Partida Rol por web

A la druida no le gustaba portar armaduras de ningún tipo, aunque lo hacía por consejo de sus compañeros con el fin de evitar daños como el de los cristales que se le venía encima. Afortunadamente, los pocos que se dirigieron hacia ella no llegaron a traspasar el duro cuero por lo que no sufrió más que un par de rasguños menores.

Junto a ella, Bathalias ya estaba organizando al grupo para salir de la sala. No tuvo tiempo de agradecerle el que le mantuviese en pie, pero en el mismo momento en que sus compañeros se dirigían hacia fuera a la carrrera no dudó un instante en seguirlos.
- ¡Ahh!- cuando el prefga hechicero explotó al entrar en contacto con uno de los mosquitos transformados. Por su parte prefirió no tratar de usar un conjuro protector a menos que tuviese algún mosquito demasiado cerca; no sabía si podría mantenerlos a raya y prefería no tener que confiar en algo inseguro.

Mientras corría, en su mente la joven pensaba en cómo podía usar las fuerzas de la naturaleza para esquivar a los mosquitos y ayudar al grupo a evitarlos, sin embargo todas las posibles combinaciones resultaban, de un modo u otro, con escasas probabilidades de tener efecto.

Moravius se levantó pero tenía varios cortes producidos por los cristales, apenas podía creer lo que estaba pasando y es que aquellos insectos tenían un poder tal que de ser otra la circunstancia, lo habría dejado boquiabierto al menos pero lo único que pasaba por su cabeza en aquel momento, era detener a los insectos que venían contra él y sus compañeros. Maldijo al conde internamente y se juro que de salir de allí, le buscaría y acabaría con su vida. Rara vez pensaba en acabar con la vida de nadie, ni siquiera lo pensó contra aquel que los había engañado una vez pero esta vez, lo del conde no tenía nombre. Levantó su bastón con un movimiento rápido y empujó a un bicho que se le venía encima, luego se echó hacia atrás con agilidad; años de entranamiento se la daban y lo tiró pero pronto había mucho más. No le importaba en ese momento Sarcess o sus sirvientes, sólo sus amigos y él. Corrió hacia la puerta, de frente a los atacantes, siguiendo las órdenes de Antor o de Bathalias, ya no sabía ni lo que escuchaba y pensó en ayudar a su amigo para que aquel hechizo fuera aún más fuerte. Esperaba por lo menos ayudar en el asunto de cerrar las puertas.

La retirada de los compañeros fue ordenada, la fuerza de la costumbre hizo que cada uno supiera cuál era su función en el engranaje de aquella máquina sin tener que intercambiar una sola palabra. Mientras Alfren y Merkus hacían esfuerzos para tirar de las pesadas puertas y cerrarlas los demás se apresuraron a salir de la estancia. Moravius y Bathalias se volvieron de inmediato para intentar cubrir la retirada y convocaron un muro de viento. Los primeros insectos que intentaron atravesarlo para atacar a Merkus y a Alfren salieron proyectados hacia el techo, el resto de los bichos se dio cuenta de que aquella no era una opción de salida y ascendieron hacia el hueco en el techo que había dejado la cristalera.

Entretanto la bruja y sus secuaces tenían sus propios problemas. La bruja había intentado destruir el cofre con un rayo devastador para terminar con la afluencia de bichos mortales, pero parte de los insectos reptantes se habían agarrado a su superficie y actuaron como un escudo mágico.

Ya faltaba poco para que la puerta estuviera cerrada. Los músculos de los guerreros parecían a punto de estallar, sentían como los tendones les ardían por el esfuerzo.

En el preciso instante en el que el caminante de las sombras se trasformaba en una estatua de hielo, la bruja, con un gesto de la mano hizo que el cofre saliera disparado por el hueco de la cristalera. Aquello no resolvía el problema de la fuente de los insectos, pero le permitía poder intentar recuperar el control de la situación.

Sólo un resquicio faltaba cuando la bruja se giró hacia la puerta con la mano derecha apuntando hacia ellos. Los rayos mortales impactaron en la puerta justo en el momento en que esta se encajaba. Merkus y Alfren tuvieron que retirar las manos del portón debido a la elevada temperatura que alcanzó cuando recibió el impacto mágico.

Los compañeros se encontraban en el sombrío pasillo que había sido el final de su periplo por la torre antes de entregar el malhadado cofre. No había nadie en el pasillo, como consecuencia del terremoto aquí y allí la pared había perdido su regularidad y se observaban algunos cascotes en el suelo. Aparte de eso el pasillo estaba tranquilo.

Aunque era una tranquilidad engañosa, más allá del pasillo escuchaban sonidos que sugerían que algunos insectos habían conseguido penetrar en el resto de la torre. Más cerca, el portón retumbaba con diversos ataques y en diferentes puntos de este se sucedían los efectos de los ataques mágicos de los insectos. Además los compañeros no dudaban que la bruja no tardaría mucho en abrirse paso entre los insectos para buscar su venganza.

Sintiendo que se quemaba, Alfren retiró apresuradamente las manos una vez cerradas las puertas, las agitó un momento en el aire y se sopló las palmas de la manos. Cuando finalmente las miró, comprobó que estaban enrojecidas, pero no había quemadura alguna. Una sonrisa traviesa atravesaba su rostro, la cara que siempre tenía cuando algo salía bien.

- Uff, nos ha ido por poco. Buen trabajo, chicos - dijo, alegrándose al comprobar que todos estaban bien y que las cosas parecían tranquilas a ese lado de la puerta.

Pero era evidente que no podrían permanecer allí más tiempo. Era momento de seguir corriendo e intentar escapar de la torre. Aunque no parecía que fuera a ser sencillo. Por encima del ruido que los ataques de Sarcess y los insectos provocaban al otro lado de las dos hojas, Alfren pudo escuchar el zumbido de otros insectos más allá del pasillo en que se encontraban y al mirar a los otros, vio que ellos también los oían.

- No sé cómo lo veis, pero entre la bruja y los insectos, me quedo con los últimos - señaló sacando a Ígnea de nuevo de su vaina -. Si no me equivoco tenemos cuatro pisos para bajar por lo menos, y por delante los bichitos voladores esos y unos cuantos prefgas, si es que se mantienen en sus puestos después del temblor. Y cuando salgamos de aquí, me sé de un Secretario y un Conde con los que me va encantar conversar. Oh, sí - señaló con una sonrisa de loba que mostraba su blanca dentadura.

En ese punto, Alfren, con aquella sonrisa traviesa del comienzo, se volvió hacia Merkus y con Ígnea en una mano, le echó la otra al cuello, se puso de puntillas y le estampó un cálido beso en la boca.

- Muchachote, asegúrate de sobrevivir, porque esta noche tú y yo vamos a tener más que palabras - le susurró al oído, para de seguido darse media vuelta y enfilar hacia el pasillo -. Bathalias, ¿pasillo o bruja?

Los músculos tensos, las venas del cuello increíblemente marcadas debido al esfuerzo que estaba haciendo para cerrar las puertas. Un grito, gutural, como un rugido brotó de su garganta y jaló con todas sus fuerzas justo a tiempo para que la pesada puerta se cerrara.

El fuego o rayo (no lo sabía bien) que la bruja había lanzado calentó la puerta quemándole las manos. El contacto con el hierro candente no fue suficiente para dañarlo, pero sí el suficiente para fruncir el ceño a causa de la molestia. Se escupió las manos y las frotó, abriendo y cerrando los puños para acostumbrarse a aquella incómoda sensación. Todos estaban fuera y de momento salvos de los insectos y Sarcess.

Estaba ahí, de pie, concentrado como pocas veces solía estar, pensando en que de tener una cuerda bajaría por una de esas ventanas o si la amarrasen a uno de los pilares podrían llegar a la planta más baja en menos tiempo que corriendo por las escaleras. Fue sumido en esos pensamientos, nada tácticos por lo demás, que Merkus fue sorprendido por la amazona.

Parpadeó repetidas veces, poco le faltó para golpearse la cara y constatar que no lo estuviera imaginando, pero era cierto, Alfren lo había besado y... ¿Lo estaba invitando a algo más? La poca pericia de Merkus con las mujeres le estaba jugando en ese momento la peor de las pasadas, porque no tenía la menor idea de lo que había significado, aunque fuera lo que fuera prometía ser bueno.
 

La operación había sido un éxito rotundo, habían salido de ahí sin ningún daño aparte de los ocasionados por la caida de la vidriera.

Pero en ese momento a los oidos del elfo empezó a llegar el zumbar de los insectos por todo el edificio.

Mierda, deben haber escapado de alguna forma...

Pero algo le distrajo unos instantes, Alfren había dado rienda suelta a sus instintos y había besado a Merkus, dejándolo asombrado, al igual que, aunque en menor medida, a Bathalias.

Al oir la pregunta de la paladina se despejó la cabeza con un rápido movimiento hacia los lados y respondió:

Si, mejor hacia fuera, ahi dentro no conseguiremos nada.

Metió la mano en su bolsillo y sacó de nuevo la camisa que había empapado para atravesar el pantano.

Mientras la estiraba y se la preparaba en la mano izquierda dijo:

Sacad las camisas, si se os acerca algún bicho se la lanzais como si fuera una red, no os entretengais en matarlo.

Una vez preparada la camisa y la espada llamó a Antor con un movimiento de cabeza, pues sabía de la manía del humano de intentar recordar todos los caminos y esperaba que no la hubiera abandonado.

¿Recuerdas el camino? Si es así, guíanos raudo.

- Bathalias, mi única camisa la partí en dos y ahora mismo cubre los ojos de las mulas - señaló la paladina al escuhar al elfo -. Y me temo que aun teniéndola conmigo sería insuficiente si nos ataca más de un insecto por cabeza. Queramos o no, me da que no vamos a poder evitar hacer uso de nuestras armas o de la magia - sentenció mientras se disponía a seguir a Antor espada en mano y atenta a cuanto pudiera venirles de frente.

Es simplemente por si acaso, Alfren, si quieres puedes coger una de mi mochila.

El elfo se agachó para que pudiera abrirle el macuto con más facilidad.

Tengo presente que necesitaremos más que esto, pero algo es algo, cuántos más nos podamos quitar de forma segura mejor que mejor.

Viendo como sus compañeros desenvainaban sus armas, Ailara aferró fuertemente su bastón que, pese a que seguramente no le serviría de mucho contra los insectos, era mejor que luchar con las manos.

- Seguramente necesitemos magia para enfrentarnos a los insectos- explicó la druida. Así que tratemos de no malgastarla. No sabemos con certeza cuantos insectos salieron del cofre o si siguen saliendo, ni cuantos se habrán inmolado ya despejándonos la salida de prefgas.

Sin embargo, los aventureros se debatían ahora sobre si debían o no salir inmediatamente, arriesgándose a encontrar más mosquitos de frente o la furia de la hechicera a sus espaldas.
- Podríamos esperar unos segundos- afirmó Ailara-. Si dejamos que los insectos actúen nos librarán de luchar con muchos de los prefgas, aunque es posible que entonces esperen nuestra salida.

-¡IRNOS YA! ¡IRNOS YA! -vociferaba Merkus bastante molesto por la demora para él injustificada- ¡BICHOS DISTRAIDOS ATACANDO MUCHOS PREFGAS NOSOTROS APROVECHAR!

Ailara lo había dicho, si los insectos acababan con los prefgas luego irían a por ellos, aunque en teoría insectos y prefgas disminuían en igual cantidad, sin embargo no había forma de constatar eso. ¿Quién podía garantizarles que éstos no continuaban saliendo del cofre? El único modo de saberlo era volver a entrar a la habitación que acababan de abandonar lo que significaba enfrentarse a la bruja y entre un número incierto de bichos y una bruja colérica, prefería lo primero sin dudar.

Antor asintió a las palabras de Bathalias, y se frotó un instante las sienes para centrar su cabeza, y tratar de encontrar un reducto de paz que le permitiera no cometer error alguno. La torre, tras el terremoto, estaba bastante cambiada, y no había forma de saber si todo el camino estaría practicable. Pero lo había memorizado, y poniéndose el primero del grupo, empezó a dirigir a sus amigos en dirección a la planta baja, y de allí, a la salida, desandando el camino andado, y atento a cualquier sonido o enemigo que pudiera aparecer

Alfren tomó la camisa que Bathalias le ofrecía con poco convencimiento acerca de su utilidad, al tiempo que respondía a la druida.

- Unos segundos de espera pueden ser nuestra perdición, Ailara. Es quizá lo que Sarcess necesita para vencer a esos molestos insectos y que cruce estas puertas. No, no podemos esperar ni un segundo más. Como dicen Bathalias y Merkus debemos salir ya - dijo poniéndose en marcha y siguiendo a Antor.

Guiados por Antor los compañeros iniciaron la huida de la torre, y en buena hora ya que la puerta empezaba a mostrar signos de debilidad y era poco probable que soportara mucho más el embate de los insectos.

Llegaron a la escalinata y comenzaron el descenso, deseosos de hacerse una idea clara de cuál era la situación se detuvieron a echar un rápido vistazo al exterior tan pronto como llegaron a la altura de una de las ventanas de la escalera.

El caos era total a los pies de la torre, los prefgas se movían de un lado a otro combatiendo a un enemigo invisible cuya presencia sólo se rebelaba por los estallidos de fuego o los rayos que los insectos creaban al realizar sus ataques. De todas formas, aunque las bajas eran numerosas la situación parecía estar bajo control gracias a la presencia de una figura humana que combatía con singular fiereza al enjambre y que no paraba de dar órdenes a diestro y siniestro. Se trataba de Sarcess, la bruja había conseguido bajar de alguna manera y estaba abriéndose paso hacia el desvencijado cofre que aún seguía vomitando insectos.

Continuaron el descenso a toda velocidad y no habían terminado de descender el primer piso cuando descubrieron signos del paso de los insectos. Los guardianes de la primera puerta que encontraron habían sufrido las picaduras petrificantes de los bichos y ahora eran dos grotescas estatuas que hacía pensar en que algún decorador con mal gusto había estado asesorando a Sarcess. El resto de las puertas de aquel piso estaban vacías pero las señales de los ataques de los bichos y los insectos aplastados eran frecuentes.

A mitad del segundo piso se detuvieron en seco cuando escucharon un: - ¡Alto! ¡Tirad las armas! -

Un poco más adelante un cuchillo sangriento, uno de bajo rango por su apariencia, lanza en ristre bloqueaba el paso.

Merkus se detuvo de golpe y se quedó mirando a Sarcess por un largo segundo, como si su cerebro estuviera intentando procesar la imagen que estaba viendo. Giró la cabeza y miró las escaleras, en dirección a la planta superior, lugar donde se supone debía estar la bruja encerrada y enfrentándose a un enjambre de lo que sea, pero no, la bruja y el cofre estaban ahí, en la planta inferior y el bárbaro, pese a que entendía que ello sólo era posible mediante el uso de magia no acertaba en el cómo ni el por qué.

La voz de un cuchillo sangriento se dejó oír, ordenándoles deponer las armas, pero el bárbaro lejos de soltar su espada la cogió con más fuerza y se dispuso a hacerle frente. Merkus pertenecía a una tribu guerrera y nunca, pero nunca, iban a conseguir que bajara el arma sin haber peleado y sido derrotado primero.

Cómo había podido llegar la bruja al exterior fue algo que no sorprendió a Alfren en demasía. Cosa de magia, pensó mientras corría escalera abajo. Su vista se paseaba fugaz por las pruebas que mostraban el combate de los prefgas contra los insectos, sin detenerse por un momento aunque su carrera se frenó en seco cuando oyó el grito de aquel Cuchillo Sangriento.

Alfren, en el silencio que sobrevino, pudo escuchar claramente murmurar a Moravius su hechizo y sabiendo que no era momento para esperar a comprobar sus efectos avanzó rápida hacia el prefga, espada en ristre. Su mente, fría en aquel momento, dirigía su mano que trazaba un arco para golpear la lanza y desviarla y después atravesar el cuerpor del prefga.

- ¡Por Ayriiiisss! - gritó al lanzarse al ataque.

En un primer momento, Ailara agradeció no estar siendo perseguidos por la hechicera, sin embargo mientras descendía reflexionó sobre si sería preferible enfrentarse a los prefgas y Sarcess o los mágicos insectos. Tal vez fuese una locura, pero si podía plantar cara a la bruja y ayudar a derrotarla no pensaría ni un instante en lanzarse al combate.

El encontrarse con el primer obstáculo no sorprendió a nadie. Todos sabían que iba a ser necesario luchar antes o después, y que sólo con sudor y sangre conseguirían salir de la torre, así que se dispusieron al ataque. La joven pelirroja se encontró sin mucho que hacer: viendo como Moravius conjuraba, decidió que lo mejor sería conservar su magia para el siguiente encuentro. Haciéndose a un lado, y aún a sabiendas que la destreza de su enemigo era muy superior a sus dotes de combate, avanzó aferrando el bastón fuertemente junto a Alfren para tratar de golpear al prefga y distraer así su atención mientras la aspirante a caballero primero y el bárbaro asmita después hiciesen de las suyas.

El primer encuentro.

Todos corrían tras Antor cuando el primer obstáculo apareció frente a sus narices.

El Cuchillo Sangriento les ordenó que dejaran las armas y se detuvieran, pero ellos no pensaban dejarle salirse con la suya.

No nos vas a parar ahora que queda tan poco.

Miró a su lado y vió como Alfren y Merkusse abalanzaban sobre la bestia, fijándose en los ojos de la primera, que miraban clarisimamente a su lanza.

Sereis un descerebrados e impulsivos, pero en combate no hay quien os iguale...

Salió corriendo tras Alfren, para en cuanto esta apartarla la lanza del medio poder estirarse en una estocada al cuello.