Partida Rol por web

Estáis en la taberna, es de noche, cerca de la hora de cierre. Telmo habla con los jornaleros, a los que Juan está intentando liar para que se tomen la penúltima. En una mesa juegan a las cartas y toman unos vinos los tres abueletes con el padre Julian, Paco le ha mirado el culo a María mientras le atendía la mesa y ha hecho un gesto obsceno con las dos manos para que lo vean Fernando, el padre y Manuel. Ella le ha lanzado una mirada de advertencia, hoy tiene un mal día. Rodrigo, su bebé, se ha puesto malo y está Jimena mirando qué le pasa y preparando sus remedios. Y Diego, el alguacil, está en la barra, mira fijamente un vaso de vino absorto en sus cosas. Es lo que se dice una noche normal en Sibiriana.

En esas estáis, ya preparandoos para echar a los parroquianos cuando se abre la puerta de golpe. Aparece Fernandito, el pastor. Y dice:

    ¡Ya está aquí, la prometida del barón!-Y sale corriendo a la calle.

La gente de la taberna se amontona para salir, quieren ver a la nueva señora. En la calle, pese a las horas, se congrega todo el pueblo para ver lo que pasa. Parece que Fernandito ha avisado a todo el mundo.

En breve oís el trotar de los caballos, un hombre de porte noble comanda a seis soldados armados y con escudos con el emblema del murciélago. Detrás un carruaje, completamente tapado. Una mano femenina sale por la ventana, pálida como la luna. Parece que os saluda con desdén. Fernandito se queda mirando embobado al señor y le hace una reverencia quitándose el gorro. El señor le patea la cara y lo aparta de su camino.

  ¡Aparta, escoria!

Y pica espuelas. El resto de soldados le siguen, el cochero arrea a los caballos. Van, como no podía ser de otro modo, rumbo al castillo. La gente se dispersa en dirección a sus casas, algunos menean la cabeza como si negaran. En el silencio que sigue estalla el llanto de Rodrigo en la taberna, atendido al punto por María. Fernandito se incorpora con la ayuda de su padre y se limpia la sangre de la boca.

Los vapores del vino que reflejaba, distorsionado, un semblante ceñudo y pensativo, empezaban a enturbiar los sentidos de Diego, que rodaba el recipiente entre sus dedos mientras le daba a vueltas a algo que ni el mismo conseguía concretar. Se revolcaba en su pena como un cochino en el barro, por placer.

De pronto, la jovial voz del que en su día fue su cuñado lo sacó de aquellos pozos color sangre. Se giró, algo desubicado, e intentó reconstruir la escena.

… Así que ya ha llegado…

Mientras el gentío se levantaba alborotado, Diego miró una última vez a su vaso, y alzando la vista sus ojos se cruzaron fugazmente con los de María, llenos de compasión, y se le quitaron las ganas de echar un trago.

… Maldita sea…

Al salir, el espectáculo fue bochornoso. Entre las cabezas de la gente pudo ver como el lider de la comitiva le propinaba una patada con la suela de su bota en plena cara a Fernandito mientras le hacia una pequeña reverencia. El señor no parecía de buen humor, que se le va a hacer.

Cuando los culos de los caballos desaparecieron en la siguiente curva, Diego se acercó al muchacho, tendiéndole la mano para ayudar a Fernando a levantarlo.Estaba bastante cascado y no tenía los lomos que tenía hace unos años, cuando se cargaba varios corderos del cuello sin pestañear.

- A la siguiente vuelves – Le dijo al pastor con cierta ironía y una sonrisa socarrona, intentando que el zagal no se lo tomara muy a pecho.

Me había costado un horror calmar al bebé, no dejaba de llorar y no entendía muy bien la razón, tenía algo de fiebre, ¿los dientes? ¿problemas de estómago? los adultos eran mas sencillos porque podían decirte que les dolía pero los bebés eran otro asunto.

Al final había optado por preparar unas hierbas suaves, si eran los dientes se calmaría, si había pillado frío puede ser que le bajara una poco la temperatura, si era el estómago puede que le ayudara a calmarlo ... pero si no era nada de eso, tendría que buscar otra fórmula.

- Creo que esto le calmará, espero - murmuré, cuando el bebé comenzó a quedarse dormido, apareció Fernandito gritando, abriendo la puerta de golpe y haciendo que el bebé rompiera nuevamente a llorar.

Suspiré y puse los ojos en blanco.

Devolví el bebé a su madre pues mejor que una madre, nadie podía calmarle y me acerqué a la puerta, donde todo el mundo estaba para ver a la prometida del varón.

Al ver la patada a Fernandito solté un pequeño grito, no me gustaba la violencia. En cuanto se marcharon y Diego se acercó a Fernandito, me escurrí entre la gente y me agaché a su lado - ¿Estáis bien? - pregunté preocupada, alcé la mirada para mirar a Diego.

Diego : A la siguiente vuelves 

 - Oh vamos, no ha sido para tanto, no debería haber hecho eso - murmuré bajito para no meterme en problemas, saqué un pañuelo limpio para que Fernandito pudiera limpiarse la cara y volví a mirar a Diego, era el alguacil y no sería yo quien pudiera meterse en líos llevándole la contraria, pero consideraba que no había sido para tanto, al menos, lo que había visto.

La noche en la taberna estaba siendo como cualquier noche, salvo por mi bebe, que estaba malo. Aunque intentaba prestar atención a la conversación de los jornaleros, estaba más pendiente de Jimena y mi niño que de ellos, viendo como ésta le preparaba uno de sus mejunjes de hierbas. Rezaba en mi cabeza para que Dios salvara a Rodrigo, perder a su abuelo había sido un duro golpe para María y no quería ni pensar como se pondrá si también perdíamos a nuestro hijo. El oír mi nombre me sacó de mis pensamientos.

- ¡Telmo! Que estas durmiendo. Venga, rellena los vasos que nos tomamos la ultima. - dijo Juan

Enseguida me dispuse a rellenar los vasos ante las débiles protestas de los otros dos. Cuando entró Fernandito avisando de la llegada de la prometida, se formó un revuelo en la taberna. La gente se agolpaba para salir. Cuando la taberna se vació un poco me asome por la ventana. Pude ver esa mano blanca como la leche saludando tras las cortinas y la patada que le propinó el señor a Fernandito en la cara.

Negando con la cabeza me acerqué a María que tenía a Rodrigo llorando en brazos. Me persigné, le pasé un brazo por encima de los hombros y pregunté:

- ¿Cómo está? ¿Qué te ha dicho Jimena?

Fernandito se incorporó con la ayuda de su padre, Diego y Jimena. Cuando Diego le dijo que volviese a la próxima lo miró, era una mirada de incredulidad por lo que le había pasado. Después cogió el pañuelo que le ofreció Jimena y se limpió la sangre.

Estoy bien, gracias. Dijo agradecido por la atención recibida.

¡Telmo, un vaso vino para el muchacho para que se le pase el disgusto! Pidió Fernando entrando en la taberna y dejando al muchacho con Diego y Jimena.

  Los he visto a lo lejos....iban al galope, como si llevasen mucha prisa. No se mucho de cosas de nobles, pero no es normal viajar a esta velocidad entrada la noche. Por mucho que quieran ver al baron, o casarse, o lo que sea que vayan a hacer. No es normal.-Decía negando con la cabeza el joven pastor.

Dentro, María se apartó de Telmo cuando este la iba a poner el brazo alrededor del hombro y se centró en Rodrigo, su bebé. Estaba nerviosa. Quería que Rodrigo se calmara y dejara de llorar, pero no sabía como hacerlo. Cogió las hierbas que había preparado Jimena, le dió un poco y después se sacó el pecho y empezó a amamantarlo. Ante la sorpresa de Fernando que se dió la vuelta y volvió a la calle por pudor. Hacía mucho que el viejo no trataba con mujeres y verle el pecho a María le hizo ruborizarse.

Me ha dado estas hierbas.-Dijo, cuando vió la cara de Fernando le entró la vergüenza a ella y se dió la vuelta.-Dale a Jimena una botella de vino y algo de comida....y si podemos algunos dineros. Voy a ver si consigo dormirlo-Y se metió por la puerta que daba al dormitorio con Rodrigo más calmado por tener la teta en la boca.

Volví al interior y al ver que Maria amamantaba al bebé sonreí - Mañana a primera hora me pasaré a ver como sigue, espero que todo lo que necesite sea alimentarse bien, esas hierbas deberían calmarle las dolencias, de todas formas mañana me decís que tal pasó la noche - le dije a Maria antes de irse con el pequeño bebé.

Miré a Telmo y sonreí bajando la mirada, no solía mirar a los hombres a los ojos por verguenza e inseguridad, intentaba pasar siempre inadvertida - Gracias - musité por la forma en la que Maria consideraba que debían pagarme. Mi madre siempre decía que era excesivamente buena y cobraba poco, me hubiera conformado con algo de comida, pero intentaba no quejarme si me daban algo más.

Me acerqué a Fernandito - A ver esa nariz - musité tocándole el puente de esta para comprobar que estaba en su sitio - Sobrevivirás - sonreí - Cada uno tiene sus motivos, no pienses por el resto - le recomendé.

La tarde estaba siendo igual de anodina que cualquier otra tarde. Había terminado de traducir el trozo diario de un manuscrito que me había regalado el obispo de Huesca meses antes, con la intención de que lo hiciese y se lo devolviese, y había salido a disfrutar del atardecer por los alrededores del pueblo. Me gustaba dar largos paseos por los campos viendo a los campesinos laborar. Otras veces prefería adentrarme en el bosque con la intención de observar algún animalillo distraído. Esta vez no había logrado ver ninguno y un poco cariacontecido regresé a Sibiriana.

Entré en la taberna y, casi sin tiempo para ver quien estaba dentro, me llamó a voces uno de los parroquianos para que me uniese a ellos en una partida de cartas. Pedí a Telmo una pinta de vino y me senté con ellos.

Casi a última hora aparece Fernandito excitadísimo anunciando que había llegado la prometida del barón. Allá que fuimos todos a la puerta con la intención de ver a la joven prometida. El que más se acercó fue Fernandito, el pastor, que le hizo una reverencia al señor a lo que el señor le respondió dándole una patada en la cabeza.

Rápidamente lo metieron en la taberna para darle los cuidados que necesitaba. Gracias a Dios parecía no ser mucho el daño y el joven pronto se repuso más del susto que del dolor.

- No creo que vayan a casarse ya… De algo me habría enterado y aún nadie me ha dicho nada. Aún con eso si que parecían llevar muchas prisas. – Conteste al pastor.

Una mirada de desaprobación pasa fugazmente por mi cara al ver como María amamanta a Rodrigo. Cuando sale de la sala, voy  tras la barra, cojo una botella de vino y una escudilla del guiso que había elaborado María y se lo doy a Jimena.

- Muchas gracias Jimena. – le digo dándole cinco Maravedíes.

Tras esto, cojo una jarra y un vaso y me siento al lado de Fernandito y Diego.

- Toma chico. – digo ofreciéndole el vaso mientras se acerca Julián y Jimena.

- No creo que vayan a casarse ya… De algo me habría enterado y aún nadie me ha dicho nada. Aún con eso si que parecían llevar muchas prisas. – dijo el párroco al llegar.

- Razón tienes, padre. Pero no es normal esas prisas. Podrían haber pasao la noche en la posada de las afueras y venir tempranico, bien de mañana con la luz y no ahora con la oscuridá.

Dicho esto, me recuesto en la silla y me quedo pensando. No en la comitiva que acaba de llegar, como podría parecer, sino en mi niño y María.

Diego se sienta con el joven pastor, analizando los últimos acontecimientos mientras mira de reojo el vaso que Telmo le pasa a Fernandito. Tras las palabras del tabernero intenta racionalizar un poco el asunto. Si se dejan volar los rumores, estos pueden llegar demasiado lejos.

- A ver, pueden haber tenío algún problema de camino, o pue que simplemente la señora no le gustara un pelo la posada. Ya es sabido que la alta alcurnia es caprichosa en sus procederes, no hay más que ver la patá que sa llevao el Fernandito. De muy buen humor no estaban, eso seguro… –

Termina la frase riendo de lado y mirando a Fernandito, intentando subirle un poco los ánimos con el típico humor irónico de Diego. De pronto su mirada se topó con la figura de Jimena, provocando que empezarla a tamborilear con los dedos en la mesa, incómodo. La guapa muchacha no tenía la culpa, eso lo había entendido ya hace tiempo, pero Diego no podía dejar de pensar en Fernanda cada vez que la curandera se cruzaba en su camino.

Fernandito mueve la cabeza resistiéndose a los intentos de Jimena por mirarle la nariz. Al final se queda quieto y Jimena puede mirársela. Todo parece que está en orden en la nariz de Fernandito. Cuando se sienta Telmo a su lado con la jarra, coge un vaso, se sirve y empieza a hacer gárgaras para enjuagarse la sangre. Su padre lo mira con desaprobación y con esa cara de eso no se malgasta. Así que Fernandito se traga el vino que a buen seguro está lleno de su sangre.

  Pues yo digo como el padre y Telmo. Que esto no es normal.- Dice con tono seguro y echándose otro vaso de vino que este sí lo apura sin miramientos.

  Tu dirás lo que yo te diga-y le suelta un pescozón que hace que Fernandito escupa el vino recién bebido.-¿Qué te tengo dicho de meterte en la vida de los señores?-Y coge a su hijo de la oreja a la vez que se levanta.-Anda, tira pa casa que si no....-Y hace el gesto de pegarle una bofetada, pero solo se queda en el gesto.Saca un par de dineros antes de marcharse y los deja en la mesa-Gracias Telmo. -vuelve la atención a su hijo, al que amenaza con la garrota-Tiiiiiiira, que tires te digo-Fernandito se pone en movimiento riendose a carcajadas, sabe que su padre no lo pillará, y si lo pilla no será más que para darle un pescozón cariñoso. De este modo los dos se van.

Sin nada más que hacer, cada uno marcha a su casa. Menos Telmo que se va al cuarto con María y el niño. Y cada uno con mejor o peor cuerpo os váis a descansar. A saber que nuevas hay mañana.

A primera hora de la mañana antes de que pase Fernandito a recoger las ovejas aparece Ramón que te está picando la puerta.

  ¡Padre, padre despierte! -Cuando abres la puerta está Ramón, y le acompaña Mateo, el hijo de la cocinera del castillo que va montado sobre un cerdo enorme. Ramón te dice-Padre, el barón ha ordenado que preparéis la iglesia para esta tarde. No van a esperar más para casarse. Toque "llamada" con las campanas, lo he de comunicar al resto del pueblo.-Y espera a que toques las campanas para poder dar la buena nueva.

A la mañana siguiente, antes de que pase Fernandito a recoger las ovejas empiezan a sonar las campanas de la iglesia en señal de llamada. Cuando salís véis que la gente se dirige a la iglesia. Se oyen murmullos entre la gente-¿qué pasa?¿qué horas son estas?-es lo que más se oye. La gente está todavía desperezándose. Menos Fernandito que corre como un diablo a la iglesia, seguido a disgusto por su padre. Que una cosa es que no vaya a misa y otra no ir cuando tocan llamada. 

Poco a poco se va agrupando el pueblo en la puerta de la iglesia, allí están Ramón, el soldado. Mateo, el hijo de la cocinera, sobre un cerdo enorme y el padre Julian.

El pueblo está al completo, solo falta María que se ha quedado en casa con el pequeño. Hay un murmullo generalizado. Entónces habla Ramón.

  ¡Pueblo de Sibiriana! ¡Se hace saber por orden del ilustrísimo don Pedro, barón de Sibiriana que esta tarde contraerá matrimonio con la ilustrísima doña Violante Mendoza, hija del ilustrísimo don Juan Mendoza! - Rumores de la gente, que apacigua Ramón con un gesto de sus manos.-¡El ilustrísimo don Pedro quiere que su pueblo esté contento. Por eso decreta que el día de hoy será día de fiesta. Y para ello obsequia a su pueblo con este marrano y dos barriles de vino para las celebraciones!-Coge y tira una bolsita con monedas a Telmo-¡Que se encargará de darlos Telmo, el tabernero!-dicho esto empiezan a sonar hurras entre la gente. Mateo conduce al marrano hasta donde está Telmo para que se encargue de cuidarlo. La gente está contenta. Hy una sensación de algarabía y desconcierto, la gente no sabe que hacer. Es invierno y hay amenazas de lluvia y todo el pueblo no entra en la taberna. Hay que organizar las celebraciones.

Me había levantado temprano porque quería pasar a ver al bebé de Telmo y María, justo llegando a la posada, empezaron a sonar las campanas de la iglesia, la gente comenzó a preguntarse el motivo.

No mentiría si dijera que tenía curiosidad pero intentaba no ser "cotilla" y seguro que la gente luego hablaría de ello, me enteraría de todos modos, así que seguí mi camino hasta llegar a la posada. - Buenos días - iba saludando a la gente que iba encontrándome de camino y a su vez, intentando afinar el oido por si de rebote me enteraba de algo.

 ¡Pueblo de Sibiriana! ¡Se hace saber por orden del ilustrísimo don Pedro, barón de Sibiriana que esta tarde contraerá matrimonio con la ilustrísima doña Violante Mendoza, hija del ilustrísimo don Juan Mendoza! -

Así que ese era el motivo de la llamada, esta tarde contraerían matrimonio. Suspiré, el matrimonio era una farsa, no servía para nada a pesar de lo que algunas mujeres pensaban, solo para que un hombre te hiciera suya.

 -¡El ilustrísimo don Pedro quiere que su pueblo esté contento. Por eso decreta que el día de hoy será día de fiesta. Y para ello obsequia a su pueblo con este marrano y dos barriles de vino para las celebraciones!-

Alcé las cejas con sorpresa, era un detalle, desde luego, las fiestas no iban mucho conmigo pero me gustaría asistir de igual modo, si Don Pedro quería tener un detalle con el pueblo, no ir igual era un desprecio.

Estaba junto a la taberna cuando vi que el cerdo se dirigía hacia allí, así que procuré entrar antes para no quedarme fuera pues seguro que la gente empezaba a coger sitio pronto para beber y asegurarse un pedazo de comida.

- Creo que vas a tener un día atareado, ¿que tal va el bebe? - pregunté a María en cuanto la vi

María estaba de los nervios. No sabía que pasaba. No quería ir a verlo por miedo a que Rodrigo cogiera frío. Pero estaba sola en la taberna cuando apareció Jimena.-Bien....va mejor. Ha dormido casi toda la noche del tirón, pero sigue con fiebre.-después preguntó interesada-¿qué pasa,a qué tanto revuelo?

Ya estaba despierto cuando sonaban las campanas. El bebe no nos dejaba dormir mucho. Salgo a la calle a ver qué sucede y llego hasta la puerta de la iglesia. Tras oír el anuncio, una frase ocupa mi mente: “Genial, más trabajo.” Cojo la soga que está atada al cuello del cerdo y, a tirones, me dirijo con él a la parte de atrás de la taberna.

- Fernandito, Lucas, Román. Venirse, que necesito ayuda. – Les digo conforme paso a su lado.

Cuando llego a la parte de atrás de la taberna, Maria, Rosa Maria, Jimena y Baldesca se encuentran allí con baldes. Entre los cuatro, echamos al gorrino encima de una recia mesa dejándolo con el cuello y la cabeza colgando por el borde. El cerdo comienza a chillar y gruñir. Pongo uno de los baldes bajo su cabeza y saco un cuchillo grande y pesado.

- Sujetarlo bien, no se nos escape ahora. Fernandito, así no, que se te va a escapar la pata y te va a dar en la cara, otra vez.

Cuando me aseguro de que todos tienen bien cogido al cerdo, le clavo el cuchillo hasta la empuñadura en el cuello. El cerdo comienza a chillar aun más fuerte durante los segundos que tarda en morir. Me espero hasta que deje de salir sangre por la herida y deje de tener espasmos antes de decir:

- Era guerrero el bicho ¿ehh? Ya podéis soltarlo.

Las mujeres retiran el balde con la sangre mientras los hombres preparamos una cama de paja. Situamos al cerdo en ella y le prendemos fuego para quemar todo el pelo. Entonces saco un cuchillo de madera y empiezo a raspar la piel chamuscada del cerdo para desprender el pelo.

Volvemos a echar al cerdo en la mesa y con cortes rápidos, lo abro en canal y saco sus vísceras. Separamos las tripas del resto de órganos y las mujeres se van al rio para limpiar los intestinos. Mientras tanto me quedo allí despiezando al cerdo.