Partida Rol por web

Era el momento de saltar. Lin observó a Nemo como se aproximaba mientras lamía sus bolas. Aquello  estaba ocurriendo como debía, gracias a Don gato. Su atención y rabia hacia Lin era tal, que había pasado por alto todo lo demás, incluso a los demás gaticos y a Resaca. Pero 3 humanos era demasiado para Lin... Saltar al árbol era la mejor opción. Había que salir de allí, pero no lo haría sin su compañera. De un brinco, sus uñas se clavaron en la corteza del árbol como garfios. La fuerza del gatazo hizo el resto para llevarle a lo alto de la rama salvadora...

- ¡Rubik! - Exclama nuestra bolita de algodón favorita. - Puedo llevar a los gaticos a la plasa con el Coronel Bigotes... - Asegura bajando el ritmo y contemplando la sangre seca en su pelaje. - Te prometo que soy capás... Ve a ayudar a los otros, tigre. - Le dice con una sonrisa felina y un asentimiento cargado de confianza.

Si el fiero gatico no la detiene saldrá disparada a la Plaza seguida por los gaticos que han rescatado. Se acerca el final de su viaje y está lista para acabar su parte.

- Vamos, ¡corred!-maulló, sintiendo ya cerca a los humanos con los aparatos de la perrera, dirigiéndose finalmente a la valla para saltar.

Rubik escuchó las palabras de ánimo de Marí, y asintió. Si tenía cualquier duda, con aquella forma que había tenido la gatica de referirse a él esta se había disipado. Ahora era mucho más que un gato: era un fiero tigre camorrista. Y por más que la situación fuera peligrosa y sus compañeros fueran capaces, él no era del tipo de los que dejaba a los suyos atrás. De modo que durante un instante la vio marcharse, alejándose en dirección a la fuente, antes de buscar un coche bajo el que esconderse. Desde allí vigilaría si, cuando salieran sus compañeros, necesitaban ayuda con los de la perrera.

Marí corrió, guiando a todos los gaticos hacia la plaza donde les habían encomendado la misión. Se sentía orgullosa de sí misma la gatica, ¡y no era para menos! En su primera misión había hecho tantas cosas... Y le había ido bastante bien. Allí estaba, guiando a todos los gaticos liberados a pesar de ser la más pequeñita del grupo. Era cierto que se había hecho bastante daño con aquella puerta y luego con los cristales de la ventana... ¡Podría haber perdido otra vida! Pero al final todo había salido bien.

En la plaza de las fuentes seguían aquellos gaticos reunidos y al verla llegar con aquella comitiva detrás le hicieron una gran ovación llena de maullidos de felicidad. Todos los gaticos se acercaron a ellos y les rodearon, empezando a socorrer a los gaticos que habían estado secuestrados. Allí estaba también Sombra y aquella gata negra empezó a lamer el pelaje de Marí, limpiando los restos de sangre y dejándola poco a poco igual de reluciente que cuando había llegado. La herida le iba a doler un tiempo, pero no era nada que una gatica valiente no pudiera soportar con entereza.

Fue el mismísimo Coronel Bigotes el que se acercó a ella y la miró con gravedad. - Gatica, has demostrado con creces tu valía cumpliendo la misión que te encomendé. - Hizo una pausa y carraspeó. Tal vez tenía una bola de pelo en la garganta, pero no era momento para vomitarla. Antes tenía que terminar de felicitar a Marí. - ¡Te doy la bienvenida a la Brigada Felina!

Y mientras todos expresaban su alegría por la incorporación de la gatica con maulllidos agudos y prolongados, se podía escuchar detrás de la fuente al Coronel, vomitando aquella bola inoportuna. 

Resaca por el hueco entre las vallas y Lin por encima del árbol, ambos gaticos lograron pasar al jardín de la señora Potts sin dificultades. Atrás dejaban a aquel humano memo aullando improperios y profiriendo alaridos en los que insultaba al gatazo. Y atrás quedaba también Misi, que todavía estaba saliendo de la habitación.

Atravesaron el jardín con toda la velocidad que les permitían sus ágiles patas de gaticos y cuando estaban saliendo de él para llegar a la carretera pudieron ver cómo la señora con rulos salía de su casa, agitando una escoba en la mano y uniendo sus gritos a los del humano Nemo. ¡Menos mal que habían salido a tiempo!

Pero no habían acabado los peligros todavía y al llegar a la calle vieron a los dos humanos de la perrera, que estaban apretando el aparato de hacer ruido que tienen todos los humanos en las puertas de sus casas. Tenían en las manos esas escobas con redes con las que podían cazar gaticos. Y al ver salir al gatazo y a la gatica negra, empezaron a agitar esos chismes en su dirección. ¡Parecían dispuestos a perseguir a los gaticos! ¡Había que hacer un último esfuerzo! ¡No había tiempo que perder!

Escondido debajo del coche aguzabas tus ojs de gatico en dirección a la cárcel de Nemo. Pudiste ver cómo los dos tipos de la perrera se bajaban de la furgoneta con esas escobas terribles de atrapar gaticos. Y también pudiste ver cómo, mientras ellos esperaban delante de la puerta del humano memo, Lin y Resaca salían corriendo del jardín de la señora Potts.

Los dos humanos de la perrera los vieron y empezaron a agitar esos chismes en su dirección. ¡Parecían dispuestos a perseguir a los gaticos! ¡Había que hacer un último esfuerzo! ¡No había tiempo que perder!

Por fin conseguiste saltar por la ventana y salir de aquella habitación. Pero cuando llegaste al patio ya no había ni rastro de Lin, ni Resaca, ni ninguno otro de los gaticos. Tan sólo podías ver a Nemo, desgañitándose aullando improperios y profiriendo alaridos en los que insultaba al gatazo que tanta guerra le había dado. 

Pudiste ver entonces cómo la señora con rulos salía de su casa, agitando una escoba en la mano y uniendo sus gritos a los del humano Nemo. ¡La cosa se complicaba más y más!

Y por si era poco, alguien debía haber apretado ese aparato de hacer ruido que tienen todos los humanos en las puertas de sus casas, porque un estruendo horrible y agudo resonó por toda la tienda de Nemo. ¡Debían ser los de la perrera!

Marí no se cree lo que ve. Con los ojos como platos de zafiros mueve incesante la cabeza en todas las direcciones, con sentimientos cruzados de orgullo y algo de timidez. ¡La adoran a ella! ¡Adoran a la gatica nueva y pequeñita! Es cuestión de segundos el que se una a celebrar las ovaciones con maullidos fieros y cascados por su pequeño fracasillo de antes, pero orgullosos a fin de cuentas.

Lleva a los gaticos pegados a sí misma todo el tiempo que es capaz, pero una vez tiene en frente al mismísimo Coronel Bigotes, se queda de piedra y se olvida de todo. Se para firme frente a él y traga saliva. Casi se le sale una bola de pelo del susto. Tras el atragantamiento lo mira a los ojos, sin saber qué esperar. Su sonrisa se ensancha con las felicitaciones. Asiente rápida y repetidamente. - ¡Grasias Coronel! ¡No los defraudaré! - Se acuerda entonces de sus compañeros. - El resto llegarán en un momentito... ¡Están luchando como leones contra Memo!

- Lin, ¡mira!- maulló, refiriéndose a los humanos, sintiendo que todo el pelaje se le erizaba, más ante la visión de la señora con rulos que ante la proximidad de las redes, pero aún así, asustándose ante la visión de los empleados de la perrera.

Resaca no podía dejar que la atrapasen. Su humano alcohólico era demasiado despistado, y de seguro nunca se le ocurriría ir a buscarla a la cárcel a la que enviaban a los gaticos cuando los atrapaban. ¡Y ella adoraba el radiador! ¡Adoraba las caricias de aquel ser inferior que apestaba a alcohol! ¡Y aún tenía muchas luces parpadeantes que atrapar y destruir! Y muchos gaticos a los que amonestar y señoras a las que asustar por su pelaje negro. 

No. No podía dejar que la atrapasen. Se sentía desfallecer, pero no importaba. ¡Tenía que correr!

Rubik esperó, tenso, a que Lin y Resaca salieran de aquella casa. Algo dentro de él se agitaba, impaciente, haciéndole contenerse para no entrar a buscarlos y asegurarse de que estaban bien. Al ver cómo se escabullían sintió alegría, y sólo cuando estuvo seguro de que podrían llegar a salvo a la Plaza de las Fuentes dejó el coche bajo el que estaba agazapado y corrió como un cohete, dejando atrás hombres de perrera, Memos y señoras, y convirtiéndose en una mancha gris en la noche. Todo había salido a pedir de boca.

Fué al saltar de nuevo cuando Lin volvió a hacerse daño en las patas traseras, haciendo que se abriesen ligeramente las heridas coaguladas y volvieran a humedecerse. El gatazo, pudo ver como Resaca se escabullía como alma que lleva el perrazo, e hizo lo propio. Esprintó con velocidad hacia la calle. Si alguien le seguía tenía claro cual era el objetivo. Aquella por la que más carros metálicos circulase. Los afilados ojos del gato parecían querer decir que algo le faltaba...una víctima. Se iría con sabor agridulce si no era capaz de eliminar a uno de esos humanos, aunque le costase bien caro.

Estaba claro que el gato había cambiado, evolucionado. Ya lo mencionó en la reunión. Ya no veía como su enemigo natural al perro... sino al hombre.

Resaca y Lin corrieron escapando de aquellos hombres de la perrera y de repente, una bolita gris salió de debajo del coche en el que había estado escondido y Rubik se unió a ellos en su carrera. 

Cuando llegaron a la Plaza de las Fuentes se encontraron una fiesta felina. Todos los gaticos rescatados estaban mezclados ya entre los gaticos habituales y Marí estaba siendo mimada por dos gaticas, que lavaban su pelaje haciendo que recuperase su blancura original. 

Al ver llegar a los tres nuevos gaticos maullidos de ovación llenaron la plaza y todos se acercaron a ellos para frotarse contra sus pelajes o darles topetacitos de enhorabuena con las frentes. 

El Coronel salió en aquel momento de detrás de la fuente grande, donde había estado intentando vomitar una bola de pelo, y se acercó personalmente a vosotros. 

- ¡Gaticos! - Empezó, visiblemente emocionado con el éxito de la misión. - Sois unos héroes felinos. Habéis logrado liberar a todos los gaticos que ese maldito humano Nemo había encerrado en su cárcel. ¡Marí nos ha contado que incluso habéis luchado contra él! Sois el honor y el orgullo de la Brigada Felina y seréis cofcof condecorados por ello. Cofcof. - El Coronel empezó a estirar su cuello otra vez y dio un par de pasos para apartarse y librarse en condiciones de aquella maldita bola de pelo. - Disculpadme un miumento. Cofcof.

Al llegar a la plaza Rubik estaba agotado física y mentalmente. Ni siquiera se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que había tenido que emplearse durante la noche, y ahora se encontraba extenuado. Sin embargo ver allí a los cachorros y encontrarse con Marí, que parecía estar mejor, le dio energías para sacar pecho de manera exagerada y recibir los elogios creyéndose que daba el pego como gatazo imponente. Aunque imponer debía imponer bien poco, en parte por su tamaño y en parte por la imborrable sonrisa de su cara.

Caminó entonces en dirección a la gatica blanca, pero antes de llegar apareció el Coronel. A su llamada Rubik que quedó quieto, firme, con su mirada cargada de orgullo. Escuchó sus palabras, y cuando este tosió aprovechó para cruzar una mirada victoriosa con sus compañeros. Aunque no fue hasta que el Coronel se apartó para librarse de aquella bola de pelo que terminó de recorrer la distancia que le separaba de Marí a saltitos cargados de felicidad. Era imposible en ese momento que pasase por callejero, pero él ni siquiera parecía advertirlo.

- ¡Lo has conseguido! - Maulló, encantado. - ¡Los has traído a todos!

Lin aflojó el paso al llegar a la plaza. Allí estaban los gaticos maullando. Los maullidos de ovación, gatos restregándose...

Se detuvo y lo miró un instante. No cabe duda de que sintió cierta emoción. Cansado y con restos de sangre en su nariz, zarpas y cuartos traseros, se dirigió a Resaca y la dió un toque con su cabeza de forma afectuosa y un lametón en el carrillo. También se acercó a Marí inmerso en esos ojazos azules, mientras se dejaba limpiar por las gaticas, para darle un lametón igualmente afectuoso. Habló entonces el Coronel Bigotes para mayor euforia de la multitud gatuna. Al ver a Rubik acercarse dando saltitos de felicidad, le llamó por su nuevo apodo. -¡Camorrista!...- Se acercó a él con claro orgullo. Agachó un poco la cabeza para encontrar la del bravo cachorro. Luego lo miró fijamente.

-Ahora debo irme, Rubik...- anunció con cierta tristeza, pero una tristeza alegre. -...Mi hijo Tifón ocupará mi lugar en el barrio y aquí...- Miró a su alrededor sonriente. -...ahora te tienen a ti.- Miró a Resaca y a Marí. -y a ellos...- Restregó entonces su cabeza con la del cachorro con tremendo afecto.- Aún tengo algo pendiente...- fue su única explicación, pero sus afilados ojos que aún no dejaban de manar odio, dejaban claro qué era ese "algo". Se irgió entonces en todo su tamaño, imponente y desmesurado. -Pero antes debes saber, que tu padre se siente tremendamente orgulloso de ti...-

Misi se había quedado solo. Maulló, molesto por no haber podido darles la vida que merecían a los gaticos y, tras echar un breve vistazo alrededor, decidió que era el momento para salir cuanto antes. Si se quedaba atrapado allí probablemente no le pasaría gran cosa, ya que Nemo le conocía, pero los humanos se harían muchas preguntas e igual le dejaban sin atún por escaparse. No, definitivamente tenía que salir de allí cuanto antes.

Sin pensárselo dos veces echó a correr lo más rápido que pudo hacia el árbol para llegar a la libertad y volver a su casa para que sus dueños le diesen un buen baño. T​oda esta suciedad me costaría siglos quitármela.

Ni siquiera estabas seguro de cómo lo habías hecho pero lo habías logrado. Habías esquivado a Nemo, que vociferaba en dirección al lugar por el que habían huido los otros y te habías colado entre las piernas de la señora con rulos sin que su horrible escoba llegase a tocarte. Estabas seguro de que si te hubieras parado a maullarle, la señora se habría ablandado y te habría dado una lata de atún, pero claro, con los precedentes que habían sentado tus supuestos compañeros la habían alterado... Y no era para menos, habían herido gravemente a su perrito. Si a ti alguien te hiciera algo así tus humanos también se enfadarían. ¡Claro que sí!

El caso era que ya estabas en la calle y podías ver a lo lejos a Resaca, Lin y Rubik huyendo en dirección a la plaza de las fuentes. Detrás de ellos corrían dos tipos de la perrera, con esos chismes que eran como escobas pero con redes para atrapar a los gaticos descarriados. 

Tenías que elegir. Si corrías junto a ellos para ir a la plaza tendrías que pasar junto a esos dos humanos que cada vez estaban más lejos de los gaticos que huían. Si te ibas en dirección contraria, hacia donde por cierto estaba tu casa, no tendrías ninguna dificultad, pero ya era tarde y sería imposible llegar a la plaza de las fuentes antes de que la reunión felina de esa noche se disolviera. 

El camino que se alejaba del peligro y de los locos gaticos anarquistas tentaba mucho a Misi, pero en el último momento decidió ir en dirección a la plaza. Por muy tentador que fuese ir a acurrucarse al lado de la niña, tenía que escuchar lo que se decía en la reunión, tal vez podría traer a uno de los gaticos a casa y al menos salvar a uno.

Salió corriendo en dirección a la plaza intentando esquivar a los hombres de la perrera en el camino. Si le atrapaban acabaría en la casa, pero se perdería la oportunidad de espiar a los gaticos anarcas y eso podría resultar fatal para muchos otros gaticos y humanos cariñosos. No, definitivamente tenía que conseguirlo.

Sin perder de vista a Lin y a Resaca corrió como nunca antes lo había hecho. Ignoró el dolor y todo lo demás, su objetivo era claro, llegar a la reunión y seguir infiltrado. No había podido frustrar este plan... Pero una batalla perdida no era una guerra perdida.

No había pasado ni un minuto cuando apareció Misi en la plaza de las Fuentes. El gatico llegaba en muy mal estado. Su rabo formaba una extraña L y tenía un bulto en el lomo que tenía todo el aspecto de ser el resultado de una buena patada proporcionada por uno de los tipos de la perrera. Iba cojeando y jadeante, pero... ¡Lo había conseguido! ¡Había logrado sortear a aquellos humanos de la perrera y llegar hasta la plaza con los demás!

Los gaticos que allí se encontraban celebrando el éxito de la misión rodearon también a Misi. Allí podía verse a Marí, a la que dos gaticas estaban mimando y lamiendo para dejar su pelaje reluciente. A Resaca, todavía ubicándose, y también a Lin, hablando con Rubik, cuyo pecho se henchía con orgullo. Una gatica parda se acercó al gatico pelirrojo y le dio un topetazo con la cabeza en el lomo antes de empezar a lamerle la cabeza.

Tras la fuente se escuchaba un sonido rasposo que todos conocían bien y tras algún que otro "Jjjjjjjjj" y "Bleeerrrrggghhh" el Coronel, con el cuello totalmente estirado, logró vomitar aquella bola de pelo que tanta guerra le estaba dando en los últimos minutos. 

Se acercó entonces, sintiéndose liberado, al último gatico llegado a la plaza y se subió encima de la fuente.

- ¡Gaticos! Todos los voluntarios han llegado sanos y salvos. Tenéis heridas, pero esas se curarán con el tiempo. Lo que no se borrará jamás de la memoria felina de esta urbanización es la valentía que habéis demostrado esta noche al cumplir la misión que os fue encomendada. La Brigada Felina os nombrará miembros de alto nivel a partir de ahora.

Maullidos y ovaciones recibieron estas palabras y tras ellas el Coronel Bigotes se bajó de la plaza, dispuesto a celebrar con todos los gaticos el éxito de la misión.