Partida Rol por web

Nika os sigue a una distancia prudencial, oculta entre las casas, y envía a tres cuervos a sobrevolar vuestras cabezas. Es su manera de mantenerse en contacto con vosotros. El enfrentamiento final aguarda. En algún lado, el demonio del espejo acecha, y está hambriento. Por alguna razón, Rostro de Plata le ha liberado.

Afuera la tormenta ha cesado. Tan solo persiste como una delgada capa de lluvia melancólica. La niebla ha retrocedido, volviendo al nivel del suelo. No hay rayos ni truenos. La tormenta que iba a arrasarlo todo, por alguna razón, se ha detenido, aunque los nubarrones siguen oscureciendo el firmamento.

Vais en dirección al templo, de donde ha provenido el disparo. Para llegar allí tenéis que pasar por la calle de la botica de Stanislav. Es entonces cuando divisáis una figura encapotada en medio de la calle, a diez metros de vosotros. La figura os ve. Vosotros la veis. Viene caminando en vuestra dirección. No hay nadie más en la calle, que es un lodazal.

La figura va enfundada en una túnica con la capucha puesta. Su vestimenta está manchada de sangre reseca, agua de lluvia, y sangre fresca. El barro le cubre las botas y le llega hasta las rodillas. Anda con el rostro ligeramente inclinado, de manera que es difícil ver de quién se trata. Tiene las manos ocultas dentro de la túnica, pero podéis ver que a la altura de su cintura carga dos objetos esféricos. No sabéis qué son, pues están cubiertos bajo los ropajes, pero la sangre mana de ellos.

Laurien dedicó un llevaba la capa de Rostro de Plata sobre sus hombros, ocultando parte de su brazo herido y caminaba con cuidado, observando allá en donde pisaba por si encontraba cualquier cosa que pudiera servir como recipiente para intentar volver a encerrar a aquel demonio.

Al ver aparecer aquella figura, Laurien se detuvo en seco contemplándola con cierto temor, especialmente por aquellos dos bultos pues su mente le decía que podrían ser las cabezas de sus hermanos y eso sería un golpe demasiado duro...

- Heinrich... Cuidado... 

Se fijó en la figura por si reconocía algo de ella. 

Heinrich no estaba para bromas, aquella situación era MUY tensa, y que aquella figura, empapada en sangre tanto seca como fresca, con dos "objetos" esféricos de los que mana más sangre, de la cual no podía ver la cara, tampoco es que mejorara la tensión.

Apuntó con su mosquete, dispuesto a disparar.

-NI UN PASO MÁS! -grito autoritariamente el inquisidor- no está la situación para bromas... por orden de la inquisición descúbrete y no te muevas o atente a la consecuencias.

El herenhoutiano no estaba dispuesto a jugarse el cuello más de lo necesario. Aquello no pintaba bien, y se temía lo peor.

Laurien musita unas palabras a Heinrich. Permanece a su lado. El batidor, por su parte, te apunta con el mosquete.

—¡NI UN PASO MÁS! —grita autoritariamente el inquisidor—. No está la situación para bromas... por orden de la inquisición descúbrete y no te muevas o atente a la consecuencias.

El encapuchado detiene el paso, alza ligeramente el mentón.

Un destello plateado surca su rostro velado por las sombras.

Esboza una media sonrisa.

—Von Bassenheim... Volvemos a encontrarnos —Rostro de Plata ríe, por algún extraño motivo satisfecho de la visión que ante él tiene lugar.

El otrora imponente y esbelto Ejecutor parece una mera sombra de lo que fue. Su raída túnica está empapada de agua, barro y sangre reseca. Su pierna derecha parece sangrar, hilos carmesíes manando por su bota hasta fundirse con el fango, tiñendo de un oscuro rojo el lodazal en el que se ha convertido Novokovo. La parte inferior de su rostro, la parte visible, tiene un aspecto lívido, marmóreo.

Se diría que se está desangrando estoicamente.

—Bajad ese mosquete... Estáis hiriendo mis sentimientos —dice con un amago de innata y cáustica sorna, reparando en el vuelo de los cuervos a su alrededor.

El brazo de Laurien seguía inmovilizado en el cabestrillo y su cuerpo mostraba varias magulladuras y moratones, incluso quizás algún corte producido por algún cristal.

Cuando escuchó la voz respiró algo aliviada, aunque había algo en él que le resultaba extraño, diferente.

- ¿Os encontráis bien hermano Rostro de Plata? - Su voz sonaba cansada y algo alerta - ¿Necesitáis que atienda vuestras heridas? 

De nuevo la preocupación por el resto se hacia más que evidente, aún estando en su estado seguía preocupándose por sus hermanos antes que por ella misma. 

- El demonio... Esa criatura... Estamos en peligro... 

—Aún respiro, hermana. Es más de lo que muchos pueden decir esta noche... —responde Rostro de Plata, recobrando el cariz sombrío que le caracteriza, ahora enfatizado por su patética estampa.

Si se está muriendo, jamás lo confesará.

El ofrecimiento de Laurien a sanarle es apreciado en silencio, pero correspondido con una tenue negación de cabeza.

—Reservad vuestras últimas fuerzas... Algo me dice que pronto las necesitaréis —asevera, hierático.

—Maté a la bruja —revela de súbito, su voz ya de por sí siniestra matizada por una áspera ronquera. Rostro de Plata parece de repente ensimismado, como si pensase en voz alta.

—Pero no fue suficiente...

>> No... fue... suficiente...

El enmascarado centra la mirada en uno de los cuervos.

—Sé quién eres... —susurra, dirigiéndose al pájaro de carbón.

—Sé dónde estás... —musita.

—Corre, ratoncita. Corre.

Rostro de Plata busca con la mirada un edificio concreto en la aldea. Se trata de una casa, aún en pie entre el caos que se ha desatado en esta Noche de los Tiempos en Novokovo.

La Casa de las Tejas Negras. Su destino.

Heinrich descargó el fusil, aliviado, pues por un momento pensó que aquella figura era el demonio que andaba suelto.

-Menos mal, es un alivio verte de nuevo. Tenemos una urgencia mucho mayor que la bruja que estás buscando. Los males que acuciaban a esta aldea ya están solucionados, ni niebla, ni rallos, ni malas cosechas, ni animales deformes... Solucionado, para siempre, pero tenemos un mal nuevo, que una visión de nuestra hermana nos ha revelado. Un mal que al parecer estaba dentro de ese cofre de la bruja extranjera, un mal que has visto, al igual que yo, y que ahora mismo viene a por nuestra hermana. No sé para ti, pero para mi, esa es la prioridad ahora, y me aventuro a afirmar que para Laurien también.

Se quedó pensativo unos segundos. Mirando a las esferas que goteaban sangre.

-A menos que...eso que chorrea sangre, entiendo que una es la cabeza de la bruja, pero la otra...¿puede ser la cabeza del demonio que buscamos?- comentó esperanzado.

De repente pareció acordarse de algo urgente.

-¿Y Cornelius? ¿Sabes algo de él?

Rostro de Plata aparta la mirada del cuervo y la centra en Heinrich.

Sus ojos descienden hasta la bolsa que pende de su cinto. Aún gotea sangre.

El Ejecutor niega despacio, casi con pereza.

Luego Heinrich pregunta urgido por la angustia por el paradero del Maestre. Rostro de Plata permanece en silencio un instante que sabe a eternidad.

—El Maestre... Ha muerto —termina diciendo el Ejecutor, lacónico y momentáneamente vulnerable. Sus ojos se pierden en algún punto indefinido del horizonte, allende el bosque que rodea la aldea.

Cuando Heinrich detalla la visión de Laurien, Rostro de Plata cierra los ojos un instante. Parece temblar. Luego, asiente.

—La prioridad... La prioridad... Decidme, ¿habéis cruzado vuestro camino con una mujer llamada Dina? —inquiere de pronto Rostro de Plata. —¿Ha...Ha sobrevivido? —El Ejecutor recorre la empuñadura de su espada con el pulgar hasta alcanzar el pomo, aferrándolo como si supusiera un bastión de seguridad.

—Necesito saberlo... 

>> Necesito saberlo...

Luego, como si de un intercambio de información se tratase, Rostro de Plata dirige la mirada a Laurien con pura frialdad y añade:

—Entregad una pistola a Laurien, Heinrich. Hermana, si se os acerca, sujetad el cañón bajo vuestro mentón... Cerrad los ojos, rezad una última plegaria por vuestra alma y apretad el gatillo.

>> Ante todo: no dejéis... que os coja con vida.

A continuación mira a Heinrich. Está sudando a pesar del frío que sopla esta noche.

—Si habéis matado a la ratoncita, el demonio estará hambriento.

>> Decidme: ¿Estáis listo para morir? Porque esto... Esto es caza mayor, hermano.

- Tengo mi propia pistola hermano... Yo no soy dueña de mi vida por lo que jamás me la quitaría... Sigo la voluntad de Fenre y él decidirá cuándo he de morir y cómo... - Lo miró con cierta extrañeza - ¿Dina? Ese nombre lo he oído antes... - Miró a Heinrich - Tu lo mencionaste... ¿Quién era? O... ¿Quién es?

Pues por las palabras de Rostro de Plata parecía seguir con vida o a saber, y más tras aquella masacre. 

- Sabemos como volver a encerrar a ese demonio... Fenre me lo mostró... Necesitamos un espejo, una superficie reflectante... No podemos dejar que más gente muera... - Volvió a dirigir su mirada a Rostro de Plata - Decidme hermano... ¿Matasteis vos al hermano Cornelius guiado por la voluntad de Fenre? 

Heinrich abrió los ojos de par en par, conmocionado. El Maestre muerto...y salvo él, gracias a las curaciones mágicas promovidas por Fenre, sus compañeros estaban en mal estado. 

En estos pensamientos estaba, cuando el nombre de Dina salió a colación.

-Dina, si, es la aldeana que sobrevivió a aquel incidente. Durante la guerra, varios oficiales se escondieron en su granero. Una unidad de herenhout, los colmillos - escupe al suelo al nombrarlos, como si aquel nombre manchase su boca- los localizó y los mató en el granero de esta mujer, Dina, pero no solo a ellos, si no a la familia de Dina al completo. Solo sobrevivió Dina, que sigue en la aldea, y sigue viviendo en el pueblo, de hecho es la mujer que construyó el orfanato que dirigía el cerdo de Stanislav - al pronunciar el nombre del viejo boticario se dio cuenta de que Rostro de Plata no estaba presente e hizo un inciso - Stanislav estaba metido en el ajo de lo que aquí pasaba, ya está muerto, ya te contaré, ahora volvamos al meollo. No he visto a Dina en todo lo que llevo aquí, si mal no recuerdo, era Cornelius quien había hablado con ella. De hecho...- Heinrich unió cabos- de hecho es la propietaria de la casa de tejas negras. Recuerdo que algún aldeano me lo contó en mis interrogatorios. ¿Por qué hermano, que interés tiene Dina en todo esto?.

Por último, agarró su su mosquete como contestación a la última pregunta de su hermano:

-Nací preparado, te lo dije varias veces, daré mi vida por exterminar al verdadero mal de este mundo. Vamos a por ese engendro. Aunque quizá sea bueno primero hacerse con un espejo, como bien apunta Laurien. Parece un plan ¿que me decís?

Las piezas empiezan a encajar con precisión.

—Stanislav.

>> Siempre lo supe... —piensa para sí el enmascarado, apretando el puño, frustrado por no haberle podido arrancar la lengua a ese cerdo con sus propias manos cuando aún vivía. Entre otras cosas.

Van Wayden mira a Laurien primero. A pesar de las heridas y su lamentable estado general, la joven demuestra las agallas propias del que no ha visto al demonio con sus propios ojos.

—Sea —contesta secamente el Ejecutor. Sabe que mientras Laurien esté viva, la criatura acechará en las proximidades.

Laurien le pregunta por el destino final del Maestre. Su clarividencia siempre ha asombrado y aterrado a partes iguales al enmascarado.

—Él... Dio su vida por mí —replica, errático y extrañamente sobrecogido por el recuerdo. —Dio su vida... por mí.

Rememorar le duele. Lejos de sentir alivio, se siente confuso por un instante. La imagen del cadáver del maestre acude una vez más a su mente, desparramado en el suelo, la sangre extendiéndose por su rostro, bañando su pecho. Murió con inexplicable bravura. En paz consigo mismo. Un hombre sabio. Un hombre bueno. Su efigie se pierde entre los fantasmas del pasado. Una más en la estantigua. Pronto, volverán a arremolinarse a su alrededor.

Pronto.

—¿Un espejo, decís? —inquiere, empezando a comprender. Sí. Tiene sentido. Las visiones de Laurien tienen una extraña lógica.

—Quizás haga falta algo más... —dice, echando la vista atrás, como si hubiese escuchado algo a su espalda.

Heinrich le expone con detalle lo que sabe sobre Dina.

Van Wayden niega con la cabeza, visiblemente insatisfecho.

—Debo ir a la casa de las tejas negras. Y debo hacerlo solo —añade, tajante, como si fuese una misión autoimpuesta. Algo de lo que depende una búsqueda personal. —Dina es... Dina es...

Pero, ¿quién es Dina?

Pero, ¿qué es Dina?

—Debo hacerlo solo —repite, enfático, pero con un contagioso sosiego. Alza un poco el rostro. Parece haber recuperado su estoicismo. —Nada de lo que está ocurriendo tiene que ver con ella. Solo quiero asegurarme de que está... a salvo.

>> No tardaré. Encontrémonos en el Descanso del Alacrán. Aún sigue en pie. Quizás ahí tengan un espejo —añade.

Laurien posó su mano sobre el hombro del hermano Rostro de Plata y le dedicó una dulce y comprensiva sonrisa, una que buscaba transmitirle paz y afecto.

- Rostro de Plata... Sé que vuestro verdadero nombre está oculto por vuestros propios y oscuros secretos, todos guardamos secretos de una u otra forma... No debemos separarnos, no de nuevo... Somos hermanos, somos los elegidos de Fenre y como tal debemos estar unidos y actuar unidos. Confíe en nosotros...

La joven se movió con gesto algo dolorido para despojarse de la pieza de ropa que él le había prestado la pasada noche.

- Esto es vuestro... Gracias. 

Volvió a sonreír con aquella inocente dulzura que la caracterizaba. 

El enmascarado tomó la capa púrpura que le tendía Laurien, su capa de Ejecutor. Aún conservaba su calor corporal. Bajo el velo de plata sus ojos emitieron un fugaz fulgor ambarino primero, verdiazulado después.

Confíe en nosotros, le dijo la profetisa, toda ella candor y bondad a pesar de sus heridas.

Ser Gherim replicó con unos silentes puntos suspensivos. 

Eludió adrede reunir sus ojos con los suyos cuando le sonrió con candidez. En su interior se instaló una angustiosa premura por alcanzar la casa de las tejas negras. Sabía que el edificio aún estaba en pie, intacto a pesar de la tormenta. Mas también sabía que el cielo le engañaba y que la verdadera tormenta, la auténtica, estaba lejos, muy lejos aún de amainar.

En sus pensamientos se instaló una flagrante ironía:

—Todos los corderos siguen al lobo... ¿Fenre? No... No. No es Fenre quien guía vuestros pasos, hermana...

>> Me temo que es alguien muy, muy distinto...

Rostro de Plata echa a andar hacia la casa de Dina, la campesina que sufrió la masacre de los Colmillos de Hierro hace diez años. Asesinaron a su esposo, a sus suegros, y a uno de sus hijos. Heinrich y Laurien van tras él, seguidos de cerca por unos cuervos.

Es una casa pequeña, de madera, algo aislada de las demás. Está ubicada en la calle Séptima, a tan solo cien metros del orfanato. La calle es un lodazal y las gentes de Novokovo siguen refugiadas en sus hogares. Dina no es la excepción. Se asoma por la ventana al veros llegar, y al reconocer vuestros ropajes de inquisidores, os abre la puerta. Os recibe dentro y luego cierra con llave.

Dina tiene unos cuarenta años y acarrea una tristeza milenaria en los ojos. En su rostro macilento sobresalen las ojeras. Es flaca, no parece estar bien alimentada, y su cabellera despeinada indica que tampoco le interesa cuidar su aspecto. Os saluda con un sencillo gesto de cabeza. Detrás de ella hay tres enormes dóberman que gruñen y  se remueven inquietos. El interior de la casa es austero: una mesa, sillas y una alfombra vieja. No hay ningún espejo a la vista. 

—Bienhallados, hermanos —dice con sequedad—. No creo haberos conocido antes. Excepto a él —señala a Gherim, y en su voz parece haber cierta familiaridad, respeto y reconocimiento—. La tormenta ha amainado. ¿He de asumir que aquella bruja que estabais buscando está...?

—Tanta hambre —gritan mil voces desde el exterior.

La criatura ha aparecido fuera de la casa, en un parpadeo, sencillamente materializándose allí donde antes no estaba. Su voz es la de un millar de personas sufrientes, hombres y mujeres desgarrándose las cuerdas vocales para pronunciar palabras ciclópeas. Desde las ventanas de la casa podéis ver al monstruo afuera, parado frente a la puerta.

—Tanta hambre. Tanta. Los milenios queman. En el espejo todo era sombra. Ven. A mí. Hechicera. Hija de Fenre. Lau... rien. Lau... rien. Saciaremos el hambre. Seremos uno. Primero tú. Luego ella. La hija de Marya y Gavril. La hija de nadie. Todos. Los tres. Seremos uno. Seremos nada. Ven. A mí. Lau... rien.

Heinrich, que no había soltado el mosquete en ningún momento, se sobresalta sobremanera. Sus ojos reflejan miedo, y es que desde su primer encuentro con aquella criatura, el recuerdo de la misma lo había aterrorizado. Apretó su arma fuertemente. Suspiró profundamente. Miró a sus hermanos con preocupación.

-Ha llegado el momento -susurró-. Todo o nada, la batalla final. Poca cosa más puedo hacer que servir de escudo o entretenimiento. Tu sabes cómo ha salido ese monstruo -dice mirando a rostro de plata- y tú cómo puede volver a entrar -asevera mientras pasea su mirada hacia la voz de Fenre.- Os daré todo el tiempo que pueda.

Tras esas palabras, que sonaban a despedida, Heinrich se movió en silencio para apuntar a través de la ventana. Disparó y acto seguido pateó la puerta, para salir rápidamente a espacio abierto mientras gritaba.

- A ti quería verte, hijo de puta! 

Laurien caminaba tensa, mirando a su alrededor con preocupación y sin duda alguna, cierto temor. Acompañó a Rostro de Plata hasta la casa y saludó a la mujer con cortesía pero entonces...

Un escalofrío recorrió su espalda al escuchar aquella voz, si cuerpo tembló ligeramente y hasta pareció abrazarse a si misma. Cerró los ojos, respiró profundamente y cuando volvió a abrir los ojos se dispuso a buscar un espejo, uno que preferiblemente cupiera en una caja o pequeño baúl.

- Fenre... Protege a mis hermanos y ayúdanos a encerrar de nuevo a esa criatura...

Caminaba rezando, buscando algún objeto que poder utilizar.