Partida Rol por web

Tardaron, pero finalmente encontraron el rastro del carruaje rojizo. La suerte y la información de los viandantes les condujo a una casa a las afueras. Era más bien humilde, de dos pisos y construida en piedra con tejado de madera, pero desde lejos pudieron vislumbrar que había un vigilante dando vueltas a ella. El carruaje rojo estaba en la puerta, aunque le faltaba un caballo.

Empezaba a anochecer.

El lugar aquel no le decía nada, no proporcionaba ninguna pista de lo que les podía esperar dentro. Obviamente había alguien allí que controlaba la magia, pero poco más podía imaginar.

- Hay que ser prudentes, deberíamos acabar con el guardia antes de que pueda dar la voz de alarma. - murmuró casi sin pensar. Pero obviamente, los guerreros del grupo estarían más preparados que ella para una situación así. - Aunque eso ya lo sabréis... - se medio disculpó. - Podríamos buscar alguna entrada trasera. - Propusó a Fiona, esperando que la idea fuera medio útil.

No soy demasiado silencioso, aunque podría noquearle si encontramos un modo de llegar hasta él sin que dé la alarma

Aleph observaba la casa en silencio, sus ojos pintados con firme determinación

Allí dentro está ella... Tiene que estarlo

Damien discurrió un plan a la desesperada.

-Entonces tenemos que distraerle mientras te acercas a él.-respondió Damien a Aleph.

Se desabrochó el cinturón de la espada y lo tendió al otro noble.-Elías, déjame tu daga, debo parecer inofensivo, Junette, avancemos tú y yo por la calle. Pon cara de miedo. Cuando veamos al guardia nos acercamos a él y le susurramos que necesitamos ayuda, que hay un asaltador enorme que nos quiere robar,  Aleph aparecerá entonces por la calle chasqueando los nudillos. Cuando el guardia se gire en dirección a la amenaza percibida, le pondré la daga de Elías en la espalda.-

-No hay tiempo para nada mejor.-

Aleph asintió en silencio. Aunque no se le daría demasiado bien jugar el rol de matón, su aspecto haría el resto por él. Y, por Celeste, estaba dispuesto a intentarlo

De hecho, estaría dispuesto a intentar cualquier cosa

-Cuando te vayas a acercar, piensa en los miserables que han atacado a celeste y escupe al suelo mientras chasqueas los nudillos, darás el pego, te lo aseguro.-

Celeste estaba en un estado de semiinconsciencia que hacía mucho que no rozaba. Su cuerpo decidía desconectar para evitar más dolor y sólo la fuerza de voluntad permitía que siguiese pensando (aunque no muy coherentemente). Así había sido las primeras veces.

La mujer la había dejado sola con Vincent otra vez. Le habían echado un cubo de agua helada por encima para ayudarla a despejarse, pero en los minutos transcurridos (tres, cinco, veinte o sesenta, no lo sabía) había logrado volver a relajarse... si es que podía utilizar esa palabra.

En cuanto vio que Junnette y Damien se acercaban a la casa, el vigilante avanzó hacia ellos con la mano por delante.

-Alto. No podéis estar aquí.

Junette se agarró al brazo de Damien tan pronto como este expuso su plan. Creía que darían bastante el pego como pareja inocente, y que Aleph haría el papel de amenaza de forma estupenda. Pero el vigilante parecía que necesitaba un poco más de drama para dejar de verlos como una amenaza. Por eso, ocultando sus manos entre el ropaje, se clavó las uñas en las cutículas de la mano contraria. Automáticamente se le saltaron las lágrimas, lo había hecho de forma tan instintiva que hasta el dolor le sorprendió.

- No lo entiende... - dijo volviendo a agarrarse a Damien, mientras que dejaba que las lágrimas empezaran a rodar mejillas abajo - Nos... nos están siguiendo... - usó su tono más indefenso y desesperado, pero esperaba que no sonara demasiado trágico tampoco - Es un hombre enorme y nosotros no podemos hacer nada... ¿puede ayudarnos? - ahora sólo faltaba que Damien rogara también un poco.

Miedo. Dolor. Miedo. Dolor. Desvanecimiento. Miedo. Dolor.

Celeste estaba de nuevo encerrada, siendo torturada pero esta vez sin ningún motivo. Lucien lo hacía para despertar el némesis de su interior, o quizá para convertirla en una fiel servidora. El mismo hombre le había prometido que si hablaba no habría dolor, no habría tortura... quería hablar con él. Al menos parecía que Lucien guardaba un cierto aprecio por ella.

Celeste lo mataría, eso estaba segura, pero si todo eso continuaba así estaba claro que su lista de asesinatos tendría que aumentar. Mataría a esa puta que estaba torturándola sin motivo, y lo haría lentamente, disfrutando con sus estertores de dolor. Le devolvería cada segundo de sufrimiento multiplicado... no... exponenciado.

Pero ahora estaba presa, y tenía que salir de ahí. El aviso que había dado a Aleph había sido escueto, no suficiente para que pudiera encontrarla, sobre todo porque ya no se encontraba en el rabo del cerdo, y seguir las pistas sería prácticamente imposible. Tendría que salir de allí por sus propios medios, y... ahora mismo sus medios se habían reducido a cero. No tenía magia, ni oscuridad en su interior. 

O si...

-¿Vincent? ¿Te llaman Vincent verdad?

Aleph dejó que el pelo le cayera por delante de la cara, para resultar más amenazador. Acto seguido, comenzó a caminar hacia el lugar, mientras se crujía los nudillos. No dijo nada, y tampoco mudó su expresión. Había intentado pensar en los captores de Celeste, como había dicho Damien, pero la rabia era un sentimiento extraño en él, y le resultaba tan difícil sentirla como simularla. Ansiedad, preocupación, remordimiento, sufrimiento... Todo eso podía sentir Aleph. ¿Pero rabia? No. El chico que había nacido y crecido en los bosques de Alberia quizás, pero ese chico ahora estaba encerrado bajo una máscara de tradiciones, sabiduría, y, por qué no, demencia, que su padre adoptivo le había inculcado hacía ya mucho tiempo... Y que sus experiencias en la vida habían terminado de afianzar. ¿Como mostrar odio, cuando la fuerza que le movía era el amor?

Sin embargo, ahora la vida de Celeste dependía de su actuación. Así que puso todo su empeño en hacer la parte que le tocaba

La cara de Damien era de absoluta y abyecta desesperación, se llevó las manos al rostro por un segundo y luego al corazón como si estuviera a punto de fallarle, mientras hablaba con su mejor voz de pijo de Gabriel -¡Está siguiéndonos!, ¡Está loco! ¡Esta ciudad está llena de gente de baja estofa! ¡Seguro que quiere hacerme cosas horribles!- El toque egoista es la clave... Y señaló en dirección a la calle por la que Aleph aparecería en cualquier momento mientras se ponía a la altura del centinela, de la forma menos amenazadora posible, cómo si el hombre pudiera protegerle. 

El centinela miró a Aleph y su expresión cambió. Tenía miedo, a juzgar por el tono lechoso que había adquirido su rostro.

-Ehm... ¿pero qué? -Al principio con lentitud y luego más rápido, el hombre intentó acercarse a la casa.

-Me llamo Vincent -contestó él, mirándola tan fijamente que parecía que fuese a traspasarla con la mirada, leer sus secretos y recuerdos y despojarla de cualquier intimidad.

-¿Puedo preguntarte cómo fue? ¿qué te hicieron?¿Como acabaste junto a ellos? 

Celeste trataría de conseguir la confianza de Vincent, él pasó por lo mismo que había pasado Celeste, solo que ella pudo escapar a tiempo.

-Me hizo daño. Como a ti. Pero me dejé ir, se terminó el dolor. Ahora trabajo para ellos. Es lo que hago.

Vincent se cruzó de brazos.

-Si tú también te dejaras ir...

-¿Dejarme ir? ¿Qué quieres decir Vincent?

Celeste se temía lo peor, temía que Vincent fuera símplemente una cáscara, un ente sin apenas mente nacido para servir. No quería terminar así, todo menos eso.

-Todavía piensas que puedes huir, pero no es verdad. Pierde la esperanza. Deja que se vaya.

Las palabras fueron pronunciadas con un tono monocorde y frío. Vincent no tenía esperanza.

-Vincent... ¿no puedes ayudarme?

Las palabras de Celeste sonaban más a un ruego que a una pregunta. Empezaba a tener verdadero miedo.

-No.

Vincent no sonaba despiadado, sino sincero.