Partida Rol por web

Una Sombra en los Sueños [Anima]

La Historia de Gaïa

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12/10/2013, 19:59
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Y el hombre olvidó.

Nadie es capaz de decir por qué ocurrió ni cómo. Puede que se desencadenara algún fenómeno natural que borró nuestros recuerdos, puede que trasgrediéramos una regla de algún poder desconocido y fuéramos castigados por ello. Puede que, simplemente, el hombre se lo hiciese a sí mismo. Como niños pequeños, reducidos a poco más que animales, vagamos durante siglos mientras nuestra fatua civilización se derrumbaba alrededor de nosotros. Todo se convirtió en ruinas. Las ruinas se hicieron polvo. Y el polvo se dispersó en los vientos. En aquella época el mundo tenía otro nombre.

Y en algún momento el hombre llamó su atención. ¿Por qué? Nunca lo sabremos. Quizás algo en nuestra naturaleza les atrajo hacia nosotros, o es posible que les despertáramos con silenciosos gritos. No pertenecían a este mundo. Vinieron de muy lejos y su llegada dividió los cielos y fragmentó la tierra. Durante un tiempo nos observaron con detenimiento, estudiando quiénes éramos y en lo que nos habíamos convertido. Se sintieron intrigados, fascinados a su manera por nuestra condición. No se decidían entre intervenir, dado nuestro estado, o por el contrario permanecer en la nada y dejar que la evolución prosiguiese inalterable. Pero al final, tomaron una decisión inesperada: crear su propia obra inspirándose en nosotros.

Los que caminarían con nosotros

Así nacieron los Duk´zarist. Se trataba de una versión perfeccionada del hombre, creada dualmente a partir de la oscuridad de nuestros años de ignorancia y el fuego con el que esperaban iluminar su camino. En ellos se acrecentaron los principales  sentimientos humanos, y se les dotó de grandes poderes a la vez que de una enorme debilidad. Pero la mayor diferencia que nos distinguía se hallaba muy arraigada en el interior, en su misma esencia. Sus almas, aun a imagen y semejanza de las nuestras, se encontraban mucho más atadas al mundo espiritual que las del hombre, y por consecuencia, a poderes sobrenaturales que, con el tiempo, volveríamos a llamar magia. Y así, de un día a otro, empezaron a caminar junto a nosotros. A partir de aquel amanecer, ya nunca volveríamos a estar solos. Sin embargo, una parte de los creadores no se sintió satisfecha con esa obra. Pensaban que sólo se habían limitado a copiar, a realizar una simple adaptación de algo que ya existía y, por tanto, se dispusieron a dar vida de nuevo.

Esta vez, profundizaron en los recuerdos olvidados del hombre, su inacabable fuente de inspiración, y de la imaginación del ser humano brotaría una nueva raza. Serían una encarnación de la fantasía, nacidos a partir de nuestros duendes y hadas, y para diferenciarlos aún más de aquello que consideraban un fracaso, basaron sus almas en el poder sobrenatural de la luz. Incluso ahora, los llamamos comúnmente elfos, aunque tenían un nombre; Sylvain. Pero esta segunda obra no fue vista con agrado por aquellos que consideraban que los Duk´zarist y los humanos debían centrar toda su atención. Un silencioso reproche envolvió el vacío en el que se encontraban los creadores, un silencio que hasta los mortales pudieron oír. Y la situación aún se agravó más. Mientras algunos se limitaban a observar, otros empezaron a dar rienda suelta a su creatividad. Sin contar con los demás, volvieron a usar al hombre y sus pensamientos para concebir nuevas creaciones, y una amalgama de entidades apareció en ese mundo sin nombre. Incluso dieron vida a los propios elementos y a seres cuya naturaleza nos es completamente inexplicable, como bestias, dioses y demonios. En muy poco tiempo, esa discrepancia de opiniones empezó a alcanzar cotas insospechadas. Y la misma creación sería testigo de sus consecuencias...

La Guerra en los Cielos

La batalla no duró nueve días ni nueve noches. Y tampoco fueron horas. Puede que todo acabara en unos minutos, o quizás incluso en menos. Pero al final, entre la destrucción, ambos estaban allí. C´iel y Gaira. ¿Fueron armas vivas erigidas por los creadores para destruirse entre ellos, seres capaces de engullir a dioses con un simple pensamiento y que borraron de la existencia a quienes les habían dado vida? ¿O serían quizás la encarnación consciente de las voluntades de cada bando, conceptos primigenios anteriores a la creación? Fuese cual fuese la respuesta, ninguno de los dos encontró una razón para proseguir su enfrentamiento. Y no estaban solos. Siete entidades, supervivientes de aquellos que fueron sus huestes en el combate, se alzaron con cada bando. Junto a C´iel, a la que los elfos llaman hoy la dama de la luz, se alzaron las Beryl. Y con Gaira, el señor oscuro, los Shajad. Todavía no hay ninguna explicación de por qué los mortales no sufrieron las consecuencias del conflicto, ni tampoco se conoce la razón que hizo que C´iel y Gaira decidieran quedarse junto a nosotros. Quizás, dentro de ellos, sentían que debían protegernos y permanecer junto a todos aquellos niños que empezaban a dar sus primeros pasos. Y con el tiempo, esa tierra tendría un nuevo nombre. Se llamaría Gaïa.

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12/10/2013, 20:04
Director

No se puede decir mucho de lo que ocurrió en los años que siguieron al conflicto, salvo que fue una época de esplendor y  progreso. Cada raza empezó a florecer y avanzó rápidamente en diversos campos, desarrollando las artes, la filosofía e incluso nuevas ciencias. Se fundaron ciudades y se formaron los primeros reinos, algunos de los cuales llegarían a convertirse en imperios. Al principio, los recién llegados no tuvieron mucha relación entre ellos, ya que cada raza estaba situada en lugares alejados del orbe. Sólo los humanos, esparcidos por todas partes, pudieron encontrarse con varias a la vez. Por aquel entonces, el hombre aún vivía en un estado cultural bastante primitivo, pero gracias a la influencia de las otras civilizaciones, poco a poco comenzó a encontrar su lugar en el nuevo orden. Fue una era en la que lo sobrenatural se encontraba presente en todas partes. Los brujos manejaban con facilidad las fuerzas místicas, y la línea que separaba el mundo de la Vigilia y el material era tan fina que todo tipo de criatura podía manifestarse físicamente. Los Shajad y las Beryl actuaban continuamente durante el desarrollo, realizando pequeñas  intervenciones y dando conocimientos a unos y a otros. Les enseñaron los principios de la magia, y observaron con agrado cómo sus clases eran rápidamente asimiladas. Nunca exigieron nada a cambio. No deseaban convertirse en dioses ni recibir adoración, aunque muchas de sus encarnaciones inspiraron el culto a diversas deidades y demonios. Con el paso del tiempo, cada facción empezó a sentirse más atraída por ciertas razas y culturas, principalmente aquellas que evolucionaban de un modo más afín a sus ideales.

Como los primeros nacidos, las civilizaciones que más rápido progresaron fueron los Sylvain y los Duk´zarist. Los Sylvain se acercaron a la filosofía de C´iel, que mantenía que todos los seres tienen derecho a vivir en un orden establecido de completa igualdad, y progresaron de acuerdo a esta idea. Por el contrario, los Duk´zarist desarrollaron una cultura más similar a Gaira, cuya ideología aseveraba que el fuerte debe de tener autoridad sobre el débil para evitar el caos y la destrucción. De este modo, los Duk´zarist avanzaron militarmente a un ritmo vertiginoso, desarrollando armas de gran potencia y enfocando el uso de la magia para la guerra. Inevitablemente, las diferencias ideológicas entre las dos culturas principales quedaron claramente constatadas, y las relaciones entre ambas razas comenzaron a volverse más tensas. Finalmente, los Duk´zarist llegaron a la conclusión de que si las cosas seguían evolucionado de ese modo, toda Gaïa se encontraría sumida en la anarquía, y por tanto, decidieron que había llegado el momento de imponer un nuevo orden. Dirigidos por Ghestalt Noah Orbatos, su primer emperador, comenzaron la que sería conocida como la Guerra de la Oscuridad. Puede que, simplemente, algo en ellos fuera demasiado humano y les impulsara a luchar.

La Guerra de la Oscuridad

La guerra fue cruenta y tanto los cielos como la tierra se tiñeron de sangre. C´iel y las Beryl observaron aterradas, pero decidieron no intervenir abiertamente para evitar que Gaira hiciera a su vez lo mismo. En un principio, los Duk´zarist enfocaron todos sus esfuerzos en contra de los elfos, quienes no eran capaces de hacer frente a su poder beligerante. Dominaron demonios, elementales y dragones, levantaron fortalezas voladoras capaces de arrasar ciudades enteras y además, a pesar de ser menos de la mitad de sus enemigos, con su habilidad marcial uno solo de sus guerreros podía acabar con más de diez adversarios Sylvain. Muy pronto, los Duk´zarist abrieron varios frentes más contra otras razas, pensado en su prepotencia que no había ninguna fuerza sobre Gaïa capaz de hacerles frente. Estos últimos actos no contaron con la aprobación de todos los Shajad, algunos de los cuales habían visto con satisfacción el florecimiento de las culturas que estaban en peligro. Incluso sugirieron a Gaira que deberían intervenir. Aun así, el señor oscuro prefirió cruzarse de brazos con una sonrisa, probablemente intuyendo lo que iba a pasar. Fue sólo entonces, tan cerca del final, cuando todos los pueblos de Gaïa empezaron a ser terriblemente conscientes de cuál iba a ser su destino.

En ese momento, entre el caos y la sangre, se alzó un individuo que lograría lo que jamás volvería a realizarse: unirlos a todos contra el enemigo común. Aún no sabemos quién fue. Ni siquiera su nombre u origen son conocidos. Naturalmente, cada cultura que recuerda esta guerra se atribuye su persona, pero hasta la fecha, nunca se ha podido probar a ciencia cierta su identidad. Fuere como fuere, con lágrimas y sufrimiento, esa última alianza consiguió lo impensable: detener el avance de los conquistadores y obligarlos a retroceder paso a paso. Aquello fue inconcebible para los Duk´zarist. Vieron, preocupados, cómo quienes no habían podido hacerles frente aprendían rápidamente métodos efectivos para combatirles, y aprovechaban su enorme vulnerabilidad hacia el metal para destruirlos. De hecho, los Sylvain ya se habían convertido en enemigos capaces de enfrentárseles casi en igualdad. Al final, encabezados por su emperador, los Duk´zarist se vieron obligados a retroceder hasta sus propias fronteras siendo conscientes de que aquella lucha no tenía ya como fin la conquista, sino su propia supervivencia. Más que pedir, exigieron a los Shajad que interviniesen a su favor, acusándolos de haberles dado la espalda cuando las cosas se volvieron es su contra. Se dice que en aquel momento de desesperación, antes de la batalla decisiva, el mismo Ghestalt desafió a Gaira a que se midiera con él, instando a los Shajad a que le siguieran si derrotaba a su señor. Nadie dudó nunca del resultado de la confrontación... Ni siquiera Ghestalt. ¿Qué más podía pasar, si no? Después de aquella última derrota, se retiraron al interior de sus tierras. Mermados en número, los Duk´zarist nunca recuperarían la completa superioridad que durante esta época llegaron a alcanzar. La alianza no les siguió. Ellos mismos habían perdido prácticamente todo lo que tenían, y sus fuerzas no les permitían afrontar una ofensiva contra las ciudades Duk´zarist. Gaïa estaba en ruinas, y ahora quedaba por delante un largo proceso de reconstrucción...

La era del Caos

Todos los pueblos habían quedado terriblemente afectados por la guerra, en especial el imperio élfico y el Duk´zarist. Las relaciones entre las distintas razas estaban deterioradas, pero aun así, hicieron un esfuerzo por seguir adelante. Muchas abrieron sus fronteras y empezaron a cooperar entre ellas, en especial las que habían formado parte de la alianza. Sin embargo, nunca existiría la misma confianza de antaño por temor a que se repitieran sucesos similares. Fue sin duda una era extraña, en la que unos pocos individuos alcanzaron niveles de poder desorbitados convirtiéndose casi en dioses. Algunos eran capaces de alterar las mareas con su mera presencia, partir montañas en dos y borrar ejércitos enteros con aterradora eficacia. Poco a poco, tanto los Shajad como las Beryl empezaron a intervenir menos en el mundo, dándose cuenta de que posiblemente su elevada participación fue la que antaño propició aquellos acontecimientos bélicos. Sería entonces cuando los humanos, los menos dañados por el holocausto, nos convertiríamos en una verdadera potencia. Extendidos por todas partes, levantamos numerosos reinos e imperios, hallando la fuerza en nuestro número. De la noche a la mañana surgieron nuevas culturas y civilizaciones, algunas de las cuales perduran hasta la actualidad, mientras que otras se sumirían pronto en la nada del olvido. En aquella época, miles de años atrás, incluso nosotros llegamos a dominar secretos sobrenaturales, y aquellos que ostentaban el poder doblegaban a los débiles bajo su dominio...

¿No resulta irónico que, en uno de nuestros momentos de mayor apogeo, nosotros mismos fuéramos nuestro peor enemigo? Muy pronto, los reinos humanos se enzarzaron en numerosos conflictos internos, tratando de acaparar lo que era de sus semejantes. En estos tiempos caóticos, aparecieron varios conquistadores que intentaron unificar todas las tierras, pero sus campañas sólo nos trajeron fracaso y muerte.

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12/10/2013, 20:08
Director

¿Seremos acaso prisioneros de un destino irónico que nos obliga a repetir nuestros pasos? ¿O se trata sólo del despertar de un sueño que nunca existió? Porque entonces, entre las cenizas de nuestras propias guerras, llegó a nosotros un Mesías llamado Cristo. Era un hombre sencillo que no tenía nada, pero en cambio, lo quería todo. Se trataba de una figura brillante, una luz que deslumbraba a mendigos y reyes, a cuyo alrededor se reunieron quienes estaban perdidos y necesitaban algo en lo que creer. Decía traer la palabra de un dios desconocido hasta entonces, un dios de todas las cosas que nos daba poder sobre la vida y la muerte. Y su palabra se hizo ley. Una ley sólo para el hombre. Su doctrina decía que todos éramos iguales ante Dios, que teníamos un lugar en su casa. Nos enseñó la misericordia y la piedad, pero también a temer al señor y su venganza. La magia y lo sobrenatural no tenían cabida en sus preceptos, al igual que tampoco aquellos que las utilizaban. Junto a él aparecieron doce apóstoles, portadores de su credo, con los que llegó hasta cada rincón del mundo. Y a voz y espada estuvo a punto de alcanzar lo que nunca antes nadie había logrado; unirnos bajo una sola bandera. Pero todo paraíso tiene su serpiente.

A puertas de la ciudad de Sólomon, último reducto de un imperio ya marchito, Cristo fue traicionado por uno de sus apóstoles, aquel que respondía al nombre de Iscariote. Como pago, le entregaron treinta piezas de metal negro, de las que se dice que contenían el conocimiento para cambiar Gaïa. Cuídese aquel que posea alguna, puesto que sobre ellas recaen nuestros pecados. Cristo fue crucificado esa misma noche. Durante trece horas yació atormentado en la cruz en las murallas de Sólomon. Cuando expiró no se abrieron los cielos ni tembló la tierra. Las aguas no se tornaron sangre ni tampoco se oscureció el firmamento. Simplemente, murió.

Los once reinos santos

Pero su muerte fue sólo el principio. Los apóstoles terminarían por él aquel sueño imposible, derrumbando las murallas de Sólomon y destruyendo así el último reducto de la era del Caos. Una nueva etapa estaba iniciándose, y todo hombre, mujer y niño podía darse cuenta de ello. Alrededor de la tumba del Mesías comenzó a erigirse la ciudad Vaticana de Arkángel, que a su debido momento, se proclamaría capital del mundo. Serían los cimientos que formarían el Sacro Santo Imperio de Abel, los elegidos por Dios. Los apóstoles, dándose cuenta de que era imposible para ellos mantener unido el recién nacido Imperio, dividieron las tierras en once dominios, proclamándose primero gobernantes espirituales y posteriormente reyes santos. Aquello ocurriría aproximadamente en el año tres después de Cristo. Aplicando duramente las nuevas doctrinas, se prohibió el uso de la magia y de las ciencias místicas. Así, los hombres, lenta pero inexorablemente, apartaron lo sobrenatural de sus vidas.

El Imperio cerró sus fronteras a los otros pueblos, con los que dejó de tener la más mínima relación. Estos, ensimismados en sus asuntos, no dieron a este acto la importancia fundamental que al final tendría. ¿Acaso la religión perdió en algún momento su rumbo originario, o realmente aquellas fueron siempre las intenciones de nuestro Mesías? Fuese como fuese, la fe empezó a considerar las otras razas como monstruos, criaturas demoníacas que empleaban artes oscuras e impías. Se persiguió a los hechiceros y a los místicos, creando un cuerpo de inquisidores que se ocupada de darles caza y ejecutarlos. Los once apóstoles, aunque excepcionalmente longevos, acabaron muriendo uno tras otro, dejando a sus descendientes la corona. No tardaron en surgir disputas. Los reinos santos empezaron a separarse, agrupándose en varios bloques que mantuvieron tensas relaciones entre ellos durante más de doscientos años. Pero lejos, en los mares del norte, se formó en las sombras un duodécimo reino del hombre. Rah, el último de los descendientes de Iscariote, decidió que había llegado el momento de actuar.

La Guerra de Dios

Apartado de los demás, Rah había levantado una poderosa nación a la que llamó Judas. Bajo su dominio, unificó a todas aquellas personas que habían rechazado los dogmas cristianos o habían sido perseguidos por la Iglesia. De ese modo, bárbaros, paganos y brujos se convirtieron en sus huestes. Pero Rah no se conformó sólo con eso, y buscó alianzas con razas y criaturas sobrenaturales. En sus intrigas, llegó incluso a ponerse en contacto con los Duk´zarist, a quienes prometió entregarles lo que más ansiaban: una solución para acabar con su debilidad hacia el metal. En secreto, atrajo a la joven Emperatriz Duk´zarist Ark Noah, apenas una niña, hasta la isla de Tol Rauko, donde la retuvo para obligar a su pueblo a apoyarle. El objetivo de Rah no era simplemente conquistar. Apuntaba mucho más alto. Aseveró que su meta era destruir a Dios para que los hombres nos convirtiéramos en dioses. Para él, la religión no era nada más que cadenas que nos impedían alcanzar nuestro verdadero potencial, una sombra que cegaba nuestra visión del mundo. Pero el vaticano no era su único adversario. También pretendía destruir las religiones no humanas, consumir todos los credos en la pira de su sueño hasta que de ellos sólo quedaran cenizas. Finalmente, cuando creyó estar preparado, declaró la guerra al mundo. Aquel fue un año que todos recordaremos, el doscientos veintitrés. Con él, se levantó un ejército como no se había visto nunca, ni siquiera en la era de la oscuridad.

Horrores primigenios y grandes bestias caminaban al lado de hombres, Duk´zarist y gigantes, arrasando todo lo que hallaban a su paso. Los reinos santos no supieron cómo reaccionar al principio. Distanciados por disputas menores, resultaron ser incapaces de responder conjuntamente contra la ofensiva, y uno tras otro acabaron completamente devastados. Sus enclaves fueron inmolados en sucesión escalofriantemente rápida; Serrano cayó en un solo día; Bedoire no duró más a pesar de sus grandes adelantos técnicos... La sangre de millones clamaba a los cielos, pero estos permanecían silenciosos. Viendo a sus ancestrales enemigos alzarse de nuevo, las naciones élficas y sus aliados ofrecieron su ayuda a los hombres, pero estos la rechazaron sin ni siquiera llegar a considerarlo. Aun así, los Sylvain eran muy conscientes de que esta vez no podían quedarse con los brazos cruzados, y decidieron iniciar su guerra  independientemente. Pero bien poco podían hacer contra el poder combinado de las fuerzas de Rah. Entonces, contra todo pronóstico, Zhorne Giovanni, el joven heredero de uno de los reinos santos que ni siquiera había sido aún coronado, cambió el curso de la guerra y nos trajo esperanza. Líder nato, logró que los restantes ejércitos le siguieran y aceptó la alianza propuesta por los elfos y otras razas. Pero incluso unidos, el poder de Judas era difícil de superar. Viendo en problemas a sus tropas, Rah abandonó las islas para ponerse en persona al frente de los ejércitos, acompañado de sus ocho agentes más poderosos, La Cofradía, que eran como dioses vivientes. Nada parecía ser capaz de detenerle. Pero ocurrió algo ajeno al conocimiento de Rah.

Mientras se encontraba alejado, un solo Duk´zarist llamado Larvae consiguió entrar en los subterráneos de Tol Rauko y rescatar a Noah de su confinamiento. En las entrañas de la isla, Larvae encontró algo más que a su Emperatriz. En aquel lugar, Rah estaba construyendo una extraña maquinaria que combinaba una tecnología perdida con magia, un artefacto que canalizaba hacia ella las almas de todas las víctimas de la guerra. La liberación de Noah puso del revés los acontecimientos. Los Duk´zarist, a punto de obtener una victoria total sobre sus eternos enemigos, se retiraron del conflicto arrasando en su regreso a los ejércitos de Judas que encontraban. Zhorne vio entonces la oportunidad que estaba esperando, y prosiguió su ofensiva con renovadas energías hasta doblegar las fuerzas de Judas. Rah tuvo que retroceder, regresando a su castillo en espera de una oportunidad para reagrupar sus tropas... una oportunidad que nunca llegaría. Con sangre, dolor y lágrimas, el joven Giovanni condujo sus ejércitos a través de los desolados reinos hasta alcanzar la playa. Allí, reuniendo todos los efectivos que le quedaban, surcó los mares en dirección a la capital de Judas.  Y en ese instante, viendo cerca su final desde su castillo en Tol Rauko, la trágica carcajada de Rah pudo oírse en todas partes. Una risa cargada de tristeza y amargura… Era dolorosamente consciente de que su sueño había llegado a su fin. Y decidió cometer la más grande de las atrocidades. Si no podía salvar el mundo, entonces lo destruiría. Con Zhorne a las puertas de su fortaleza, Rah puso en funcionamiento su máquina. Aún no somos capaces de comprender cuáles serían realmente las repercusiones de lo que hizo, pero sin duda provocó una perturbación sin precedentes en el mundo físico y espiritual.

Aquella sería la última vez que C´iel y Gaira intervendrían de una manera abierta en Gaïa. Ambos, que habían permanecido observando detenidamente todos los acontecimientos, se dieron cuenta de la gravedad de los actos de Rah y decidieron detener el holocausto antes de que fuese demasiado tarde, antes de que aquel artilugio engullese toda la creación. Su influencia evitó que la máquina se desencadenara completamente pero, de cualquier manera, el daño ya era serio. El Señor de Judas desapareció completamente de la faz de la tierra. Físicamente en contacto con su construcción en el momento de activarla, su cuerpo, y puede incluso que su alma, no fueron capaces de soportar el tremendo poder que desencadenó. Y así, tres años después de su inicio, la guerra finalizó. Pero... ¿alguien podría llamarlo victoria? Más de cien millones habían muerto en el conflicto y todas las civilizaciones estaban al borde de la extinción. El odio racial había alcanzado niveles insospechados, y los supervivientes daban muerte a cualquiera que no fuese de su especie y por si fuera poco, los seres sobrenaturales se ahogaban por algún motivo desconocido, como si les faltase algo tan vital como el aire.

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12/10/2013, 20:12
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Lo que ocurrió después es difícil de relatar. En aquel momento de caos absoluto, tres sociedades ocultas, titiriteros de la historia secreta del mundo, comenzaron los preparativos para salvarnos de nuestro peor enemigo: nosotros mismos. Sus nombres eran Imperium, La Tecnocracia e Illuminati, y pertenecían a las razas humana, élfica y Duk´zarist respectivamente. Existían desde hacía miles de años, aunque sus actos nunca se habían escrito en los libros. De un modo inconcebible, estaban en posesión de una combinación de tecnología y magia desconocidas, superiores incluso a la que Rah había utilizado con tanta insensatez. Todo empezó unas horas después del final de la guerra. Aquel día, esos inmortales planearon desatar un poder que debería estar reservado sólo a los dioses, una fuerza que sacudió la misma estructura de la realidad. Ese suceso no pasó desapercibido para C´iel y Gaira, quienes recibieron una inesperada invitación formal para formar parte de aquel extraño proyecto. Shajads y Beryls se manifestaron como embajadores de la luz y las tinieblas en un cónclave en el que se decidiría el futuro de Gaïa. Allí reunidos, todos llegarían a la misma conclusión; que no era posible que las distintas razas convivieran sin destruirse. Además, la máquina de Rah había creado un vórtice que mermaba la magia en un amplio territorio. Aunque poco a poco sus efectos irían desapareciendo, si un gran número de seres sobrenaturales vivía en esas tierras, se asfixiarían por falta de energías místicas. Por tanto, sólo había una solución posible... separar el mundo.

Imperium, La Tecnocracia e Illuminati levantaron muros invisibles en nuestra realidad, una barrera infranqueable para los mortales que los Shajad y las Beryl sellarían con su sangre. El reparto de territorios fue desigual. Los humanos, los más numerosos, nos quedamos con la zona más amplia, aquella que quedó también más afectada por la máquina. Las tres organizaciones llegaron a una serie de acuerdos entre ellas, reglas que se comprometieron a seguir para mantener la estabilidad. Principalmente, cada una se ocuparía de un enclave, aquel al que perteneciera su raza, y no intervendría en absoluto en los asuntos de las demás. Asimismo, mantendrían en secreto la verdad sobre lo sucedido, impidiendo por completo que alguien descubriera que hay otros mundos o traspasase la barrera. Desde entonces, sólo somos capaces de ver una tercera parte del mundo, sin saber que todo aquello que consideramos como mitos es aún realidad. Ese es nuestro cautiverio... y nuestra salvación.

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12/10/2013, 20:17
Director

Y... ¿qué ocurrió con Zhorne Giovanni? Pues aquel chico de apenas diecisiete años, que maduró en el campo de batalla cubierto de la sangre de amigos y enemigos, se convertiría en la espina dorsal de un Imperio que haría temblar los pilares de la tierra. Los reinos santos habían desaparecido ya por completo, y bárbaros, bandidos y criaturas sobrenaturales saqueaban los asentamientos de los refugiados en busca de oro y comida. Dicen que el heroísmo nace de la necesidad, y aquel era un momento que clamaba por héroes. En esa época de declive, Zhorne, todavía al mando de un pequeño ejército, decidió poner orden en aquellas tierras caóticas. A sangre y fuego exterminó a miles de saqueadores, permitiendo a aquellos que se rindiesen unirse a su cruzada. Un incontable número de desamparados empezó a seguirle, pues les entregaba comida y cuidaba de los enfermos. Algunos meses después alcanzó las ruinas de Arkángel y ordenó su reconstrucción, mientras partía de nuevo para asegurar otros territorios. Refugiados de todas partes llegaron hasta la ciudad, que creció de un modo asombroso en apenas cinco años. Finalmente, tras casi una década de luchas sin descanso, regresó hasta la capital, donde tomó su decisión más importante. Reunió a sus cuatro generales principales y les concedió el título de Señores de la Guerra, quienes se encargarían desde entonces de mantener la integridad de las tierras bajo su control y de la incorporación de nuevos territorios. Creó también la figura del Sumo Arzobispo, que estaría a cargo de los asuntos espirituales y de la Iglesia. Y para asegurar la estabilidad política de las tierras unificadas, las separó en principados, poniendo a nobles o eclesiásticos como gobernadores. De aquel modo, recuerdo que aquel 16 de septiembre del año doscientos treinta y tres después de Cristo, a la edad de veintisiete años, Zhorne Giovanni fundó el Sacro Santo Imperio de Abel, del que se proclamó Emperador y Sumo Pontífice.

Pero el aún joven Emperador no permaneció inactivo mucho tiempo. A pesar del excelente trabajo de los Señores de la Guerra, volvió a salir en persona al campo de batalla para anexionar nuevos principados y unificar todo Gaïa bajo la bandera Sacra. En su camino, encontró algunas pequeñas poblaciones aisladas de seres sobrenaturales que habían intentado reconstruir sus hogares después de la guerra. Aun con dolor de su corazón, se vio obligado a expulsarlas de sus tierras, conocedor de que no podía permitirse tener compasión. Y de aquellas que se negaron a marcharse y trataron de combatirle, no dejó ni sus cadáveres. Sin embargo, algunos supervivientes se infiltraron entre nosotros, camuflándose u ocultándose gracias a sus mermadas habilidades sobrenaturales. Para solucionar este problema, con la aprobación del Emperador, la Iglesia recreó el cuerpo de la Inquisición, a la que dotó de más poder del que nunca había tenido. Los inquisidores, individuos seleccionados con habilidades casi sobrehumanas, se encargaron de dar caza a cualquier brujo o criatura sobrenatural superviviente y destruirlos completamente. Pero Zhorne no quería que todas aquellas obras se perdieran completamente, y deseaba que al menos alguien recordara a quienes antaño caminaron a nuestro lado. Por tanto, creó un cuerpo de caballeros que no responderían ante los Señores de la Guerra ni ante la Iglesia, sino únicamente bajo sus mandatos directos. Su función sería la de conservar en secreto los conocimientos y la cultura de los mitos de Gaïa, asegurándose de que, al menos, alguien no los olvidara. Esta poderosa orden tomó como principal base de operaciones la antigua fortaleza de Rah, por la cual son conocidos como los caballeros de Tol Rauko.

Durante cincuenta años él y los Señores de la Guerra prosiguieron con su tarea. Los territorios que no querían unirse al Imperio eran obligados por la fuerza de las armas en pos de la unificación. Primero todo el Viejo Continente, después Lannet y Shivat, y por último, Zhorne envió una potente fuerza hacia el continente oeste, que con el paso de los años, también formaría parte de Abel. De aquel modo, toda Gaïa se encontró refundida bajo una sola bandera. Al fin,  tras casi medio siglo de lucha, el Emperador pudo descansar y pasar tiempo con su Emperatriz, a quien había desposado cuando fundó el Imperio. Y en el año trescientos cincuenta y cinco, a la edad de ciento cuarenta y nueve años, Zhorne Giovanni falleció como siempre había deseado; en su cama, plácidamente. Su único hijo heredó la corona del Imperio, y bien instruido desde su niñez para soportar su peso, Lázaro demostró estar a la altura de las expectativas de su padre. De este modo, durante seis siglos, los Giovanni condujeron Abel a una era de gran prosperidad. Por supuesto que el Imperio pasó por ciertas dificultades, sería mentira decir lo contrario. Lannet y Shivat trataron de independizarse en tres ocasiones y las rebeliones tuvieron que ser sofocadas. El principado de Kushistán entabló una oposición directa con la iglesia vaticana, desarrollando sus propias doctrinas religiosas, y el poder sobre el continente oeste empezó a disminuir lenta e imperceptiblemente. Sin embargo, todos estos problemas fueron solventados con gran destreza por los emperadores, quienes actuaron en su justa medida empleando siempre el método más apropiado para cada ocasión. El hombre, poco a poco, empezó a olvidar la historia anterior al Imperio, hasta que la existencia de seres sobrenaturales y brujos se redujo sólo a historias que los viejos contaban alrededor de las fogatas. Nada parecía ser ya capaz de dañar la fuerza de Abel...

Hasta el mandato de Lascar Giovanni. Ataviado de los poderes absolutos del Emperador, llevó a la corte a una depravación y crueldad como nunca se habían visto. Mandaba ejecuciones sin sentido, tomaba a las mujeres que deseaba, declaraba guerras inútiles e incluso empujó a su esposa al suicidio después de que diera a luz a su único hijo, Lucanor. Elías Barbados, el más joven e idealista de los cuatro Señores de la Guerra y primo político de Lascar, vio peligrar los cimientos del Sacro Santo Imperio. Incapaz de quedarse con los brazos cruzados, no pudo soportar durante más tiempo las acciones de su señor y se rebeló contra él. Aquel golpe de estado fue rápido y con poco derramamiento de sangre. Todo se organizó en Arkángel, e incluso la Iglesia y Tol Rauko le dieron la espalda al Emperador. El plan era simple, obligar a su primo a abdicar en su hijo sin hacerle el más mínimo daño. El Señor de la Guerra era muy consciente de que si ejecutaba a Lascar el Imperio estaba condenado, ya que la figura sagrada del Emperador perdería su santidad. Sin embargo, orgulloso hasta el final, Lascar utilizó a su hijo Lucanor para quitarse la vida, forzando al pequeño a ensartarle con la espada imperial de Zhorne. Aquello había condenado al heredero y Abel necesitaba urgentemente un nuevo señor. Así fue como Elías, el descendiente más directo al título, fue proclamado santo Emperador con el apoyo de los restantes Señores de la Guerra y del Sumo Arzobispo Augustus. Incapaz de emprender ninguna acción contra el joven Lucanor, Elías le envió lejos, confiriéndole el título de príncipe de uno de los territorios más importantes, Lucrecio. De ese modo, en el año novecientos cincuenta y siete, la larga genealogía de los Giovanni abandonó el trono imperial después de casi siete siglos de mandato.

El último emperador

Elías demostró ser un soberano perfecto, capaz de desenvolverse tan bien en la política como lo había hecho en el campo de batalla. Con pericia y decisiones adecuadas, consiguió mantener la estabilidad del Imperio, a pesar de que muchos principados creían haber hallado el momento ideal para independizarse. Por desgracia, en su vida personal no tuvo tanta suerte. Su esposa murió al dar a luz a su primera hija, Elisabetta, lo que le dejó profundamente dolido. Echando la culpa de lo sucedido a la pequeña, la puso a cargo de la Orden del Cielo, su guardia personal, y la evitó siempre que fue posible. Poco después, su amigo y mentor, el Sumo Arzobispo Augustus, falleció sin dejar un claro sucesor. La decisión de elegir su sustituto era una tarea realmente difícil, ya que ningún aspirante parecía estar cualificado. Sin embargo, en una de sus entrevistas, Elías conoció a una joven abadesa llamada Eljared que, con apenas veintiséis años, había alcanzado ya el título más elevado al que puede acceder una mujer en la Iglesia. El Emperador quedó fascinado por ella, incapaz de quitársela de la cabeza. Pasaron mucho tiempo juntos, y para sorpresa de todo el Imperio, decidió otorgarle a ella el título de Sumo Arzobispo, acto que contradecía todas las tradiciones eclesiásticas.

Muchos principados y una gran parte de la Iglesia se rebelaron contra esta decisión, pero el Emperador hizo oídos sordos a sus protestas. Poco a poco la nueva Arzobispo empezó a ostentar más poder en el Imperio, hasta que llegó un punto en el que el Emperador no tomaba ninguna decisión sin su consejo. Finalmente, Elías dejó en sus manos Abel, cegado por el amor que sentía hacia ella. En aquel momento, Eljared acaparó tanto poder como el mismo Emperador, tomando sus propias decisiones sin dar ninguna explicación. Los principados protestaron enormemente por sus actos, hasta que Maximilian Hess, señor de Remo, la acusó públicamente de brujería y de tener hechizado al Emperador. Una semana más tarde, Remo sería completamente arrasado por las tropas del Imperio, con una crueldad tan grande que todos los demás principados se sintieron estremecidos. La reacción no tardó en desatarse, y algunos de los señores se declararon independientes del Sacro Santo Imperio. Contrariada, Eljared declaró la guerra a todos los reinos rebeldes, ordenando a sus ejércitos que no dejaran piedra sobre piedra por allí donde pasaran.

Fue entonces cuando el Señor de la Guerra Tadeus Van Horsman, amigo personal de Elías y general de los ejércitos de Arkángel, imploró a su amigo que detuviera semejante atrocidad. Pero Elías ni siquiera reaccionó ante las súplicas de su antigua camarada, recomendándole que se mantuviera al margen si no quería ser él mismo acusado de traición. Viendo que no tenía ninguna otra salida, Tadeus levantó parte de las tropas del ejército de Arkángel y, en nombre de la futura Emperatriz Elisabetta, asaltó el palacio. Las intenciones del Señor de la Guerra sólo eran detener a su señor, como este trató de hacer años atrás con Lascar. Pero de nuevo nada salió como debería. La joven Emperatriz, que entonces sólo tenía doce años, detuvo a Elías e instó a su padre a que reconsiderara el inicio de la guerra, pero este, enloquecido, acusó a la niña de ser el origen de todos sus pesares y trató de ejecutarla. En ese momento se interpuso Kisidan, general de la Orden del Cielo y mentor de la futura Emperatriz, viéndose obligado a acabar con la vida del Emperador. Aquella noche no fue como las demás. Una enorme tormenta cubrió los cielos de toda Gaïa... y durante unos minutos se tornaron rojos como la sangre. La muerte de Elías revolucionó el Imperio. Eljared había desaparecido en la nada y nunca se sabría más de ella. Tadeus y la Orden del Cielo se pusieron bajo las órdenes de Elisabetta, a la que declararon heredera legítima del trono de Abel. Los principados rebeldes se negaron a aceptarla como su soberana y algunos Señores de la Guerra la consideraron también inapropiada para ostentar semejante cargo, proclamándose ellos mismos soberanos de los territorios que controlaban. Y en aquel periodo de caos, la Iglesia nombró por su cuenta a su propio Sumo Arzobispo que, a la espera de un nuevo Emperador, se convertiría en la suprema autoridad eclesiástica. Y por primera vez desde los albores del Imperio, el mundo volvía a entrar en un periodo de incertidumbre...

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12/10/2013, 20:43
Director

Estamos en el año novecientos ochenta y nueve. La magia está retornando con fuerza a Gaïa, y la línea que separa el mundo de la Vigilia con el nuestro es cada vez más frágil. El Imperio se ha desquebrajado, y va a dar comienzo una lucha entre la Emperatriz, los Señores de la Guerra, y la Iglesia por acaparar el control. Las almas de los seres sobrenaturales que murieron a lo largo de estos últimos siglos se reencarnan en niños humanos, dando lugar al nacimiento de Nephilim. Y entidades que han sobrevivido ocultas al hombre durante eras se dan cuenta de que ha llegado el momento de volver a manifestarse en el mundo...

Todos pueden sentirlo. Ha empezado.