Partida Rol por web

Anna quedó un momento mirando el cuerpo del repugnante y deforme ser.... quería rematarlo, clavarle la Lightbringer para acabar con él... pero no sabía ni siquiera donde golpearle. Se acercó a lobo blanco, hasta casi tocarle, aunque no se atrevió. No le gustaba la magia, ni los animales y aquella criatura lupina, aunque hermosa a la vista, le producía algo de temor supersticioso - ¿Te encuentras bien Lobo? ¿Puedes curarte? ¿Necesitas algo para él Kairi?

Levantó la linterna por encima de Lobo alumbrando la habitación, cubierta por una cortina de telarañas. La luz las atravesaba creando un espacio de semitransparencia fantasmagórica. Al saber que no podía hacer nada se situó sobre el monstruo deforme, entre la puerta de telarañas y Lobo Blanco, casi toca el pelaje del animal con una mano al pasar por encima. - ¿Okodar? ¿Te dan asco las telarañas?

No iba a preguntar si alguien tenía fuego, ya que nadie le había respondido anteriormente a la propuesta de las antorchas, tocaría echar todo ese infecto nido de sabandijas abajo a golpes si querían ver qué habían guardado aquí

El chillido que salió de entre mis inútiles fauces no era nada comparado con el desvanecimiento que me amenazó al sentir aquel chasquido en mi costado. Algo se había roto, una costilla, quizás varias, y aparte del dolor del hueso astillado me di cuenta de que apenas lograba respirar, mucho menos hacer fuerza para tratar de liberarme. Si no lo había logrado antes, mi final me había alcanzado al saber que no podía ya oponer la más mínima resistencia. Mis ojos sólo pudieron ver mínimamente cómo aquellas fauces estaban cada vez más cerca, y terminé cerrándolos para no ver más, entonando en mi cabeza una muda plegaria a Chislev antes de acudir al gran ciclo.

Sin embargo, cuando esperaba sentir aquellas mandíbulas destrozando mi ya maltrecho cuerpo para alimentarse de mí, deseando perder la vida antes de verme engullido, fue el frío suelo lo que me golpeó. Sin más fuerzas que las justas para seguir respirando, tan agitada e incompletamente como un pez fuera del agua, vi a aquel monstruo ante mí, caído en el suelo sin vida. Había sucumbido al poder combinado de la manada, un poder del que no había podido participar más que para ejercer de cebo involuntario.

Oí la voz de Anna cerca de mí, pero no podía responderla. Aunque hubiera estado en forma de hombre, habría sido incapaz de hablar, dado que cada vez que trataba de llenar mis pulmones sentía la punzada de la costilla rota presionando. ¿Me encontraba bien? Desde luego que no, pero estaba vivo, y se lo debía a ellos. ¿Podía curarme yo sólo? Tampoco, carecía de tal bendición. Deje salir la lengua fuera de mi boca, intentando refrescarme y ayudar a respirar mejor, lo único que podía hacer dadas las circunstancias. Vi cómo nuestra guía pasaba por encima de mí y la seguí con la mirada, el modo en que se apostó entre el quicio de aquella puerta y yo, como si me protegiera. Dijo algo sobre telarañas, pero no supe a qué se refería. Tampoco podía pensar. Cerré los ojos unos instantes, pero la oscuridad me mareaba más, así que volví a abrirlos. Y me concentré en respirar.

El último golpe asestado por Klad no deja ninguna duda del resultado, el sonoro crack al romper algunos dientes de la criatura, acompañado con haberse incrustado casi hasta el otro lado de su extraño cuerpo, delató el resultado. Tras la muerte del ser, una habitación con telas de araña nos aguarda - " Oko, no teme a nada, solo a lo que no puede matar " - observo la habitación, ya que donde hay telas de araña hay arañas, presto agarro mi arma. - " Si hay algo oculto ya verás que rápido sale " - y sin más miramientos golpeo con Klad los primeros cinco pies delante de la puerta, para primero romper la tela y segundo si hay alguien oculto sorprenderle. Al golpear con fuerza no me doy cuenta que estoy bajo el dintel y golpeo con mi arma en el marco superior de la puerta con un sonoro " pooommm "

 Al ver lo que trata de hacer Okodar, trato de detenerlo, pero no llego a tiempo:

 - ¡Espera...! - Cierro los ojos, haciendo un gesto de dolor al escuchar el estridente sonido. - ... Y ahí va nuestra oportunidad de tratar de contar el factor sorpresa.

 A continuación miré preocupado a Kairi, tras examinar las heridas de Lobo Blanco:

 - ¿Puedes hacer algo por él?. Esta muy mal.

 A continuación miro la otra estancia cubierta de telaraña, preocupado de lo que pueda salir y recordando las palabras de Opalescente acerca de la mujer araña.

Resultaba estremecedor escuchar a nuestro compañero sufriendo mientras tratábamos de que fuera liberado, aunque me resultó aún más escalofriante cuando dejamos de oírle. Aquel monstruo no desistía en su amarre a pesar de recibir distintos ataques por nuestra parte, liberando finalmente al druida de forma involuntaria cuando cayó con el último golpe de Okodar.

Ya me encontraba apresurándose hacia Lobo Blanco cuando aquello sucedió, deteniéndome al ver que iba a requerir más ayuda que la que le había proporcionado anteriormente. Cerré mis ojos y respiré profundamente, escuchando poco después la pregunta de Anna, ante la que negué mientras separaba ligeramente los brazos de mi cuerpo con las palmas hacia delante.

- Extiende tu poder, Sanadora, te lo ruego. - imploré a mi Diosa en un susurro.

En seguida sentí cómo una corriente de energía positiva se extendía por mi cuerpo y salía de él a través de mis manos, la cual no tardaría en imbuir a mis compañeros. Tras ello abrí mis ojos en seguida, acercándome al druida mientras el mago me preguntaba si podía hacer algo por él.

- Estoy en ello. - le hice saber, preocupada por Lobo Blanco, junto a quien me arrodillé en seguida. - Tranquilo, pronto estarás bien. - le dije al druida, posando una de mis manos sobre su cuerpo, sintiendo su dificultosa respiración.

No tardé en colocar también mi otra mano, inclinando mi cabeza sobre estas para pedir a Mishakal por él, mientras los demás parecían centrarse en la habitación contigua.

- Por favor, Mishakal, por favor... - comencé a susurrar, afectada por el estado del druida, continuando con los distintos nombres que se le daban a mi Diosa e invocar así su poder sanador.

Las telarañas no están distribuidas al azar, colocadas estratégicamente creando una hamaca en una esquina. En la hamaca, ahora vacía, podría caber un humano de tamaño medio. También hay tres acumulaciones de telas de araña en forma de saco sujetos a una de las paredes y colgando del techo. Por lo demás la habitación parece vacía.

Las telarañas no están distribuidas al azar, colocadas estratégicamente creando una hamaca en una esquina. En la hamaca, ahora vacía, podría caber un humano de tamaño medio. También hay tres acumulaciones de telas de araña en forma de saco sujetos a una de las paredes y colgando del techo. Por lo demás la habitación parece vacía.

El arma de Okodar resuena en toda la habitación y dos arañas gigantes saltan sobre él. El semiogro está desorientado tras el fallo utilizando su arma y no puede reaccionar ante los dos grandes arañas. Los quelíceros de unas de las arañas resbalan por la bruñida coraza sin poder encontrar un lugar donde morder, pero la segunda araña consigue clavar con fuerza sus colmillos e inyectar parte de su purulento veneno.

Dos pedazodearañas saltan sobre mí al golpear el umbral del portal con Klad, una de ellas clava sus afilados dientes en mi cuerpo inyectando su vil jugo, el cual comienza a debilitar mis fuerzas, es entonces cuando movido por el instinto de supervivencia doy un paso atrás intentando zafarme de tan asquerosas criaturas - " Me cago en estas putas arañas, pero ¿ se puede saber que han comido para estar así ? " - mientras suelto esputos de saliva al hablar por el susto que me he llevado alzo mi arma para en cuanto pueda descargarla sobre uno de esos bichos, ya que lo mejor que se puede hacer con tamañas infectas criaturas es dejarlas chafadas contra el suelo.

Mi cuerpo se estremeció al sentir el contacto de las manos de la sacerdotisa de Mishakal sobre mi piel. Como si temiera sufrir más dolor ante su presión, me encogí ligeramente. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, puesto que el contacto de las delicadas manos de Kairi lo que me hizo sentir fue un intenso y agradable calor. Poco a poco, mi respiración logró normalizarse, a medida que el dolor de mi pecho disminuía hasta desvanecerse del todo.

Antes de darme cuenta, mi cuerpo de lobo cambió casi instintivamente, regresando a mi forma humana de nacimiento. Me palpé el costado, aún ligeramente resentido pero completamente sano y restaurado, y miré a Kairi, dedicándole una sonrisa llena de agradecimiento.

Quise decir algo, expresar a la sacerdotisa de Mishakal el convencimiento que había sentido de que aquel iba a ser mi final, darle las gracias por lo que había logrado hacer. Sin embargo, cuando mis labios se separaron algo irrumpió en el lugar. Dos grandes arañas se abalanzaron sobre Okodar, y al verlas traté de incorporarme, pero tan sólo acabé de rodillas, contemplando cómo el semiogro se interponía en cualquier acción directa que pudiera acometer para ayudarle.

~Chislev, atiende la súplica de tu siervo...~ -Entoné entonces a modo de plegaria, en la lengua secreta de los druidas. Mis ojos se pusieron en blanco, y alcé mis manos hacia el techo de aquel templo- ~...pues al igual que los aliados de tu servidor han acudido en su ayuda, también él debe corresponder a los lazos de la unión. ¡Porque la manada es sagrada! ¡Concédeme la ayuda de tus guerreros!~

Y con aquella plegaria, extendí mis manos en dirección a aquellas arañas, al tiempo que una imponente sombra de grandes proporciones se materializaba a su espalda, con afiladas fauces y grandes garras. Un gran oso negro que acudiera en ayuda de Okodar.

Podía notar que el poder de mi Diosa estaba haciendo efecto incluso antes de que la respiración de Lobo Blanco comenzara a normalizarse, pero estuve en tensión hasta notar que el druida estaba mucho mejor. Me sentía agotada por el esfuerzo, pero feliz por el resultado, sonriendo de inmediato.

- Mishakal, gracias por tu eterna misericordia. - dije mientras retiraba las manos de mi compañero, al mismo tiempo que este tomaba su forma humana.

Me alegró ver cómo Lobo Blanco sonreía al mirarme, siendo aquella una prueba más de que se sentía bien, pero aun así quise preguntarle cómo se encontraba. Me dio la impresión de que él también tenía algo que decir, pero finalmente ninguno de los dos pudo hablar.

La alegría y la calma terminaron rápido ante la aparición de dos arañas gigantes que atacaban a Okodar. Me puse en pie tan rápido como pude y tomé mi martillo, dispuesta a enfrentar a aquellos monstruos en cuanto fuera posible, mientras escuchaba al druida pronunciar unas extrañas palabras; tras las que un gran animal negro que parecía ser un oso aparecía frente a nosotros.

 Asqueado ante la visión de las repugnantes criaturas, me concentré en la más cercana y me dispuse a lanzar mi último conjuro de Proyectil Mágico, esperando que le hiciera mucho daño...

Estaría muy bien si tuviera aquí mi lanza... - Anna dejaba la linterna suavemente a sus pies iluminando la puerta. - Antorchas... cuanto hubiera dado yo por un grupo de aventureros con antorchas... - Cuidado ahí delante, hay dos fardos envueltos en telarañas, tal vez sean prisioneros - Echó un vistazo a la hamaca que hacía suponer que ésta era una habitación para que la mujer diablo araña de la que les advirtieron descansara - O tal vez un tesoro...

Con cuidado descolgó el arco de su hombro y sacó una flecha que miró a contraluz antes de observar bien a sus objetivos y enarcarla - Fallar... ¿yo? ni de lejos

Un espléndido oso negro se materializa de la nada en mitad de la habitación llena de telas de araña. El oso levanta su poderosa zarpa para alcanzar a una de las arañas pero rápidamente queda enredada con las telas de araña que bloquean sus movimientos, hasta tal punto que no puede dar a la araña.

Okodar da un paso hacia atrás, dejando libre el hueco de la puerta que rápidamente es ocupado una de las arañas, concretamente la araña que le había mordido. Vuelve a intentar un nuevo ataque, pero esta vez los quelíceros resbalan por la bruñida coraza de metal. Los proyectiles mágicos de Anubis impactan contra la araña destrozando una de sus ocho patas.

Kairi y Anna se prepararon para el combate, Kairi con su maza de armas y Anna con su arco.

La otra araña, se gira y ataca al oso, una presa mucho más sencilla y fácil de cazar.

Tras el mordisco algo recorre mi sangre como fuego por un bosque, de pronto Klad pesa más de lo normal. Pero no es problema, los años de duro entrenamiento, agotado por los terribles combates a los que me tenían acostumbrado, aprendí a reservar las energías y concentrarlas en rápidos golpes. Alzo a Klad y desciendo mi arma aprovechado su propio peso sobre la araña.

La lucha se había dividido, al verse las arañas rodeadas por dos frentes distintos. El aliado enviado por mi diosa se encontraba en una complicada situación, pues las telas de araña del lugar donde le había solicitado aparecer enredaban sus garras y dificultaban su movimiento. Pero era fuerte, el verdadero rey del bosque, y aún podía prestar batalla. Y con ello, dividía las fuerzas de aquellos seres.

Okodar retrocedió, y tuve la sensación de que de forma renqueante. ¿Era sangre lo que veía, resbalando por su cuerpo? Si lo era, si aquel enorme insecto le había mordido, era muy posible que un purulento veneno discurriera por sus venas. Sólo esperaba que la sacerdotisa gozase del favor de su diosa para remediar sus efectos.

Pero lo más importante era que, al retroceder el semiogro, mientras una de las arañas se situaba justo en el dintel de la puerta para tratar de llegar a él, se abría ante nosotros un espacio a través del que saltar sobre la bestia de muchos ojos. El sitio justo para que uno de nosotros ofreciera ayuda en combate a Okodar. Tardé apenas un instante en valorar la situación y decidirme. Anna disponía de una poderosa espada, pero estaba presta a usar su arco, y confiaba en su eficacia con él. Del mismo modo, tanto Mortaja como Anubis debían permanecer lejos del cuerpo a cuerpo. Kairi... podía luchar, pero las bendiciones que repartía con sus manos eran más útiles a la manada que la fuerza de su arma.

Y a mí aún me quedaba poder divino que canalizar, pero no me parecía buena idea emplearlo en exceso. No era el momento de la magia divina, de la que acababa de hacer buen uso, sino de las garras y colmillos. Así que, sin llegar a incorporarme, me convertí en un imponente lobo gris de pechera plateada y corrí junto a Okodar, dispuesto a regalar a aquella araña una buena dentellada.

La situación se complicaba a pesar de los ataques de mis compañeros. El animal invocado por Lobo Blanco parecía tener dificultades, y me daba la impresión de que a Okodar le sucedía algo más a parte del dolor que le pudiera causar la herida producida por el mordisco de la araña. ¿Le habría envenenado aquel ser? Al menos su segundo ataque no le había alcanzado.

La disposición del lugar no nos favorecía en absoluto. No podíamos atacar todos cuerpo a cuerpo, y ni siquiera podíamos acudir a comprobar si realmente aquellos fardos que había mencionado Anna retenían a alguien.

En cuanto surgió la oportunidad de que alguien más se uniera a la contienda para atacar desde cerca a aquellos monstruos, el druida tomó su forma de lobo y se apresuró a morder a una de aquellas arañas.

Mi habilidad con las armas a distancia era escasa, y menor aún en aquellas circunstancias, con lo opté por mantener empuñado mi martillo y me acerqué a la espalda de Okodar para ayudarle. Implorando en un murmullo el favor de mi Diosa, toqué su espalda con mi mano libre, esperando que Mishakal le favoreciera en la lucha.

- ¿Qué es lo que sientes? ¿Podrás aguantar? - le pregunté al semiogro con preocupación.

 Viendo que me estoy quedando sin opciones ofensivas, uso el conjuro de Escudo, como precaución, mientras voy pensando en mi próximo movimiento...