Partida Rol por web

¡Mierda, mierda, mierda!-grito tras ver como la criatura se lleva a la muchacha ante nuestros ojos. Ha sido culpa suya por exponerse así, y nuestra por confiar en ella. ¿Pero en qué estában pensando?

-Puedo seguirla, pero estoy con el viejo. Si hay una forma prefiero intentarlo agora. Non sabemos las intenciones de la criatura. ¿MAtarla?¿violarla? Nada bueno por seguro le tiene reservado et mañana puede ser muy tarde para Nela. Viejo, si sabes cómo guíanos pienso rajar a ese engendro del infierno por lo que ha hecho.

¿Cómo podía haber sido tan tonta? Creía que los mios conocencies yeren lo suficientemente amplios p'amostra-yos al restu que yo yera un elementu importante dientro del grupu, pero en cambio... Ahí taba, cargá como un sacu de pataques nel costazu d'una bestia que nun había sio capaz reconocer. Había pensáu que podía arreglar les coses poles bones y lo único qu'había consiguíu yera poneme en peligru. Podía dame por muerta anque, con toa seguridá, nun sería antes de pasar por toa una serie de tormentos propios del infiernu del que saliera esi demoniu.

Taba apavorada, y esos pensamientos nun yeren precisamente de muncha ayuda nesos momentos. Empecé a papuxar⁽¹⁾ en silenciu, ensin atreveme a xirar la cabeza pa nengún llau y, d'esa forma, nun tener que ver la bestia que cargaba conmigo. Hasta la mio nariz llegaba'l so asquerosu golor y el pelame que la cubría dábame estomagaes⁽²⁾. Colos güeyos zarraos con fuerza, encomendeme al Altísimu, pidiéndo-y perdón por non ser una bona creyente.

Taba claru que namás cuando víamonos a un pasu la muerte yera cuando más piadosos volvíamonos.

A pesar de sentime paralizá pol mieu, intenté nun dexame cayer nel desánimu. Quizás los mios compañeros saldríen na mio busca, anque tamién podíen nun facelo pos a lo último de nada conocíenme. Sin embargo tenía que caltener les esperances y, si quería salir d'esa con vida, tendría que procurar facer algo por mi mesma.

Con dificultá, ya intentando que la bestia nun se diera cuenta, rebusqué nel mio zurrón el cuchiellu que guardara antes. Sabía que, si consiguía penetrar la so carne, apenes-y facería estropio⁽³⁾ pero quiciabes sirviera pa detenela pola sorpresa y, inclusive, d'esa forma tener una oportunidá d'escapar.

¡Ah! Illusa de mi.

Ciertamente me sorprendió que fuera Sixto, para un servidor "el docto" quien animara al resto a seguir a la bestia y no el caballero Pelayo. Hombres de fé y valientes siempre habíalos, pero no estaba seguro si aquel siervo de Dios lo era (tal vez sólo pecaba de precavido y todos nos pensábamos en vana aventura si siguiéramosla). Ví que la joven Blanca tampoco quedábase atrás.

¡¡Vayamos!! -les espeté a todos-. ¡Mañana será demasiado tarde! ¡¡Vayamos!!

Quedome sorprendido por el arrojo de todos mis compañeros de viaje, mas no queria yo arrastrar a todo e grupo en mitad de la noche tras la bestia. Mirando a cada uno de ellos me giro sobre mis pies rapidamente hacia mis pertenencias y rapidamente rebusco hasta en contrar mi baciente, me lo pongo y con mi escudo y mi espada me dirijo hacia la salida de la desvencijada iglesia

-Vayamos pues, vayamos. Que Dios nos guie en esta busqueda. Sigamos a la bestia. Cazadora, ves el rastro?

No pasó desaparcibida a la criatura tu gesto agresivo, pues súbitamente detuvo en seco la marcha y te lanzó contra el suelo con inhumana brutalidad. Un golpe seco, en tu cabeza; seguido por el cálido cosquilleo de la sangre bajando por tu frente. Quizá un viejo tocón o una roca musgosa fue lo que golpeaste. Lo último que recuerdas fueron esas garras que, implacables, te aferraron por las piernas para arrastrarte bosque adentro mientras tu cuerpo, dolorido, se iba arañando y golpeando con aquel indómito suelo. Entonces te dejaste ir, desvanecida, quizá fuera mejor perder la consciencia en aquel terrible momento cuyo final probablemente sería aún peor...

...Esta vez, el sueño fue aterradoramente real...

La cabeza te dolía tanto que parecía querer estallar. No distinguías nada a tu alrededor, sólo oscuridad y las siluetas de los árboles, como afiladas agujas, recortadas contra el cielo. Olía a humedad y tierra, y también a orín y pelo mojado. Entonces la bestia te aferró y, en volandas, te obligó a postrarte boca abajo; te notaste ingrávida cuando las garras de esa "cosa", inmisericordes, agarraron tus caderas y las elevaron, y aplastó tu cabeza contra el musgoso y mojado suelo cuando te poseyó de inmediato, como un animal, sin más trámites, entre jadeos roncos y empujones irregulares. Intentaste alzar la cara, pero una pezuña desprovista de ternura se apresuró a aplastarla de nuevo contra el suelo. Tus dedos se clavaron en el suelo hasta que tus uñas rasgaron la tierra al ritmo bárbaro de las embestidas. Las lágrimas asomaron antes de que la bestia chotuna aullara con furia, alterando la paz de la noche asturiana.

La criatura se dejó caer hacia atrás y sus peludos brazos cayeron tras ella. Jadeaba como una verdadera bestia y el sudor perlaba su dura y oscura piel. Te mantuviste inmóvil, petrificada, con las rodillas y los codos hundidos en el lecho y las uñas clavadas en la tierra. 

Tus ojos se volvieron a cerrar...

Siendo evidente que con aquellas lluvias difícil sería seguir el rastro, tuve la inspiración de un último recurso. Aferré la piedra de sapiencia, confiando en que su sabiduría me iluminase una vez más, impregnando mi alma con la claridad que merecía aquel momento. Clamé un cántico inseguro al principio, sintiendo cómo mi alma se agotaba y mi voz se quebraba, pero pronto recobré las energías, y entoné con firmeza.

- Venti sapientiae animae insidere.

Presto sentíme reforzado, cuando la piedra se iluminó calentando mi pecho, y los efluvios de lo arcano impregnaron de nuevo mi alma, invitándome a salir y buscar la fuente de aquel poder, la bestia maligna que había secuestrado a la muchacha.
 

Aferrando un talismán de mi pecho, entoné un salmo:

- Venti sapientiae animae insidere.

Pronto se iluminó este, y sentí su calor. Mirando a mis acompañantes, hube de darles aviso:

- Aquesto non habrá de dezir el lugar exacto donde está Nela, mas fará nos saber si en demasía apartamos nuestros pasos de la ruta acertada...

Dicho aquello, me apresuré a acudir a la hoguera, de donde recuperé los escasos maderos que aún ardían. Quizá, si tuviéremos alguna tea, aquello pudiere prenderla.

- Luz, et fuego, habrán de guiar os nostros pasos. Si habedes tea alguna, mexor sacarla ahora.

Eché la capucha sobre la mía testa, esperando el frío de la lluvia de nuevo sobre mis huesos. ¿Sería posible que, siendo tan distintos unos de otros, pudiéremos hallar punto en común en la búsqueda de aquella moza?

Valerosos se mostraron todos, ya fueran alquimistas, rateros, nobles o... ¿mujeres?. Innegable era que en aquel grupo, heterogéneo e inconexo de primeras, existía ahora un lazo invisible de unidad. Al menos lo había en aquel momento y bajo tal circunstancia. Nadie guardaba a priori aprecio alguno por la joven desaparecida, al menos ninguno excepto Lázaro. Y, aun así, contra todo pronóstico, aquella compaña se preparaba para acometer la misma tarea por la que se encontraban allí: encontrar a una muchacha perdida en la oscuridad de aquellas tierras astures...

Armado hasta los dientes salgo al exterior apretando los ojos para encontrar algún rastro del ser. Quizá alguna pisada, rama rota o alguna gota de sangre si es que la flecha en el cuerno hizo manar algo de ese humor ( si es es que esa bestía inmunda posee tal cosa).

En la oscuridad de la noche y con la sola luz de la antorcha todas las formas bailan desfigurándose. Me abruma la sola posibilidad de empezar andar pues no sabría no hacia donde comenzar mi camino. Miro hacia atrás confundido -Alguien es capaz de ver algo? Hacia donde podrá haber ido?

Salí con el arco y la flecha apuntando a tierra, intentando otear con la tea que Sixto había tomado consigo. El caballero fue el siguiente en salir, y ¡ay de Nela!, que no veía yo rastro alguno de ella o de la bestia. Por un momento tornóse negro el mio pensamiento, pero luego, que como la lluvia no ayudaba, tornóse aún más oscuro, a la par que desesperante: no lograba atisbar ni un sólo rastro.

¡Nada veo! -respondí al caballero-. ¿¡Por donde habrán marchado!?

Pareciera aquella empresa condenada por el Maligno, tal y como éste había arrastrado a la joven muchacha asturiana a su guarida, lugar en que habría de esperarle el peor de los horrores. Nada lograba ver con tal lluvia, y aquel ser endemoniado debía de haber corrido monte arriba, o monte abajo, o Dios sabría hacia donde, pues no lograba yo percibir su presencia. Sólo el frío del agua en los huesos, calándome hasta lo más hondo, amenazando con traer fiebres y desgracias que arrebatasen nuestra vida como tributo por la de la muchacha.

Me sentía impotente y culpable al mismo tiempo, pues de mi ignorancia y mi falta de cautela habían nacido aquellas desgracias. Sólo me consolaba que peor y menor entendimiento había mostrado ella misma, sin duda causante última de su propio infortunio. Y sin embargo, aquello habría de pesarme. Bruto ignorante, no existía modo en vida de alcanzar conocimientos suficientes para tener todas las respuestas. Ya lo dijo el sabio, Sócrates, maestro del gran Aristóteles:

- Sólo sé que non sé nada.

Murmuré, y aquel fue un murmullo de rendición. Claro estaba que no lograríamos encontrarla...

Me puse de rodillas y ví el rastro de la criatura. Los primeros pasos fueron fáciles y estaba segura de llevar al grupo por donde era, pero las indicaciones que me estában dando mis compañeros me estában poniendo de los nervios y al poco acabé perdiendo el rastro y llevándolos a Dios sabe dónde.  Agora pensaba en las palabras del caballero de salir de día, esto había sido una insensatez et sentíame culpable et impotente. Me echaba las culpas de lo que le pudiese pasar a la pobre Nela, non había hecho nada cuando teníamos al cabrón delante et agora había perdido a la comitiva-mierda-

Aquella tarea, como era de esperar, se presentaba más complicada de lo que en un principio se pudiera haber imaginado. Bajo la fina llovizna caminaban los cuatro miembros de la compaña iluminados por la precaria antorcha. El suelo, convertido en lodazal, se mostraba propicio para seguir cualquier rastro; pues las pisadas quedaban profundamente marcadas en el barro. Empero, aún con tal ventaja, no habían encontrado huella o pista aún que seguir, pues en aquella zona del monte abundaban barrancos y riscos que reclamaban todos los sentidos de los caminantes, pues de no andar éstos finos y atentos podían acabar unas decenas de varas risco abajo...

-¡Esperáime, esperáime! -una voz familiar rompió la oscuridad. -¡non dejeisme aquí solu por amor de Dios!.

Era Inaciu, que reacio en principio a salir tras la pista de Nela y de la alimaña chotuna, se había quedado agazapado en la esquina más refugiada de la ermita temblando de pavor.

-Que si ye menester morrer prefiero faelo en compañia qu'en soledá... -por lo visto, había cambiado de parecer. Más no era valor lo que movía tal decisión, sino más cobardía aún de la que ya había demostrado tener...

El Randa seguía indagando las posibles pistas para encontrar a esa bestia, pero las huellas se perdían en la oscuridad. Quizá fuera mejor haber salido al alba como alguien había pensado.