Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BAJO TRUNAU

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MÁS DE MEDIA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

-Tomad posiciones, y preparad los arcos. Yo puedo intentar entrenerlo un rato, dijo el vikingo mientras desenvainaba la espada y avanzó hacia la casa.

Aparentaba estar sereno, pero por dentro su sangre hervía. Se veía como un héroe de las leyendas antiguas, a punto de desafiar a un temible monstruo. Si era cierto que por sus venas corría sangre de guerreros de antaño, como le habían contado desde que era niño, ahora había llegado el momento de demostrarlo.

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Haluk siguió al grupo sin demorarse, mantenía el equipo saqueado en sus manos cargándolo hasta llegar a la zona más cercana del manantial. Una vez llegaron pudieron observar la enorme figura del gigante en la lejanía.

- “Normal que se llame gigante… ¿Cuánto debe de medir esa bestia?” – el hobgoblin se quedó asombrado por la temible envergadura de la criatura a la que se debían de enfrentar. El seguidor de Asmodeus se guardó una poción de curar heridas leves antes de proceder a agacharse para dejar parte del equipo en el suelo, los objetos consistían en 3 bombas con mecha, 6 fuegos de alquimista, 1 poción de curar heridas leves, 1 Arco Corto Compuesto de cuerno recurvado, 1 Carcaj con 20 Flechas Cortas.

- “Opino que deberíamos de utilizar todas las armas de largo alcance para debilitar a nuestros oponentes. Tenemos bombas, fuego de alquimista y un arco corto, si nadie puede utilizarlo yo podría usarlo y en el momento que empiece el combate cuerpo a cuerpo saldría en la ayuda de los combatientes de primera línea.“ –

Haluk esperó ver la respuesta de sus compañeros mientras observaba la situación, afirmó a las palabras de Piero Augustus, de Win y de Dagfinnr.

- “Lo debilitaremos e intentaremos terminar primero con la vida de los orcos, nos dará una ventaja sobre el terreno.” -

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Sí, decididamente, era un gigante. O, al menos, lo más parecido a un gigante que había visto jamás Dragos. Aquella cosa era enorme, y el mero pensamiento de que su grupo, debilitado y herido, pudiera derribar una cosa de tal tamaño, resultaba hilarante. O lo resultaría de no ser porque estaban a apenas un par de minutos de que barrieran el suelo con sus cadáveres. Pero después de tanto tiempo, esfuerzo y sufrimiento, no iba a dejarse ir sin luchar. 

Poco iba a poder hacer, y más con sus reservas de poder prácticamente vacías. Pero daría el apoyo que buenamente pudiera, esperando que fuera suficiente. 

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Hasta para alguien como yo, la visión de aquel gigante podía llegar a ser demasiado. Imágenes de aquella raza destrozando a la mía se sucedían involuntariamente en mi mente. Apretaba los dientes en un gesto de rabia, y algo de miedo.

De momento, mejor no acercarse.

Preparé el arco. Esperaba poder hacer todo el daño posible desde la distancia.

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Los pasos de Peludo son mucho más cortos de lo que a él le gustaría en este momento. Su velocidad es como la de un humanoide pues sus movimientos son mucho más rápidos, pero eso causa más dolor en su herida cola. Sin pensarlo mucho, monta en el hombro de Win, donde se siente seguro y listo para actuar.

"De todas formas, ir solo no me volvió muy útil."

Así que decide permanecer ahí y luchar desde esa posición para defender a sus amigos y luchar contra ese maldito gigante, que le aterra de solo verlo a lo lejos.

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No oyó nada en el interior de la casita. Vacía o alguien enmudecido y oculto por el miedo, quizás. Pero tuvo cierta certeza de que no habría orcos en el interior. Mas lo que si oyó fue una voz en un interior. Una que, sin emitir sonido alguno, le hablaba sobre el futuro próximo. Imágenes aparecieron en su mente donde los presentes, al parecer aun vivos, se lamentaban el no poder causar fuego abundante en algún lugar. Win tuvo bien claro de qué se trataba. Era un aviso de Iomedae.

- ¡Esperad! - advirtió al resto al saber sus intenciones contra el gigante -. Guardar los fuegos alquímicos para otra ocasión. Van a ser necesarios más adelante - afirmó dejando bien claro que si sobrevivían y se encargaban del gigante, ni mucho menos, se iba a acabar su gesta y que deberían de disponer de esas redomas incendiarias. El ciego suspiró y se mentalizó que aun quedaba mucho por hacer. Acto seguido, avanzó rodeando la casa, hasta la esquina más al sur de esta. Oía perfectamente los gruñidos y chapoteos del gigante y los orcos enfilando hacia el callejón, al otro lado del edificio. Sintió a Ertiznao junto a él y a Peludo sobre su hombro.

- Intentemos atacarles por detrás. Debemos obtener toda ventaja posible - les comentó en voz baja.

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Desde que Ekaterina había acudido a la puerta de la posada había estado en silencio y profundamente sumida en sus pensamientos, un comportamiento que exteriormente no suponía una diferencia sustancial al habitual. Exteriormente.

Estaba preocupada, como lo había estado al principio de aquella demencial y larga batalla, por el destino de Cham. Su principal objetivo en aquel momento había sido acudir a la posada lo más rápido posible para saber qué había sido de ella y ayudarla. El camino no había estado exento de tropiezos, y más de uno había estado a punto de poner fin a su vida, pero cuando finalmente logró llegar, había sido por completo incapaz de comprobar si ella estaba encerrada en la posada y, de estarlo, si estaba bien.

La mesura la había impedido que echar la puerta abajo para entrar y la prudencia la había hecho guardar silencio cuando desde el exterior había intentado escuchar por si al otro lado reconocía alguna voz familiar. Era mejor así. Por su culpa ya había muerto una inocente aquel día. Cuando todo acabara, si seguía viva, ya tendría tiempo para ver qué hacía. Ahora su principal preocupación se acercaba a enormes zancadas atravesando el manantial.

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Las aguas del manantial se agitaban con el movimiento del gigante. Paso a paso, el monstruo se acercaba.

-El arco, gesticulaba Dagfinnr mirando a Piero. El vikingo no iba a usar el arma que había dejado Haluk, y necesitaban todos los ataques a distancia posibles. Acto seguido, siguió avanzando hacia el hueco que había entre los dos edificios. Desde allí, podía intentar llamar la atención del gigante. Tal vez cargar contra alguno de los orcos...

El combate se acercaba. Las palabras de Winn le dejaron claro que no iba a ser el final de la batalla, pero para un guerrero cualquier lucha había que tomarla como la última. Uno siempre tenía que estar preparado para cruzar las puertas de Valenhall.

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Haluk Molok seguía trasteando con los objetos saqueados, había dejado material en el suelo mientras sujetaba una bomba con mecha y un fuego de alquimista. Pudo ver como varios de sus compañeros se alejaban para ir avanzando hacia el manantial, allí esperaban a que llegaran los enemigos.

Los ojos del trasgo observaron a Piero trastear con los objetos, buscaba alguno de ellos y allí dejó que el granjero sujetara lo que quisiera. Pudo ver como Win, Ertiznao, Peludo y el tabernero Rabus flanquearon por un lateral, era una buena estrategia para hacer una encerrona a los enemigos.

 El seguidor de Asmodeus siguió trasteando con los objetos, debía de llevar las bombas entre las dos edificaciones para hacer una trampa a los pieles verdes.

<< Deben de sufrir… sufrirán el fuego de Asmodeus, pienso carbonizarlos y convertirlos en un amasijo de carne y huesos. >>

- “Piero, debemos de terminar con todos estos cabrones. Recuperaremos la normalidad y purgaremos este lugar de esas bestias para recuperar tu granja y tu vida.” -  una fanática sonrisa surgió de los labios del hobgoblin, lo decía enserio, quería ver sufrir a todos esos seres, la maldad en su ser se podía ver reflejada en su mirada. Si algo tenía claro el cruzado era morir matando.

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Algo se movía más allá del agua. Una diminuta criatura entre los edificios humanos hechos de madera. Era tan pequeño que el propio Aplastador jamás se habría percatado de su presencia si no fuera porque algo de lo que llevaba el diminuto ser brilló cuando se movía.

Entrecerró los ojos arrugando aún más su enorme y fea nariz. Vaho y un aliento fétido surgieron de su boca y sin titubear agachó la mano sumergiéndola en las aguas. Tras unos breves instantes el brazo del gigante se alzaba en el aire dispuesto a arrojar la roca contra Momo. ¿O apuntaba a Willbur? ¿O era otro su objetivo? No podían decirlo, lo único que tenían claro era que el gigante se había percatado de su presencia. Si los orcos que le acompañaban no les habían visto, ahora casi seguro que no serían sorprendidos.

Pero seguramente por el mismo agua que resbalaba de su mano, la piedra se deslizó antes de tiempo mientras el gigante movía el brazo. La trayectoria de la roca no siguió su curso normal, y simplemente cayó a escasos metros del propio gigante, aplastando por accidente a uno de los orcos que le guiaban.

Un bramido de rabia o frustración surgió de la garganta del enorme ser. Mientras tensaba los músculos de ambos brazos, su figura imponente miraba hacia el cielo los segundos que duró el grito. Luego bajó la mirada y continuó avanzando.

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Rabus se sentía fuera de lugar, asustado y nervioso casi hasta el paroxismo. Las manos que sujetaban la ballesta temblaban como los de un octogenario con fiebres. Después de unas escuetas directrices, sus compañeros habían partido en diferentes direcciones, dejando al tabernero retrasado mientras se peleaba con el mecanismo de recarga de la ballesta. Al levantar la mirada, se encontró solo. Solo en medio de una aldea humeante y arrasada. Solo en una callejuela sembrada de cascotes, cadáveres y desesperanza. Las sombras parecían alargarse desde las esquinas de las casas, intentando atraparle con sus tentáculos de oscuridad. Algo se rompió dentro del posadero y, como una roca que se desprende de un risco y empieza a rodar hasta convertirse en avalancha, sus piernas iniciaron una lenta marcha que a los pocos pasos mudó a una alocada carrera.

Rabus huía. ¿Hacia dónde? No lo sabía y no le importaba. Allá donde mirara tan solo veía negrura, humo y destrucción. ¿Qué más daba la dirección cuando la muerte te rodea como el mortal abrazo de una pitón? Sus ojos parpadeaban ciegos; su respiración galopaba sin freno como un caballo con la cola en llamas. Hasta que tropezó. Un montón de escombros puso fin a su deriva y el pobre posadero cayó cuán largo era. El impacto le dejó tosiendo polvo y cenizas y lanzando intrincadas maldiciones a la noche, pero le sacó de su pavoroso trance.

El tabernero alzó el rostro, desorientado. No lejos de él, junto a una casa medio derruida, Ertiznao se agazapaba tras un muro bajo. Win avanzaba entre los cascajos muy cerca del goblin, agachado para que el murete le sirviera de cobertura. ¡No estoy solo!, resonó una voz jubilosa en la mente de Rabus. Con un entusiasmo renovado, el gerente del Campo de Muerte terminó de amartillar la ballesta y se arrastro como pudo hasta la posición de sus compañeros.

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Desde el hombro de Win, Peludo aguarda el mejor momento para actuar. Mira hacia la zona en la que avanzan, intentando ver a enemigo. A pesar de su penetrante vista, el gato no es capaz de divisar a los atacantes hasta cuando ya están más o menos cerca. Entonces ve a aquel gigante.

"Realmente es grande y aterrador..."

Pero entonces, el gigante mata a uno de sus acompañantes orcos en un movimiento estúpido.

"... Pero no muy diestro."

Peludo se ríe y le maúlla a Win:

 - "Miau. Miau." (Es grande y se ve muy fuerte, pero el idiota a matado a uno de los orcos de un piedrazo. Solo queda él y un orco, en las aguas del manantial.)

Le dice pues parece que Win no es capaz de detectar a donde están los enemigos. Eso es sumamente complicado pues es uno de los mejores luchadores del grupo y tenerlo incapacitado por la falta de sus sentidos, baja en mucho la capacidad de combate del grupo.

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El mostruoso ser se acerca, a pasos agigantados. Pero eso no es lo malo. La cuerda de mi arco no canta. Dispara, sí, pero ha perdido esa canción que tenía. Es como si la catapulta la hubiera dañado de algún modo.

Mierda, justo ahora...

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El gigante tenía bien merecido el nombre, era grande como una torre y feo como el mayor de los demonios imaginables. Su existencia era una afrenta contra todas las cosas en las que creía Ertiznao. Pese a que él hubiera deseado atacar directamente al gigante, sus compañeros decidieron tratar de atacar primero a los orcos que le acompañaban y él decidiendo ser operativo para el grupo aceptó.

Decidido a demostrar su puntería, Ertiznao avanzó entre los cascotes de una casa derruida y agazapado en aquella pobre situación lanzó un virotazo, que para su sorpresa y posiblemente la de todos, acertó en su objetivo. Uno de los orcos recibió con bastante dignidad su disparo y no se desplomó como el goblin hubiera soñado. Al parecer aquellos seres verdes eran más duros de lo que él había pensado en un primer momento. Sin embargo la vida de la criatura estaba marcada y el gigante en un incomprensible movimiento le depositó una enorme roca en la cabeza, haciendo puré al orco.

—Eche cuenta como mío.

Murmuró el goblin mientras barajaba la posibilidad de que el gigante siguiera sus órdenes y atacara a los que él le marcaba con la ballesta. Quizás aquella enorme mole había entendido que se enfrentaba a una inteligencia superior y que lo mejor que podía hacer era cooperar.

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El ronco bramido del gigante extrajo a Ekaterina definitivamente de su ensimismamiento. Daga en mano, presta a ser arrojada tan pronto se acercara lo suficiente, comprendió que debía estar atenta, más de lo que lo había estado, que debía estar preparada y, sobre todo, debía ser cauta. Después de todo el plan que sus compañeros habían estado compartiendo prácticamente a gritos, ahora demostraba tener sus propios fallos.

El gigante, visto lo visto, también podía atacar a distancia, y tras comprobar las dimensiones de las rocas que era capaz de arrojar sin apenas esfuerzo, en aquel enfrentamiento probablemente serían todos ellos los que saldrían perdiendo. Por suerte habían contemplado aquella demostración de fuerza en lugar de sufrirla en sus propias carnes como sí lo había hecho el desdichado orco que hasta hacía apenas unos instantes había estado tirando de sus cadenas.

La muchacha avanzó un poco más permaneciendo alerta, lista ahora, más que nunca, para saltar a uno u otro lado en caso de que tuviera que esquivar una roca volara.

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Varios de los orcos habían caído, uno por culpa del gigante. Era sin duda un ser estúpido, pero tremendamente peligroso. Dagfinnr había visto sus intenciones, y el peligro que podía suponer para Momo así que trató de llevarla a un lugar seguro. -¡Acabad con el último orco!, instó a sus compañeros.

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Mierda pienso, escuchando el arco. Oigo su sonido, pero es estridente, horrible. Como un instrumento desafinado. Los chirridos, imperceptibles para un oído no entrenado, me llegan perfectamente.

¿Qué sucede, Erastil digo, mirando al cielo. ¿Acaso me estás diciendo que mi suerte se terminó tras salvarme de la catapulta?

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Haluk no podía perder el tiempo, necesitaba preparar una trampa para potenciar el daño contra el gigante y así hacerle una encerrona. Mientras Piero  se encargaba del arco, el hobgoblin se guardaba una bomba con mecha y un fuego de alquimista en la mochila.

<< Tenemos que utilizar las tres bombas para potenciar el daño, de esa manera podremos acabar con ese ser. >>

Los ojos del cruzado de Asmodeus observaron las dos edificaciones y la zona central.

<< Allí puede ser un buen lugar para preparar la trampa. >>

Terminó de cerrar su bolsa que se acomodaba en su espalda bajo la capa que ondeaba, los ropajes y la armadura del trasgo estaban sucios de sangre, carne, tierra y mierda varia. Ahora mismo se podía apreciar la familiaridad que tiene él con la guerra, se siente cómodo y por nada está preocupado por sus pertenencias, ya tendrá tiempo para limpiarlas y dedicar su tiempo en mantenimiento de las armas, escudo y armadura.

<< Si me preparado para matar dragones… esto debe de ser un entrenamiento, vamos Haluk >>

Los ojos de Haluk observaron las dos bombas con mecha, su intención era sujetarlas e ir hacia la zona de las dos edificaciones, debía de darse prisa ya que el tiempo no estaba de su lado, el gran estruendo del agua fue perceptible por el hobgoblin, no sabía que había sucedido, no era consciente que el gigante terminó con algunos de los orcos pero ese ruido hizo que el cruzado tomara la iniciativa de ir avanzando con celeridad.  

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Todavía quedaba uno de los orcos que dirigían a aquel monstruo. Parecía que por poco tiempo pues junto a ella vio volar una flecha que se hundió profundamente en el pecho del orco haciendo que entrara en ese frenesí guerrero que precedía a su muerte.

Según sus compañeros aquel debía ser su objetivo prioritario, y aunque Ekaterina podía comprender las razones para ello, no estaba segura de que el combate contra el gigante fuera a ser mucho mejor aún si acababan con él primero. El problema era que ella no tenía ninguna idea mejor, así que siguió avanzando intentando acortar distancias para no desperdiciar su oportunidad al arrojar la daga.

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Los orcos ya estaban fuera de juego... Ahora quedaba lo difícil. Porque siendo sinceros, aquella cosa se le antojaba demasiado grande para caer sin más. Y tenía la desagradable sensación de que, una vez que acortara distancias, iba a realizar una auténtica escabechina con todos ellos. Y había tenido demasiado tiempo para hacer justo eso. Observó brevemente, con poca confianza, la honda que llevaba en su mano. Si tenían que depender de él, estaban condenados. Pero por suerte no debía ser así. Sus compañeros acabarían con él. Solo tenía que prestar alguna ayuda.