La Caída de la Casa Usher.
Es lo primero que pensó Libera cuando escuchó los sonidos quebrados que anticipaban el desastre. Aún no tenía muy claro qué exactamente les estaba atacando, pero el quejido del blindaje al abrirse sonó exactamente como ella se imaginaba que sonaría la Casa Usher al desmoronarse. El imponente poder súbitamente convertido en arena y barro.
Y de pronto, el aullido del metal dejó de tener importancia. Una constelación de fragmentos perdidos de blindaje se hundió en su cuerpo, besos acerados y fríos desgarrando piel y carne. El aire se le escapó de los pulmones mientras el ejército de cortes empezaba a sangrar, convirtiéndola momentáneamente en una Virgen milagrosa a la que rezar por la Salvación, en una niña de estigmas sagrados a punto de ver la luz eterna. Literal y figuradamente.
Sus pasos decididos trastablillaron, decididamente; perdió pie y se tuvo que apoyar en una de las pocas vigas intactas de la sala, convertida su figura ideal en una performance en rojo y gris metálico. La vista se le nubló y el sabor ácido de la bilis se le instaló en la garganta.
Libera tenía suficientes conocimientos en Medicae como para darse cuenta de que tenía aproximadamente diez minutos de autonomía antes de, probablemente, desplomarse por el shock. La adrenalina y la reacción del organismo a una agresión repentina de semejante magnitud duraría poco, pero sí lo suficiente como para asegurarse de que Ri-ri entraba en esa puñetera cápsula.
Una de las mayores esquirlas de metal estaba alojada en el hígado. Sin atención médica apropiada, mortal de necesidad en dos horas. Tanto daba, no tardaría dos horas en salir de aquí, para bien o para mal.
- Ariadne...e -no la llamó por su mote. Su voz trató de sonar tan firme y tranquila como siempre, pero terminó en un gorgoteo húmedo que le salpicó de sangre los labios. Rosa Fucsia nº233 de Margaret Astor. Rojo sangre nº2 de Libera Safo-. Muévete. Hay que salir de aquí.
Motivo: Metralla
Tirada: 1d100
Resultado: 35
Motivo: Daño
Tirada: 1d4
Resultado: 4
35 justos.
8/11 de Daño.
Ariadne se cubrió como buenamente pudo, esquirlas rasgando una piel pálida y hasta entonces, perfecta. La sangre del golpe de la cabeza, reseca, la adornaba a juego con los nuevos cortes, limpios y manando regueros de sangre. Un pago pequeño para el que habían sufrido otros, atrapados más allá o en medio de las gigantescas puertas que se cerraban decidiendo quién vivía y quién moría, una versión tosca y barata de las magníficas y recargadas puertas que decían los antiguos que custodiaban Cielo e Infierno.
El aire estaba viciado del olor desagradable de la sangre y las vísceras, de los últimos restos evacuados por los muertos. El oxígeno consumido con el regusto al calor dejado por la explosión inundando la sala, y la rememoradora tuvo que contener con un esfuerzo casi insoportable la bilis que amenazaba con salir ante aquella estampa sensorial.
Pero entonces vio a su hermana y fue suficiente para cortarle la digestión y cualquier proceso biológico, respiración incluida. Un pequeño hilo de sangre caía de sus labios y parecía mucho más afectada con la explosión, sacando fuerzas de flaqueza para mantenerse en pie y digna incluso hasta en las peores circunstancias. Eso significaba ser noble. Incluso cuando se es consciente de que las esquirlas en el abdomen no pueden ser una buena señal.
- Vamos. Fue lo único que pudo responder a su hermana cuando se recuperó del nudo del estómago, intentando fingir como ella que nada pasaba. Dignidad ante todo: Libera no querría ser ni un peso a cargar ni un elemento a señalar en la multitud...salvo que fuese por su magnífico arte al conjuntar complementos. Con un poco de suerte alguien cederá un asiento a unas señoritas. Intentó bromear, pero su voz sonaba demasiado sería al intentar camuflar el miedo que sentía. Echó mano al brazo de su hermana y se lo colocó sobre su hombro, ayudándola a moverse.
No podía pasar ¿verdad? Libera no podía morir. No aún: eran demasiado jóvenes y bonitas.
Aunque ahí estaba Irina. Se mordió el labio con fuerza, intentado abrirse paso hacía la cápsula a codazos, arrastrándose por la marea humana. Bah, una imbécil capaz de enamorarse de un sujeto como Leo tampoco demuestra muchas capacidades de supervivencia, intentó consolarse.
Ellas eran diferentes.
2 puntos de daño.
Libera contuvo un gemido cuando Ariadne la sujetó. Hay una diferencia entre sufrir muchas pequeñas lesiones sucesivas o hacerlo simultáneamente, y es la capacidad del cuerpo para amortiguarlo y responder. Un daño repentino y extenso hace que el cuerpo enloquezca; la cascada de coagulación que se desata aquí, ahí y allí interacciona con las hormonas liberadas acá, allá y acullá. Excesos moleculares, la catástrofe llega cuando la homeostasis es imposible. Exactamente igual que lo que había ocurrido en la nave: demasiados daños en la cadena de mando habían causado que cada militar perdiera el norte, su función y su objetivo; perjudicando al resto de habitantes de la nave. Suicidio celular. Apoptosis.
Saber todo eso no consuela. Imaginarse la fuga de citoplasmas, las lipoproteínas buscando en vano un lugar al que anclarse para comenzar las tareas de reparación de un organismo que hasta el momento sólo ha encontrado problemas como un exceso esporádico de aminoácidos en la dieta era aterrador. No era el cuerpo de un soldado, el suyo. Si fuera un cuerpo de soldado... sonrió, pensando en la Sección 33 y los que allí habían huído. Era hasta gracioso.
Y ahora llegaba la hora de la verdad. Era evidente que no tenía posibilidades de recibir atención médica -de las dos gemelas ella era la única que había sentido interés por ese área-, tanto como era evidente que las probabilidades de supervivencia de Ariadne descenderían radicalmente si tenía que arrastrarla.
- Ariadne -inspiró hondo y eso le clavó más aún la metralla en el tórax. Imbécil. Trató de mantener la compostura; si tenía que morir, que se notara que era una De Granellois-. Es...cúchame.
El sabor a hierro en la boca no era del todo desagradable. Las punzadas por todo el cuerpo aún no dolían demasiado, el sistema nervioso estaba demasiado saturado como para entretenerse en naderías como la nocicepción.
- Te acompañé a esto... porque quise - le dijo a su hermana. Lo último que deseaba era que su gemela se dedicase a sentirse culpable el resto de sus días-. Nadie va a... ceder... el asiento. Tienes que... conseguirte uno. Y yo soy un lastre.
Aún podía enfocar la mirada, así que lo hizo. No estaba confusa, ni alterada por el dolor, ni desconcertada, ni sin saber lo que decía. Era perfectamente consciente de lo que había. Más bien poco, al menos en materia de futuro.