Partida Rol por web

Allí estaba; un Château d'Yquem de 1927. Zucker probablemente guardaría esa reserva para una ocasión especial ─¡Que se joda! ─pensaste. Y cuando cogiste la botella de la estantería algo te llamó la atención: una lucecita roja parpadeaba tras la estantería, en la oscuridad.

¿Pero qué demonios?. Encendiste una pequeña linterna que, tras la aventura en Egipto. Allí, tras el estante en el que reposan las botellas de vino, hay un pequeño habitáculo que esconde la fuente de la pequeña luz roja intermitente; una radio de onda corta cuya antena probablemente estará en lo alto del faro. Indagas como puedes tras las estanterias, pero a esa distancia apenas puedes distinguir una pequeña mesita sobre la que descansan varios libros y multitud de papeles y una simple silla.

Tendrías que intentar mover las estanterias a la fuerza para poder cruzar si no consigues encontrar el mecanismo que debería facilitar el acceso...

-Las leyendas son el reflejo de la realidad. Historias reales contadas a través del tiempo que se fueron transformando en cuentos. 

Deja la taza a un lado y mira al señor Zucker muy seriamente.

-Señor Zucker, el pueblo alemán está precisamente así por haber querido despertar a un mal tan profundo que supondrá el final de los tiempos. En Egipto entramos en una tumba. Según un arqueólogo de apellido Zimmer, era la tumba de Ramses II, pero lo que encontramos allí abajo...

Se saca el guante y le enseña la runa grabada a fuego en la palma de la mano.

-Un mal tan grande y aprensivo. Protegido por Anubis y con la maldición a sus espaldas. Una advertencia grabada en la piedra. La estrella de David sobre el sarcófago y las siete plagas representadas.

Se vuelve a cubrir la mano con el guante.

-Créame cuando le digo que no todas las leyendas se deben tomar a la ligera y que corre peligro. Ese grupo alemán es una división especial que va en pos de la última pieza del rompecabezas y esa pieza es usted. Si es que no han contactado ya... - le mira.

Con la botella en la mano, la luz al fondo y apoyado en la estantería con la izquierda, comenzó una breve tribulación interior. ¡Era un caballero inglés! Y un caballero, un gentleman de verdad, no andaba por las casas de los demás investigando. ¡Pero aquel capullo se había tirado seguramente a tu prometida! Tenía que echarlo abajo. Como si fuese un aeroplano enemigo, como si fuese... como si fuese... como si fuese aquel capullo de Rick, que desde los últimos cortes que le había metido estaba mucho más callado y comedido.

Posé la botella en su sitio. Debía de tener algún truco todo aquello. ¿Quizá mover una vieja botella? Busqué la más manoseada de todas, la que pudiese estar más usada con respecto al resto, que probablemente estarían llenas del polvo de aquel faro. Debía actuar con rapidez. ¡Sería una deshonra que un aristócrata como yo se viese pillado con las manos en la masa!

Me adelanto a corroborar las palabras de Sophia.- Yo también soy escéptica, no creo en maldiciones ni en bobadas... pero lo que es una evidencia es el extraño movimiento de alemanes en este territorio. He vivido en Alemania durante mucho tiempo, y puedo decirle que no es algo "normal".- Acto seguido vuelvo a beber del extraño vino que me sirvieron.

Zucker se inclina hacia adelante con la intención de ver con mayor claridad la marca que Sophia le enseña. Su rostro no puede ocultar cierta sorpresa.

─Vaya, eso es cuanto menos... interesante.

Luego se muestra pensativo ─¿Zimmer? Me suena ese nombre, aunque no recuerdo muy bien de qué...

─y dígame señorita Wynne, ¿ustede en verdad... ─en ese momento su pregunta se queda a medias.

─¡COF, COF!... COF.. COF... COOF.. COF..... COOOF ─es la horrible tos de Eric la que interrumpe a Zucker. Al parecer el frío de la Gran Bretaña sumado a la fría maresía que se cuela por un ventana medio abierta está castigando al escritor.

El señor Blair retira el pañuelo de su boca ligeramente manchado de sangre. No hace falta ser médico para saber que esa es una muy mala señal.

Abner inmediatamente se levanta ─¿Se encuentra usted bien señor Blair? ─pregunta preocupado ─¿Le preparo un té caliente? ─y sin esperar respuesta alguna se dirige a la cocina cerrando antes la ventana por el camino.

Eric se lleva nuevamente el pañuelo a la boca mientras con la izquierda hace un gesto de negación ─no se moleste señor Zucker ...COF... aunque le agradezco el detalle... COF, COF...

Tras recomponerse guarda el pañuelo en el bolsillo frontal de su chaqueta. Es uno de esos pañuelos de tela que cierta aprensión causan en algunos de vosotros.

─Es este maldito frío que me mata. ─añadío incorporándose ─Creo que finalmente aceptaré ese té.

No tarda en regresar David, quien con gesto triunfal, parece haber conseguido una botella de su agrado. Antes de descorcharla se percata de que Zucker se encuentra en la cocina; está calentando un recipiente de agua que ya comienza a burbujear. En ese instante la retira y la introduce en una tetera. Con una cuchara extrae lo que parece ser té de primera calidad de un pequeño frasco y lo introduce en la tetera.

Luego se gira y mira a Eric ─¿Azúcar señor Blair? ─el rostro del escritor ha tornado en un tono entre pálido y amarillento.

Zucker no presta atención alguna a David ni al vino.

- Estoy de acuerdo con la señorita Wynne, todas la mayor parte de las leyendas tienen una base de realidad. Lo que hemos vivido en Egipto ha sido...

Al igual que nuestro anfitrión, me quedé con la palabra en la boca pues el ataque de tos del señor Blair nos había interrumpido. Ese hombre se encontraba bastante mal, seguramente su problema era una tuberculosis avanzada, pero no dije nada y sólo me limité a dejar la taza de té vacía en la mesa. Cuando nuestro anfitrión se dirigió hacia la cocina para preparar un nuevo té, me decidí a ir detrás de él.

- Si no le importa señor Zucker, a mí también me gustaría tomar otro té.

Observé al lechuguino de David que regresaba con el vino, pero yo tampoco le hice demasiado caso.

- Tiene que haber algo en su investigación que sea de interés para los alemanes. ¿No se le ocurre qué pueda ser?

─Pues sinceramente señorita... ─hace memoria brevemente mientras remueve el azúcar con la cucharilla hasta que le viene a la mente tu apellido ─von Wagner, la verdad es que no se me ocurre que interés puedan tener en mi los alemanes.

Se acerca a Eric y le ofrece la taza de té. ─Esto que me cuentan es muy extraño. Demasiado... extraño.

No pasan ni treinta minutos hasta que a Eric le vuelve a dar otro ataque. Esta vez es mucho peor, de tal intensidad que la taza de té acaba volcada sobre su traje y el pequeño platito que la acompaña, termina roto en el suelo.

La tos no cesa. Todo lo contrario; es cada vez es más intensa y pronto cuajarones de sangre comienzan a salpicar el suelo del faro. El escritor va adoptando consecutivamente varias tonalidades de piel hasta que acaba en un morado amarillento... La cosa es preocupante.

─¡Por el amor de Dios! ─exclama Abner asustado. ─¡Debe atenderlo un médico urgentemente!. Hay un Hospital no muy lejos, en veinte minutos en choche llegaréis. ─Mientras os da las indicaciones va hacia la entrada y coje unas llaves de un colgador metálico con forma de casita que hay junto a la puerta. ─Cogedlas, son las llaves de mi coche. Está aparcado ahí fuera.

Eric se pone peor por momentos. Es una realidad que necesita ser atendido urgentemente...

─Habrá que dejar el vino para otro momento, `pimpollo´─dice Rick. ─Será mejor que cojas esas llaves ya que, aunque me cueste admitirlo, no se te da mal conducir y además supongo que conoces bien estas calles.

Maddie se quita su abrigo, tan peludo como pesado, y se lo pone sobre los hombros a Eric ─no debe coger frío, y menos al salir. El contraste de temperatura podría ser fatal.