Partida Rol por web

En un instante pasó de la sorpresa al espanto para acabar en pura rabia mientras evitaba que Phey cayera al suelo. Dos lanzas habían atravesado su cuerpo de manera brutal, sobresaliendo por su pecho. No estaban lejos de la cabaña y podría llevarlo hacia un lugar seguro, por decir algo. Sin armadura y gravemente dañado sería más un estorbo que ayuda, por muy duro que fuera pensarlo. Otra cosa era la cabezonería del paladín, no le sorprendería que fuera capaz de objetar en pos de la justicia y tonterías varias.

- ¡Joder!

Ophelia también había sido atravesada, aunque parecía sufrir menos que el paladín que se retorcía de dolor en sus brazos. Sólo esperaba que colaborara y se dejara llevar. Ahí fuera quedaban los O'Shar, pero al menos él no podía ubicar a los atacantes más allá del aleteo cercano.

- Vamos, Phey.

Dentro tenía su ballesta, ahora indispensable para poder derribarlos y que los O'Shar los cortaran en trocitos, preferiblemente muy pequeños. Pero aún tenían que llegar a la cabaña.

Udokal atravesó la oscuridad y se sintió desorientado ante tanta negrura, además no era capaz de localizar exactamente los sonidos ni veía nada a su alrededor. Se paró y le pareció escuchar un batir de alas, eso confirmaría su teoría de que el ataque al pueblo había sido causado por algo que volaba. Los gritos de Phey y Ophelia a sus espaldas hicieron que diera la vuelta hacia la cabaña, miraba al cielo pero todo era negro, nada se distinguía, y cuando llegó se encontró a sus compañeros atravesados por unas jabalinas.

-¡Cuidado Keloa! ¡Están en el cielo!

Con su hacha no podía hacer nada y suponía que Keloa tampoco podría acertar nada con sus jabalinas si no podía localizar a sus atacantes, así que corrió y ayudó a Kalen a meter a Phey y Ophelia dentro de la casa, donde estarían a salvo de las jabalinas. Se quedó en el umbral, protegido por el tejado y oteando a su alrededor. Si ese animal desgraciado se posaba en el suelo iba a probar la furia de los O'Shar.

Se palpó la camisola con las manos, para asegurarse de que todavía seguía todo en su sitio, o como si dudase si estaba vivo después de esa, y tratase de captar su corporeidad y descartar que ahora no fuese más que el fantasma de un muerto. Con la vista nublada, y sus órganos internos colapsándose, la voz de Kalen sonó distante y distorsionada.

¿Kalen?

Phey miró hacia abajo, hacia el suelo tambaleante. En esa dirección veía la punta asomar por su estómago. Phey había sido afortunado por el hecho de que el ataque hubiese venido desde los cielos. Gracias a eso, la lanza entró oblícua por la espalda, descendiendo entre sus vísceras por debajo del corazón, sin dañárselo. Una jabalina perpendicular a la espalda le habría matado.

Kalen, ¿eres tú?

Apoyó su mano y su antebrazo en los de Kalen, y se ayudó de él para caminar y llegar al interior de la cabaña. Phey sabía que aquel podría ser el último contacto físico que tuviese antes de morir, y se alegraba de que se tratase de Kalen.

Necesito decirte algo importante... es sobre nosotros dos. Yo he decidido ponerme metas más lejanas y listones más altos de lo normal. Eso no me convierte en una mejor persona, tan solo en alguien que se ha involucrado en una guerra que trasciende lo terrenal. Ese compromiso... ese voto... ahora me está matando, Kalen. Te necesito...

En un pinchazo de dolor en la sien, Phey sintió cómo la corrupción empezaba a extenderse como un veneno. Despertaba en él lados tenebrosos. El deseo. La lujuria. La líbido.

Tú eres un inocente, Kalen. No lo dudes. No dudes de ti. Cualquier pecado terrenal es pequeño a los ojos de los dioses. Por eso te pido que te pongas detrás de mí y empujes. ¡Empuja, Kalen! ¡Hasta que la jabalina salga por mi ombligo! Yo no puedo hacerlo, no puedo tocar esta lanza sin hacerme más daño. Pero tú... tú eres el inocente, el que no ha tomado partido aún, el epítome de eones de neutralidad. Tus manos pueden sujetar la lanza sin sentir el mal que la impregna. Debes quitar la lanza que me atraviesa, Kalen. Si no, toda su maldad me acabará marchitando.

El golpe casi la hizo doblarse sobre sí misma. No fue consciente de lo que había sucedido hasta que se llevó la mano al abdomen y sintió la cálida humedad en los dedos. La jabalina que había estado a punto de abrirle las tripas yacía en el suelo, a sus pies, su punta probablemente manchada de su sangre, aunque en la oscuridad apenas alcanzaba a distinguirla. Le resultaba sorprendente no estar aullando de dolor. Solo sentía un agudo escozor, como cuando se cortaba las yemas de los dedos con una hoja de papel.

Todavía no había tiempo para curas. Agarró la tela de su túnica en un puño y apretó con fuerza para bloquear la herida. Introdujo los dedos de la otra mano en su morral y sacó el pergamino que la bolsa mágica le ofreció, respondiendo a sus pensamientos.

No se encontraba lejos de un refugio. Sin perder otro instante, ni siquiera para levantar la cabeza, corrió de vuelta al interior de la cabaña.

Fuera de la cabaña, continua el caos, las criaturas voladoras, ahora estáis casi seguro de que son mas de una, centran esta vez su objetivo en Keloa (que como lleva días sin postear esta flat-footed)... una de las criaturas voladoras desciende hacia ella desde su espalda, clavándola sus afiladas garras en los hombros con fuerza, para después comenzar a aletear con fuerza para ascender con la O´Shar 

Mamawe no tiene compasión del pequeño que grita de dolor frente a ella.Saca su espada que se encontraba incrustada en el hombro de su rival para asestarle un segundo golpe.

Al sacar bruscamente la espada de tu rival, esta abre la herida un poco mas, causando una gran agonía al humano Osth que grita cerca de la histeria. Al ver tu espada alzándose para golpearle de nuevo, se tira hacia atrás como puede, rodando por el suelo y con mucha suerte consigue su objetivo.

El cerebro de su compañero por fin se da cuenta de que la única forma de ayudarlo es atacándote, por lo que se lanza contra ti con el garrote. Si bien, bien sea por su poca habilidad como guerrero o que el garrote no es una arma a la que esta muy acostumbrado, no te cuesta nada hacer una parada con tu espada al garrote... Por el impacto, esta claro que no es tan fuerte como tu ni de lejos (al menos con el cinturón mágico)

Udokal esperaba a la entrada de la choza, aún faltaba Keloa por llegar y ya veía su silueta a lo lejos entre las tinieblas cuando algo la agarró por los hombros, una criatura voladora que Udokal no identificaba ni tampoco le importaba mucho, lo que si le importaba es que pretendía llevarse a su compañera y no iba a permitirlo. Salió corriendo directo hacia Keloa con la intención de salvarla de las garras que la aferraban.

La ayuda de Udokal fue inestimable para poner a Phey y Ophelia a salvo, de hecho nadie estaba a salvo con lo que fuera que lanzaba esas lanzas desde el aire y así lo demostró cuando la mole regresó a por Keloa. La oscuridad tampoco ayudaba, pero ahora su preocupación era completamente diferente, un rayo de luz que yacía en sus brazos. Poco a poco sentó a Phey en una manera que la lanza no le hiciera más daño, pero viendo la trayectoria al final tendría que tumbarlo.

- No te vas a librar tan fácilmente de mí, Phey -respondió a la llamada perdida. El que no lo reconociera de inmediato indicaba que debía actuar rápido, pero se calmó para analizar la situación. Mientras, escuchó al paladín que, sin quererlo, le arrancó una sonrisa.

- Eres único.

Tomó buena posición para extraer la lanza, y más ahora que sabía que había algo maligno en ella. La punta era aserrada y forjada por un metal que hasta ahora no había visto: grisáceo con vetas verdes. Efectivamente tendría que sacarlo siguiendo la grave trayectoria, pero no había otro remedio aún sabiendo que le causaría más daño.

- ¡Ey! A la de tres la saco y te daré una poción, así que no te atrevas a desmayarte -Giró su cara para ver que lo entendía, aunque no esperaba nada más que mantenerlo alerta-. Uno, dos...

No hubo un tres cuando con toda la fuerza requerida sacó la lanza de un tirón. El dolor sería instantáneo y la herida comenzaría a sangrar aún más. A mano tenía unas pocas pócimas, pero de momento le daría una hasta ver los resultados. También debía atender la herida sin contar lo que sucedía en el exterior. Cierto agobio se percibió en sus ojos cuando buscó a Ophelia y Pazzo.

Mamawe no ceja en su empeño de acabar con el pequeño humano Osth, lanza de nuevo su espada contra su adversario, pero haber tenido que detener el ataque del más grande de sus dos rivales hace que no esté del todo centrada y yerre en su objetivo de aniquilar al pequeño.

Aaaaafnnnnngh...

Ya estaba fuera. Estaba sudado y jadeante, pero se había quitado un enorme peso del estómago. Igual que un parto, pero más corto. Kalen sería una buena comadrona algún día, si lo que busca es un trabajo honesto. Si no, va para doula, y eso es más complicado porque no tiene experencia pariendo para compartir con madres novatas.

Gracias, Kalen. Que Ihvisth te lo pague. Es decir... me refiero a que si muero hoy, y tú sobrevives, cosa que me haría muy feliz... que sobrevivas tú, no que muera yo... puedes llevarte mi espada y venderla, ya que la deuda que he contraído contigo no podría pagarla en esta vida. No hay nada peor para el alma que morir por un arma impía.

Cogió en sus manos la poción que le entregó Kalen. Phey se entretuvo en mirar la etiqueta, pero el sudor que le rebosaba las cejas le dificultaba enfocar las letras.

¿No será alcohol, verdad? Yo no soy de beber bebidas alcohólicas, va contra mi deber de estar siempre atento. Si lo haces para anestesiarme y poder extraer una posible punta de lanza partida que se haya quedado en el interior de mi cuerpo, he de decir que prefiero estar consciente. A pesar del dolor. El dolor no puede afectar a un alma puraaaa... aaaay... vale, ya bebo.

Así daba gusto. Se sintió reconfortado, y tras beber se arrastró a la parte de suelo de aquella choza insulsa en la que habían dejado las piezas de armadura tras desnudarle de ella hace unas horas. Si eran criaturas voladoras, quizás estar a salvo en el interior de un edificio les desconcertase el suficiente tiempo como para poder colocarse la armadura.

En cuanto Udokal traiga a Keloa, que no sé porqué motivo mira que tarda en meterse en la cabaña, cerrad la puerta. Trataremos de aguantar dentro.

Ophelia regresó al interior de la cabaña. El mismo lugar que, momentos atrás, había calificado como inseguro, y que se antojaba en ese instante como un refugio frente a los agresores. Cargando el bastón bajo una axila, se agarraba el abdomen con una mano, y en la otra llevaba un pergamino enrollado.

¿Estáis todos bien? Preguntó, precipitándose hacia los muchachos. Pudo ver cómo Kalen extraía la punta de la jabalina que había atravesado al guerrero sagrado de parte a parte. El cabeza de chorlito hablaba sin parar; ni siquiera un empalamiento era suficiente para hacerlo callar.

Desenrolló el pergamino con un movimiento de mano. Demasiado oscuro, no puedo leer. Masculló las palabras de un conjuro de luz, concentrándolo de nuevo en el extremo de su bastón.

En la estancia iluminada, antes de leer el conjuro del pergamino, se dio cuenta de que faltaban los dos extranjeros pelirrojos. Él estaba justo detrás de ella, la había empujado por la puerta, pero se había quedado fuera, con su compañera.

Phey bebía de un vial. Una poción de curación, sin duda. La iba a necesitar, si sus heridas eran tan graves como parecían a simple vista.

Voy a proporcionaros un lugar en el que podréis ocultaros; no podrán encontraros, aseguró, mirando a los tres de hito en hito. Una vez estéis a salvo, saldré a buscar a esos dos.

Eran demasiado jóvenes. No podía permitir que murieran allí, enfrentados a enemigos a los que ni siquiera podían ver.