Partida Rol por web

El perro miró a Velocatus moviéndose hacia un lado y a otro como un pugilista, sin llegar a estar parado más que un instante en cada posición. Sin embargo el perro, en lugar de lanzarse contra él, esperó y cuando Velocatus empezaba a disminuir algo su ritmo, se lanzó contra él.

De un salto le lanzó un mordisco al vientre, que aunque estaba protegido por la armadura de cuero, ésta se fue atravesada y los dientes del perro se clavaron con fuerza en la carne del muchacho, que no pudo evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos y su vista empezara a nublarse por el dolor.
 

Ofuscado tanto por su propia furia como por las gotas de sangre del perro reventado que salpicaron sus ojos (y de paso los cegaron un poco), Ursu había olvidado al resto de canes. Hasta que vio a uno de ellos abalanzarse sobre Velocatus e hincarle el diente. La reacción del grandullón, pese a su turbia mente, no se hizo esperar y corrió hacia su compañero y la bestia que lo acosaba. Un alarido brotó, incontrolado, de su garganta:

— ¡Maldito hijo de una perra sarnosa!

Miniconexión para decirte que muy bien, muchas gracias, pero afina esas tiraditas, maldita sea... Sigamos así, a la defensiva (no sé si existe una habilidad así) contra mi lobo, hasta que alguien me lo mate. Y luego ayudaré a otros como gregario. Y luego a ver si recupero la flecha.

Abz.

Velocatus gritó de dolor, incapaz de controlarse, sin ganas de hacerlo, llorando por dentro y por fuera. El dolor era agónico y aquel maldito perro del infierno no se soltaba.

Jace miró hacia él dispuesto a ayudarle pero el perro que tenía delante le acosaba con ladridos y mordiscos al aire, azuzándolo con la lanza lo mantenía a distancia a duras penas. Justo en ese momento se dió cuenta de que el perro que había estado conteniendo Ursu se avalanzaba también hacia él. Con terrible precisión, el perro que tenía delante lanzó en ese momento su ataque. Sin embargo, Jace con unos excepcionales reflejos y la gracia de un bailarín esquivó a ambos perros.

De momento las cosas no estaban yendo tan bien como hubiera deseado, pues los perros asilvestrados están dándoles mucha más guerra de la que pensaba… pero tampoco era un desastre. Ese bruto de Ursu acaba de hacer una verdadera escabechina con el carroñero que se lanzó a por el caballo de tiro, dejando claro que no es buena idea buscarle las cosquillas. Y en cuanto a su propia intervención, Jace está un tanto abochornado, pero no le cabe duda de que tan pronto como entre en calor y logre desentumecerse, acabará demostrando que su pericia en combate está más allá de toda duda. Analizando con su habitual mentalidad calculadora la situación táctica, decide retroceder hasta la posición del joven Cuprit para protegerlo mejor del peligro y empieza a desplazarse sin bajar la guardia en ningún momento ante el resto de los perros salvajes…

Pero entonces se produce una calamidad inesperada. El joven Velocatus hace un mal movimiento, intentando fintar al astuto animal que le acosaba… y este le desgarra las tripas. El grito de dolor del joven noble se mezcla con el de su atribulado protector, que ve peligrar su verdadera misión.

En ese preciso instante, ante un atisbo de descuido, la última fiera se abalanza sobre el propio Jace para intentar derribarle, actuando en perfecta coordinación con el perro salvaje que ya le estaba gruñendo y lanzando dentelladas. Son una manada de depredadores y como tal trabajan muy bien en equipo, deberían haber contado con ello…

Sin embargo Jace es un combatiente experto, uno de los guardianes de su comunidad… y por fin tiene ocasión de demostrarlo. Evita ambos ataques con una indiscutible elegancia, simplemente dando un paso lateral, al tiempo que interpone la larga lanza con punta metálica en la trayectoria de uno de los animales… haciendo que se empale en ella por sí solo. Y no contento con eso, además ha intentado fintar al otro para que su ciega carga le lleve a colisionar desordenadamente con su compañero…

Pero su prioridad está bien clara, debe quitarle al joven Cuprit esa bestia sanguinaria de encima, antes de que le saque las entrañas. Avanza sobre el animal por un lateral, intentando sorprenderlo, pero el maldito bicho es endiabladamente ágil y parece que logrará apartarse en el último momento.

En cualquier caso, esta estúpida emboscada que en un principio juzgó como casi anecdótica se ha convertido en una lucha a vida o muerte… y todavía se encuentra muy lejos de acabar.

(narrado por el Jugador)

Ofuscado tanto por su propia furia como por las gotas de sangre del perro reventado que salpicaron sus ojos (y de paso los cegaron un poco), Ursu había olvidado al resto de canes. Hasta que vio a uno de ellos abalanzarse sobre Velocatus e hincarle el diente. La reacción del grandullón, pese a su turbia mente, no se hizo esperar y corrió hacia su compañero y la bestia que lo acosaba. Un alarido brotó, incontrolado, de su garganta:

— ¡Maldito hijo de una perra sarnosa!

(narrado por el máster)

Una vez más, con la espada enarbolada sobre la cabeza se acercó corriendo a uno de los perros y dejó caer su pesada arma sobre éste, partiéndolo por la mitad. A su espalda el perro restante gimoteaba y lamía las heridas de su compañero caído, que había sido atravesado por una lanza.

Bill seguía lanzando coces al aire desenfrenado. Afortunadamente para Normoh, que se había visto obligado a retroceder, su cabeza no se encontraba al alcance de los cascos de Bill, más que capaces de aplastar el cráneo de un hombre adulto.

Hobbard se acercó al perro que se acercaba a Bill le atacó con su hacha. El perro, justo a punto de saltar sobre el cuello de Bill, no llegó a darse cuenta de la proximidad del gran leñador hasta que la pesada hoja de metal se estrelló contra su cráneo clavando éste al suelo. El animal no llegó a emitir ningún ruido y un breve espasmo en las patas traseras demostró que había muerto en el acto.

(Narrado por el máster)

Una niebla roja ofusca su mente mientras el dolor le impide hacer otra cosa más que concentrarse en él.

Aún en pié, se tambalea, manteniendo a ciegas su daga por delante, mientras el dolor se desvanece poco a poco...

Jace aguarda junto a Velocatus protegiéndole de cualquier otra alimaña que se aproxime, mientras aprovecha para echar un fugaz vistazo sobre el hombro para ver cómo les va a nuestros otros compañeros.

- ¡Ursu, ayúdame a mantener alejados a los demás perros! - le grita al gigantón, para después añadir en un tono mucho más respetuoso - ¿Necesitas ayuda con esa herida, joven Culprit?

Ursu ha oído su nombre y responde a la llamada. Que se encontraba ya* junto al guardia llamado Jace y el joven Velocatus Culprits, sigue enarbolando su espada, sin apartar la vista del perro que queda vivo. El grandullón amaga un rugido intimidatorio, todavía impulsado por el furor que le embarga desde hace un momento. 

El grito enfurecido de Ursu, que se encontraba cubierto de sangre y tan chorreante como su espada, resonó en la llanura. Los pocos perros que quedaban en pie parecieron encogerse y empezaron a retroceder, sin dejar de dirigir atrás la mirada una y otra vez y enseñar los dientes a los aventureros. Dos de los perros extremadamente malheridos también hicieron amago de alejarse de los humanos, pero poco pudieron hacer más que arrastrarse lenta y lastimeramente.

Por otro lado, Bill continuaba echando espumarajos por la boca y lanzando coces al aire, con sus violentos movimientos tironeaba de la carreta y amenzaba con romper las correas que lo mantenían sujeto a ésta.

Los aventureros pudieron tomar aliento por un instante. Habían pasado no más de unos pocos minutos desde que Jace arrojara la primera jabalina pero para aquellos valientes que estaban ensangrentados, cansados o heridos, bien podían haber sido horas.

Jace se subió a un peñasco bajo que había a unos pasos de él y miró a su alrededor apoyando el cuerpo en la lanza, pudo ver como los pocos perros que quedaban (un perro frente al grupo suroeste y otro frente al grupo noreste) se alejaban, otros animales, muy malheridos se arrastraban lejos del grupo. Si el instinto no le engañaba, la mayoría, si no todos, no sobrevivirían en ese estado en un entorno hostil como aquel.

Entre los arbustos creyó ver más animales, quizás más perros que por algún motivo no se habían unido a la lucha. Su número escapaba a Jace que incluso dudaba haberlos visto realmente, quizás no fuera más que un par de ellos, probablemente ninguno, quizás hubiera una manada. Los relinchos de Bill, le sacaron de sus elucubraciones.

A lo lejos, los siervos del Nigromante continuaban avanzando hacia ellos. Muy alejados aún, pero no parecían haber perdido tiempo durante el combate de los aventureros contra los perros. Se iban acercando.

El guardia de Forbrab da unos pasos hasta una pequeña elevación del terreno, justo al lado del carromato, y otea todo el entorno para asegurar el perímetro...

Luego desciende aproximándose al herido nieto de Lana Culprit y empieza a dar órdenes al grupo, asumiendo una autoridad que nadie le ha otorgado realmente:

- La jauría se bate en retirada, había un puñado de perros salvajes más agazapados en la maleza, pero creo que les hemos espantado - asegura - Aunque no os olvidéis de los siervos del Nigromante, todavía están lejos, pero siguen acercándose lentamente... hay que moverse - y entonces empieza a organizar las cosas - Normoh y Ursu, encargaros de calmar al viejo Bill antes de que se suelte... los Witts deberían ayudarme a atender al joven Culprit... supongo que tendremos que llevarlo en el carromato...

Entonces se dirige en un tono muy distinto al nieto de la curandera:

- Si requerís mi ayuda, sé cómo hacer algunos remiendos y aquí tengo unas vendas limpias - le ofrece mientras rebusca en una pequeña bolsa que lleva en bandolera - Por supuesto no estoy al nivel de alguien que ha aprendido con la Gran Sanadora, pero si hay algo que pueda hacer...

¿Es culpabilidad ese deje que se percibe en su tono?

—Te tomo la palabra Jace...— Velocatus se miró el vientre, antes de tapar la herida del mismo con la mano. Se movía de manera extraña y parecía muy mareado.  Como si estuviera a punto de caerse al suelo de un momento a otro.

Abrió al boca para decir algo, pero pareció pensarlo un momento, y no dijo nada. Los labios callaban lo que su mirada decía.

Permaneció así un par de segundos cavilando, antes de añadir... — Creo que mi herida no empeorará por ahora. Si me subís al carro, podremos  continuar moviéndonos sin atenderla.  Puedes tratar mi herida más tarde, cuando estemos a salvo de los siervos del Nigromante. —  Aunque se preguntaba si eso sería posible. Con un carro, avanzarían más lento que ellos. Por otro lado, quizás les perdieran en la creciente oscuridad.

—¿Están los demás bien?—

Al recibir el beneplácito del joven Culprit, Jace le ayuda a sentarse primero y a recostarse en el suelo después, para poder ponerse con la herida:

- Todavía falta bastante para que representen una amenaza para nosotros - asegura mientras ayuda al muchacho a retirar la protección de cuero y subir la camisa para tener acceso a su torso - Tenemos tiempo para hacer una primera cura...

Y mientras le tranquiliza, limpia la herida empleando agua de su cantimplora y empieza a aplicar un vendaje con una habilidad insospechada, demostrando que algo debió aprender acompañando tantas veces a la anciana sanadora como escolta personal...

Jace ayudó a Velocatus a sentarse en el suelo. Luego lo tumbó con cuidado y le ayudó a quitarse la armadura de cuero por la cabeza y luego la camisa. Con cuidado vertió algo de agua de su cantimplora en un trozo de tela y le limpió la herida. Velocatus sonrió agradecido. Aquel simple gesto le había aliviado sobremanera. Sin embargo, se palpó el abdomen con los dedos y con sus conocimientos médicos supo a ciencia cierta que estaba herido de gravedad y que precisaría de algo más que la voluntariosa ayuda de Jace para evitar que la herida se infectara o se complicara.