Partida Rol por web

Drusilda ya gravemente herida vuelve a errar por muy poco. La muerte le acecha y maldice el día en el que embarco camino de Luskan. Su odio haca el mundo y hacia el Druida cobran proporciones psicoticas.

Aunque la armadura ha parecido proteger del golpe, la gemela sufrió ese último ataque de Drusilda. También ella está gravemente herida y parece que las tornas se han girado. Sus ataques no son certeros en respuesta a los espadazos de Drusilda.

Un nuevo espadazo eleva la moral de la semielfa. La puntada se muestra muy acertada y atraviesa el vientre del reflejo completamente.

La impostora escupe sangre y maldice en voz baja, como la propia Drusilda hubiera hecho. Golpe horizontalmente, pero las heridas le pesan.

El combate parece casi resuelto, pero la auténtica Drusilda también está muy herida y no está segura de que el siguiente espadazo que reciba no vaya a ser el último. 

Con un giro rápido, Drusilda acierta en el cuello de su oponente. La dúplica abre mucho los ojos, suelta su espada y cae al suelo, desangrándose rápidamente y muerta en unos instantes.

La verdadera Drusilda queda sola en este espacio vacio, blanco, neutro. Cuando se da la vuelta puede ver el pasillo oscuro desde el que vino, como si estuviera dentro del espejo, pero por mucho que camina hacia allá su perspectiva no cambia y el destino no parece estar más cerca. Está atrapada en este lugar...

Drusilda vuelve junto al cadaver ya que es su única referencia visual. Guarda su espada y coge el arco y las flechas de la mochila de su réplica. Prepara el arco y hace repetidos lanzamientos de flechas en cada una de las 8 puntas de la rosa de los vientos. Observa si alguna de las flechas choca contra algo.

La seguidilla de pinchazos del reflejo fue demasiado para el mercenario original. Sintiendose como un alfiletero, Abrojos cayo al piso, perdiendo demasiada sangre por sus heridas

- Ugh... - llegó a murmurar sin ser consciente de ello. El picaro se encontraba a las puertas de la muerte

La agonía fue breve para Abrojos. La vida escapó por sus heridas y en unos instantes solo había oscuridad.

El cuerpo del mercenario Abrojos Lupin desapareció sin dejar rastro y en su lugar solo quedó la dúplica del espejo...

Drusilda volvió al cadáver de su dúplica, única referencia en ese mundo uniforme sin distancias, justo a tiempo de presenciar cómo el cuerpo desaparecía sin dejar rastro. Esa magia había terminado, pero la que la tenía prisionera no había cambiado.

Al disparar sus flechas, la semielfa descubrió que las que disparaba hacia el pasillo o en la dirección contraria desaparecían. Las que lanzaba hacia los lados, en cambio, volaban hasta perderse en la blanca distancia. Esto animó a la guerrera a ir en una de las dos direcciones. Pronto descubrió que al desplazarse así, el ángulo desde el que veía el pasillo cambiaba, aunque poco a poco. ¡Era como si se estuviera moviendo a lo largo del pasillo usando el espejo!

Tras caminar un poco se encontró con Abrojos que, como ella, estaba herido y cansado pero victorioso. Él también entendía los principios del desplazamiento en este lugar. Ahora solo faltaba encontrar una forma de salir y, a ser posible, encontrar a Dork por el camino.

- Tu también te encontraste a... eh... alguien o algo parecido a ti? - preguntó el mercenario mientras pensaba en al forma de encontrar una salida del que parecía un mundo reflejado

Como Drusilda, el también había descubierto que los objetos que se dirigían hacia el pasillo simplemente no estaban más a la vista, pero no podía estar seguro a donde se dirigían - Busquemos el sitio donde el pasillo parezca estar en angulo recto a nosotros - propuso - Supongo que allí será mas sencillo salir - añadió mientras metía la mano ensu morral magico y sacaba una cuerda

Mientras caminaba saco también una de sus herramientas de artesano, un cincel bastante pesado y lo ató a la cuerda que se había colgado al hombro - Cuando encontremos ese lugar intentaré lanzar el cincel, pero sin soltar la cuerda... a ver que pasa - le propuso a su compañera.

La desconfianza de ver a abrojos pensando que podría ser un reflejo, se vuelve alegría con sus primeras y reveladoras palabras. Oh, señor Lupín. Nunca imagine que el momento de encontrarnos solos sería así, en medio de esta blanca nada.- suspiró mientras dejaba ver sus fantasias -  Deberíamos movernos hacia uno de los lados y de esa manera recorrer de momento el pasillo hasta el final. Quizás allí encontremos una salida natural. Muchos han tenido que pasar por este lugar antes de nosotros y ninguno ha roto los espejos para salir. Creo que deberíamos intentarlo de esta manera. No obstante, antes de seguir me gustaría revisar mis heridas. No me gustaría tener que enfrentarme en este estado al Druida.

Espera Abrojos. ¿Tu estás herido? Yo he estado a punto de morir. Drusilda abre su macuto y busca alguna poción de curación y se la toma.

Dork se queda algo extrañado, pero se le pasa rápidamente en cuanto siente el dolor. En ese momento ataca a su reflejo con el pico.

El doble del espejo resiste el golpe igual que lo había hecho el auténtico un instante antes. Después golpea a su vez con un golpe simétrico. La única diferencia es que su pico parece igual pero no brilla ni vibra por sí mismo. Parece una versión muerta del mismo arma.

Dork puede notar calor emanar del mango de su arma, y sabe que la punta del pico estará al rojo vivo.

- Fue un combate complicado - reconoce el picaro mientras observa que pasa con el cincel que ha lanzado hacia la nada, atado a su cuerda - Nunca pensé que derrotarme a mi mismo sería algo tan complicado - bromea respecto a lo que ha tenido que pasar, como respuesta a las bromas de Drusilda

Al ver que la guerrera decide curarse por medio de sus pociones, Abrojos mete la mano en su morral mágico y hace lo mismo - Pues lo siento, yo, antes de recorrer, quisiera saber que pasó con mi mascota, que no vino conmigo. Supongo que está con el resto del grupo, porque si no está conmigo supongo que no atravesó el espejo - se explica seriamente

- Me gustaría acompañarte, pero no sabemos si alguien más atravesó, o fue abducido, o lo que sea que haya pasado con esos espejos o si solo fuimos nosotros los afectados. Me interesa, antes que nada, volver. Luego veremos como seguimos -

Ulk había estado... era imposible hablar de tiempo en este espejo mágico. Era uno de los objetos mágicos más poderosos de la Muralla, una trampa y a la vez una prisión. No había paredes, suelo ni techo. No existía el hambre, la sed ni el cansancio porque, a decir verdad, no pasaba el tiempo a este lado del cristal. Si alguien mirara desde el pasillo le vería dentro del espejo. Un reflejo sin nada que lo cause.

Desgraciadamente, nadie venía por aquí. Los bastardos rojos tenían el paso prohibido y los druidas evitaban las zonas más peligrosas.

Ulk no sabía por qué el espejo había actuado contra él para empezar. El basilisco al final del pasillo no le habría dado problemas, pero eso poco importaba ahora. El druida semiorco había empezado a perder la cabeza por la soledad y el aislamiento.

Y entonces fue cuando vio a dos fieros semiorcos, dúplicas exactas, combatir entre ellos salidos de la nada. Al espejo le gustaba usar los reflejos para atacar a quienes eran atraídos por el espejo (lo había hecho con Ulk también) pero resultaba difícil decir cuál sería el auténtico y quién la réplica. Y, para empezar, qué hacía aquí ese semiorco que no se parecía nada a un bastardo rojo.

Uno de los combatientes estaba peor herido que el otro, pero el pico de guerra de ese resplandecía mientras que el de su contrario estaba apagado.

Ulk supo que no era tan importante de qué lado posicionarse en ese combate como hacerlo de uno. De lo contrario, podían acabar matándose mutuamente, y el druida enloquecería del todo por la soledad.

Poco o nada era capaz de recordar el semiorco sobre cómo o por qué había llegado allí. Recordaba al basilisco y los espejos, pero poco más. Ignoraba cuanto tiempo llevaba allí. No tenía hambre, pero aquello no tenía por qué ser un signo fiel del paso del tiempo. En aquel espejo probablemente ni siquiera pasase el tiempo. 

Al ver al semiorco, su primer instinto fué una sonrisa. Ese bastardo de rojo estaba muerto. Sin embargo algo no terminaba de encajar. No parecía el típico acólito de rojo. Debería ayudarlo. Si al final resultaba ser un enemigo siempre podía mantenerlo allí atrapado para siempre.

Sin pensarlo dos veces, desenvainó su cimitarra mientras se acercó al semiorco que consideraba ilusorio por la espalda. Si las ilusiones no sangraban, tal y como el esperaba, el bueno sería al que le brillaba el pico. Solo había un modo de saberlo. 

Cuando estuvo lo bastante cerca, descargó un golpe.