Partida Rol por web

XI — Legeremancia

Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas mágicas

Miércoles 19 de Agosto, 1970 — 14:51 pm

Aphilius abandonó la estancia poco después, dejando el cuidado de Pawl en manos de Fionna y su experiencia, quien guardó los viales con sumo cuidado. En otras circunstancias habría dejado que un medimago de menor rango se encargase de aquello, pero dada la gravedad del asunto, se encargó de informar a sus superiores de que había sido requerida para un asunto Ministerial, dejando a Arthur en solitario. Regresó escasos minutos después, y casi al mismo tiempo Nicholas llamó a la puerta, ya consciente de los hechizos de protección que había sobre la misma.

El auror iba acompañado de la futura inefable mientras que en el interior, Arthur se encontraba en compañía de Fionna, una medimaga pelirroja de mediana edad que vestía la acostumbrada túnica azul celeste que acompañaba a su rango. Marcus, en cambio, descansaba con una agradable placidez en la camilla, los ojos cerrados y el rostro carente del dolor que lo había estado acompañando hasta entonces. La bruja los observó a ambos, deteniéndose en la novedad de cabellos rubios. Sus ojos escudriñaron su rostro brevemente antes de regresar al libro que sostenía en sus manos. Asumió que era parte del escuadrón del Ministerio, y que por ende no tenía mucho que decir respecto a su presencia en la habitación.

—¿Encontró a quien buscaba? —inquirió hacia el auror, dejando escuchar aquel acento irlandés que tanto se parecía al de Daire.

El resto del camino de regreso a la habitación en donde se encontraba Pawl lo hice en silencio, meditabundo. Antes de entrar advertí a Raine sobre los hechizos protectores y llamé a la puerta.

Al ingresar mi mirada dio un rápido repaso por la habitación, escaneando, y se detuvo en la medimaga a la que le devolví una mirada con el mismo tinte inquisitivo que el de su pregunta -En efecto, muchas gracias- me limité a responder haciendo una sutil inclinación de cabeza.

Me aclaré la garganta e instintivamente me llevé la mano al pecho, luego alisé la solapa de mi abrigo y procedí a las presentaciones -Señora O'Brian, esta es nuestra compañera Raine Doe -señalé a la rubia con la mano abierta y los dedos pegados -Raine Doe, esta es la medimaga* O'Brian -luego hice una ligera mueca de insatisfacción con los labios cerrados -Se me perdió un patito, ¿Dónde está O'Connor? -inquirí haciendo alusión a la canción muggle infantil, parpadeando un poco. Mi mirada fue de la galena a Kane buscando una respuesta.

Tras las últimas palabras de Fawley me había limitado a asentir antes de seguir hacia la habitación donde descasaba Pawl, asintiendo de nuevo tras su aviso sobre los hechizos protectores. Tras atravesar la puerta mis ojos fueron directamente hacia el convaleciente, para luego posarse en la desconocida primero y en Kane después, al que dediqué un gesto de saludo. Creía que también estaría Daire, pero no dije nada: lo primero era el convaleciente. Finalmente volví a mirar a la mujer, pasando mis pupilas luego al libro que tenía entre manos.

Una vez que Fawley nos presentó di un par de pasos hacia la medimaga, acercándome para tenderle la mano. Sin embargo, las palabras de Fawley capturaron mi atención por un momento y luego una breve sonrisa.

—Un placer —le dije a la mujer—. Seguramente ya ha informado a mis compañeros, pero aún así he de preguntar: ¿cómo se encuentra? —pregunté, y no disimulé un tinte personal en todo aquello al mirar de nuevo a Pawl—. ¿Se recuperará sin secuelas? ¿Ha dicho algo? —Me hice consciente entonces de una cuestión que había hablado con Fawley no hacía tanto, y la siguiente pregunta sonó mucho más profesional, incluso un poco distante—. ¿Sabemos dónde se encuentra su varita?

La mujer se levantó dejando a un lado el pesado volumen, viejo y ajado, sobre plantas mágicas y sus propiedades para la aplicación de pociones que estaba leyendo, curiosamente escrito por nada más y nada menos que Ravenna Lestrange.

El destino tenía un curioso sentido del humor para hilar los telares.

—Igualmente, Doe —respondió con una sonrisa fugaz, estrechándole la mano con firmeza. Era una mujer alta de pelo hermoso y cobrizo, rasgos redondeados y unos vistosos ojos azules que lo miraban todo tras un velo de suspicacia. Su mirada se perdió después en Marcus con un gesto que resultó poco esperanzador—. Se encuentra mucho más calmado. Contemplábamos el hechizo Obliviate, pero su compañero, O’Connor, tuvo la brillante idea del veneno diluido de un Mal Acechador. Llamamos de inmediato a nuestro experto, Aphilius Donovan, que pudo confirmarlo. Ya está en tratamiento y tardará varias horas en surtir efecto.

La bruja suspiró sonoramente, alcanzando los pergaminos que colgaban de la cama de Pawl antes de seguir hablando.

—Nuestro medimago ha dicho que si el veneno estaba propiamente diluido podría salvarse la mayor parte. De lo contrario... Bueno, no habría mucho que podamos hacer. Es un veneno extremadamente peligroso que en cantidades desmedidas y mal tratado no tiene solución. Es... Bueno, menos controlable que un buen hechizo, pero igual de efectivo si lo que uno desea es borrar su rastro. Ahora resta esperar a que Pawl despierte para poder evaluar su estado. Y respecto a la varita... —Se humedeció la punta de los dedos para poder pasar las hojas con más facilidad, repasando con sus ojos claros las notas apuntadas—. No figura entre sus pertenencias, lo lamento.

Había algo en la forma en que la medimaga pasaba las hojas de su libro que me resultaba casi hipnótico. Cuando comentó sobre el veneno del Mal Acechador presté suma atención porque cuando había ingresado a la habitación la primera vez no lo habían confirmado todavía y me dio una oleada de alivio e incertidumbre saber que se encontraba bajo tratamiento: alivio porque la solución estaba siendo suministrada, incertidumbre porque si no surtía efecto perderíamos información valiosa... y al señor Pawl, claro.

-Quien suministró el veneno debería ser experto en pociones, ¿No? -inquiero casualmente caminando por la habitación -¿O es algo que se pueda obtener? -agregué luego. Porque si se podía comprar en algunos de esos callejones por los que solía andar podía investigarlo y arrastrar a Doe conmigo.

Cuando Nicholas y Raine llegaron a la habitación, Arthur seguía en la misma posición en la que se lo había encontrado el Auror, pegado junto a la puerta con las manos entrelazadas en una silenciosa guardia. Si bien había intercambiado algunas palabras con Fionna había permanecido callado y meditabundo la mayor parte del tiempo, pero aprovechando la presencia de sus compañeros se permitió relajarse tomando asiento junto a Marcus, a quien lanzó una mirada de soslayo. Le devolvió el saludo a Doe y cerró un instante los ojos para descansar la vista. Luego se fijó en Nicholas dispuesto a responderle.

—Daire no...—Comenzó a explicar, agitándose en el sitio—. Después de la noticia sobre el ataque a la casa del señor Pawl comprendimos que la cosa se está poniendo fea mucho más rápido de lo esperado, por eso sugerí separarnos. O'Connor tenía una idea sobre cómo seguir la investigación y para vigilar a un comat... al señor Pawl tampoco se necesitan dos personas.

De repente Arthur saltó de la silla como una Bludger sin amarres y se cuadró frente a sus compañeros. Luego pareció dudar, relajó la postura, volvió a cuadrarse, gruñó con frustración y finalmente se dejó caer de nuevo en la silla rascándose la cabeza.

—Así que eso. Y todo lo que ya os ha contado Fionna. ¿Pudiste hablar con McLaggen?

Mis ojos se fueron hacia Pawl al mismo tiempo que lo hicieron los de la medimaga. Escuché  su diagnóstico y sus explicaciones, asintiendo levemente al oír lo del veneno. Sin embargo, que le hubieran suministrado algo así me daba a pensar de nuevo que Pawl no se había escapado, sino que le habían liberado. No dije nada en voz alta por no hacerlo delante de aquella mujer, pero asentí una vez más cuando dijo lo de la varita.

Permanecí en silencio tras las preguntas de Fawley, limitándome a dar un par de pasos por la habitación, pensativa. Cuando Kane habló, sin embargo, centré mi atención en él, lo que hizo que me pillase más por sorpresa cuando se levantó de golpe para cuadrarse.

—Entonces —enuncié después, consciente de que me faltaba una parte de información—, ¿adónde ha ido Daire?

Mientras esperaba la respuesta sobre el veneno y el paradero de Daire mi mirada se centró sobre Kane y sus cambios de postura, lo miré con patente desconcierto alzarse y volverse a sentar, intercambié una mirada inquisitiva con Raine pero no argumenté nada.

-Sí, pude dar con ella y hablar -afirmé metiéndome las manos en los bolsillos -Un grupo de encapuchados con máscaras irrumpieron en la casa de Pawl a poco de que apareciera: lo estaban esperando; arrasaron con todo y no dudaron en usar imperdonables, como les había comentado antes, ella logró sacarlo de allí por poco y dejaron la marca tenebrosa de la que les hablé.

Kane ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, haciendo memoria.

—Pues mencionó un árbol y un pueblo escocés llamado Aberfeldy—Contestó a Raine—, el de la nota en la chaqueta de Pawl, pero no especificó si volvería inmediatamente después. Sólo que, de tener problemas, buscásemos eso.

El mago señaló una mesita cercana. Encima de ella había unas flores de color amarillo colocadas directamente sobre la madera, sin duda producto de algún hechizo. "Pendientes de la reina" las había llamado, y aunque las originales eran de un color púrpura Kane no se molestó en añadir aquellos detalles.

Giró entonces la cabeza hacia Fawley, escuchando su intervención con un gesto de extrañeza.

—Vaya, ¿atacaron a Pawl justo después de que se apareciera? En estas condiciones no podría haber escapado de un secuestro. O alguien de dentro le ayudó, o nos enfrentamos a dos grupos distintos con intereses similares. Pero si estaban dispuestos a llamar tanto la atención podría significar que les ha entrado prisa por algo, ¿no? ¿Qué pensáis?

Tras el rápido resumen de Fawley escuché la respuesta de Kane. Esperé que se explicase un poco más, pero la cosa pareció quedarse ahí.

—¿De tener problemas él, o nosotros? —le pregunté, sin saber si se refería a si pasábamos demasiado tiempo sin saber de él, o de un lugar seguro. Luego seguí hablando, desviando un instante la mirada hacia la medimaga.

—Sobre eso mismo estábamos hablando antes el señor Fawley y yo —le dije.

Dudé sobre si pedirle que saliéramos al pasillo, pero al final opté por otra solución. Esperé un instante antes de hablar.*

—Señora O'Brian —enuncié, buscando a la mujer con la mirada—. ¿Sería tan amable de dejarnos a solas un momento?

La mujer parecía perfectamente entretenida en su libro, ignorando por completo lo que decían, de nuevo sentada. Pero era más que evidente que por mucha buena intención que tuviera, resultaba demasiado fácil poner la oreja. Vamos, prácticamente imposible. A fin de cuentas era una estancia relativamente pequeña.

Fionna alzó la mirada hacia la semiveela, y sus ojos pestañearon lentamente mientras meditaba la respuesta.

-Lo lamento pero no puedo, señora Doe. No son familiares del paciente, aunque sean agentes del Ministerio. Su competencia aquí es limitada. Les sugiero que hagan como su otro compañero y usen algún tipo de hechizo para impedir que yo escuche. Le puedo asegurar que no tengo el más remoto interés en interferir en sus asuntos -explicó como buenamente pudo, tratando de ser conciliadora. Aunque por el modo en que lo dijo, era una petición que ya le debían de haber hecho con anterioridad sus compañeros.

Me giré hacia la mujer con expresión comprensiva -Eso haremos, señora O'Brian -dije y saqué la varita -Sentirá como si tuviera tapones en los oídos, cuando acabemos le retiraré el hechizo -expliqué. Hice un movimiento elegante hacia la medimaga y pronuncié -Embolus auris -y una chispita inofensiva salió hacia sus oídos.

Me di vuelta hacia mis dos compañeros -Ahora sí -sostuve con una sonrisa de lado -Creo que estamos frente a dos grupos, sí -expresé mi parecer -Pienso que el primero sometió a Pawl al efecto del veneno antes de volver pero se encontró con una emboscada del otro grupo, que por cierto, coincidimos con los aurores allí presentes que se trataba de un nuevo grupo con un nuevo modus operandi.

Asentí a las palabras de la medimaga. Lo cierto es que tener una competencia limitada, tal y como ella había dicho, era algo que en circunstancias como aquellas era una molestia. Lo comprendía, sin embargo. Si de verdad había alguien infiltrado en el Ministerio, bien podría ser uno de nosotros. Dejarlo a solas con Pawl no parecía la mejor idea.

—Gracias, señora O'Brian —respondí con educación.

Observé entonces cómo Fawley se encargaba, y me llamó la atención su elección de hechizo. Sin embargo, no tardé en centrarme en lo que el auror decía.

—Los que intentaron tender la emboscada a Pawl, además, lo querían vivo, aunque no dudaban a la hora de lanzar imperdonables —dije, por si Kane no supiera ese detalle—. Y si quien le tenía retenido usó ese veneno en él para hacerle olvidar en lugar de acabar con su vida...—Miré al hombre convalenciente—. Quizá dijo lo que tuviera que decir a quien lo secuestró, y los otros necesitan esa misma información. —Entonces miré más fijamente a Kane—. Como le decía antes a Fawley, he pedido a su prima que haga venir a alguien con dominio de la legeremancia. A ver si podemos saber qué tiene Pawl en la cabeza aún en el estado en el que se encuentra.

—Si Daire tuviese problemas—Aclaró ante la pregunta de Doe—, aunque, para saberlo, deberíamos ir a buscarlo. Sólo me dijo que siguiésemos el rastro de flores, no que nos las haría llegar.

Se rascó la barbilla y volvió a levantarse una vez más, aunque en esta ocasión deambuló pensativo por la habitación, escuchando las intervenciones de sus compañeros. Cuando Fawley decidió utilizar aquel hechizo tan peculiar con Fionna, Arthur levantó un instante el índice y abrió la boca con intención de intervenir, pero pareció reconsiderarlo, pues volvió a deambular pensativo.

—Entonces tenemos a dos grupos a los que les interesa Pawl. El primero ya tiene lo que quería de él, por lo que van más adelantados, y el segundo todavía podría estar tratando de buscarlo. En esta habitación no hemos entrado más que nosotros, Daire, Fionna y un medimago experto en venenos llamado Aphilius Donovan, así que o Pawl de momento se encuentra a buen recaudo o tenemos una lista de sospechosos muy clara.

En aquel momento miró de reojo a Fionna y se preguntó por primera vez si podría tener algún interés en Marcus que no fuese estrictamente profesional. Agitó la cabeza poco convencido y continuó.

—En cualquiera de los casos parece que nos quedamos sin tiempo. Y esa marca que mencionasteis en casa de Allegra... ¿La habíais visto alguna otra vez? ¿Os suena de algo?

-No la había visto nunca antes, como te dije cuando hablamos la primera vez Moody y yo estábamos perplejos y entre los dos llegamos a la conclusión de que se trataba de un grupo nuevo de... magos oscuros, supongo -sostuve un poco mosqueado por tener que repetirme -Le dije a Doe que sospechaba que estaba relacionado con Slytherin por el color verde y la serpiente, como exalumno de dicha casa fue lo primero que se me vino a la mente -expliqué volviendo sobre la idea -Sin embargo, ella ha objetado que deberíamos sospechar de... ¿Cuánto? -inquirí mirándola con una sonrisa autosuficiente de lado -¿Un tercio de la población habías dicho? En fin, que el número de sospechosos se extendería demasiado.

Me quedé pensativo -Aunque sigo sospechando que el infiltrado en el Ministerio esta relacionado con esto y lo que te había comentado sobre los Lestrange calzaría como un guante con la casa Slytherin.

Escuché las palabras de mis compañeros con calma, memorizando los nombres que daba Kane y asintiendo a las palabras de Fawley. Cuando me mencionó me sorprendí de que de repente me tutease, pero no dije nada al respecto. En lugar de eso apuntillé sus palabras.

—Uno de cada cuatro —corregí—. Siendo cuatro casas, uno de cada cuatro.

Después de esas palabras volví a mirar a Pawl, y luego a la medimaga. Si ya nos habíamos puesto al día poco podíamos hacer allí, salvo elucubrar y esperar.

—Propongo que esperemos unos minutos por el legeremante que enviará tu prima —dije, pasando a tutear a Fawley por mera reciprocidad, aunque sintiéndome un poco extraña al hacerlo—. Si tarda, podemos ir a los Archivos como habíamos dicho.

La verdad, o las verdades, parecían escurrirse entre sus dedos con una facilidad mezquina y tediosa. Cada respuesta levantaba otra decena de preguntas para las que, de nuevo, debían ponerse en marcha. Pero aquello sobre la marca verde y sinuosa que había aparecido sobre el cuerpo de la difunta señora Pawl, logró dejar una incertidumbre amarga en la boca de todos. Un robo, por muy elaborado que fuese, seguía siendo un robo. Aquello había tomado un cariz mucho más serio: una bruja había sido asesinada por ello, y si algo habían aprendido de los recientes disturbios con los squibs, es que las cosas podían escalar rápido muy pronto. Y aunque no había salido a relucir aquella vez, imperaba una pregunta que parecía la clave de todo aquello: ¿qué había en aquella caja que instaba incluso a matar? ¿Que había logrado que fuesen a por Pawl con uñas y dientes? ¿Qué había visto u oído el mago, que tanto necesitaban de su presencia? ¿Qué se les escapaba…?

La petición de Raine no tardó en ser atendida, y tras unos minutos alguien llamó a la puerta. Pudieron comprobar sin problemas que era Lizeth Fawley, acompañada por una bruja a la que todos pudieron reconocer de inmediato. Se trataba de Gulnara Vaajel, la Jefa Suprema del Tribunal Wizengamot. Era una mujer alta y corpulenta que hacía que Lizeth pareciese una muñeca a su lado. Estaba ya entrada en años, de rostro redondeado y saliente papada que recordaba a un bulldog o alguna otra clase de perro similar. Tenía los ojos pequeños y claros, enmarcados bajo unas cejas delgadas y blanquecinas, como su pelo trenzado, y había un haz viváz en ellos. No por nada ostentaba el puesto de Jefa Suprema; se le achacaba un carácter implacable y feroz como el de una ventisca, y no tardó en recorrer sus rostros con una arruga incipiente en el ceño.