Partida Rol por web

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SEMI-NUBLADO.

Había conseguido por fin quedarse con el cuchillo. Para otro aquello no tenía ninguna importancia, pero para la fanática cada nueva adquisición contaba: no tenía más que lo imprescindible.

Por ello lo fue a buscar entre la pila de objetos que habían reunido, había más de uno, eligió el que le pareció que estaba más nuevo y afilado. Levantó la cabeza para agradecérselo a los oficiales, que hablaban entre ellos allí mismo, y fue en ese instante cuando se percató del estado de Ponzoña.

Tentada estuvo de morderse la lengua y callar, sabía cómo las gastaban los mandos en la Compañía, lo sabía y se lo recordaban sus propias carnes. Pero Ponzoña era un buen líder, un guerrero valiente y bravo. No era alguien a quien los Hermanos pudieran arriesgarse a perder. No como a otros. De modo que levantó la cabeza y sin dirigirse a Capitán o a Ponzoña en concreto, les habló.

-Pido permiso para hablar.- No lo esperó, sin embargo.- El combate contra esos Capas Rojas nos ha dejado algún herido, pero el Cabo se ha llevado la peor parte. Y lo necesitamos recuperado y fuerte. Estoy convencida de que quiere seguir adelante y participar en la lucha, pero a mi me parece que debe regresar a la Granja Maldita para sanarse. Me ofrezco voluntaria para escoltarle de vuelta hasta allí, Señor.

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SEMI-NUBLADO.

La sonrisa de Ponzoña dejó asomar sus colmillos de forma peligrosa y las sombras arrojadas por la copa bajo cuyo árbol estaba sentado, siendo atendido por el Capitán, otorgaron a su rostro un aspecto animal.

-Derviche, te agradezco la intención pero la respuesta es no. Iré con vosotros y lo haré por varias razones. Uno, no quitaré a esta manada a una de sus leonas más feroces. Hemos visto que los enemigos son muchos y vamos a necesitar de tu furia y valor -dijo con voz ronca-. Dos, ya vimos que el camino hasta aquí no está exento de peligros. Vimos el bicho aquel y no nos atacó. Quizá por ser muchos pero siendo solo dos y uno oliendo a sangre... No, no regresaré con el rabo entre piernas para ser devorado en el camino por una pitón con cuernos y patas -casi había humor en sus palabras-. Y tres, soy vuestro cabo, un mercenario de la Compañía, un K´Hlata y un Hiena. No me rendiré hasta que mi corazón deje de latir. Si ha de ser hoy el día en el que visite a mis antepasados en la gran pradera, así sea. Si ha de ser dentro de veinte años, así sea. Pero que nadie minusvalore al viejo león herido o al viejo búfalo acosado. Ahora, con el cuchillo que pedías, ve pensando en formas de hacerte con la piel de esas alimañas y en cómo decorarán las paredes de nuestro campamento.

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SEMI-NUBLADO.

-Como quieras, Cabo. Respeto tu fortaleza, y tu decisión. Ha sido una especie de... llámalo inspiración, una idea que me ha venido a la mente sin buscarla, sin meditarla. Pero yo, en tu caso, habría respondido lo mismo. 

Se giró para irse, sopesando el cuchillo con satisfacción. Pero antes de alejarse se dio la vuelta un momento, con una sonrisa torcida.

-Bueno, no exactamente lo mismo. No se me habría ocurrido llamarte leona...

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SEMI-NUBLADO.

Sabandija esperó a que la loca de Derviche se fuera con su cuchillo para acercarse él al montón de equipo requisado a sus enemigos. No entendía cómo no se ganaba más golpes de vara tratando así a Rastrojo, el único chamán de la Compañía. Recogió con regocijo las flechas gastadas. No abundaban así que todas las que pudiera obtener bien recibidas serían. Después se quedó mirando la partida de los valientes integrantes de la avanzadilla mientras los demás se preparaban para dar un rodeo tras el juicioso análisis de Capitán. 

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: SEMI-NUBLADO.

El plan estaba trazado y la misión continuaba, la compañía no sé iba a dejar amedrentar por esos capas rojas y seguir con el avance era un claro mensaje.

Grito asintió finalmente a Ponzoña y el Capitán cuando confirmaron la misión finalmente. He dejado algunas de mis cosas para ir lo más ligero posible, nos ponemos en marcha ya, traeremos noticias.

Tras aquellas palabras y con Dolor ya a su lado, los infantes iniciaron la marcha a paso ligero.

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: SOL Y NUBES.

La Compañía actuó deprisa. El Capitán atendió a los heridos, y tras unos minutos dedicándose al Cabo Ponzoña supo que carecía de hierbas, cataplasmas o algo que pudiera aliviar el dolor del oficial. Iba a tener que aguantar y convivir con el dolor al menos hasta que regresaran. El resto de heridos vivirían... aunque Ballestero tampoco tenía muy buena pinta.

Dolor y Grito se separaron de sus compañeros, vestidos con las largas capas rojas, y en cuanto se alejaron lo suficiente los que les observaban pudieron confirmar que en la distancia pasaban por los mismos enemigos que les habían atacado. Quizá su idea funcionase.

El Capitán dio órdenes de recoger el equipo, y todo el mundo se preparó para el regreso de los exploradores... Tardarían cerca de una hora en ir, otra en volver y el tiempo que estuvieran investigando el pueblo de Rocasone... si es que no tenían sorpresas en el trayecto.

Hasta el regreso de los dos soldados, tendrían que armarse de paciencia, y esperar.

El silencioso bosque no acompañaba a los ánimos, pero al menos la lluvia hacía horas que no se presentaba, y la niebla había ido desapareciendo. Los rayos de sol se filtraban de tanto en tanto entre las nubes. Si había combate, como esperaban, no tendrían que sufrir las inclemencias del tiempo en contra. Solo preocuparse por sus enemigos y el propio terreno de batalla.

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HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: SOL Y NUBES.

Dolor y Grito ya se habían largado. Ballestero, tras un rato de su habitual silencio, se movió de pronto.

Tan diplomático siempre, hizo lo que había debido ser la pregunta que a todo el mundo se le debía estar planteando, si no ahora, en poco tiempo más. ──Señor ──(ese "señor" iba dirigido a Ponzoña) ──si veo Capas Rojas, ¿dispararé o no dispararé?

Era obvio. Si venían Grito y Dolor con sus capas temía meterles un virote por un ojo, como ya había hecho con el mono ese. Y si les habían pillado y no eran ellos, sino el enemigo ¿en qué posición les pondría eso? Era todo un dilema. Con esa niebla era difícil reconocer los detalles. Podían caer en una linda trampa.

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HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: SOL Y NUBES.

El bosque estaba de nuevo en silencio, y unos tímidos rayos de sol se colaban entre las hojas, iluminando la hierba. Así, el bosque parecía incluso un sitio tranquilo.

Se habían separado un trecho del camino, por lo que a no ser que volvieran y les rastrearan, no les sería sencillo localizarles. Había que aprovechar esos instantes, tomados al vuelo por así decir.

Sin pensarlo mucho, Campaña se agachó y dedicó el tiempo necesario para afianzar y asegurar bien la nueva carga que le tocaba. Una vez estuvo satisfecho se levantó de nuevo y estuvo mirando alrededor, a la vez que escuchaba atentamente. Debían todos estar alertas.

No había nada que hacer, aparte de esperar la vuelta de Grito y Dolor. Gentes de paso ligero y acostumbradas a moverse en la sabana, con sus peligros. Si había alguien que podía cumplir con su misión exploradora eran ellos.

Ese tipo de pensamientos era ajeno a Campaña, sin embargo. Él se centraba en lo que tenía delante, más o menos. Las cosas abstractas no es que no supiera apreciarlas, simplemente es que iban calando poco a poco, necesitaban su tiempo.

Así que en un momento se agachó tras un arbusto y, ¡flop!, un peso menos. Hizo sus necesidades y acto seguido sacó la cantimplora, para remojarse un poco la garganta. Extrajo un tasajo de carne y una raíz de uno de los bolsillos laterales y allí mismo, con todo puesto y en cuclillas por si había que salir de najas, empezó a ramonear aquel magro condumio.

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Ponzoña sonrió en medio del dolor que sentía.

-Si ves Capas Rojas, dispara sin pensarlo. Si ves a nuestros Capas Rojas, no -respondió tan enrevesadamente como hubiera podido hacerlo Serpiente-. No hay depredador que se precipite salvo llevado por la desesperación del hambre e, incluso entonces, tiene las de perder. Asegúrate de que no sea uno de nuestros Hermanos, algo que creo no será muy difícil pues entiendo que se harán notar.

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Fue un proceso largo, agotador, doloroso para el Hiena... E inútil. Todo aquello no había valido más que para torturar a su cabo, intentando arreglar sin éxito aquel condenado esguince y casi rompiéndole la pierna en el proceso. 

"Mierda"

-Lo siento, Ponzoña, parece que no podré ayudarte con la pierna... No aquí, al menos-replicó, frustrado, tras aquel largo momento. La partida de exploración ya había salido, y solo podía esperar que tuvieran la mejor de las suertes.

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Un verdoso Ponzoña, fruto del empalidecimiento, jadeó agradecido cuando Capitán dejó de manipular su tobillo. Lo que era un dolor soportable, se había transformado en virtud de un acto de sadismo, en una sucesión de ardientes pinchazos que ascendían por su pierna hasta la ingle.

-No aquí, al menos -repitió sin acritud. Había veces que los hados se ponían de tu parte y en otras, preferían pisarte hasta que quebrarte, como un caracol bajo el pie de un hombre-. Siento ser una carga, Capitán -murmuró avergonzado el guerrero. Dudaba que pudiera andar con normalidad y su avance sin duda retrasaría al grupo. Llegado el caso, debería tomar decisiones-. Hermanos, voy a necesitar algo que me ayude a andar. Buscad si podéis un palo recto y firme con un codo a la altura del sobaco.

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No estaba satisfecho. Tendrían que haber acordado una señal.

Pero no dijo nada, no más asintió. ──Si, señor.

No se encargó de ninguna tarea, simplemente vigilaba con la ballesta preparada.

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Los dos infantes avanzaron ligeros siguiendo el rastro que les debía de conducir al poblado de los capas rojas.  Tras una hora de camino, pudieron al fin ver la silueta de los edificios, pero sin rastro de los capas rojas.  El lugar parecía abandonado, pero quizá solo era una primera impresion al igual de cuando llegaron a la granja que ahora les servía de campamento.

Dolor tomo del hombro a Dolor para que parara, mietras susurraba.

Subamos a un árbol para tener una visión de la zona, si no vemos movimiento acercate a echar un vistazo más de cerca.  Mantente en mi rango de visión para que pueda avisarte si veo algún peligro, daré dos golpes.

Fijate en si hay huellas o restos de actividad de algún tipo, solo un vistazo y nos volvemos a reunir en lo alto del árbol.

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HORA: POR LA TARDE. - TIEMPO: SOL Y NUBES.

Días de silencio y trabajos pesados. Solitarias noches de guardia bajo cielos sin estrellas. Miradas aviesas. Dedos acusadores. Murmullos de desprecio.

Keropis podía aguantar eso. El tiempo lo cura todo. Con el tiempo suficiente, incluso la muerte puede morir.

Las primeras palabras que pronunció el eremita desde la noche que pasó encadenado en el sótano de la granja fueron un grito de alerta, ronco y áspero como el girar de la rueda de un molino.

—¡Enemigosss en el flanco norte...!

El Guardián de los Muertos había atisbado un movimiento furtivo entre las enmarañadas copas de los árboles que rodeaban el claro. Logró desenvainar el kopesh y embrazar el escudo antes de que las frondosas ramas empezaran a escupir saetas como letales avispas abandonando su avispero. Los Capas Rojas les habían encontrado. Uno de los dardos impactó en Ballestero, a escasos pasos de Keropis. El ermitaño dio un paso lateral y alzó el escudo, interponiéndose entre la lluvia de flechas y el k'hlata. El siniestro idonita ya estaba descolgando su ballesta y encajando un virote con la vertiginosa velocidad que da la práctica. El resorte del arma restalló junto al oído del ermitaño y una centella de madera, metal y muerte se perdió entre las oscuras hojas del árbol más cercano. Un gruñido de dolor se derramó desde las alturas, pero el silencioso mercenario no se detuvo en celebraciones: el siguiente virote ya estaba en su mano y camino de ser recargado.

Keropis avanzó con el escudo en alto, cubriendo a Ballestero para que este combatiera el fuego con fuego. Un par de saetas se clavaron en la madera con la fuerza de sendos puñetazos, haciendo retemblar el brazo del eremita. Cuando ya estaba alcanzando las retorcidas raíces del árbol, una jabalina se clavó a escasas pulgadas de su pie derecho, mientras que otra rozó el borde del escudo y pasó besando el lateral de su abollado yelmo. El enfermizo brillo verdoso que nacía del interior de la máscara mortuoria se intensificó. ¿Odio? ¿Furia? ¿Podía el estoico Guardián de los Muertos sentir alguna de estas emociones? ¿Podía sentir, sin más...? Las mirada esmeralda del ermitaño se encaramó por entre las ramas del árbol y descubrió a uno de los atacantes, clavándose en él con la misma frialdad mortal que los virotes de Ballestero. El hombre trastabilló y la jabalina que portaba se resbaló de sus temblorosas manos. Al intentar volver a asirla, perdió pie y cayó como un guiñapo, rebotando de rama en rama hasta derrumbarse a los pies de Keropis como un títere sin cuerdas.

No hubo piedad.

El ermitaño alzó el kopesh sin apartar la vista de su víctima, mientras Ballestero disparaba a bocajarro uno de sus potentes virotes. Durante un breve instante, el Capa Roja miró como sorprendido las plumas que decoraban su esternón, ahí donde el virote se había enterrado en la carne hasta casi atravesarlo de parte a parte. La herrumbrosa hoja del kopesh impactó contra la frente del desdichado, partiéndole el cráneo como un melón maduro.

La escaramuza terminó tan rápido como había empezado. Las hojas de los árboles descendían suavemente entre los troncos como lágrimas de jade, cada vez más lejos a medida que los asaltantes huían de copa en copa.

Y volvió el silencio para Keropis.

Recogió unas monedas del cadáver a sus pies. Limpió la ensangrentada hoja de su exótica espada en la camisola del muerto antes de envainarla. Cargó con aquello que le fue asignado como un mulo sumiso e indolente. Esperó las nuevas órdenes, inmóvil como una vetusta estatua de acero oxidado.

—Mi arco largo tiene la cuerda rota, pero se puede reparar al volver a Verdín. ¿Puede llevármelo alguien?

El yelmo de Keropis giró chirriante hasta encarar al chamán de los Hostigadores. Recordó sus palabras en el húmedo sótano: matarle aquí y ahora, o tratarle como Portaestandarte. El puño acorazado del eremita se cerró sobre la esbelta madera del arco de Rastrojo.

—Yo lo llevarrré..., herrrmano...

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Al escuchar las palabras del Capitán y del Cabo, a Tarado se le hace un nudo en la garganta. Eso significaba que uno de los hombres iba a estar incapacitado para la lucha, que iba a moverse mal por un bosque y que de ser necesario sería difícil que pudiera emprender una retirada a tiempo. Aún así pertenecía a la compañía y no lo dejarían tirado. Era una de las cosas que más le gustaba de aquel grupo, intentaban no abandonar a nadie y eso decía que aún tenían un alma. Dispuesto a que aquella carga fuera menor, Tarado comenzó a moverse por la zona en busca de un palo que tuviera las características ideales para poder apoyar el sobaco y que la punta llegara al suelo. Iba a ser complicado pero al menos debían encontrar algo donde pudiera apoyarse. 

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Rastrojo miró a Ballestero con desconfianza. El mismo Ballestero que confundió a sus compañeros con un ataque de zombus en el templo junto al lago, ahora se proponía disparar a lo primero que le pareciera a él un Capa roja.

Si es que... qué peligro.

Se giró cuando Keropis llamó su atención. El ofrecimiento de su compañero le pilló por sorpresa.

Ehm... Gracias, Keropis.

Rastrojo se sintió raro cuando tendió el arco a Keropis. Casi se sentía mal por recomendar que lo mataran o que lo encerraran para siempre. No, no se sentía mal por eso. Se sentía mal por dejar una de sus posesiones en las manos de un loco que podría cobrarse venganza contra él rompiendo el arco. O tirándolo y haciendo como si lo hubiera perdido. No se fiaba, pero la otra opción era cargar él con el peso muerto, y para eso casi mejor que cargase Keropis con el arco. Rastrojo lo entregó con reticencias.

Ponzoña... Si lo que estás buscando es un palo para andar, podrías intentarlo con una de las jabalinas. Son más delgadas y ligeras, y te agotarían menos al andar ya que cargarías con menos peso que con una gruesa rama.

El odio por Ponzoña no había disminuido, pero si el grupo se ponía a acarrear palos a lo tonto, al final puede que Rastrojo terminara teniendo que cargar con algo de peso, y eso el chamán no podía permitirlo.

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Las ruinas de Rocasone son realmente eso: Ruinas en pésimas condiciones. Mirando el lugar, no me convenzo del todo de que los Capas Rojas habiten en este lugar pues si lo hacen, son mucho más miserables aun de lo que pensábamos. Casuchas sin ninguna protección es lo que hay en este sitio y eso no parece realmente la guarida de unos bandidos, sino más bien de unos pordioseros.

Lamentablemente, esos pordioseros tienen armas y son tan capaces de matar como cualquier otro, por lo que debemos eliminarlos. Por eso y porque tenemos un contrato para ello. Yo porto ahora mismo parte del pago y es algo que debo honrar.

"Mientras no mate a uno de ellos, sentiré que no merezco esta armadura. Que no me la he ganado."

Escucho lo que dice Grito, mientras se encarama en el árbol y le hablo:

 - "¿Puedo ir a investigar un poco? Quiero cerciorarme."

Cuando me responde, me aventuro en solitario para ver si puedo investigar un poco más y saber si los Capas Rojas se esconden ahí y qué peligro representan para la llegada del grupo principal. 

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Han pasado dos horas desde que Dolor y Grito se marcharon. Ballestero es el primero en detectarlos. A pesar de las capas rojas descubren su rostro cuando se acercan de regreso al grupo, y eso evita que Ballestero apriete el gatillo.

Traen noticias de Rocasone. Noticias que ayudarán al Capitán y al Cabo Ponzoña a planificar el ataque.

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¿Parecía acusarles de no ser blancos legales? ¿De no poder meterles un virote justito por el ojo, o por el cuello? Bajó la ballesta despacio, pero siguió en tensión, vigilando por si les habían seguido. O igual eran una ilusión creada por un brujo. No les perdió de vista.

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-No tienes que sentir nada, Ponzoña-replicó Capitán con firmeza. Él no había sido capaz de arreglarle, y le había torturado en el proceso, así que lo último que debía hacer el Hiena era disculparse por no salir con buen pie de aquella ordalía, nunca mejor dicho. 

Al menos no tuvieron que esperar demasiado para obtener resultados, pues sus exploradores volvían. El oscuro esperó pacientemente, pronto les informarían de la situación.