Partida Rol por web

Intercambiábanse estocadas en la oscuridad sin que ninguno alcanzare al otro. Jadeaba el matón mientras intentaba dar muerte a Mauricio, sin saber qué habría sido de sus compañeros. El asesino gruñó, lanzando nuevamente su bracamante contra su adversario, aunque non sin mantener la guardia lista, por lo que pudiere pasar.

El muy bastardo aguantó mi acometida, non me quedaba otra que seguir insistiendo et esperar que a Su Excelencia le fuese mejor con la protección de Don Iñigo et compañia.

Respiré hondo et lanceeme otra vez contra el bandido, que más parescíame ya demonio por cómo aguantaba flechazos et cuchilladas. De nuevo a la distancia corta et allí intenteele rajarle. Pero se notó que aquesta non era la mia profesión et algo que non esperaba tuvo que ocurrirme.....¿cómo iba a salir yo de esta agora?

AYUDA grité, con la vana esperanza de que ya la nuestra compañia se hubiese librado de los asaltantes et pudiesen aparecerse en la mia ayuda como si de ángeles salvadores se tratase comandados por su Excelencia

¡¡Aaaah!! -grité de dolor mientras se me era clavado el bracamante malévolo y hereje-. ¡CORRA OBISPO! -gritéle por aquel por el que daba como la vida-.

No pudo facer el Obispo cosa otra que salir de allí tan rápido como la suya cojera permitióle: funesto destino pareciere aguardar al su protector, et con su buen Jorge lejos et la suya ballesta más lejos aún, ninguna posibilidad tenía don Pedro de salir con vida de allí. Que por más omne de Dios que fuere, non quería reunirse aún con el Altísimo.

Corría ya con largos pasos el rival de Fernando, et disponíase aqueste a ir tras él et darle muerte cuando un grito vino de entre los matorrales, de un lugar un poco a la derecha de hacia donde huía el asesino.

- ¡AYUDA! - gritaba la voz, et parescía aquesta la de un mozo joven, tal vez que que acompañaba al obispo.

Et, al poco, de su espalda vino otro grito, et la voz resultole inconfundible, pues era la de Mauricio.

- ¡CORRA OBISPO! - gritaba aqueste, lo que daba a entender que pintaban bastos para sus amigos.

Arrojose de nuevo Jorge contra su adversario, intentando ganar de nuevo el terreno perdido sobre aqueste, el cual trató, sin éxito, de apartarse de él. Agarrando con saña el cuchillo, dispúsose a acabar Jorge con el truhán, mas, en la oscuridad, non pudo atinar a clavar el cuchillo, que casi se estaca en sí mesmo al resbalar aqueste por encima de los gruesos ropajes de su enemigo. Teniendo que apartarse Jorge para evitar su propia puñalada, non pudo mantenerse a corta distancia de su enemigo, et quedó de nuevo frente a él, confiando en que su grito de socorro tuviere algún resultado.

Poco después, pudo ver Jorge a una figura que corría en franca retirada hacia los matorrales. El sonido amortiguado de la batalla cercana llegaba hasta sus oídos, mas la oscuridad non permitíale discernir quién vencía et quién huía, aunque por la dirección que tomaba el que escapaba cabía esperar que fuere un enemigo el que fazíalo. Mas poco tiempo hubo de pensarlo, pues su contrincante parescía empeñado en ensartarle con su coltell.

Sabía que non debería dejar escapar a aquel asaltacaminos a sueldo y sin honor que fuía sabiéndose muerto por lanzada. Habíale fallado a don Íñigo, aquello desasosegóme. Viendo como aquel villano perdíase en la negrura de la noche, supe que correr tras el era como apostar por una mano incierta, et el precio de tal apuesta probablemente non era otro que la vida de Mauricio, el criado o mucho peor... el Obispo.

Torné entonces dirección a las voces lanza en ristre dispuesto a empalar a quien cruzárase en el mío camino.

Parescía que  non todo estaba perdido, et aunque me fabía precipitado en la embestida anterior, el mio rival non sacó provecho de mi error. Puede que fuese la noche, o que los mesmos Santos estabán de mi parte......o que al ver aquellas sombras en la noche huyendo me fazieron creer en la victoria. El caso es que me envalentoné et intenté una nueva acometida.

 Estaba claro que non era lo mio, más al tener el cuerpo del enemigo cerca,non pude reprimir el impulso de decíle ¿Los ves perro? son los tuyos que huyen. Puede que estuviese equivocado, más si con aquesta bravata fazía dudar al hideputa, tanto mejor.

Pensaba en poner pies en polvorosa el obispo, mas mirando en derredor, veía sólo negrura, et non sabía muy bien hacia dónde podía caminar con tal panorama. Mientras tanto, el mediero seguía luchando por su vida, aunque ni él ni su adversario lograban alcanzarse con los yerros. Fue entonces cuando apareció Fernando por la espalda del matón, lanza en ristre, presto a dar socorro a los dos que hallábanse viendo cómo salir desta. El asesino, por su parte, non paresció reparar en Fernando, et siguió a lo suyo, buscando el cuerpo de Mauricio bracamante en mano.

Viéndo llegar por la espalda de bravucón de aquel bandido una figura que no parecía sino querer encontrarse con mi atacante, decidí dar rienda a aquella inesperada ayuda por la "trasera". A pesar de tener el bracamante en la mano, nada hice de herir y agravar al susodicho, sino más bien tuve por bueno y mejor el no hacer, literalmente nada con la hoja; que más dediquéme no sino al brinco y al salto, al esquivar posibles añazagas del impertérrito abusador...

¡Maldito bellaco! -murmuré (siendo un decir) contra aquel que queriannos lastimar, et a mi primero antes que al obispo-.

Refrenóse el obispo en el suyo impulso de huir. ¡Fernado había aparecido, cual espíritu santo en Pentecostés, trayendo esperanza a la batalla! Quedóse al margen, por supuesto, esperando ver aparecer de un momento a otro a su Jorge, acompañado de Íñigo.

Et que no me ande con remilgos aquesta vez et tampoco finuras, dos lanzadas propinéle al bellaco sin miramiento alguno...

Entrole la lanza de Fernando al asesino por el hombro en primer lugar, arrancando de este un grito de dolor al facerlo, al tiempo que detenía el golpe que destinaba a Mauricio. Antes de que pudiese siquiera darse la vuelta el truhán, desclavó Fernando su lanza et volviola a clavar, esta vez a la altura del vientre del que ya volvíase presto a tratar de defenderse. Non tuvo problema Mauricio en apartarse antes de que el bracamante del asesino pudiere alcanzarle en todo aquesto.

Viendose mal ferido, cayó al suelo el asesino, agarrándose el vientre et jadeando, et miró a sus atacantes, arrojando a un lado el bracamante.

- ¡Piedad señores! - gritó, al tiempo en que como buenamente podía apartábase de Fernando. - ¡Os lo ruego!

Caso ninguno fizo el asesino a las palabras de Jorge, pues más concentrado andaba este en acabar el trabajo que en otra cosa. Sin duda las heridas que el siervo le había causado en nada ayudaban, pues más ánimo había en el asesino agora de dar muerte a Jorge.

- Voyte  a destripar como a un cerdo. - díjole.

Empero, non hubo tiempo para tal, pues, en tanto levantó el coltell, un grito ahogado escapó de su garganta, et cayó al suelo el asesino sin mayor resistencia. Cuando fízolo, viose una hoja corta clavada en su espalda, et junto a él apareció el que había de ser el guardaespaldas de don Íñigo.

- Muerto han. - dijo sin más - Volvamos. - et fízole un gesto con la testa.

Quedeme sorprendido ante la repentina muerte de mi rival. Miré a don Iñigo entre agradecido et sorprendido, mas non podía decirse que lamentase la muerte del bellaco con el que me las estaba viendo et deseando.

 Corrí al seto en el que me fabía escondido, palpé hasta que encontré el mio arco et a la carrera seguí a Don iñigo intentando ver  si su Excelencia se encontraba bien.

Apartéme como pude, y agarré fuertemente el bracamante, tal y como si se fuera a levantar y estuviera yo preparado. Cuando púseme de pie y estable, quedéme mirando al desgraciado herido, comprobando cómo hasta las ratas saben pedir excusas y perdones...

¡Mataros deberíamos, malnacido! -díjele con asco-, ¡et que sin duda lo haremos si no nos dices el porqué d'este hecho!

Mi bracamante era perfectamente visible, aunque estaba seguro que con otra "caricia" de la lanza de Fernando, ese indeciso perderíase en las selvas del Infierno en menos que un suspiro.

Respiró tranquilo de nuevo don Pedro cuando el suyo atacante pidió piedad desde la derrota. Desde luego que no la obtendría, mas primero debía desvelar todo lo que supiere.

Acercóse el de la lujosa sotana al malogrado, con el semblante afable.

-Fablad, hijo, que Dios sabrá perdonaros los vuestros pecados si demostráis redención et buena voluntad. Confesad quién es el artífice de aqueste rastrero ataque, et, con la autoridad que el obispado de Cáceres, la Santa Madre Iglesia et Dios miseriordioso concédenme, vos ofreceré la absolución et el divino perdón.