Partida Rol por web

-El trabajo ha terminado muchachos, podéis regresar a casa

Sir Amig, si me permitís.. tengo algo aquí que quizá sea digno de mención pero.. - inclinándose ligeramente en señal de disculpa adelantada- .. no sé si es el lugar y el momento para exponerlo.. pero no quisiera marcharme a casa sin quede constancia del coraje de sus caballeros.. han demostrado una gran valentía al haberse enfrentado a criaturas propias de los cuentos de hadas.. 

He tenido la inmensa fortuna de contar con estos hombres a mi lado en la lucha contra un gigante de tres ojos y un jinete salido de alguna vieja leyenda, con agua por sangre y con muchos más brazos que cualquier caballero mortal.. 

Merlín el mago, estaba con nosotros cuando derrotamos a sendos contendientes, así que el podrá verificar nuestro relato.. pero si hubiera alguna duda, aquí tengo la prueba definitiva de la gesta realizada.. 

Para no sobresaltar a la audiencia, Dunn se acercó a Sir Amig, mostrando el contenido del saco, sin sacar su contenido para no herir la sensibilidad de los presentes..  Como aquel que le dio el golpe final y dado que es costumbre según mis creencias, os ofrecemos la cabeza del gigante de tres ojos en nombre de todos los fieles caballeros de Salisbury para que se la mostréis al Conde, como ofrenda y como señal de orgullo y valor de todos sus caballeros.

El irlandés espero la respuesta del caballero abanderado del Conde..

Cuando estaba terminando el resto de los caballeros llegó al campamento donde estaban todos, Sir Dunn portando un gran fardo ensangrentado que hizo que Leomie se sorprendiese un poco. Una vez dejó la lanza y todos los instrumentos en su lugar, se acercó al irlandés y escuchó lo que iba diciendo. Obviamente no podía ver lo que estaba dentro del saco pues se lo mostraba solamente a Sir Amig, pero podía escuchar lo que decía el caballero.

—Por todas las caras de La Diosa, Sir Dunn, ¿cómo es eso? — Exclamó Leomie al escuchar el relato. Por supuesto que creía en las palabras de su amigo, más aún si traía una cabeza gigante con tres ojos como decía, pero le costaba al bretón imaginarse una pelea de leyenda como la que relataba el hombre. De pronto, un montón de ideas se le cruzaban por la cabeza a Sir Leomie, quien se encontraba fascinado por las costumbres druídicas y la religión de los bosques. — ¿Dónde ocurrió todo eso? Cuenta Dunn. Ah, espera, te invito un cuerno cuando volvamos para que des toda la historia. — Dijo Leomie emocionado por saber más.

-Se lo haré llegar al Conde Robert y le contaré vuestra gesta -dijo Sir Amig cogiendo el saco con cuidado de no acercárselo mucho a su armadura

Tras encontrar y escoltar a Sir Edward, Sir Floridas se mantuvo en los alrededores por si hiciera falta ayuda. No obstante, no quería intervenir en los asuntos de Lady Ealasaid y Sir Edward, puesto que eran un tema privado.

El asunto del viejo, la cabra, y el gigante despertaron su curiosidad, por lo que se acercó a los grupos de caballeros para escuchar su gesta. Cuando explicaron todos los sucesos, Sir Floridas preparó su marcha a su señorío.

 Permanecí en silencio, con gesto sombrío, mientras acariciaba el único perro que me quedaba, mientras este todavía gimoteaba, echando de menos a su compañero. La verdad es que esta aventura no había supuesto más que dolor y perdida por mi parte, sin contar con las heridas sufridas, que afortunadamente Merlín había curado.

Sir Edward entra en la tienda donde se encuentra su esposa. Viéndola con la cabeza enterrada entre los brazos simplemente se arrodilla a su lado y toma delicadamente su mano, brindando el apoyo que puede en un momento tan aciago sin ser invasivo. Si ella quiere, será una roca donde apoyarse. Si por el contrario desea la soledad, será un viento invisible. 

-Se lo haré llegar al Conde Robert y le contaré vuestra gesta -dijo Sir Amig cogiendo el saco con cuidado de no acercárselo mucho a su armadura

 Asintiendo, el caballero hizo un saludo marcial y se retiró para recibir a sir Leomie.

¿Dónde ocurrió todo eso? Cuenta Dunn. Ah, espera, te invito un cuerno cuando volvamos para que des toda la historia. 

Dunn saludó a su amigo y quedándose cerca de la puerta, comentó: Sí, luego te contaré todo en detalle.. hay mucho por lo que celebrar! pero ahora parece que algo le ha sucedido lady Ealasaid y no hay tiempo para el júbilo. Yo me disponía a marchar, si quieres podemos compartir parte del camino de vuelta y hablar sobre todo.. tengo grandes novedades que contaros!! dijo con una sonrisa. Iré a preparar la marcha, os espero en el patio.

Saludando al resto de caballeros y damas, el señor de Pitton salió de la estancia hacía al patio.

En cuanto vio aparecer a su esposo las lágrimas volvieron al rostro de la joven Ealasaid, unas lágrimas que brotaban de unos ojos que poseían una mirada de fracaso y pena.

- Lo siento... Yo.... He perdido... He perdido a nuestro bebé... - Llevó sus manos a su vientre, uno que ahora volvía a estar vacío - Lo... Lo siento... También... También está esto... 

Le entregó una carta algo arrugada de haber estado tanto tiempo entre sus manos. Unas manos que temblaban ligeramente mientras le entregaba una misiva que solamente él debía leer, pues era su esposo, el señor de Cholderton y ahora también de Idmiston...

- ¿Estás bien...? ¿Cómo... Cómo fue la misión...?

Cayó en la cuenta de que no le había preguntado a él cómo se encontraba y miró ligeramente a la entrada de la tienda, pues quizás alguno de sus viejos y nuevos amigos entrara a preguntarle... 

La carta dice lo siguiente:

Ealasaid,

Se que nunca os gusté, nunca es fácil cuando un padre trae a una desconocida a casa, pero hay una noticia que debo daros... Sentaos, pues no es nada fácil lo que debo deciros.

Una vez más Idmiston se viste de luto, vuestros hermanos han muerto, Alex jugaba con sus hermanos cuando tomó unas bayas venenosas, lo encontraron muerto, aunque no sé si es mejor o peor que el destino que han sufrido Kieran y Paul, los sajones han llegado cerca de nuestras tierras y han acabado con nuestro heredero y mi querido hijo... 

Sé fuerte, pues pocos quedamos ya...

Lady Mollie, viuda de Idmiston

Tras esperar un buen rato, Caerwyn suspiró y se asomó para ver a Lady Ealasaid, quedándose de pie en la entrada, respetuoso.
—Espero no importunaros, milady- dijo con amabilidad antes de mirar a Sir Edward -. Sólo quería saber cómo os encontráis y si ambos necesitáis algo de un servidor- añadió con humildad. Apreciaba a Lady Ealasaid por muchas razones y ninguna de ellas era el interés romántico. Le dolía verla sufrir y, aunque su esposo era su mayor apoyo en estos momentos, Caerwyn estaría ahí para lo que ambos necesitaran.

Edward estaba preparando para saber de la.muerte de alguno de los parientes de su mujer. Pero no de la de su hijo no nacido. 

El caballero se tambaleó antes de que uno de los caballeros presentes, que le ayudó a sentarse en una silla. Miro la carta sin prestarle atención antes de dársela a la doncella de Ealasaid para que se la leyera susurrando. No pareció acabar de prestar much atención a su contenido hasta el final, claramente atorado por la información de la pérdida de su hijo. Sin embargo  cuando l doncella acabó de leer  pareció despabilar y acudió junto a su esposa para abrazarla. Con un posado claramente afectado pero intentando mostrar enteresa intentó ser el sustento para su mujer que habi prometido ser en su reciente boda. 

"Dios a dado a bien ponernos a prueba. Tiene sus razones, unque desconozcamos cuales son. No desfallezcamos y nos repondremos."

Según Caerwyn se asomó, vio cómo a Sir Edward parecían fallarle las piernas. Sin dudarlo, se apresuró a sujetar a su compañero de armas, claramente preocupado. ¿Qué noticia tan atroz sería aquella que derrumbara a un hombre tras enfrentarse a un gigante?

—Sentaos aquí, Sir— dijo, acompañándolo hasta la silla.

Se abstuvo de preguntar, no era asunto suyo, pero en su rostro seguía la sombra de la preocupación cuando volvió a mirar a Lady Ealasaid tras ayudar a su esposo.

La joven estaba tan cansada y triste que no recordó que su esposo apenas conocía las letras, por lo que cuando la doncella leyó el contenido de la carta quienes estaban cerca pudieron conocer que ahora Lady Ealasaid era la heredera de Idmiston y que sus tres hermanos pequeños habían fallecido... 

- Lo lamento Edward... Yo... Yo... No he podido daros un hijo... 

Las manos de la joven fueron hasta su vientre y quienes se fijaban ahora podían ver paños de sangre cerca de donde se encontraba, así como el vestido y sus enaguas, todo cubierto de sangre... Símbolo sin duda de lo que le había acontecido... Su voz era débil, su piel estaba pálida, sus ojos rojos e hinchados y las ojeras eran más que evidentes. 

Cuando escuchó a Sir Caerwyn lo miró con aprecio, agradeciéndole con una leve inclinación de cabeza sus palabras, aunque se notaba que apenas tenía fuerzas para hablar y que estaba bastante débil. 

- Cuando él lo crea conveniente nos otorgará el milagro...

¿Pero podrá acaso sobrevivir? Llevo la muerte pegada a mi... 

Los pensamientos de la joven eran funestos pero al menos la presencia de su esposo y amistades la reconfortaba. 

Caderyn, aún con semblante claramente afectado, se las arregló para recorrer a la comitiva de caballeros que se había separado durante la patrulla. El rubio enarcó brevemente una ceja al ver el saco que cargaba Sir Dunn, su gesto transformándose en uno de asombro al escuchar lo que el irlandés decía, aunque luego de la impresión vino algo parecido al... ¿miedo?, ¿preocupación, quizás? En especial cuando el de Pitton enseñó de soslayo el contenido del ensangrentado saco. El rubio se aclaró la garganta, intentando poner en orden sus pensamientos, aunque acabó por volver a entrar a la carpa.

Una vez dentro, el de Tisbury buscó la mirada de Sir Caerwyn, con cierto brillo de preocupación latente en sus ojos. Sin embargo, ya tendrían tiempo de hablar luego, pues por ahora lo importante era apoyar tanto a Lady Ealasaid como a Sir Edward. Sabía que la música ya había calmado un poco a la dama de Idmiston antes de que todos llegaran, así que el rubio volvió a tomar su laúd y empezó a rasgar sus cuerdas con suavidad, arrancando notas dulces con cada acorde, esperando que llegaran al alma de cada uno de los presentes y calmaran, aunque sea un poco, sus atribulados corazones, incluso el suyo propio.

Sir Ewan había terminado por volver a la tienda, y llegó a tiempo de ver desde la puerta cómo Sir Edward se derrumbaba y Sir Caerwynn lo ayudaba a sentarse. El semblante pálido de su amiga hablaba de una enorme desgracia, y de la carta leida por la sirvienta entre susurros sólo entendió los nombres de sus hermanos. Sin embargo, el golpe más duro llegó cuando Ealasaid se llevó las manos al vientre y su mirada las siguio para encontrarse con la sangre en sus faldas.

Su primer impulso fue acercarse y abrazarla, como cuando eran jóvenes y la consolaba por algún reto de su madrastra, o un pinchazo de la aguja de bordar. Sin embargo habían crecido y sería una falta de protocolo, afortunadamente ella ya tenía quien la abrazara y compartiera su dolor, aunque seguramente también estaría transido. Se acercó y apoyó una mano en el hombro de Sir Edward, y miró a su amiga a los ojos - Para lo que necesitéis, podéis contar conmigo - dijo con seriedad antes de retirarse a un costado de la tienda.

Cuando Sir Caderyn comenzó a tocar dejó que la música lo envolviera, ciertamente el día se había oscurecido súbitamente, y si bien la muerte era una compañera inseparable de la vida, cuando lo afectaba a uno o a sus seres queridos era imposible no decaer.

Sir Ewan entró mientras el pelinegro ayudaba al esposo de la dama. Caerwyn hizo un asentimiento de cabeza a modo de saludo al de Dinton, con gesto preocupado.

De pie, junto a la silla donde Sir Edward estaba sentado, Caerwyn palideció ante las palabras de la dama, cuyo esposo se incorporó tras escuchar el contenido de la carta. El de Berwick contempló a la pareja, parecía bastante asustado a pesar de que horas antes abatiera a un gigante y a un ser mágico junto a sus compañeros. Algo en el dolor de los señores de Cholderton e Idmiston lo atemorizaba.

Justo entonces apareció Sir Caderyn en escena mientras el de Berwick llegaba a cubrirse la boca al ver la sangre y las compresas entre las faldas de la dama. Ambos caballeros habían entablado cierta amistad y, al igual que Caerwyn leyó la preocupación en los ojos del de Tisbury, este pudo ver el miedo alojado en la mirada castaña de su camarada.

Caerwyn desvió la mirada, torciendo el gesto antes de acercarse tímidamente a la pareja.

—Lamento... lamento vuestra pérdida, mis señores— dijo con voz trémula y los ojos ligeramente humedecidos mientras apretaba la mandíbula —. No sé si puedo ayudaros de algún modo— parecía perdido, sin saber si quiera cómo consolarlos —, pero si necesitáis algo, hacédmelo saber y os ayudaré encantado.

Le hubiera gustado tomar la mano de Ealasaid, decirle que todo iba a salir bien, pero recordó Londres y lo que le había dicho a la dama en su momento... y sintió una losa de realidad cargada sobre sus hombros. 

Como colofón a sus remordimientos, escuchó el laúd de Caderyn y el de Berwick cerró los ojos y apretó los labios, respirando profundamente por la nariz.

—Estaré cerca, por si me necesitáis— dijo, más calmado en apariencia. Se sentó en la silla que antes hubiera ocupado Sir Edward y apoyó su frente entre sus dedos entrelazados, como si rezara en silencio.

No soy de meterme donde no me  invitan y todavía no he tenido la suerte de ser bendecido con un hijo en mi matrimonio pero pocos dolores se me ocurren peores que perder un hijo. Cualquier cosa que podáis necesitar, como si es golpear a alguien aquí me tenéis. No puedo daros palabras de consuelo pues vengo de una tierra dura y fría para las personas pero somos fieles con los amigos y compañeros.

Dicho esto me aparto, no hay mucho más que sepa expresar con palabras.

Sir Alein según llegó al campamento se fué a descansar.

Gracias sir bronn. Vuestras palabras son muy apreciadas. 

La voz de sir edward esta medio rota al decir esto. Se nota que le cuesta mantener la compostura ante las funestas noticias. Pero a pesar de todo es capaz de mantener unnporte *algo* digno para dar respuestas breves a  las distintas muestras de apoyo y pesame que los distintos caballeros les van mostrando.