Partida Rol por web

La tormenta de arena

I. Un tesoro bajo las arenas

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30/06/2015, 14:20
Guardián

Egipto, cerca de El Cairo, 29 de Mesidor del Sexto Año Republicano (17 de Julio de 1798)

Las tropas francesas avanzaban por el polvoriento desierto sin oposición. La toma de Alejandría había sido un juego de niños para el taimado Corso de Francia. Horatio Nelson todavía estaría blasfemando a los cuatro vientos el ingenio de Bonaparte, pues la Royal Navy, una armada naval con una potencia de fuego superior en todos los aspectos al contingente francés, no había conseguido darles presa. Ahora - tras ser ridiculizadas por una flota mucho más ligera- las naves británicas estaban condenadas a vagar por la orilla del Mediterráneo, persiguiendo sombras y fantasmas, mientras la Grande Armée, irrumpía en aquel cálido país de arena y tesoros.

Sólo unos meses atrás, Napoleón defendió delante del Directorio que combatir a los ingleses en su propio terreno, era un suicido en toda regla - para mayor constancia, Trafalgar- pues la Home Fleet, era una armada mucho más numerosa y potente que las que pudiera reunir Francia para tan magno evento bélico. De esta forma fue como El Pequeño Cabo ideó una estrategia que a la larga incidiría sobre las arcas de los bancos británicos.

Bonaparte sabía que el Imperio regido por Jorge III podía sufrir un duro revés, si las rutas comerciales de la India - las cuales pasaban por Siria y Egipto- eran convenientemente cortadas y dominadas por el duro y combativo ejército francés. Por esta razón, más de 35.000 almas desembarcaron en Alejandría tras la victoriosa contienda de Malta.

Poco problemas hallaron las fuerzas napoleónicas en la ciudad costera. Poco más que alguna refriega desigual en su exóticas calles. Los occidentales fueron recibidos "de la mejor forma posible" por sus habitantes. Los hombres estaban necesitados de juerga, descanso y de mujer, tras la larga travesía marítima. 

Por su parte, Napoleón y su camarilla de mandos se dedicaron a preparar el avance. Él, en mismísima persona, se encargó de recolectar y clasificar todos los objetos de valor y arte que se hallaban en aquella ciudad abandonada por los mamelucos. Someter la tierra de los faraones podía reportar otro tipo de ingresos. Egipto guardaba tesoros bajo sus desiertos que aguardaban a ser hallados. Bonaparte lo sabía, y ése era el objetivo secundario de su campaña, usurpar las riquezas perdidas durante milenios. Pero para lograr su objetivo, debería enfrentarse a la caballería otomana, que aun siendo superior en número, no podía equipararse a la disciplina de la Armada de la revolución.  

Después de varias jornadas de organización y preparativos, el gran ejército francés partió hacia el Valle de los Reyes. El camino a través del vasto desierto y las elevadas temperaturas pondría a prueba el honor, profesionalidad y lealtad de los hombres de Bonaparte. 

Notas de juego

NOTA DM: Introducción en marcha... ¡¡A disfrutar!!

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06/07/2015, 19:43
Guardián

El sacerdote acercó su crucifijo a los labios del soldado moribundo. Éste, en un último hálito de vida besó la reliquia con sus labios amoratados e hinchados. Una septicemia se había llevado el alma de aquel pobre muchacho. Le hubiera gustado hacer más por ese chico, pero Dios todopoderoso había requerido a su siervo, al igual que a muchos otros.

Denís había muerto.

Descoteaux se levantó. Había permanecido arrodillado junto al valiente, al igual que todos sus compañeros. Muchos de ellos, dejaron escapar alguna lágrima por el malogrado camarada, pero así era el oficio de la guerra y de la soldadesca. El sacerdote abrió sus manos y elevó un cántico en latín a modo de homilía. Los que allí estaban reunidos, se santiguaron con un gesto mecánico y automático. Mucho había llovido desde las persecuciones de las fuerzas revolucionarias al sacerdocio. El primer Directorio había instado al pueblo francés ha llevar a cabo la Descristianización, pero con la figura emergente de Napoleón todo aquel movimiento anticatólico se había detenido... Había que agradecerle al Corso su respeto por la apetencia religiosa del pueblo francés. Pues una cosa era desear una república grande y libre, y otra muy diferente atentar contra la fe del pueblo galo.

Eso había llevado al padre Descoteaux hacia aquellas lejanas tierras. Al igual que muchos otros muchos religiosos sacerdotes, el capellán de Tolousse marchó hacia el norte de África no solo para cuidar las heridas de la fe de las tropas napoleónicas, sino también para promover la palabra de Cristo nuestro señor. Y además de esta forma, evitaba ser colgado desde lo alto de un pino mientras el General en Jefe del ejército de Francia se hallaba fuera.

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11/07/2015, 15:53
Guardián

Barraud tenía la rodilla hincada en el suelo. Por la mañana recibió la misiva en la cual le comunicaban su ascenso a sargento de línea. Era joven, pero ya era todo un veterano en la campaña de Napoleón. Se había alistado con sólo diecisiete años al ejército y ya había combatido en Italia por la gloria de Francia. Ahora, tres años después, con apenas veinte años ya había contemplado sangre suficiente para llenar dos vidas. 

La línea de fusileros del tercer regimiento era de las mejores del ejército. Recios y duros, aguantaban su posición central hasta el último momento, disparando plomo como si no hubiera un mañana. Por esa razón eran conocidos como la Légion Plomb, porque lo último que solían ver sus enemigos era una gran humareda gris tras deflagrar la pólvora de sus mosquetes y una lluvia de proyectiles esféricos. Denis había luchado bien, pero soportar una carga de caballería, por muy retrógrada que fuera tenía repercusiones funestas.

En el último embate contra aquellos mamelucos, el tercer regimiento se llevó la peor parte. Quedaron algo aislados de los regimientos de granaderos y tuvieron que enfrentarse en un asalto cerrado de bayoneta calada a aquellos hijos de perra. El regimiento consiguió sobreponerse, pero las bajas habían sido numerosas.

Ahora por fin había ascendido.

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11/07/2015, 16:14
Guardián

Estaba casi seguro. Los signos y síntomas no dejaban lugar a dudas. Fiebre alta, tos y espectoración mucopurulenta, una grave afección pulmonar, excrecencias necróticas en la región axilar y en zonas ricas en ganglios... Peste bubónica. 

El Dr. Leblanc se sentó sobre un poyete de madera. Estaba agotado de tratar a heridos y enfermos. En cierta forma, marchar en una guerra sobre las arenas del desierto hacía más prevalentes una series  de afecciones que conocía a la perfección. Había pasado medio año estudiando fisiología y patología propia de ambientes extremos como podía ser el abrumador calor de Egipto, y durante las primeras semanas se sintió perfectamente preparado para ocuparse de todo ello. Primero fueron casos de mareos y desvanecimientos por calor, luego algunos casos de disentería grave, pero esto comenzaba a convertirse en un brote peligroso y letal. La peste no era ninguna tontería. 

Varios soldados y colaboradores de la Grande Armée habían comenzado a expresar sus síntomas. Debía hacérselo saber a Bonaparte o a alguno de sus hombres de confianza. Había que activar el protocolo para aislar a los enfermos y sus potenciales contagios.

Si aquella situación se desmadraba y extendía, podía ser el final de la ambiciosa campaña por el norte de África. 

Se levantó y se acercó nuevamente a su mesa de trabajo. Allí disponía de un mortero y varios trocitos de corteza de sauce. Comenzó a machacar la corteza mientras vertía una discreta cantidad de brandy. Según su farmacopea, aquella fórmula magistral le permitiría controlar la fiebre de aquel soldado. De repente miró a un lado y vio como un joven soldado del tercer regimiento moría. La septicemia se lo había comido.

Pobre muchacho.

Notas de juego

Barraud, Emelien y Eugène estáis en la misma tienda de campaña. La que hace las funciones de enfermería.

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11/07/2015, 16:35
Guardián

Su yegua zaina cabalgaba sobre la arena de aquel desierto como un cisne palmeando el agua antes de alzar el vuelo, pero por fin había llegado al campamento. Tras él, cabalgaba el quinto pelotón del segundo regimiento de caballeros dragones. Eran la caballería ligera más valiente y combativa de toda Europa, o eso al menos le gustaba creer a Jean-Baptiste.

Cuando llegó hasta el corazón del mismísimo campamento, descabalgó de su montura mientras entregaba las riendas a uno de los mozos encargados de los caballos. Tenía su capa de cazador cubierta de polvo, pues a pesar de que el calor ya comenzaba a hacer mella a esa hora del día, había pasado toda la noche cabalgando con sus hombres a la par que realizaba las habituales tareas de rastreo y observación adelantada.

En aquel desierto, se podían alcanzar temperaturas rayanas a la locura durante el día, pero por la noche, el calor descendía de forma abrupta haciendo necesario disponer de alguna ropa de abrigo. Aquel lugar era más bien un infierno creado para demonios y no para hombres. Pero lo que más preocupaba al teniente, era lo que había detectado a poco más de tres días de distancia... 

Un gran ejército de mamelucos cabalgaban hacia allí dispuestos a enfrentarse a la armada francesa. Más de 30000 jinetes marchaban conjurándose a su dios pagano, liderados por Ibrahim Bey. Sin duda aquella nueva debía ser despachada al General Murat y a Bonaparte sin ningún tipo de dilación.

Se estaba gestando la madre de los enfrentamientos y él jugaría un papel destacado en esa batalla destinada únicamente a héroes. Ahora volvería a tener una oportunidad de demostrar la gallardía de sus caballeros dragones.

La gloria le aguardaba.

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11/07/2015, 16:59
Guardián

Quizás era uno de los hombres de mayor edad de aquella expedición, pero Vivant no tuvo ninguna opción para negarse. Hubiera preferido pasar las noches en las fiestas sociales de Josefina Bonaparte, pero su marido comenzaba a dudar de su honorabilidad. Las malas lenguas en París eran mucho más afiladas que los sables de los mamelucos y ante la oferta del Corso poco pudo hacer. Egipto era una tierra de tesoros que aguardaban ser encontrados y él, en su ilustrada formación capitalista entendía de que era una buena oportunidad para conseguir fondos que permitieran crear una banca poderosa en Francia. 

Llevaba años soñando con gestar una banca mucho más resuelta y rica que la británica, pero las colonias que aún poseía el Imperio de Jorge III, seguían siendo mucho más productivas que las francesas. Debido a sus conocimientos en economía -y en otras materias variadas- el Barón de Denon fue requerido por el Directorio para marchar junto a Bonaparte por petición expresa de éste.

Tras las primeras refriegas con los otomanos, la armada francesa había conseguido recabar un gran número de piezas de arte de la ciudad de Alejandría, con lo que el bueno de Vivant pasaba gran parte del tiempo que no marchaba junto al ejército inspeccionando dichos objetos y seleccionándolos. Pero no se hallaba solo en aquella enorme tienda de campaña, más grande y holgada que la mayoría de aquel campamento. Colaborando en las tareas de clasificación, el noble disponía de la ayuda de monsieur Duvalier, un joven con mucho futuro en el oficio de anticuario.

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11/07/2015, 17:23
Guardián

Charles era un muchacho joven y bajito. Poseía una fea cicatriz hipertrófica en su mejilla izquierda de la cual no solía hablar. A pesar de ser bastante callado y reservado, no se arrugaba si debía salir junto al General Murat a recuperar algún objeto enterrado bajo las arenas del desierto o contenido en alguna cámara funeraria. A pesar de su aparente timidez, resultaba intrépido en aquellas faenas que podían entrañar cierto riesgo o aventura. Llevaba siempre un sable fijado con su ceñidor a la cintura y trabajaba ufanamente con los objetos que la armada francesa había arrancado al olvido de aquel océano de arena.

Para él resultaba un privilegio poder trabajar junto a alguien de tanto renombre como Dominique Vivant e intentaba por todos los medios aprender cosas de aquel ilustrado noble francés. A pesar de descender de una familia acomodada, Charles Duvalier no se podía permitir obviar la majestuosa empresa que se estaba realizando allí en el norte de África. Bonaparte era una persona pragmática y astuta y había integrado aquella campaña militar como una cesta repleta de manzanas de diferente tamaño y sabor, pero que compartían el mismo objetivo, saciar el hambre de fama y riqueza del Corso.

Si conseguían acceder hasta las pirámides, podrían entrar en sus complejos subterráneos y recoger todas las riquezas allí acumuladas. La historia atestigua que los faraones eran enterrados con riquezas para vivir la siguiente vida con el lujo que se les atribuía.

Charles estaba ansioso por contemplar tales construcciones de ciclopeas proporciones, pero para ello, la Grande Armée debía superar la resistencia ofrecida por aquellos sarracenos sanguinarios y blasfemos.

Ya quedaba menos...

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11/07/2015, 18:26
Jean-Baptiste Lacroix
Sólo para el director

Jean-Baptise bajo del caballo. Se giro y se quedo observando hacia el inmenso desierto por el que hace unas horas cabalgaba. Ibrahim Bey, con más de 30.000 Jinetes esta batalla promete ser interesante, de esas que te llevan a la gloria...o a ser enterrado en la arena. Empezó a caminar en dirección a la tienda a la tienda de mando, tenia que informar. Confió plenamente en mis Dragones, se que somos de las mejores unidades. Siempre le había gustado ese nombre, dragones. Esas grandes criaturas voladoras que con su aliento podían acabar con batallones enteros. Y así se sentía él, el aliento de fuego del ejercito francés.

Cuando llego delante de la tienda de mando, se iba a quitar la capa cuando se dio cuenta de que iba lleno de arena. Se expulso bien la ropa, para parecer algo más decente, aunque los días en el desierto se notaban igual. Doblo la capa, la aguanto con el brazo y se quito el sombrero. Luego se dispuso a entrar en la tienda.

Notas de juego

Lo dejo solo para el master, si es en abierto dímelo y lo cambió. Estamos en marcha!

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12/07/2015, 08:15
Dr. Emelien Leblanc

Un sudor frio recorrió mi espalda mientras terminaba el preparado. Los vapores insalubres de los numerosos enfermos acrecentados por el calor, habían desatado una enfermedad terrible. Quizá la más terrible de todas por su alto nivel de contagio y la inexistencia de un tratamiento efectivo.

Recorrió los rincones de su cerebro tratando de recordar todo lo que había leído sobre la enfermedad, en un vano esfuerzo por encontrar algún detalle, alguna pista que le llevase a algún fármaco que les diese al menos alguna ventaja.

Lo primero era separar a los enfermos sin provocar el pánico, y ventilar aquella tienda, para evitar más infectados.

Cogió su pluma y con agilidad redacto una misiva contundente en su contenido exponiendo la situación con claridad. Solicito que se levantase una nueva tienda de campaña para separar a quienes mostraban síntomas de quienes podían no haber contraído la enfermedad aun, y soldados suficientes para imponer una cuarentena absoluta en ambas tiendas. El resto de instrucciones las daría en persona al oficial que su excelentísimo general designase para dicha misión.

Al excelentísimo General Bonaparte” escribió en el pliego del sobre, antes de cerrarlo y lacrarlo.

Se volvió recorriendo la tienda con sus ojos cansados que se posaron en un soldado de infantería, de la línea de fusileros del tercer regimiento. Había escuchado el nombre de ese joven, Barraud, por lo que pudo usarlo cuando le llamo para que se acercase.

- Necesito que entregue esta carta con la mayor urgencia, y que después vuelva con la respuesta. Es de vital importancia camarada Barraud.

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12/07/2015, 11:49
Eugène Descoteaux

El sacerdote santiguó el fallecido soldado Denis. Otra víctima más de la enfermedad que mellaba los ejércitos del general Bonaparte en aquella campaña bélica por aquellas arenosas y áridas tierras paganas. El capellán de Tolousse levantó la cruz de madera que llevaba colgando en su cuello y la alzo por encima de los restos del soldado moribundo. 

- Pater noster, qui es in cælis, sanctificétur nomen tuum. Advéniat regnum tuum. Fiat volúntas tua, sicut in cælo et in terra.... - empezó a orar en latín.

Cuando hubo finalizado con el muerto se levantó y se acercó hasta el doctor Leblanc, quien justo en ese momento entregaba una carta a un soldado. El capellán aguardó, tenía que hablar con el médico, pero no era urgente.

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12/07/2015, 15:04
Jean-Pierre Barraud

Humo, sangre, gritos y sudor... eso y no otra cosa era la guerra. No hay gloria ni honra cuando la desesperación se abre paso a través de tu pecho, cuando la terrible certeza de que sólo matando lograrás que no te maten se graba a fuego en tu cerebro.
Cuando el miedo te atenaza el alma con una garra de hierro, tan sólo la seguridad de que tus hermanos siguen resistiendo te permite continuar con la lucha.

Otro de sus compañeros acababa de morir. Prematuramente -como todos- había sido arrancado de este mundo de sufrimiento y barbarie. - Descansa en paz, tú que puedes.
Después de santiguarse, Jean-Pierre se puso en pie de nuevo, tenía que presentarse en la tienda de mando por su reciente ascenso.
Era extraño, pero no sintió ni un ápice de orgullo cuando le nombraron sargento. Quizá se debiera al hecho de que ese ascenso era consecuencia del fallecimiento del anterior ocupante del cargo; o quizá fuera sencillamente que era del todo incapaz de sentir nada. La guerra es capaz de aniquilar hasta el último reducto de humanidad, de ahogar los corazones.

Durante el periodo de instrucción te preparan para cargar con gesto mecánico tu arma, para calar la bayoneta cuando es preciso, para obedecer y jamás replicar; pero no te enseñan a aguantarle la mirada a la muerte cuando te dedica una sonrisa, no te enseñan a seguir siendo humano cuando arrebatas una vida por vez primera.

Con todos estos pensamientos, Barraud se disponía a salir al exterior cuando alguien se dirigió a él. Era el doctor que le pedía que entregase una misiva.
Con rostro serio, el joven hizo un gesto afirmativo con la cabeza al tiempo que se cuadraba ante su interlocutor: otro de los gestos mecánicos que no se pueden evitar. Al fin y al cabo, un soldado no es más que un mero autómata.
- Volveré con la respuesta - fue su escueta contestación.

El muchacho salió con paso firme de la tienda y, sujetando la carta, se dirigió hacia la tienda de mando.

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12/07/2015, 21:29
Gerrard Farrè

Jean-Baptiste no tenía tiempo que perder. Debía informar al General Murat del gran contingente del ejército Otomano que avanzaba con destino al Cairo. Si nada lo remediaba, en tres o cuatro días tendrían a esa gran fuerza ante sus propios ojos y entonces no habría tiempo para nada. Si algo habían demostrado esos jinetes mamelucos es que no tenían especial aprecio a su vida y esos los hacía unos adversarios peligrosos a la vez que admirables. A pesar de estar lastrados por estrategias de combate arcaicas y no disponer de armas de fuego, solventaban sus carencias con un valor encomiable. Muy poderosa debía ser la fe de Alá si sus siervos se lanzaban al combate de forma tan vehemente.

Estaba a punto de llegar cuando un caballero dragón le llamó la atención. Cuando el teniente se giró, sus ojos no daban crédito de lo que veían. Su buen amigo Farrè estaba de pie ante él completamente recuperado. Era su alférez. El hombre que tenía el honor de portar el estandarte con el pendón de los dragones.

- Señor. Tiene usted pinta de haber comido mucho polvo- dijo con su tono jocoso habitual. Gerrard erra un militar de buena familia. Procedía de una campiña de occitania y conocía a Jean-Baptiste desde la academia militar. Estaba rebajado de servicio pues en una de las misiones de reconocimiento del quinto pelotón, tuvieron la mala fortuna de topar con una patrulla avanzada de los sarracenos. Jean-Baptiste dio la orden de combatir, y así lo hicieron. Descargaron sus pistolas de mecha sobre los mamelucos ganando una importante ventaja sobre ellos. Con lo que no contaban, era con el contingente de más de trescientos jinetes turcos que se hallaban tras unas lomas arenosas. Una vez descubierta su posición mediante los disparos de las armas, los mamelucos salieron para eliminarlos a todos. El quinto pelotón tocó retirada y en su transcurso, la montura de l alférez Farrè se rompió una pata. Gerrard cayó golpeándose con el hombro. Jean-Baptiste lo recogió y ambos huyeron en su yegua zaina.

Por suerte sólo fue un golpe.   

Notas de juego

NOTA GUARDIÁN: Tu colega.

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13/07/2015, 09:21
Dr. Emelien Leblanc

El soldado Barraud recoge mi carta con actitud marcial, y le correspondí con un saludo igualmente marcial, más por cortesía que por necesidad. Observo como se aleja con la misiva antes de volverme hacia la mesa. Mecánicamente continuo preparando el remedio que había interrumpido para escribir aquellas funestas líneas, consciente de la cercanía del Capellán.

Perdone que no interrumpa mi trabajo padre, pero tiene toda mi atención. Dije invitándole a hablar.

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13/07/2015, 19:21
Jean-Baptiste Lacroix
Sólo para el director

Esta a punto de entrar en la tienda, cuando una voz más que familiar le soprende. Jean-Baptiste se gira con una sonrisa en su cara. Gerrard! Amigo mio! Y le da un abrazo. Jeje me alegro de que estes bien.

Si... responde observandose de arriba a bajo, por mucho que se haya intentado quitar el polvo del camino, este siempre se queda, llega a ser parte de uno. Un viaje largo amigo mío. Ahora venia a informar a los altos mandos, un gran ejercito de mamelucos viene hacia aquí. Pone un semblante serio.

Luego se queda observando el hombro de Gerrard. Pero dime, como tienes el hombro, estas bien? Esta suficientemente recuperado para poder portar el glorioso estandarte con el pendón de los dragones?  

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14/07/2015, 15:48
Eugène Descoteaux

El sacerdote se acercó hasta el médico y posó su mano sobre su hombro mientras este seguía trabajando mientras esbozaba una sonrisa cándida en su rostro. 

- Habéis estado trabajando muy duro durante todo el dia para combatir esta terrrible enfermedad, habéis ayudado mucho a estos desafortunados soldados como buen cristiano y Dios está orgulloso. - dijo con voz serena y calmada, tratando de animar al esforzado doctor. - pero también merecéis un descanso, o acabaréis cayendo enfermo del agotamiento. - recomendó el capellán - iros a refrescar y yo velaré a los enfermos hasta que volváis, Dr.Leblanc, vuestra salud también es importante. -

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15/07/2015, 00:29
Gerrard Farrè

- ¡¡Por dios que me encuentro bien!! ¡¡Merde!!- exclamó de una forma poco decorosa, al tocar el hombro con el que había impactado tras caer del caballo. - Aunque he oído rumores en el campamento...- añadió Gerrard de forma misteriosa mientras llevaba a su amigo Jean-Baptiste a un lugar apartado bajo un parasol de tela.

- Según tengo entendido, Bonaparte valora la posibilidad de que algún destacamento vaya tras la pista del cuarto pelotón del quinto regimiento.- Al decir esto, la cara del teniente quedó marcada por la sorpresa. Si sus cálculos no fallaban, el pelotón liderado por el teniente Luc Lovain podía haber sido apresado por los mamelucos. Siete días sin dar señales de vida al Sire de los ejércitos de Francia, era demasiado tiempo...

Si verdaderamente habían sido emboscados y apresados, ya yacerían muertos en la tierra del desierto. Los otomanos eran demasiado sanguinarios para retener rehenes. A buen seguro que habrían sido torturados y asesinados de una forma cruel.

- No te retengo más, Jean. Murat aguarda tu informe.- finalizó Farrè antes de acercarse a la tienda donde se racionaba el agua. - Quizás luego podamos vernos. 

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15/07/2015, 09:08
Dominique Vivant

Me encuentro en el interior de la tienda, iluminada con varios faroles de queroseno, cuando ordeno que pase Charles. Estoy inclinado sobre la gran mesa que hay en el centro de la amplia tienda. Está cubierta de cachibaches y chucherías, aunque destaca en medio de la mesa un gran bulto tapado. Por otra parte, entre libros y papiros hay una bandeja de plata con una jarra de vino y unos fiambres. Al entrar Charles le dedico una radiante sonrisa.

Ah! Señor Duvalier! Bienvenido, bienvenido... Quería enseñarle una cosa... ¿ha cenado ya? En cualquier caso no me puede negar una copa de Borgoña... Este endiablado calor no tardará en picarlo, y sería un pecado dejarlo morir sin que pruebe nuestros labios...

Le digo, picarón. Espero a que se sirva y que haya dado cuenta del vino para entrar en materia.

Ahora... Comento, mientras pongo la mano sobre la tela que cubre el bulto grande de la mesa, con gesto teatral. Quiero mostrarle una cosa que me ha traído un... colaborador local.

Y retiro la cobertura con un rápido movimiento, que casi tira otras reliquias que hay en la mesa.

Es una momia, que la deben de haber traído envuelta en trapos y atada con cuerdas. La expresión del cadáver transmite una prfunda angustia por la que parezco extrañamente fascinado.

¿Qué opina? ¿Cree que es genuina? ¿O es una momia reciente? Este clima deseca los cuerpos de forma natural... ¿Y esa pose? ¿A qué cree que se puede deber?

Voy preguntando, mientras toco la momia con la punta del cuchillo de la mantequilla. No es seguro si mi interés por la opinión de Charles es genuina o se trata de una prueba.

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15/07/2015, 09:47
Dr. Emelien Leblanc

Un leve escalofrió, apenas perceptible atravesó mi espalda al sentir la inesperada mano del capellán en su hombro. Controle mi reacción y se esforzó en no disimularla desperezándome levemente mientras volvía mi rostro hacia este hombre de Dios.

- Gracias padre, pero estos hombres necesitan un médico más de lo que yo necesito un descanso. Le prometo que en cuanto pueda destinare un par de horas a mi propio bienestar.

Observe a Descoteaux mientras hablaba, sus ojos, su cuello, sus manos, buscando tratando de diagnosticar si mostraba signos de contagio de forma mecánica.

Parece limpio. Concluí. La mayoría no están infectados, pero si no puedo separarlos pronto de los que sí lo están…

- Se lo agradezco sinceramente. - Añadí y con el preparado ya listo, me dispuse a administrarlo a mis pacientes.

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15/07/2015, 11:09
Guardián

El nuevo ascendido sargento salió del hospital de campaña. El calor del desierto era sobrecogedor, capaz de hacer que hombres valientes y fieros se derrumbaran como juncos húmedos y lacios. Antes de dirigirse hacia la tienda de su oficial al mando, Barraud pasó por la "cantina" si podía llamarse así. Llevaba varias horas sin beber y si no aprovechaba para hacerlo en las horas estipuladas, perdería su ración de agua hirviendo. Napoleón había dispuesto que el agua debía racionarse de forma eficaz y protocolaria. Así, los soldados exentos de servicio tenían unas horas determinadas de avituallamiento ya preestablecidas... 

Tras dar un trago de agua lógicamente caliente, se dispuso a marchar a cumplir su cometido, debía recoger sus nuevos galones y entregar la nota del Dr. Leblanc a su oficial al cargo. Resultaba de vital importancia que esa nota llegara a manos de Bonaparte... ¡¿Cuántas misivas a lo largo del día gozarían de la misma condición?!

Mientras estaba allí, degustando aquel agua poco refrescante, escuchó como varios hombres rumoreaban sobre la desaparición del cuarto pelotón de segundo regimiento de caballeros dragones. Muchas habladurías se oían sobre el tema. Que si la arena se los habría tragado, que quizás hubieran perdido en el desierto o que seguramente habían sido eliminados por avanzadillas de la caballería turca... sea como fuere, ese tema se le venía al pairo al bueno de Barraud.

Dio su último sorbo y marchó hacia la tienda del Coronel de Infantería Duvaquel.  

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15/07/2015, 11:10
Julien Duvaquel

El coronel revisaba varios informes de situación. Barraud entró en la tienda y se cuadró de forma disciplinada. El coronel hizo un gesto con su mano sin ni siquiera mirar al soldado. - Siéntese soldado, siéntese.- le dijo mientras acababa de leer y firmar algunas partidas. Luego alzó su mirada para buscar la del sargento:

- Realmente impresionante el valor del tercer regimiento de fusileros... Admirable.- dijo mientras se levantaba de su silla y dejaba un par de anteojos sobre su escritorio de madera. - Ahí tiene los galones que tan valerosamente ha ganado, soldado. Espero y deseo que pueda honrarlos como lo ha hecho hasta el momento.- prosiguió mientras señalaba un par de galones sobre el escritorio. - ¿Algo que decir?