Partida Rol por web

 - Tu encuéntralos, si estan en condiciones, condúcelos hasta aquí, si no, vuelve para informarme - Se vuelve hacia Tarius para que vaya a la habitación a por papel, tinta y cera. Su guardaespaldas duda un poco, como no estando seguro de dejarte a solas con Alvers, pero al final se da la vuelta y sube a las habitaciones a por lo ordenado, rápido, pero sin correr.

A su vuelta, Alvers comienza a escribir algo en uno de los pergaminos con elegante letra, te pregunta el nombre, el cual anota junto a otros detalles. Cuando por fin acaba, calienta un poco de cera verde y estampa su anillo en ella, contra la carta, dejando así su firma.

 - Aquí tienes, con este documento sabrán que actúas bajo mis ordenes. - Luego saca una pesada bolsa de monedas y deposita sobre la mesa 3 monedas de oro y 20 de plata - Esto es un adelanto.

Al menos alguien está contento, pensó, al fijarse en la expresión del muchacho. La causa de tanta alegría era fácil de imaginar, después de pasar unas horas con él.

La mujer se encogió de hombros. Lo que fuera necesario; no tenía nada mejor que hacer. Claro que no pensaba sacar las tierras con sus propias manos; ya no tenía espalda ni rodillas para ellos. Ni usar la pala, por razones similares. Con un sencillo sortilegio le bastaría.

Cuando traiga el barril, dijo, mete el cadáver y yo me ocuparé de llenarlo de tierra.

Se alejó de Phey, andando en dirección opuesta, buscando un barril vacío en buen estado en los portales de las viviendas.

No tardó en dar con un barril adecuado para alojar un cadáver. Una de las casas tenía apilados varios, de diferentes tamaños, bajo un entoldado en el patio. Todos ellos estaban vacíos, y la mayor parte en buen estado. No entró a la vivienda, pero probablemente allí había vivido el tonelero del pueblo, hasta que la muerte se le había echado encima. Una lástima; el pobre desgraciado se hubiera hecho de oro si hubiera sobrevivido.

Ophelia volcó el barril con cuidado. No quería que se rompiera. Le dio un empujón con el extremo del bastón, echándolo a rodar, hasta que llegó al lugar donde Phey había dejado el cuerpo.

¡Muchachos! los llamó. ¡Venid a meter el cadáver!

La noche se les echaba encima y ya estaba del barro, sangre y vísceras hasta los mismísimos. Intentó ahorrar fuerzas porque creía que pronto se iban a ver la caras con lo que había provocado la matanza, y ya de por sí le parecía una pérdida de tiempo y esfuerzo la tarea que estaban realizando. Pero aún así intentó empatizar con la situación pues tal vez no todos los aldeanos tenían el alma oscura. Algún pobre infeliz que estaba recogiendo, entero o a trozos, tendría un entierro digno pero, con algo de suerte, evitarían cavar y el fuego haría la tarea por ellos.

En medio de pensamientos donde aparecía la caricatura del paladín insistiendo en que debían enterrarlos la voz de la maga irrumpió. Levantó la vista de su repulsiva tarea.

"El barril y la estúpida idea del cadáver dentro del agua", negó ante la alocada idea de Phey, como tantas otras por las que inexplicablemente pasaba. De camino aprovechó para un aseo rápido que consistió en lavarse las manos y espabilarse frotando la cara con agua.

"Un buen baño será la recompensa", pensó sin malicia.

- Señora... -Saludó para luego percatarse que de momento el barril estaba vacío-. La noche se nos echa encima -observó al tiempo que miraba el cielo en busca de una predicción-. Habrá que encargarse de una buen lugar para pernoctar, y protegido. 

Ophelia contuvo un bufido divertido cuando vio la expresión de Kalen. Era evidente, por lo que había visto en la cueva, que al joven le incomodaba menos hacer cadáveres que recogerlos.

Ya no tenemos la posada, pero cualquier casa con la planta lo bastante amplia para que podamos tumbarnos todos nos servirá, respondió la mujer, echando un vistazo a su alrededor. Los hogares de los aldeanos eran humildes, pero las celdas de la torre a las que estaba acostumbrada no eran precisamente espaciosas.  Habrá que hacer guardias. En parejas. Eso, suponiendo que no os importe permanecer en el pueblo durante la noche.

Mientras hablaba, metió una punta de su bastón en el barril. Haciendo palanca con la otra punta, lo puso de pie, listo para alojar a su desafortunado inquilino.

Mamawe apuró al desayuno antes de guardarse el documento y el dinero. Después se levantó. -Nos veremos pronto. Dijo de forma seca antes de dirigirse hacia la salida de la taberna.
No tenía montura y no pensaba desperdiciar el adelanto en comprar un caballo de forma precipitada, lo mejor era no perder el tiempo y comenzar a caminar cuanto antes.
Si la caravana estaba en el pueblo volvería con ellos sin problema, e incluso podría hacerse con alguna montura, si es que tenían. Y si por el contrario, habían muerto no pensaba desperdiciar el dinero.
Dos días andando era un camino más que factible para sus musculosas piernas.

La tarea de reunir cuerpos y vísceras era desagradable y pesada, aquello parecía que nunca se terminaba y estaba claro que no finalizarían antes de que anocheciera. Udokal quería hacer todavía algo antes de que el sol se ocultara y la oscuridad lo invadiera todo, así que dejó su sitio y buscó algo de agua para lavarse. Se había quitado la parte de arriba de su armadura cuando comprobó que no había nadie en el pueblo, pero conservó sus pantalones. Ahora volvía a enfundarse sus pieles de nuevo a pesar del calor.

-Dormir casa vacía. Les dijo a Ophelia y Kalen señalando la casa que Phey le había dicho que dejara libre de cuerpos, allí pasarían la noche todos, o el que quisiera hacerlo al menos. Y mientras hablaban cogió el cuerpo que Phey quería meter en el barril que Ophelia había encontrado y sin mucho esfuerzo lo introdujo en el interior. Empujó la cabeza como pudo para que nada sobresaliera y después dejó a los otros que terminaran de llenar el barril con agua, tierra o lo que les diera la gana, no entendía ese extraño rito que iban a llevar a cabo y tampoco le interesaba mucho. Mirar fuera pueblo. Dijo mientras con su mano hacía un círculo intentando indicarles que iba a dar la vuelta al perímetro del pueblo, seguía intranquilo con la ausencia de aves y animales de rapiña y prefería comprobar todo alrededor.

Sin más cogió su hacha y se dispuso a dar una vuelta por las afueras antes de que oscureciera.

Keloa tras una larga tarde de trabajo, se aseo aquellas partes más visibles y una vez lista, se dispuso a hacer un último reconocimiento con Udokal.
los fieros O Shar eran incansables y haciendo acopio de sus habilidades de rastreo y supervivencia, buscaron alguna prueba o indicio, que les ayudará a comprender lo que allí había pasado.
Keloa iba delante cuál fiera salvaje, exprimiendo al máximo sus habilidades de buscar rastros.
Udokal, por aquí! Exclamaba.

  No falta mucho para que anochezca cuando los dos O´Shar aprovechan las últimas luces del día para encontrar algún rastro. La verdad es que todo es un autentico caos, con cientos de pisadas claramente marcadas en el barro, ahora seco después de un día sin lluvia y con una temperatura mas que aceptable.

Aun así, entre ese caos, encontráis una única huella, que no se parece en nada al resto, es una huella como nunca habíais visto antes, como acabada en tres largos dedos, muy separados unos de otros, y cada uno de ellos a su vez acabado en algo también largo y puntiagudo, posiblemente algún tipo de garra.

Ah, estos Oshar... Cómo son. No encontramos ni una sola huella al volver al pueblo, pero aún siguen intentándolo. Son tenaces, no hay duda, pero no les auguro que encuentren nada. Me lo dice mi instinto. Mientras, vamos a acabar con esto. Dónde está esa pala...

Phey dió la espalda al barril y a Ophelia, intentando otear la pared contra la que la apoyó la última vez que la vió, pero todas las casas eran tan parecidas... Esto daba tiempo a Ophelia a llenar el barril de tierra con algún conjuro cuando Phey no miraba, o ignorar el asunto y dejar que Phey hiciese el trabajo manualmente...

El pelirrojo hizo una demostración de fuerza casual manejando el cadáver con la misma facilidad con la que ella hubiera manejado una cobaya. No pudo evitar hacer una mueca al escuchar los crujidos y chasquidos de los huesos y tendones del hombre muerto al ser forzados para encajar en el barril. No seas tan escrupulosa, se reprendió mentalmente, a estas alturas le da lo mismo.

Agarró el barril por el borde y tiró de él hasta el huerto. Solo un puñado de metros, pero el esfuerzo provocó que comenzara a transpirar.

Se sentó a reposar con las piernas cruzadas, apoyando la espalda en la valla. Redirigió el conjuro hacia la tierra blanda, haciendo queuna sucesión de granos arcillosos se elevaran en el aire y flotaran lentamente, hasta derramarse sobre el cadáver en el barril. Era un proceso ineficiente y requería extraordinaria concentración, pero estaba acostumbrada, y era justo lo que necesitaba. No conocía unaforma mejor de centrar la mente y alejarla de asuntos que la ponían al borde un ataque de ansiedad.

Al final sus pesquisas obtuvieron resultado y entre los centenares de huellas que habían quedado impresas en el barro encontraron lo que buscaban. Udokal se acercó a la huella y la miró con detenimiento para confirmar que nunca jamás había visto algo igual. Desconocía por completo el animal que podía haber dejado allí aquella marca y hecho tal masacre.

-Nunca había visto nada parecido, pero tiene que ser lo que andamos buscando. Y seguro que sigue cerca, ningún animal se atreve a venir.

Udokal miró en la dirección que parecía marcar la huella y dio unos pasos con cuidado intentando encontrar algún rastro más claro que seguir. La noche se les estaba echando encima y no tenían mucho tiempo. Miró a Keloa, más experta en rastrear para ver que opinaba.

-¿Seguimos el rastro?

Te encaminas pues hacia el pueblo indicado por Alves, la mañana transcurre sin incidencias, a parte de las miradas poco disimuladas que te lanza la gente por tu aspecto, pero ya estas mas que acostumbrada, algunos incluso te señalan con el dedo sin verguenza alguna.

El paisaje lo forman verdes llanuras salpicadas de suaves colinas cubiertas de bosque, aquí y allá se ven pequeños pueblos con sus casas y parcelas. A medida que te vas alejando del pueblo, te vas encontrando menos gente y esta en su mayoría camina en dirección contraria a ti.

Haces una parada para comer y continuas andando hasta que va atardeciendo...

Cuando comienza a atardecer busca un sitio adecuado para montar un paqueñísimo campamento, un lugar lo suficientemente cómodo para pasar la noche, pero que no llame excesivamente la atención.
Hace un pequeño fuego, no lo necesita para calentarse, pero le agrada llevarse a la boca algún bocado templado, aunque sea pan seco. Extiende en el suelo su capa de piel y se sienta sobre ella, hace bastante calor a si que no la necesita para cubrirse, pero le ofrece un lugar medianamente cómodo sobre el que tenderse. Como siempre todas las pertenenecias permanecen en la bolsa de cuero que tiene junto a ella, y la espada,siempre a la diestra totalmente a mano.
 

Poco antes de detenerte, de entre los muchos encuentros con viajeros que caminaban en dirección contraria a la tuya, hubo uno que te hizo sentir bastante inquieta. Cierto es que prácticamente todos con los que te encontrabas te lanzaban miradas entre asombradas y curiosas, pero la de ese encuentro, con dos hombres, uno bajito y delgado y otro de constitución bastante mas gruesa te quedo grabada por la mirada cargada de intenciones y al mismo tiempo fría que te encontraste en sus ojos, en especial en el del hombre bajito. No era la primera vez que has visto unos ojos así, en asesinos y gente sin ningún escrúpulo.

Con esos pensamientos en la cabeza, y ya anocheciendo, escuchas un ruido cercano...

Como si fuera un muñeco de trapo, Udokal depositó el cadáver dentro del barril quebrando sus huesos para que cupiera. Sobre la marcha, junto a Keloa, fue a patrullar los alrededores dejando el resto de la tarea a los demás.

"¿Tanto barril y cadáver para que no haya pala?", negó con la cabeza aunque esbozó una sonrisa a Phey.

- Espere que la ayuda -Se ofreció en cuanto vio que la maga se dispuso a rodar el barril hacia el huerto. La mujer era mayor para realizar sola esas tareas, pero nadie podía dudar de su disposición. De repente, una vez en el huerto, vio como pequeños puñados de tierra se alzaban para introducirse en el barril. Supuso que Ophelia se había sentado para descansar los huesos, pero ahora entendía aquel nivel de concentración.

"Impresionante, pero a este ritmo no lo llena ni al amanecer", se dio la vuelta para, primero, evitar algún gesto de burla que no merecía la señora pero que a veces le costaba disimular. Segundo, y bastante importante ahora, buscar una pala o similar que ayudase a llenar rápidamente el barril. Aún tenía que reforzar una de las chozas para pasar la noche.