Partida Rol por web

"Recordad que llevo encima vuestras pociones" Dice el mago con gesto de dolor, mientras aún se arranca algunas flechas, por fortuna clavadas sólo superficialmente en la carne.

El arcano rebusca en su bolsa de conjuros al cinto, hasta que encuentra un pequeño rollo de cable de cobre. El arcano sigue hablando mientras corta un pequeño pedazo del mismo, cierra su puño entorno a él y vuelve a a guardar el resto.

"Deberíamos extremar las precauciones a partir de ahora. No creo que estos sean los últimos no muertos que veamos hoy. Y si estos esqueletos son obra de alguien, puede que... espero que siga por aquí cerca..."

El libro de conjuros de Alatar es un tomo encuadernado en piel bastante básico, sin remates dorados ni complicadas florituras. Si no fuera porque el mago acude a él cada vez que recita un conjuro, nada lo distinguiría de un libro normal. Este levita hasta su mano y se abre por una de sus primeras páginas. Alatar recita un breve conjuro y señala a sus compañeros.

"Con esto podremos mantener una conversación a distancia en voz baja, por si tenemos que separarnos para explorar. Podéis usarlo también con otra persona si le señaláis y os concentráis, siempre que no esté muy lejos..."

Dice mientras ya dirige su mirada a la cabaña, no sin cierto temor...

Según os acercáis a la cabaña, veis que la Espiral Ósea de Pharasma que una vez adornaba la puerta ha sido desecrada sin piedad: huellas de palmas llameantes emborronan todo el contorno del dibujo. En el interior encontráis varios barriles que contiene sal y cenizas. Además hay tres cajas abiertas que contienen sendas bolsas para cadáveres mohosas. Hay unos cuantos picos y palas decrépitos apoyados en uno de los muros. Evidentemente los guardianes del cementerio usaban esta casa como lugar de preparación de los cuerpos. Cualquier cosa de valor que existiese en este edificio hace tiempo que fue saqueada.

Cuando salís de nuevo al exterior y dáis la vuelta a la casa, veis que la niebla se ha aclarado lo suficiente para revelar, más al norte, las ruinas de lo que antaño fue la ciudad de Feldgrau. Al norte véis una casa baja intacta, rodeada de ruinas y sin nada particular que la identifique. Al noreste destaca, también entre ruinas una casa grande de dos pisos, aunque aparentemente el tejado se ha derrumbado hace tiempo, dejando el piso superior al descubierto. A su lado destacan los restos de un antiguo molino de viento que ha perdido todas las aspas menos una, que permanece inmóvil.

Por último, al este, más allá del antiguo cementerio hay una casa aislada, similar a aquella de la que acabáis de salir. Un desvencijado cartel muestra el dibujo medio borrado de lo que podría ser una jarra humeante o un vaso del estilo del equipamiento que usan los alquimistas para preparar sus pociones...

- Será mejor curarnos ahora que estamos a tiempo. Nunca se sabe cuando habrá un ataque sorpresa... 

Aunque no terminó de estar satisfecha con el resultado del primer conjuro, Dalía ya no conjuró nada más.

- Los recursos se consumen rápidamente. Habrá que intentar que no vuelvan a pillarnos con la guardia baja.

"Gracias" le dijo tímidamente a Dalía al sentir el calor dulce de la magia curativa. "Esos engendros tenían una puntería endiablada. Estoy de acuerdo contigo Alatar, está claro que debemos extremar las precauciones". 

Eredhir cerró la puerta a su espalda no sin antes pasar los dedos por encima de aquellas marcas rojizas - qué significaba aquél sacrilegio? 

Haciendo uso de la magía conjurada por el arcano, Eredhir susurró a sus compañeros: "Abogo por movernos rápido por el pueblo, de casa en casa y tratemos de encontrar en ellas algún rastro del grupo que buscamos. Os parece si nos dirigimos a esa de ahi? la más cercana?"

- Me temo que yo no soy rápida, cerraré el grupo para no delataros y me moveré solo cuando me digáis que es seguro hacerlo...

Reconfortado por la magia curativa de Dalía, asiente a sus compañeros.

¿Te refieres a esa de ahí?

El mago señala al norte. 

Pese a esforzarse, Eredhir no ve otro propósito a las marcas en la Espiral Ósea que el intento de destruir el símbolo sagrado de Pharasma. Probablemente son marcas efectuadas por los esqueletos llameantes.

En cuanto a signos de paso del otro grupo, o bien no habían pasado por aquí o habían ocultado extremadamente bien sus huellas. Sí hay rastros de pies descarnados (posiblemente esqueletos) alrededor de la casa. 

Y otro rasto, más posterior, como de ayer, de un grupo de 4 individuos: un humano, dos de pies descarnados (posiblemente no muertos) y un cuadrúpedo con garras, más grande que un humano, que se dirigen a la casa al norte, que es, casualmente, la mas cercana a la posición del grupo.

Os acercáis con cautela a la casa baja, la puerta está entornada casi completamente pero no cerrada. Hay dos ventanas rotas en la fachada. Debía de ser algún tipo de establecimiento público ya que hay una barra encima de la puerta donde antaño debía colgar un cartel.

A pocos metros de la puerta Eredhir vió las huellas en el suelo - "Maldición!" - pensó, ya se había acercado demasiado como para echarse atrás. Instintivamente levantó el puño cerrado, esperaba que sus compañeros comprendieran que debían detenerse immediatamente - "Hay un extraño rastro hasta el interior de la casa" - susurró aprovechando el conjuro del mago - "no parece ser el grupo que buscamos pues incluye un extraño cuadrúpedo y  posiblemente dos no-muertos. Intentaré acercarme a la ventana y echar un vistazo".

El elfo se acercó agachado y sigiloso hacía una de las ventanas, intentando mantenerse oculto a cualquier habitante en el interior de la casa. Una vez pegado a la pared, lentamente alzó la cabeza lo suficiente para echar un vistazo fugaz.

En el interior del edificio hay decenas de cadenas oxidadas que rematan en afilados ganchos colgafas del techo sobre una alfombra de huesos de animales. Bajo las cadenas hay varias mesas de madera cubiertas con manchas oscuras y en las que reposan una colección de cuchillos de carnicero, sierras para hueso y demás instrumentos propios de un matarife. Alrededor de la casa hay varios recipientes a modo de armarios de piedra, con puerta de madera, que probablemente se usaban para mantener fresca la comida.

Además parece que acabas de encontrar al grupo que dejó las huellas. En el centro de la habitación un cuadrúpedo del tamaño de un ogro, colmillos y garras afilados, largos cuartos traseros y delanteros y espículas óseas sobre su espalda se encuentra mordisqueando un brazo de un cadáver de una mujer desnuda.

A su lado, con gesto indiferente se encuentran dos esqueletos con armas a dos manos reposando sobre los hombros. Lidera el grupo una mujer de apariencia frágil que se encuentra examinando uno de los cuchillos oxidados que reposa encima de una de las mesas. Con la otra mano sujeta una guadaña completamente negra que parece atrapar la luz circundante.

Por suerte todos parecen estar dándote la espalda y no parece que se hayan percatado de tu presencia...
 

Eredhir susurra con cierta tensión - "Tres no-muertos y mujer armada con guadaña. Sugiero buscar otro lugar antes de que nos vean".

- Soy muy torpe, dime por donde he de ir para evitarlos.

"Cuando te avise, corre hacia aquella otra casa lo máximo que puedas" susurró Eredhir a Dalía, mientras levantaba la palma de la mano hacia ella. Echó de nuevo un vistazo al interior y cuando confirmó que las criaturas seguían ignorando su presencia, agitó la mano para indicar la vía libre.

Dalía obedeció, tratando de no hacer mucho ruido pero sin demorarse tampoco. Su fe le decía que deberían acabar con la mujer de la guadaña, pero no era el momento... 

Alatar intenta dominar su instinto, que le insta a acabar con aquella mujer y hacer arder el edificio hasta los cimientos. No le hace falta saber más si esa mujer se rodea de no muertos... No obstante, no quiere poner en peligro al resto. Así que espera paciente las instrucciones del elfo.

"¿Por allí?" Susurra Alatar a Eredhir mirando en dirección a Dalia

Piensas frenéticamente en cómo podéis evitar a la patrulla en el interior de la casa. Supones que más que volver sobre vuestros pasos lo mejor es que intentéis rodear la casa por detrás. No existen más ventanas que las que dan al frente y vuestros enemigos parecen distraídos, al menos por ahora.

Por otra parte, este grupo se halla obviamente desprevenido y podríais atacarlos por sorpresa. El cuadrúpedo es un Can Pútrido Menadorano, una criatura no muerta creada a partir de un ogro o gigante de las colinas reanimado, que puede correr rápidamente a cuatro patas, tiene olfato, ataca con las garras y mordisco. Se dice que puede sorber la sangre a aquellos a los que muerde, curándose de sus heridas cuando lo hace. Lo del olfato te preocupa especialmente, pues podría seguir vuestro rastro una vez os halláis ido.

Los otros dos son campeones esqueléticos y la mujer pálida tiene los símbolos de Urgathoga, la Princesá Pálida, tatuada en un antebrazo.

Eredhir consideró por un momento las posibilidades: podrían dar un rodeo y evitar la casa, siguiendo hacia el norte; pero también podrían aprovechar que sus enemigos parecían distraídos para saltar sobre ellos y aniquilarlos, asegurando su retaguardia...

Alatar se percata de que Eredhir está considerando la situación, asi que decide susurrarle...

"Podría sorprenderles con una bola de fuego ahora que no se han percatado de nuestra presencia. Después podría intentar anular alguno de sus conjuros, si esa mujer es una... tsk, arcana"

Dice casi escupiendo esto último.

"En cualquier caso, todavía me quedan un par de trucos... Lo dejo a tu buen criterio. Tan sólo avísame antes de actuar para concederos las protecciones mágicas que me quedan"

- Si queréis luchar, entonces dadme tiempo a mi para prepararme... Puedo daros alguna protección también.