INVIERNO. LUNES, DÍA 20 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:30. PLANTA PRINCIPAL.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - CALLES DE ALREDEDOR.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 17ºC. NUBLADO.
Y tras todo el estruendo, los gritos, la sangre, el olor a pólvora y el hedor a putrefacción de aquellos engendros, la calma y el silencio llegaban con el mudo estruendo de un alud. Oía los lamentos, veía las lágrimas, los puños cerrados, el dolor por el caído. Y entonces, sobre todos los sonidos, las imágenes y los olores, la voz de Adriana.
-¿Así que no quieres quedarte aquí? Pero estás dispuesta a pasar la noche en casa de alguien que quizá estaría vivo si hubieras tenido los mismos santos cojones para empuñar un arma que para buitrear su cama, mientras este se enfría ante tus ojos. Das asco, Adriana, y no por no haberte querido enfrentar a toda esta mierda, ni por tener miedo sino porque todo te da igual, no sientes respeto por nada ni por nadie y has dejado bien claro lo que muchos sabíamos y algunos solo sospechaban. No vales nada -sentenció con dureza-. Así que sí, vete. Y no, Carl, que se busque la vida. Es especialista en ello. Y que no vuelva.
No aguardó una respuesta. Le daba igual si llegaba o no. Adriana ya no era familia. Para él estaba muerta. Y ardiendo de rabia y conteniéndose para no darle un puñetazo, Marcus salió al exterior. Necesitaba estar ocupado, centrado en algo y dejar que la adrenalina que le inundaba fuera disipándose y con ella, la furia que no era sino fruto del dolor.
Minutos después regresaba al interior con un par de bolsas de deporte. En una de ellas, todas las armas y la munición halladas. En la otra, dinero, radios y porras policiales.
-¿Alguien sabe manejar esto? Es una radio de la poli. Quizá nos enteremos de si vienen hacia aquí o qué. Y hay que decidir qué hacemos con los cuerpos. Lo mejor es deshacernos de ellos de forma que no los encuentren nunca.
INVIERNO. LUNES, DÍA 20 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:30. PLANTA PRINCIPAL.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - CALLES DE ALREDEDOR.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 17ºC. NUBLADO.
Seges estaba destrozado. Era formalmente imposible que nadie siguiera en pie con esas heridas y ello a pesar de que era evidente que las mismas no habían supuesto al corpulento ex boxeador lo que habrían supuesto para otros. Era, también, evidente, que las heridas eran muchísimo más numerosas, y más graves, que las que había sufrido cuando hacía pocas semanas se había enfrentado a aquel tipo, en la puerta del Diablo.
¿Qué había cambiado, y cómo podía haber cambiado tanto, en tan poco tiempo?
Fuera como fuese, Seges observó el cuerpo de Maetin, sintiendo su ausencia como un dolor personal, íntimo. Como un fracaso. Ni siquiera las amables palabras al respecto de Corte Rojo podían consolarlo. Apretó los puños. Todo lo que había hecho esa noche había sido para cercionarse que ninguno fuera eliminado. Y había fracasado.
Y entonces escuchó las peticiones de Adriana. Y la respuesta de Marcus.
No estaba preparado para eso. Y no era un pensador. Ni un filósofo. Nunca había podido convencer a nadie de nada, y las veces que lo había intentado no había logrado explicarse bien. Y mucho menos cambiar la opinión de otro. Para colmo no podía negar que las palabras de Marcus tenían razón, en buena parte, pero...
Vio como Marcus salía fuera. Hizo un gesto con la mano a Adriana mientras le miraba a los ojos, pidiéndole que no contestara, y que tampoco se marchara.
- Los hemos destruido. No volverán. Y salir es peligroso.
Y, tras esto, salió fuera, recogiendo cosas junto a Marcus. Y habló con él.
TRANSCURREN CINCO DÍAS.
INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA
INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA.
Durante los cinco días siguientes al enfrentamiento en el Diablo, Anely se movió como si caminara sobre cristales: cada paso era consciente, cada gesto medido, pero en su interior todo era ruido. La rutina fue su refugio. Al volver a su piso, se encontró con la risa de sus compañeras de piso, y aunque sonrió y bebió con ellas, la sonrisa le pesaba en los labios como un disfraz mal puesto. No podía cargarles la memoria de lo ocurrido en el Diablo; ellas no lo recordarían, no entenderían.
Bebió, sí. El sabor del alcohol le quemaba la garganta y le dejaba un calor vacío en el pecho, pero era preferible a la helada que sentía cada vez que el rostro de Maetin se colaba en sus pensamientos. “El bueno de Maetin…”, murmuraba a veces, medio en voz alta, medio hacia adentro. Era una letanía, casi un rezo, repetido entre vasos y silencios.
La imagen de Dimitri, desplomándose, volvía con igual insistencia. No hablaba de ello con nadie más que con su reflejo en el espejo, mientras se desmaquillaba a deshora. “Te debía un minuto, Dimitri. Y lo cumplí. Pero no es suficiente.” Ese era su secreto: una deuda que seguía viva, imposible de saldar.
Con Hazel cruzó apenas unas palabras, siempre breves, siempre prácticas, pero el lazo seguía allí, tenso y silencioso. En su cabeza, Anely se sorprendía una y otra vez formulando la misma súplica: “Hazel, dime que hicimos lo correcto. Dime que de verdad no había más que hacer.” Nunca lo dijo en voz alta, pero ardía en la garganta. Marcus se le apareció en recuerdos más crudos: el hombretón, implacable, ensangrentado y todavía firme. “Si tú sigues de pie, yo también”, pensaba. Era una frase que a veces le soltaba al aire, como si fuera un conjuro. En esos días, la repetía cuando el insomnio la cazaba al borde de la madrugada. Carl, extraño como siempre, estaba en otra categoría. Anely intuía que él también cargaba un recuerdo distinto. “Quizá lo sabe. Quizá no. Quizá ambos lo recordamos de maneras que no se tocan.” Y dejaba la idea flotar, sin apretarla demasiado, porque dolía.
Las tareas mundanas la mantuvieron viva. Recogía ropa, lavaba platos, salía a comprar tabaco para las demás, y en cada movimiento encontraba un pedazo de orden. “Haz lo que toca. Haz lo que toca. No pienses demasiado.” Esa fue su consigna, repetida con una voz interna tan fría como eficaz. Cuando las chicas de piso reían fuerte, Anely se dejaba arrastrar. Alzaba el vaso, brindaba y lanzaba alguna broma torcida, y por unos segundos casi lograba olvidarse de la sangre y de los casquillos. Luego, al volver al baño a lavarse las manos, el olor a pólvora volvía, terco, aunque ya no estuviera allí.
En algún momento, al tercer día, se sorprendió hablando sola en voz baja, sentada en el alféizar de la ventana. “Ya basta de llorar a escondidas. O me quedo quieta y me hundo, o aprendo a sostener el arma sin temblar. No pienso esperar a que me rescaten siempre.” Fue la primera vez que pronunció algo parecido a un juramento.
Las noches se hicieron largas. No rezaba, pero hablaba: a Dimitri, a Maetin, a nadie. Decía cosas como: “No quiero olvidaros. No quiero que esta ciudad os trague sin nombre. Pero tampoco quiero quedarme atascada en la pena. Dadme un poco de vuestra fuerza. O de vuestra terquedad. Lo que tengáis.”
El quinto día amaneció con nubes bajas y frío húmedo. Al mirarse en el espejo, con los ojos cansados y el pelo aún húmedo de la ducha, Anely se habló en un susurro: “Todavía aquí. Todavía de pie. Aunque no sé para qué.” Y sonrió, apenas, con la ironía amarga que la salvaba: porque si estaba en pie, al menos podía seguir eligiendo dónde caerse después.
Era hora de volver. De volver al lugar donde todo pasó. Era hora de ir a trabajar.
INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA.
Todo había sido tan cruel. Tan inhumano, tan desgarrador.
Las palabras proferidas con ira por Marcus contra Adriana habían restallado como latigazos, o como el descerrajar de una bala en el vientre, a quemarropa. Adriana estaba trastornada, muerta de miedo, de horror, de pasmo. Sólo quería irse de allí, poner tierra de por medio. No se sentía lo bastante valiente como para emprender el mismo camino que había tomado Sophía hacía unos días. ¿Huir de Shadowtown? ¿Emprender una nueva vida en otro lugar? ¿Era eso siquiera acaso posible?
Anely Dedrion no había resultado herida en el ataque de los "Buitres", al menos no físicamente. El daño emocional sí había sido inmenso. Ayudó en todo lo que pidió Desagradable. Guardó la Escopeta, los cartuchos de plata, y el bate en su taquilla. Se interesó por el paradero de Adriana, viéndola después colaborar en la limpieza. Observó con curiosidad a Corte Rojo. Se mantuvo alerta por si acudían curiosos o alguien avisaba a la policía. Por suerte, no hubo problemas. Calculó el total de balas y casquillos que había que recuperar y hacer desaparecer. Vio que no había más peligros y que al parecer los vecinos no habían reaccionado ni llamado a la policía (o esta no había acudido, en todo caso). Ayudó lo mejor que pudo a reparar puertas rotas y desperfectos. Puso un letrero en la puerta indicando que el local permanecería cerrado hasta el martes día 28 por reformas.
Carl Aston Martyr se sentía extraño. En algún momento le habían herido. Uno de esos malditos vampiros. Por suerte, tras unos días, la herida cicatrizó bien y ya estaba prácticamente curada. Se ofreció a ayudar en cuanto pudiera. Averiguó que Maetin no tenía parientes con los que mantuviera alguna relación y que era huérfano. Ayudó a recoger balas y casquillos. Se ofreció a ayudar a deshacerse de los dos coches patrulla policiales. Durante los siguientes días pudo recuperarse de sus heridas de forma natural, simplemente aplicando desinfectante y vendajes sencillos. Atinó bastante encontrando balas perdidas y casquillos. Preparó el velatorio de Maetin junto con Corte Rojo, aunque era consciente de que probablemente no podían llevar a cabo un funeral convencional, no sin revelar la matanza que se había producido en "El Diablo".
Corte Rojo, así se hacía llamar el aspirante a héroe enmascarado al que Hazel había salvado por mediación de Carl, estaba completamente hecho polvo. Había estado a punto de morir a manos de los mordedores. Aunque el susto de despertarse con un enloquecido Seges de ojos rojos estrujándole la garganta para estrangularle había sido casi peor. Por suerte, el hombretón pareció apaciguarse, probablemente gracias al vudú de Hazel invocando a sus dioses. Ayudó todo lo que pudo a recoger cuerpos y limpiar el escenario de la matanza. Ayudó a Carl a poner presentable el cuerpo de Maetin para que todos en "El Diablo" pudieran velarlo. Demostró ser especialmente útil a la hora de borrar pruebas y evidencias de lo que había pasado en este lugar. Se dio cuenta de que tenía sangre contaminada dentro de la boca. Se lavó la boca, hizo gárgaras, y se provocó el vómito, aunque sabía que no sería suficiente y que tendría que ir al médico. Tras unas cuantas horas ayudando de forma bastante eficaz, se despidió de los miembros de "El Diablo" y se marchó. Afirmó que tenía que ir al médico, ya que creía que le habían infectado con RABIA, fue un argumento bastante convincente.
Desagradable Williams, aprovechando sus conocimientos policiales y su posición (disputada a veces por Marcus) como jefe de seguridad de "El Diablo", dirigió las labores para eliminar todas las pruebas de lo que había sucedido. Ayudó a Seges a rematar a los infectados que seguían vivos. Juntó, con ayuda de los demás, todos los cadáveres en los coches patrulla y los llevó lejos del barrio, con ayuda de Carl, para quemar coches y cuerpos con gasolina y cerillas. Organizó a todo el mundo para las tareas de limpieza, y recuperación de todas las posibles pruebas e indicios. Fue particularmente útil en la aplicación de productos químicos para la limpieza de la sangre y otros restos. Le pareció que habían tenido más suerte de la cuenta. La aplicación efectiva de primeros auxilios por parte de Jacobo y algo de descanso obligado, le permitió recuperarse esos cinco días de la mayor parte de sus heridas.
Hazel Dark, viendo que la mayoría de los heridos, incluida ella, se podían recuperar por su cuenta con la aplicación de desinfectante y vendas, se centró en curar a Seges. Cada día, al amanecer y al ocaso, efectuó un ritual vudú sobre él para sanarle. Por las mañanas se preocupaba de las heridas internas, las más serias. Por la tarde se ocupaba de las heridas superficiales, mucho más abundantes. Al terminar los cinco días de sanaciones diurnas y nocturnas, sabía que le había curado a Seges más heridas de las que pudiera tener una persona normal, incluso un duro boxeador profesional, pero aun así seguía estando muy herido y probablemente requeriría cuidados, aunque seguramente ya no tan intensivos, durante días o semanas. La primera noche fue cuando estuvo más nerviosa, ordenando reunir todo lo que sirviera para atender a los heridos. También ordenó que nadie saliera de "El Diablo", ni siquiera Carl o Corte Rojo. Al día siguiente, sin embargo, el enmascarado se marchó, y horas más tarde llegó Salmon Salmeron, extrañamente herido, pero dispuesto a colaborar en todo lo que pudiera.
Adriana en cambio, ayudó lo suficiente como para pedir las llaves del piso del fallecido Maetin para mudarse allí. Marcus la despidió de forma airada, diciéndole que no volviera.
Hazel dedicó también todo el tiempo que pudo, sin apenas descansar, en limpiar una y otra vez el local y las calles adyacentes, con los productos químicos que le señaló Desagradable, para que no quedase ningún rastro de sangre. Sabía que esos cinco días de cierre obligado no serían buenos para el negocio, pero creía que era indispensable hacer reparaciones y hacer desaparecer todas las pruebas de la matanza a conciencia. Tanteó lo que se decía en la calle y en la red, concluyendo que nadie había levantado la voz de alarma, pese a la desaparición de todo el turno de noche de la comisaría del distrito. De hecho vio a Fat Cop, el jefe de policía de Shadowtown, por la televisión, comentando que había habido una reyerta en el puerto entre policías, tristemente corruptos, y delincuentes drogadictos, que se había saldado con numerosas víctimas, sin especificar muchos más detalles.
Jacobo Misowor descargó y colocó en su sitio detrás de la barra la Escopeta de Dos Cañones. Ayudó lo mejor que pudo en la limpieza y en las reparaciones. Se recuperó de sus heridas esos días con remedios caseros fundamentalmente.
Marcus Maltesse ayudó a rematar enemigos inconscientes. Saqueó los cuerpos y los coches patrulla, en busca de cosas útiles. Ayudó en la recogida de cualquier prueba incriminatoria. Entre los coches y los Buitres encontró un total de veintidós mil quinientos dólares. También dos pistolas automáticas policiales, a las que les quedaban bastante balas, y unos ocho cargadores adicionales. Había también dos revólveres y unas cuantas balas sueltas, más de setenta. Recogió también una de las escopetas de los policías (la otra la tenía Anely) y treinta y dos cartuchos sueltos. Colaboró en eliminar todo rastro utilizando las mejores técnicas científicas policiales. Condujo uno de los patrulla siguiendo a Desagradable para quemarlos junto con todos los cuerpos. Aunque no consiguió ser especialmente sigiloso ni silencioso en ninguna de las actividades, aquella noche los astros parecían estar de su parte y nadie se entrometió.
Salmon Salmeron regresó a "El Diablo" al día siguiente, encontrándolo cerrado. Aunque estaba extrañamente herido, pese a haber estado en su casa el día anterior, colaboró todo lo que pudo con las labores de limpieza y restauración. Aplicándose curas caseras (alcohol y vendas), se recuperó por su cuenta esos días en parte de sus graves heridas. A ratos se mostraba preocupado, y su piel estaba mucho más pálida que de costumbre. Además, tenía dificultades al comer y al beber, pues todo le sabía bastante malo.
Seges Woldo colaboró con Desagradable y Marcus en rematar a todos los infectados heridos que habían sobrevivido. En total habían huido cuatro rabiosos comunes y uno especial. Parecían cobardes, y Seges no creía que regresaran pronto. La primera noche se acercó a Corte Rojo, y creyó sentir en él un corazón afín, o al menos alguien que compartía una misma maldición. Habló con el héroe enmascarado de la levita roja y la chistera negra, sabiendo que se hacía llamar Corte Rojo. Montó guardia buena parte del tiempo, pues no estaba para demasiados esfuerzos con la cantidad abrumadora de daño que había recibido. Con el paso de los días, y repetidas curas vudú de Hazel llegó a sentirse casi tan bien como cuando era un boxeador profesional en plenitud total de sus facultades, sin embargo, seguía teniendo heridas suficientes como para matar a un elefante. No consiguió ser de mucha ayuda en las tareas de limpieza y reparaciones. Se mantuvo alerta, constando que no había intrusos ni amenazas. Dio la bienvenida a Salmon cuando regresó el segundo día. Ayudó a ocultar los cuerpos en los coches patrulla, y a camuflar éstos lo mejor posible, para facilitar que se los llevaran para quemarlos y destruir todas las pruebas.

INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA.
La nieve crujía bajo sus botas con un ritmo cansado, como si cada paso midiera el peso de lo perdido. Anely caminaba sin prisa, pero con esa firmeza obstinada que la mantenía en movimiento. El aire frío le quemaba la garganta y le obligaba a recordar que seguía viva, aunque el recuerdo de la pólvora y la sangre aún le ardiera por dentro.
Al llegar a la fachada del Diablo, sus ojos se clavaron en las paredes ennegrecidas, en los cristales cambiados a toda prisa, en las huellas de un desastre que todavía parecía latir en la memoria. Sintió un nudo en el estómago: las voces que ya no estaban, las risas apagadas, la sombra de los cuerpos caídos. Se mordió la lengua para no decir nombres en voz alta.
Cinco días… demasiado y nada al mismo tiempo. Lo ocurrido pesaba como una lápida, y lo que iba a ocurrir se dibujaba con la forma de una amenaza aún sin rostro.
Se detuvo un instante frente a la puerta. Dejó que la rabia le apretara el pecho, que la responsabilidad le tensara los hombros, y que el orgullo le recordara que seguía de pie. Inspiró hondo, reunió fuerzas y dio un paso adelante.
—“El Diablo no puede arder de nuevo”— se dijo. Y esa frase, dura y simple, le marcó el rumbo.
INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA.
Salmon entró en El Diablo como si atravesara un sueño.El cierre temporal había dejado al local con un olor a humedad y desinfectante que tapaba el rastro de la sangre. La madera, recién fregada, seguía crujiente bajo sus pasos, como si quisiera recordar lo ocurrido.
Se detuvo en mitad del salón, dando una lenta vuelta sobre si mismo, dedicando una lenta mirada al local. Se dirigió al escenario. Sacó el saxo del estuche, lo acarició con manos temblorosas y se dejó caer en el taburete. Tocó unas notas perezosas, afinó el instrumento, actuó de oficio hasta tener quien le escuchase.
—Para el que encendía la noche con su risa —susurró, apenas un hilo de voz—.Para el que hacía que hasta el infierno oliera a hogar. Para un hombre bueno.
Tomó aire, cerró los ojos y dejó que el saxo hablara por él. El primer soplo fue un quejido, un sollozo de metal. Luego, la melodía comenzó a crecer, lenta, rota, como si cada nota cargara con una despedida del que no sabe decir adiós.
Las últimas notas se disolvieron en el aire, lenta, perezosamente. Salmon apoyó la frente en el saxo, aguardó un instante y lo guardó de nuevo.
¿INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA?
Con sus tacones resonando en la madera o hundiéndose en la alfombra, Hazel cruzó su dominio, su mundo, su hogar. El Diablo se Fue de Fiesta era todo eso, sí, pero también mucho más. Eran las personas, y los espíritus. Las almas, de los vivos y de los ausentes, fuera lo que fuera que quisiera decir eso.
Se estaba preparado para abrir, después de aquel Capítulo nefasto. Por eso se había calado su máscara de impecable maquillaje, encastado su coraza de seda y terciopelo, de rubíes y diamantes.
El Diablo aún seguía cerrado, pero ella sabía que el martes abrirían. Lo querían, y lo harían. Y entonces, debería estar preparada, dispuesta. Quien cruzara esa puerta de entrada -que disimulaba bien los rastros, ya fueran del fuego, o el humo, los arañazos y desgarrones, los disparos y la plata-, y fijara su mirada en ella, sólo vería a una belleza de mujer, una diosa de piel oscura, ojos rasgados de pobladas pestañas, labios de turgente carmesí y un cuerpo de quitar el hipo. Atemporal, impasible, su boquilla anclada en el tiempo pendiendo elegante de su actitud más que de su boca, el cigarrillo a veces apagado, otras encendido.
Su andar felino encubriría su cansancio, su carga de años y vidas, su más que ahíta experiencia.
Ya lo hacía ahora, en realidad. Impecable. Pero...
Nadie lo diría, pero Hazel lloraba por dentro, gritaba por dentro, se desgajaba por dentro.
Moría por dentro.
La noche había sido un pozo sin fondo, una sima de profundidad infinita en la que había caído tras tomarse unos necesarios somníferos que el bueno de Vilipendiado, ya una incógnita resuelta, le había proporcionado. Era la primera noche que había dormido tras otras cinco de trabajo. Y dolor. E insomnio. Y tras cinco jornadas de trabajo. Y dolor. E inquietud imposible.
Pero ese pozo sin fondo tenía un escenario vívido, lúcido, que no olvidaría viviera las vidas que viviera...
Oscuridad y gritos, de almas en pena, vivas y muertas, ojos abiertos, desorbitados, aterrados; bocas abiertas, desencajadas en un infinito aullar de incomprensión.
Bañados en sangre. Sangre roja, rutilante. Pero sucia. ¿Podía el rojo de la sangre ensuciarse del negro de la oscuridad? Sí, no sólo podía, lo hacía. Se hundían la una en la otra, se amalgamaban, mezclaban. Y extendían. Hasta cubrirlo todo, hasta engullir sombras y formas, rostros, expresiones, entes, balas y espectros. Y Corazones.
Primero Dimitri. Dimitri, su alma diluyéndose en ese Oblivion de poder infinito, de infinitud por sí misma. Él había sido tan ingenuo que se había enfrentado a un coloso tan absurdamente poderoso que ni le había mirado cuando tuvo la osadía de reírse, sólo le anuló. Simplemente. Pobre corazón. Las visiones de eso la taladraron, todo ello, a toda ella. Veía sus ojos inocentes, sinceros, veía su mirada limpia y escuchaba su voz ingenua con sus preguntas ingenuas, su transparencia noble, su resolución. ¿Había tenido culpa en su pérdida? Sí, claro que la había tenido. Hazel estaba condenada a callar, porque si hablaba, sus palabras acababan siendo sentencias de muerte. Maldita su voz, maldita ella.
Ahora Maetin. Le lloraban, le recordaban, a él todos. No como a Dimitri, que sólo aquellos que ya estaban marchitos podían mantener en sus mentes. Maetin persistía, pero estaba muerto igualmente. Habían podido despedirse entre silencios y lágrimas, su cuerpo había estado allí, entre ellos, testigo vacío de un horror igualmente vacuo, el de Shadowtown en masa. Sus ojos cerrados y su rictus recompuesto parecía decir que estaba tranquilo, pero en ese pozo nocturno inundado de oscuridad y sangre, el muchacho les miraba uno a uno, sin comprender nada. Tantas preguntas, ninguna respuesta. Ellos tampoco comprendían nada. Ella tampoco lo hacía. Lloraba. Gritaba. Aullaba. Pero no comprendía.
Adriana. Quizá aún estaba viva, pero Hazel no estaba segura de si lo estaba para ella. Una mujer sin Corazón; era más que posible que ni siquiera la hubieran tentado. ¿Quién desea un pedazo de roca en el pecho? O quizá sí, quizá eso es un plus, es deseable en un mundo como Shadowtown, es más natural para un Demonio que para un humano. O podía ser fachada. Podía ser una coraza tan trabajada como lo eran el maquillaje y el vestuario para Hazel. Quizá esa dureza estaba hecha de miedo, esa indiferencia de vulnerabilidad. Por eso no sabía bien si alejarla o abrazarla. Acunarla o abofetearla. Por eso no hacia ninguna de esas cosas.
En ese recuerdo oscuro, angustioso, también Jacobo tenía su lugar. Ni muy cerca ni muy lejos, pero lo cierto era que él también había acudido a su consejo, se había sincerado. No sabía si lo había seguido, o no, aunque no, lo que en realidad no sabía es lo que le había llegado a decir, y si eso, era en sí un consejo. Su diablesa, su Corazón, su tentación. No ella, otra. Pero también con él había sido sincera, y ahora, lo cierto es que no sabía cómo había salido de la situación. Si se había adentrado en ella, o había escapado. Quizá si no estuviera soñando le preguntaría. Pero estaba en esa pesadilla.
Dio una vuelta sobre sí misma, y escuchó esa música. No era música, era algo más, eran... ¿latidos?. Corazones, una vez más, rojos. ¿Ensangrentados? Claro. Pero los latidos se derramaban sobre el teclado con una maestría mágica, mística. Ese era Salmon, aunque no se le viera el rostro, la chistera y su andar, su aire, con ese "tumbao" increíble y seductor, esas manos de artista que habían acariciado teclas y metal, marfil y sangre. A su alrededor admiración, y terror. Repartía con igual facilidad ritmo y cuchilladas. Hazel miró bajo la chistera, afrontó la oscuridad, pero la oscuridad no se disipó para ella. No había incógnita, pero siguió el misterio gritado y gritando. Dolor a manos llenas. Corazón a manos llenas.
Más voces, más gritos en la penumbra metálica. Desesperado, que no Desagradable, tantas veces ese nombre pensado, iniciado, incluso a veces pronunciado en un lapsus incontenido que se esparcía desde los repliegues de su inconsciente, imparable. El hombre de apariencia fría, el resolutor, el ejecutor. El amante de una verdadera Cenicienta que dejó atrás su zapato y su amor, a su príncipe solo en el rugir de una huida, con el regalo del inicio de una maldición, el regalo de una muerte anunciada. Desesperado parpadeaba buscando rehacerse, buscando ser práctico, eficiente. Siéndolo. Y sufriendo por ello, en silencio, atravesado por el horror de su ciudad, de su gente, de ella, de sí mismo. Desesperado.
Y agazapado, si podía decirse así de la actitud poderosa y de la mole inmensa de su Corazón de León, de Seges, el reciente semidios observaba la oscuridad atravesando al mismo tiempo las brumas del sufrimiento, del dolor de miles de heridas en su cuerpo amplio que las había engullido como se engullen bocanadas inacabables de mar y de sal mientras uno se ahoga hundiéndose en un océano de muerte. Y a pesar de ello, no lo hace, no muere, sale a la superficie con un empuje liberador que lo lleva de un salto al aire, a la supervivencia, y a una nueva aceptación de sí mismo, tanta renuncia y tanta consciencia, tanta vida dejada atrás, y tanta senda marcada en un futuro desdibujado incluso para un titán. Un titán ya marchito. Y, sin embargo, tan tierno.
Junto a él, andando juntos, también marchitos, pero tan próximos, tan marchitos como ella misma, tan cercanos, Anely y Marcus. Marcus y Anely. Con Hazel. Sus propios reflejos espejados en su propia alma, no, en su propio Corazón, tras tres vidas, ¿cómo podía ser de otro modo? Gato -Gertrudis- miraba con ojos de quien ya lo ha visto todo, pero no, ellos habían visto más. Dos Corazones apalabrados, cedidos, tres con el suyo, con el de Hazel, que latían distinto y aquí, en este pozo de pesadilla, ni siquiera lo hacían. Y tres caracteres tan distintos y sin embargo tan unidos, tres vidas, tres destinos compartidos, tres nuevas muertes. Y además de destino, de vivencias y ausencias, compartían pasión y renuncias, compartían dolor y rabia. Una mirada cruzada bastaba, era suficiente. Los tres sabían, los tres en sus respectivos silencios, o palabras, con sus respectivas evoluciones e involuciones, sus poderes, o su falta de ellos. La sangre no significaba nada, ni siquiera cuando se derramaba. Había algo más constante, más permanente, incluso siendo eso una verdadera maldición. Ellos. Tres.
¿Cuántos más serían luego, tras esta trágica trama de Shadowtown? Ni siquiera sabía si habría otra, o si sería la última, la definitiva. Tramas y vidas entrelazadas, imbricadas como telarañas tejidas en un caos desordenado y estrecho.
Tramas, vidas, y sombras. Una más, por lo menos, una sombra larga, alta, decrépita, tierna y marchita a la vez. Un maremoto de pasiones en un estuche rancio con aroma de madre, amenaza y promesa a un tiempo. El sentimiento desbordando por cada poro, en cada palabra, llenando cada silencio. Carl. Sus ojos mirándola. Aquilatándola. Censurándola. Odiándola. Amándola. Su revolver humeaba, incluso sin haberlo disparado. ¿O lo había hecho? Quizá en los tenebrosos rincones de este pozo, sí lo había hecho. Y ahora la muerte vagaba entre ellos como una más, juntándoles en el Oblivion. O quizá había sido ella, Hazel, la que lo había hecho. Disparar. Matar, morir. En esa horrible estancia de pesadilla, no estaba segura, aún no había sucedido, aunque el tiempo hubiera transcurrido para el resto.
¿Moría?.
Hazel miró a su alrededor. Estaba en el Diablo, sí. Pero, ¿cuándo? ¿Con quién? ¿Estaba sola? ¿No lo estaba? Y si no lo estaba, ¿quién estaba allí en ese momento?
Una risa resonó entre las paredes de su Diablo, entre las esquinas de su alma, entre los recovecos de su Corazón. Una risa muy conocida, burlona y simpática, aunque sin duda maligna.
Se giró para mirarle.
- Ahí estás, viejo Demonio. Como no podía ser de otra manera...
¿INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA?
Verdades susurradas con miedo.
Incierto tierno el silencio
Arrebatado con aire de esparto,
Tan árido como inevitable.
Símbolos marcados en el aire
Crepitan en almas tenues,
Tan leves como insoportables.
La mentira es más agradable.
Cráteres de inevitabilidad
En manto ajado del camino.
Caminante de vacua mirada,
Sombrío el cuervo de su sombrero.
Larga es la sombra de la muerte
Como corta es la luz de la vida.
En sus ojos sin lamento,
En sus versos sin conciencia.

¿INVIERNO. SÁBADO, DÍA 25 DE ENERO DE 2020.
DESPUÉS DEL OCASO EN SHADOWTOWN: 17:45.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -1ºC. INTERIOR: 16ºC. NUBLADO. RACHAS DE NIEVE LIGERA?
Desagradable permanecía sentado en una de las mesas del fondo, la que Maetin solía ocupar cuando venía temprano. Había un vaso de whisky delante de él, intacto. La mano derecha, vendada, descansaba junto al vaso; la izquierda sostenía el revólver, descargado, que giraba lentamente sobre el tapete de fieltro como si esperara que el destino se decidiera a darle otra vuelta.
La nieve golpeaba los cristales, amortiguada, con ese rumor de final inevitable. El local olía a lejía, a madera húmeda y a promesas rotas. Cinco días habían bastado para recomponer las paredes, pero no los hombres. Cinco días para limpiar la sangre, pero no la conciencia.
Encendió un cigarrillo con la parsimonia de quien ha hecho ese gesto mil veces. Aspiró hondo. Exhaló despacio. El humo se alzó como una sombra más en el Diablo.
- Cinco días -murmuró, sin mirar a nadie-. Y ya parece una eternidad.
Le dolían las costillas, el hombro, la pierna, el alma. Pero no tanto como el silencio. Ese maldito silencio. Maetin seguía allí, de algún modo. En el eco de las risas apagadas, en las marcas de los casquillos que no pudieron borrar del todo. En la botella medio vacía que nadie había tenido el valor de tirar. El viejo policía había aprendido hace mucho que la muerte nunca se marchaba. Sólo cambiaba de sitio.
A lo lejos, creyó oír el saxo de Salmon -quizá un recuerdo, quizá un fantasma-, y el murmullo de Hazel moviéndose entre las sombras, como si tratara de convencer al Diablo de que aún quedaba algo por lo que abrir las puertas el martes.
- Brindemos, chico -dijo al vacío, al vaso, o al espectro de Maetin, que quizá seguía sentado frente a él-. Por los que se fueron, y por los que seguimos sin saber por qué.
Bebió. El whisky le quemó la garganta, y le supo a polvo, a pólvora y a despedida. Luego guardó el revólver, se puso el abrigo y se levantó con la torpeza de quien lleva demasiados años enterrando cosas. Al llegar a la puerta, se detuvo. Miró una última vez el interior del local, aquel infierno que había llamado hogar durante tanto tiempo.
El cartel colgado decía: "CERRADO POR REFORMAS". Sonrió sin alegría.
- No hay reforma que arregle esto, Maetin -susurró. Y salió al frío. Hacía un tiempo había tenido una conversación con Hazel acerca de un demonio. Un demonio al que Desagradable no dejó entrar. Y tras todo lo ocurrido se planteaba si no hubiera sido mejor abrirle las puertas de par en par. Entregar su Corazón. Por salvar a unos pocos.
La nieve lo envolvió en silencio. Dio un par de pasos, se subió el cuello del abrigo y se perdió entre las luces mortecinas de Shadowtown. El Diablo quedaba atrás. Pero en algún rincón de su pecho -ese lugar donde las balas no llegan, pero la culpa sí-, el infierno seguía ardiendo.
INVIERNO. DOMINGO, DÍA 26 DE ENERO DE 2020.
MADRUGADA EN SHADOWTOWN: 1:03.
"EL DIABLO SE FUE DE FIESTA". - LOCAL CERRADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -8ºC. INTERIOR: 16ºC. RACHAS DE NIEVE.
Era el trigésimo viaje del día, pero Seges había terminado ya con todo. Era lo bueno de vivir con poco, o con menos aun. Y de tener una fuerza descomunal. Era cierto: había pensado en pedir ayuda a Anely y a Adriana para hacer este traslado. Pero Anely estaba sufriendo y no quería distraerla con esto, y Adriana... Adriana.
Tal vez hubiera debido insistir más en hablar con ella. En insistirle, en...
Negó con la cabeza y colocó las últimas cajas en ese piso que tendría, poco a poco, que convertir en un hogar, y en un gimnasio. No se había quejado, pero lo cierto es que estaba todavía muy lejos de estar recuperado. Lentamente se acercó a una de las ventanas. Se apoyó, mirando hacia fuera. Mirando hacia fuera en ese cuarto aun sin montar, que tenía como única decoración treinta cajas de enorme tamaño.
Mi vida en cajas. El pensamiento había intentado ser divertido, pero no le trajo ninguna diversión. Afuera solo algún coche despistado desafiaba el viento y la maldad de una ciudad que ahora era más suya que hacía un mes. Y mucho menos suya, también.
Un mes. Apenas un mes. Salió de ese proyecto de casa y bajó por las escaleras hasta entrar en el Diablo. En el Diablo vacío, oscuro como una boca de lobo. Pero ya no necesitaba encender las luces para observar nada. Pensó en Hazel, pensó en Maetin. Pensó en Desagradable, y en Marcus, y en Anely, y en Adriana. En Salmon, en Jacobo, en Martyr. Se había acercado a la barra y puso once copas (¿por qué once?, ¿no me sobra una? ¿por qué hay algo que me susurra que debieran ser once?), y alargó su mano.
La botella de vodka llegó hasta su mano. Luego la de ginebra. El tomate natural. El güiski. Y así, sin moverse, fue atrayendo cada una de las botellas hasta sí. Y fue preparando a cada uno el coctail que había pensado para ellos. Solo una copa, la décimo primera, quedó sin llenarse. Pero a pesar de no saber por qué, no quiso retirarla.
Seges no era un pensador. Tampoco era alguien solitario. No era un poeta, ni un hombre sensible. Pero ahí estaba, delante de esas copas llenas, sentado en la barra.
Tomó su copa, dio un sorbo. No encendió ninguna luz. No la necesitaba. Miró la puerta. El martes estaría abierta. Volvió a beber un trago corto. No tenía prisa.
Sintió humedad en el ojo.
Seguramente algo de polvo de la habitación de arriba se me ha metido en el lagrimal. Pensó, quizás riéndose un poco de sí mismo, dejando que las lágrimas cayeran mansamente por su rostro.
Y siguió bebiendo, lentamente, mientras pasaban, lentos, los minutos.
INVIERNO. DOMINGO, DÍA 26 DE ENERO DE 2020.
AMANECER EN SHADOWTOWN: 6:00.
EN LÍMITES DE SHADOWTOWN. ACANTILADO.
CLIMA INVERNAL. TEMPERATURA: EXTERIOR: -8ºC. INTERIOR: 16ºC. RACHAS DE NIEVE.
El ruido de los neumáticos deslizándose sobre la grava me aleja del promiscuo desorden de la cabeza. Me acerca a un estúpido estado de vigilia.
Una madre recuerda qué no comprende y lo que ha perdido. En los últimos días no ha hablado con nadie. Él es un adulto sin padres; un infante que pasa de ser un niño a ser otro; nunca en secreto.
Es la primera vez que se ve a sí mismo.
Apago el motor. Paseo los dedos por el cambio de marchas y el volante. Acaricio el sillón del acompañante. Me repito que no es una despedida. «Pasaremos un tiempo separados», le digo. Apago la radio. «Están en camino. No tardarán en presentarse. No tengas prisa», lo amedranto.
—¿Estás bien? —le pregunta él.
—Sí —responde ella—. Tengo las manos como si fueran a romperse.
Él sonríe.
Me apeo y abro el maletero. Quién sabe. Puede que sí... Puede que fuera cosa del destino que no llegase a deshacerme de las botellas de alcohol.
—Te dejaré descansar después de que te levantes. No quiero despertarte. Tienes tu propio cuerpo. Si no quieres que me quede, adelante.
Descorcho una botella de champán barato. El corcho rueda ladera abajo: Shadowtown a mis pies; el océano más allá.
La tristeza es una ilusión, por eso le dice que está bien, que ya no tiene que volver a verlo, que necesita estar siempre cerca. Pero le está diciendo "no".
Ella no responde.
Localizo El Diablo Se Fue de Fiesta entre los edificios. Luces de neón. El parking medio lleno.
Ella se va a casa; se queda el día entero. Él duerme. Ella no quiere ir al hospital.
Me enciendo un cigarro. Puede que el último. Clavo la botella en un pequeño montículo de nieve y escarcha. Respiro el aire puro, contaminado de ilusiones.
Un día, mientras él duerme, ella despierta. Su cuerpo se estremece. Él se sienta junto a la cama. Es la primera vez que siente algo así.
Sé que Dimitri y Maetin no están aquí, lo sé, pero sé que lo están; mi Corazón late al ritmo de los suyos.
Un día en que el sol brilla sobre el parque, él la abraza. Ella le dice: "Tienes un bonito día en la mirada. A partir de ahora será diferente". El beso se reanuda. Él se acuclilla sobre ella. Ella abre un cajón y saca una caja.
También mi Corazón podría latir al ritmo del de Adriana. ¿Por qué no hablé con ella? ¿Por qué no le ofrecí las llaves de mi casa?
Él mira la caja. La pone sobre la cama. Abre la tapa. Ella lo observa.
—Eso es lo que se plantea en las calles —dijo la muchacha desde otra escena—. Pero, ¿qué hay en la realidad?
—No son palabras —le responde ella—.
Él calla. Ya no sonríe.
Me permito que una mueca en los labios se instale en el rostro. No voy a reprimirla. Sonrío.
—¿En qué?
—En la vida. Además, el mundo es en sí mismo.
—¿Y si no es una muerte?
—Es la muerte —responde la muchacha—. Los nombres no mueren. Nunca. No son un pensamiento, son un recuerdo compartido. Un suceso real o imaginario.
—Un recuerdo inventado.
—Un relato de suicidio.
—¿El nombre no muerto?
—No, ni el nombre ni el hombre. Un recuerdo que nunca fue recordado, una emoción, una persona que jamás existió, no muere, no existió.
—¿La persona que fue es él?
—No. Él murió en su propia memoria. Fue él quien escribió ese nombre.
—Lo siento mucho. He leído tu historia. Me cuesta imaginarte.
—He tenido recuerdos. Lo he leído. Se vuelven borrosos.
—Sí, quizá no.
—Pero, ¿por qué me lo preguntas?
—Porque de la vergüenza me nace decir eso.
—Te doy la razón.
—No tengo derecho a discutir.
—Pues ya tienes tu respuesta. No te lo daré.
—De acuerdo.
—Entonces, ¿cuál es el precio por seguir viviendo?
Dos hombres fornidos descienden del furgón. No portan distintivos cosidos a los blancos batines. Carl no se resiste. Se despide del viejo sedán. Una figura sombría, irreconocible, sentada al fondo del habitáculo acolchado, golpea el suelo con la punta de su bastón. La furgoneta se pierde entre las curvas que delimitan el acantilado. Alguien en algún lugar concreto prepara la habitación de Carl.
Aproximadamente veinticuatro horas antes.
EL DIABLO SE FUE DE FIESTA. PARKING PRIVADO.
El rostro de Ronald Rhyne se cubre de lágrimas incontenibles. El color de su piel parece más oscuro que antes. El cabello se le sube arrugado a la cabeza. En sus mejillas se dibuja una mueca de dolor.
«¿Cómo es posible?»
«No es el mismo.»
<¿Qué hay de malo en eso?>
Rhyne se queda mirando por la ventana. El sedán ronronea. Ruge en silencio.
«Nada de nada.»
«Sí, pero lo dudo.»
Los ojos de Roland son cálidos; sin embargo, no tienen brillo. Son de un color gris mortecino, como los de un cielo nublado que no se decide a descargar la tormenta que carga desde la lejanía.
«No quiero hablar de ello.»
Él, el sedán, no dice nada.
«Tienes que entenderlo.»
<¿Cómo? Nunca lo has entendido.>
«¿Cómo quieres que lo sepa?»
Niega apuntándose con el cañón del revólver.
«No he comprendido qué, pero creo que lo entiendes. Y si los otros lo entienden...»
<¿No quieres saber cuál es el problema?>
«¿Qué quieres decir?»
Rhyne se vuelve hacia El Diablo con los ojos abiertos.
«Quiero verlo de nuevo.»
Ambos se refieren al monstruo, al equívoco destino. Pero él no está ahí dentro. Dejó El Diablo Se Fue de Fiesta; les dejó con un palmo de narices.
Carl se refería a Hazel. Se refería a toda la tripulación, pero solo a Hazel. Le escribe una nota antes de abandonar el sedán y acercarse hasta la entrada a ayudar en lo que sea necesario. Evita cruzarse en el camino de nadie. Siente que Seges está ahí, aunque no esté; aunque no esté, sabe que está. Se siente aliviado. Se despide de Desagradable. Queda pendiente una conversación. Abandona el que fuera su segundo hogar por la puerta de atrás. Antes, sube las estrechas escaleras a oscuras, en silencio, siendo por última vez el Carl Aston Martyn que fue. Deja la nota escrita a mano alzada torcida, obligada a no mentir, a los pies de la puerta de la oficina de Hazel. Ni escondida ni a la vista; arrinconada en una esquina. Se atreve a firmarla con ese nombre nuevo que suena a revista de artículos de segunda mano, a vendedor de coches maltratados, a predicador sin credo: Ronald "indefinido" Rhyne.