Partida Rol por web

Rabiah iba de aca para alla por el campamento Tabrisiano, atendiendo a soldados que acudian en busca de un miembro del Ministorum que les atendiesen en sus dudas o rezos, y sobre todo, iba en busca de levantar la moral despues de los ultimos acontecimientos, acompañada de su nuevo asistente, un muchacho alto y de cabeza rapada llamado Mesut, el cual llevaba una cinta que le rodeaba la cabeza a la altura de la boca, y mantenía esta oculta. La cinta tenia bordados textos religiosos en la lengua tabrisiana.

Rabiah asintió comprensiva a las palabras de Nereida. Tambien habia sido una noche dura para ella, como así lo dejaba claro su pequeña cojera que aun arrastraba y sonrió cuando le preguntó por el nuevo medicae de su regimiento.

Nereida, todos y cada uno de estos hombres tiene mi confianza - Le dijo con una sonrisa que pretendia ser maternal, justo antes de que Hamza se presentase, y cuando este lo hizo, les acompañó, con interes de comprobar las habilidades medicas del mistico doctor.

Orrin asintió suavemente ante las explicaciones del operador drafelivano. No era ducho en el Credo del Omnissiah, por decirlo suavemente, pero sabía que podían ser excéntricos... Y más valía no hacerse más enemigos mostrando duda ante sus creencias. Si a los mandos y la Eclesiarquía les valía, a él también.

-Ya... La guerra es así, amigo. Le quita todo a todo el mundo. Te acabas acostumbrando-replicó, encogiéndose suavemente de hombros-si sirve de consuelo, no me cabe duda de que intentó luchar contra los saboteadores.

Zhao no estaba muy acostumbrado a aquella amabilidad y respeto por parte de otros regimientos, y eso le hizo sonreír. Miró a la estatuilla de Mao Fu, que le sonreía desde el altar, y no tuvo la menor duda de que había sido él, de que había sido la mano de Mao Fu quien había llevado a Orrin hasta él en aquel momento. 

-Gracias, Orrin. Sí, estoy seguro de que luchó, era una gran tiradora, aunque no lo pareciese. Pero el regimiento ha quedado descabezado... Sin medicae, con la máxima autoridad y su guardia personal muertos... En fin. A ver qué tal es el nuevo sargento. 

En todo caso, esto me recuerda a una cosa. ¿No dijiste que tenía que hablar con un oficial de intendencia? ¿Que él lo había visto todo?

Orrin torció el gesto con amargura, notando como le invadía la necesidad de escupir a un lado y maldecir todo el árbol familiar de aquel tipejo cuyo nombre no había olvidado... Godvek.

-Esa rata miserable-dijo, con un tono cargado de desprecio-Godvek se llamaba. Supongo que podrás hablar con él, si es que no se ha muerto de una sepsis por cagarse encima. El muy canalla huyó tan pronto nos vio aparecer a mi y a los muchachos, mientras le preguntaba por aquel condenado cacharro. No se molestó ni en cubrir a vuestros muertos. No es que le necesitáramos, no me entiendas mal, nos bastamos y sobramos para impedir que aquel artefacto volara todo por los aires... Pero no lloraré si nuestro nuevo jefe le dedica una bala por cobardía.

Murat estaba en al enfermería cuando entró Nereida, había ido a visitar a un compañero herido durante el ataque. Asistió atónito y en silencio a la conversación, pues no entendía como la Imán Topal podía mantener tan buenas relaciones con la comisaria de los hienas. Por su parte, él la odiaba tanto como a esos sucios criminales, tal vez incluso un poco más.

Nereida observó al soldado varangiano, que por fin se había presentado como era debido. Si le molestó no dejó que se le notara, solamente había reflejado en su rostro la sorpresa inicial, pero lo dejó estar, no estaba de humor como para rellenar el papeleo de alguna amonestación formal - bien, márchese soldado - le dijo con un gesto de mano, pero en ese momento vio como un grupo de penales recién llegados iban directos al campamento de las Hienas.

Nereida los siguió de cerca, observando su comportamiento y los miró con desagrado hasta que llegaron a la zona de tiendas donde uno de los penales, un gigante un tanto bobalicón y su ayudante, se le presentaron. Se llevó la mano al puente de la nariz y contuvo el aire durante un largo segundo - no son soldados, dejen de actuar como tales, están aquí porque son criminales y buscan el perdón Divino - recordó la enfermería, cuando le pasó exactamente lo mismo, solo que en ese momento, estaba encamada y destrozada - si quieren una pizca de mi respeto, compórtense y déjense de tonterías, serán la vanguardia y darán su vida por una causa que nos supera a todos, agradezcan cada día de sus miserables vidas por la oportunidad que el Dios Emperador les ha dado - negó con la cabeza y se marchó de allí.

Encantada - asintió al medicae que se había adelantado a la sacerdotisa, la cual indicó lo que se figuraba, por lo que sonrió levemente - si puedo disponer de su tiempo, me vendría bien un parche, no es nada grave, pero requiero de asistencia - reconoció. En ese momento se fijó en uno de los devotos que miraba la escena, Nereida, que no se figuraba que le pasaba por su mente, le dedicó un leve asentimiento de cabeza, como un saludo mientras se quitaba la coraza, la cual dejó caer en el suelo con pesadez revelando, en su costado, las laceraciones provocadas por el disparo que Nivelle, ese malnacido, le había dedicado a quemarropa - capturé al líder de los traidores que atacó este puesto, se hacía llamar Comisario Nivelle, busco la redención por no haberlo visto claro cuando le exigí que se quitara la mascara. Confié en que si fueran traidores, llevarían las - se quedó mirando a Rabiah - ya me entiendes... - y no acabó la frase.

Zhao escuchó al doblesueldo, y luego miró a la estatuilla del gato de Mao Fu, que le devolvía la mirada sonriente y agitando su zarpa adelante y atrás movida por su péndulo interno. Aquel hombre se había marchado ya, como el resto de los de intendencia, ya no podía hablar con él ni hacer nada al respecto. 

Había ido allí a rezar, a honrar a sus caídos y a que el Omnisiah le bendijese con el conocimiento de qué debía hacer ahora, y le había respondido con claridad. El mensaje no podía ser más obvio: la llegada del doblesueldo, el nombre del testigo de las muertes, que justamente fuese alguien que acababa de marcharse. El mensaje estaba claro: déjalo, no gastes tu tiempo. Había que honrar a los caídos y ya se había hecho. Ni al Omnisiah ni a Mao Fu les gustaban los actos fútiles ni las pérdidas de tiempo. 

Sintiendo el sabor de aquella revelación agria en el paladar, se giró al doblesueldo y dijo: 

-Gracias, Orrin, por todo. Ya no tiene remedio, pero trataremos de hacerlo mejor a partir de ahora. 1010100011.

Waldemar se dedico a descansar lo que más pudo, tenía una profunda herida en la cabeza después del escopetazo que recibió, y para empeorar las cosas, se había visto en medio de una carpa en llamas por varios minutos. Suerte para él, había salido con vida al igual que Ejulf. Sabía que la próxima vez que les tocara combatir, las cosas serían muy distintas, pero de suerte para él, tenía el conocimiento necesario, y sabía que cuando tuviera la oportunidad, podría afianzarse un arma de sierra. Solamente le quedaba esperar, y cuando llegara el momento, demostrar todas sus habilidades con armas.

Lo sé, Nereida - Afirmó Rabiah con un asentimiento y algo de verguenza en su mirada - Yo misma insistí en que se quitara la máscara, y ambas le miramos a los ojos y no vimos la maldad que guardaban. Estabamos centradas en buscar la señal que esperabamos, y con esa simpleza nos ocultamos a nosotras mismas el resto que nos podrian haber avisado... - Rabiah hablaba muy bajo, para que sólo Nereida la escuchase, aunque el doctor podría hacerlo sin problemas y los soldados cercanos si prestaban atención - Seker no era santo de mi devoción, fui critica con él y con razón, y no peco de soberbia al decirlo... Pero me cuesta pensar que si Changpú y él fueron ejecutados por lo que pasó, nosotras tengamos más derecho a vivir despues de nuestro fallo. - Rabiah negó con la cabeza, decepcionada con el mundo - Que noche tan horrible... 

-Podéis intentarlo por radio. Estos deben tener una base fija, puesto de repostaje o algo en algún lugar de retaguardia. Aunque no os aseguro que vayáis a sacar nada útil, claro-replicó, encogiéndose de hombros.

-Por lo demás, no hay nada que agradecer. Suerte en el próximo despliegue, espero veros a todos de vuelta tras la misión, sea cual sea.

Kord había acabado el día para el arrastre, por lo que cuando dispuso de un momento de permiso se echó a dejar que el autosanguine trabajase en restaurarlo. Las primeras 24 horas fueron un coma de recuperación agresiva, durante el cual su cuerpo intentaba regenerar a toda prisa los daños sostenidos, y en el que Kord aseguraría en privado a posteriori que San Drusus le mandó un sueño. Las siguientes 24 horas se permitió caminar por los campamentos donde había algo en lo que ayudar, así como en intentar retocar su equipo para ponerlo a punto. Iban a volver ahí abajo, y fuesen quienes fuesen los misteriosos traidores del símbolo, esperarían ese movimiento. Era un riesgo que debía correrse.

Sentado ante su habitienda, Jarl levantó los ojos de la fogata ante la que se había sentado para meditar. Antes de abrirlos, ya había captado la presencia de alguien desconocido aproximándose al campamento. El rudimentario alojamiento del psíquico estaba señalizado según las ordenanzas, con calaveras de animales rodeándolo y atrapasueños colgados ante la entrada.

-Bienhallado, camarada. Parece que Vind ha depositado a otra desafortunada alma ante nuestra puerta, Snarl. Desgraciadamente no podemos ofrecerte un lugar para dejar el petate, ya conoces las ordenanzas. Pero en aquella tienda cercana- señaló con uno de sus huesudos dedos- debería haber sitio. Trata de no molestar a Waldemar, le hicieron una fea herida en el combate de la noche pasada y ha estado de un humor de perros desde entonces.

Tras la tormenta, llegaba el trabajo duro, pero antes habían muchas cosas que hacer. 

Se limpió la armadura y se aseguró de que todas sus armas estaban en buen estado, maldiciendo y jurando una muerte horrible a los próximos diez herejes que se encontrara al volver a su campamento base y percatarse de que su preciado rifle de fusión y varias de sus granadas, las que habían sido mejoradas por Gabarri, habían sido "requisadas" por el munitorum para re-asignación, no había tenido ni siquiera oportunidad de usarlo aún, y ya se lo habían requisado. Y por supuesto, no habían solicitado permiso ni advertido, ni nada que se le pareciera. - ¿Para qué? Somos Doblesueldos, a sus ojos, mierda pura que no merece respeto. - pensó el especialista, muy mosqueado por el desprecio que les mostraban. 

Pero mucho peor fue lo que vino luego.

Quedó en shock y mudo de estupor cuando no encontró su apreciada Zweihander, el espadón representativo de su regimiento y arma venerada por ellos. - ¿Se...se han atrevido a...? - no daba crédito y aquello le había vaciado de golpe de emociones.

El resto de Doblesueldos lo dejaron tranquilo porque sabían que aquello era una afrenta terrible para Arrin, conocido por su mal genio. Si ya de por sí para cualquier integrante de su regimiento era una vergüenza, para Arrin que se había especializado en aquella venerable arma para aquel regimiento y planeta natal, era como haberle arrebatado el alma. Decir que no encontraba consuelo era quedarse corto. Acarició el rifle láser sobrecargado mientras miraba a su hermano, que estaba limpiando su armadura y arreglando sus cosas para salir a ayudar. Aquél le hizo un gesto con la cabeza, y Arrin negó ligeramente. Su hermano quería saber si le apetecía hablar del tema, y él le había dicho que mejor no, necesitaba aire fresco. 

Pero a pesar del enorme dolor que sentía, se encaminó a realizar lo que se había encomendado a sí mismo, pues el sentido del deber estaba muy arraigado en él. Se acercó al campamento Drafelivano y les dio sus condolencias por sus pérdidas, sobretodo a Tang-Tang, a Jiang-Li, a Zhao Yang y a Siu "Clank" Hui. Hizo un aparte con el sacerdote mecanizado, donde le solicitó un favor, y se despidió de todos, para encaminarse a la capilla a rezar a San Drusus. 

Pasó buen rato allí, purgando con rezos y fervor sus pecados y los de su gente, y jurando que masacraría a todo hereje que se le pusiera a tiro hasta poder restaurar el honor de su regimiento de cara a todos. No había allí nadie más dedicado a San Drusus que él, ni siquiera esos tabrisianos, hombres de fe que el Doblesueldo respetaba por su fervor al Dios-Emperador. 

- Lamento vuestra pérdida. No merecía morir así. - dijo de forma escueta, pero sincera. Arrin no era hombre de muchas palabras, y normalmente las decía directo y a los ojos, eso sí, era todo sinceridad. - Deberían de haberle dado la oportunidad de defender su culpa en la línea de combate, pero ahora el Emperador, el sagrado Omnisiah y los santos imperiales lo tendrán con ellos. Allí recibirá la justicia que merece. - 

- Maestra Siu. He oído que podéis realizar modificaciones a las armas. ¿Tendríais a bien realizar un par a la mía? - y le explicó que entre algunos miembros de su regimiento, era popular insertar una bomba de lubricación al rifle láser sobrecargado que portaban, de tal forma que aumentaba la precisión de espíritu-máquina, y una empuñadura adaptada para el tirador, de tal forma que le era más cómodo apuntar, aumentando también el porcentaje de acierto. 

Hamza asintió en respuesta a la comisaria, aunque más que un asentimiento, pareció una respetuosa reverencia con la cabeza. Acto seguido, hizo una ademán con la mano para que se dirigiera a la tienda de campaña que servía como enfermería para los Devotos, entrando luego de ella e indicándole que se recostara en una de las camillas, perfectamente limpias y ordenadas, que había en el lugar.

Si el medicae estaba prestando atención a la conversación que mantenían las dos mujeres, su rostro definitivamente no daba señal alguna, pues permanecía con semblante taciturno, mientras encendía con devoción unas cuantas velas en un pequeño altar consagrado al Emperador. Luego, depositó el pesado incensario encima del mismo, vaciando su contenido y colocando dentro un pequeño paquete de... algo. Parecían ser ramas, pero sin duda también había otros componentes finamente envueltos. El hombre lo encendió y cerró, el pesado humo volviendo a manar por los orificios.

Conforme Hamza preparaba su instrumental, el denso humo fue extendiéndose por la tienda. Su aroma era dulzón, sobrecogedor, pero lo más importante era que parecía embotar los sentidos hasta cierto punto. Finalmente preparado, el tabrisiano se colocó al costado de la comisaria, sus ojos ligeramente nublados, pero con una sonrisa casi paternal, si bien se desfiguró por un momento.

— ¡Serkan! —llamó en voz alta, y casi de inmediato un jovial muchacho moreno apareció por la entrada de la carpa—. Sé que las exequias con importantes, pero ahora tenemos un deber para con los vivos también —lo "reprendió", si bien aquello era más un recordatorio.

Con ayuda de su asistente, el tabrisiano se dispuso a tratar a Nereida con gran precisión y maestria, y si bien sus ojos llorosos y la forma en la que balbuceaba algunas cosas ininteligibles conforme el humo se iba haciendo más espeso, la verdad es que sus manos, ni tampoco las de Serkan, que parecía tener una habilidad especial para hacer lo correcto en el momento justo, se vieron disminuidas.

Cuando terminó, se secó el sudor de la frente y dejó salir un suspiro complacido.

— Vuestro cuerpo está listo, Komiser. Su mente y su alma —hizo una pausa dubitativa—... son otra cosa —también miró a la sacerdotisa—. Si me permitís una palabra, el Emperador tiene la fortuna de que miles de millones están dispuestos a morir por Él, como debe ser —asintió—, pero... a veces tienen más peso aquellos que desean vivir. Claro, no por motivos egoístas, sino para aprender, para perfeccionarse... y servirle de una mejor manera. Si ambas seguís con vida es porque él así lo desea, por lo que si aún su contrición es bien intencionada, no desperdiciéis la nueva oportundad que Él os ha dado —concluyó.

Suspiró ante las palabras de Rabiah, aceptó sus palabras, de hecho, la sacerdotisa había verbalizado, palabra por palabra, la línea de pensamiento de la propia Nereida, que no pudo evitar lanzarle una mirada de preocupación - sí, comparto lo que dices, así misma pensaba yo, pero - sonrió sin humor - será Holt quien decida nuestro destino, yo, rezaré para expiar mi sentimiento de culpa, y que el Dios Emperador guie el juicio y la mano del Lord Comisario - ya no quería tratar más ese asunto, le dejaba turbada.

Observó como se manejaba el medicae de los de Tabris, y se sintió segura, en buenas manos. Sabía lo que se hacía, por sus movimientos precisos y calmados, su pulso firme; y eso que solo estaba preparando su instrumental. Cuando le tocó el turno a ella, se mostró imperturbable, no se movió, no se quejó, aguantó todo lo que le hizo como si no fuera su propio cuerpo. 

Una vez terminó, Nereida miró con cara de pocos amigos a Hamza, pero rápidamente suavizó el rostro, la costumbre - agradezco sus palabras, y concuerdo, lo que deba de ser, será llegado el momento, mi parte está hecha, y el juicio no es mío - recogió sus cosas y se vistió como buenamente pudo - gracias, le estoy agradecida por su trabajo, ahora, tendré que guardar reposo, tengo los huesos molidos - y sonrió, esta vez, con sinceridad, aunque fue un momento que duró bien poco.

Desde la muerte de cuatro de sus hombres en el ataque sorpresa al puesto, el Tempestor Krause parecía otro. Al principio, cuando todavía estaban en el fragor de la batalla, no lo había parecido, pero algo había ocurrido entre medias para que le cambiara el carácter. Tras el acto de presentación de Holt su talante, que era de por sí avinagrado pero con una cierta cabida para un humor sardónico, se había tornado implacable a raíz de la desgracia. Parecía más reacio que nunca a colaborar con los soldados de otros regimientos, y cuando salía a colación la operación que habían planeado con los drafelivanos, esa que él mismo había propuesto, se le notaba que ya no parecía tan dispuesto a ejecutarla con ellos al lado. De hecho, aunque no amonestó a Arrin cuando este partió en dirección al campamento de los tecnófilos, sí que le dedicó una mirada reprobatoria. 

Nuevo jefe, igual que el viejo jefe. La parte penal del campamento estaba, en comparación, bastante menos tensa con la llegada del Lord Comisario. Estar bajo la atenta mirada de los comisarios era la especialidad de Desastre, ni que fuera solo por mera costumbre. El ataque al campamento había reordenado un poco el orden social de los penales en el puesto 42, con suficientes bajas para que ambiciosos oportunistas intentaran su golpe de suerte. Por suerte para él, no estaba interesado en el poder ni buscaba consolidar su banda ni nada de eso. Su estrategia de cercanía a la comisaria le había convertido en una especie de peón tabú en los juegos de poder del campamento, que, de momento, parecía funcionar. Tenía el inherente riesgo de estar cerca del comisariado pero la indudable ventaja de que los demás no querían.

Encontrar al sastre no fue difícil. El hombre, ya mayor, estaba descosiendo con paciencia el hilo de kevlar de unas grebas antifrag que reciclaría en alguno de sus proyectos.- Veo que conseguir materiales sigue siendo una parte complicada del negocio- saludó. El otro le miró por encima de las gafas que había improvisado con lentes de mira de fusil. No tenía buen aspecto, a su edad una noche sin dormir era suficiente mierda como para un mes y además seguro que había perdido alguno de sus pitufos que andaban recogiendo chatarra por el campamento con las bombas de gas. En retrospectiva, tenía suerte de que no le hubiera estallado ninguna en la cara.- Estoy buscando un cambio de traje- comentó. No añadió que estaba intentando desprenderse de pruebas incriminatorias antes de que estas le explotaran en la cara, claro, pero aun así era algo que quería hacer. El chaleco de Bernim seguramente se convertiría en una hamaca nueva para alguien o algo así, un buen uso si le preguntaban a Desastre, mucho mejor que el que le dio su anterior dueño.