.

Khadesa, Belleza, Perdida... muchos había en la tienda de los heridos.

El tiempo pasado en la tienda de los heridos fue bueno. Pipo lo recordaba con agrado.

Dedos, Ponzoña, Guepardo, Matagatos, Rastrojo, Niña de Oro, Odio, Asesina, Lengua Negra, Perdida, Piojillo, Reyezuelo, Tarado (ahora era su hermano de capa), Derviche, Tristeza, Dagotán, Sombrío, Centinela, Muerte del Cansado, Punzante, Mato, Condenado, Enviado, Flores, Ganancia, Machete, Vieja Guardia, Tibal, Drama, Garzung, Desastre, Matador, Grito, Lagrimita, Indómito, Romo, Cielo.

Muchos había en la tienda de los heridos. Aquel tiempo fue bueno.

Algunos se movían y ayudaban. Otros permanecieron muchos, muchos días sin moverse, sufriendo pesadillas. Pipo comprendía bien lo que eran las pesadillas. Algunos se marcharon para no volver.

Pipo pronto se recuperó: su agujero en la barriga sanó rápido.

Así cantó durante el funeral por los hermanos caídos durante la batalla del fuerte Chuda:

Lloran los desesperados de la Compañía

Lloran las nubes y los pájaros, lloran

las piedras y los pastos.

Lágrimas de sangre por la herida lloran.

En planicies cubiertas de piedras relucientes

guardadas por los muertos irredentos, lloran

escritos metálicos que las piedras cubren

recordando a los hermanos de la Compañía.

Desahuciados: recordad a los desahuciados.

Viejos y pétreos soldados, que la piedra os cubra.

Florecerá de vuestro abono un árbol ignorado

todavía, pero fertilizar todavía es necesario.

¿Qué fruto nos dará? No lo sabemos.

Pues es necesario que la hoja no sepa qué flor está nutriendo.

Ni qué fruto de la flor alumbrará el mañana.

Fueron palabras fruto de alguna de las varias personalidades que de vez en cuando le poseían. Esta había sido rara vez sentida. La última ocasión, durante la fiesta anterior al ataque. No había otras, aunque, posteriormente, en el desfile que se daría al pueblo de Cho'n Delor, se manifestaría de nuevo.

Keropis, que veló durante muchos días a los caídos, encontró por aquel entonces, por las mañanas, a su lado, un cuenco de agua. Así cuidaba Pipo de los que se habían ido. Por si acaso les entraba sed y necesitaban agua.

Agua trajo sin descanso a la tienda de los heridos, y volvió a los entrenamientos, a acabar con los monigotes de paja y madera construidos para tal fin.

MES DE LA ARENA.

El día 20, en uno de sus vagabundeos Pipo fue a visitar a Ponzoña. Pipo se acordaba del día porque alguien lo dijo muy cerca, cuando preguntaba dónde podría encontrar a Ponzoña. Y ese alguien le dijo que podría encontrarle en su tienda, descansando.

¿Cómo está Ponzoña? Pipo trae algo de agua. Le acercó a Ponzoña el agua (en una calabaza) y espantó las moscas de sus heridas. Pipo desea ir de patrulla. El agujero de Pipo ya está bien, aunque a veces pica. Pipo quiere ir de patrulla y quiere una flauta, así que también tiene que ir a cazar un antílope para usar su hueso y tallar la flauta. Pipo va... pssst... Pipo viene. Sonrió. A pesar del calor aplastante y del picor de su herida parecía de buen humor.

Falce ha dicho a Pipo que Ponzoña se encarga de las patrullas, y Pipo quiere ir de patrulla, añadió por si no había quedado claro.

Así que Ponzoña reclutó a Pipo para las patrullas, y le recomendó, para la flauta que le había pedido, un granadillo (le explicó cómo era el árbol). Pipo, en meses venideros, no dejaría de visitar la tienda de Ponzoña para ver cómo iba su flauta nueva.

Escudo y Niño Guerrero serían de una ayuda inestimable para encontrar el arbolito. A pesar de que también habían sido emplazados para ir de patrulla, hicieron varias salidas por su cuenta para traer comida.

MES DE LA CEBRA.

Calor. Mucho calor. A pesar de que el agujero de la barriga de Pipo ya hacía tiempo que no soltaba líquido, le molestaba más que nunca. Llevar las ropas de cuero que le protegían era una tortura.

Durante este mes, salió mucho de patrulla con Tarado y con Keropis (Keropis le traía agua de vez en cuando).

Un día, hablando con Tarado, tuvo ocasión de rememorar la primera época de su vida, tal y como él la recordaba. Su actual mente había nacido en las salas del Profanador de Mentes. Nada recordaba de su infancia.

Pipo asintió pensativo a Tarado. Le pedía explicaciones sobre cómo caminar sin ser notado. Pipo recuerda cuando ÉL estaba todavía vivo. Pipo vivía en Su casa, Pipo tenía mucho miedo y Pipo era muy cuidadoso. Pipo acababa de nacer. Como Sus ojos estaban por todas partes, Pipo se hacía muy, muy pequeño. Pipo se metía en un rincón, como los ratones, se pegaba al suelo, como las serpientes, pero Él siempre le encontraba. Pero a veces Él encontraba a Pipo, pero alguien que estaba cerca hacía más ruido que Pipo y Él le miraba. Se encogió de hombros. Pipo miraba a los ratones y a las serpientes y a los gatos y hacía como ellos. Pipo cree que para andar en silencio Tarado puede extender arena fina, fina sobre la piedra lisa y caminar. Si no dejar huella, Tarado será también muy, muy silencioso. Pero Pipo no es bueno, hace mucho ruido, sonrió señalando la flauta. Por los gestos podía entenderse que estaba haciendo un chiste.

Durante todo este mes, al menos, consiguieron no ser una carga para la Compañía, dado que lograron recolectar o cazar lo suficiente como para mantenerse a sí mismos. También hubo, ya al final, cuando consiguieron conocer mejor el terreno en el que se movían, un pequeño excedente que iba a parar a la olla de Astado a su regreso.

Claro, regresaban cada dos o tres días.

En esos días de caza, Pipo encontró el granadillo. Entusiasmado, cortó el árbol, lo cargó y, aquella noche, se lo llevó a Ponzoña. Había demasiada madera ahí, y cortada sin arte alguno, pero tenía suficiente como para muchas flautas.

Es una buena madera. Dijo Ponzoña. Triste que haya sufrido aunque no sea capaz de aullar su dolor. Te haré tu flauta, pero posiblemente sus canciones no sean siempre alegres, Pipo. Déjala llorar de vez en cuando y aliviarás su tristeza.

Aquello marcó a Pipo durante los siguientes días. Cuando ya moría el mes de la Cebra, Ponzoña, tras estudiar aquella madera, vino a ver a Pipo.

Buenas noches, Pipo. Vengo para hablarte de tu flauta. He estudiado la madera y me temo que quizá no sea lo suficiente bueno como para sacar de ella el instrumento que mereces y prometí. Necesitaré tiempo para que salga su alma. Medio año y quizá ni siquiera quedes satisfecho. Si lo deseas, puedo entregarte la madera y llevársela a Carpintero para que te haga una gran flauta.

Pipo se lo pensó. No comprendía muy bien la objeción de Ponzoña. Si para los pueblos de la llanura el tiempo era algo elástico, para Pipo lo era más aún. Preguntar a Pipo cuánto iba a tardar la flauta era una tautología, ya que la respuesta lógica para él era: "tardará lo que tarde". Utilizaba el tiempo, claro. O más bien referencias naturales, como la luna, el sol o determinada fase de un proceso. "Cuando la piel esté así hay que raspar asá y luego ponerla al fuego" en sus observaciones sobre los trabajos de Tarado durante la caza. Sin embargo había visto a los oficiales trocear el tiempo, retorcer el tiempo. Una vez vio un reloj de arena, y le fascinaba y, a la vez, le causaba una angustia irreprimible ver cómo los granos caían y caían. Por eso logró comprender a Ponzoña. Él era un oficial. Aunque era también K'Hlata había perdido el sentido del tiempo, así que le explicó paciente:

La flauta estará cuando Ponzoña termine. Ponzoña ha visto su alma. La flauta será buena. Era como sumar uno y uno para tener luego un dos (cosa que Pipo hacía con los dedos). Pipo desea la flauta de Ponzoña.

Se hablaba de ciertas disensiones en la Compañía. Portaestandarte, que estaba lejos, hacía algunas cosas, Analista parecía enfadarse. El Capitán no se recuperaba. A Pipo no le atraían mucho la atención aquellas riñas intestinas. No se daba cuenta.

Pipo sabía, desde luego, que gran parte de la Compañía iba a viajar a Cho'n Delor para la ceremonia de las Dádivas. Iban a ascender a Ridvan, su hermano de capa.

Ese mes de la Cebra, Peregrino se fue para no volver más (o Pipo, al menos, no lo volvió a ver, pero nunca se sabe) y Matagatos se quedó con su querida espada. También trajeron un gran lagarto.

MES DE LA JIRAFA.

En ese tiempo, atacaron el campamento, y pusieron fuego a Sicofante... pero estas cosas Pipo siempre se las perdía. Observó los sucesos del mismo modo que siempre: como si alguna magia hubiera, de repente, cambiado el mundo: ahora no había nada delante del campamento y al momento siguiente había cadáveres, Sicofante quemado en una estaca, y un mal humor generalizado entre los hermanos.

Tarado había pedido a Pipo que Pipo fuera su hermano de capa, así que Pipo consintió.

En aquel tiempo, fueron a Cho'n Delor, y las apariciones de El Otro comenzaron a ser más habituales. Una vez, durante un entrenamiento de Tarado con los nuevos reclutas del país del Oscuro (el señor del dolor), El Otro intervino para defenderle, pero Rompelomos le dio un garrotazo en la nuca, y le puso a dormir.

El Otro se iba sintiendo más y más confiado para salir a ver el sol.

También, en otro momento, durante la estancia en Cho'n Delor, Belleza pidió a Pipo si le dejarían estar en el Pelotón de Exploradores. Así que Pipo la llevó a Ridvan, su hermano de capa, y Ridvan casi le dijo que no, porque Belleza no le hacía caso. Pero Pipo aconsejó a Belleza, para que le hiciera caso, y Ridvan la puso a prueba. Por fin, la aceptó. Y el Pelotón de Exploradores ganó así una nueva hermana.

Pipo estaba contento, ya que eran pocos, muy pocos, desde el fuerte Chuda. Muchos, que se habían ido para no volver. ¿O sí? Quién sabe. No olvidaba dejar agua por ahí, en un cuenco, por si aparecían un buen día, y tenían sed del camino.

MES DEL ANTÍLOPE.

En aquel tiempo, durante la cabalgata hasta el Bastión del Dolor, se manifestó la vena poética de alguien que vivía en la cabeza de Pipo. No era El Otro, sino alguien muy diferente que no asomaba con asiduidad. La cabeza de Pipo, sin duda, era caso aparte.

En otro tiempo fuimos compañeros,
cubiertos con el fruto de las minas,
revestidos de hierros y de espinas,
bastiones de encumbrados carniceros.

Pero bajo malignos aguaceros
que alimentaban pútridas neblinas
tendimos sobre fosas asesinas
cien puentes con cien sólidos maderos.

Fuimos en otro tiempo los amigos
que redimidos por nuestra inocencia
pudimos poner freno a la impaciencia
y someter a nuestros enemigos.

Y no fueron los pálidos testigos
que a nuestras algaradas de potencia,
mostrándonos sus cartas de imprudencia
fueron segados como blandos trigos.

Fueron, en cambio, el miedo, la impotencia
o la soberbia a la que acometimos,
en un solo patrón entretejimos
debilidades con inteligencia.

En un tiempo lejano fuimos fuertes,
un ser hermoso y grande concebimos
por cuyo amor a dar, nos atrevimos
a pasar por el valle de la muerte.

Pipo lo pasó fatal soportando todo el tiempo firmes, sin moverse. Le picaba el cuero cabelludo, bajo la peluca. Luego, durante la reunión de toda la Compañía, se le aflojó la lengua y habló sin reparo. Mas perdió el interés rápidamente.

Votó por Analista.

Puso a Tarado la capa sobre los hombros. Ese fue un buen momento.

En la ceremonia de entrega de las dádivas, pidió una flauta. Y le entregaron una hermosa flauta mágica que hacía que a todo el mundo se le movieran los pies o, al menos, facilitaba tal labor. Tocó la flauta durante la fiesta, sí. Y muchos bailaron, bailaron y bailaron. Pipo lo pasó muy bien, pero como no bebía cosas fermentadas y tampoco comía mucho (bebía mucha, mucha agua), se cansó pronto y se largó.

Recorrió los túneles secretos del Bastión del Dolor sin que ni el aire reparara en su presencia. Por fin, llegó a un inmenso sótano lleno de cadáveres, donde departían tres de los que se habían ido. Hablaban del "joven con ojos de Serpiente". Muchas cosas hablaron, muchas incomprensibles.

Ese día Pipo hizo una visita al nuevo Mago de la Compañía.

Eran otros tiempos. Después llegó el picor. El día tras la fiesta, la gente andaba inquieta. Muchos se habían ido para no volver, aquella noche, mientras Pipo recorría oscuros corredores y hablaba con Serpiente. Así eran las cosas. Pero, como a Tarado, su hermano de capa, le inquietaban, Pipo procuró inquietarse mucho mucho. Pero no lo consiguió. Pensó dubitativo en su hermano de capa, y se preguntó si algún día podría llegar a entenderle.

Durante la estancia en Cho'n Delor llegó la noticia de que, allá en el campamento, habían estado los de Galdan, y habían partido algunos hermanos para no volver. Tristeza. Ojopocho. Piedras en la llanura brillante. ¿Volverían algún día? Quién sabe. Los hermanos contaban que ahora eran piedras en una llanura brillante, así que Pipo tuvo que alegrarse. Sin embargo, se les echaba en falta.

MES DE LA NUBE Y MÁS ALLÁ, HACIA EL INVIERNO. HACIA LAS PUERTAS DE GALDAN.

Fue entonces cuando la Compañía regresó al campamento. Y Pipo fue elegido para una misión, pero eso está relatado en otra parte, lejos de aquí. La misión fracasó, aunque Pipo nunca supo por qué.

Entre tanto, en el campamento, mientras Pipo andaba lejos, trajeron a muchos de los que se habían ido, y los tiraron en los llanos de Galdan. Olían mal, y Pipo se olía qué iba a pasar con ellos. No le gustaba, como no le gustaría que el sol saliera durante la noche, pero era cosa de Serpiente, y Serpiente era un hermano, así que todo estaba bien. No obstante, en aquellos días la Compañía trabajaba para el Señor del Dolor, y a él le gustaban estas cosas.

En aquellos tiempos las plantas de los pies picaban mucho a Pipo. Acudió a Portaestandarte junto a Odio y a Uro, porque creía que podían ayudarle. Corría y corría, y no se le pasaba el picor. Portaestandarte le miró.

Por aquellas fechas, los días se hicieron más cortos para Pipo. Amanecía y anochecía casi al mismo tiempo.

Pipo no entendía por qué, a una senda trillada que rodeaba el campo de entrenamientos, le llamaban la Senda de Pipo. Él aprovechaba cada momento del corto día para ir a ver cómo iba su nueva flauta. A veces tocaba con la flauta que le había regalado el Señor del Dolor, pero le salían muchas canciones tristes. Bebía mucha agua porque, a menudo, tenía sed.

Por aquellos tiempos, los meses pasaban vuela que te vuela, como si fueran pájaros. Pipo se encontraba cansado a menudo, sin saber a qué achacarlo, y con algunos moratones. La tienda de los heridos tenía siempre visitantes. Y también la tienda del Grog.

El tiempo, que es algo indestructible, no inquietaba a Pipo. Si le inquietaba que, a menudo, perdía su peluca. Alguien se la traía luego, o él mismo la encontraba tirada por ahí, llena de polvo, muy sucia.

Como a menudo también perdía sus abalorios, Pipo terminó dejándolos en su tienda, porque apreciaba mucho sus abalorios.

Un día alguien atacó a Desastre, y Pipo estaba ahí, ya que anochecía. Así que él y sus hermanos, los Exploradores, fueron a ver qué había pasado.

Los de Infantería cantaban todas las mañanas canciones muy graciosas en el campo de entrenamiento. Pipo les escuchaba cuando salía a ver salir el sol. Por la tarde se emborrachaban en la tienda de Grog. La gente de la Infantería era muy graciosa. Pipo se preguntaba cómo iban a usar sus brazos nervudos y fuertes sin ojos para ver, ni oídos para oír. Pipo se preguntaba qué harían sin piernas para correr para usar sus brazos. En esos términos pensaba cuando pensaba en el Pelotón de Exploradores (los ojos y los oídos de la compañía) o en el de caballería (las piernas de la compañía). No solía pensar así de los Hostigadores, pero es que los Hostigadores estaban muy mezclados. Pero estaba contento, porque tenían buen ánimo. Y se preguntaba a quién habrían de acercarse sin brazos para empuñar un arma.

Claro está, que para él todo esto era un asunto teórico. Se veía como los dioses: viendo desde lo alto figuritas pequeñas en el fuerte Chuda. Moviendo unas aquí, otras allá. Se acordaba de una en particular. Un pequeño peón que se refugió debajo del ariete, porque se le salían las cosas que tenía en la barriga. Soltó alguna lagrimilla, aunque no sabía muy bien por qué lo hacía.

Entonces, pssssst, se encontró en la boda de Ponzoña y Khadesa, e iba a tocar la flauta para festejarles, cuando Ponzoña, psssst, se acordó de algo, pssssst, tomó de algún lugar una flauta nuevecita para Pipo.

Cargando editor
11/06/2016, 22:38
Khadesa la Quinta.

I can see, when you stay low nothing happens
Does it feel right?
Late at night things I thought I'd put behind me haunt my mind.

La luna se alza en el cielo, limpia, brillante. Tan intensa que puedo alzar mi mano y tocarla. Argénteos haces que se derraman sobre la tierra, que se abre a ellos como la más luctuosa amante. Cierro los ojos y dejo que me bañe. Una noche más, mi destino me alcanza.

Con la Compañía la Oscuridad siempre llega…

Un susurro, deslizado en mi mente con viperina lengua, se retuerce. Insaciable acude a mi puerta. Anhelante me llama, gime como una puta para embaucarme en sus delicias.

Con la Compañía, la Oscuridad siempre llega…

Me abrazo a mí misma. Mi tiempo se agota, la distancia se acorta. Noto su helada presencia, incorpórea pero tangible. Fantasmal pero real. Un eco lejano que persiste, aferrado a nuestros espíritus.

Con la Compañía, la Oscuridad siempre llega…

Cierro los ojos, alzado el rostro, bañado en el fulgor selenita. Dejo mi mente en blanco. Me desnudo. Avanzo y me paro en el pozo de los recuerdos…

I just know there's no escape now once it sets it's eyes on you
But I won't run have to stare it in the eyes

Deberías estar muerto…

El rostro se gira, rasgado el cuello, y con un barboteo responde:

No quiero morir

Avanzo por medio de hojarasca reseca que se deshace bajo mis pies. El viento helado azota mi rostro bañado en lágrimas, mi níveo vestido nupcial. No hay principio ni fin… Lo localizo al fin. Camino entre antiguas piedras, que marcan donde yacen aquellos que fueron y ya no son. El aire es rancio. La putrefacción me rodea. Lo diviso. Su cabello cano se agita bajo el viento inclemente.

Deberías estar muerto…

No se gira.

No quiero morir

El suelo es inestable. Los crujidos persisten mientras avanzo ¿o son risas? Ladinas, esquivas. No quiero mirar al suelo. Frente a una montaña informe, Capitán mira a la cavernosa oscuridad. Goterones de sangre que alimentan la carroña maloliente. Tras de mí, presiento una figura poderosa. Sé que me observa.

Deberías estar muerto…

Una risotada estentórea resuena. Puedes cambiarlo…

No quiero morir

Stand my ground I won't give in. No more denying I've gotta face it.

Won't close my eyes and hide the truth inside.
If I don't make it, someone else will stand my ground

Se acaba el tiempo

Está ahí. Justo delante. Me observa, noche a noche. Implacable, aguarda paciente su momento. Sabe que la oscuridad llegará. Es la maldición de la Duodécima.

Durante lunas lo he negado. Pero ya no. Ahora lo he visto. He visto su mirada, al otro lado de la línea de monolitos. Conozco su ser. He mirado cara a cara a la mismísima Oscuridad. Porque soy parte de ella. Porque su maldición habita en mi ser.

Se acaba el tiempo

It's all around, getting stronger, coming closer into my world.
I can feel that it's time for me to face it.
Can I take it?

Lo veo posado, mirando con sus pequeños ojillos malévolos, interrogantes. Lo he visto en vigilia y en sueños. Lo he visto contemplando en la lejanía. Como un heraldo. Y porta la nueva de mi maldición. Pronto tendré que elegir. Inquisitivo, pregunta sin palabras. Mientras, la montaña crece, se retuerce.

Esta es una senda de muerte, que sólo en muerte acaba

Pero somos la Duodécima, somos heraldos de la muerte, soldados de fortuna. Es nuestra realidad. Negarla…

… sólo en muerte acaba

Puedes negarlo. Pero no huir. No puedes escapar a lo que eres, a tu destino. Es la sangre. La sangre llama.

Though this might just be the ending of the life I held so dear
But I won't run, there's no turning back from here.

Ésa era mi dádiva

La voz de Portaestandarte resuena, se alza por encima de todo, en medio de un llano desolado, azotado por la ventisca. Me señala. La ventisca arrecia y me hiere; miles de finas agujas azotando mi piel. Lo noto a mi espalda. Alto, fuerte, moreno, surcada la piel de rojizos entramados.

Ésa era mi dádiva

Avanzan ambos. Puedes cambiarlo, conoces el precio…

Es inevitable. La ventisca arrecia, imparable, inclemente. Me rodea, elevándose en volutas en torno a mí. Y la veo, arraigada dentro de sus ojos, la oscuridad. Maldita. Perpetua.

Insaciable…

All I know for sure is that I'm trying
I will always stand my ground.

Mi destino llega, me alcanza al fin. No puedo escapar, sólo elegir. Alzo mis manos y me aferro a su cuello…

Stand my ground I won't give in, (I won't give in)
I won't give up, (I won't give up)
No more denying I've gotta face it.

Won't close my eyes and hide the truth inside

If I don't make it, someone else will

Despierto, abrazada a mi amor. Su cuerpo maltrecho sana rápidamente. La herida cicatriza. Mi alma se cura. Beso su piel, caliente y firme al tacto. Mi contacto lo despierta y me apodero de sus labios, bebo de su misma alma. Me mira con sus ojos oscuros convertidos en ardientes carbones. Me llama a su lado y acudo, sin vacilar. Soy suya. Eternamente. 

Notas de juego

Mi fuente de inspiración: 

Cargando editor
12/06/2016, 19:46
Indómito, Escuadra Barril, Pelotón de Infantería.

-Padre, por favor…

Los sueños de Indómito siempre eran el mismo retrato, el de su padre. Con una sonrisa trágica, recordaba la piel del mismo tirada en el suelo como una vulgar basura. ¿Por qué lo había hecho? Era lo que se preguntaba Indómito cada noche antes de que el Sueño lo abrazase con sus dulces melodías.

Los sudores de la noche daban paso a un nuevo día en el que tenía que reponerse. No por él, sino por sus compañeros. El Rey de la Sabana siempre se había considerado un ser optimista, pero aquellas últimas noches, lo estaban convirtiendo todo en un verdadero sin vivir. Además, el asalto a la Puerta de Galdan se acercaba, cosa que lo hacía preocuparse aún más. 

Indómito era incapaz de dominar sus emociones en momentos como aquellos. En los entrenamientos con su Pelotón, aunque fuera un momento agradable y distendido, él no era capaz de cantar al son de sus compañeros. Era imposible, ya que la desolación hacía que su mente viajara a lugares pasados, a escenas que no se volverían a repetir. 

-Madre... Madre, ¿tú también?

La segunda noche vio a su madre y a sus hermanos. Se alejaban al bosque... El bosque donde perdieron la cordura. Era cruel. La vida había sido cruel con un niño que apenas sabía por aquellos entonces lo que era el temple y el estar. ¿Acaso fue justo todo aquello? Indómito tuvo que madurar antes, tuvo que aprender a vivir sin los seres que quería. "Un hombre, es un hombre en cuanto que no llora", le decía su tío. ¿Pero que sabía él? ¿Acaso él había tenido que aprender a vivir sin su familia? Y además... aquellas miradas en la tribu, como si él fuera un extraño... ¿Acaso no era aquello lo más parecido a una familia? Se equivocaba. Tan sólo recordaba a Cielo, vagamente, pero nunca entabló más de dos palabras de conversación con él. 

Tras una juventud de sin sabores, vino la Compañía. Y con ella, para Indómito vino la paz. Aunque no podía olvidar, ni jamás pudo hacerlo, los colores de la Sabana. 

"Un poco más, un poco más...", pensaba Indómito mientras corría sin parar alrededor del campo de entrenamiento. Su cuerpo iba a desfallecer, pero es que en aquellos instantes, él no tenía ganas de vivir. Muchos os preguntaréis por qué, pero ni él mismo lo sabía. Corría y corría bajo el sol abrasador, sin pensar. Tan sólo recordando, evocando, lo poco de feliz que su vida había tenido. Las lágrimas le resbalaban hasta morir en los labios, notando su sabor salado. 

Al poco tiempo, hincó la rodilla en la tienda mientras dejaba caer a un lado su lanza. Fue entonces cuando por primera vez después de muchos años, vio de nuevo el rostro de su padre. Lo vio en sus sueños, porque la barbilla le chocó con la tierra y su cuerpo desfalleció. 

"Coge la lanza que el peligro aguarda,

tras la frontera del llano al que tanto amas. 

Coge el escudo que es tu dádiva, 

que tras las flechas encontrarás la muerte, en su espalda."

Cuando Indómito despertó, exhausto, se dio cuenta de que estaba en la Tienda de los Heridos. Aquel entrenamiento le había pasado factura. Tenía miedo. Miedo de morir a manos de gente que verdaderamente lo odiaba. A él y a muchos de sus Hermanos, tan sólo, por el mero hecho de ser como eran. 

Entonces, agarró el Rey su lanza y salió fuera, donde el sol brillaba. Se aferró a su destino, que si morir era, lo recibiría en guardia, para dar él su primera estocada.

Cargando editor
13/06/2016, 00:24
[RIP] Odio.

Mes del Castor, 201 de Khatovar.

La lucha para tomar Fuerte Chuda ha sido encarnizada, hemos combatido como auténticos guerreros. He logrado hacerme valer en lo que de verdad hay que hacerlo, el combate puro y duro. Sin embargo hemos sufrido varias bajas, pensaría que eran los más débiles y poco aptos para estar en el frente, pero el mismísimo Capitán había sido envenenado, y lamentablemente bien conocía el efecto que un veneno puede causar en un hombre. Me temía lo peor, pero teniendo a todos los matasanos, chamanes y pitonisas de la Compañía a su servicio quizá pudiera salvar el pellejo, ¿quien sabe?

 

Mes de la Arena, 201 de Khatovar.

Por estos tiempos, el campamento anda revuelto, los mandos con sus mierdas políticas tienen a la Compañía en vilo, aunque a mí la verdad no me importa demasiado, lo verdaderamente importante debería ser cazar a los miserables del Triplete que lograron escapar de Fuerte Chuda, pero entre heridos y que el Capitán no parece mejorar, una cierta anarquía se adueña del campamento. Hay reuniones de mandos a las que viene quien quiere sí y otros pasan y Portaestandarte, el único que parece tener lo que hay que tener para mandar, nombra a un teniente por su cuenta. No es que el Sargento Rompelomos sea de mi devoción, realmente nadie lo es, pero pasar semanas y semanas en inútiles reuniones sólo es permitir reagruparse a las fuerzas del Triplete. Al menos aún quedan jefes que no tienen miedo a actuar.

 

Mes de la Cebra, 201 de Khatovar.

Por lo que se oye por ahí, una nueva remesa de Reclutas está en marcha, no nos vienen mal refuerzos después de las pérdidas en la última batalla, pero probablemente llegue una panda de niñitos asustados a los que haya que apartar para luchar en condiciones.

Además, un enviado de Cho'n Delor ha venido a invitar a la Duodécima a una fiesta de celebración en su ciudad, ¡como si no estuviéramos ya perdiendo bastante el tiempo!
Cómo no, a nuestro "amado líder", le parece una gran idea y embarca a la Compañía una vez más en una pérdida de tiempo.

Soy designado para pertenecer al Retén que protegería el campamento, no es ninguna sorpresa y lo prefiero así, al menos podré entrenar mientras el resto pierde el tiempo en viajes y danzas. Estoy deseando que marchen.

Además soy encomendado a un grupo de caza, voy con el deforme de Caracabra y el vago de Manta, toda una garantía de éxito. No sé qué brillante estratega pensó que yo era apto para cazar algo más que hombres, pero me vendrá bien salir una temporada del campamento, mejor aguantar a dos que a veinte. Como era de esperar consigo cazar lo justo para no caer en el ridículo más absoluto, pero parece que el jorobado de Caracabra tiene de cazador lo que le falta de guerrero, al menos ha demostrado ser útil, no como Manta que probablemente se haya tirado bajo un árbol a dormir, trayendo unas presas tan escasas como las mías. En fin, al menos he podido despejarme y estar un rato a solas, lo necesitaba.

 

Mes de la Jirafa, 201 de Khatovar.

En mi ausencia, el Pelotón de Arqueros ha vuelto de otro tipo de cacería, de las de verdad, de las que sirven para algo. Parece que han conseguido aniquilar a la Segadora, mis respetos.
Sin embargo, toda lucha se cobra un precio, y en este caso ha sido la vida de Peregrino, y casi la de Campaña; es bien sabido que no me llevo bien con la mayoría de mis hermanos, pero reconozco el valor y me uno a la pesadumbre general del campamento. Ha sido enterrado con honores de oficial, lo que refleja su gran gesta y la gran pérdida que ha tenido la Compañía con su muerte.

Como si de una venganza se tratara, los mil veces malditos Brenda y Kano se infiltraron en el campamento, incendiando los establos y almacenes. ¡Malditos cobardes! Cuando quiero darme cuenta ya han abandonado el campamento, se han librado de una buena.

Pero esto no es todo, pues al día siguiente Piojillo llega al galope, reventando al caballo en la urgencia, dice ser perseguido por jinetes del Triplete y haber dejado atrás a Sicofante para darle tiempo, la maniobra es buena, pero no puede asquearme más la cobardía de Piojillo. Y al mermado de Lombriz se le ocurre avisar ahora de que hace unos días acabaron con una noble del Triplete. ¡Podrían haber alertado a las patrullas de haberlo sabido, genio!

Para cuando los seguidores del campamento quieren resguardarse tras la empalizada, las fuerzas pesadas de la Heroína ya han llegado hasta el último de los carros, no sé si tildar de valientes o de estúpidos a los hombres de Usurero, pero hay que reconocer que gracias a ellos se salvó el carro de Precio. Los jinetes capturan a los matones y les arrastran fuera del campamento, hacia una explanada lejana. La Heroína de la Puerta de Galdan logra detener al vuelo una flecha dirigida hacia ella y luego ciega al resto de la Compañía con el brillo de su arma, sin duda es un oponente a tener en cuenta.

Tras esto llega el caos. Tienen a Sicofante, le han colocado a él y al resto de rufianes en piras incendiarias... y el cobarde de Analista insiste en que no salgan del campamento. Cada vez tengo más claro que sólo un guerrero es capaz de comandar una compañía mercenaria.

El Cabo Barril consigue romper la pasividad de la Duodécima a la vez que la puerta de la empalizada y, como no podía ser de otra manera le sigo, me hierve la sangre, me ciega el odio, sólo quiero la cabeza de la Heroína en mis manos, nadie se atreve a hacer algo así con un miembro de la Compañía y menos en nuestras narices. Tan sólo la infantería, sus compañeros más allegados, y un par más de valientes tienen lo que hay que tener para mandar a la mierda las órdenes de ese cobarde y enzarzarse en el combate. No logramos salvar a Sicofante, pero al menos les hicimos pagar por su muerte. La Heroína huyó, como la perra cobarde que es, pero la Puerta de Galdan no está lejos, la venganza será plena.

Tras esta batalla, se atiende a los heridos, como en cualquier otra, pero parece que la insubordinación quedará sin castigar, Analista es tan cobarde para combatir como para hacerse respetar, ya no hay duda. Se entierra a los muertos una vez más, la guerra es cruel, pero prefiero una muerte en combate que lo que sea que aflige al Capitán.
Es un mes agitado, pese al reciente ataque, la Duodécima parte a Cho'n Delor y yo permanezco en el campamento, ya que había sido designado para ello durante el mes de la Cebra.

Se activa el Retén. 

 

Mes del Antílope, 201 de Khatovar.

Tras la marcha del grueso de la Compañía el campamento principal queda en calma. Es Astado el encargado de repartir las guardias y patrullas, asociándome con Chamán Rojo, ese jodido lunático, lo que me hace pensar que la idea que tiene de mí es parecida, aunque no me molesta, de hecho lo prefiero.

Los días se suceden sin mucha actividad, el combate contra las fuerzas de la Heroína aún está fresco en mi memoria y lo rememoro a menudo, pero me temo que tras estos ataques la inactividad vuelva a las filas de la Duodécima.
Qué equivocado estaba, en plena noche soy despertado por Chamán Rojo, lo primero que pienso es que pretende apuñalarme mientras duermo, pero no, ¡nos están atacando! Los bastardos del Triplete se han debido enterar de los movimientos recientes y aprovechan para atacar ahora que somos menos. Pero han subestimado a las fuerzas del Retén, será su último error.

Salgo de mi tienda sin tener tiempo a ponerme la armadura y el campamento ya es un absoluto desastre, ¿que hostias es eso? ¡¿Un dragón?! Entro en combate y la ira me invade, apenas soy consciente de acabar con dos Fantasmas Irrendentos para cuando logro recuperar la compostura. Cuando el caos del combate acaba me percato de que estoy herido, pero es lo de menos, por lo visto el ataque se ha cobrado dos víctimas: Ojopocho y Tristeza. Su muerte será honrada... y vengada. La perra de la Heroína ha vuelto a escapar aunque parece que entre Uro y Guardaespaldas han dado cuenta de su atrevimiento. Tienen mi respeto.

 

Mes de la Nube, 201 de Khatovar.

Al regreso de la Compañía desde Cho'n Delor, se organiza una misión voluntaria, lógicamente me apunto, no descansaré hasta acabar con el último de los guerreros del Triplete. La misión es secreta, pero no me importa, la ocasión de luchar ya es suficiente recompensa. Tras varios incidentes en el camino llegamos a nuestro destino, pero la misión fracasa de la forma más absurda. No se puede ser más cobarde. Al menos tengo la oportunidad de combatir contra un auténtico héroe del Triplete, el Último Inmortal, y de demostrarle a quien tanto me ha enseñado, Loor, que soy mejor luchador de lo que piensan los demás.

Mes del Jaguar, 201 de Khatovar.

La vuelta al campamento es deprimente, discuto acaloradamente con Loor acerca de los últimos acontecimientos, lo que nos lleva a ambos a desenterrar viejas heridas y distanciarnos un poco, ella está gravemente herida por los ataques de Último Inmortal, así que decido no continuar, ya arreglaremos nuestras diferencias cuando se haya recuperado, si lo consigue. Pude herir de gravedad a Último Inmortal gracias a la espada larga que empuñé en la lucha contra él, pese a ser un arma que nunca me había parecido digna, veo que tiene potencial, que es capaz de causar graves daños en mis enemigos, y le solicito al Cabo Matagatos que me la entregue, para luchar mejor contra los enemigos de la compañía. Pero el oscuro tiene otros planes, prefiere venderla y repartir el botín. ¿Qué clase de guerrero haría eso? Uno político, como Analista, está claro. Lamentablemente el Cabo no ha heredado las capacidades de su padre, al parecer.
El resto del tiempo se gasta en construir aparatos de asedio, parece que el ataque a la puerta está cerca, no puedo esperar.

Llega fin de año, la gente lo celebra, y no sé muy bien porqué ya que nuestros enemigos siguen vivos y las puertas en su sitio, pero parece que los corazones débiles necesitan alejar sus mentes del combate de vez en cuando, para ello no hay mejor brebaje que el veneno que vende el Gordo Wem.

 

Mes de la Cabeza Cortada, 202 de Khatovar.

Llegan noticias al campamento de que los bastardos de Brenda y Kano, además de la cobarde de la Heroína están atacando los campamentos auxiliares, dónde las máquinas de asedio son construidas. A estas alturas no espero que el cobarde de Analista vaya a ordenar nada, deja que el Triplete campe a sus anchas. Lástima que Portaestandarte siga encerrado en la Herrería.

Al menos Derviche ha puesto en su sitio a los borrachos de los infantes, que pasan las horas muertas en la Tienda de Grog, no sé que le verán a ese brebaje, abotarga la mente y los músculos, y te convierte en presa fácil.

Tras zanjar mis asuntos pendientes con Loor en el campo de entrenamiento, la reconozco como un guerrero mejor y más fuerte, aunque moriría antes de reconocerlo en voz alta. Comienza a entrenarme en el arte de la guerra, sé que puedo mejorar mis habilidades si controlo mi ira, pero el proceso promete ser arduo, dudo que lo domine antes del asalto a la Puerta.

 

Mes de la Hiena, 202 de Khatovar.

Portaestandarte ha salido por fin de su encierro, arremete con la idea de atacar La Puerta de Galdan de una vez por todas. 
Afilo mis armas y preparo el equipo.
La venganza está cerca.

Cargando editor
13/06/2016, 12:28
Frontera.

Desde la Frontera.

Nadie podría decir que Frontera fuera el tipo más atento del mundo, ni el más listo, ni el más hábil. Joder... si hasta se había granjeado una fama inmerecida de "conocedor de hierbas" sin realmente tener ni idea de ellas. Bueno, miento, sabía cuales eran aptas para masticar y no quedarse tieso en el proceso, si eso contaba como experto herbolario entonces Frontera daba mil vueltas a los herboristas de la Compañía Negra. Pero.. ¿por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Digamos que Frontera nunca fue el más avispado, pero en ese rol secundario de ignorado voyeur, Frontera callaba, observaba y, sobre todo, aprendía.

Frontera recibió el Año Nuevo del mismo modo que los demás, pero la resaca en el K’Hlata duraba poco, alguna ventaja debía haber de estar acostumbrado a mascar todo tipo de plantas y porquerías varias, o simplemente la hierba elegida en esa ocasión tenía un desconocido efecto que paliaba la resaca, a saber. Si Frontera sabía algo al respecto, se lo llevaría a la tumba, hay secretos que es mejor no revelar al mundo para que las cosas sigan siendo como son: los borrachos con resaca, y los sobrios sintiéndose superiores a ellos por no beber. Un sentimiento estéril y estúpido, infantil, pero el explorador K’Hlata sentía esos momentos de silencio matutino siempre era revelador e intrigante. La Primera Pitonisa había anunciado el final de la guerra, claro que en la línea de la habitual ambigüedad profética ya era más complicado que dictaminase un vencedor. ¡No fuera que se cumplieran los pronósticos!

Pero aunque Frontera siempre intentaba adquirir una actitud pretendidamente interesante, la verdad es que de poco se enteraba de lo que sucedía en el campamento. Aquello era un caos dentro del orden marcial, los pocos momentos de asueto de los que disfrutaba estaban teñidos por un absurdo de idas y venidas, entrenamientos letales y cotilleos de quién deseaba acostarse con quién. Frontera se mantuvo al margen de todo aquello, observando desde la frontera de Taglios como decía el Sargento Gulg, y quedó patente que nunca terminaba de entender el funcionamiento interno de todo aquello. ¡Ojo! Se sentía orgulloso de pertenecer a la Compañía Negra, pero quizá era el efecto de las hierbas que se sentía verdaderamente ajeno a la mayoría de sus compañeros.

Cuando se propagaron las victorias del Triplete en las escaramuzas, el castigo a la maquinaria de asedio y la moral decadente, Frontera se mantuvo incólume a todo aquello. Una ventaja de masticar hierbas raras, supongo, él seguía observando sin terminar de encontrar la pieza a adecuada con la que engrasar todo aquello. Las habladurías crecían alrededor de ausente explorador, algunos aseguraban que a Frontera se le había ido la cabeza definitivamente, en un retorcido acto de celos por la locura de Portaestandarte. Pero Frontera distaba mucho de estar loco, bueno... quizá un poco lo estaba, a veces escuchar voces de gente que no estaba allí podría definirse como algo parecido a ello, pero eran espíritus. Y quien habla con espíritus no está loco, ¿verdad? Solo está chamánico.

El año iba pasando, Frontera seguía observando, la Compañía Negra se preparaba. El explorador cumplía con las órdenes y masticaba hierba. Si la guerra iba a terminar ese año, Frontera no lo sabía, no sabía nada, seguía perdido en su océano personal. Cierto, ese año iba a terminar la guerra, pero la cosa parecía cada vez más volcada en un resultado negativo para la Última de Kathovar. Claro que Frontera no se planteaba esas cosas, Frontera no se planteaba si iba a vivir o morir, Frontera tenía mayores problemas con los que lidiar... en pleno asedio de las Puertas de Galdan, ¿encontraría la hierba para librarse de las resacas?

Cargando editor
16/06/2016, 18:36
Lagrimita, Escuadra Barril, Pelotón de Infantería.

PREÁMBULO LAGRIMITA

AÑO: 201 DE KHATOVAR.
MES: CASTOR (MES SEIS, TERCERO DE LA PRIMAVERA).
DÍA: QUINTO DEL MES.
NOCHE (Después del Toque de Silencio).
____________________________________________________

Tras la reunión a puerta cerrada del Capitán y el Teniente, empezó la juerga. Ambos se habían encerrado la noche anterior en un pabellón improvisado, y diversos personajes habían estado pasando por el toda la noche. Escoltados por el Primer y Segundo Guardaespaldas, y envueltos en capas de sombras cortesía de Sedoso. Había una sombra tan grande que sólo podían ser Barril o Campaña, pero quién sabe si el cabrón de Sedoso no lo estaba haciendo a posta.
El equipo estaba preparado, el ariete listo y al amanecer el Teniente partió con la Caballería, Campamenteros, Exploradores y Hostigadores. Atrás quedó el Capitán con toda la Infantería. El por qué no se enviaba a la Infantería a primera línea del asalto era un misterio.
El Capitán dio las órdenes. Escuadra Lemur parte suroeste, Escuadra Barril parte sureste. A marchas forzadas, adelantamos a los que serían los encargados de asaltar el Fuerte Chuda, mientras nosotros esperábamos en la retaguardia del mismo. El Capitán había recibido información de índole mística. La propia Chuda abandonaría el fuerte por un pasadizo secreto, y escaparía sin remedio. Pero ahí estábamos nosotros, apostados para caer sobre ella y capturarla, o en el peor de los casos, despiezarla. El puto problema era que la situación exacta del punto de escape era incierta, y debíamos cubrir bastante terreno. Los primeros en avistar al reducido séquito de la mujer en fuga, debían dar aviso y así hacer que la Infantería convergiera sobre ellos cual tenaza. El propio Capitán estaba ahí, con Guardaespaldas. De hecho estaba bastante cerca de la posición que ocupábamos Barril, Romo y yo.
En ese momento, a algunos kilómetros, Khadesa hablaba al Teniente de las visiones que le habían asaltado en el camino al Fuerte. Éste arrugó el ceño, nada se podía hacer ya. El Capitán tendría que cuidar de sí mismo.
El terreno era frondoso, con árboles aislados y helechos capaces de ocultar a un pelotón. En resumen, una cabronada. Sedoso había recorrido a los hombres apostados, haciendo caer una nube de camuflaje a su alrededor, de tal manera que estaríamos ocultos hasta que empezara el movimiento.

De repente, a unos diez pasos, unos árboles se agitaron, y como saliendo del propio tronco y la vegetación aledaña, surgió la perra de Chuda y su reducido séquito. Reducido por los cojones, eran por lo menos quince nobles del Triplete armados hasta los dientes, la puta y sus dos damas de compañía. El Capitán nos hizo un gesto, y mientras él, Primer Guardaespaldas y Barril cargaban, Romo y yo dedicamos unos segundos a dar la señal de converger. Tras eso agarramos las armas y nos metimos en la refriega. Barril y Guardaespaldas se batían contra los armados Nobles, dispersándolos. Romo y yo cruzamos espadas con un par, mientras el Capitán empezaba a reducir a picadillo a tres Nobles, abriéndose paso hacia Chuda, que miraba desafiante la lucha, mientras sus dos damas se habían derrumbado en el suelo, presas de sollozos de puro terror. Romo aun bregaba con el suyo, pero el mío, a pesar de ser un tipo escurridizo, no estaba acostumbrado a pelear con alguien que lleva dos armas, y sufrió la mordida de mi daga en el costado entre la junta de la armadura y ahora se desangraba en el suelo emitiendo débiles gemidos. El tercer noble estaba dando problemas al Capitán al haberle tomado un flanco, y me dirigí hacia él, quitándoselo de encima. El Capitán se dirigió a la emperifollada mujer, conminándola a la rendición, pero ella sólo endureció su expresión tras el velo, y una pañoleta salió despedida por arte de magia de sus manos, atrapando el brazo del arma del Capitán.
Éste parpadeó lentamente una vez. Es el mayor gesto de sorpresa que le he vi nunca hacer al Viejo. El Noble me estaba dando problemas, aún herido por el Capitán, el tipo era rollizo y golpeaba con la fuerza de un árbol que cae. El Capitán dio un paso hacia adelante, enrollando la pañoleta aún más, y con un tirón acercó a la elegante mujer hasta el alcance de su otra mano. Pero la puta escurridiza se las arregló para girar en el aire y darle una patada en la rodilla, y quedando el Capitán algo desequilibrado. En ese momento pasaron varias cosas.
El casi sin aliento noble se encontró con el filo de mi espada bajo su yelmo y cayó como un saco de patatas. El velo de Chuda cayó al voltearse en la ácida patada que propinó al Capitán, revelando un rostro... ¡un rostro que no era el de Chuda! Era una jodida sosia señuelo. Todo se volvió como si nadáramos en melaza cuando una de las damas de compañía (esta sí era Chuda) se alzó con sendos puñales de hoja ¿verde? en sus manos, dirigiéndose inefablemente hacia un desprevenido Capitán. Los segundos no corrían. Mi armadura parecía de plomo. Acerté a interponerme parcialmente y mientras el Capitán parecía advertir que algo no iba bien en el límite de su campo visual, dejaba caer su espada y la recogía con la zurda en un molinete decapitador hacia la mujer que lo tenía aferrado, logré golpear una de los puñales con la guarda de mi daga. Inexplicablemente, la hoja enemiga se hizo pedazos, alcanzándome una lluvia de fragmentos de ¿cristal? empapados en un líquido verde que quemaba mi brazo como mil brasas. La mujer siseó como una serpiente, y dirigió la otra hoja directa a mi cuello demasiado rápido para seguirla - Es el fin, al menos espero que el Capitán me vengue, zorra... -  alcancé a pensar. Un empujón de un cuerpo recio me sacó del alcance mortal de la daga, ocupando mi espacio lo cual le costó que la hoja se alojara en su costado. El Capitán cayó sobre una rodilla, mientras el ruido sordo de una cabeza golpeaba un árbol cercano. Se volvió hacia mí y balbuceó algo - Mi sangre... - alzó una mano en mi dirección y sus ojos se pusieron en blanco.
Apenas en pie, alcancé a ver a los chicos que convergían en el lugar de la lucha, y como la otra dama de compañía agarraba a la disfrazada Chuda y se escurrían entre los helechos. No podía respirar, y un par de Nobles se acercaban. Pero Romo los alcanzó antes, y los retuvo hasta que llegaron los muchachos, que los redujeron convenientemente a pedazos. Lo último que vi es al Capitán, aún pugnando por no caer al suelo.
Luego oscuridad.

 

AÑO: 202 DE KHATOVAR.
MES: CABEZA CORTADA (MES UNO, PRIMERO DEL INVIERNO).
DÍA: UNO DEL MES.
MAÑANA (Antes del desayuno).
____________________________________________________

Me despierto del sueño, ese que me ha atenazado durante meses. Durante todo este tiempo no he podido recordarlo. ¿Por qué ahora sí? Me llenaba de angustia y hacía que algunas de mis noches fueran de estéril descanso. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Alzo mi rostro hacia arriba, mientras recapitulo lo acaecido desde aquel terrible instante, que mi cerebro había decidido poner tras un velo.

 “Desperté en la tienda de los heridos, con una terrible sed. Nunca he tenido más sed. Es como si llevara días tendido en un secarral. Débil como un gatito pedí agua a través de una nube de confusión. Me visitaban personas, me hacían preguntas, no recordaba apenas nada. Sólo unos cortes en el brazo con muy mal aspecto dejaban constancia de la acción de aquel día aciago.
Me contaron que habíamos ganado, tomado el Fuerte Chuda y la propia Chuda huida con el rabo entre las piernas. Aquello no debió pasar. El Capitán yaciente, herido más allá de la ciencia curativa que poseían los miembros de la Compañía, dormía un sueño que nada tenía de reparador, sino que parecía que la vida se escurría de su cuerpo a cada día, como un pellejo que supura por una costura. Sentía que debía de recordar algo al respecto, pero la tremenda debilidad que me atenazaba, sólo permitía a mi cuerpo sus funciones básicas. Apenas comer, beber, aliviarme y cortos paseos. Eso contando que llevaba casi un mes inconsciente, alimentado a la fuerza y bajo cuidado constante. Pasaron dos meses más con una leve pero constante mejoría. Mis fuerzas volvían, pero tan lentamente que el miedo me atenazaba muchas noches. ¿Y si nunca volvía a recuperarme? ¿A qué me había visto expuesto? Mis ánimos eran pésimos y no trabé apenas relación con nadie en mi prolongada estancia, pero a finales del segundo mes, mi apadrinado Pelagatos se convirtió en residente de la tienda debido a una grave herida y se convirtió en un ancla dentro de la marea que me sacudía. Retomamos una camaradería que había sufrido un distanciamiento, y después de que me casi echaran de la tienda por decidir que ya no podían hacer más por mi allí, le visitaba animándole en su recuperación. Lo cierto es que estaba acojonado, por salir de nuevo al mundo real, fuera de la lona de la tienda. Y eso me cabreó mucho. Ya me había pasado una vez y juré que sería la última.
Los muchachos de la Infantería me recibieron con alegría y decidí que no iba a decepcionarlos. Al principio tuve que entrenar sin armadura y con armas de madera. Me fatigaba un huevo. Pero después de algo más de una luna empecé a coger fuerzas de nuevo. Tenía que ser más rápido, debía imprimir más velocidad a mis hojas, en definitiva, imperaba mejorar. Algo estaba mal en mi interior y debía recomponerlo.
El ataque de la Heroína de la Puerta de Galdan fue el revulsivo que necesité para salir de mi estupor. No había tenido cojones a meterme en una pelea de verdad desde el Fuerte Chuda pensando que estaba hecho mierda. Pero cuando Barril reventó las puertas y salió del Campamento, algo saltó en mi interior y nos metimos en la refriega de manera brutal. Tanto que sorprendentemente hicimos retroceder a la ralea del Triplete, a pesar de acabar heridos y agotados. Aquello fue como un orgasmo liberador después de meses de abstinencia. Herido y ensangrentado, ocupé de nuevo mi lugar en el esquema marcial del guerrero, y tomé con alegría la noticia de que partíamos a Cho'n Delor a celebrar los Juramentos de la Compañía y a ser agasajados por nuestros patrones. Con doble alegría realmente, ya que no se castigó a los que seguimos a Barril, contraviniendo las órdenes de Analista.
La ciudad superaba todo lo visto hasta entonces como construcción humana y los acontecimientos que allí se dieron quedarán en mi memoria hasta el día que la Diosa me reclame. Para bien y para mal. El Juramento, los ascensos y las dádivas, solo ensombrecidos por algunos comportamientos impropios de verdaderos guerreros, algunos de los cuales fueron corregidos. Otros aún están pendientes. La fiesta con la que se nos rindió honores, con tan buen principio y desarrollo, para tener un amargo final, marcando ya el hado de muerte que se ciñe sobre la Compañía y que parece seguirnos como una capa negra.

Invitados a disfrutar de las mieles de la civilización, la Compañía pasó unos días envuelta en un halo de comodidades. Decidido a no ablandarme una vez encontrada en mi interior una férrea resolución, retomo mis entrenamientos con mayor intensidad; más un incidente días antes en uno de ellos casi cuesta la vida a un Hermano, Desastre. Eso despertó en mí un deseo de aprender a restañar las heridas de mis hermanos. La impotencia que sentí mientras su vida se derramaba en el suelo me hizo buscar el saber de aquellos duchos en las artes curativas y empezar a aprender a su lado.
Este período de férreo entrenamiento fue repentinamente roto por el ataque temprano del Triplete al Campamento principal, que buscaba aparentemente la muerte del Capitán. ¿Qué daño puede hacerles la existencia de un hombre moribundo? Es algo que me pregunto a menudo.
La maquinaria de la Compañía se pone de nuevo en marcha, mientras algunas unidades se pliegan veloces sobre nuestra posición, otros aún tardamos algunas semanas en alcanzarla, y en todo ese tiempo se ha fraguado un curso de acción. Los ataques de guerrilla del Triplete deben ser erradicados de raíz, y para ello el llamado Último Inmortal, debe caer. Un místico plan se pone en marcha, para lo cual es escogido un grupo entre muchos que somos voluntarios. Tras semanas de espera, siguiendo con los entrenamientos y patrullas, la Guardia de Honor regresa cabizbaja con las manos vacías. Han fallado. Aunque algunos digan lo contrario. Se pide que se depuren responsabilidades, mas Capitán-Analista vuelve a mostrar apatía en mantener la disciplina.
A pesar del revés sufrido, los refuerzos chondelorianos se empiezan a recibir, pero a la manera de estas gentes. - Los muertos se alzarán y combatirán a vuestro lado - dijeron. Y llenaron el Llano de tumbas. No me imagino que pensará el ermitaño Keropis de todo esto, estando tan cercana su actitud al respeto al lugar donde reposan los caídos. El año acaba y con el se ultiman los preparativos. Cambios en la estructura de la Compañía, nuevos refuerzos, y máquinas de guerra para asaltar la tremenda construcción que es la Puerta de Galdan, que nos espera en silencio, inamovible.

A pesar de mi confianza en el entrenamiento, percibo algo que me incomoda y que lo tengo clavado, como una espinita invisible que no te puedes quitar. Como si fuera de cristal. Es algo que se remonta a la ceremonia de las dádivas y que se ha visto expuesto de nuevo a un baño ácido tras ciertos acontecimientos. Las costumbres de los Oscuros, del guerrero y del honor se están poniendo en entredicho, y parece que azuzamos el fuego de nuestra extinción. Debo hablar con el Cabo Matagatos.”

Y ahora, al despertar en este primer día del año, se me revela el sueño que me trae los recuerdos acaecidos hace meses ya, cuando cayó el Capitán. ¿Qué quiso decir con - Mi sangre... -? ¿Se refería a mí como familiar siendo mi padre primo carnal suyo, o su último susurro tendría una connotación que no alcanzo a discernir? Sus palabras han vuelto a mi recuerdo, así como la terrible herida que sufrió por aquella tres veces maldita y emponzoñada arma. Quizás deba hablar con alguien sobre ello. ¿Me creerán? No lo sé, pero debo intentarlo. Aunque el corazón me dice que pueda ser demasiado tarde, ahora que se lo han llevado a la presencia del Señor del Dolor. El cambio de Serpiente es una prueba de ello.
Me levanto, doy un beso a mi dormida madre, y recojo mis cosas en silencio. El nuevo año requiere nuevas medidas. Es hora de empezar a llevarlas a cabo. O morir en el intento.