Partida Rol por web

Magullados, Matagatos, Sabandija y Ponzoña subieron las escaleras y encontraron a Bimbawa en el pasillo, ante una puerta abierta. La prostituta daba puñetazos como una loca, o como una mujer, que viene siendo más o menos lo mismo.

¡Vamos, Sacamantecas! ¡Enséñales a esas gemelas tu viejo uno-dos!

Bimbawa no se molestó en saludar a los tres recién llegados, que cuando llegaron hasta la chica pudieron ver el interior de los harenes, con una gran piscina central y cojines mulliditos por todos lados. En los harenes, Sacamantecas mantenía la guardia alta contra dos Nyueng Bao idénticas (todos los Nyueng Bao se parecen entre sí a ojos de los K'Hlatas y los Oscuros), que lanzaban cuchilladas rápidas arañando sus antebrazos. Preocupado las perseguía con su lanza, pero las dos geishas le rodeaban y correteaban en círculos, separándose y volviendo a su blanco principal: Sacamantecas.

También estaba Elefanta, al fondo de la estancia. Al ver a Matagatos, recordó algo.

¡Matagatos! ¡Sé dónde están Dicha y Agonía!

La prostituta echó a correr, con sus altas piernas dando grandes zancadas por el borde de la piscina. Era como un elefante en estampida. Chocó lateralmente con una de las geishas y la tiró a la piscina.

¡Metooookoooo!-llamó, mientras braceaba para mantenerse a flote.

El algodón de su kimono se iba empapando con el agua, y cada vez pesaba más.

¡Chumino! ¡Watari neeee!

Aquellas mujeres eran muy rápidas pero eso no iba a amedrentar a Preocupado, además vio como sus compañeros volvían victoriosos del encuentro, aunque le preocupaba que los guerreros que habían dejado abajo les hubieran hecho huir y vinieran tras ellos.
Se concentró en volver a atacar a Chumino esperando que el agua de la piscina ralentizara sus movimientos. Esta vez su lanza alcanzó a la rápida guerrera.

Sacamantecas miró a los recién llegados mientras sostenía una mano en su costado. Señaló con la mano del machete a las dos malditas geishas y gritó para advertir a sus compañeros:

- ¡Cuidado! Son más peligrosas de lo que parecen. - Se notaba la furia en los ojos del rufián... pero herido como estaba no podía hacer mucho en esos momentos... Decidió esperar un poco apartado y procurar recuperar el resuello, a ver si las heridas se le cerraban un poco y dejaba de sangrar tanto.

Llegando en tropel y a toda velocidad por las escaleras a Sabandija le costó hacerse con la situación que se presentaba delante de sus ojos. Sí que reconoció enseguida a Elefanta, imposible no hacerlo con semejante tamaño de mujer.

- ¡Elefanta!- Pero la prostituta se lanzaba a la carrera diciendo que sabía donde estaban las dagas malditas de Matagatos tirando al agua a una geisha de las que parecían poner en apuros a Sacamantecas.- Hay que darse prisa. - Pegar a una mujer, una que además había caído al agua y se ahogaba, no era muy de hombre pero es que tenían prisa. La estampida de concubinas había arrastrado a los soldados pero no tardarían en liberarse y perseguirlos. Quizá si teñían de rojo el agua de la piscina lograran que la otra histérica se detuviese.

- Ma-mataremos a tu amiga si no te paras.- Intentaba amenazar Sabandija sonando realmente poco convincente.

Se había dado cuenta de que las prendas de las mujeres eran su principal obstáculo si como la primera, caían en el agua. Así que no se lo pensó dos veces y se lanzó en tromba hacia la fugitiva que aún permanecía corriendo de un lado a otro con intenciones de que acompañara en el remojo a su compañera.

Todo se estaba volviendo muy raro, y más cuando llegaron arriba y vieron a esas dos mujeres. Metoko y Chumino... Estos Nyueng Bao tenían nombres rarísimos y que incitaban a confusión a veces. Lo mejor sería dejarlo estar. Preparó su arma para atacar, cuando Elefanta dijo que sabía donde estaban sus armas, derribando a una de ellas... Y Ponzoña hizo ademán de que la otra compartiera el destino de su gemela. Se mantuvo en guardia, por si debía intervenir, aunque esperaba no tener que hacerlo.  

Chumino estaba chorreando. El agua se mezcló con la sangre cuando la flecha de Sabandija y la lanza de Preocupado la hirieron. Mientras, Ponzoña tiró a Metoko a la piscina. Las dos asesinas chapoteaban con todas sus fuerzas, hasta que una de ellas terminó de morir desangrada y apaciblemente descendió hasta tocar fondo. Reconociendo su derrota, y sabiendo que pronto sufriría la misma suerte por parte de sus enemigos, Metoko hundió su cuchillo bajo la mandíbula, haciendo que el filo perforase su paladar, y sus cerebro. Su cadáver flotó en la superficie, y a medida que su kimono absorvía el agua y aumentaba el peso, también se unió a Chumino en el fondo.

¡Bimbawa!

Las dos prostitutas corrieron y se abrazaron, felices por volver a verse. Elefanta mantuvo a su amiga en el aire, y luego la posó de nuevo en el suelo. Su gesto de alegría se tornó en preocupación.

El Brujo vino al harén cuando supo que me estabais buscando.

¿Cómo sabía eso el Brujo? Pues porque era Brujo, y tenía magia.

Presumió de haber conseguido a Dicha y Agonía, y mencionó que las guardaba en la sala del trono.

Elefanta salió al pasillo y se acercó a otra de las puertas. Puso las manos sobre la hoja dispuesta a empujar, pero antes se giró de nuevo para ver el rostro de sus rescatadores.

¿Estáis seguros de querer hacer esto? Podemos huir, y olvidarnos de esas reliquias...

Si hacían eso, puede que no lo lamentasen hoy. Puede que tampoco mañana. Pero algún día el Cabo Matagatos necesitaría a Dicha y Agonía en el campo de batalla, rodeado de enemigos más muertos que vivos, dando tiempo a sus subordinados a subir una muralla, o algo.

Está bien. Vosotros lo habéis querido.

Elefanta empujó las puertas, que a pesar de la fuerza de la mujer se abrieron muy lentamente. La sala era grande, alargada, con columnas de mármol formando dos hileras a izquierda y derecha. Una larga alfombra cruzaba toda la cámara, desde la puerta por la que entraron hasta un trono de oro flanqueado por dos puertas de madera. Tras el trono, de espaldas a ellos, una majestuosa figura observaba por el balcón el sol de la mañana bañando los tejados de Puerto Rata.

¡Ajá, os esperaba!-exclamó la majestuosa figura, dándose la vuelta y resultando no ser nada más que el imbécil de Rastrojo.

Eso explicaba porqué el Brujo sabía que venían a buscar a Elefanta... ¡Rastrojo se lo había chivado todo! Rastrojo, vestido con ropas de Nyueng Bao, avanzó hasta ponerse a la par del trono vacío, y les señaló con el dedo.

Os odio. Os odio mucho. No sabéis el coraje que me dáis todos y cada uno de vosotros. A las putas, pecadoras vacías de sentimientos. Al Rufián anciano que ya no sirve para nada. A Matagatos y su "ciencia médica", que hace quedar a los curanderos chamanes como idiotas. A Ponzoña que malgasta energías mezclando su árbol genealógico con una Oscura. Y tú, Preocupado... tú me irritas más que nadie. Tan inseguro, tan preocupado por las cosas más nimias...

No se sabía muy bien si Rastrojo no había dicho nada sobre Sabandija porque a él no le odiaba, o porque ni siquiera había notado la presencia de alguien tan insignificante. Rastrojo hizo un aspaviento con la mano, haciendo que su manga cayese hasta el codo y liberando sus movimientos para lanzar un conjuro.

¡El Brujo me ha dado su magia! ¡Magia de verdad! ¡Más magia de la que vuestras mentes abyectas puedan imaginar! Y ahora tengo el poder de mataros a todos... ¡MUAHAHAHAHAHAHA! ¡SUFRID MI OLEADA MÁGICA DE DOLORRRR!

Unas ondas mágicas se expandieron desde la punta de los dedos de Rastrojo. El ambiente en la cámara se hizo asfixiante. Opresivo. Y todos sintieron un dolor lacerante en cada pulgada de su piel. Era como estar siendo alfileteado por un millar de agujas. A duras penas podían mantenerse en pie.

La frágil Bimbawa fue la primera en caer, y rebozarse por el suelo por culpa del dolor. Elefanta, por contra, apretaba los dientes con rabia, y se mantenía erguida sobre las dos estables columnas morenas que tenía por piernas.

El ataque de Preocupado y una flecha del pequeño Sabandija fueron suficientes para derrotar a la guerrera. Preocupado siguió en guardia pues todavía quedaba una a la que Ponzoña había tirado al agua. Su sorpresa fue mayúscula cuando la mujer en vez de rendirse o seguir luchando se clavó el cuchillo en la garganta. Movió la cabeza haciendo una negación, aquel no era un final digno de un guerrero, un guerrero debía seguir luchando hasta el fin o podía rendirse e intentar luchar otro día. En cualquier caso era el momento de marcharse y se puso a vigilar que nadie más se acercara mientras Matagatos decidía cual sería el siguiente paso. Como se temía no iban a dejar de inmediato el palacio, el Oscuro estaba empeñado en recuperar sus espadas malditas a pesar que ello podía meter a todos en un lío y hacer fracasar la misión, pero una orden era una orden.

Si Rastrojo estuviera aquí seguro que decidía de manera más sensata.

Entró al salón del trono preocupado de su allí había más soldados o si alguno de otra parte del palacio les seguía. Solo encontraron una figura a la que al principio tomó por el temible hechicero, pero que resultó ser Rastrojo, algo que le sorprendió.

¿Pero no se había quedado en lugar seguro? Menudos patanes, lo dejaron solo y los soldados debieron capturarlo.

Pero algo no andaba bien con el chamán, estaba alterado, quizás porque no habían sido capaces de protegerlo. Lo que vino a continuación lo pilló por sorpresa. El hechizo de Rastrojo le dio de lleno y aunque al principio pareció que podía resistir el efecto finalmente una oleada de dolor se apoderó del guerrero.

-¡Rastrojo, para! ¡Debemos huir de aquí antes de que venga el hechicero!

No era solo el dolor, el infante estaba muy confundido y preocupado por lo que estaba pasando. Enfrentarse a un chamán era algo que nunca se había planteado y en el caso de Rastrojo menos.

No podemos matarle, es un chamán, pero si huimos y lo dejamos aquí Caratótem no nos lo perdonará.

La situación era muy difícil y además sabía que entre sus compañeros algunos no dudarían en terminar con la vida de Rastrojo, debía hacer algo para advertirles y solo se le ocurría una solución.

-¡No le hagáis daño! ¡Debemos llevarlo de vuelta al campamento, Caratótem sabrá que hacer!

No le gustaba pegar a mujeres pero es que tenían prisa. Se le revolvió el estómago ante el desgarrador final de las bellas Metoko y Chumino. Afortunadamente sus cuerpos inertes cayeron al fondo de la piscina ya teñida de sangre ocultándolos a la vista.

Cuando Elefanta abrió con ese desparpajo y fuerza las grandes puertas y apareció Rastrojo a Sabandija se le iluminó el rostro sin pensar demasiado en lo extraño de que allí estuviera.

- ¡Rastrojo!- Se pensaba que el chamán se había infiltrado en el castillo con gran habilidad recuperando por sus propios medios a Dicha y Agonía, dejando en mal lugar al oscuro de Matagatos, quien por no hacer ya ni luchaba.  Pero si algo pilló por sorpresa al K´Hlata fueron las palabras del chamán, a pesar de no nombrarlo a él, y más aún, la oleada de dolor que le sobrevino.-¡Aaaaaaaaaaaahrrrrg!- El joven explorador cayó de rodillas al suelo estupefacto.- ¡NOOOO! - Negaba con la cabeza con tanto ardor y energía que el pelo le azotaba la cara y la espalda.-¡MATADLO!¡ESE NO ES RASTROJO!- Era magia negra. Era el brujo disfrazado, estaba seguro. Rastrojo jamás haría una cosa así. Estaría durmiendo plácidamente donde lo dejaron.

Sacamantecas abrió los ojos como platos al contemplar la figura de Rastrojo en la sala del brujo.

Tardó apenas un segundo en comprender: traición.

Frunció el entrecejo y apretó con fuerza su machete cuando Rastrojo descargó su magia sobre ellos. Notó una oleada de dolor recorriendo su cuerpo y comprobó cómo Elefanta caía por efecto de la brujería. Incomprensiblemente, Bimbawa aguantaba en pie.

Sacamantecas trató de moverse para atacar al chamán pero el dolor era abrumador… sólo pudo apretar los dientes y gruñir en su dirección.

- ¡Te destriparé Rastrojo! – Exclamó furioso.

Lo miró de arriba abajo como el vil gusano que era, un gusano que por fin se mostraba como realmente era. Una rata envidiosa, capaz de entregar a sus compañeros de armas por algo tan despreciable como la magia, una magia que cualquier K´Hlata debería despreciar por antinatural.

La rabia o el orgullo hicieron que Ponzoña aguantara el envite de dolor proporcionado generosamente por Rastrojo. Su mandíbula se tensó y los dientes rechinaron ominosamente, como zarpas afilándose contra la pizarra. Flexionó los muslos y los cuádriceps parecieron estar a punto de estallar antes de lanzarse a la carga contra el aprendiz de chamán.

Matagatos traspasó el umbral, para encontrarse con Rastrojo, al que miró con cierta sorpresa y algo de desprecio. ¿No se suponía que estaba oculto y seguro? ¿Qué diablos estaba haciendo allí? Además... Si no le habían matado, es que o le tenían capturado, o les había traicionado. Y él no le veía las cadenas por ningún lado. Entonces desató aquel sortilegio, y aunque lo intentó, el oscuro cayó derribado por el penetrante dolor.

-¡Hace falta ser hijo de puta! ¡Traidor!-gritó desde el suelo con rabia, mientras sentía con crudeza los efectos de aquel poder. 

¡No puede ser...!-exclamó al ver a Ponzoña cargar hacia él-¡Nadie puede resistirse a mi poder mágico!

El empuje de Ponzoña arrastró a Rastrojo hasta el fondo de la sala, donde voló por encima de la barandilla del balcón y cayó al vacío. El K'Hlata pudo ver que cuando Rastrojo caía, su cara se desprendió: no era más que una máscara mágica, que una vez retirada solo parecía simple cerámica.

¡Era el Brujo disfrazado de Rastrojo! Seguramente alguien (no diremos quién) le dijo mediante amenazas de tortura los nombres de todos ellos, y la vaga descripción con la que reconoció de entre todos los extranjeros que vió en la plaza del mercado cual era el chamán. Seguramente intentaba hacerles dudar de ellos mismos, y aprovecharse de la reverencia que hacen los K'Hlata de los chamanes, y su tabú de tocarles. ¡Pero a Ponzoña no le engañó en ningún momento! O eso, o es que a Ponzoña no le importaba hacerle daño a Rastrojo...

La máscara y el Brujo seguían cayendo, pero el Nyueng Bao volvió a usar su magia para transformarse en grulla y salir volando. En ese instante, al concentrarse en la transformación, la magia de dolor que mantenía a casi todos ateridos se desvaneció. Ya podían actuar con normalidad, pero debían de darse prisa... El Brujo no tardaría en volver con todas las guarniciones de soldados de Puerto Rata.

De los dos cuartos adyacentes a la sala del trono. Uno era el dormitorio del joven Shogun. Sin embargo, la cama del dirigente estaba vacía, como si el Brujo ya hubiese puesto a salvo al Shogun o como si el Brujo llevase años suplantándole con la máscara. La otra habitación era la del consejero del Shogun, puesto ocupado en aquel momento por el Brujo. Sobre una mesa llena de raices exóticas con poderes mágicos y partes de animales con poderes místicos, reposaban también Dicha y Agonía, las espadas gemelas de Matagatos. Ahora ya podrían irse...

Venid conmigo a los harenes. Tengo un plan. Nos vestiremos con kimonos y adornaremos nuestras caras con maquillaje blanco para pasar delante de cualquier guardia sin levantar sospechas haciéndonos pasar por geishas-propuso.

Travestirse de mujer era la manera fácil y humillante de salir. Tratar de huir de Palacio como hombres seguro que les acarreaba alguna complicación.