Partida Rol por web

Cuando Roark nombró al elfo se dio cuenta que faltaba. Así que mirando al amigo del bribón, que iba detrás, dijo—. Eh explorador, ¿no puedes rastrear al elfo? Seguro que ese idiota está abrazando algún árbol por el incendio. ¡Y lo necesitamos para que juegue contra el nigromante!

-Gracias, Krokrek- murmuró Doña Golo, mientras se alejaba.

Pero cuando Roark mencionó ese pequeño, pero significativo detalle, la vieja se detuvo en seco. Su ceño se frunció, pero luego se suavizó al mirar hacia Roark.

-Gracias por preguntar, muchacho, puedo seguir, no te preocupes. Ha sido un golpe fuerte, pero a esta vieja hace falta más que un gigante para doblegarla- dijo con una sonrisa abuelil.

Luego, se dio la vuelta y desanduvo algunos pasos, observando los alrededores y atendiendo a las voces de los espíritus. Pero la emoción, la adrenalina corriendo por sus venas, la preocupación de que el elfo se hubiese ido, no le dejaron prestar tanta atención como hubiese querido.

Gülf frunció el ceño y buscó al elfo con la mirada. La maldición de Roark solo confirmó sus sospechas, aunque tampoco le sorprendía. ¿Qué clase de memo se fía de un elfo?

—Yo ya dije que los elfos y los músicos no son de fíar, y si no lo dije lo estaba pensando.

Manteniendo la calma, se paseó entre los árboles chamuscados y la hojarasca, ahora negruzca y crujiente.

—A ver… ¿Qué haría yo si fuese un comeflores? 

Estaba claro que el elfo no estaba allí, para eso Gülf no necesitaba meditar demasiado. Sin embargo se fijó en una pequeña senda recién marcada entre el follaje, símbolo inequívoco de que un fugitivo de orejas puntiagudas había seguido aquel camino¹. Seguirla fue un acto reflejo porque sin duda su objetivo se había ido por allí pero se detuvo un momento al ver algo más: había dos pares de huellas de pies descalzos que no encajaban con la talla del elfo. Y el hecho de que parte de la hierba fuera aplastada como si se llevaran a rastras una carga muerta. ¡Alguien había secuestrado al elfo!² Y fue entonces cuando vio la entrada a una pequeña caverna oculta en una colina llena de vegetación.

Mientras el grupo se acercaba cautelosamente el clérigo se percató de unos pequeños abalorios que colgaban de un árbol cercano. Goblins. Aquello era una cueva de goblins³. Pero ¿para qué se habían llevado al elfo a hurtadillas?

—¡Endemoniados! —gruñó Gülf—. ¡Vaya un sistema que se tienen montado los muy guijarros! Los goblins fueron los que prepararon la trampa: atraen al gigante, el bobo grandote aplasta, y ellos se quedan con lo que sobre. ¡Botín y carne de elfo! Y si tienen la fortuna de encontrarse con aventureros como Roark, hasta pueden ahorrarse el cocinarlo. Vamos, tenemos que rescatar a nuestro cebo. ¿Algún plan?

Roark dejó pasar el comentario hacia su persona mientras revisaba la entrada de la cueva que les había indicado Gülf —¿Plan? ¿Pero donde te crees que estás?— Avanzaba despacio pisando con cuidado y revisando cada rama y cada roca con sumo cuidado... —En cuanto vea que no hay trampas en la entrada, adentro. Nos cargamos a los goblins y nos llevamos al elfo.

—Ay, qué gracioso. Plan dice... —musitó Gromenauer con una sonrisa. Lo cierto es que pensar un plan contra un puñado de goblins era más que perder el tiempo. Los gobos eran astutos, pero también eran confiados. Y seguramente pensasen que con toda la que se formó, nadie les molestaría.

—El plan es entrar, recuperar al estúpido elfo y salir. Y si alguien o algo se interpone en ese plan, pues recibirá un buen martillazo —comentó el enano mientras dejaba caer su pinchudo martillo sobre su mano—. En cuanto veamos que no hay trampas, entraremos. ¡Y más vale que esos goblins no toquen al elfo antes de que lo haga yo, o reduciré esta cueva a escombro!

La vieja caminaba cabizbaja, murmurando por lo bajo. Rezaba oraciones para los espíritus, despidiendo aún a Krokrek, que la había acompañado mucho tiempo ya. No recordaba cuánto realmente. Ella siguió a los demás, sin prestar mucha atención a nada.

Mientras conversaban a la entrada de la cueva, ella tomó los restos del tótem de Krokrek, y cabó un pequeño pozo con su cuchillo de ritual.

-Vive con los tuyos, oh Krokrek "El firme", vuelve a tus montañas, de las que formas parte, y de las que forman parte de ti.- y depositó los pedazos en su interior, tapándolo con tierra.

Cuando terminó, ya Roark parecía estar terminando su faena, y Gromenauer pisaba ansioso la tierra.

Tomó el escudo, y la lanza, y esperó, paciente y callada, a las próximas acciones.

El explorador susurró algo al oído de su halcón, Gilf. Durante mucho tiempo se estuvo debatiendo sobre si los halcones tenían o no oídos y si, de tenerlos, estarían en el sitio donde habitualmente los tienen el resto de seres pero, dado que siempre que le daba alguna orden, el animal cumplía con su cometido, decidió afirmar que los oídos estaban ahí y que Gilf le escuchaba perfectamente por ellos.

—Vigila esta entrada y avisa si ves algo raro.

El animal se mostró receloso durante unos instantes pero Unbenennbar sacó algo del zurrón que introdujo en la boca de Gilf.

—Maldito terco —se quejó el explorador—, siempre tiene que ser a tu modo.

El animal abrió los ojos satisfecho y se encaramó en una rama gruesa de un árbol cercano. Mientras tanto, Unbenennbar se acercó a Roark.

—Cuando digas... yo abriré el camino. Estad preparados.

Roark examinó con cuidado el acceso. Eran goblins y eso quería decir que eran vagos. Tanto como para no tener siquiera una maldita trampa preparada en la entrada. Confiados como bien indicaba Gromenauer.

Así que el explorador se introdujo primero seguido por Gromenauer. Roark había terminado su trabajo asegurando ese punto así que no tuvo prisa por entrar y dejó que Gülf y Golo los siguiesen para cerrar él la marcha. Alguien tendría que vigilar la retaguardia y ¿quién mejor que un ladrón para eso?

El túnel era estrecho y eso hacía que los humanos tuvieran que agachar la cabeza. Gromenauer y Gülf iban mucho más cómodos. La caverna —pues era una caverna natural— olía a moho, hongos y tierra mojada. En algunos puntos el suelo era resbaladizo y podría ser un problema si estuviera a oscuras por completo. Sin embargo por delante de ellos venía un poco de luz procedente de algún tipo de fuego.

Unbenennbar  se detuvo ante el último recodo del túnel que desembocaba en una caverna algo más amplia que tenía la pinta habitual de una guarida goblin. Había un montón de desechos repartidos de forma caótica por todo el suelo de la misma entre los haces de paja sobre los que probablemente durmieran los inquilinos de aquel agujero. Había una gran pota de acero al fondo, del tamaño adecuado para meter a alguien dentro de ella, con unos troncos convenientemente encendidos para calentar el agua que había en su interior. Si no fuera porque aquella caverna tenía una chimenea natural que probablemente salía por lo alto de la colina bajo la que se hallaba el humo lo habría inundado todo.

Y en el medio de todo aquello estaban los goblins y el invitado de honor al banquete. Los goblins eran seis. Pequeños, nervudos, verdes, de orejas puntiagudas. Un erudito de Zork afirmó un día que los goblins eran muy anteriores a otras razas. De hecho se consideraba que eran los intentos fallidos de crear una mezcla de enano, elfo y rana. La cosa le había salido tan mal a los dioses que decidieron crear esas tres razas por separado. Aquella afirmación había sido muy mal tomada por las razas implicadas, goblins incluídos, pues se creían muy superiores a los demás. Hasta las ranas croaban con más intensidad cuando el erudito se acercaba a una charca.

El caso es que ahora los seis goblins rodeaban al elfo atado e inconsciente mientras charlaban con sus voces chillonas, ignorando por completo a los recién llegados que atisbaban desde la entrada del túnel:

—Todo el mundo sabe que los elfos saben mejor con cebolla. —dijo uno de ellos.

—¡Tú y tu manía de echarle cebolla a todo! ¡Todavía me estoy intentando sacar el sabor de aquello que hiciste con los huevos y las patatas! ¡Lo estropeaste todo con tu puñetera cebolla!

—¿Qué sabréis de cocina vosotros? Yo digo que hay que meterlo así y escalfarlo con el agua caliente.

—¿Escalfarlo? ¿Qué es eso?

—No lo sé, se lo oí a un humano en una taberna y me pareció adecuado.

—¡Eres un estúpido Chuck! ¡Siempre lo has sido! ¡No sabrías ni cocinar una rata aunque te trajera el mejor ejemplar de...

Y así continuaban discutiendo mientras uno de ellos aporreaba de vez en cuando al elfo para mantenerlo inconsciente. O por pura maldad. Eran goblins, después de todo.

Unbenennbar arrugó un poco la nariz cuando aquel goblin insinuó echar cebolla en una tortilla. Porque los goblins no sabían como se llamaba y quizá nunca habían comido una en condiciones, pero no podían estar hablando de otra cosa. Sin querer y sin venir a cuento, tuvo que reprimir una carcajada.

Se recompuso como pudo y sacó su arco mientras miraba a Gromenauer. Colocó una flecha sobre el arco y asintió.

—Cuando quieras —susurró.
 

—Cuando lo veas mal, dispara —y diciendo esto al explorador, el enano tomó la delantera para ponerse donde los goblins pudiesen verle, mientras balanceba el martillo en su mano, con su escudo preparado.

—Bueno, bueno, bueno... ¿Pero qué tenemos aquí? Si son unos goblins queriendo cocinar a un elfo ¡Ja! —soltó el enano mirando a los allí reunidos—. ¡Ningún goblin puede cocinar a un elfo mejor que un enano! ¡Si estáis pensando en ni tan siquiera echarle cebolla! ¡Sacrílego, sin duda!

Con media sonrisa en la cara, Gromenauer prosiguió—. Haremos una cosa. Me daréis al elfo para que pueda llevármelo y cocinarle como es debido, y la cabeza de todo el mundo seguirá en su sitio. Si os negáis, me llevaré al elfo y todos los tesoros que hayáis acumulado...

Y diciendo esto, el enano esperó la respuesta de los goblins. Por una parte, le apetecía que dijesen que no. Pero por otra... Era perder el tiempo. ¡Un puñado de goblins son cosas para principiantes, no para él!

Lo que se escuchaba más adelante era de lo más peculiar. Ya Doña Golo había escuchado de que a los goblins les caía mal las cebollas, pero las amarillas, mientras que las moradas les resultaban digestivas. Rarezas de los designios de los Dioses.

Y lo había escuchado directamente de un goblin. Bueno, del espíritu de un goblin. Se entiende.

Pero mayor sorpresa tuvo al escuchar al enano en su faceta más diplomática. Según ella, él arremetaría contra ellos y seguramente de un sólo envión se hubiera cargado a todos. Pero parecía que se estaba haciendo viejo, o sensible (si eso fuese posible para un enano) o quién sabe qué sucedía en el interior de esa armadura.

Doña Golo esperó a la reacción. Si era necesario, podría despertar a Sössis en aquella fogata, pero no parecía ser necesario. Aún.

Roark no podía creer lo que oía. —Oh venga Gromenauer, ¡que quieren añadirle cebolla! Solo eso ya justifica que mueran lentamente... Y tenemos prisa...

Imaginaos por un momento la cara de los goblins cuando un enano irrumpe en su casa para discutir sobre temas culinarios. Los goblins no son una raza valiente y seguramente habrían preferido asaltar al enano por sorpresa, en un entorno más ventajoso. Pero claro: que alguien venga a tu casa a decirte si se puede o no poner cebolla al elfo o no... ¡eso hace que hasta los goblins más cobardes se envalentonen ofendidos!

Y eso pasó.

Y la sonrisa de Gromenauer se amplió hasta mostrar toda su lustrosa dentadura de enano. ¡Joder! ¡Que sí! ¡Que eran goblins! ¡Pero no dejaba de ser una pelea!¹

Uno de los goblins se había dado la vuelta para coger una sartén de metal reforzado - a saber de donde la habían robado - como improvisada arma. Otro dos estaban saltando para intentar agarrar al molesto intruso para que uno de sus compinches le clavase el cuchillo de cocina con el que buscaba la yugular del enano. Por su parte otro de los tres restantes se apresuraban a desenfundar sus machetes mientras se encaraban a los recién llegados, intentando mantenerlos en el túnel en el que se encontraban, encarándose contra el explorador mientras berreaban.

Roark oyó jaleo por delante, pero la vieja y el clérigo enano no le dejaban ver qué pasaba, así que se dedicó a observar la cueva. Seguramente los enanos ya habían valorado profesionalmente la obra de la naturaleza pero como no tenía nada mejor que hacer... Le dio unos golpecitos a la pared y al techo para comprobar su solidez. Así, en plan cuñado, decidió que la cueva era razonablemente sólida.

De paso le echó un ojo a su espalda, que cuando estabas en medio de un túnel con jaleo delante era muy importante que el otro extremo del túnel no te deparase una sorpresa.

Luego se puso a canturrear por lo bajo...

Gülf se apresuró a proferir un rugido gutural para amedrentar a aquellas alimañas de subsuelo. Con un gesto rápido, sacó también su martillo de guerra.

—El secreto de la buena cocina es aplastar cabezas. Los remilgados de los medianos siempre me corrigen diciendo que las cabezas tienen que ser de ajo, pero por suerte no hay ninguno de esos callosos fumapipas por aquí cerca.