¿Visita? Si tenía alguna duda sobre acudir al día siguiente, se acababa de despejar del todo. Intentando controlar la curiosidad insana que me había provocado el comentario de "un poco raras", controlé la enorme sonrisa que iba a aparecer torciendo la cara en una mueca extraña.
-Alguien bueno con los espíritus, entiendo. No traer plata, ajam - Repito sus palabras haciendo como que lo apunto todo en una libreta, aunque en realidad sí que estoy intentando memorizarlo todo. Al "escribir" plata, dejé caer las manos a los lados, dándome cuenta de algo - ¡Espera!¿Has dicho plata? No serán vampiros, ¿no?¿No decías que los vampiros intentaban matar a los magos, que eran enemigos y todo eso? Aunque...quizá sean solo magos raritos, como decías...- Mi voz iba perdiendo fuerza conforme divagaba, diciendo cosas cada vez más absurdas. Al final me quedé plantada, con una ceja levantada, y la curiosidad bullendo en mi interior, esperando que llegara mañana.
No importa quienes sean, con que sean la mitad de raros de lo que los pinta, bastará.
Al fin, ya sin intentar ocultarla, una sonrisa de oreja a oreja surgió en mi rostro.
último post hasta el martes, que me voy de viajecito :P
Ya nos vemos ^^
- ¿Vampiros? No, no... ¿cómo van a ser vampiros? Los vampiros no son alérgicos a la plata... ¿No recuerdas historias de que personajes son alergicos a la plata y mueren con una bala de plata? - Dijo Marc mientras inclinaba la cabeza. - Los Cambiaformas tienen un ligero problema con ese metal y, aunque puedes descargarle un cargador entero con balas de plata, lo más probable es que se levanten y te arranquen la cabeza de un garrazo. Son así de guays. -
Marc sonrió con la última frase.
Llamar guay a un Hombre Lobo, y más a su amigo Mecánico no era bueno para su salud.
- Pero... tú no les digas guay... ¿okey? Creo que se mosquean. -
-Ah, ¿entonces vas a traer a hombre-lobos? Muy...entretenidos, ya lo creo. Y descuida, no les llamaré guays, prefiero no enfadarlos. - Me di cuenta de que mi error al pensar que eran vampiros, era debido a mi completa falta de información sobre el tema. No me gustaban las películas sobre vampiros, lobos, ni seres fantásticos similares, apenas sabía lo que escuchaba del instituto, ya que por lo visto, era un tema muy de moda. De todas formas, me aburría tanto que no escuchaba demasiado. Así me pasaba. Con un suspiro, volví al presente.
-Entonces también es una exageración lo de la plata...si ni siquiera disparar un cargador con balas los mata, ¿son invencibles?
En ese momento vi mi oportunidad, y decidí aprovecharla. Compuse un pequeño gesto de miedo, para darle más credibilidad a mi sugerencia.
-¡Pero yo no sé nada sobre cambiaformas, ya lo has visto!¿Y si digo algo completamente inapropiado, y deciden atacarme? No podrías...¿enseñarme algún truco para defenderme? Ya sabes, para estar más tranquila.
Y en ese momento recordé mi collar en forma de herradura. No estaba del todo segura, pero creía que era de plata. Uff, por poco se me olvida que lo llevo puesto. Tanto tiempo llevándolo, que al final no me doy cuenta de que está colgado de mi cuello.
Con un simple gesto, lo puse encima de mi camiseta, para recordar quitármelo en casa.
A la porra la buena suerte, para lo que me ha servido hasta ahora...
- De entretenidos, nada. - Dijo serio Marc... pero después, quitó todo el hielo del ambiente al guiñarte un ojo. - Que no te preocupes, que no son peligrosos si sabes como tratarlos. Y la manera de tratarles es simplemente no tratarlos como perros. Eso les molesta mucho. Y la plata, ¿te he dicho lo de la plata? -
El rubio se sentó en una de las sillas que había por allí y comenzó a tamborillear con los dedos sobre la mesa, como pensativo. ¿Tal vez está sopesando tu propuesta de que te enseñe algo para combatir a un hombre lobo? ¿O simplemente querrá decirte algo?
Al final, habló.
- Mira, me pensaré eso de enseñarte a combatir a un hombre lobo, pero no ahora. Ahora, vete a tu casa a descansar y si quieres, vente mañana por la mañana, bien temprano. Estos se levantan cuando sale el sol. Así los conoces, y hablas un poco con ellos antes de ponernos con el asunto de los espíritus. -
Al ver el guiño del chico, llegué a una conclusión. No me gustaban los misterios, y no me gusta que en un momento actúe de una manera, y al siguiente de otra completamente distinta. O el tema era serio, o no. Pero no conseguía acostumbrarme a que a cada momento pudiera hacer algo inesperado. Era algo completamente nuevo, desde siempre sentía una satisfacción inmensa cuando conseguía solventar mi curiosidad, resolviendo los pequeños misterios del día a día.
Con él, empezaba a pensar que jamás podría desentrañar su personalidad, sus cambios de tono. ¡Pero si ni siquiera sabía su nombre! Aunque me negaba a preguntárselo, tozuda. Si alguna vez me lo decía, tendría que salir de sus labios, no de los míos.
-Me has dicho que tienen un problema con el metal. Nada más. - Con esa frase quería incitarlo sutilmente a que me contara más cosas sobre los hombres lobo, pero seguramente no funcionaría.
Una gran sonrisa surgió en mi cara cuando dijo lo de enseñarme, pero se esfumó en cuanto dijo que me fuera a casa. Decepcionada, miré mi reloj disimuladamente. ¿Cómo se podía haber hecho tan tarde? Aunque mirándolo desde otra perspectiva, parecía que hubieran pasado días, no horas, desde aquella mañana en la que el profesor nos daba el palique.
-Ehh, sí, vendré a primera hora, lo prometo. Estoy casi segura de poder encontrar la casa, llegaré en un santiamén.
En realidad, no estaba para nada segura de poder encontrarla. En autobús no sería difícil, pero si tenía que venir en cuanto saliera el sol, no habría autobuses, y no tenía ni la menor idea de dónde me encontraba.
¡Maldita orientación! - pensé con una sonrisa algo falsa.
- Marc. Me llamo Marc. - Comentó como si nada, mientras se metía una mano en el bolsillo del pantalón y parecía rebuscar en su interior algo. - ¿Dónde la he dejado? Mierda, siempre estoy perdiendo las cosas y... -
En ese momento de incertidumbre, el pequeño Zik regresó saltando ( con cada salto se movía todo el suelo ), al parecer, con algo brillante en la mano. Desde dónde te encontrabas parecía una especie de gijarro o algo parecido. Marc se agachó y el pequeño demonio se la deposito en las manos.
- ¡Aquí está! No sé dónde la ha encontrado, pero toma... - Le arrojó la piedrecita a Aurora. - te ayudará a encontrar la casa, brillando más fuerte a medida que te acercas. No quiero que el primer día te pierdas y termines en otro sitio distinto a este. Que nos conocemos y sabemos como te orientas. -
Levantó un dedo, el dedo índice al aire y te miró a los ojos.
- Primera lección: Aprender a ocupar la mente en otra cosa y mezclar los pensamientos. Un hechicero puede pensar en muchas cosas a la vez, miles de cosas, y así, crea una maraña en el interior de su mente, y eso hace que a los demás nos sea incapaz de mirar y leer esos pensamientos. Tienes que empezar a hacer ese tipo de cosas... por ejemplo, hablar con alguien mientras cuentas hacia atrás desde mil, o cosas por el estilo. Ahora mismo, eres como un libro abierto. -
¿Ahora me dice su nombre? - pensé, entrecerrando los ojos. Este chico, Marc, hacía cosas sumamente extrañas, parecía como si...
Mis sospechas se esfumaron de inmediato cuando me lanzó la piedra. Con una nueva sonrisa, la cogí en el aire, y, sujetándola con el pulgar y el dedo índice, le di vueltas lentamente, sin dejar de observarla.
- ¿Brillará conforme me acerque? Es genial, muchas gracias.
Lo guardé en un bolsillo, al lado del móvil y demás, cuando dijo "nos conocemos".
Enarqué una ceja, pensando que se había tomado muchas confianzas. Vale que me haya echado su sangre encima, y que me haya convertido en una maga, y que yo haya entrado de infiltrada en su casa, pero de ahí a decir que nos conocemos...¡Que me acabo de enterar de su nombre!
Nuevamente, pensamientos extraños acudieron a mi cabeza. Miré su dedo cuando lo alzó, esperando a que dijera algo, a que disipara mis dudas. Y en vez de eso, las confirmó. Ahora sí que me quedé boquiabierta, pero mi sorpresa pasó a segundo plano, suplantada por el gran tono rojizo que acababa de adquirir mi cabeza, hasta la raíz del pelo.
¿Ha estado todo el rato, leyéndome el pensamiento?¡¿Se puede saber con qué derecho?! A saber lo que pensará a estas alturas...¡sí, estoy pensando sobre ti, señorito Marc!¡Te lo has callado hasta ahora a propósito!
Furiosa, y sin poder contener el subido tono que había cogido mi cara, me tapé la cara aun más moviéndome el flequillo, hasta que apenas se me veían los ojos, ocultos bajo esos mechones morenos y rubios.
-En vez de contar hasta mil, contaré mil ideas para vengarme, por lo que has hecho. ¡No es justo!
- ¡Ja! - Soltó el rubio al aire, hasta que después, estalló en una carcajada que resonó en toda la habitación. - Puedo leer tu pensamiento, pero no lo he hecho activamente si eso es lo que te preocupa. Pero piensas tan fuerte y tan directamente hacia mí, que es como si me hablaras directamente. Entiéndelo, ahora tu mente está abierta, mucho más que antes, y la mía, después de tantos años, digamos que está más atenta a cierto tipo de cosas. Y tu poderosa mente no hace más que pensar en mí y en lo que te estoy diciendo, y simplemente, escucho lo que dices. -
El muchacho te guiñó un ojo y enarcó una ceja.
- Además, no tienes nada que ocultarme, ¿o sí? ¿Has pensado algo malo de mí? Bueno, eso no importa. No importa que yo te escuche cuando piensas, pero ten en cuenta, como te he dicho antes, que puede haber más personas con la mente dispuesta a escuchar lo que dices... -
Sabía que lo de poderosa lo decía por calmarme, pero aun así me gustó el halago...o lo que fuera.
- Entonces - 1000 - necesitarás - 999 - entrenamiento tú también - 998 -, ¿no? - Con el ceño fruncido por el esfuerzo que me estaba costando hablar y contar al mismo tiempo, conseguí componer una sonrisa jocosa 995 - tendrás que aprender a dejar mis pensamientos tranquilos, o te patearé ese mágico culo tuyo.
900...
Bah, esto es una pérdida de tiempo.
Suspirando, dejé de contar, y le contesté sin preocuparme de que pudiera leerme la mente. Allá él si se cree digno de leer mis pensamientos. Cuando haya entrenado ya no podrá hacerlo. Incluso podría leerle yo la suya.
Mis labios adquirieron una mayor tirantez al transformar mi sonrisa en una mueca pícara.
- Claro que no he pensado nada malo - le aseguré. Algunas tonterías momentáneas no cuentan, ¿no? - Pero no quiero que otras personas entren en mi mente. Nadie tiene el derecho a entrar en algo tan personal. Además, se morirían de envidia - añadí guiñándole un ojo, sonriente.