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Viaje a Concoret

Tras su larga espera, Lothaire Chabroux acudió de regreso al refugio que te había asignado para que esperases. Tu valedor llegó turbado, y pronto supiste la razón. El castillo de Fougères, sede de la corte de la Príncipe de Bretaña Margawse, había sido atacado por lacayos de la hermana de esta, la bruja Morgaine, y habían acabado con la vida de varios vástagos leales a la Príncipe, incluido el Príncipe de Nantes, Louarn Le Guillant. El ataque había sido perpetrado por mercenarios gangrel del País de Dól, una de las regiones de Bretaña, y dirigido por extraño ser féerico, sí, una hada, llamado Dullahan.

Aunque el ataque fue rechazado, pues te dijo que durante unos dramáticos momentos la Príncipe quedó inmovilizada por una estaca usada por un traidor de su corte, Treveur du Tinténiac, y socorrido por un lasombra llamado Firminius, el impacto había sido demoledor para la Príncipe, o así te dijo Lothaire. Treveur fue capturado, pero Firminius escapó, así como el propio Dullahan.

Pero tu anfitrión tremere, lejos de lamentarse, te comunicó felizmente que era la gran oportunidad que tenía el clan para demostrar su utilidad y recibir el permiso para abrir una Capilla en Bretaña. La Príncipe accedió a tu presencia en sus dominios, y eso se traduciría en trabajo para ti. Lothaire te ordenó unirte a un grupo de vástagos que se dirigía a la región de Concoret para buscar el apoyo de la señora Viviane du Lac, matriarca de los malkavian en Bretaña, y conocedora de vastos conocimientos féericos con los que combatir a Morgaine y sus aliados féericos. Te comentó que, quizá, Viviane accedería a colaborar, pues se había mantenido neutral en ese conflicto, dado que uno de sus chiquillos, Bohort du Lac, fue una de las víctimas del ataque.

Primero os dirigiríais al castillo de Concoret, hogar de uno de los más excéntricos vasallos de la Príncipe, que podría ayudaros a atravesar el bosque de Brocelianda, dominio de Viviane. El grupo estaba compuesto por:

Un gangrel llamado Ingvar, del cual Lothaire te dijo que pretendía ocultar su incivilizada forma de ser con palabras educadas que había aprendido de su protector y repetía sin habilidad alguna. Pero reconoció que era un buen guerrero.

Un lasombra llamado Artur, que había llegado a Bretaña junto a su mentora, que tenía intenciones parecidas a las de los tremere. Recibir el permiso para asentarse, en su caso, comercialmente y diplomáticamente en Bretaña. Lothaire te dijo que era un hombre versado en diplomacias.

Una aasamita llamada Selin, de pocas palabras y, como todos esos sarracenos, una asesina con la que tener cuidado. Aunque sus palabras e inclinaciones parecían guardar una nobleza inusual para los de su clase.

Una brujah llamada Maelys, servidora de una de los Príncipes de Bretaña, Noella  Heussaff. Erudita y de pocas palabras. Te comentó que Firminius, el traidor, era el chambelán de esa corte. Pero tras el interrogatorio llevado a cabo por la propia Margawse no parecía estar implicada en el complot.

Una toreador llamada Sybilla, asistente de la propia Príncipe Margawse. Lothaire te aconsejó que, por encima de todos los presentes, os ganarais su confianza. Su cercanía de la Príncipe era útil. Mas te dijo que fueras con cuidado, pues había algo en ella que no le encajaba y no sabía de qué se trataba.

Te comentó que había una miembro más de ese grupo, pero fue ajusticiada por Margawse por insolente. Lothaire no amplió detalle al respecto, pues no había que preocuparse por los muertos.

Viaje a Concoret, parada en Rennes

Al partir de Fougères, Margawse, a través de su chiquilla Elaine, os comunicó que os reuniríais con un miembro del clan tremere que ayudaría en la investigación. La Príncipe había aceptado la ayuda de Lothaire Chabroux, aunque al parecer no sería él quien ayudara en tal empresa, sino un agente suyo. Reunidos en Rennes, capital del país del mismo nombre, os reunisteis extramuros con el propio Lothaire y un hombre que lo acompañaba.

—Caballeros, damas —saludó con un asentimiento y reverencia leve —. Les presento a monsiuer Octavio de Hoz, un hombre competente que será útil en la empresa de enfrentar a la bruja Morgaine.

Hizo un ademán para que os conocierais.

Antes de partir, me dedico a atender las necesidades de mi oscuro corcel, peinando sus crines con mis manos y frotando su piel para que estuviera relajado. A pesar de mis esfuerzos, el animal sigue causándome un nerviosismo que perfectamente podría ser miedo, y es que siempre he tenido temor a los caballos, y este, a pesar de su comportamiento ejemplar y su obediencia no me hace sentirme más tranquila. Sé que lo nota.

Una vez en el exterior, me presento acompañada por el imponente animal cuyo color negro solo hace que resaltar su musculatura, y sus rojizos ojos, muestran uno de los muchos usos de la vitae. Veloscuro transporta mis pocas pertenencias, una pequeña bolsa de cuero atada a su grupa. Camino a su lado, intentando mantener su ritmo, hasta reunirme con Lothaire. Poso la mano sobre el cuello de mi montura para que se detenga para luego hundir mis dedos entre sus crines, acariciando al animal. Tras eso, miro a los tremere e inclino el rostro saludando a ambos.

—Buenas noches— saludo a los presentes.

El guerrero entró en la sala con cierta cautela. Sus años de campaña no le hacían buen conocedor de las costumbres de las altas reuniones, si bien en su juventud sí se había criado en dicho ambiente, lo que evitaba que llegara a desentonar del todo. 

Sus andares eran directos, firmes, con el porte de un guerrero más acostumbrado a la eficacia y el pragmatismo que al boato, la pompa y la circunstancia. Su vestimenta, sobria, casi espartana, pero perfectamente cuidada, reflejaba en cierta medida lo disciplinado de su proceder así como el pragmatismo y las maneras sencillas que lo caracterizaban. Vestía una armadura brigantina y ceñía una espada al cinto y un sencillo escudo de madera a la espalda, sin embargo no portaba ningún emblema que lo identificara como un noble. A sus hombros colgaba un manto de viaje de tonalidad verde oscura, sin adornos ni decoración de ningún tipo, pero perfectamente limpio y cuidado.

En el interior de estos ropajes asomaba un joven que apenas sobrepasaría la treintena, con barba de varios días pero correctamente cuidada y un corte de pelo sencillo y funcional, sin florituras innecesarias. Su cabello rubio, al igual que su barba, enmarcaban y contribuían a afilar ligeramente sus facciones y a resaltar sus ojos castaños inusualmente oscuros que se movían de un lado a otro sin perder detalle como si analizasen la situación.

-Saludos.- Se presentó cordial.-Espero que los humildes talentos de que puedo disponer sean de provecho en nuestra común empresa.

Finalmente, una nueva noche derrotó al ocaso, y el grupo de aquellos ordenados por la duquesa se reunió extramuros para comenzar el viaje hacia Concoret y el cainita que allí moraba. Poco a poco, todos aparecieron, con sus ghouls y las monturas que habrían de necesitar para completar la ruta.

Guiado por la etiqueta, o tal vez simplemente por el recuerdo del cuerpo de Leyre convirtiéndose en cenizas la noche anterior, Ingvar no exteriorizó su desagrado al ver a Lothaire acercarse a ellos, ni al escuchar acerca del desconocido que habría de acompañarlos. Simplemente, se mantuvo en silencio, expectante ante las reacciones del resto.

Cuando Octavio dio un paso al frente para presentarse, el gangrel lo observó detenidamente, tratando de saber algo más del recién llegado. El exterior de un guerrero, el elegido de un brujo. No se trataba de alguien fácil de leer, y el propio Ingvar estaba acostumbrado a que las cosas no fuesen lo que parecen, así que ni siquiera intentó llegar a nada definitivo. El tiempo y lo que estaba por venir demostrarían de qué pasta estaba hecho.

-Saludos, Octavio. -Contestó finalmente, adelantándose hacia él con su media sonrisa habitual, como si perpetuamente recordara una broma privada. -Yo también espero que tus humildes talentos nos sean de provecho. Saben los dioses que los habremos de necesitar. Sean cuales sean…

-Aunque doy por hecho que te habrán informado… -Añadió, mirando de reojo a la delgada figura de Lothaire. -Yo soy Ingvar. Ingvar Lundson, de Saint-Malo.

Con algo de anticipación esa noche, había cambiado sus ropajes por unos mucho más sobrios y aptos para viajar, y no tardar en salir al exterior y reunirse con sus compañeros.

La presencia del Tremere le despertó curiosidad, hasta que presento a quien les iba a acompaña en aquella empresa.

Es un placer conocerle Monsieur, mi nombre es Maëlys de Trebaul. Saludo mostrando una cordial sonrisa. No os preocupéis, cuantos más seamos mejor. Y como Monsieur Ingvar acaba de decir, seguro que seréis de gran ayuda.

Viaje a Concoret, parada en Rennes

Al partir de Fougères, Margawse, a través de su chiquilla Elaine, os comunicó que os reuniríais con un miembro del clan tremere que ayudaría en la investigación. La Príncipe había aceptado la ayuda de Lothaire Chabroux, aunque al parecer no sería él quien ayudara en tal empresa, sino un agente suyo. Reunidos en Rennes, capital del país del mismo nombre, os reunisteis extramuros con el propio Lothaire y un hombre que lo acompañaba.

Artur había estado inusualmente callado desde el momento de la destrucción definitiva de Leyre. Si ello se debía a la pena o al lamento por la innecesaria pérdida de un peón, o tal vez a ambas cosas, o a una tercera desconocida, no estaba claro. No obstante, al llegar a Rennes, y ver como Lothaire Chabroux les presentaba a un nuevo vampiro, el lasombra se obligó a olvidar cualquier recuerdo del pasado, así como cualquier fabulación de perdidos futuros, y centrarse en el ahora.

Había Artur, como en el viaje anterior, abandonado sus ropajes exquisitos de corte, por el más práctico ropaje propio de un hombre de campo o, quizás, de un cazador. Ello, sin embargo, no ocultaba los rasgos propios de un cortesano, ni la fragilidad aparente de quien no acostumbra ni a usar arma, ni a invocar a la violencia como medio para solventar los conflictos.

Como buena parte de los hijos de Caín, era de tez pálida, y se movía con clara dificultad, como propio de quien sufre alguna herida que le inquieta en demasía. A pesar de esa aparente debilidad la presencia de ánimo del lasombra, así como una elegancia innata, hacía que algo fuera atractivo en él. Respondió a la reverencia de Lothaire Chabroux con otra igual de breve y parca que la realizada por el tremere, para, acto seguido, mirar a aquel que le había sido presentado.

- Artur de Aquilare, monsiuer Octavio de Hoz. Tampoco yo dudo que, habiendo sido elegido por monsiuer Lothaire Chabroux, y jugándose él lo que se juega en este asunto, tendréis interesantes capacidades. Pero, decidme, ¿sois tal vez ambos de la misma estirpe?

Viaje a Concoret, parada en Rennes

Lothaire escuchó silencioso las presentaciones mientras observaba a cada uno de los presentes, dirigió una mirada a Artur previo a responder.

—Así es —respondió llanamente —. Os enfrentáis a una amenaza que trasciende lo habitual. Monsieur Octavio será de utilidad en esta empresa en favor de la Príncipe de Bretaña. Su saber sobre hechicerías complementará sus otras.. capacidades —apuntó mirando con detenimiento a cada uno.

—He de partir por el momento. Monsieur, madames, vayan con cuidado —se despidió acercándose a la pequeña escolta que lo había acompañado al llegar.

Sybilla también había dejado a un lado las ropas más recargadas y delicadas, para emplear unas más sobrias, aunque de buena calidad. Pocos adornos recargaban su atuendo, oscuro al igual que la mayoría de sus prendas. Tan sólo un broche ajustaba su capa, con una única piedra azul. 

Sus manos se encontraban recogidas, sobre su regazo, mientras observaba con sus ojos negros como ala de cuervo la escena- Tened buen viaje de vuelta, monsieur Chabroux- dijo, despidiendo al tremere, para acto seguido posar la mirada sobre Octavio- Mi nombre es Sybilla, consejera en la corte de Margawse Menguy. -se presentó, tendiendo la mano al interpelado. 

Sin olvidar sus antiguos modales, el soldado tomó la mano e hizo ademán de besarla con una profunda reverencia, sin embargo en lugar de ello se la llevó a la frente. 

-Un placer conoceros.-Respondió a la dama.-Placer que es extensivo al resto de presentaciones. 

El resto de los presentes continuaron presentándose, cada cual con su personal estilo, y finalmente el líder de los brujos se despidió para regresar a la relativa seguridad de los muros del castillo, dejándolos únicamente con su representante. O aprendiz. O espía. O lo que quiera que fuese Octavio. Pero el hecho es que nada los retenía ya allí.

-Detestaría parecer excesivamente apresurado… -Comenzó a decir el normando, sin que pareciese que lo detestara en absoluto. Al contrario, la media sonrisa que esbozaba dejaba intuir justo lo contrario. -Pero creo que, ahora que Lothaire ya se ha ido, podemos seguir charlando sin problemas mientras avanzamos. No tenemos precisamente poco camino por delante, y será más sensato viajar con tiempo para lidiar con… imprevistos.

Su mirada pasó sobre todos los presentes antes de desviarse hacia el camino, que lejos de las antorchas, se perdía en la oscuridad de la noche bretona hasta desaparecer en la negrura del invisible horizonte.

-Ohm, nuevamente doy por hecho que estáis informado. -Añadió de pronto, girándose hacia Octavio. No estaba seguro de cuánto sabía el elegido de los Tremere, así que optó por darle un resumen rápido y directo de lo que había sucedido. -Por si no fuese así… supongo que os vendrá bien aclararos que los imprevistos, igual que los que sucedieron anoche, tienen que ver con posibles ataques de cainitas del país de Dol con garras capaces de sajar sin dificultad carne inmortal y hechiceros dokkalfar, elfos oscuros, con la habilidad de surgir de la propia oscuridad armados con hojas hechas de hielo aún peores que las garras de los siervos del conde Olaf. -En esta ocasión no se molestó en contener una mueca irónica antes de añadir. -Nada que no podamos solventar.

Y, como si de pronto hubiese recordado algo especialmente gracioso, Ingvar dejó escapar una suave risa entre dientes, y añadió.

-Hay quien diría que hoy estamos fuera de peligro, ya que el gran maestre Aethelstan cargó contra los agresores a través de los bosques, espada en mano y corcel entre sus piernas. -Hizo una pausa significativa, especialmente para quienes lo habían acompañado la noche anterior en la cacería. -Aunque personalmente difiero de esa idea. ¿Nos ponemos en marcha, madames et monsieurs?

Me quedo en segundo plano, observando al nuevo vástago y las presentaciones que tienen lugar. Al igual que los anteriores días, llevo la misma indumentaria, ropa de cuero oscura: resistente, bastante cómoda y algo cuarteada por el largo viaje que había vivido: polvo, barro y sal se habían encargado de ello. Y entre todas mis pertenencias, hay una que destaca sobre todas las demás; mi espada curva, la cual descansa colgada de mi cinto.

Una vez Ingvar termina de explicar su relato sobre los dokkalfar, uno que ya había escuchado repetidas veces, nos invita a emprender la marcha, aunque antes de ello lo adorna con unas palabras que me parecen una burla hacia el maestre Aethelstan. Realmente no estoy segura de haberlo entendido correctamente, así que prefiero dejarlo pasar.

—Sí— contesto al normando.

Después, me giro hacia mi corcel y le murmuro unas palabras en árabe, unidas a una suave caricia a través de sus crines mientras señalo con la otra mano en la dirección en la que se encuentra nuestro destino.

Artur asintió tras unos segundos, para luego mirar a la dama Sybilla, acariciándose el mentón, antes de ponerse en marcha.

- Es verdad que poco sentido tiene esperar en este lugar. Por lo que entendí, dama Sybilla, vos conocéis tanto el lugar como el cainita al que vamos a ver. También, por vuestras palabras, creo que podéis dar luz sobre las características de los enemigos a los que nos enfrentamos. Si gustáis compartir vuestros conocimientos con el resto, será de agradecer.

Escuchaba con antencio mientras estaba pendiente de que todo estuviera listo para que pudieran partir. Archivo en su memoria la informacion que el normando habia compartido en aquel momento para investigar mas a fondo cuando todo acabase. Solo por el placer de aprender algo mas sobre todo tipo de seres sobrenaturales.

No perdamos mas tiempo entonces y pongamonos en marcha.

Castillo de Concoret, principios de enero

—Primeras horas de la noche—

El viaje hacia vuestro destino se dio sin percances, el frío creciente del invierno empezaba a consumir el paisaje que os había sorprendido con una nevada que tornó de blanco bosques y campiña. Si bien el frío no era un impedimento para vosotros, los caminos se volvían complicados de transitar y eso frenó vuestra ruta en más de una ocasión.

El castillo de Concoret os recibió a orillas del lago Paimpont, era una fortaleza no demasiado grande, minúscula si se comparaba a Fougères, pero poseía la ominosa presencia del paisaje que lo rodeaba. El bosque de Brocelianda se contemplaba al otro lado del lago, que no era demasiado grande, teñido de negros y blancos a causa de la noche. El castillo tenia una piedra gris oscura, deprimente, su fachada consumida por la vegetación y el escaso cuidado de su estructura. Todo el lugar os evocaba un ambiente de poderosa melancolía y tristeza, sensación que se había contagiado al pueblo que lo rodeaba, que parecía sumido en un trance parecido al del castillo.

Arribasteis cercana la medianoche, no había gente por las calles y el camino principal os conducía directamente al lúgubre castillo. El cielo era gris, vomitaba ocasionalmente pequeños copos de nieve que se depositaban perezosos sobre piso y tejado. No había sonido alguno, ni siquiera de animales.

Finalmente, y a pesar de las oscuras sospechas de Ingvar sobre lo que podría estar acechándoles en el viaje hasta Concoret, el camino transcurrió sin más problemas que el frío y el estado de las sendas que los llevaron hasta allí. El frío del invierno se dejaba sentir, arrojando un manto silencioso y ligeramente opresivo sobre la tierra, algo que al gangrel le resultaba extrañamente incómodo, pero fue al alcanzar su destino cuando esa sensación fue sustituida por otra más intensa, tan pronto como la silueta de la fortaleza se adivinó ante sus ojos.

-No es como si esperara un comité de bienvenida… -Gruñó, mientras sus ojos, que comenzaban ya a brillar como carbones encendidos, recorrían la escena, deteniéndose allí donde la oscuridad entre las casas se volvía impenetrable. Incluso a pesar de la hora, todo el lugar emanaba un aura de tristeza, de abandono. -Pero para ser una plaza fuerte, este sitio está demasiado…

“Demasiado muerto” pensó, pero la última palabra no llegó a abandonar sus labios.

-Demasiado tranquilo. -Dijo tras un momento de duda, decidiéndose por un eufemismo, y dirigiendo una mirada interrogante hacia Sybilla. -¿Es esto normal? Tal vez no fuera malo echar un vistazo antes de llamar a la puerta de la fortaleza.

A pesar de todo, no estaba preocupado. Ese extraño aura que emanaba del castillo para extenderse por el pueblo no parecía algo reciente. Era evidente en el desgaste de la piedra, en las enredaderas que la abrazaban, en el estado del pueblo. Una tristeza lánguida envolvía la escena, pero era sin duda diferente a los sentimientos que rodeaban a Mograine.

Sin embargo, también era consciente de que, por las palabras de Margawse, hacía ya tiempo que el señor de estas tierras no salía de ellas, y mientras aguardaba a la respuesta de los demás, se preguntó el motivo de aquella reclusión.

Nunca había visto nevar, y la blanca nieve solo la había visto coronando los picos en la lejanía, era hermosa y delicada, y caía lentamente cubriendo los campos con su níveo manto. Había extendido las manos para sentir su tacto apenas perceptible y había visto como se iban depositando pequeños copos en mis palmas; pero más divertido me había parecido verlos depositarse sobre las crines de Veloscuro. Quería comentarlo y preguntar a qué se debía este fenómeno, pero el rostro del Gangrel no pareció disfrutar de la misma forma que lo había hecho yo y me sentí profundamente fuera de lugar, avergonzada, así que bajé el rostro y me centré en el camino que iba recorriendo mi montura, obviando la belleza del mundo que nos rodeaba.

Finalmente, llegamos al castillo de Concoret, un lugar tan tranquilo como desolado. No conozco las respuestas que busca Ingvar, aunque comparto sus primeras impresiones sin sorprenderme. El señor de Concoret ya había sido tachado de consternado, huraño y excéntrico, y el paisaje que tenemos en frente es solo una muestra de ese carácter, todos buscamos un lugar en el que sentirnos cómodos y quizás este fuera apropiado para Guiscard du Guingamp.

—Podría ir a mirar— murmuro para no ser escuchada más allá de nuestro grupo, ofreciéndome así para la labor de reconocimiento propuesta por Ingvar.

Tras mis palabras, acaricio el cuello de Veloscuro y descabalgo intentando hacer el menor ruido posible. 

El guerrero respiró hondo. Aquello no servía más que como un gesto para romper la tensión del ambiente, un mero reflejo de su mortalidad abandonada no hace tanto. La nieve caía con timidez en la zona, como antaño lloviera en las tierras castellanas de las que Octavio procedía. Aquellos lugares lóbregos, solitarios, donde los lugareños se refugiaban del frío al amor y la calidez de la leña crepitante, le recordaban cuando la vida era más sencilla. 

Con la mano enguantada, cogió uno de los copos de nieve y lo observó fundirse casi al instante.

-Es cierto, está todo muy tranquilo.-Asintió.- Hasta el más huraño de los señores tiene guardias. O no están y ocurre algo, o sencillamente aún no los hemos visto. Estad atentos y andad con calma.

Observando alrededor a medida que cruzaban el lugar, daba la impresión de que el sitio estaba completamente abandonado. Sumando el tiempo que hacía, la sensación aumentaba.

A veces las apariencias engañan. Lo más probable es que ya sepa que estamos aquí. Lo más seguro era que a quien iban a visitar tuviera ojos y oídos por todo el lugar, algo nada descabellado teniendo en cuenta la paranoia de muchos nobles. Solo alguien muy poderoso y seguro de sí mismo prescindiría de tales cosas, pero esos eran los menos. Acerquémonos a la puerta y llamemos, solo así sabremos si realmente esta sobre aviso.