Partida Rol por web

Edgar se fijó que Denia no era la única a la que había llamado la atención, los tres cultistas que tenía alrededor sabían ahora que rondaba por allí, aunque estaba por ver que aquello fuera suficiente para ponerle en peligro. Si el Abad Ludwing también le había oído no podía asegurarlo

Para todos, salvo Denia y los monjes cercanos, el grillete de la mano que seguía cautiva de la muchacha se abrió de repente. No se rompió, simplemente se abrió como si estuviera destrabado. Ahora la muchacha sólo tenía trabados los pies.

Denia, sin mas remedio, se sobresalto un poco la escuchar una voz tan cerca suya, sin ver a nadie, pero respiro mucho más tranquila al identificar a aquella voz que no necesitaba aclaración ninguna, pues la conocía de sobra -Edgar, oh mi querido amigo ¿como os arriesgáis de esta manera?- de repente cayó, pues no quería poner sobre aviso a los monjes de donde se encontraba su amigo.

Aun cuando notaba que los grilletes se soltaban, seguía en la misma posición, disimulando mientras Edgar terminaba.

AL ver que la guía se le había escapado y avanzaba en pos de su mentor, Rudolph hizo lo propio. Esta vez no pensaba dejarla escapar. Su intento de no dañarla, probablemente, había sido el motivo por el que no pudo detenerla, pero no se repetiría la misma situación.

Desenfundando su espada, el "Filo de San Bonifacio" avanzó por el sendero lo mas rápido que pudo. Incluso antes de llegar escuchó los ruidos de un combate por lo que dudó si realmente el objetivo de su arma debía ser Navief o quien sea que estuviera combatiendo contra los monjes... o a favor de ellos

Todavía no había llegado y su confusión se incrementaba paso a paso

Al llegar al claro dónde se celebraba el ritual el caballero se encontró con una batalla campal en el lugar en que debía celebrarse un ritual de purificación. Ulrich miró de un lado para otro y si hubiese tenido frente a él a Lirio le habría atravesado con la mirada y posteriormente con el filo de su espada.

Aquel alboroto era algo que el caballero intuía, pero quedó sorprendido de observar tal caos. Sus ojos buscaron en el horizonte el rostro de la elfa y de Denia. Titubeó unos instantes sobre que hacer hasta que su deber le dejó clara la opción. Tenía el deber molar, militar y afectivo de proteger a Denia pasase lo que pasase. El ritual estaba roto ya, eso era más que evidente, así que corrió como una exhalación hacia Denia para poder protegerla de quien quisiese acabar con ella, fuese la elfa, el abad o el mismísimo satanás.

Ulrich se fijó en Lirio, no se la distinguía del todo bien en el claro iluminado por incensarios y una luna enorme, pero sí era suficiente para notar que no era una elfa, no sabía qué era, pero una elfa no, y una humana aún menos.

Cargó a través de uno de los dólmenes, dispuesto a alcanzar a Denia, lo único que le quedaba claro en aquel caos sin sentido, tratando de aferrarse a lo único que parecía seguro. Sabía que se ponía en peligro si los monjes eran hostiles o se molestaban por su irrupción, en especial al tener que apartar a uno de ellos.

Alcanzó con facilida al esquivo monje, pero intentando no hacerle daño - algo en lo que no estaba nada entrenado, pues siempre se había dedicado a eliminar a los enemigos de la cristiandad, no a detener tumultos - éste se revolvió lanzando un puñetazo que silbaba como un mazazo, aunque superó su defensa no dañó la férrea armadura bendecida en el Templo de Salomón.

El caballero aprovechó la inercia del monje y la propia de la carga para desequilibrarle y hacerle rodar por el suelo, aunque éste reaccionó enseguida, antes de que el templario pudiera reaccionar a su propia carga para cambiar el movimiento.

Gracias a que Edgar estaba soltando sus ataduras y a que los caballeros aparecían ya por el claro, respiro más aliviada, mucho más, pero aun quedaban enemigos. 

Quizás estirándose un poco podía tocar al Abad y concentrándose..... estirándose ya con las manos libres, cogió al Abad por las muñecas y cerrando los ojos conjuro con todas sus fuerzas.

Denia echó mano al cuello del Abad. Navief, Rudolph y Lirio no vieron claramente qué pasó luego, sólo luz y gritos. Pero Edgar y Ulrich pudieron verlo de cerca:

La luz que siempre parecía rodear a Denia tomó forma física, un brillo dorado como el que las historias describían que formaban halos en las apariciones de santos y Marianas. El áura se concentró en su mano y pasó al Abad, ajando la carne de su cara y manos, entre alaridos de agonía, pronto se hundió es su piel y se extendió por sus venas tornándolas tornasoladas mientras expulsaba oscuridad por los poros y chillaba presa de un infierno mientras la luz divina se extendía por su cuerpo quemando sus nervios.

O Denia era una bruja o el Abad era una monstruosidad que no soportaba el contacto de una criatura tocada por Dios.

La joven guía terminó de posicionarse con gesto serio, ya no era momento de hablar, cada quien debía elegir ahora su sitio y ella tenía claro el suyo. Aprovechó el movimiento para cambiar a su arco de caza y, poniéndo una flecha de guerra, la dejó volar hacia uno de los protectores del altar desde un lado del dolmen.

Un disparo certero y con mucha mala idea, se veía que la jóven sabía cómo disparar a la gente para causar el mayor daño. La flecha voló certera, pero el monje hurtó el cuerpo en el último segundo lo suficiente para que en lugar de atravesarle el corazón el ástil cimbreante se quedara alojado en su hombro, arrancando un grito de dolor y dejando al hombre herido de consideración y tambaleante, pero áun vivo y activo.
 

El Abad seguía aturdido, incapaz de nada más que aullar mientras la luz de Denia le quemaba en las venas y aún recordando el anhelo que le había provocado la visión de la majestad de Lirio.

Pero no así los monjes, con fervor fanático el superviviente de los dos que combatían a Lirio la siguió en su pequeño retroceso y descargó sobre ella una lluvia de patadas, puñetazos e incluso un cabezazo; pero la precisión demostró ser escasa, en parte producto del áura inmaterial que poseía la mujer y que tanto intimidaba.

El monje herido y el otro guardian del altar que aún no había intervenido, al ver acercarse a Ulrich se apresuraron a saltar, brincar, rodar y moverse como saltinbanquis por el lugar hasta rodear al caballero. Sólo Edgar pudo percibir lo cerca que había estado de dar al traste con aquel plan y, a la vez, quedarse vendido en medio del combate, cuando uno de los monjes pasó a la carrera apenas a unos centímetros de su figura invisible. Los dos monjes lanzaron sendas patadas coordinadas, el primero sólo consiguió una disonante campanada contra la armadura impenetrable pero el segundo le alcanzó en la cabeza, haciéndole resonar el yelmo y dejándole algo mareado para el resto del día.

El monje al que había derribado el caballero también parecía acuciado por el mismo fervor devoto, pues apoyándose en la espalda y las manos se levantó de un salto, listo para devolver el golpe recibido sin pararse a pensar en cómo le dejaba de vulnerable aquella acción y lo ineficaz que resultaría la patada giratoria que lanzó contra las piernas blindadas del caballero mientras se ponía en pie.

Mientras un par de monjes ciegos seguían completamente perdidos, pero dejaron de deambular para tratar de localizar enemigos, escuchando atentamente. Los tres restantes percibieron claramente la carga de Ulrich, en especial el que le tenía al lado combatiendo, y se movieron con mucha agilidad y mucha suerte hasta poder lanzar sus puñetazos a ciegas por lo que no se acercaron al caballero, que estaba casi rodeado.

Pero ahora el ruido y movimento de los árboles, al fondo del claro, se había acercado. Ya no cabía duda, no había vendaval ni tornado. Algo enorme se acercaba y los árboles le abrían paso. Estaba muy cerca, tan sólo a unos metros bosque adentro.

Lirio sentía que algo corrupto se acercaba, pero no sabía qué. ¿Qué podía hacer aquel ruido? ¿Para quién podían apartarse los árboles corrompidos por aquella fuerza maligna de creación descontrolada?.

Recordó durante un segundo para quién se apartaban los árboles en el pasado: los Pastores de Arboles, los ents, que gobernaban la flora cuando Gaia era fuerte, cuando ella era una joven ninfa que pasaba casi todo el tiempo en forma de carne porque aún sentía curiosidad por los elfos, que tanto habían cambiado ahora, y los animales, tiempos más sencillos en que sólo se tenía que preocupar por un pequeño trozo de Gaia: hasta dónde llegase la vista de sus ojos físicos en cada momento.

Pero los Pastores durmieron el sueño de la eternidad hace eones y ya ninguno despertó. Incluso sus voces se apagaron en su profundo letargo y ni siquiera cuando ella era la tierra podía sentirlos ya. Ella y sus hermanas habían tomado el lugar en aquel paraje del Pastor de Arboles que gobernaba aquellos bosques, y también el de otros seres de la antigüedad; mientras sus dríadas hacían ahora la labor que ella había hecho para aquellos.

No. Los Pastores de Arboles pertenecían a otra época, más natural, más primitiva, más feliz. Aquello no sería un aliado.

Edgar había conseguido liberar el otro brazo de Denia, lo que permitió a la muchacha agarrar al orondo abad y hacerle sentir el cálido abrazo del bien. Ese desgraciado estaba ardiendo por dentro y a Edgar no le daba ninguna pena... sólo un poco de asco, al ver las venas bullir y su piel expulsar perlas negruzcas de oscuridad.

Mientras tanto, los caballeros habían hecho su aparición. Ulrich no había cargado como un loco hacia Lirio, lo cual era notablemente bueno, pero se dirigía hacia ellos muy determinado. Edgar no tenía muy claro cuáles serían las intenciones del cristiano, pero los monjes pronto lo rodearon y empezaron a darle, o más bien intentar darle, una buena somanta. Esperaba que esas acciones le permitieran atar cabos lo suficiente para ver que no sólo estaban "enfadados" por interrumpir un ritual inocuo, sino que esto era algo más gordo.

Viendo que el caballero estaba entretenido, Edgar devolvió su atención a los grilletes de Denia, que aún retenían sus piernas. Acometió el primero, pero sus manos temblaban de los nervios, y ese ominoso ruido que provenía del bosque, sonando cada vez más cercano, empezaba a inquietarle sobremanera.

Decidido a no perder más tiempo, metió la mano en la bolsa lateral de su cinturón y rebuscó entre los cachivaches hasta encontrar lo que quería. ¡Sí! Aún conservaba dos o tres viales de Aceite de Acetes. Según los antiguos griegos, este aceite un poco corrosivo podía abrir cualquier cerradura. Creía haber agotado su suministro la última vez que tuvo que fugarse en Vichy.

Bien hizo el bardo en rebuscar remedios encantados, pues toda la facilidad que había tenido con la mano se perdió con las piernas; falta haría cualquier ayuda, incluso sobrenatural. Denia pudo notar el trajín que se traía su amigo con sus grilletes, pero para nada cedieron. Pudo escuchar el rebuscar en el morral, para lo que hubo de aguzar el oído, pero ninguna ventaja le llegó, por ahora, de los trasteos del trovador.

Ulrich rápidamente se encontró rodeado de multitud de monjes que le impedían el paso hacia su objetivo e incluso le atacaban con una velocidad endiablada. Uno de esos puñetazos alcanzó la cabeza y le golpeó abriéndole una herida en la ceja. El caballero quedó sorprendido ante la actitud de los monjes pero no se dejó amilanar. Estaba decidido llegar hasta Denia y nada ni nadie lo detendría.

Según se levantaba el monje que acababa de derribar  lanceó la espada para golpearle antes de centrarse en los otros dos que le rodeaban. Repartió un ataque a cada uno esperando amedentrarles a ambos y que le franqueasen el paso para alcanzar a Denia.

-Malditos locos. En nombre del Señor dejad paso.

La estocada al monje que se levantó estuvo cerca de empalarle, a pesar de tratar de darle de plano, el golpe fue muy duro y retrocedió trastavillando, con la mirada desenfocada, pero no cayó y siguió manteniendo su posición sin ceder el acceso al altar.

Tras ello Ulrich barrió al resto de los monjes videntes, el primero se llevó un palo en la cabeza que le hizo caer al suelo inconsciente como un muñeco de paja, vueltos los ojos en blanco. El segundo anduvo más listo y, al ver lo que le pasaba a su compañero, se agachó en el momento justo para que el templario no pudiera cambiar la estocada.