Partida Rol por web

La detective torció el gesto ante las palabras de su compañero, y asintió con la cabeza.

-Vamos los dos, así hacemos más presión- terminó diciendo Isabel.

Ante la mención de Ismael, la policía se dio cuenta de que era hora de marcharse, y con cierta delicadeza le dio unos ligeros golpes en el hombro.

-Ey, Leviatán, tenemos que irnos. Hay cosas que hacer- murmuró, y girándose hacia Fernando añadió-. Podría ser útil que viniera con nosotros.

Leviatán se despertó y asintió ante las palabras de Isabel:

- Estás de vuelta.- dijo mirando a Fernando - Supongo que habréis tomado alguna decisión importante.- añadió sin aclarar a que se refería. Si así lo deseáis os acompañaré.

Los tres salieron del piso franco. Fernando no parecía demasiado convencido de la compañía del gurú pero no se opuso a la decisión de su compañera. Cuando aparcaron frente a la estación central de Correos, el hombre permanecía silencioso en el asiento de atrás.

El policía prefería que Leviatán se quedara en el coche, pero no sabría lo que diría Isabel. Además, Fernando iba pensando en lo que le habia dicho su compañera sobre los posibles problemas que les podrian poner en correos. 

- Si nos ponen problemas, aun hay una manera en que podríamos saltarnos la protección de datos. Ya que somos policias, tan solo debemos demostrar que esta información es debido a la persecución de una satisfaccion de un interés público... Teniendo en cuenta que ha habido dos asesinatos, quizás podamos forzar un poco al encargado si se ponen tontos. - dijo Fernando a su compañera.
 

Ya los tres en el coche, y tras abrochar el cinturón de seguridad a Leviatán, pues Isabel temía que tuviera algún percance, fueron a Correos para obtener más información.

La detective le daba vueltas a la cabeza tras escuchar las palabras de Fernando, y asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo en que podía haber problemas, pero había maneras que usaba la policía para obtener cierta información. Quizá, si lo que decía Fernando acerca de los asesinatos convencía al funcionario, podrían obtener nombres y direcciones. Lo que realmente violaba la privacidad era el contenido de las comunicaciones, no quién se comunicaba con quién.

-Vale, Fernando, creo que podemos sonsacar cierta información- dijo Iasabel, mirándolo con intensidad-. Tú ve de buenas al principio, pero si se resiste, pues, placa, policía, servicio que sirve a un bien mayor, asesinatos de por medio, investigación criminal, y que sólo queremos esa información, nada de mirar contenido.

Dudó acerca de las direcciones, pues éstas sí que podían estar amparadas por la ley de protección de datos, pero se encogió de hombros, pensando que era como pedir el DNI de una persona: se miraba su nombre y se le filiaba, mirando su dirección.

-Venga, que no hay problema- se dijo al final, saliendo del coche.

Miró hacia Leviatán, y le dijo:

-Espéranos aquí, ¿vale? No tardaremos. 

Ambos bajaron del coche dejando dentro a Leviatán. 

Dentro de la oficina, tras enseñar su placa, les condujeron hasta el jefe de la estafeta. Era un hombre orondo, de unos cincuenta años y aspecto afable. Cuando le comentaron su caso el individuo estuvo a punto de negarse pero Fernando insisitió reafirmando su posición en que había gente en peligro y que si tenían que esperar a una orden del juez lo harían pero quedaría en la conciencia del funcionario que alguien más sufriese daño¹. 

El hombre accedió a regañadientes a echar un vistazo en el registro informático. No tardó demasiado.

- El nombre que ustedes me dicen: Luis González. Tenía un certificado para entregarle el lunes pero al parecer no estaba en casa cuando pasó el cartero y según el informe lo recogió ayer por la tarde, a eso de las 20:00. El remitente...- tecleó - Que curioso. Se lo mandaron desde aquí mismo. Pedro Crespo. Un sobre acolchado estándar. El envío se consignó en esta misma oficina el sábado por la mañana.

Lo que más le gustaba de ser policía era poder enseñar la placa y sentirse como Moisés ante el Mar Rojo, abriéndose de manera majestuosa. 

Con una sonrisa en el rostro, observó al funcionario, y frunció el ceño ante sus averiguaciones.

Pestañeó un par de veces, y miró a Fernando.

-Tenemos que hacernos con ese paquete- dijo Isabel, algo nerviosa-. Tenemos que saber qué contiene. Hay que hacer un registro en casa de Luis.

Era como si Pedro hubiera preparado pistas por si le pasaba algo.-  ¿Hay más paquetes con mismo remitente y mismo receptor? ¿Envió algo más Pedro?

El hombre revisó los registros informáticos.

- No, lo siento. - dijo encogiéndose de hombros - Nada de ese emisor. La persona que recibió el paquete ha recibido otros certificados pero son de fuera de Santiago. Parecen pedidos comerciales. 

Era evidente que eso no tenía nada que ver con el caso.

-Serían libros y eso, para la investigación de Pedro- aventuró Isabel ante lo que les dijo el funcionario-. A lo mejor lo ayudaba.

Suspiró, desinflándose un poco, y miró a Fernando.

-Bueno, ¿y ahora qué? ¿Nos hacemos con ese paquete misterioso?- preguntó la detective, alzando las cejas.

Resuelto el trámite en correos parecía que la mejor opción era regresar a la comisaría para cotejar aquella lista de nombres y datos. Tenía que ser algo importante si por ello habían matado.  Así que ambos agentes salieron de la oficina de Correos y se dirigieron hacia su coche.

Leviatán no estaba allí.

Isabel lanzó una maldición mientras Fernando se acercaba al coche para constatar la desaparición del gurú.

En ese momento sonó el teléfono móvil de Fernando.

Una voz masculina, desconocida, habló en cuanto Fernando descolgó el auricular.

- Encontrarán las pruebas que implican a Leviatán en el asesinato de Crespo en una mochila oculta junto a la grúa de carga en desuso que hay en la estación del tren. Está oculta en la base de la misma, en el compartimento de la base. No se moleste en preguntar quienes somos. Ambos sabemos que lo mejor que puede pasar es que Leviatán cargue con las consecuencias de lo que provocó. Lo contrario sería desagradable para todos.

Remarcó esa última palabra antes de contestar sin dejar a Fernando replicar.

Dejado Correos atrás, Isabel se preguntó acerca de las oposiciones a Correos, y si seguían siendo funcionarios públicos. Sin embargo, su hilo de pensamientos murió cuando vio que Ismael no estaba en el coche.

-Qué cabrón- dijo, y lo volvió a repetir mirando el coche por dentro, al tiempo que el móvil de Fernando sonaba.

Echó una mirada por los alrededores, por si el hombre había salido a estirar las piernas, pero una voz en su interior le decía que allí no estaba, y que no podía esperar que estuviera allí cuando lo habían dejado solo.

-Yo confiaba en ti, Leviatán- murmuró la detective, algo dolida. 

Miró a Fernando, y alzó las cejas, en un gesto que preguntaba quién llamaba.