Partida Rol por web

Álvar jadea. Ciertamente, su actuación ha sido lamentable y no ha contribuido absolutamente en nada al abatimiento del monstruo. Pero ha sentido durante un momento una sensación en sus venas que jamás antes había experimentado con tanta intensidad, como si el mismísimo Cid Campeador le hubiese inspirado para atacar a la bestia.

Cuando el monstruo muere, se recompone como puede, secándose el sudor de la frente que ya comienza a helársele.

―Non  se qué bicho lazrado era aqueste, mas non cuido que corte lenguas... Ende que pienssamos de la trasnochada, o damos tornada a la majada.

Es un Escornau-digo a Alvar mientras remato a la bestia ya caida propinándole un buen tajo en el cuello. Luego me arrodillo, dejo el hacha en el suelo y con el cuchillo empiezo a arrancarle el cuerno que me guardo en el morral.-Tampoco creo que sea lo que andamos buscando, yo seguiría otro poco-Paro un momento y me dirijo a Pelayo-.Ramirez ¿cómo está tu herida? Te ha pillado con el cuerno la criatura.-Mientras intento sacarle al Escornau cualquier parte útil, y si se puede comer le corto una de las patas con el hacha de mano, la meto en la nieve para que se congele un poco y deje de sangrar y la ato como puedo a la parte de arriba del morral. Luego guardo mi hacha de mano y mi cuchillo y cojo el hacha de batalla, la noche es joven y todavía nos queda enfrentarnos a la tal Serrana, la cortalenguas.

Pelayo estaba mareado. Aquella cornada había sido demasiado rápida como para que él hubiese podido hacer algo contra esa bestia del infierno y lo había alcanzado. Por suerte la herida parecía limpia y que no le había desgarrado por dentro. Cayó de rodillas, mientras soltaba el arco en el suelo y se intentaba taponar el agujero:

De.. dejadme un momento que me recupere - logró balbucear a sus compañeros. Echaba de menos a su madre, que en las escasas ocasiones que había resultado herido era la que se encargaba de curarlo. - ¿alguno sabe cerrar heridas? - preguntó a sus compañeros.

Mientras Pelayo miraba su fea herida que le reportaría una cicatriz ya de por vida, Míkel cortaba el brillante cuerno del "escornau". Aquella pieza parecía de gran valor, o al menos su brillo eso mostraba. Mientras que Álvar dudaba pues de qué hacer, si seguir o volver como precacución, que no os habíais dado cuenta hasta ahora que algo a vuestra izquierda brillaba. En la misma pequeña explanada donde habíase dado el tal combate, divisásteis en la roca viva de la montaña una luz brillante. Parecía proceder de una cueva.

—Non vos puedo huviar, Pelayo... —Declara Álvar, con una punzada de remordimiento por su inutilidad y negando con la cabeza para reforzar su argumento— Non es la mediçina un de mios saberes...

Aparta la mirada de los ojos del cazador y anota en su mente el nombre de "Escornáu" para futuras referencias... Es entonces cuando lo ve. Una débil luz allá a un lado en la que no habían reparado por causa del ataque del animal. Abre los ojos como platos, la boca de par en par y señala vehementemente hacia la boca de la caverna.

—¡Verid! ¡Verid allis, más yuso! ¡Quis si no la comehombres pudiere fazer morada tan biltada mientre en una cueva!

Taponandose la herida lo mejor que puede con algún retal suelto, Pelayo recoje su arco del suelo y lentamente se incorpora.

Vayamos a ver - dice lacónicamente.

-Me temo que no soy muy bueno remendando heridas-Respondo a Pelayo.Luego veo a Alvar muy entusiasta mirando la luz en la cueva, a Pelayo que asiente. No iba a ser yo menos -Vamos allá-Y hacha en mano puse rumbo hacia la cueva.

Mientras Álvar instaba por ir allí y Pelayo pensando en su herida más que en seguir explorando tal o cual sitio, Míkel comenzó a desbaratar la fría piel de aquella criatura. Imposible era tomar toda una pata, pues no era preciamente pequeño el Escornáu; empero que cortó la parte donde había más carne que hueso, et que se la colgó sobre sí, como si de su hacha se tratara. Así, los tres os encaminásteis hacia la tal entrada de cueva, que efectivamente era así. Segundos después la encontrásteis, y vísteis que la entrada era alta y ancha. Observásteis que junto a la misma se encontraba apoyada un hacha, pero allí no había nadie. Os internásteis en la cueva y notásteis que aquello era un buen refugio, pues protegía muy bien de la ventisca de afuera. La luz interior procedía por numerosas cuevas que estaban apoyadas en los huecos de la roca, sobre las paredes y suelo. Al mirar al fondo de la gruta, observástes... decenas de calaveras y huesos polvorientos...

Parecían llevar allí mucho tiempo.

Cuando lleguamos a la entrada de la cueva y ví el hacha la cogí. Si había alguien más que estaba por venir me parecía útil dejarle desarmado, aunque luego  tirase el arma por ahí a la mínima ocasión. A medida que nos adentrábamos, siempre fijándome en todo, me pareció un lugar agradable, la tal Serrana se lo tenía bien montado. Entónces llegamos al interior y el espectáculo me dejó sorprendido, esto era más que la gruta de una mujer corriente, era la guarida de una lamiñak por lo menos. No había conocido a ser humano capaz de tamaña atrocidad, y los había conocido malos, pero guardar así los trofeos de los muertos me pareció enfermizo. Aguzé la vista intentando ver más allá.

Un poco renqueante, acompaño a mis amigos hasta la cueva.

Al poco de entrar, la cueva me pareció muy apropiada como refugio, con una buena entrada, luminosa y bien resguardada de la interperie... hasta que miré al fondo de la cueva. No pude por menos que santiguarme y musitar una breve oración. Ante mis ojos se encontraba el mayor osario que había visto y parecía que el horror se remontaba a tiempo atrás.

Tras lograr vencer mi repulsión, inspeccioné un poco más cuidadosamente para ver si podía encontrar algo más.

Cuando Álvar entra en la cueva, en un principio lo hace con seguridad al haber visto luchar a sus dos compañeros y sentirse más o menos seguro con ellos cerca.

No obstante, al entrar y asaltarle el olor a putrefacción que le hace arrugar la nariz con desagrado y observar el vasto osario que se desparrama al fondo ante sus ojos, no puede evitar soltar una exclamación de puro terror y retroceder un par de pasos hacia la entrada de la taberna, acongojado completamente por la macabra visión que les asalta. ¿Cuánto tiempo lleva esa monstruo rondando por Las Hurdes? ¿Cómo puede hacer algo así?

—¡Verid los! ¡Los uesos, los uesos! ¡aquis! ¡Aquesta es la morada della comeomnes! ¡Sí el Criador nos salve, ca somos en la so merçed!

Respira aceleradamente y las palabras salen disparadas de su garganta sin espacio ninguno. Le tiemblan las piernas y las manos, y de poco no deja caer la daga.

Aquella cueva os produjo un terror que, aunque podíais soportar, os sorprendió gratamente. Huesos por doquier, completos y enteros o bien rotos y astillados; calaveras destrozadas y desdentadas, arrojadas allí como quien lanza un canto a rodar ladera abajo. Tras andurrear un poco por el fondo de la cueva, observásteis que, junto a los huesos, había un hueco oscuro, sobre el suelo: era un agujero que descendía, y había una especie de escalerita de madera dentro de él, muy rudimentaria. El fondo era imperceptible, oscuro. Claro que, los tres fijásteis la vista como era debido y vísteis que un minúsculo reguero de sangre (muy fino, cual hebras de un lazo), recorría casi desde la entrada de la cueva hasta el tal agujero, perdiéndose allí abajo. Seguramente, de lo reseco que andaba, estuviera allí desde hacía dos o tres días...

Mientras observábais la fina sangre y el agujero, que escuchásteis, no supísteis muy bien dónde, ciertos y gritos, y la voz de una mujer. Había cierto eco.

-Ya se oye a la muy hideputa-digo no demasiado alto para que no retumbe en la cueva mi voz. Tiro el hacha que había encontrado a un lado, intentando ocultarla con los pies entre los craneos, de modo que no fuese fácil encontrarla si pasaba por allí la Serrana. Me echo mi hacha de batalla a la espalda y me preparo a bajar por las escaleras-¿Vamos pues?- Pregunto a mis compañeros mientras echo un nuevo vistazo al agujero.

—V-vos id alanti, Mikel, ca los tus braços son más diestros...— Dice Álvar, tartamudeando visiblemente.

No quiere bajar, ciertamente no quiere bajar y exponerse al peligro... Pero la fría lógica se ha impuesto hace unos instantes en su cabeza y, si sus compañeros han conseguido vencer a una bestia salvaje de leyenda ¿Por qué no a una simple mujer? No debería costarles mucho, y quizás esta sea la única oportunidad que tenga para observar una lucha épica como la que ha leido en los cantares de gesta.

Torcí el gesto ante aquello. Yo también oía los gritos de una mujer, aunque no lograba identificar su procedencia por el eco que hacía que resonasen por toda la cueva. Aún así, no me hacía mucha gracia bajar y meterme en la boca del lobo, claro que ya que estábamos allí, había que llegar hasta el final del asunto.

Mikel, baja tu primero y te cubro con mi arco desde aquí. Luego bajamos los demás, aunque quizás seria prudente que alguno monte guardia aquí arriba. No me apetece la idea de quedar sepultado.

Je, vamos pues a por la tal Serrana-dije respondiendo a Pelayo.Bajé por las escaleras, una vez abajo saqué el hacha y dí una vuelta sobre mi mismo para ver lo que había a mi alrededor.-Serrana.....serranita ¿estás aquí abajo?-Dije no demasiado alto imitando la forma de llamar a las gallinas.

La negra boca que se abre en la roca como un bostezo a sus pies se le antoja a Álvar como un aterrador portal directo al infierno, y ello no simplemente por los extraños ruidos que escucha, ni por los huesos humanos amontonados por doquier a su alrededor, sino por esa oscuridad pulsante que parece devolverle lasciva la mirada cuando fija sus ojos en ella por más de un instante.

No va a bajar al infierno. Sus piernas, clavadas en el suelo y sin posibilidad de moverse así lo atestiguan. Sólo tiemblan, pero se niegan a avanzar.

—Y-yo seriede a pro de vos si recabdo aquesta plaça... A todo mío solaz remaneçere aquís suso... Ca Non cuido que la mi valía en la lid vos valga por que vezcamos a la Serrana...

Traga saliva esperando no haber ofendido a sus compañeros, pues quizás el hacha del hombretón podría ser más letal que la comehombres en cualquier momento.

Mikel pues, descendió el primero, apartando un poco calaveras y huesos rotos con el pie que había en el borde del agujero. Descendió pues, tras él, el cazador Pelayo, et quedóse Álvar ahí arriba, solitario, rodeado de luminarias y centenares de huesos por doquier.