Partida Rol por web

Avanzó elástica, contoneándose, sonriendo. Iba vestida con algunos velos, que dejaban ver a retazos su piel dorada, y adornada con multitud de cuentas, ristras de monedas, y abalorios. Al moverse la luz incidía en ellos y estallaba en estrellas de colores. En su hombro un pequeño monito guardaba el equilibrio, sin esfuerzo aparente, mientras sostenía un objeto entre sus manitas. Cuando la mujer llegó frente a él, frente a la sombra en la que sin duda un hombre se ocultaba, se inclinó, graciosa, justo cuando él hacía lo mismo para saludarla.

Cita:

-El mío es Aymée, y el Hakhim es mi pueblo. No veo tu rostro, aunque me recuerdas a mis Hermanos. Espero que te guste la cadencia del desierto...

El monito bajó de su hombro, y se situó a un lado. El objeto resultó ser un diminuto tambor doble, que empezó a tocar rítmicamente con sus manitas. Y ella inició su danza, sensual y seductora, mientras seguía mirándole sin perder su sonrisa.

En ningún momento había caído en el error de subestimarle. Pero, a pesar de eso, no pudo evitar sorprenderse. El hombre sin rostro se movió con gracia de felino, silencioso y ágil, rodó sobre sí mismo en un salto inconcebible, que llevó hasta el cuello de la Bailarina la hoja de su daga. El acero fulguró, esparciendo con su avance una constelación de soles escarlata, dejando prendida en la arena gran parte de la vida de la mujer.

Ella apenas pudo aguantar el dolor, y su mano, y con ella la espina de confusión que llevaba preparada, se estremeció. Perdiendo su camino hacia su pecho, se desvió y dejó su amarga caricia en el brazo del hombre. Pronto notó él su efecto, su sangre se llenó de voces de sensualidad, de calladas llamadas interiores, cálidas, ofuscadoras...

La sombría danza había comenzado, acompañada por el suave vaivén de los velos sobre su cuerpo y el coro de oscuras gargantas...sus cálidos movimientos me afectaron más de lo que me gustaría reconocer...pero como fiel danzarín salí a su encuentro, al baile definitivo.

Pese a sus hipnóticos movimientos, sus eternas piernas, sus proporcionadas caderas y su suave piel, mi mente pudo zafarse del encantamiento, no sin pagar un pequeño precio por ello…pues me encontraba aturdido, pero tenía la suficiente lucidez como para que mis dagas salieran a su encuentro, como para intentar apartar aquella imagen de mi mente...

Mis filos hicieron su cometido, mordiendo la hermosa piel de la mujer y causándole, sin duda, gran dolor...A su vez ella intento golpearme, un ataque que debía aceptar si quería que mi ataque llegara a su cuello, tal como había llegado. Pero sin duda me lo pensaría dos veces antes de dejar que me volviera a golpear, ya que lo que parecía un débil ataque, inocuo, que prácticamente no me dañaría, me transmitió un adormecimiento de mis miembros...

Eres sorprendente...créeme si te digo que no es fácil sorprenderme, pero tu lo has hecho...

Me separé momentáneamente para observarla, perderme es sus eternas curvas...en aquel momento no existía nada aparte de ella y yo...ni voces, ni sangre, ni tiempo…tan sólo el latir de dos corazones, de los que solo saldría vencedor uno...

De nuevo comenzó el baile, mis dagas mordieron su brazo, evitando lo que sin duda sería un doloroso ataque...pero la mujer era rápida y pese a todo logro golpearme en una de mis piernas...

Al momento supe que su ataque no había sido normal, pues comenzaron a dolerme casi todas las partes de mi cuerpo, desde las puntas de mis pies, hasta mi pecho...en mi cabeza no sentía sin embargo ningún dolor, quizá debido al aturdimiento que me causaba su hermoso hechizo...

Como es posible!...qué me estas haciendo...

Murmuré, mientras incrédulo me separaba de mi rival...

El aire se había llenado de su aliento, exalado en un gemido prolongado, gutural. El dolor hizo que no pudiera reprimirlo, cuando su brazo estalló entre flores de sangre.

Tenía que seguir... eso era ella: Bailarina de Muerte, no hay herida, no hay dolor que detenga la cadencia de la danza de una hermana, solo la muerte.

-...Te hago daño... pero no más que tú a mi... y mi daño va en estuche de oro... mírame, y déjate llevar, los susurros que te recorren son capaces de henchir tus sensaciones, de expandir tu mente... siéntelo...

El hablar salía entrecortado, entre jadeos, el esfuerzo y el movimiento cobraban su deuda.

Lo intentaba, una vez tras otra. Pero no podía, no llegaba. Y aún así, el movimiento de Aymée siguiendo el repicar de los timbales del pequeño mono, seguía siendo hipnóticamente bello...

El hombre al que llamaban Sombra se movía con fluidez a su alrededor, oculta su faz aún por la capucha, y parecía que ésta era también capaz de ocultar sus intenciones. Tan pronto su golpe se dirigía a un costado, como le sajaba un tobillo. Ella aguantaba, aunque su cuerpo era ya un lienzo pintado de rojo, y de rojo también se teñían sus cuentas, sus monedas, sus tules.

Perdía el sentido, su brazo caído pendía como el de un muñeco, estaba exhausta. Querría haberle preguntado, saber de dónde procedía. Imaginó tierras sombrías como él, oscuros bosques, umbrías cavernas. O quizá, a pesar de su apariencie, provenía del Desierto. ¿Por qué no...? Un Hakhim, como ella, un Hermano... entonces encajaría, tanto misterio, tanta contención... y tan letal.

El Desierto... la sangre que perdía hacía que sus ojos se desenfocaran, que su mente se ofuscara... apenas podía pensar ya... sólo se sucedían ante sus pupilas imágenes trémulas, que bien podían ser espejismos... ¿acaso estaba de nuevo allí...? La arena, dorada, dunas onduladas trabajadas por el cincel del viento, siroco áspero, tormenta imparable y cruel, o dulce brisa en la noche de la luna llena...

Y en ella un reflejo plateado, dos destellos fulgurantes relampaguearon junto a sus ojos, junto a la curva perfecta de su cuello altivo, dos estrellas fugaces que trazaron un arco dibujado en el aire, o quizá lo trazaron en su piel, abriendo un camino en ella, quizá los dioses la recogían, quizá lo hacía la muerte...

No escucho nada, y apenas veo... pero siento mi vida escapar de mí con mi aliento que se apaga... Y siento la arena bajo mi cuerpo, siento la arena...

El entumecimiento de mis miembros me abandonó poco a poco, liberándolos de su sopor, pudiendo sentir de nuevo el peso de las dagas en mis manos…pero aquel baile…el contoneo de sus caderas, amenazaba con llevarme a la perdición, a una muerte engañosamente feliz…

Respiré hondo, tratando de controlar la estampida de sensaciones que el hipnótico baile causaba a cualquier espectador…Sabía que no iba a poder aguantar mucho más tiempo sin caer en las redes de su hechizo. Cerré los ojos, y recordé viejos susurros al oído, tranquilizadores, que traían paz, y un mensaje de aliento para cumplir mi destino. De nuevo mi espíritu voló encontrando la comunión con el suyo, afinando mis sensaciones, aguzando cada uno de mis movimientos…

Aquel era el momento, abrí los ojos y exhalé el aire guardado en mis pulmones, mientras saltaba hacia ella guardando la respiración, al igual que guardaba en el recuerdo sus hermosos movimientos…

La daga se paseo de nuevo por un cuello ya manchado por su fluido vital, causándole una herida definitiva. Mientras su cuerpo abandonaba la verticalidad, no pude hacer más que decir…

Soy Hugo, mensajero de la muerte…mi alma está ya condenada, tan sólo me queda cumplir mi destino y el tuyo...
 

El pequeño de las cadenas se aproximó al espacio que la bailarina consideraba propio y allí, sacudiendo sus cadenas se aporximó a la bella danzarina - Bailas conmigo? - preguntó galante - Espero que esta vez mis cadenas sean más rápidas que tus agujas - completó mientras miraba a la doncella y se preparaba para empezar el combate.

-¿Bailar contigo? Haré algo mejor que eso, Renato, te va a gustar más: Bailaré para ti...

Y riéndose, casi como una niña, empezó a mover sus caderas frenéticamente, en una danza del vientre vertiginosa. Levantó los brazos a la altura de los hombros, y empezó también a moverlos al compás. Amelio la siguió, poniendo música a su cadencia, y las cuentas y monedas de sus tiras del vestido que llevaba lo acompañaron, haciendo su danza aún más vistosa...

El pequeño pícaro observó embelesado los sinuosos movimientos de caderas de la bailarina. Con todo, permaneció atento a los brazos de la bailarina, intentando evitar que pudiera clavarle una aguja y así dejarlo en desventaja.

Los ojos de Renato siguieron los movimientos con interés, pero sus cadenas comenzaron su propio baile para contratacar... si le resultaba posible.

La danza era magistral, los movimientos, perfectos. Pero no así la lucha. Aymée estaba descentrada, distraída. O quizá la suerte le había dado la espalda. Pero nada pudo hacer contra las cadenas bien manejadas por las manos del pequeño pícaro.