Partida Rol por web

UNDÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 12, DÍA DEL JURAMENTO. - LUNA EN CUARTO MENGUANTE.

HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

Ya llevaban unas horas de marcha, a buen paso, sólo interrumpida por el momento de la frugal comida. La expedición había empezado sin problemas, sólo la fina lluvia que resbalaba por sus pieles, mezclándose con el sudor del esfuerzo. 

Derviche se sorprendió de que llamaran a aquel bosque, sombrío. Cuando empezaron a andar por él, no era demasiado distinto de cualquier bosque que ella conociera. Ni más espeso, ni más lóbrego. Nada de eso... al principio. Pero ahora, eso estaba cambiando.

Aunque el sol hacía esfuerzos por apartar las nubes y dejarse ver, lo cierto es que el ramaje sobre sus cabezas tampoco habría permitido que lo disfrutaran. Y lo que en un inicio fueran ramas cubiertas de verde follaje, ahora, empapadas por el agua persistente y quizá por el hecho de ser más grandes y más viejas, se habían tornado imbricadas redes de troncos grises. O, por lo menos, así lo sentía la fanática mientras agudizaba cada vez más los ojos, tratando de vislumbrar el camino entre sus pies, uno que aparecía y desaparecía, ahora cubierto de musgo pegajoso, después árido por rocas taladradas de raíces.

La lluvia empezaba a ser molesta, monótona, y era cuanto se escuchaba además del jadeo comedido de los Hermanos, el silencio empezaba a ser imponente. Derviche se esforzaba en encontrar algún sonido de animal, ya fuera un gorjeo, ya un gruñido. Nada. Quizá era el estigma de lo que no había comprendido, el por qué le llamaban al lugar, el Bosque Sombrío. 

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AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 12, DÍA DEL JURAMENTO. - LUNA EN CUARTO MENGUANTE.

HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: LLUVIA FINA.

Campaña no era el más espabilado, ni el que tenía más imaginación. Por ello no le impresionó el bosque, el llamado "Bosque Sombrío". Con poner toda su atención en cumplir las órdenes ya tenía bastante. Trataba de ver entre los árboles, pero todo estaba tranquilo en el bosque. El camino era un camino, y ya estaba. Lleno de barro, de hierba y arbustos. Tampoco veía ningún animal. Al cabo de los días, de tanto ayudar a recoger raíces y hacer las tareas del campamento en condiciones tan precarias, empezaba a manejarse un poco a la intemperie. No es que fuera gran cosa, pero empezaba a notar que muy poco a poco volvían las fuerzas y los ánimos. Sus habilidades de siempre estaban muy mermadas por el paso mágico a otro mundo. Sin embargo estaba claro que aquello no era una situación inmutable. Acabaría recuperándose, como el resto de sus hermanos y hermanas.

Sentado sobre un tronco caído, masticaba una punta de raíz, como a él le gustaba, moliendo bien antes de tragar. Las voces de sus compañeros eran bajas, un quedo "acércame eso", o "espera ya voy yo". El lugar, un claro del bosque y las ramas balanceándose  por el aire. Los sonidos, apenas nada más que el viento. No se oían pájaros, ni tampoco otros ruidos.

Saboreó un poco de agua, enjuagándose antes de tragar. Tapó el pellejo de agua. Bien lleno. No parecía que fueran a escasear las fuentes o los arroyos, pero... ya se vería. Por si acaso tampoco se abandonó, y tomo una ración medida.

Su equipo estaba en orden. El equipaje extra estaba arriba del todo, atado sobre su mochila. Cuando pararan y desliaran el petate sería lo primero que saldría. Su preciada alabarda mágica, Svraisse, estaba en perfecto estado. Se descolgó el escudo y lo repasó por enésima vez, al igual que las dagas.

Estaba preparado para lo que hiciera falta.

Estaba llegando el momento de acampar, y pasarían su primera noche en el Bosque Sombrío. Cuanto más oscuro se hacía, menos le gustaba la idea de estar allí.

Una leve inquietud iba creciendo en él.

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La marcha de momento no había dado grandes frutos, aunque aquello no era en absoluto decepcionante. Más bien, se ajustaba a lo que esperaba. Los Capas Rojas debían estar cerca de ese sitio llamado Rocasone, y por lo que sabían, estaba a algunas jornadas dentro del bosque. Encontrarles más cerca que eso habría sido extraño cuanto menos. Sin embargo, la falta de acción no hacía que el grupo se relajara, y en buena parte contribuía aquel condenado bosque. 

Había algo oscuro allí, saltaba a la vista. Cuanto más se adentraban en él, más opresivo era el ambiente, y Capitán estaba seguro de que no se trataba solo de la mayor densidad de la flora local. ¿Qué clase de seres habitarían bajo las sombrías copas de los árboles? No le costaba demasiado imaginar arañas, miriápodos y demás sabandijas, aunque tenía la incómoda sensación de que se iban a llevar una sorpresa más pronto que tarde. Y no una buena. 

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Rastrojo recogió su propio trozo de comida del suelo e hizo un sobreactuado esfuerzo para levantarlo, como si él también estuviera ayudando a cargar con lo de los demás. En la formación le tocaba detrás del Capitán, pero era un alivio que no fuera a caballo. En la expedición al pueblo de Verdín le tocó detrás de la montura de Analista y había que tener mucho cuidado para no pisar mierda.

¿Hemos llegado ya?

Siguieron andando bajo la lluvia. Mientras caminaba, el chamán humedeció sus manos en la cortina de lluvia y la pasó por debajo de los sobacos y bajo los pantalones. Volvió a humedecer las manos y las frotó con tranquilidad, como si no fueran a ser atacados en cualquier momento.

¿Hemos llegado ya?

No iban a ser atacados en cualquier momento. Deberían pasar días enteros para que estuvieran lo suficientemente cerca del territorio de los Capas Rojas. Como estaba ocioso, sostuvo el arco en las manos, como si fuera a cazar durante el camino. Lo triste era que ni Rastrojo era un lince en cuanto a sentidos se refería ni los animales estarían fuera de sus madrigueras caminando en formación bajo la lluvia como imbéciles. Él lo que estaba buscando era una morera.

¿Hemos llegado ya?

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Ballestero se tocaba los dedos, se rascaba, andaba en ellos molesto. Por lo demás, estaba bien, mucho más ligero, desde luego. El relajo de no andar sudando la gota gorda le ayudó a andar un poco más listo, más sensible a las necesidades de la misión.

Se acercó al cabo Ponzoña. ──Señor, ──dijo, ──esos ──"esos" eran los que tenían armadura pesada ──van más lentos. Nos dejarían ir y venir.

Si él fuera un Capa Roja mantendría vigilancia en los caminos. ──Habría que mandar gente adelantada, para explorar por delante. Y puede que para cazar.

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De pronto, los gritos de la fanática rompieron el silencio que acompañaba el grupo en su andadura. No era la primera en darse cuenta, pero ella estuvo segura de lo que veía.

-¡A la izquierda! Oculto en la espesura, nos observa, si quiere nos atacará! ¡Es un oso enorme, con garras inmensas, pero tiene pico y pecho de búho!

Sin embargo, hay algo que no le cuadraba a Derviche.

-¿Por qué no ha atacado aún? Está ahí, al lado, ahí mismo. Hubiera podido emboscarnos ya...

Por lo menos, si lo hacía, si les atacaba, ya no contaba con el factor sorpresa.

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Miró a Ballestero.

-Ballestero, estamos en marcha para alcanzar un objetivo, no somos una partida de caza. Tenemos comida y con lo que se está recolectando en las paradas, tenemos incluso para no gastar algunas de nuestras raciones. Y no quiero que el grupo se disgregue y menos en una zona desconocida y tupida. Es nuestra primera jornada. Deja que hoy avancemos veloces como cebras. Ahora regresa a tu puesto -en aquel punto, el sonido de un cuerpo caer atrajo su atención y al volverse vio a Keropis en el suelo-. ¡Alto! -ordenó justo al tiempo que Derviche daba la voz de alarma indicando una presencia a la izquierda de la columna-. ¡Dejad caer la carga y desenvainad! ¡Flanco izquierdo, separaos para dejar espacio a los del flanco derecho y central! ¡Capitán, atiende a Keropis!

Dicho aquello, dejo caer su carga al suelo y enarboló su maza y su escudo.

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El paso del grupo fue bastante rápido y eso teniendo en cuenta que el terreno escabroso no era muy sencillo en mucho de los tramos, Grito cerraba el grupo en el flanco derecho y desde aquella posición siempre era conveniente echar un vistazo detrás de vez en cuando.  El día avanzó sin tener ningún tipo de contacto, por otro lado era lo esperado así que todo parecía marchar según lo previsto.

Pero todo pareció cambiar en un abrir y cerrar de ojos cuando Derviche lanzó la voz de alarma, una sombra parecía acechar desde el flanco izquierdo, al parecer un animal de gran tamaño.  Ponzoña no tardo en gritar las ordenes de enfrentar la amenaza a lo que el grupo pronto respondió.

Grito dejó caer la mochila sobre el terreno, para después empuñar su lanza con ambas manos. Bien visto Derviche, Dolor, lanza preparada contra carga eso hará que se lo piense dos veces dijo a los infantes que le acompañaban mientras comenzaba a moverse. Poner todos los ojos en un lado del camino era algo que no le hacía demasiada gracia al infante, si se trataba de algún tipo de emboscada o trampa podrían facilmente tomarles la espalda. 

Las ordenes estaban dadas, Grito lanzó un vistazo a la espesura del lado derecho mirandolo con desconfianza y tomó posiciones en el flanco opuesto colocando su lanza firmemente contra una posible carga.  Los osos eran muy territoriales y acechar en la sombra no parecía una de sus constumbres, aunque la descripción de Derviche no era la de un oso cualquiera.

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Algo alcanzó a percibir, no con la precisión que mostraba la dantesca descripción que Derviche había hecho al grupo, pero algo había visto. No tardó en cumplir las órdenes, como un autómata, la práctica aparejaba eso. Al escuchar la potente voz de su superior el soldado que llevaba dentro se limitaba a obedecer.

Dejó caer la mochila con pesadez al suelo, tomó el pesado escudo de acero para protegerse y dejo que la hoja oscura de su espada viera la escasa luz que penetraba por el denso follaje del bosque en el que se encontraba. Afirmó los pies mientras dibujaba una imagen mental de la bestia a la que se iban a poder enfrentar. Como hijo de un oficial había acudido a clases con el viejo Analista, le había escuchado relatar las hazañas guardadas en los anales y en algunas de esas historias asombrosas bestias tenían cabida, pero ninguna tenía un aspecto similar al descrito.

Con los músculos tensos, los dientes apretados y las armas listas, su estómago le recordó una sensación muy familiar que casi había olvidado. La presión previa a un combate real, que nada tenía que ver con un entrenamiento entre compañeros salvo que fuera con Keropis.

—Vamos a ello —murmuró el oscuro entre dientes, más para darse ánimo a él que a cualquier otro-

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──Si señ... ¡Va!

La maniobra se hacía sola, de tan aprendida. Toma la ballesta, encorda la ballesta, carga la ballesta. La hacía deliberadamente despacio haciendo las cosas bien y con la sangre fría del que hace su maniobra viendo con el ojo de la mente cómo viene la muerte a hacerte una visita.

- "¡Estamos listas para matar!" -

- "No os enfrentéis a esa cosa. Está saciada, y ahora mismo tiene más curiosidad que hambre. Alejáos lentamente, sin ruido." -

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Dicho y hecho.

-¡Dejad caer la carga... -   Sin pensarlo, como un resorte, un ligero movimiento de los hombros y la mochila bajó al suelo con un apagado sonido.

-  ...y desenvainad!- Echó la mano a la espalda y con la soltura que da la práctica, sacó a Svraisse. Se colocó en primera linea, al lado del Cabo Ponzoña. No sólo porque tenía una gran fuerza y resistencia, sino también porque de ser necesario, necesitaría espacio para hacer girar su arma.

Con un gruñido se adelantó un paso más que el más adelantado

¡Sitio! - dijo.

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Nuestro avance se realiza a buen ritmo gracias a la redistribución de peso que hicieron los oficiales al comienzo. El grupo marcha de forma cohesionada y firme, cuando me parece ver una sombra a un lado. Miro hacia el flanco izquierdo, intentando divisar más allá de los troncos más cercanos a nuestros ojos, viendo si nos acechan o siguen de cercan.

De pronto, me parece ver nuevamente la figura, mas Derviche avisa de inmediato de ella. Apoyo sus palabras:

 - "¡Señor, izquierda, debe ser grande y peligroso, Señor!"

Pero los mandos de inmediato ponen a todos en posición de combate, por lo que preparo mi lanza y me mantengo listo para enfrentar al peligro aunque, según lo que mis ojos vieron, mi lanza puede hacer poco o nada contra una amenaza así.

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De vez en cuando Sabandija se escurría el pelo que la incesante llovizna mantenía mojado. Gracias al reparto de la carga mantenía el ritmo de los más  lentos sin problema, pero además lo hacía en un absoluto silencio. Sus pies parecía que no tocaran el suelo del bosque. Atendía interesado a las lecciones sobre qué bayas eran comestibles y cuáles no le daba Capitán. Sentía una profunda pena , pues le recordaba a las lecciones que le daba el ausente Ojopocho. Probaba las que no tenían peligro con la esperanza de encontrar unas tan dulces como aquellas moras que había encontrado cerca del nuevo campamento, pero nada. No había suerte. ¿Acaso esperaba otra cosa? Siempre había sido el desafortunado Sabandija. Le pareció muy curiosa la relación entre Rastrojo  y el grajo que se pegaba a él como una lapa. ¿Le parecía a él o le había quitado, casi de la boca, una de las bayas que Capitán había dicho que eran venenosas?

- Toma un par de estas. Son agridulces, pero se pueden comer.- Le tendió unas bayas al chamán.

Todo transcurría sin sobresaltos hasta que llegó el atardecer. El bosque le seguía fascinando y atemorizando a partes iguales. Su exuberancia parecía no tener límites. Había tantos insectos, pequeños roedores, raíces y bayas comestibles, que le parecía imposible no encontrar sustento en él, sobre todo en comparación con la sabana. Había llegado a pensar que no hubiera grandes depredadores en aquellas tierras. Hasta aquel preciso momento...Entonces, varios compañeros, entre los que se encontraba él también, detectaron  una presencia y movimiento que indicaban peligro.

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Oh, gracias, Sabandija. Justo estas me servirán...

Rastrojo tendió la mano, pero un manchón pasó a toda velocidad entre ellos llevándose las bayas. El chamán levantó el puño en alto para maldecir al pajarraco.

Gran Grajo, ya me las pagarás, ya...

En realidad aquel era el menor de sus problemas. Al parecer, había un oso entre la espesura. Que Derviche asegurara que el oso tenía pico y pecho de pájaro no ayudaba a que los demás dejaran de considerarla una loca del coño.

Capitán, seguramente se trate solo de un animal totémico... No debemos causar daño. Recomiendo seguir.

Rastrojo se refería a que lo que Derviche había visto podría ser solo una escultura de madera de carácter religioso, no un oso de verdad, y que por eso estaba quieto. Sin embargo, las palabras del chamán le recordaron al Capitán los cuentos de los leñadores de Verdín sobre la presencia de druidas en el bosque.

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Abrió los ojos de par en par y miró a los lados agitado, en clara señal de que no entendía lo que estaba sucediendo a su alrededor. Aturdido y confuso permaneció unos instantes que se le hicieron eternos, aquel no era el lugar, ni el momento preciso para buscar respuestas, de eso estaba seguro. El barrido de su mirada se detuvo en la espada que portaba y acto seguido tragó saliva antes de hablar.

—Creo que podemos avanzar en silencio, la bestia parece saciada y no nos conviene perder energía en combates innecesarios —dijo el hostigador con más aplomo del que él mismo se imaginaba.

No había separado la vista de la hoja de su arma, a la que seguía mirando con escepticismo. Continuaba tenso y alerta, buscando algo más allá del propio bosque que les rodeaba. Lo que menos le gustaba de sus propias palabras es que iban en la misma línea que las de Rastrojo, aunque las suyas ofrecían una lógica coherente, no como las del supuesto chamán.

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Tarado escuchó el grito de aviso, no se había enterado de lo que sucedía y eso que estaba cerca. No veía el oso ni ninguna criatura pero por si sus compañeros no estaban errando sacó una lanza de su carcaj y comprobó la espesura. Todo parecía calmado pero toda la compañía se había tensado en aquel momento. Las manos estaban caladas, rezaba a los dioses para que mantuvieran bien agarrada y no quedara en evidencia ante el resto de la compañía. No se atrevió a desviarse de su posición a falta de órdenes directas, sabía que podría ponerse con su lanza de cuerpo a cuerpo si fuera necesario por lo que no estaba preocupado de no usarla por ahora. Sería el grupo campamentero con nueva función, el ataque a distancia que con tanto ahínco habían estado entrenando. 

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Ante las palabras de Pelagatos, asintió.

-Todos en posición defensiva. Que nadie ataque salvo que la criatura lo haga. Nuestro objetivo proteger al Capitán mientras atiende a Keropis. Si no hay ataque y Keropis se recupera, seguiremos la marcha -dijo sin elevar la voz.

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Mantuvo la posición. ──Oh, si, el castigo de las brujas, ──decía en trémulos susurros. ──Oh, si...

Apuntaba a la cosa esa, pero no disparó. No hasta que lo dijeran las bru... Ponzoña.