Partida Rol por web

Iskal en un principio se quedó congelado en la misma postura mirando la escena con un cómico tick en la oreja derecha, como si ya no le sorprendiera el índice de repugnancia al que llegaban algunos miembros de la mal llamada sociedad. Aunque no estaba muy seguro de si era aquello o que en el fondo le fastidiaba no haberle podido meter dos sopapos a Stelio.

Al escuchar la pregunta de Daha se encogió de hombros.

—¿Con agua?—propuso solícito. Aunque ante la urgencia de Corianne se acercó rápidamente a mirar y en cuanto localizó lo que le pedía lo señaló—. Este es.

«Ahora que no sea más que su diario de conquistas y no voy a saber si reirme o llorar»

—Oh, y ya que mencionáis al artífice... espero que este no sea uno de esos momentos en los que nos echan a nosotros la culpa del tinglado—comentó—. Mí inteligencia se iba a sentir sumamente ofendida.

- Y yo sólo espero que en este cuaderno no se hayan reproducido simplemente narraciones de aquel botarate... ¿Cómo era? ¿Anarion el Kafir? Creo que si... - Agarró el cuaderno y se dirigió a la salida. - ¡Como sea una de sus increíbles historias, entendiendo increíbles por estúpidas, oirán mis carcajadas hasta en Malaken!

Dicho aquello se dispuso a salir de allí a toda prisa. Y como bien había dicho Iskal, esperaba que la guardia no estuviera allí abajo esperándoles para culparles de todo. Alcor no lo permitiría. Eso esperaba al menos.

Nekaua asintió. Antes de que el incendio las empujara a entrar, ellas mismas habían comprobado que era posible saltar de edificio a edificio en esa área, y el responsable de lo ocurrido debía de conocer el barrio mejor que cualquiera de ellos, incluso Corianne. Pero tenían una ventaja; acababan de estudiar las posibles rutas de entrada, que no podían ser muy diferentes a las rutas de huida.

Ha pasado un rato desde que empezó el incendio, dijo, mojando su pañuelo y cubriéndose la boca, como había hecho la humana. Si se ha marchado por las azoteas, ya debería estar a buen recaudo. Pero voy a asegurarme.

Salió de la habitación y se echó a correr escaleras arriba, buscando un posible acceso a la azotea, o una terraza, en laplanta superior del edificio. No podía ayudar con libretas o incendios, pero tenía buenos pares de ojos y oídos, y dudaba que ninguno de ellos fuera capaz de saltar y trepar como ella.

—Te cubro —dijo Corianne yendo tras Nekaua.

Miró hacia detrás, por encima de su hombro, para añadir:

—¡Daha! No muevas tu escuálido trasero muy lejos de aquí por si los que mataron al alquimista anduvieran estuvieran aún en el edificio.

- Anduvieran, estuvieran... - Daha se quejó amargamente. No le gustaba mucho la idea de permanecer allí, con el fuego consumiendo el edificio. Aunque si se lo pedía Corianne. - ...si no es porque... - No acabó la frase.

Daha refunfuñó algo más por lo bajo, pero finalmente capituló en si idea de marcharse de allí cuánto antes. Al final les iban a declarar culpables de asesinato y incendio. Pero... ¿Que otra cosa podía hacer ahora que empezaban a tragarle?

- ¡Está bien, ya voy! - No podían hacer nada sin ella.

El grupo al completo, ya con el cuaderno del alquimista en sus manos, terminó de inspeccionar la casa. Al no encontrar nada ni nadie que llamara su atención en el resto de las habitaciones, se dirigieron hacia la azotea. Con Nekaua a la cabeza llegaron hasta la puerta y fue entonces cuando la goliath con una potente patada la abrió mostrando el tejado. Y allí estaban, sin necesidad de esconderse. Primero había media docena de hombres, unos más con aspecto de ratero y otros con más pinta de matones. Pero todos amenazantes y gesto agresivo. Y tras ellos una mujer de aspecto exótico, con un arco al hombro y un visible colgante con una calavera. El indudable símbolo de Izar. ¿Sería ella la que atacó a Rizo?

—Los agentes de la República.

No era una pregunta, sino una afirmación. Y era llamativo, pero no lo dijo ni con desdén ni de forma ufana como habían sido hasta ahora los contactos habidos con los implicados en la desaparición del polvo. Su tono era frío y serio, igual que la miraba que les dirigió al grupo de aventureros.

- ¿Nosotros o vosotros? Los agentes de la República, digo... - Pero era evidente por su tono que estaba siendo sarcástica. - ¿Nosotros? ¡Que va! La rubia que viene con nosotros, si, la "secretaria", ya sabes a qué me refiero - guiña un ojo - de Veiner, siempre se empeña en decirnos que no representamos a nadie y menos a la República. - Buscó entonces a Clea para guiñarle también el ojo a ella y tranquilizarla por lo que acababa de decir, pero... No estaba. Nunca estaba cuando la necesitaban de verdad. Aunque casi mejor en aquel caso. - Bueno... Sea como sea... ¿Tenemos que matarnos aquí y ahora no?

Desenvainó su maza. Era evidente que allí se iba a derramar sangre. Esos capullos les estaban esperando hacía un rato. Si no se habían ido todavía era para no dejar rastro alguno y para sesgar las vidas de los gentes de la República, si es que aparecían por ahí. Y lo habían hecho y sin duda no se habrían tragado las explicaciones de Daha.

- Por cierto señorita... - Le dijo a la sirva de Izar. - ...tiene usted muy mala cara. ¿Está mala o es así de fea por naturaleza?

Encontrar a los sospechosos en la azotea, aguardando su llegada como si supieran lo que iban a hacer, fue al tiempo desconcertante y decepcionante. Pero, por encima de todo, conveniente. Debían haberse quedado para matarlos, para cortar el último cabo suelto, y haciéndolo se habían convertido en los hilachos que mantenían la integridad de la hebra del alquimista.

El comportamiento de Daha, no por primera vez, sumió a Nekaua en tal confusión que tuvo que sacudir la cabeza para desembarazarse de la sensación y centrarse en el grupo que tenían delante.

¿Sois de Izar, les preguntó, mirando a los rostros de los siete, o solo os han pagado para hacer esto?

Corianne había tenido una mala sensación al dirigirse a aquel sitio. Nekaua se había burlado de ella por haberse puesto nerviosa, pero con sólo echar un vistazo a aquellos tipos y, especialmente, a aquella mujer, sabía que había tenido razón al ponerse nerviosa. 

A todo el mundo le gustaba tener razón y golpear con la evidencia al prójimo. Especialmente a Corianne. Pero en aquel preciso momento, Corianne odió haber tenido razón. Cambiaba de peso sus piernas de formas nerviosa, como si estuviera a punto de mearse encima. Su instinto de supervivencia pugnaba por abandonar a sus compañeros y poner los pies en polvorosa. Aquellos tipos eran peligrosos. Aquella mujer era peligrosa, y la alcorita remilgada acaba de burlarse de ella.

—¡Cállate, joder! —le chilló a Daha en tono histérico.

La pirata se inclinó hacia Iskal.

—Si peleamos, mata a la arquera —le dijo al felino en un susurro—. ¡De un disparo!

En cuanto le hubo dicho eso, volvió a aquel nervioso movimiento hacia un lado y hacia otro, tensa como la cuerda de un arco.

En otras circunstancias, Iskal habría soltado en la cara de aquella tipa que si quería un autógrafo sólo tenía que habérselo pedido sin necesidad de montar tal berenjenal para llamarles la atención. Pero en aquellas concretamente hasta su sentido del humor se había ido; el félido parecía una estatua de piedra y tenía los ojos entornados. Aunque miró a Corianne de reojo cuando la escuchó susurrarle, respondiendo también en bisbiseos.

—Se intentará.

Por supuesto prefería no tener que pelear, pero dudaba de que aquellos sujetos se hubiesen quedado como espantapájaros allí arriba sólo para invitarles a un té con pastas.

La arquera ignoró el comentario de Daha y miró a Nekaua.

—Todo muere goliath—respondió fríamente con el mantra de Izar, después señaló a algún punto de la ciudad—. El tanatocultor me pidió que os diera las gracias por localizar a la gnoma. Teníamos que dejarlo todo atado.

Los aventureros vieron el humo de un incendio en donde se encontraba el barrio gnomo. Y no era el único fuego que había en Mena de Oro. Había varios puntos ardiendo por toda la ciudad.

Tanatocultor es una manera de hablar de los clérigos de Izar. World in progress.

- Entonces dale recuerdos al tentacultor de mi parte, cariño. - La sacerdotisa empezó a realizar una serie de movimientos con las manos y dijo algo en tono bastante bajo. - Alcor, bendíceme con la luz de Lunia. - Entonces empezó a brillar con la luz de la legendaria Lunia, la primera capa de los Siete Cielos de Montaje de Celestia. - ¡Y dale también éste recado de mi parte!

Apuntó con su dedo contra la cara de pan que les estaba hablando y un rayo de luz plateada se escapó hacia atrás golpeando contra el tejado, rebotando contra una chimenea y perdiéndose luego en el cielo infinito. Había fallado de forma estrepitosa y había hecho el ridículo. No es que aquel rayo le hubiera hecho mucha pupa de haber impactado directamente contra su objetivo, pero... hubiera sido un buen aviso. 

- Le dices de mi parte que ahí... - Señaló hacia el cielo, por donde se había marchado el rayo de luz. - ...no le espera nadie. 

—Qué considerado, ese archicoadjutor o como se llame —dijo Corianne, siguiéndole el juego a Daha. 

Ojalá todos los demás llamen a su estúpido sacerdote de cualquier modo menos el correcto —pensó para sus adentros.

—Me temo que no le va a poder dar ningún recado a nadie, Daha —dijo haciendo una floritura con sus dos espadas cortas—. Esta se reúne hoy con su diosa.

—¿Vuestro tontocultor tiene una bola de cristal?—espetó Iskal, que ya estaba harto de que todo el mundo pareciera ser tan listo y saber tanto—. Porque si la localizó con ella igual debería dedicarse a echar las cartas; tendría un futuro más prometedor. Y vosotros también

El punto de mira no era tan privilegiado como el que había disfrutado la primera que había visto la ciudad, una niña oteando asombrada desde una roca sobresaliente en las montañas a cuyas faldas se encaramaba la urbe, pero desde la azotea podía verse buena parte de Mena de Oro. Varias columnas de humo se elevaban hacia los cielos. Dejar todo atado, para los izaritas, suponía quemar, destruir y no dejar rastro. Aunque todos esos incendios, al mismo tiempo, eran un mensaje bien significativo para quienquiera que estuviera interesado por mantener la paz en la ciudad, si es que había alguien.

Lo que habéis atado aquí es un soga alrededor de vuestros cuellos, dijo, levantando el escudo hasta bajo los ojos. Y del cuello de ese horticultor vuestro.

Daha decidió que ya habían habido demasiadas palabras y utilizó uno de sus conjuros. La clérigo comenzó a brillar con una luz argéntea y celestial. Y así se dio el pistoletazo de salida.

Mapa del combate

Iniciativa: Iskal -> Daha -> Matón de Mena de Oro -> Nekaua -> Arquera izarita -> Corianne -> Asesino Encapuchado

Daha ya ha actuado este asalto. Lanza Luz de Lunia contra la arquera izarita y falla.

¡Es el turno de Iskal!

Por favor, decidme vuestra posición.

Iskal frunció el ceño al ver que no iba a ser tan fácil cumplir la propuesta de Corianne: la otra tipa se había escondido detrás de uno de sus esbirros así que era imposible darle. El félido se desplazó un par de pasos y cambió de blanco, el cual por desgracia fue lo bastante rápido como para vérselo venir y esquivar la flecha.

Tras el conjuro de Daha y el rápido aunque ineficaz disparo de Iskal, los matones salieron en tromba contra los no-agentes de la República con el fin de acorralarlos todo lo posible y darles el mínimo movimiento posible. Nekaua no tuvo problemas en bloquear el ataque con su escudo, pero Iskal y Daha no corrieron la misma suerte.

Guerrero verde carga contra Iskal y se coloca en F2. Acierta el ataque y le provoca 8 puntos de daño.
Guerrero blanco carga contra Nekaua y se coloca en E3. Falla.
Guerrero rojo carga contra Daha. Acierta el ataque y le provoca 7 puntos de daño.

Mapa del combate

Iniciativa: Nekaua -> Arquera izarita -> Corianne -> Asesino Encapuchado -> Iskal -> Daha -> Matón de Mena de Oro

¡Es el turno de Nekaua!

La hora de las palabras dio paso a la del acero. Los matones se lanzaron a una sobre el grupo, dos a sus flancos, a los que no pudo prestar atención, pues el tercero cargó contra ella. Nekaua levantó el escudo justo a tiempo para bloquear sus golpes. El breve intercambio bastó para que reconociera que la habilidad de su oponente era muy superior a la de los matones de la taberna de los Merantia.

Aprovechando el instante entre dos golpes, la goliath se agachó, cargó con el hombro y le propinó un topetazo con el escudo al guerrero que peleaba con Iskal.