Partida Rol por web

Me acerco con gesto apático pues sé contar y sé como va la votación. Tomo una de las amarillas y le deposito sin ninguna expresión en especial.

Me devuelvo a mi sitio y escupo al suelo en símbolo del profundo desagrado que siento.

Tarado se acerca donde las cuentas y ya ha tomado una decisión antes de acercarse a ellas. La decisión o el permiso para llevarse al Viejo fue consentida por todos y si ahora a la vuelta no le iban a aceptar, para que lo permitieron. Si no podían fiarse de Serpiente ni del viejo por estar tocados por el Señor del Dolor, estaban perdidos igualmente y del Viejo nadie tenia dudas de que supiese mandar.

Tarado coge y deposita una cuenta negra en la urna.

Matagatos, Barril, Lengua Negra, Lemur, Portaestandarte, Analista, Rompelomos, Cortaplumas, Vientos, Ridvan,Virote, Mostaza, Diana...

Ya iba siendo hora de que mas K´Halata y mestizos empezasen a asumir cargos y responsabilidades en la compañía.

Cuenta amarilla para Preocupado.

Rastrojo se rascaba el pecho, invadido por un mal presentimiento. Se había estado fijando en los Hermanos que cogían la cuenta amarilla, y casi le dió un síncope cuando vió a un Oscuro como Lagrimita coger una cuenta amarilla... para luego al final coger la de otros dos colores. Por un momento pensó que el candidato de Caratótem tenía posibilidades si hasta había Oscuros que le votaban. Luego se descubrió que Lagrimita solo estaba jugando con los sentimientos de media docena de votantes.

El caso es que no se había fijado nada más que en las fichas amarillas, y no tenía muy claro si iba ganando Matagatos o el Capitán. Por nada del mundo quería que Matagatos prosperase. Es más, siendo perspicaz, parecía que la candidatura de Matagatos había sido lanzada por Portaestandarte para tener a su hijo de títere, y poder así controlar la Compañía de las sombras. Así se entendía que el padre de Matagatos no se presentase, después de la humillación que le supuso perder la anterior votación para capitán.

Y el Viejo Capitán... casi parecía compinchado. Una candidatura falsa, con historias asustaviejas para obligar a los supersticiosos K'Hlatas a votar a Matagatos. Este complot tenía todo el sentido del mundo, teniendo en cuenta que el Pelotón de Caballería y Portaestandarte han estado yendo y viniendo en busca del Último Inmortal, con lo que han tenido tiempo de pasar por Cho'n Delor y hablar con el Viejo Capitán. Así se orquestó aquel golpe contra la democracia.

Y ahora Rastrojo dudaba. Tal vez lo mejor sería votar al Viejo Capitán, y tratar de frenar el progreso y el éxito de Matagatos, y más teniendo en cuenta que Preocupado no tenía ya posibilidades...

Preocupado. Vaya truño de candidato. Era Falce, siempre fue Falce, la candidata perfecta. Pero les dejó tirados, y se retiró. Si hubiesen contado con Falce...

No. Rastrojo no debería pensar tan negativamente. Estaba en juego algo más valioso que el título de mandamás. Aquella era una apuesta de futuro. Una apuesta para consolidar el incipiente poder K'Hlata, y de aquí a cincuenta años, cuando Matagatos se hubiese muerto de viejo, alguien ascendería dejando el puesto de Cabo de Pelotón libre, para que fuese ocupado por un K'Hlata, o tal vez un mestizo. De ese modo, podrían impulsar una candidatura más consolidada dentro de cien años.

Había que tener visión a medio plazo.

Cuando llegó su turno, Rastrojo cogió sin vergüenza la cuenta amarilla, y la metió en la vasija, a pesar de saber que aquel voto no tendría relevancia para el resultado final, y que tal vez estaba poniendo en bandeja el título de Capitán a su odiado Cabo Matagatos.

Cielo, votó tan silencioso como había permanecido desde el correctivo de Vientos. Decidió coger las tres cuentas irse a reflexionar unos minutos y votar en secreto.

Ya está hecho, nuestro futuro puede estar contenido en esos votos. 

Con las ideas claras de cuál sería su siguiente paso tomo posición junto a los suyos. Largarse de la asamblea no era propio de soldados. Era cosa de magos.

Indómito no había sido el mismo desde la batalla, más serio y callado que nunca, había dejado pasar los dias realizando sus tareas sin pena ni gloria. Ese día en la asamblea, votó en secreto. Pero si como ese voto liberase a su antiguo yo, dió un pequeño empujón a Preocupado al regresar a la fila, con una sonrisa bromeó:

Te doy ahora no vaya a ser que ganes y no podamos tocarte sin sufrir azotes, hermano.

Algunas risas discretas acompañaron su toma de posición de nuevo con Infantería.

No ganarían pero en la tienda del grog habría más de un Oh Capitan, mi Capitan. Pensó.

Sedoso sonríe perversamente y toma una cuenta negra, introduciéndola en al urna de cerámica.

Como no podía ser de otra manera, Caratótem coge una cuenta amarilla, alza la palma con la cuenta para mostrarla orgullosamente, y emite su voto.

Matagatos permaneció con gesto serio, cruzado de brazos, observando como unos y otros acudían a votar. Su expresión no variaba mientras aquella votación seguía su curso, y a juzgar por su postura, no parecía querer ejercer su voto. Ya sea por no estar convencido, por no parecerle justo votarse a sí mismo, o por querer que la elección recayera enteramente en el resto de la Compañía, todo apuntaba a que el hasta ahora líder de los Hostigadores no planeaba coger ninguna cuenta. 

El Hiena se mostraba con la imperturbabilidad que el caracterizaba pero sus negros ojos ardían como carbones con el brillo del orgullo, orgullo por su superior, por su Hermano, por su futuro cuñado. Veía su figura y más allá la del Viejo. El duelo para decidir entre uno y otro hubiera sido duro de no haber sido por las palabras de Lengua Negra y por las propias declaraciones del Viejo. La magia, maldita e infecta, recorría su cuerpo y su alma era ahora el receptáculo del Señor del Dolor.

Su mano se extendió y tomó una cuenta blanca que pareció aún más blanca en su piel negra. La introdujo en la urna. Se volvió para regresar a su lugar y cruzó una mirada con Matagatos. Aquel voto implicaría un camino distinto al que habían compartido durante mucho tiempo. Ahora, sus caminos se separarían en parte y ya no sería su segundo sino el de aquel que ahora fuera elegido como mando de los Hostigadores.

Tras Ponzoña, Lengua Negra se alzó y se dirigió hacia la urna. No hubo duda en sus gestos. Tomó una cuenta blanca y la depositó en la urna. Miró a su padre, al que saludó con una breve inclinación de cabeza, y regresó a su asiento.

Ponzoña se inclinó hacia Matagatos. Había seguido las tribulaciones de Barril para con el Viejo, y la idea de que algo sabía acerca del sueño de Khadesa y del significado potencial del mismo acerca de la importancia del estandarte venía refrendado por sus extrañas peticiones. Pero nada había ocurrido.

-La clave está en el estandarte. Y solo hay un emblema en él. El cráneo de plata. ¿Es la plata la respuesta que buscamos? -susurró al oído del cabo.

Tras llegarle el turno Reyezuelo se levantó para votar. No lo dudó mucho: cogió una cuenca blanca y la depositó en la urna.

El golpe de la Sargento Vientos fue una maravilla de esas que solo pueden crear los que han dedicado toda su vida a refinar un arte. Y bueno, el arte de ella había quedado plasmado en un lienzo en el que al siguiente día aparecería un moratón que se sumaría a la serie de cicatrices que poblaban la piel de Cielo. Tan dulce fue el instante, tan esperado, que sonreí al ver cómo la sargento lo amonestaba igual que había sonreído al ver cómo el irreflexivo soldado cogía la bandeja que no debía caer en sus manos. La misma sonrisa que no había perdido cuando dejé la bandeja sobre la mesa.

Y aquellos hombres eran los que votaban, los responsables de tomar una decisión que condicionaría el futuro de la Compañía, los mismos que eran incapaces de no caer en una trampa tan obvia como una bandeja “abandonada”. Pero nada podía cambiar aquello -al menos de momento- así que tan solo quedaba votar, un voto que valía lo mismo que lo del resto…

Me acerqué a las cuentas y cogí una de cada: amarilla, negra y blanca. Las tres juntas las dejé en un solo puño, el derecho, unido a un brazo que aun permanecía vendado. Había llegado el momento de separarlas como separada estaba la Compañía, tarea para la que no había mano más indicada que la siniestra. Y así hice escogiendo de entre ellas la amarilla, que con el puño cerrado acerqué a la urna antes de abrirla para dejar que cayera.

Keropis avanzó hasta la urna y tomó la cuenta negra. Sus brillantes verdes ojos se clavaron en el Viejo Capitán, para luego pasearse por el resto de los soldados.

—Puedesss darrr un arrrma a un esssclavo y él matarrrá porrr ti... —El ermitaño guardó silencio durante unos segundos, como si sopesara él mismo las palabras que acababa de pronunciar—. Perrro un esssclavo arrrmado ssseguirrrá sssiendo un esssclavo...

El Guardián de los Muertos soltó la cuenta negra, que rebotó en la mesa sonoramente. Su acorazada mano tomó después la cuenta blanca y la introdujo en la urna.

La imponente figura del Ungido se abrió paso hasta la urna con paso sinuoso, como una pantera al acecho. Sin mediar palabra, el Cazador de Cabezas agarró la cuenta negra que el eremita había dejado caer y la introdujo en la urna. El enorme Hostigador lanzó una mirada hacia su cabo.

—Guerreros deber luchar, no esconderse en retaguardia. Ese ser lugar de cobardes o de viejos.

​Portaestandarte se pone en pie pesadamente. Tal vez no por el peso de la fatiga física, sino por el peso de tener que elegir entre una lealtad inquebrantable de toda la vida hacia el Viejo, o el convencimiento de lo que es mejor para el futuro de la Duodécima Compañía Libre de Khatovar.

Parece por un breve instante que vaya a coger una cuenta negra, pero finalmente es una blanca la que introduce en el interior de la urna de cerámica.

El Viejo sonríe con una amplia sonrisa que tiene un cierto aire lobuno. No es tonto, sabe perfectamente que ya ha ganado la joven promesa, Matagatos, y por una buena diferencia además. Pese a todo, fiel a su convencimiento hasta el final, vota por sí mismo utilizando una cuenta negra.